Este
es el texto principal del libro “Reminiscencias
acerca de H.P. Blavatsky y La Doctrina Secreta” escrito por la condesa Constance
Watchmeister donde ella relata las experiencias que tuvo con Blavatsky entre 1885 y 1888 mientras la estuvo cuidando, primero en la ciudad alemana de Wurzburgo, luego en la ciudad belga
de Ostende, y finalmente en Londres (y añadí títulos en azul para facilitar la
lectura).
CAPÍTULO 1
Primer
encuentro con Blavatsky (en Londres)
Al
presentar una relación de la manera como fue escrita La Doctrina Secreta por H.P. Blavatsky, mientras las circunstancias
están todavía claras en mi memoria, con memorándums y cartas disponibles como
referencia, no rehuiré explayarme con cierta extensión sobre mis propias
relaciones con mi amada amiga y maestra a la vez que sobre muchas
circunstancias pertinentes las que, aunque no están relacionadas con la actual
escritura del libro, contribuirán, estoy segura, a una inteligente comprensión
tanto de la autora como de su obra.
Para
mí nada es trivial, nada es insignificante en la personalidad, en los hábitos y
en el medio ambiente de H.P.B., y deseo transmitir al lector, en lo posible, el
conocimiento más completo que yo poseo de las dificultades y perturbaciones que
la acosaron durante el progreso de su trabajo.
La
mala salud, la vida errante, el ambiente impropio para tal labor, la carencia
de materiales, la defección de falsos amigos, los ataques de enemigos, fueron
obstáculos que dificultaron y en ocasiones, obstruyeron su trabajo; pero la
cooperación de manos voluntariosas, el amor y cuidado de devotos adherentes y
sobre todo, el sostén y la dirección de sus amados y reverenciados Maestros,
coadyuvó a que le fuera posible completar su trabajo.
Fue
en el año 1884, que habiendo tenido la ocasión de visitar Londres, que yo entablé
conocimiento, por primera vez con Helena Petrovna Blavatsky en el hogar del
señor y la señora Sinnett.
¡Recuerdo
bien el sentimiento de placentera excitación con que hice aquella memorable visita!
Previamente
había leído Isis Develada con asombro
y admiración por la vasta provisión de extraños conocimientos contenidos en ese
extraordinario trabajo, y por consiguiente yo estaba preparada para considerar,
con sentimientos que se acercaban mucho a reverencia, a quien no sólo había
fundado una Sociedad que prometía formar el núcleo universal de una Fraternidad
de la Humanidad, sino que también se había expresado como la mensajera de
hombres que habían avanzado más allá que la humanidad corriente en conquistas
mentales y espirituales, y que por ello mismo podían ser llamados, en el
sentido más verdadero de la palabra, los Pioneros de la Raza.
La
recepción que me brindó el ama de casa fue cordial y en seguida fui presentada
a Madame Blavatsky. Sus rasgos faciales estaban impregnados de poder y
expresaban una innata nobleza de carácter que sobrepasaba la expectativa que yo
me había forjado, pero lo que mayormente captó mi inmediata atención fue la
sostenida y fija mirada de sus extraordinarios ojos grises, penetrantes pero
calmos e inescrutables; brillaban con una serena luz que parecía penetrar y
develar los secretos del corazón.
Sin
embargo, cuando me volví para mirar a aquellas personas que la rodeaban,
experimenté una reacción en mis sentimientos que por un tiempo dejó una
incómoda impresión en mi mente. Fue una extraña escena la que observaron mis
ojos.
Sentados
en el piso al pie de la baja otomana sobre la cual estaba sentada Madame
Blavatsky, se habían agrupado varios visitantes que la miraban con una
expresión de homenaje y adoración, mientras otros estaban pendientes de sus
menores palabras con una estudiada muestra de extasiada atención, y todos me
parecían más o menos afectados por el tono general de adulación.
Mientras
me sentaba aparte y observaba lo que estaba pasando ante mí, permití que las
sospechas se alojaran en mi mente, sospechas que más tarde aprendí a conocer
como totalmente carentes de base e injustificadas.
Yo
temblaba pensando que una persona de quien me había formado una tal elevada
imagen, probara ser una esclava de la lisonja y adulación de sus seguidores. No
podía conocer en aquel momento el alejamiento de todo eso, la indiferencia por
toda alabanza, el elevado sentido de la obligación que no admitía la más mínima
vacilación ni egoísta consideración de la mujer que tenía ante mí. No podía
saber entonces que su naturaleza era absolutamente incapaz de degradar sus
poderes y su elevada misión por la obtención de una despreciable popularidad.
Aunque
demasiado orgullosa para justificarse ante quienes eran incapaces de apreciar
el elevado nivel de conducta que ella seguía y que siempre presentó ante el
mundo en sus escritos éticos y místicos, en alguna ocasión ella descubría su
pensamiento más íntimo a aquellos pocos sinceros discípulos que se habían
prometido a sí mismos hollar el sendero que ella indicara.
Recuerdo
una explicación que ella dio sobre ese mismo punto, cuando el grupo de burlones
periodistas y visitantes se preguntó mutuamente:
¿Cómo es que esta
discípula de casi omniscientes Mahatmas, esta natural clarividente y adiestrada
lectora de las mentes de sus semejantes, no puede ni siquiera distinguir sus
amigos de sus enemigos?
"¿Quién
soy yo” –dijo ella, contestando una pregunta con otra– “quién soy yo para negar
una oportunidad a alguien en quien veo una chispa todavía luciente de
reconocimiento de la Causa que sirvo y que puede ser aventada hasta ser una
llama de devoción? ¿Qué importan las consecuencias personales que caen sobre mí
cuando tal ser falla sucumbiendo a las fuerzas del mal que en él anidan
-decepción, ingratitud, venganza y demás- fuerzas que yo vi, tan claramente
como vi la prometedora chispa? ¿Qué importa, aunque en su caída me cubra con
tergiversación, difamación y desprecio? ¿Qué derecho tengo de rehusar a
cualquiera la oportunidad de sacar provecho de las verdades que puedo enseñarle,
y por ello, ayudarle a entrar en el Sendero? Yo os digo que no me es dado escoger. Estoy
compelida, por mi promesa hacia las estrictas leyes y preceptos del ocultismo,
a la renunciación de toda consideración egoísta, y ¿cómo puedo arriesgarme a
suponer la existencia de faltas en un candidato, y actuar por mi suposición,
aunque una nebulosa aura pueda llenarme de apesadumbrado presentimiento?”
CAPITULO 2
Aquí
se me permitirá aludir, brevemente, a las circunstancias que me llevaron a
hacer la visita a Madame Blavatsky, que he descrito.
Durante
dos años, de 1879 a 1881, yo había estado investigando el espiritismo con el
resultado de que, si bien me había visto obligada a aceptar los hechos
observados, yo no podía aceptar la corriente interpretación espiritista de los
mismos.
Hacia
el final de esa época comencé a leer Isis
Develada, el Buddhismo Esotérico
y otros libros teosóficos, y encontrando en ellos las teorías que me había
formado por mí misma, en relación a la naturaleza y causa de los fenómenos
espiritistas, corroboradas y ampliadas en esos libros, era natural que me
sintiera atraída hacia la Teosofía.
En
1881 ingresé en la Sociedad Teosófica y me afilié a una Rama.
Debido
a varias causas, el resultado de mis estudios en ese ambiente fue insatisfactorio,
y retorné a un curso de lecturas e investigaciones privadas. Estaba pues, en
simpatía con algunos aspectos de la enseñanza teosófica y con el material sobre
el cual H.P.B. había hecho estudios extensivos. La lectura de esos libros
sirvió para acrecentar mi admiración por Madame Blavatsky, de forma que cuando
se presentó una oportunidad de conocerla yo la aproveché con presteza.
Poco
tiempo después de la visita mencionada, un atardecer me encontraba en casa de
los Sinnett y allí conocí al coronel Olcott. Su conversación que atrajo a su
alrededor un grupo de auditores, estaba principalmente encaminada hacia tópicos
"fenoménicos" y las extrañas experiencias acaecidas bajo su propia
observación o en las cuales él había participado.
Sin
embargo, todo eso no era suficiente como para apartar mi atención de Madame
Blavatsky, cuya extraña personalidad y el misterio que rodeaba su vida, me
fascinaban.
Pero
no me aproximé a ella, sino que pasé una agradable velada junto a otra nueva conocida,
la señora Gebhard, quien más tarde habría de ser una muy querida amiga y que me
entretuvo con la narración de muchas historias concernientes a "la Vieja
Dama", como solían llamar familiarmente a H.P.B., sus más íntimos amigos.
Esas
fueron las únicas ocasiones, durante mi visita a Londres, en que vi a H.P.B. y
no esperaba verla más. Estaba haciendo preparativos para partir, cuando una
noche y con gran sorpresa mía, recibí una carta dirigida a mí, en carácter de
letra que me era desconocido, y que demostró ser de Madame Blavatsky.
Esa
carta contenía una invitación para ir a verla en París, indicando que estaba
deseosa de tener una conversación privada conmigo. La tentación de conocer algo
más de alguien cuya personalidad me interesaba tan profundamente y que era la
fundadora de la Sociedad a la cual pertenecía, influyó sobre mí y decidí
retornar a Suecia, vía París.
Segundo
encuentro con Blavatsky (en Francia)
A
mí llegada a París, me presenté en el apartamento donde residía Madame Blavatsky,
pero se me dijo que ella en ese momento se encontraba en Enghien, en una visita
a la Condesa d'Adhémar.
Sin
desanimarme tomé el tren y pronto me encontré enfrente de la linda casa de
campo de los d'Adhémar, pero allí me esperaban nuevas dificultades.
Al
enviar mi tarjeta con el requerimiento para ver a Madame Blavatsky, se me dijo,
después de una corta espera, que la dama estaba ocupada y no podía recibirme.
Contesté
que estaba perfectamente dispuesta a esperar, pues había llegado desde
Inglaterra, por requerimiento de Madame Blavatsky, quien deseaba verme, y que
rehusaba irme antes de cumplir con mi diligencia.
Después
de esto fui introducida en un salón lleno de gente y la Condesa d'Adhémar se
adelantó, me recibió cariñosamente y me condujo al otro extremo del salón donde
estaba sentada Madame Blavatsky.
Después
de los saludos y explicaciones me dijo que tenía que cenar esa noche en París
con la Duquesa de Pomar y me preguntó si la acompañaría.
Como
la Duquesa era una antigua amiga mía, que había sido siempre extremadamente
cariñosa y hospitalaria y me sentía segura de que ella no me consideraría una
intrusa, naturalmente que consentí.
La
tarde pasó muy agradablemente en conversación con muchas interesantes personas,
así como escuchando las animadas conversaciones de Madame Blavatsky. Su
conversación era mucho más fluida en francés que en inglés. Y allí aún más que
en Londres, ella era siempre el centro de un grupo de ansiosos auditores.
En
el vagón, entre Enghien y París, H.P.B., se mantuvo silenciosa y distraída.
Confesó que estaba cansada, habló muy poco y en relación con cosas corrientes.
En
un momento, después de una larga pausa, me dijo que oía, de manera muy clara,
la música de “Guillermo Tell" e indicó que esa ópera era una de sus
favoritas.
No
era la hora habitual para la ópera y me sentí curiosamente irritada, pero al
averiguar, para formarme un juicio sobre su observación, encontré que el mismo
aire de "Guillermo Tell" había sido tocado en un concierto en los
Campos Elíseos, justamente cuando ella me dijo que lo oía.
Si
esas tonalidades llegaron hasta sus oídos mientras sus sentidos se encontraban
en un estado de hiperestesia, o si ella captó la melodía de la "Luz
Astral", eso no lo sé, pero desde entonces, he podido verificar, a menudo,
que ella podía, en ocasiones, oír lo que ocurría a la distancia.
Nada
ocurrió durante el atardecer en el salón de la Duquesa de Pomar que valga la
pena de mencionar, pero cuando me despedí para ir a mi hotel, Madame Blavatsky
me rogó que retornara a Enghien para verla el próximo día.
Eso
hice y recibí una cordial invitación de la Condesa d'Adhémar para que me
alojara con ella, pero en cuanto a una conversación privada con H.P.B., no la
hubo tampoco en esa ocasión.
Sin
embargo tuve el placer de conocer al señor William Q. Judge, quien actuaba como
secretario privado de H.P.B. en aquella ocasión, y tuvimos los dos muchas
amenas conversaciones en sus horas libres, caminando bajo los árboles en el
bello parque.
Madame
Blavatsky permaneció todo el día recluida en su habitación, y sólo me encontraba
con ella en la mesa y durante los atardeceres, cuando ella era rodeada por sus
seguidores y no había oportunidad para una conversación privada.
Ahora
no tengo la menor duda de que las dificultades que experimenté, al querer
acercarme a Madame Blavatsky, y las demoras que ocurrieron antes de que ella
decidiera que el momento de hablarme seriamente había llegado, fue todo
calculado y formaba parte de una especie de "probación", aunque en
aquel tiempo yo no tenía la menor sospecha de ello.
Finalmente
me sentí ansiosa de retornar a Suecia y poco deseosa de seguir abusando de la
hospitalidad de mi huésped, de manera que un día llamé al señor Judge y le pedí
que dijera a "la Vieja Dama" que a menos que ella tuviera algo de
verdadera importancia que decirme, yo partiría al día siguiente.
Poco
después fui llamada a su habitación y allí tuvo lugar una conversación que
jamás olvidaré.
Ella
me dijo muchas cosas que yo creía ser la única en conocer y terminó diciéndome
que antes de que transcurrieran dos años yo dedicaría toda mi vida a la
Teosofía.
En
aquella ocasión tenía razones para considerar todo eso como algo en absoluto
imposible y como cualquier reticencia sobre el particular, podría ser causa de
una mala interpretación, por lo que me sentí obligada a decírselo.
Ella
simplemente sonrió y contestó:
-
"El Maestro dice que así será, y por lo
tanto yo sé que es verdad."
Al
día siguiente me despedí de ella, también del señor y la señora d'Adhémar, y
partí. El señor Judge me acompañó a la estación permaneciendo conmigo hasta que
partí, y toda esa noche me sentí transportada mientras el tren avanzaba,
preguntándome si las palabras de Blavatsky se realizarían y pensando cuán
absolutamente inadecuada era yo para llevar tal clase de vida y cuán imposible
me sería romper todas las barreras que se levantaban frente a mí, cerrándome el
camino hacia la meta que ella había evocado ante mi desconcertada mirada.
CAPÍTULO 3
Visita a
la señora Gebhard
En
el otoño de 1885 estaba haciendo preparativos para dejar mi casa en Suecia y
pasar el invierno con algunos amigos en Italia, y en el viaje hacer la visita
que había prometido a la señora Gebhard en su residencia en Elberfeld.
Fue
mientras estaba poniendo cierto orden en mis asuntos, en vista a mi proyectada
larga ausencia, que ocurrió un incidente, no por cierto singular en mi experiencia,
pero fuera de lo normal.
Yo
estaba arreglando y poniendo a un lado las cosas que intentaba llevar conmigo a
Italia, cuando oí una voz que decía: "lleve ese libro, le será útil en su
viaje".
Debo
precisar que poseo las facultades de clarividencia y clariaudiencia, bastante
desarrolladas. Así es que dirigí mis ojos hacia un volumen manuscrito que había
colocado sobre una pila de cosas para ser guardadas hasta mi retorno.
Por
cierto que me parecía un vademécum
singularmente inapropiado para unas vacaciones, pues era una colección de notas
sobre el "Tarot" y pasajes tomados de la Cábala, que habían sido
compilados, para mí, por un amigo. Sin embargo, decidí llevarlo y puse el libro
en el fondo de uno de mis baúles de viaje.
Finalmente
llegó el día de dejar Suecia, en octubre de 1885, y llegué a Elberfeld, donde
fui recibida con los cordiales y afectuosos saludos de la señora Gebhard. El
cálido corazón y la constante amistad de esa excelente amiga fue durante años
una fuente de confortación y aliento para mí, como también lo fue para Madame
Blavatsky, y mi afecto y admiración hacia ella aumentaron al conocer mejor el
verdadero y noble carácter que gradualmente el tiempo fue desplegando ante mí.
Madame
Blavatsky y un grupo de teósofos habían pasado cerca de ocho semanas en
compañía de la señora Gebhard, en el otoño de 1884, y ella tenía muchas cosas
que contarme en relación a los interesantes incidentes que acontecieron durante
ese tiempo. De forma que volví a situarme, otra vez, dentro de ese ambiente de
influencia que había hecho una impresión tan profunda en mí, en Enghien, y
sentí revivir todo mi interés y entusiasmo por H.P.B.
Pero
llegó el momento en que debía seguir mi viaje a Italia. Mis amigos no cesaban
de presionarme para que me uniera a ellos, y finalmente fijé la fecha de mi
partida.
Cuando
le comuniqué a la señora Gebhard que debía dejarla en unos pocos días, ella me
habló de una carta que había recibido de H. P .B. en la cual deploraba su
soledad [en Wurzburg]. Ella se encontraba enferma en su cuerpo y deprimida en
su ánimo. Su sola compañía era su sirvienta y un caballero indo que la había
acompañado desde Bombay y de quien diré luego algunas palabras.
-
"Vaya hacia ella”, dijo Madame Gebhard, “ella
necesita compañía y usted puede animarla. Para mí es imposible porque tengo mis
obligaciones, pero usted puede acompañarla, si lo desea.”
Yo
medité acerca de esta insinuación. Ciertamente que me era posible cumplir tal
solicitud, a riesgo de desilusionar a mis amigos en Italia, pero el plan de
ellos no se perturbaría mucho y decidí finalmente que si H.P.B. deseaba de mi
compañía, entonces iría hacia ella para pasar un mes antes de partir para el
sur.
Y
así, tal como ella lo había predicho y dentro del período de tiempo que
mencionó, las circunstancias parecían ir llevándome de nuevo hacia ella.
La
señora Gebhard se mostró genuinamente contenta cuando le di a conocer mi
decisión y le mostré una carta que había escrito a "la Vieja Dama",
en Wurzburg, sugiriendo que si ella deseaba recibirme, yo me quedaría algunas
semanas con ella ya que la señora Gebhard me había informado que ella tenía
necesidad de cuidado y de compañía.
La
carta fue enviada y esperamos, con interés, la contestación. Cuando finalmente
la contestación estuvo sobre nuestra mesa del desayuno había bastante
excitación en cuanto a cuál sería su contenido, pero nuestra expectativa se
volvió pronto consternación de parte de la señora Gebhard y desilusión de la
mía cuando encontramos, ni más ni menos, un cortés rechazo.
Madame
Blavatsky lo sentía, pero no tenía habitación para alojarme y además estaba tan
ocupada escribiendo su Doctrina Secreta
que no tenía tiempo para agasajar visitantes, pero esperaba que podríamos
encontrarnos a mi retorno de Italia.
El
tono era bastante cortés y hasta amable, pero la intención parecía ser la de
darme a entender, de manera clara, que no se deseaba mi presencia.
El
rostro de Madame Gebhard mostró su desilusión mientras yo leía en voz alta.
Para ella, eso era evidentemente incomprensible.
En
cuanto a mí, después del primer momento de desilusión, al ver frustrados los
planes que tanto me había costado decidir, volví mis miras hacia el sur
anticipando el encuentro con mis amigos.
Mi
equipaje quedó enseguida pronto y un carruaje ya estaba esperándome en la
puerta cuando se puso en mis manos un telegrama conteniendo las siguientes
palabras:
"Venga enseguida
a Wurzburg, la necesito inmediatamente - Blavatsky".
La condesa
Watchmeister se va a vivir con Blavatsky
Pueden
imaginarse fácilmente que este mensaje me tomó de sorpresa y extrañada me volví
hacia la señora Gebhard esperando una explicación, Pero ella estaba francamente
encantada y radiante. Era evidente que todos sus pensamientos y todas sus
simpatías estaban con su “Vieja Dama”.
-
"¡Oh, después de todo ella la necesita,
ya lo ve", exclamó, "vaya hacia ella, vaya."
No
era posible resistir. Dejé que mis secretas inclinaciones encontraran una
excusa en la urgencia de su persuasión, y en vez de tomar un billete para Roma,
tomé uno para Wurzburg y pronto me encontré viajando hacia la realización de mi
karma.
Fue
al atardecer cuando llegué al alojamiento de Madame Blavatsky y al subir la
escalera mi pulso estaba agitado, mientras reflexionaba acerca del recibimiento
que me esperaba.
No
sabía nada de las causas que habían dictado este cambio a último momento.
El
campo de posibilidades era bastante amplio como para permitir dar rienda suelta
a mi imaginación, la que me hacía suponer o la posibilidad de una seria
enfermedad como causante del telegrama, o la posibilidad de un tercer cambio de
manera de pensar de H.P.B., el cual me llevaría hasta Roma, que después de todo
se encontraba a treinta y seis horas de distancia. Pero los acontecimientos
estaban bastante alejados de esos dos extremos posibles.
El
recibimiento de Madame Blavatsky fue cálido y después de las pocas palabras de
bienvenida me dijo:
-
"Tengo que pedir disculpas por actuar de
esa manera tan extraña. Le diré la verdad: no la quería tener a usted aquí,
pues tengo un solo dormitorio y pensé que usted sería una dama demasiado
refinada para querer compartirlo conmigo. Además que mi manera de ser y
costumbres, no son, probablemente, las suyas.
Si usted venía a
alojarse conmigo, yo sabía que usted tendría que aceptar muchas cosas que le
parecerían intolerables incomodidades. Por ello es que decidí declinar su
ofrecimiento y le escribí en ese sentido.
Pero después de haber
puesto mi carta en el correo, el Maestro me habló y me dijo que yo debía
pedirle que viniera. Nunca desobedezco una palabra del Maestro y es por eso que
le telegrafié de inmediato.
Desde entonces he
estado tratando de hacer más habitable el dormitorio. He comprado un ancho
biombo que dividirá la habitación, de forma que usted podrá tener un lado y yo
el otro y espero que no se sentirá muy incómoda.”
Contesté
que no importaba cuáles eran las comodidades que estaba acostumbrada a tener y
que estaba deseosa de renunciar a ellas por el placer de su compañía.
Recuerdo
muy bien que fue cuando íbamos juntas al comedor a tomar el té, que ella me
dijo, de pronto, como si algo hubiera estado preocupándola:
-
"El Maestro dice que usted tiene un libro
para mí que necesito mucho."
-
"No, realmente", contesté. "No
traje libros".
-
"Piense de nuevo", respondió.
"Dice el Maestro que se le pidió a usted, en Suecia, que me trajera un
libro sobre el Tarot y la Cábala".
Entonces
recordé las circunstancias que ya he relatado. Desde el momento en que coloqué
el libro en el fondo de mi baúl, había estado alejado de mi vista y de mi
mente. De inmediato me dirigí hasta mi dormitorio, abrí el baúl y metí la mano
hasta el fondo y allí lo encontré en el mismo rincón donde lo había puesto
cuando empaqué en Suecia, sin tocarlo desde aquel momento hasta entonces. Pero
eso no fue todo.
Cuando
retorné al comedor con él en mi mano, Madame Blavatsky hizo un gesto, diciendo:
-
“Deténgase. Ahora abra la página diez y en la
sexta línea usted encontrará las palabras…” y ella citó un pasaje.
Abrí
el libro del cual H.P.B. no podía tener copia pues debe recordarse que no
estaba impreso sino que era un álbum manuscrito donde un amigo mío había
reunido notas y extractos para mi uso personal, y sin embargo en la página y en
la línea que ella indicó encontré las mismas palabras que H.P.B. había
pronunciado.
Cuando
le entregué el libro me aventuré a preguntarle por qué lo quería.
-
"¡Oh!”, contestó, es para La Doctrina Secreta. Este es mi nuevo
trabajo y estoy muy atareada, escribiéndolo. El Maestro está recogiendo
material para mí. El sabía que usted tenía el libro y por eso le indicó que lo
trajera a fin de tenerlo a mano para consulta".
No
se trabajó esa primera noche, pero al día siguiente empecé a darme cuenta de
cuál era el curso de la vida de H.P.B. y cuál sería el mío, si me quedaba con
ella.
CAPITULO 4
La vida
con Blavatsky
La
descripción de un solo día servirá para dar una idea de la rutina diaria de su
vida en aquel tiempo.
A
las seis yo era despertada por la sirvienta que entraba con una taza de café
para Madame Blavatsky, quien después de ese ligero refrigerio se levantaba y
vestía a las siete y ya estaba ante su mesa de trabajo en el escritorio.
Ella
me dijo que ese era su invariable hábito y que el desayuno sería servido a las
ocho. Después del desayuno ella se sentaba frente a su mesa y el trabajo del
día comenzaba, seriamente.
A
la una se servía el almuerzo cuando yo hacía sonar una campanilla de mano para
llamar a Madame Blavatsky. A veces ella venía de inmediato, pero en otras
ocasiones su puerta permanecía cerrada, hora tras hora, hasta que nuestra
sirvienta suiza venía a mí, casi llorando, para preguntarme qué deberíamos
hacer con el almuerzo de Madame, el que estaba ya frío, seco, o quemado, o por
completo echado a perder.
Finalmente
aparecía H.P.B., fatigada con tantas horas de exhaustiva labor y ayuno;
entonces se preparaba otro almuerzo o yo enviaba al hotel por algún alimento
nutritivo.
A
las siete ella dejaba su trabajo, y después del té, pasábamos una agradable
velada juntas.
Cómodamente
sentada en su amplio sillón, H.P.B. acostumbraba disponer sus naipes para un
juego de paciencia, como ella decía, para tranquilizar su mente. Parecía que el
proceso mecánico de ordenar sus naipes permitía a su mente liberarse de la presión
de una labor concentrada durante todo el día.
Ella
nunca se interesaba en hablar de Teosofía por las noches. La tensión mental
durante el día era tan severa que lo que ella necesitaba era descanso, y es por
eso que yo procuraba tantos periódicos y revistas como podía, y de todo eso le
leía artículos o pasajes que me parecían apropiados para interesarla y
distraerla.
A
las nueve se iba a la cama y allí se rodeaba con sus periódicos rusos y leía
hasta una hora avanzada.
Y
así era como nuestros días pasaban en la misma rutina; el único cambio que vale
la pena anotar es que, en ocasiones, ella dejaba abierta la puerta entre el
escritorio y el comedor donde yo me sentaba, y entonces de vez en cuando,
conversábamos o yo escribía cartas por su indicación o discutíamos el contenido
de las recibidas.
Nuestros
visitantes eran muy pocos. Una vez a la semana venía el médico para,
cerciorarse de la salud de H.P.B., y se quedaba más de una hora conversando.
A
veces, muy raramente, nuestro casero un judío de tendencias materialistas, nos
contaba una buena historia de la vida que veía a través de sus gafas y más de
un buen momento de risa hemos tenido juntos; una agradable interrupción en la
diaria monotonía de nuestra labor.
En
ese tiempo supe algo más referente a La
Doctrina Secreta: que sería un trabajo más voluminoso que Isis Develada; y que una vez completado
constaría de cuatro volúmenes, y que en ellos se daría al mundo tanto material
de la doctrina esotérica como era posible en el presente estado de la evolución
humana.
-
"Será, naturalmente, muy fragmentario”,
me dijo ella, “y habrá necesariamente que dejar grandes lagunas, pero hará
pensar a los hombres y tan pronto como ellos estén capacitados se les dará más
a conocer."
"Pero”, agregó
después de una pausa, “tal cosa no será hasta el siglo que viene, cuando los
hombres comenzarán a comprender y discutir esta obra de manera
inteligente."
Pronto,
sin embargo, se me confió la tarea de hacer copias de los manuscritos de
H.P.B., y entonces comencé, naturalmente, a obtener atisbos de la materia de La Doctrina Secreta.
Bawaji
No
he aludido, hasta ahora, a la presencia en Wurzburg de un caballero indo, el
cual durante un tiempo fue una prominente figura en la Sociedad Teosófica.
Fue
en Adyar que un indo cubierto de suciedad, vestido de andrajos y con una
miserable expresión en su semblante, se introdujo un día hasta la presencia de
Madame Blavatsky.
Se
arrojó a sus pies, y con llanto en su voz y en sus ojos le rogó que lo salvara.
Al interrogarlo, él contó que en un momento de exaltación religiosa se había
dirigido al interior de la selva con la intención de renunciar a la sociedad de
los hombres, haciéndose un "morador de la selva" y entregándose a la
contemplación religiosa y a las prácticas del yoga.
Allí
se encontró con un yogui que lo aceptó como su chela [discípulo] y permaneció
algún tiempo dedicado al estudio del peligroso sistema llamado "Hatha
Yoga", un sistema que se basa casi exclusivamente en procesos fisiológicos
para el desarrollo de los poderes psíquicos.
Finalmente,
aterrorizado por sus experiencias y el terrible entrenamiento que tuvo que
seguir, escapó de la influencia de su gurú. No se sabe por qué circunstancias
fue dirigido hacia H.P.B., pero lo consiguió, y ella lo confortó y calmó su
agitada mente, vistiéndolo y alimentándolo y luego a su pedido, comenzó a
enseñarle el verdadero sendero espiritual de desarrollo: la filosofía Raja
Yoga.
En
cambio, él prometió serle devoto toda la vida y cuando ella dejó la India para
ir a Europa él la persuadió de llevarlo con ella.
Él
era un hombre pequeño, de temperamento nervioso, de ojos brillantes.
Durante
los primeros días que pasé en Wurzburg, él estaba siempre hablándome,
traduciéndome historias de sus libros, escritos en tamil, y relatándome toda
clase de extraordinarias aventuras que le habían acontecido cuando estaba en la
selva con su maestro de Hatha Yoga.
Pero
no permaneció mucho tiempo en Wurzburg. Madame Gebhard le envió una cordial
invitación para que la visitara en Elberfeld y así fue que una mañana, después
de una efusiva escena de despedida de H.P.B., durante la cual declaró que había
sido más que una madre para él y que los días que había pasado con ella habían
sido los más felices de su vida, partió, siento decirlo, para no retornar más.
Muy
pronto la adulación le hizo perder la cabeza y el corazón, y el pobre
hombrecillo mostró ser falso con todo lo que debiera haber sido lo más sagrado
para él.
Deseo
pasar ligeramente sobre incidentes de esta naturaleza, pues éste, siento tener
que decirlo, no fue un caso aislado de ingratitud y defección, pero fue,
posiblemente, el que afectó, de manera más dolorosa, a H.P.B.
Lo
menciono aquí para mostrar un ejemplo de la aflicción mental, que agregada a
las enfermedades y debilidades físicas, contribuyó a que el progreso de su
trabajo fuera lento y doloroso.
El informe
de Richard Hodgson
La
vida tranquila y de estudio que he tratado de describir, continuó por algún
tiempo y el trabajo progresó sin interrupción hasta una mañana en que un rayo
descendió sobre nosotras, H.P.B. recibió por correo, temprano y sin una sola
palabra de advertencia, una copia del bien conocido Reporte de la Sociedad para
la Investigación Psíquica de Londres (SPR).
Fue
un cruel golpe y se presentó en forma por completo inesperada. Nunca olvidaré
el día, ni la mirada de desconcertada y petrificante desesperación que Madame
Blavatsky dejó caer sobre mí, cuando entré en su sala y la encontré con el
libro abierto en sus manos.
-
"Esto”, ella exclamó, “es el Karma de la
Sociedad Teosófica y cae sobre mí. Soy la víctima propiciatoria. Se me hace
cargar con todos los pecados de la Sociedad Teosófica y ahora se me apoda la
gran impostora de la era y además una espía rusa; ¿quién me escuchará o leerá
La Doctrina Secreta? ¿Cómo puedo proseguir con el trabajo del Maestro? ¡Oh
malditos fenómenos que sólo produje para satisfacer a amigos íntimos y para
instruir a aquellos que me rodeaban! ¡Qué terrible Karma para sobrellevar!
¿Cómo podré vivir pasando por este Karma? ¡Y si yo muero la labor del Maestro
quedará perdida y la Sociedad Teosófica se arruinará!"
Al
principio y en la intensidad de su pasión, ella no quería escuchar ninguna
razón, sino que se volvió contra mí, diciendo:
-
"¿Por qué no se marcha? ¿Por qué no me
deja? Usted es una Condesa, usted no
puede quedarse aquí con una mujer desprestigiada a la que se exhibe ante el
desprecio de todo el mundo, con la que será mostrada con el dedo en todas
partes como una embaucadora e impostora. Váyase antes de que sea contaminada
por mi vergüenza."
-
"H.P.B.”, le respondí, a la vez que mis
ojos se posaban en los suyos con serena mirada, “usted sabe que el Maestro vive
y que Él es su Maestro y que la Sociedad Teosófica fue fundada por Él. ¿Cómo puede entonces perecer? Y desde que yo conozco esto tan bien como
usted, desde que para mí ahora la verdad ha sido mostrada sin ninguna
posibilidad de duda ¿cómo puede suponer, ni siquiera por un solo momento, que
yo podría abandonarla a usted y a la Causa que las dos nos hemos comprometido a
servir? Aun en el caso de que cada uno
de los miembros de la Sociedad Teosófica demostrara ser un traidor a esta
Causa, usted y yo permaneceríamos y esperaríamos y trabajaríamos hasta que
volvieran mejores tiempos.”
Luego
comenzaron a llegar cartas que no contenían más que recriminación y agravio,
renuncia de miembros, y apatía y temor de parte de aquellos que permanecieron.
Fue
un tiempo de prueba; la existencia misma de la Sociedad Teosófica parecía
amenazada y H.P.B. se sentía como si todo estuviera desmoronándose a sus pies.
Su
naturaleza en extremo sensitiva fue demasiado profundamente herida, su
indignación y resentimiento, ante tan inmerecida calumnia, fueron excesivamente
excitados como para escuchar, en los primeros momentos, consejos sobre
paciencia y moderación. Nada le parecía aceptable y quería partir para Londres
de inmediato y aniquilar a sus detractores en las llamas de su justa
indignación.
Finalmente
conseguí apaciguarla, pero sólo por un tiempo. Cada correo acrecentaba su enojo
y desesperación, y durante mucho tiempo no pudo hacerse ningún trabajo útil.
Por
fin, reconoció que para ella no habría esperanza o remedio alguno en el empleo
de procedimientos legales ni en este país ni en la India.
Eso
está probado en el pasaje de la protesta que dirigió el señor Sinnett al Reporte
de la Sociedad para la Investigación Psíquica titulado “Fenómenos del Mundo Oculto”,
pasaje que redactó H.P.B. y que aquí cito:
"El señor
Hodgson sabe, y el Comité de la SPR sin duda comparte, su conocimiento que por
mi parte él está a salvo de acciones por difamación debido a que no tengo
dinero para proceder con costosos trámites (por haber dado siempre todo lo que
he poseído a la causa que sirvo).
Además que mi
reivindicación involucraría el examen de misterios psíquicos que no pueden ser
tratados de manera adecuada en un tribunal, y también porque hay ciertas
preguntas a las que me he comprometido solemnemente no contestar nunca, y una
investigación legal de tales calumnias actualizaría esas preguntas, a la vez
que mi silencio y negativa a contestarlas sería tergiversada como rebeldía al
tribunal.
Estas circunstancias
explican el vergonzoso ataque que ha sido lanzado contra una casi indefensa
mujer y la inacción a la que estoy tan cruelmente condenada, frente a todo
ello."
Puedo
también citar, para complementar mi propia narración de esos penosos tiempos,
las impresiones del señor Sinnett consignadas en su obra Incidentes en la Vida de Madame Blavatsky:
"Durante quince
días las tumultuosas emociones de Madame Blavatsky hicieron imposible todo
progreso en su trabajo. Su temperamento volcánico la convierte ante momentos de
emergencia en la peor exponente de su propio caso, sea éste el que fuere.
Casi ninguna de las
cartas, memorándums y protestas en las cuales ella gastó sus energías durante
esa miserable quincena, fueron presentadas de manera que hubiera ayudado a un
público frío y poco benévolo, a comprender la verdad de las cosas, y no vale la
pena resucitarlas aquí.
La induje a suavizar
el tono de una protesta, en una forma presentable para insertar en un folleto
que publiqué a fines de enero, y en cuanto al resto, muy pocos, a no ser sus
más íntimos amigos, apreciarían correctamente su fuego y furia.
Su lenguaje cuando
ella se encuentra bajo el dominio de una explosión de excitación, induciría a
un extraño a suponerla sedienta de venganza, fuera de sí por la pasión, pronta
para exigir salvaje venganza de sus enemigos si tuviera poder para ello.
Son sólo aquellos que
la conocen íntimamente, alrededor de una media docena de sus más cercanos
amigos, quienes saben que a pesar de toda esa efervescencia de sentimientos, si
sus enemigos fueran realmente puestos ante ella, su rabia contra ellos se
disiparía como una rota burbuja de jabón."
Para
concluir este episodio se me permitirá citar una carta mía, enviada al señor
Sinnett en aquel tiempo, y publicada en su libro Incidentes en la Vida de Madame Blavatsky, y en la prensa
americana, carta en la cual hacía un sumario de algunas impresiones mías
durante mi estada en Wurzburg. Omitiré el primer párrafo que se relaciona con lo
que ya he descrito:
“…Habiéndome enterado
de los absurdos rumores que circulan contra ella (H.P.B.) en los cuales se la
ha acusado de decepcionar, de practicar fraude e incluso magia negra, yo estaba
prevenida y fui hacia ella en un sereno y tranquilo estado mental, determinada
a no aceptar nada de carácter oculto que de ella viniera, sin obtener
suficientes pruebas; a mantener mis ojos abiertos y a ser justa y sincera en
mis conclusiones.
El sentido común no
me permitía creer en su culpabilidad sin encontrar primero pruebas de ello,
pero si esa prueba hubiera sido suministrada, mi sentido del honor me hubiera
hecho imposible permanecer en una Sociedad cuya fundadora cometiera embaucamiento
y fraude; por tanto mi propósito mental era el de investigar y me sentía
ansiosa de encontrar la verdad.
He vivido ya unos
cuantos meses con Madame Blavatsky, he compartido su dormitorio y he estado con
ella de mañana, de tarde y de noche. He tenido acceso a todos sus cajones y
gavetas, he leído las cartas que recibió y las que escribió.
Y ahora de manera
patente y honesta declaro que me avergüenzo por haber alguna vez sospechado de
ella, pues la creo ser una mujer honesta y veraz, fiel hasta la muerte a sus
Maestros y a la causa por la cual ha sacrificado su posición, fortuna y salud.
No hay la menor duda
para mí que ella hizo esos sacrificios, pues he palpado las pruebas de los
mismos, siendo algunas de esas pruebas documentos cuya autenticidad está fuera
de toda posible sospecha.
Desde un punto de
vista mundano, Madame Blavatsky es una mujer desdichada, calumniada, puesta en
duda y maltratada por muchos; pero observando desde un punto de vista más
elevado, ella posee cualidades extraordinarias y ninguna acumulación de vilipendio
puede privarla de los privilegios que ella disfruta y que consisten en un
conocimiento de muchas cosas que sólo unos pocos mortales conocen y en un trato
personal con ciertos Adeptos orientales.
Debido al vasto
conocimiento que ella posee y que se extiende profundamente dentro de la parte
invisible de la naturaleza, no podemos menos de lamentar mucho que todas sus
perturbaciones y tribulaciones le impidan dar al mundo una gran cantidad de
información que ella estaría bien dispuesta a impartir si sólo se le permitiera
trabajar en paz y sin insensatas distracciones.
Aun el gran trabajo
al cual ella está ahora entregada, su obra La
Doctrina Secreta ha sido en gran parte impedida por todas las
persecuciones, cartas ofensivas y otras mezquinas molestias a las que la han
sometido este invierno, pues debe recordarse que H.P.B. no es todavía un Adepto
completo ni ella lo pretende ser, y que por lo tanto a pesar de todo su gran
conocimiento, ella es tan dolorosamente susceptible al insulto y a la sospecha
como lo pudiera ser cualquiera dama de su condición, refinamiento y posición.
La Doctrina Secreta será, no hay duda, un
grandioso e importante trabajo. He tenido el privilegio de observar su
progreso, de leer los manuscritos y de presenciar la manera oculta por la cual
ella obtenía sus informaciones.
Últimamente, y entre
personas que se llaman a sí mismas "teósofos", he escuchado
expresiones que me sorprenden y apenan. Tales personas han dicho que si se
probara que los Mahatmas no existen, a ello no les importaría; que a pesar de
todo la Teosofía es una verdad, y otras cosas más por el estilo.
Esas y similares
declaraciones han estado circulando en Alemania, Inglaterra y América, pero
según mi manera de comprender, tales declaraciones son muy erróneas, pues en
primer lugar si no existieran los Mahatmas o Adeptos, es decir personas que han
progresado tanto en la escala de la evolución humana hasta serles posible unir
su personalidad con el sexto principio del universo (el Cristo universal),
entonces las enseñanzas éticas que han sido denominadas "Teosofía"
serían falsas porque existiría una laguna en la escala de progresión, que sería
más difícil de explicar que el "eslabón perdido" de Darwin.
Además si tales
personas se refieren meramente a aquellos Adeptos de quienes se dice que han
tomado parte activa en la fundación de la Sociedad Teosófica, ellas parecen
olvidar que sin esos Adeptos no hubiéramos tenido nunca esa organización, ni se
hubiera escrito Isis Develada, Buddhismo Esotérico, Luz en el Sendero, The Theosophist y otras valiosas publicaciones teosóficas
Y si en el futuro nos
rehusáramos a beneficiarnos con la influencia de los Mahatmas y nos libráramos
por entero a nuestros propios recursos pronto nos perderíamos en un laberinto
de especulaciones metafísicas.
Debe dejarse a la
ciencia y a la filosofía especulativa que se confinen a teorías y a la
obtención de las informaciones tal como están contenidas en libros: la Teosofía
va más lejos y adquiere el conocimiento por la percepción directa íntima.
El estudio de la
Teosofía significa, por lo tanto el desarrollo práctico, y para obtener ese
desarrollo es necesario un guía que conozca lo que enseña y que debe haber
alcanzado, él mismo, ese estado por el proceso de regeneración espiritual.
Después de todo lo
que ha sido dicho, en los relatos del señor Sinnett, referente a los fenómenos
ocultos que tuvieron lugar en la presencia de Madame Blavatsky, y como tales
fenómenos han sido parte integrante de toda su vida, estos ocurriendo en
momentos en que ella era consciente o inconsciente de ellos.
Sólo me queda agregar
que durante mi estada con Madame Blavatsky yo he sido frecuentemente testigo de
tales genuinos fenómenos. Pero aquí, como en cualquiera otra fase de la vida,
lo principal es aprender a distinguir propiamente y a estimar todo en su
verdadero valor.
Suya, sinceramente
Constance Wachtmeister,
M. S. T."
CAPÍTULO 5
Tiempos
difíciles
No
es de extrañar que el progreso en La
Doctrina Secreta se detuviera durante esos tormentosos días y que cuando
por fin la labor fue reanudada, fuera difícil volver a encontrar el necesario
aislamiento y la tranquilidad mental.
H.P.B.
me dijo un atardecer:
-
"Usted no se puede imaginar lo que es
sentir tantos pensamientos y corrientes adversas dirigidas contra uno; son como
los pinchazos de miles de agujas, y continuamente tengo que estar levantando
barreras de protección a mi alrededor.”
Le
pregunté si sabía de quienes venían esos pensamientos inamistosos y ella me
contestó:
-
“Sí; por desgracia puedo saberlo, pero estoy
tratando siempre de cerrar mis ojos para no ver ni conocer."
Y
para probarme que así era, me mencionaba cartas que habían sido escritas,
citando pasajes de ellas y tales cartas llegaron, ciertamente, uno o dos días
después y yo pude verificar la exactitud de tales frases.
En
ese tiempo, un día al entrar en su escritorio encontré el piso cubierto por
hojas manuscritas, y cuando le pregunté el significado de ello, ella me
contestó:
-
"Sí, he intentado doce veces escribir
esta página correctamente y cada vez el Maestro dice que está mal. Creo que me
voy a enloquecer escribiéndola tantas veces, pero déjeme sola, no me detendré
hasta haberla logrado aunque tenga que pasarme toda la noche en eso."
Le
traje entonces una taza de café para que la aliviara y sustentara y la dejé
sola para que prosiguiera con su tediosa labor.
Una
hora más tarde oí su voz llamándome y al entrar encontré que por fin el pasaje
había sido completado a satisfacción, pero la labor había sido terrible y en
ese tiempo los resultados de su trabajo eran a menudo bastante inciertos.
Mientras
ella se recostaba para gustar de su cigarrillo y de la sensación de alivio
después de tan arduo esfuerzo, me apoyé en el brazo de su gran sillón y le
pregunté cómo era que ella podía cometer errores en aquello que se le
transmitía, y ella me dijo:
-
"Bien, como usted lo ha constatado, lo
que yo hago es lo siguiente: primero efectúo ante mí eso que sólo puedo
describir como una especie de vacío en el aire, y fijo mi vista y voluntad en
él.
Pronto comienza a
pasar ante mí una escena tras otra, como las sucesivas escenas en un diorama, o
si necesito una referencia o información de algún libro, fijo mi mente con
intensidad y aparece la imagen astral del libro y de ella tomo lo que necesito.
Cuanto más
perfectamente libre está mi mente de distracciones y mortificaciones, tanto más
energía e intensidad posee y tanto más fácilmente puedo hacer eso.
Pero actualmente,
después de toda la vejación que he sufrido a consecuencia de la carta de X, no pude
concentrarme apropiadamente, y cada vez que lo intenté obtuve todas las citas
equivocadas.
El Maestro dice que
ahora están bien, de manera que vayamos a tomar un poco de té".
Golpes fenoménicos
en una mesa
Ya
he mencionado que pocos visitantes tuvimos en ese tiempo. Sin embargo en ese
atardecer me sorprendió el sonido de voces extrañas en el pasadizo, y poco
tiempo después fue anunciado un profesor alemán, cuyo nombre no necesito dar.
Él
se excusó de su intrusión diciendo que había viajado muchas millas para ver a
Madame Blavatsky y expresarle su simpatía. Tenía conocimiento de la falta de
equidad y de la intención que caracterizaba al Reporte de la S. P. R., y por
eso solicitaba ¿si no le favorecería, Madame Blavatsky, en el interés de las
ciencias psíquicas, con una exhibición de los "fenómenos" que ella
podía producir con tanta facilidad?
Ahora
bien, "la Vieja Dama" estaba muy cansada y posiblemente no tenía
mucha fe en las suaves manifestaciones de su visitante; de todos modos ella se
sentía poco inclinada a satisfacerle aunque, finalmente persuadida por su
insistencia, consintió en producir insignificantes experimentos de fuerza
psicoeléctrica (golpecitos) que son los más simples, más fáciles y más
familiares de esos fenómenos.
Ella
le rogó que apartara la mesa, que estaba enfrente, llevándola a cierta
distancia de manera que él pudiera pasar a su alrededor e inspeccionarla.
-
“Ahora”, dijo ella, “voy a producir
golpecitos en esa mesa tantas veces como usted lo desee."
Él
pidió primero tres veces, luego cinco, después siete y así en sucesión; y cada
vez que H.P.B. elevaba su dedo, apuntando a la mesa, se producían golpecitos
agudos y claros, de acuerdo al deseo manifestado.
El
profesor pareció encantado, él se movía alrededor de la mesa con extraordinaria
agilidad, miraba abajo, examinaba todos sus lados, y cuando H.P.B. se
encontraba ya exhausta para seguir gratificando su curiosidad en esa dirección,
él se sentó y la acosó con preguntas a las que ella contestó con su
acostumbrada vivacidad y agradable manera.
Finalmente
nuestro visitante se despidió, no convencido como lo supimos más tarde. Él era
un discípulo de Huxley y prefería adoptar cualquiera explicación por absurda
que fuera, siempre que no estuviera en contradicción con sus propias teorías.
¡Pobre
H.P.B.! Sus hinchados y doloridos
miembros que apenas podían llevarla de un asiento a otro no eran apropiados
para la producción de la “superchería” que el profesor le atribuyó.
Su visión
astral
La
circunstancia que posiblemente más atrajo mi atención y excitó mi admiración
cuando comencé a ayudar a Madame Blavatsky como su amanuense, y me permitió
obtener algunos atisbos de la naturaleza de su trabajo con La Doctrina Secreta, fue la pobreza de sus libros de viaje.
Sus
manuscritos estaban repletos hasta desbordarse con referencias, citas y
alusiones tomadas de un gran conjunto de trabajos raros y recónditos que trataban
de los más diversos conocimientos.
En
un momento ella necesitaba verificar un pasaje de algún libro que sólo se
encontraba en el Vaticano, y en otro momento ella necesitaba verificar de algún
documento del que sólo existía una copia en el Museo Británico.
Con
todos esos documentos, era sólo verificación lo que necesitaba, y el material
que había acumulado en sus escritos no podría ciertamente haberlo procurado de
unos cuantos libros, muy comunes por cierto, que ella llevaba en sus viajes.
Poco
tiempo después de mi llegada a Wurzburg, ella tuvo ocasión de preguntarme si yo
conocía a alguien que pudiera hacerle un favor e ir a la Biblioteca Bodleian.
Coincidió
que yo conocía alguien que podía hacerlo, de forma que mi amigo verificó un
pasaje que H.P.B. había visto en la Luz Astral con el título del libro, página
y cifras correctamente anotadas.
Tales
visiones presentan la imagen original invertida, tal como se vería en un espejo,
y aunque con un poco de práctica y considerando el sentido general las palabras
estas pueden ser leídas con facilidad, es mucho más difícil evitar los errores
cuando se trata de números, y justamente eran números los que había que
verificar en esa ocasión.
En
cierta oportunidad se me asignó una tarea muy difícil que consistía en verificar
un pasaje tomado de un manuscrito guardado en el Vaticano. Habiendo conocido un
caballero que tenía un pariente en el Vaticano, conseguí aunque con cierta
dificultad, la verificación de ese pasaje.
Sólo
dos palabras estaban equivocadas, pero todo el resto estaba correctamente trasladado,
y cosa extraña, se me dijo que esas dos palabras estaban considerablemente
borrosas en el original y había sido difícil descifrarlas.
Estos
son unos pocos ejemplos tomados entre muchos. Siempre que H.P.B. necesitaba
información definitiva sobre cualquier asunto que era de suma importancia en
sus escritos, con seguridad esa información le llegaba de una manera u otra, ya
fuera como una comunicación de un lejano amigo, en un periódico, en una revista
o en el curso de la lectura casual de libros. Y eso acontecía con una
frecuencia y adecuación que situaba la cuestión fuera de la región de una mera
coincidencia.
Sin
embargo siempre que le era posible ella prefería utilizar los medios normales que
los anormales, para así no gastar de manera innecesaria su poder.
Ayuda invisible
Y
yo no era la única persona que había observado la ayuda invisible que le
llegaba a
H.P.B.
en la prosecución de su tarea, y la exactitud de las citas que recibía. Inserto
aquí una nota que me envió la señorita E. Kislingbury y que ilustra este punto
de manera muy aclaratoria:
"Después de la
publicación del ahora famoso Reporte de la S.P.R. por cuya injusticia yo me
resentí profundamente, decidí ir a ver a Madame Blavatsky, quien se me dijo que
entonces vivía en Wurzburg.
La encontré viviendo
de manera sencilla, en la original y vieja villa alemana con la Condesa
Wachtmeister que había permanecido a su lado todo el invierno. Ella se
encontraba enferma, sufriendo de una complicación de dolencias y bajo constante
tratamiento médico.
Se encontraba
mentalmente atormentada por la deserción de amigos y por los mezquinos ataques
de enemigos como consecuencia del indicado Reporte, y sin embargo a pesar de
todas esas dificultades, H.P.B. estaba entregada por completo a la colosal
labor de escribir La Doctrina Secreta.
En una villa
extranjera donde el lenguaje de sus habitantes no le era familiar, con sólo
aquellos libros de la India que había llevado consigo, alejada de todo amigo
que podría haberla ayudado en encontrar referencias necesarias o en tomar notas
útiles, trabajó con asiduidad, abandonando raramente su escritorio a no ser
para tomar frugales alimentos, permaneciendo en su tarea desde la mañana temprano
hasta las seis de la tarde.
Pero H.P.B., tenía
sus ayudantes invisibles cuando se sentaba a escribir en la habitación
consagrada por ella a su trabajo. Como en ese tiempo no era yo miembro de la Sociedad
Teosófica, aunque había conocido a H.P.B. desde la fundación de la misma, poco
se me había dicho personalmente, o había sido dicho en mi presencia, relativo a
los métodos usados.
Sin embargo un día
ella me entregó un papel con una cita que se le había dado, tomada de un escritor
católico, concerniente a la relación entre la ciencia y la religión, y me
preguntó si yo podía ayudarla a verificar el autor y la obra a la cual
pertenecía.
Me pareció, por la
naturaleza de la cita, que podría ser del cardenal Wiseman, de su obra titulada
Lecturas sobre la Ciencia y la Religión,
y le escribí a un amigo en Londres con el resultado de que la verificación fue
completa, habiéndose encontrado el capítulo y la página tal como aparece
actualmente en La Doctrina Secreta,
vol. II, página 704.”
CAPÍTULO 6
Me
fue posible observar, de tiempo en tiempo, otro incidente que ocurría con
frecuencia y que indica otra forma de la guía y ayuda que fueron dadas a H.P.B.
en su trabajo.
A
menudo, temprano en la mañana, veía yo sobre su escritorio un trozo de papel
con caracteres desconocidos trazados en tinta roja. Al preguntarle el
significado de esas misteriosas notas, ella me contestaba que indicaban su trabajo
para ese día.
(Nota
de Cid: el maestro Kuthumi acostumbraba escribir en azul, mientras que el
maestro Morya acostumbraba escribir en rojo, así que muy probablemente era él
quien dejaba esas directivas.)
Esos
son ejemplos de los mensajes "precipitados" que han sido objeto de
tanta acalorada controversia aun en las filas de la Sociedad Teosófica, y de
interminables e ignorantes debates de
sus detractores; "los mensajes rojos y azules fantasmales, como los
denomina X".
Citando,
ahora, de una carta de H.P.B. escrita en ese tiempo y publicada luego en The Path. En la misma carta sigue
diciendo:
"¿Que fue
fraude? Ciertamente no.
¿Fue escrito por
elementales? NUNCA.
Pero en cambio si fue
entregado y el fenómeno físico es producido por elementales utilizados para ese
propósito; pero ¿qué tienen ellos que ver esos seres insensibles, con las
porciones inteligentes del más pequeño y más trivial mensaje?"
Poco
puede asombrarnos que eses mensajes sean recibidos con sospecha en el presente
estado de ignorancia en lo que se refiere a los fenómenos psíquicos. Lo más que
podría esperarse del hombre común sería la suspensión de todo juicio,
acompañada de una buena voluntad de aprender e investigar.
Pero
cuando llegamos a examinar el proceder de H.P.B. en presencia de tales
mensajes, obtenemos una prueba incontrovertible de su buena fe. Llegaron
directamente hacia ella y los requerimientos que contenían fueron siempre
recibidos por H.P.B. con sumisión y obediencia aun en los casos en que ella
hubiera preferido actuar de otra manera.
Mucha
información se destruyó
¡Cuán
a menudo he lamentado ver cómo resmas de manuscritos, cuidadosamente preparados
y copiados, eran arrojados a las llamas a una palabra, a una intimación de los
Maestros; cantidad de información y comentarios que, según me parecía, serían
de inapreciable valor para nosotros ahora que hemos perdido a nuestra gran
Maestra!
Cierto
es que en ese tiempo yo comprendí muy poco lo que copiaba y no me di cuenta del
valor de esas enseñanzas, como ahora.
Desde
entonces he pensado que eso fue más conveniente para mi labor, por la especial
condición de la misma, desde que sólo fragmentos y sugerencias del conocimiento
oculto son dados en La Doctrina Secreta,
y esa naturaleza del trabajo puede haber llevado a H.P.B. en los primeros
tiempos, a poner por escrito mucho más de lo que era prudente dar a conocer a
cualquiera, ni aun a una persona que como yo, no era una discípula iniciada
aunque sí una persona impulsada por un ardiente celo.
Por
cierto que conozco el hecho de que mucha enseñanza, realmente esotérica, tuvo
que ser eliminada de sus escritos originales, y como dije, muchos de sus
manuscritos y de mis copias fueron destruidos.
También
en ese tiempo no obtuve ninguna satisfactoria contestación a mis averiguaciones,
de forma que finalmente aprendí a guardar silencio y raramente o nunca hacía
preguntas.
La
enseñanza era difícil en esa época
Es
muy difícil para quienes ahora ingresan en la Sociedad Teosófica darse cuenta
de la condición de las cosas en la época a la que me refiero. En ese tiempo no
se ofrecían al estudiante de Teosofía las oportunidades para el estudio y
progreso que ahora son prodigadas al candidato para miembro o al aspirante a la
instrucción. Tampoco se daban conferencias, y había muy pocos libros.
La
misma H.P.B. no era la persona más apropiada para la tarea de una exposición
ordenada y paciente de sus enseñanzas debido a su propia constitución y a su
especial manera de pensar.
Tengo
ante mí una carta de ella, sin fecha, pero escrita alrededor de ese tiempo
desde Elberfeld, adonde se dirigió desde Wurzburg, en la cual expone de manera
muy vívida y con su habitual jocosidad, su desesperación ante el peso de la
tarea que se le impuso.
Doy
un extracto literal de su correspondencia, pues la singularidad de su
fraseología fue una peculiar característica propiamente suya y se sabe bien que
en ese tiempo su inglés era muy imperfecto:
"Si usted está
‘preocupada’, yo estoy por completo perpleja para comprender lo que se espera
de mí. Nunca he prometido desempeñar el papel de gurú, maestro de escuela, o
profesor para Y o para cualquier otro.
El Maestro le dijo
que fuera a Elberfeld y el Maestro me dijo que él vendría y que yo tendría que
contestar a sus preguntas. Eso he hecho y no puedo hacer más. Le leí textos de
la Doctrina Secreta y encontré que no
podía proseguir pues él me interrumpía a cada línea que leía y no sólo con
preguntas sino que generalmente hacía una disertación sobre su propia pregunta
y esa contestación le llevaba veinte minutos.
En lo que se refiere
a Y, le hice escribir a usted, y él le responderá por sí mismo. Le he dicho a
usted en repetidas ocasiones que yo nunca enseñé a nadie a no ser en mi propia
y usual manera.
Tanto Olcott como
Judge han aprendido todo lo que saben en su asociación conmigo. Si hubiera que infligírseme
el castigo de impartir ordenadas instrucciones, a la manera de un profesor,
durante una hora, y no digo nada si fueran dos horas por día, yo preferiría
escapar al Polo Norte o morirme cualquier día cortando enteramente mis
conexiones con la Teosofía.
Soy incapaz de hacer
tal cosa como cualquiera que me conozca debería saberlo. Hasta ahora no he
podido saber qué es lo que Y quiere saber. ¿Es ocultismo, Metafísica, o los
principios de la Teosofía en general?
Si es lo primero le
encuentro incapacitado por completo para ello. Hemos preparado una promesa (que
M. G. le enviará) e Y insiste en incluir entre los miembros firmantes de esa
promesa secreta a su esposa, y ahora que la hemos firmado nos encontramos con
que él no tiene la intención de usar el poder de su voluntad y que su esposa
piensa que ello es pecaminoso.
Entonces, ¿para qué
todo eso?
En cuanto a
metafísica él puede aprender de M. Le dije que M no conoce nada de nuestras
doctrinas ocultas y no puede enseñar, pero puede explicarle el Bhagavad Gita mejor que yo.
. . .
Eso es todo lo que
puedo decir. Estoy enferma y nerviosa más que nunca. La corriente de la Doctrina Secreta se ha detenido y pasarán
dos meses antes de que pueda retornar al estado en que me encontraba en
Wurzburg.
Para escribirla debe
dejárseme enteramente tranquila y si se ha de molestarme con enseñanzas,
entonces tengo que renunciar a escribir la Doctrina
Secreta. Así que la gente escoja y vea qué es lo más útil: que sea escrita
la Doctrina Secreta o que se instruya
a Y.”
En
esos días sólo un individuo privilegiado podía posiblemente entrar en
correspondencia con un miembro más antiguo, pero en el mejor de los casos las
dificultades eran grandes y era sólo una voluntad determinada la que sobrepasaría
todos los obstáculos. Voluntad a la que habría que agregar posiblemente, una
herencia kármica de actitud natural que podría suplir, por energía inherente,
la carencia de facilidades que son ahora tan generosamente brindadas.
Ni
entonces, ni en nuestros más entusiastas momentos, soñamos jamás con una gran
Sociedad Teosófica con Secciones Americana, Inda y Europea, y con numerosas
Ramas y Centros de actividad en casi cada país importante del mundo.
Nos
pareció que lo más que se podría esperar sería un grupo de fieles estudiantes,
un grupo de serios discípulos, para mantener encendidas las chispas de la
enseñanza oculta hasta el último cuarto del siglo veinte, cuando con el
advenimiento de un nuevo ciclo menor, un nuevo acceso a la luz espiritual
podría ser esperado.
Pero
luego que esos pocos años se han deslizado, y aunque ellos nos han privado de
la presencia corporal de nuestra Maestra, hemos podido aprender una lección diferente:
nos hemos visto obligados a reconocer qué mal comprendimos la fortaleza de las
fuerzas espirituales que están detrás del Movimiento teosófico.
Se
hace claro y más claro, día a día, que la Teosofía, al menos en sus amplias
delineaciones, no es un privilegio exclusivo de unos pocos favorecidos, sino
que es una donación a toda la humanidad sin limitación y que su influencia en
la corriente del pensamiento moderno debe sobrevivir como un potente factor
contra el materialismo pesimista de la época.
Los
fenómenos paranormales que la condesa presenció
Viviendo
de una manera tan cercana con H.P.B., como yo lo estuve en ese tiempo, era
natural que yo fuera una testigo de los muchos "fenómenos" que
tuvieron lugar a su lado.
Una
ocurrencia que se repitió por un largo período, me impresionó muy fuertemente
dejándome la convicción de que ella era vigilada y cuidada por guardianes
invisibles. Desde la primera noche que pasé en su habitación hasta la última
que precedió nuestra partida de Wurzburg, oí de manera regular unas series
intermitentes de golpecitos sobre la mesa que estaba al lado de su lecho.
Comenzaban cada noche a las diez y continuaban a intervalos de diez minutos
hasta las seis de la mañana.
Eran
golpecitos agudos y claros, de una clase que yo nunca había oído antes. A veces
tuve mi reloj en la mano durante espacios de una hora y siempre que sonó el
intervalo de diez minutos se sintieron los golpecitos que llegaban con la mayor
regularidad. Nada importaba que H.P.B. estuviera despierta o dormida para la
producción del fenómeno ni para su uniformidad.
Cuando
pedí una explicación de esos golpecitos, ella me dijo que era un efecto de lo
que podría llamarse una especie de telégrafo psíquico que la colocaba en
comunicación con sus Maestros y servía para que los chelas vigilaran su cuerpo
físico cuando su astral lo había dejado.
En
relación a esto he de mencionar otro incidente que me probó que existían seres actuando
en su cercanía, agentes cuya naturaleza y acción eran inexplicables por las
teorías generalmente aceptadas de la constitución y leyes de la materia.
Como
ya he indicado anteriormente H.P.B. estaba acostumbrada a leer sus periódicos
rusos por la noche, y raramente extinguía su lámpara antes de media noche. Había
un biombo entre mi lecho y su lámpara, pero los fuertes rayos reflejados por el
techo y las paredes perturbaban a menudo mi reposo.
Una
noche, esa lámpara estaba encendida después de que el reloj había marcado la
una de la mañana. No podía dormir y como oí la respiración regular de H.P.B.
que dormía, me levanté y caminé suavemente hasta la lámpara y la apagué.
En
el dormitorio había siempre una tenue luz que provenía de una veladora que se
dejaba encendida en el estudio, manteniéndose abiertas las puertas entre esa habitación
y nuestro dormitorio.
Yo
había apagado la lámpara y me había vuelto hacia mi lecho cuando se encendió de
nuevo y la habitación se iluminó con luz brillante. Pensé para mí misma: “qué
extraña lámpara, posiblemente no funciona bien”.
De
manera que fui de nuevo y bajé de nuevo la mecha, y esta vez vigilé hasta que
el último vestigio de luz había desaparecido, y aún así mantuve apretado el
resorte con los dedos. Entonces lo solté y quedé de pie un momento, observando,
cuando para mi sorpresa la llama reapareció y la lámpara volvió a brillar como
antes.
Tal
cosa me dejó considerablemente perpleja y determiné quedarme allí frente a la
lámpara toda la noche, si fuera necesario, para mantenerla apagada hasta que
descubriera el motivo y el por qué de ese extraño comportamiento.
Por
tercera vez apreté el resorte y lo bajé hasta que la lámpara estuvo apagada por
completo, y lo volví a soltar observando atentamente para ver lo que ocurría.
Y
por tercera vez la lámpara se encendió, pero esta vez vi una mano morena moviendo
lenta y suavemente el resorte de la lámpara.
Familiarizada
como yo estaba con la acción de las fuerzas y entidades astrales en el plano
físico, no tuve dificultad en llegar a la conclusión de que era la mano de un
chela y suponiendo que había alguna razón para que la lámpara permaneciera
encendida, retorné a mi lecho.
Pero
un espíritu picaresco de curiosidad se había adueñado de mí esa noche. Quería saber
más, así es que llamé: "¡Madame Blavatsky!", y luego más fuerte
"¡Madame Blavatsky!" y otra vez más fuerte "¡MADAME BLAVATSKY!"
De
pronto oí que se me contestaba con un grito:
-
"¡Oh, mi corazón, mi corazón! ¡Condesa,
casi me ha matado!"
Y
luego su voz, de nuevo:
-
"¡Mi corazón, mi corazón!"
Me
precipité hacia el lecho de H.P.B., y ella me respondió:
-
"Estaba con el Maestro, ¿por qué me ha
hecho retornar?"
Yo
me sentí entonces completamente alarmada porque su corazón se agitaba bajo mi
mano con locas palpitaciones. Le di una dosis de digitalina y me senté a su
lado hasta que los síntomas aminoraron y ella se sintió más calmada.
Entonces
me contó cómo en una ocasión el Coronel Olcott casi la mata de la misma manera,
llamándola de vuelta repentinamente cuando su forma astral había dejado su
cuerpo físico. Me hizo prometerle que nunca más intentaría ese experimento con
ella, y esa promesa se la di prontamente desde el fondo de mi aflicción y gran pesar
por haberle causado tal sufrimiento.
¿Por qué
Blavatsky no utilizó sus poderes para su beneficio?
Pero
seguramente se preguntará el lector:
¿Por
qué ella continuaba sufriendo si poseía poderes que podrían aliviarla a su
voluntad?
¿Por
qué cuando ella estaba trabajando cada día durante largas horas, en una tarea
tan importante, una tarea que requería una mente libre de preocupaciones y un
cuerpo sano, por qué nunca extendió un dedo para mejorar las condiciones y
alejar de sí misma una debilidad y pena que hubiera postrado por completo a
cualquier persona común?
Esa
es una pregunta natural y no dejó de ocurrírseme conociendo, como conocía, los
poderes curativos que ella poseía y su capacidad para aliviar los dolores de
otros.
Cuando
se le hacía tal pregunta su contestación era invariablemente la misma:
-
"En ocultismo”, decía ella, “debe
hacerse una muy solemne promesa: no usar nunca para beneficio del yo personal
ningún poder adquirido o conferido, porque hacer tal cosa sería colocar los
pies en la profunda y traidora pendiente que termina en los abismos de la Magia
Negra.
Yo he hecho esa
promesa y no soy persona que quebrante una promesa cuya santidad no puede ser
mostrada a la comprensión del profano. Prefiero sufrir no importa las torturas,
que ser infiel a mi promesa.
En cuanto a conseguir
condiciones más favorables para la prosecución de nuestra tarea, no es para
nosotros que los medios justifican el fin, no se nos permite hacer mal para
obtener como resultado un bien, y no es sólo dolor corporal y debilidad lo que
tengo que sufrir con toda la paciencia que pueda, dominándolos por mi voluntad,
y en aras del trabajo, sino también disgusto, ignominia, oprobio, ridículo y
tortura mental."
El
sacrificio de Blavatsky
Todo
eso no era mera exageración ni mera forma de expresión emocional. Era verdadero
y siempre fue verdadero hasta su muerte, tanto de hecho como en la historia de
la Sociedad Teosófica.
Sobre
ella, firme al frente de la Sociedad Teosófica, cayeron los ponzoñosos dardos
de la reprobación y tergiversación; y así ella se mantuvo como un sensitivo
escudo o baluarte detrás del cual estaban escondidos y protegidos los
verdaderos culpables, los débiles y los descarriados.
Fue,
por así decirlo, una víctima sacrificada, aceptando un largo martirio, y sobre
su agonía y la vergüenza, tan inmerecida que ella soportó con fortaleza sin
igual, fue levantada la prosperidad de toda la Sociedad Teosófica.
Son
muy pocos los miembros de la Sociedad Teosófica cuya posición les permita darse
cuenta de todo eso. Son sólo quienes han vivido con ella, día a día, los que
han presenciado sus interminables horas de sufrimientos y las torturas que ella
soportó por calumnias e insultos; los que al mismo tiempo han observado el
crecimiento y prosperidad de la Sociedad Teosófica en la atmósfera
relativamente calma y confortante lograda por el resguardo que su personalidad
proveyó
Son
sólo esos miembros quienes pueden juzgar de la magnitud de la deuda que han
contraído con ella, mientras que son muchos los que ni siquiera sospechan que
le son deudores.
(Observación
de Cid: desafortunadamente la Sociedad Teosófica cayó en los peores disparates
durante la presidencia de Annie Besant.)
En
una ocasión se le presentó a Blavatsky una tentación bajo la forma de una muy
buena retribución anual si ella aceptaba escribir para los periódicos rusos. Se
le dijo que podría escribir sobre ocultismo o cualquier otro asunto que le
interesara y agradara. Todo lo que le pedían era que contribuyera con sus
escritos. Se le presentaba con ello una promesa de comodidad y descanso por el
resto de su vida. Dos horas diarias de labor bastaban ampliamente para
satisfacer todo lo que se le exigía, pero entonces no se hubiera escrito La Doctrina Secreta.
Yo
le insinué un arreglo y le pregunté si no le era posible aceptar esa oferta y
al mismo tiempo continuar su trabajo teosófico, pero ella exclamó:
-
"¡No, mil veces no! Para escribir una
obra como La Doctrina Secreta debo
mantener todos mis pensamientos enfocados en dirección a esa corriente. Es muy
difícil, aun ahora, obstaculizada como lo estoy con este cuerpo enfermo y
gastado, obtener todo lo que necesito.
¡Cuánto más difícil
sería, entonces, si hubiera de cambiar de continuo las corrientes en otras direcciones!
Ya no me queda más vitalidad ni energía.
Demasiado he sido consumida en los tiempos en que producía fenómenos."
-
"¿Por qué, entonces, produjo esos
fenómenos?", le pregunté.
-
"Porque la gente estaba solicitándomelo
continuamente", ella me contestó. "Era siempre lo mismo: ¡Oh!,
materialice esto, o déjeme oír las campanillas astrales, y así sucesivamente, y
yo entonces no quería dejar de complacerlos. ¡Aceptaba el pedido de ellos y
ahora debo sufrir por todo!"
De
forma que se escribió la carta a Rusia que contenía la declinación del
espléndido ofrecimiento, y se llevó a cabo un sacrificio más para que la
Sociedad Teosófica pudiera existir y prosperar.
¿Por qué
Blavatsky produjo esos fenómenos?
Muchas
personas me han comentado en diferentes ocasiones, el poco discernimiento que se
mostró al relacionar los fenómenos con la Sociedad Teosófica, o que H.P.B.
hubiera malgastado su tiempo en tales trivialidades.
Pero
a esas observaciones daba H.P.B. invariablemente la misma contestación, o sea:
que en el tiempo en que se formó la Sociedad Teosófica era necesario atraer la
atención del público hacia la misma, y que los fenómenos servían para ese
objetivo más efectivamente que cualquiera otra cosa que se hubiera emprendido.
Si
en los comienzos, H.P.B. se hubiera presentado simplemente como una maestra de
filosofía, muy pocos estudiantes hubieran sido atraídos hacia ella, pues hace
veinte años muchas personas no habían alcanzado el grado al que ahora han
llegado; la libertad de pensamiento y opinión eran ocurrencias raras y el
estudio y la índole de pensamientos que son necesarios para una verdadera
apreciación de la Teosofía hubiera asustado y alejado a tales estudiantes.
La
educación se encontraba en un nivel más inferior que en la actualidad y se
necesitaba una atracción, tal como la que despierta el interés por lo
maravilloso, para que despertara en ellos ese interés inicial que estaba
destinado a hacerles pensar con una mayor profundidad.
Y
el fenómeno puso en marcha a la Sociedad Teosófica, aunque una vez que se hubo
introducido ese elemento ya fue difícil descartarlo cuando hubo servido al
objetivo propuesto. Todos venían ansiosos para satisfacer su sentido de lo
maravilloso y cuando no eran complacidos se retiraban furiosos e indignados.
Las cartas
del maestro Morya
En
Wurzburg teníamos un departamento pequeño, pero muy cómodo; las habitaciones
eran de buen tamaño, altas y situadas en el piso bajo, lo que permitía a H.P.B.
entrar y salir cómodamente. Pero durante todo el tiempo que estuve con ella
sólo pude conseguir que saliera a tomar aire fresco, entre ocasiones.
Ella
parecía disfrutar de esas salidas en coche, pero la molestia y el esfuerzo de
prepararse para hacerlas la fastidiaban y estimaba que representaban una
pérdida de tiempo.
Yo
tenía el hábito de salir diariamente, si me era posible, durante una hora, pues
había notado que tanto el aire como el ejercicio eran necesarios para mi salud,
y recuerdo un curioso incidente que me aconteció en relación con uno de esos
paseos.
Me
encontraba caminando en una de las partes más frecuentadas de la población y al
pasar frente a la tienda de un perfumista vi en la vidriera unos jabones dentro
de un recipiente de vidrio. Recordando que necesitaba comprar uno, penetré en
el comercio y escogí un jabón de los que allí había.
Vi
cómo el comerciante lo envolvía, tomé el paquetito de su mano, lo puse en mi
bolsillo y continué mi paseo. Cuando retorné al departamento fui directamente a
mi habitación, sin ir antes a ver a H.P.B., y me quité el sombrero y el abrigo.
Sacando el paquetito del bolsillo comencé a desatar el hilo y a desenvolverlo y
al hacerlo noté que allí había adentro una pequeña hoja de papel doblada.
No
pude menos que pensar cuán inclinados son los comerciantes a distribuir avisos
hasta el punto de ponerlos aunque sea en una pastilla de jabón. Sin embargo
recordé de inmediato que había visto cómo el comerciante envolvía el jabón y no
vi que pusiera ningún papel en el paquetito.
Eso
me pareció extraño y como el papel había caído al suelo me agaché, lo recogí y
lo desdoblé encontrando en él algunas observaciones dirigidas a mí en la
escritura del Maestro de H.P.B. que yo había tenido ocasión de ver
anteriormente.
Eran
explicaciones de acontecimientos que me habían preocupado durante los últimos
días, y me daba algunas instrucciones relativas al futuro curso de mis
acciones. Ese fenómeno fue peculiarmente interesante para mí por haber
acontecido sin el conocimiento de H.P.B. independientemente de ella, pues ella
estaba escribiendo, despreocupada, en ese momento, sentada frente a su mesa de
trabajo en el escritorio, tal como pude comprobarlo más tarde.
Desde
el fallecimiento de H.P.B. varias personas han recibido cartas del mismo
Maestro, mostrando así su actuación independiente de H.P.B. Pero fue
interesante ser testigo de ello durante su vida, y recuerdo otro incidente
relacionado con un fenómeno de igual naturaleza.
El
doctor Hartmann me había escrito una carta rogándome que me cerciorara por el
Maestro mismo, de algo que tenía conexión con él. Mostré la carta a H.P.B. y le
pregunté si ella haría la comunicación.
Ella
me contestó:
-
"No, vea lo que usted puede hacer.
Póngala en el retrato del Maestro y si el Maestro desea contestar a Hartmann la
carta será tomada."
Cerré
la puerta de la habitación de H.P.B. y me dirigí hacia el escritorio, sobre el
cual había un retrato al óleo del Maestro; coloqué la carta en el marco, tomé
un libro y leí durante una media hora sin que nadie entrara en la habitación
durante todo ese tiempo. Cuando volví mi mirada hacia la carta, ya había
desaparecido.
Pasaron
algunos días durante los cuales no supe nada. Pero un atardecer, al recibir la
correspondencia, vi una carta del doctor Hartmann y pensé para mí misma qué
voluminosa era y que era extraño que no hubieran exigido más franqueo.
Cuando
abrí el sobre saqué primero la carta del doctor que había colocado en el
cuadro, luego una carta del Maestro que contestaba las preguntas de Hartmann, y
finalmente la nueva carta de Hartmann en cuyo margen había anotaciones de mano
del Maestro, relativas a los asuntos contenidos en la carta. Y en el sobre de
la carta de Hartmann había un sello con la firma del Maestro precipitada en el
sobre.
Fenómenos
como ese ocurrían constantemente. Las cartas recibidas se encontraban
frecuentemente anotadas de la mano del Maestro; se hacían en ellas comentarios
sobre lo escrito. En otras ocasiones, las cartas desaparecían por varios días y
cuando eran devueltas se habían anotado observaciones sobre su contenido.
La
primera vez que esto me aconteció fue causa de gran sorpresa para mí. Una
mañana temprano, durante el desayuno (pues las cartas eran a menudo traídas por
el primer correo) H.P.B. recibió varias cartas entregándose de inmediato a su
lectura.
Yo
encontré una de Suecia que me causó cierta perplejidad. No sabiendo cómo
contestarla, la coloqué sobre la mesa a mi lado y continué con mi desayuno,
reflexionando sobre su contenido. Pronto terminé el desayuno, me levanté y
extendí la mano para recoger mi carta, pero ya no estaba donde la había dejado.
La busqué debajo de mi plato, sobre el piso, en mi bolsillo, pero no la
encontré.
H.P.B.
levantó la vista del periódico ruso que estaba leyendo diciéndome:
-
"¿Qué está buscando?"
Le
contesté:
-
"Una carta que recibí esta mañana."
Ella
me respondió tranquilamente:
-
"Es inútil buscarla, el Maestro estaba a
su lado y le vi tomar un sobre."
Pasaron
tres días sin noticias de mi carta, cuando una mañana mientras estaba ocupada
escribiendo en el comedor, vi de pronto el sobre encima del papel secante y en
el margen de la carta había comentarios con la indicación de cómo habría de
actuar, y la posterior experiencia me probó qué sabia fue la indicación.
En
toda ocasión encontré que siempre era así, y si hubiera actuando de acuerdo con
las indicaciones que llegaron de esa fuente, me hubiera evitado pérdidas
monetarias y una gran parte de preocupaciones y dificultades, como en la
siguiente ocasión.
Algunos
años antes había comprado en Suecia una propiedad cerca del mar. Era una
hermosa casa. Gasté bastante tiempo y planes en repararla y amueblarla, y
también en arreglar los jardines y el parque, de todo lo cual me sentí muy
orgullosa.
Un
día H.P.B. me dijo:
-
"Me pregunto por qué no vende su
propiedad en Suecia, pues entonces usted quedaría más libre para trabajar por
la Teosofía."
Pero
yo le contesté:
-
"¡Oh! H.P.B., ¿cómo puede pedirme que
haga tal cosa? No desearía desprenderme
de mi casa después de todo el trabajo y gasto que me causó, y además estoy
segura de que mi hijo se opondría a la venta. Habría además bastante dificultad
en encontrar un comprador."
A
todo lo cual H.P.B. me contestó:
-
"El Maestro desea que le comunique que
si usted ofrece enseguida su propiedad en venta, usted podrá venderla sin
pérdida. El Maestro me ha dicho esto porque sabe que usted desea trabajar por
la Teosofía y usted se ahorraría muchas dificultades si lo hace de
inmediato."
Pero
yo no la escuché, en mi fuero íntimo pensé: H.P.B. quiere que yo venda la
propiedad para así ligarme más a la Teosofía. Mis amigos me escriben de todos
lados diciendo que ella es una vieja intrigante que me está
"psicologizando" y usando el nombre del Maestro simplemente para
valerse de mi credulidad y forzarme a hacer lo que desea, aquí se me presenta
una buena oportunidad para demostrarle que puedo mantener libre mi propia
voluntad y preservar mi independencia de acción.
De
manera que no tomé ninguna medida, pero más tarde tuve mis razones para arrepentirme,
pues descubrí que si hubiera ofrecido en venta mi propiedad en esa ocasión
podría haberla vendido más ventajosamente; además mi hijo no hubiera presentado
ninguna objeción en ese momento pues él mismo me urgió a venderla.
Finalmente
la vendí varios años después con una pérdida considerable, luego de haber
pasado por muchas preocupaciones y molestias con la propiedad.
El
comportamiento de Blavatsky
He
relatado este incidente para mostrar que H.P.B. no ejerció coerción sobre mí en
ningún momento. A menudo oí decir que aquellos que vivían con H.P.B. eran meros
títeres en sus manos y que ella los hipnotizaba y forzaba a hacer lo que más le
convenía.
Pero
mi caso representa una prueba clara de lo contrario; aunque yo tuve que sufrir
por ello en esos momentos, me siento contenta de poder demostrar cómo mi
desconfianza de la palabra del Maestro, transmitida por H.P.B., fue
excesivamente poco sabia.
La
experiencia enseña a ser humilde, pues el conocimiento posterior prueba los
muchos errores de juicio en que caemos durante nuestra vida, y mirando hacia
atrás, recordando los años transcurridos con H.P.B., me doy cuenta de lo mucho
que perdí de aquel precioso tiempo por no haber comprendido ni la posición de
ella ni la mía.
Cuando
por primera vez fui hacia ella, yo era una mujer del mundo, una hija mimada de
la fortuna. Debido a la posición política de mi esposo yo ocupaba una posición
prominente en la sociedad. Por ello me llevó mucho tiempo darme cuenta de la
vaciedad de todo aquello que hasta entonces yo había considerado como los
objetos deseables en la vida y fue necesaria mucha instrucción y más de una
dura batalla conmigo misma antes de poder vencer esa satisfacción propia que
engendra una vida de ocio y trivialidad cuando se posee una elevada posición.
Todo
eso tuvo que ser "aporreado de mi cabeza", para usar una de las
frases de H.P.B., y es con un sentimiento de intensa gratitud que miro hacia el
pasado y pienso en todo lo que hizo por mí y cómo me convirtió en un mejor
instrumento para el trabajo en la Sociedad Teosófica que es mi placer y
obligación ejecutar.
Todos
los que han conocido y amado a H.P.B. han sentido qué encanto irradiaba a su alrededor,
qué buena verdaderamente y cariñosa era; a veces una naturaleza infantil
parecía desprenderse de ella y un espíritu de alegre chanza chispeaba en cada
parte de su ser y daba a su rostro la más encantadora y atractiva expresión que
yo haya visto en rostro humano.
Una
de las maravillas de su carácter era que para cada persona ella era diferente.
Nunca la vi tratar a dos personas de la misma manera. Ella se daba cuenta de
inmediato de las debilidades de carácter de cada persona y era sorprendente la
extraordinaria manera como ella lo registraba.
El
conocimiento de Sí Mismo era gradualmente adquirido por quienes vivían en su
diario contacto, y aquellos que decidían beneficiarse con su manera práctica de
enseñar podían progresar si lo deseaban. Pero para muchos de sus alumnos el
proceso era enfadoso, pues no es nunca agradable ser enfrentado a sus propias
debilidades, y así es como muchos le volvieron la espalda; pero aquellos que
pudieron soportar las pruebas y permanecieron fieles pudieron reconocer en sí
mismos ese íntimo desarrollo que es el único que conduce hacia el ocultismo.
Uno
no podría tener un amigo más verdadero y fiel que H.P.B. y hoy pienso que la
mayor gracia que se me ha concedido en la vida ha sido la de vivir con ella en
tan estrecha intimidad, y hasta el día de mi muerte he de buscar por todos los
medios posibles la forma de llevar adelante la noble causa por la cual tanto
ella sufrió y se esclavizó.
El cucú
encantado
Me
he estado deteniendo en muchas reflexiones que no se relacionan directamente
con la producción de La Doctrina Secreta,
pero me parece que si muestro algunos de los detalles de la vida de H.P.B. en
ese tiempo, uno obtiene una mejor comprensión de la mujer que escribió esa
estupenda obra.
Un
día tras otro ella se encontraba allí sentada escribiendo durante largas horas
y nada podría ser más monótono y cansador que su vida, si esta era observada
desde un punto de vista externo. Supongo que en esa época ella vivió casi todo
su tiempo en un mundo interno y allí vio panoramas y visiones que compensaron
en mucho la monotonía de su vida diaria, y sin embargo ella tenía una
distracción de índole muy peculiar.
Frente
a su escritorio, colgado en la pared, había un reloj de los llamados de cucú,
que se comportaba de la manera más extraordinaria: en ocasiones sonaba como un
gong golpeado con fuerza, mientras que en otras ocasiones suspiraba y gemía
como un poseso y “cucleaba” de la manera más inesperada.
Nuestra
sirvienta Luisa, que era la más obtusa y apática de las mortales, le tenía gran
miedo y nos dijo un día de la manera más solemne que creía que allí habitaba el
diablo.
-
"No es que yo crea en el diablo, dijo,
pero ese cucú a veces casi me habla."
Y
así lo hacía indudablemente. Una noche entré en la habitación y vi los que me
parecieron ser rayos de luz eléctrica que surgían del reloj en todas
direcciones.
Al
contarle mi experiencia a H.P.B., ella me contestó:
-
"Oh, es sólo el telégrafo espiritual; lo
están tendiendo fuertemente esta noche en vista al trabajo de mañana."
Viviendo
en tal atmósfera y estando de continuo en contacto con esas fuerzas invisibles
y no usuales, todo ello me parecía entonces como la verdadera realidad, mientras
que el mundo externo común me aparecía como vago e insatisfactorio.
El primer
encuentro de Blavatsky con su maestro
He
hecho aquí frecuente alusión al Maestro de H.P.B. y creo que es de interés
escribir cómo ella entró en contacto con su Maestro por primera vez.
Durante
su infancia ella había a menudo visto cerca de ella una forma astral que
siempre se le aparecía en un momento de peligro y la salvaba justamente en el
instante más crítico. H.P.B. se acostumbró a considerar a esa forma astral como
su ángel guardián y sentía que estaba bajo su cuidado y guía.
En
la época en que ella se encontraba en Londres, en 1851, con su padre el coronel
Hahn, iba un día paseando sola cuando vio asombrada un alto indo en la calle
con varios príncipes indos. De inmediato lo reconoció como la misma persona que
había visto en forma astral.
Su
primer impulso fue adelantarse para hablarle, pero él le hizo un signo
indicándole que no se moviera y ella permaneció allí arrobada mientras él
continuaba su camino.
Al
día siguiente se dirigió al parque Hyde con el deseo de caminar un poco y para
estar sola y pensar en su extraordinaria aventura. De pronto vio al mismo indo
que se aproximaba y entonces el Maestro le dijo que él había venido a Londres
con los príncipes indos en una importante misión y que estaba deseoso de
encontrarse con ella personalmente: pues necesitaría su cooperación en una obra
que estaba por llevar a cabo.
Le
explicó entonces cómo se habría de formar la Sociedad Teosófica y le dijo que
deseaba que ella fuera la fundadora. Le trazó un rápido esbozo de todas las
dificultades que encontraría y de todos los sinsabores que la esperaban, y
también le dijo que tendría que pasar tres años en el Tíbet en preparación para
tan importante tarea.
Después
de tres días de serias consideraciones y consultas con su padre, H.P.B. decidió
aceptar el ofrecimiento y muy pronto dejó Londres para ir a la India.
Recuerdo
que cuando estábamos en Wurzburg ocurrió un curioso incidente. La tía de H.P.B.,
Madame Fadeef, le escribió que le había enviado un cajón a Ludwigstrasse
conteniendo lo que a ella le parecía ser un montón de chucherías.
El
cajón llegó y a mí se me encomendó la tarea de abrirlo. Mientras sacaba una
cosa y otra y la pasaba a Madame Blavatsky, la oí proferir una exclamación de
gozo:
-
"Venga y mire esto que escribí en el año
1851, el día que vi a mi bendito Maestro", ella me exclamó.
Y
allí, en un álbum de recortes, en una ya desvanecida escritura vi unas líneas
en las cuales H.P.B. describía la entrevista mencionada.
Todavía
poseemos ese álbum de recortes y de él copio las siguientes líneas:
"Noche
memorable: una noche iluminada por el brillo de la luna que se acostaba en
Ramsgate –12 de agosto de 1851– cuando me encontré con mi Maestro en
sueños."
Yo
me encontraba en Inglaterra en la época de la visita de los indos y recuerdo
haber oído que ellos y su séquito formaban un conjunto de hombres muy finos, y
que uno de ellos era majestuoso y de elevada estatura.
El
coronel Olcott en sus Viejas Hojas de un
Diario, en junio de 1893, escribió lo siguiente:
"Yo obtuve
pruebas visuales de que al menos algunos de los Adeptos que trabajaron con
nosotros eran hombres vivientes, por haberlos visto en sus cuerpos físicos en
la India, y en sus cuerpos astrales en América y en Europa, y por haberlos
tocado y hablado con ellos.
En vez de decirme que
eran espíritus, ellos me dijeron que eran seres vivientes como yo y que cada
uno de ellos poseía sus propias peculiaridades y capacidades, en resumen: sus
individualidades completas.
Me dijeron que lo que
ellos habían alcanzado yo también lo alcanzaría algún día; ¿cuán pronto?,
dependería sólo de mí.
Me dijeron que no
debería esperar nada en forma de favores, sino que lo mismo que todos ellos yo
debería, por mis propios esfuerzos, ganar cada paso, cada pulgada de progreso."
Visitas de
amigos
El
invierno se fue para dar paso a la primavera, y una mañana H.P.B. recibió una
carta de una amiga que ella conocía desde hacía años, era uno de los miembros
más antiguos de la Sociedad Teosófica, la señorita Kislingbury, quien le
escribió que vendría a hacernos una visita.
Nos
sentimos contentas ante esa perspectiva y recibimos con placer la visita de la
compañera de otro tiempo. Ella había leído los maliciosos ataques que la S.P.R.
había lanzado sobre H.P.B. y no había podido resistir el deseo de venir a
asegurar a su amiga que ni su afecto ni su lealtad habían disminuido, y también
a demostrar su justa indignación ante las acusaciones falsas que se habían
lanzado contra H.P.B.
Los
días pasaron rápidamente escuchando las noticias del mundo exterior y
discutiendo los asuntos de la Sociedad Teosófica, en general.
Al
mismo tiempo recibimos la visita del señor y señora Gebhard. Los dos se
encontraban muy acongojados, pues últimamente habían perdido un hijo muy
querido y recibieron de H.P.B. y de mí una cálida y sincera bienvenida. Ellos
habían permanecido amigos fieles y bondadosos y su visita a Wurzburg fue para
nosotros como un rayo de sol.
Viajes de
verano
Como
ya estábamos en plena primavera y era tiempo de pensar en nuestros planes para
el verano, H.P.B. decidió que pasaríamos los meses de verano en Ostende con su
hermana y nieta.
Madame
Gebhard estaba ansiosa de permanecer un corto período en Austria y me persuadió
para que la acompañara a Kempten, un lugar muy solitario rodeado de hermosos
paisajes. Pero la gran atracción y seducción de ese lugar estaba en el hecho de
que era un pueblo renombrado por sus casas visitadas por aparecidos y por los
muchos ocultistas que moraban en él.
El
doctor Franz Hartmann estaba allí y pensando que nos agradaría conocerlo mejor,
hicimos nuestros planes y comenzamos la ardua tarea de preparar nuestro
equipaje.
En
unos pocos días el equipaje de H.P.B. estuvo listo y la jornada de aventuras
estaba por comenzar. La señorita Kislingbury retornaba a Londres y prometió
cariñosamente acompañar a H.P.B. hasta Ostende. Deberían descansar en Colonia
por un día o dos y entonces proseguir su viaje.
El
señor Gebhard había prometido ir hasta Colonia a verlas y como su hija habitaba
en esa ciudad, nos sentimos tranquilas sabiendo que atenderían bien a la
señorita Kislingbury y a H.P.B.
El
equipaje de H.P.B. cuando salía de viaje era cosa formidable y yo miré
preocupada los nueve paquetes que debían ser colocados dentro de su
compartimiento.
Salimos
muy temprano para ir a la estación y allí dejamos sentada a H.P.B. rodeada por
sus numerosos bártulos, mientras tratábamos de hacer arreglos con el conductor
para que la dejara viajar sola en un compartimiento, acompañada por la señorita
Kislingbury y su sirvienta Luisa.
Después
de mucha discusión y protestas, él abrió para nosotras la puerta de un coche y
comenzó la seria tarea de apilar todo el equipaje consistente en almohadas,
cobertores, valijas de mano y la valiosa caja conteniendo el manuscrito de La Doctrina Secreta.
Esta
caja no estaría en ningún instante fuera del alcance de su vista. ¡Pobre Madame
Blavatsky que por semanas no había salido de sus habitaciones y tuvo que
caminar todo a lo largo de la plataforma, lo que hizo con gran dificultad!
La
dejamos cómodamente instalada y ya nos alegrábamos pensando que la complicada
tarea había sido completada de manera satisfactoria, cuando uno de los
empleados se acercó a la puerta y comenzó a protestar de manera violenta por
haber llenado el compartimiento de paquetes. Protestó en alemán, H.P.B. le
contestó en francés, y yo comenzaba a preguntarme cómo terminaría todo ese
embrollo cuando por fortuna sonó el pito anunciando la salida y el tren comenzó
a moverse.
Sentí
una gran compasión hacia la señorita Kislingbury al imaginarme, el problema de
bajar del tren en Colonia todos esos paquetes y me di cuenta qué
responsabilidad había asumido ella.
Pocas
horas más tarde me encontré en camino hacia el sur con Madame Gebhard, los días
que permanecimos juntas pasaron ligeros y agradables, y luego partimos, ella
para ir a Wiesbaden y yo para retornar a Suecia y pasar el verano en mi propia
casa.
Las
primeras noticias que tuve de H.P.B. fueron que al otro día de su llegada con
la señorita Kislingbury a Colonia, el señor Gebhard acompañado de varios
miembros de su familia la persuadieron de que fuera a visitarlos en Elberfeld. La
señorita Kislingbury retornó a Londres y Madame Blavatsky fue a la casa de sus
bondadosos amigos.
Durante
los meses de verano recibí con frecuencia cartas de H.P.B., y las primeras
noticias fueron tristes. Ella se había caído en el resbaladizo parquet, en la
casa del señor Gebhard en Elberfeld e infortunadamente se había torcido un
tobillo y lastimado la pierna.
Esto
le imposibilitó llevar a cabo sus planes de continuar su viaje hasta Ostende.
Tuvo que permanecer con sus amigos cuya bondad era ilimitada. No omitieron nada
que pudiera aliviar sus sufrimientos y hacerle la vida agradable. Con ese
propósito invitaron a Mme. Jelihowsky y a su hija para que se alojaran con
ellos y H.P.B. quedó muy contenta de tener a sus parientes otra vez con ella.
En
una carta ella me escribió:
"Mi vieja pierna
está un poco mejor, sin dolor, pero por el momento me es por completo inútil y
sólo el cielo sabe cuando estaré en condición de caminar con ella, aunque sea
de una manera bastante débil como lo hacía antes.
¡La querida señora
Gebhard! ella hace el trabajo de una nurse conmigo y lleva su bondad hasta el
punto de encontrar que mi temperamento se ha suavizado y se muestra más calmo
que antes. Et por válidos motivos. Es que no hay trabajadores cerca, como los
había entonces en. . .
El manuscrito de La Doctrina Secreta me fue devuelto por
el Reverendo amigo. Él lo encuentra superior a la Introducción y ni siquiera ha
hecho una media docena de correcciones. Dice que está perfecta.”
Como
casi todas esas cartas de H.P.B. se refieren a la marcha de la Sociedad
Teosófica, que depende de las varias personas que la componen, encuentro que es
casi imposible citar de sus cartas sin transcribir ciertas partes que se
relacionan con los miembros prominentes de ese tiempo y como he tratado en
estas notas de evitar, tanto como puedo mencionar personalidades, sólo cito
algunas frases pertinentes.
Viviendo
en Ostende
A
su llegada a Ostende, con su hermana y su sobrina, H.P.B. me escribió:
“Aquí me encuentro
triste, desilusionada de todo y del todo. Si hubiera sabido lo que ahora sé,
hubiera permanecido quieta en Wurzburg e ido a Kissingen y dejado este último
lugar sólo en septiembre, pero tal fue y es mi destino y estaba determinado que
yo gastara todos mis pobres ahorros y pasara el invierno en Ostende.
Ahora eso ya fue
hecho y no hay nada que hacer al respecto. Los hoteles (¡oh, vosotros dioses
del Avitchi!) por una noche en el Continent tuve que pagar 117 francos por
nuestras habitaciones.
Entonces, mi hermana,
desesperada, se levantó por la mañana y se sintió atraída a cierta parte del
bulevar, en la costa del mar y en una calle transversal encontró un
apartamiento en la planta baja para alquilar. Tres espléndidas habitaciones a
la izquierda y dos a la derecha del pasaje o sean cinco habitaciones y una
cocina abajo, todo por 1.000 francos por la estación y 100 francos mensuales un
mes después.
¿Qué podía yo
hacer?
Resultado: su amiga [H.P.B.]
con sus inservibles piernas, se estableció en un grupo de habitaciones a la
izquierda y mi hermana tomó dos habitaciones, un cuarto de bajío elegante y una
sala o comedor a la derecha del pasaje.
Cuando ella se
ausente, que será en unos diez días, sus habitaciones quedarán libres. Entonces
puede ser que venga el señor Sinnett. Es agradable poseer dos habitaciones para
nuestros amigos. En cuanto a mí, tengo habitaciones muy lindas; el dormitorio
da a un gran estudio del que está separado por un arco y cortinas de satén. En
una pequeña salita hay un piano también y tengo todo ese lado para mí.
Sí, trataré de
concentrarme una vez más en la Doctrina
Secreta, pero es difícil. Me siento muy débil, querida, pobre en salud y
sin el uso de mis piernas como nunca me he encontrado cuando usted cuidaba de
mí. . .
Estoy tan nerviosa
como una gata y siento que soy desagradecida. Y eso es porque siempre se ha
mostrado en la antigua simbología que la gratitud reside en los talones y
habiendo perdido el uso de mis piernas ¿cómo puede esperarse que lo tenga?
Tengo afecto, pero sólo por...”
Otra
de las cartas de H.P.B. dice:
"Estoy tratando
de escribir La Doctrina Secreta, pero
Sinnett que está aquí por algunos días, desea que toda mi atención se concentre
en las benditas Memorias. La señora Sinnett no pudo venir y él se irá pronto y
entonces me quedaré sin piernas, sin amigos y sola con mi karma. ¡Lindo compañero!".
Y
luego en otra carta me dice:
"Mis pobres
piernas han dejado de hacer compañía a mi cuerpo. Es un ‘ausentismo’, como se
dice en la India, limitado, si no es para siempre, sea cual fuere la causa. El
hecho es que estoy ahora tan sin piernas como lo puede estar cualquier elemental.
No; excepto Louise y
mi casera con su gato y su petirrojo, no conozco una sola alma en Ostende. Ni
un solitario ruso hay aquí en esta estación, exceptuándome a mí que quisiera
ser turca y volver a la India. Pero no puedo porque no tengo ni piernas ni
reputación, de acuerdo a las infames calumnias de la S.P.R.
Creo que la gota y el
reumatismo alcanzarán pronto al corazón; siento gran dolor en él”.
¡Pobre H.P.B., ella sufría
horriblemente en ese tiempo!
Ella
estaba muy ansiosa por proseguir con sus escritos, pero los continuos
obstáculos que se levantaban en su camino eran sumamente penosos para ella. En
todas sus cartas me urgía a que retornara, pues ella sentía que si me tenía a
su lado estaría libre de muchas pequeñas molestias y que conseguiríamos la
calma y quietud que eran absolutamente necesarias para su tarea de escribir La Doctrina Secreta.
Y
cuando llegó el día en que pude retornar, nuestro encuentro fue muy feliz pues
teníamos mucho que contarnos mutuamente.
Me
dolió notar que H.P.B. sufría más que cuando dejó Wurzburg, pero me dijo que
había encontrado un doctor inteligente en Ostende y que había hecho un arreglo
con él para que viniera a verla cada semana.
Pronto
nos asentamos en nuestra vida de rutina y di gracias al ver que cada día que
pasaba H.P.B. podía producir más trabajo y se establecía otra vez un contacto
más continuo con lo que ella llamaba las "corrientes energéticas".
Las
comunicaciones de sus Maestros y de los diferentes chelas eran más frecuentes y
vivíamos por entero en un mundo completamente nuestro.
Pero
era más fácil llegar a Ostende que a Wurzburg y los visitantes comenzaron a
romper la regularidad de nuestra existencia. Dos de nuestros miembros llegaron
desde París y se quedaron quince días. Fueron los señores Gaboriau y Coulomb y su
estancia transcurrió en hacer preguntas a H.P.B, que contestaba amablemente
leyéndoles pasajes de La Doctrina Secreta
que había escrito durante el día.
Recibimos
la corta visita del señor Eckstein, de Viena, y también la del señor Arthur
Gebhard que se dirigía a Alemania desde Estados Unidos de América donde había
estado varios años y H.P.B, estaba deseosa de escuchar todas las noticias
teosóficas de aquel país.
Un
día H.P.B. me llamó para preguntarme si podía trasladarme a Londres para
ocuparme de algunos de sus asuntos privados.
Le
dije que lo haría gustosa pero que me preocupaba dejarla sola. Partí pues para Londres
con el corazón pesaroso al recordar la soledad de Madame Blavatsky y su mirada
triste y nostálgica cuando me dio su beso de despedida.
Mientras
permanecí en Londres recibí frecuentes cartas de H.P.B. y los que siguen son
unos pocos extractos transcritos de ellas:
"Me siento
desdichada porque con cada día que pasa es más fuerte en mí la convicción de
que no hay un rincón sobre la Tierra donde yo pueda vivir y morir
tranquilamente, porque no tengo hogar, nadie en quien pueda confiar de manera
sin reservas, porque no hay una sola persona capaz de comprenderme por completo
y comprender la posición en la que estoy colocada.
Porque desde que
usted se fue he sido molestada por la policía, cierto que con cautela y gran
prudencia hasta este momento, pero de manera bastante clara para que yo sepa
que se me observa con sospecha ¡aun en relación con aquel asunto del robo de un
millón efectuado en el trayecto del ferrocarril entre Ostende y Bruselas!
Tres veces han
preguntado por usted, recabando informes y por dos veces un hombre de la
policía vino a preguntarme mi nombre anterior y posterior a mi casamiento, mi
edad, de dónde vine, dónde viví anteriormente, cuando llegué a Wurzburg, a
Elberfeld y otras cosas más.
Hace dos días vinieron
por Louise y le pidieron que fuera con ellos a la estación de policía, y allí
le hicieron muchas preguntas. Porque haga yo lo que haga, todo se vuelve un mal
para mí, todo es malinterpretado y mal reconstruido aun por mis mejores amigos;
soy detractada y mal interpretada no por extranjeros sino por aquellos que
fueron o que parecían ser los más adictos a mi persona y a quienes yo amé
verdaderamente…
Porque las mentiras,
la hipocresía y el jesuitismo reinan supremos en el mundo y como yo no soy nada
de eso, ni podría serlo, por ello mismo parece que estoy condenada. Porque
estoy cansada de la vida, de este forcejear con la piedra de Sísifo y la
interminable labor de las Danaides, y porque no se me permite escapar a toda
esta miseria y descansar. Porque yo tenga razón o no, se me hace aparecer como
sin razón. Porque yo estoy de más en esta tierra y eso es todo.”
Y
en otra carta me decía:
“Recuerde que por
mucho que la necesite (y la necesito con urgencia), como sé por el Maestro que
usted está haciendo un excelente trabajo en Londres, le ruego permanezca ahí
una semana o más si lo considera necesario.
Yo me siento muy
miserable, pero puedo soportarlo. No se preocupe, Z. es muy joven y no se
levanta nunca por la mañana antes de las doce o la una, pero me está haciendo
un buen servicio encontrándome unas cuantas citas y corrigiendo el inglés en
algunos de los apéndices."
Justamente
antes de dejar Wurzburg H.P.B, había enviado sus manuscritos de La Doctrina Secreta a Adyar, al coronel Olcott,
presidente de la Sociedad Teosófica. Ella estaba deseosa de saber su opinión
pues él la había ayudado bastante en la ordenación de algunos manuscritos de Isis Develada. También quiso que los
manuscritos se sometieran al señor Subba Row, pues las páginas que ya había leído
le interesaron tanto que estaba ansioso por leer más.
H.P.B.
me escribió al respecto:
"Le envié ayer
un telegrama preguntándole si podía enviarle a Londres mis manuscritos, pues
tengo que remitirlos sin dilación a Madrás. Está todo muy bien embalado por el
esposo de Louise, atado y cosido en una tela impermeable, bien protegido para
el viaje, de forma que usted no tendrá dificultad con todo ello, a no ser
asegurarlo.
Le ruego que haga eso
usted misma. Usted es la única en quien tengo absoluta fe. Olcott escribe que
Subba Row está tan ansioso por los manuscritos que pregunta todos los días
cuándo llegarán, y parece que el Maestro le pidió que los leyera. Le ruego los
envíe por este correo y los asegure por no menos de 150 ó 200 libras, pues si
se pierden ¡Adiós!; así es que se los envío a usted hoy a su dirección y conteste
enseguida que los reciba."
He
aquí un extracto de otra carta:
"Después de una
larga conversación con el Maestro –la primera en un largo tiempo– he llegado a
dos convicciones.
La primera es que la
Sociedad Teosófica fue arruinada por haber sido transplantada a suelo europeo.
Si sólo se hubiera dado a conocer la filosofía del Maestro y los fenómenos
hubieran sido mantenidos en cautelosa reserva, entonces hubiera sido un éxito.
Esos malditos
fenómenos han arruinado mi carácter, que para mí es poca cosa y bienvenido sea,
pero también han arruinado a la Teosofía en Europa, mientras que en la India
vivirá y prosperará.
Mi segunda convicción
es que toda la Sociedad Teosófica (en Europa y en América) está sometida a una
cruel probación. Aquellos que surjan incólumes tendrán su recompensa. Mientras
que aquellos que permanezcan inactivos o pasivos, tanto como aquellos que le
vuelvan la espalda, también obtendrán la suya.
Es una prueba final y
suprema. Pero hay noticias. O yo he de retornar a la India este otoño para
morir allí, o he de formar (entre esta fecha y el próximo noviembre) un núcleo
de verdaderos teósofos, una escuela mía propia, sin secretario; yo sola con
tantos místicos como pueda reunir, con el fin de impartirles enseñanzas. Puedo
permanecer aquí o ir a Inglaterra o adonde me agrade...
Usted dice que la
única salvación es la literatura, pero vea los efectos que produjeron el libro
que escribió el señor Sinnett: Las Memorias de Madame Blavatsky. Y el
resultado ha sido siete u ocho periódicos franceses cayéndola a Sinnett y a mí,
a K.H., etcétera, todo debido a ese libro.
Otra vez un verdadero
avivamiento de escándalos de la Sociedad Teosófica, justamente por esa
literatura. Si se arrojaran por la borda los fenómenos y sólo la filosofía se hiciera
carne en ellos, entonces dice el Maestro, la Sociedad Teosófica podría ser
salvada en Europa.
Pero los fenómenos
son la maldición y la ruina de la Sociedad Teosófica. Por ejemplo porque yo le escribí
dos o tres veces a Z diciéndole lo que hizo y pensó y leyó en tal día, ya la
prensa lo convirtió en un chiflado y envanecido místico.
Espero que el Maestro
la inspire y proteja porque usted ha de tener su parte en la lucha que se avecina.
He sabido que las
personas que se han suscrito a La
Doctrina Secreta se están impacientando, pero no lo puedo remediar. Como
usted sabe, yo trabajo catorce horas diarias. Los últimos manuscritos que envié
a Adyar no serán devueltos en menos de tres meses, pero entonces podremos comenzar
la publicación.
Olcott me dice que Subba
Row está escribiendo notas valiosas. No me moveré de estos alrededores ni aun
para ir a Inglaterra. Aquí está mi lugar, en Europa y eso está resuelto. El
programa que se me he trazado y al cual me ajustaré es el de estar a fácil
alcance de Londres.
¡Por la suprema
bondad, quisiera que usted volviera pronto! Su habitación de arriba, la que
tiene la estufa, está pronta, de forma que estará más cómoda. Pero usted hace
un trabajo útil en Londres. Me siento toda lo sola que una pueda sentirse”.
Y
de nuevo en otra carta me dice:
"Sólo unas pocas
palabras, ya que gracias a la suprema bondad la veré pronto otra vez.
Conteste a todos los
que le han preguntado si mi Maestro es un Mago Blanco y también un Mahatma, que
no puede haber un Mahatma que no sea un Mago Blanco, ya sea que ejerza su poder
o no.
Pero no todo Mago
puede alcanzar el Mahatmado, o sea ese estado que es positivamente, como lo
expresa al respecto la metáfora utilizada por Mohini, aquel estado en que se
disuelve la naturaleza física del hombre, el intelecto, sentimientos del Ego y
todo, excepto el cuerpo, como se disuelve un trozo de azúcar en el agua.
Pero suponiendo que
mi Maestro no fuera todavía un completo Mahatma, lo cual nadie puede decir a no
ser Él mismo y los otros Mahatmas, que están cerca de Él ¿qué importa eso a los
demás?
Si no fuera menos que
los tres Magos (Magos Blancos que vinieron del Este a ver al nacido Cristo) eso
basta a satisfacerme.
Para finalizar, que
aquellos que la molestan aprendan la etimología de la palabra Mago. Viene de
Mah, Maha, Mag, idéntica a la raíz de la palabra Mahatma. La una significa gran
alma, Mah-atma; la otra significa gran trabajador, Mahansa o Maghusa.
Mohini tiene razón al
instruir a la gente y darle la verdadera definición entre los estados del
hombre que pertenece a tal condición. Quienes caen en tal estado de manera
ocasional son tan Mahatmas como cualquiera otro. Aquellos en quienes ese estado
se convierte en permanente son el «trozo de azúcar». A tales seres no les pueden
concernir las cosas de este mundo. Son ahora ¡Jivanmuktas!
Desde que usted se
fue yo he sentido que me ha de ocurrir una parálisis o una rotura del corazón.
Me siento tan fría como el hielo y cuatro dosis de digitalina en un día no es
bastante para aquietar mi corazón. Pero no importa, con tal que se me permita
terminar la Doctrina Secreta. Anoche
en vez de irme a dormir se me hizo quedar despierta y escribir hasta la una.
Están dando el triple
misterio aquel que yo creía que nunca ellos darían a conocer, el de. . . "
Yo
me sentí muy ansiosa después de recibir esta carta, por lo que me apresuré a
terminar lo que me faltaba del trabajo tan pronto como puede, y al llegar a Ostende
me acongojé al encontrar a H.P.B. tan desmejorada y enferma.
El
señor Z nos dejó pronto y recomenzamos nuestra usual rutina de vida y la
escritura de La Doctrina Secreta se
llevó adelante de manera enérgica y persistente.
Muy
raramente podía persuadir a H.P.B. a que saliera a la explanada en un
Bath-chair (cochecito para inválidos). Pensé que el calor del sol y el aire de
mar le haría mucho bien, pero ella siempre parecía insatisfecha cuando
volvíamos a la casa, como si sintiera que había hecho algo malo al perder todo
ese tiempo, el cual para ella muy valioso ya que temía no poder terminar su
obra antes de morir.
Solía
decirme a menudo:
-
"Pronto no estaremos solas y las
condiciones serán alteradas y las corrientes serán rotas y no podré trabajar
tan bien como ahora.”
Y
por eso se mantenía firme frente a su mesa de trabajo no importando cuáles
fueran sus dolores o sufrimientos. Todo lo que hacía era apretar los firmemente
dientes y librar sus propias batallas con entereza y valor.
CAPÍTULO
10
Un
día tuvimos la agradable visita de la señora Kingsford y del señor Maitland. Se
encontraban en Ostende por unos días de paso hacia París y se alojaban en un
hotel enfrente a nuestra casa.
Como
la señora Kingsford se quejaba mucho de las incomodidades de ese hotel y como
parecía su salud muy delicada, H.P.B. y yo propusimos al señor Maitland y a
ella que se alojaran con nosotras. Yo cedí mi habitación a la señora Kingsford
y ellos pasaron quince días en nuestra compañía.
Las
dos damas estaban usualmente ocupadas durante el día con sus respectivas
tareas, pero en los atardeceres se desarrollaban agradables conversaciones y
para mí era sumamente interesante escuchar diferentes puntos de vista sobre La Doctrina Secreta discutidos desde las
perspectivas del ocultismo oriental y occidental.
Los
poderosos intelectos de esas dos talentosas mujeres se entregaban a animadas
discusiones provenientes aparentemente de dos polos opuestos. Gradualmente las
hebras de su conversación parecían aproximarse mutuamente hasta que por fin se
fundían en una unidad. Surgían entonces nuevos tópicos que eran abordados con
la misma maestría.
Pero
esas agradables veladas pronto llegaron a su fin, pues la señora Kingsford se
enfermó seriamente y no le fue posible dejar su habitación y el señor Maitland
creyó conveniente llevarla a un clima más caluroso, de forma que en una
agradable mañana partieron para París y H.P.B. y yo quedamos de nuevo solas.
Las
cartas llegaban frecuentemente desde Londres y teníamos noticias placenteras
acerca de que alguna actividad, aunque incipiente, comenzaba a notarse allá. Se
había formado un grupo londinense de estudios y la mayoría de los miembros
parecían muy seriamente activos y escribían continuamente solicitando
informaciones e instrucciones.
En
verdad que las cosas parecían desarrollarse favorablemente en esa dirección y H.P.B.
se sentía contenta al saber que había cierta actividad por esos lados.
Blavatsky
está cada vez más enferma
Con
gran angustia comencé a notar que H.P.B. se sentía soñolienta y amodorrada al
promediar el día, y a menudo no le era posible trabajar por períodos enteros de
una hora. Este estado se agravó rápidamente y el doctor que la atendía
diagnosticó una afección de los riñones.
Yo
me alarmé y envié un telegrama a la señora Gebhard comunicándole mi
preocupación y rogándole que viniera a ayudarme. Sentí que la responsabilidad
era muy grande para asumirla sola.
También
traté de conseguir una enfermera para que me ayudara con el trabajo nocturno,
pero sólo pude encontrar una hermana de
la caridad y pronto descubrí que ella era peor que nada, pues cada vez que
yo le volvía la espalda, ella se ponía frente a H.P.B. con un crucifijo en alto
conjurándola a abrazar las enseñanzas de la única iglesia, antes de que fuera
tarde.
Eso
ponía a H.P.B. fuera de sí, por lo que despedí a esa enfermera, y no
encontrando otra, contraté una cocinera, lo que dejó a Louise libre para
prestar más atención a H.P.B. Sin embargo como Louise había enviado a buscar
hacía unas pocas semanas a su hija que estaba en Suiza, encontré que su ayuda
no era muy valiosa pues su hija ocupaba todos sus pensamientos.
Di
pues gracias cuando recibí una cordial contestación a mi telegrama y supe que
en unas horas más vería a la señora Gebhard, y cuando ella llegó sentí como si
se hubiera levantado un gran peso de mis hombros.
Mientras
tanto H.P.B. empeoraba y el médico belga, que era la bondad personificada,
probó un remedio tras otro pero sin ningún resultado. Comencé a sentirme
seriamente alarmada y ansiosa sobre qué medidas debería adoptar.
H.P.B.
se hallaba en un estado de pesado letargo, ella parecía estar inconsciente por
horas enteras y nada podía despertarla o interesarla. Finalmente tuve una
brillante inspiración. Yo sabía que en el grupo londinense había un doctor
Ashton Ellis, de forma que le envié un telegrama describiéndole el estado en
que se encontraba H.P.B. y rogándole viniera sin dilación.
Esa
noche me senté al lado del lecho de H.P.B. escuchando cada sonido y observando
con ansiedad cómo transcurrían las horas tan largas para mí, cuando al fin a
las tres de la mañana oí con alegría que llamaban a la puerta. Volé hacia ella,
la abrí y el doctor entró en la habitación.
Ansiosa
le describí vehementemente todos sus síntomas, detallando los remedios que se
habían aplicado. Después de lo cual él se acercó a H.P.B. y le hizo tomar
cierta medicina que había traído consigo. Luego, después de darme algunas
instrucciones, se retiró a su habitación para tomarse unas horas de descanso.
Le comuniqué a la señora Gebhard la llegada del doctor y finalmente retorné a
mi puesto.
Al
día siguiente tuvo lugar una consulta entre los dos médicos. El doctor belga
dijo que nunca había conocido el caso de una persona que teniendo los riñones
atacados como estaban los de H.P.B. estuviera viva tanto tiempo como ella lo
estaba, y que él estaba convencido que nada podría hacer para salvarla. Él no
tenía ninguna esperanza que H.P.B. pudiera reponerse.
Mientras
que el doctor Ellis contestó que era excesivamente raro que una persona
sobreviviera tanto tiempo en tal estado. Nos dijo además que antes de salir
para Ostende él había consultado a un especialista que era de la misma opinión,
y que le indicó que además de la medicina que se había prescrito debería también
probar los masajes para estimular los órganos paralizados.
La
señora Gebhard sugirió que como H.P.B. se encontraba tan cerca de la muerte
debería hacer su testamento, pues si moría intestada en un país extranjero, entonces
no tendrían fin la confusión y molestias respecto a sus bienes, pues en ese
instante no tenía ningún pariente cerca.
Ella
agregó que ya había consultado con H.P.B. quien le había dicho que estaba
dispuesta a firmar su testamento, que deseaba dejarme todos sus bienes y que me
daría instrucciones privadas acerca de la forma en que habría de disponer de
ellos.
Más
tarde H.P.B. me dijo qué es lo que tenía que hacer exactamente con sus bienes,
los que por lo demás eran muy poca cosa, consistentes en su ropa, unos pocos
libros, algunas joyas y unas pocas libras esterlinas. Pero también se creyó que
era conveniente que se hiciera el testamento y que su firma debería ser
presenciada por los dos doctores, el abogado y el cónsul americano.
Esa
noche transcurrió sin novedad y al día siguiente el doctor Ellis la masajeó
hasta que quedó rendido, pero ella no mejoró, y para horror mío comencé a
sentir ese peculiar aunque tenue olor a muerte que a menudo precede a la
disolución del cuerpo. No tenía casi ninguna esperanza de que pasara esa noche
y mientras estaba sentada sola al lado de su lecho, ella abrió los ojos
diciéndome lo contenta que estaba de morir, pues pensaba que el Maestro le
permitiría, al fin, liberarse de su cuerpo físico.
Sin
embargo sentía mucha ansiedad por su Doctrina
Secreta. Me dijo que debería tener mucho cuidado con sus manuscritos y que
entregara todo al coronel Olcott con instrucciones de que fueran impresos. Que
había esperado poder dar más enseñanzas al mundo, pero que el Maestro sabía lo
que era más conveniente.
Y
así habló ella a intervalos, contándome muchas cosas. Finalmente cayó en un
estado de inconsciencia y yo me pregunté cómo terminaría todo.
Me
parecía imposible que ella muriera y dejara su trabajo inconcluso; además
pensaba en la Sociedad Teosófica y me preguntaba qué sería de ella. ¿Cómo
podría ser que el Maestro, que se encontraba a la cabeza de esa organización,
pudiera permitir que se desplomara?
Verdad
es que ello podría ser el resultado del Karma de los miembros quienes por su
falsedad y debilidad de corazón, habían llevado a la Sociedad Teosófica hasta
el punto en que ya no había en ella más vitalidad, y por eso debería extinguirse,
sólo para ser revivificada en el curso del próximo siglo.
Pero
por otra parte recordé que el Maestro le había dicho a H.P.B. que ella tendría
que formar un círculo de estudiantes a su alrededor y que tendría que impartirles
ciertas enseñanzas.
¿Pero cómo podría
hacer todo eso si moría?
Abrí
los ojos, saliendo de mi meditación, y al mirarla pensé que era imposible que a
ella que se había esclavizado, sufrido y esforzado tanto, se le permitiera
morir en medio de su trabajo inconcluso.
¿De qué utilidad
sería todo ese sacrificio y la continuada agonía por la que había pasado si el
trabajo de toda su existencia habría de quedar truncado?
Día
a día ella había sufrido innumerables torturas en su mente y en su cuerpo. En
su mente, debido a la falsedad y traición de aquellos que se habían llamado a sí
mismos sus amigos pero que posteriormente la habían detractado, a sus espaldas,
arrojándole piedras cuando, en su tonta ignorancia, pensaban que ella no sabría
nunca qué mano las había arrojado.
Y
sufrimientos en su cuerpo porque estaba obligada a permanecer en una forma
corporal que se hubiera desintegrado dos años atrás, en Adyar, si no hubiera
sido mantenida viva por medios ocultos cuando ella tomó la decisión suprema de
vivir y trabajar por aquellos que todavía tenían que entrar en contacto con las
enseñanzas e ingresar en la Sociedad Teosófica.
La
verdad es que ninguno de quienes la conocieron la comprendió verdaderamente.
Aun para mí que había vivido con ella tantos meses, ella era un enigma con sus
extraños poderes, su maravilloso conocimiento, su perspicaz penetración de la
íntima naturaleza humana, y su misteriosa vida pasada en regiones desconocidas
para el mortal común.
De
modo que, aunque su cuerpo podía estar cerca de los hombres, su alma se
encontraba a menudo alejada, en comunión con otros seres.
Muchas
veces he podido observar y he podido saber que sólo ese cascarón que es el
cuerpo era el que estaba presente.
Tales
eran los pensamientos que pasaban por mi mente mientras permanecía sentada hora
tras hora durante esa ansiosa noche, vigilándola, y notando cómo iba debilitándose
lentamente, poco a poco.
Una
ola de negro desaliento se apoderó de todo mi ser al sentir cuán profunda y
sinceramente amaba yo a esa noble mujer y me di cuenta qué vacua sería ahora mi
vida sin ella. No tener más su afecto y su confianza sería la más severa prueba
para mí. Toda mi alma se levantó en rebeldía ante el pensamiento de su próxima
muerte. . .
Lancé
un amargo grito y perdí todo contacto con el mundo externo, y luego caí dormida
por el agotamiento.
Al
día siguiente cuando abrí los ojos, la temprana luz de la mañana comenzaba a
entrar en la habitación y un sentimiento de congoja se apoderó de mi corazón
pensando que me había dormido y que posiblemente H.P.B. había muerto durante mi
sueño.
¡Que ella había
muerto mientras yo era infiel a mi deber de mantenerme en continuada vigilia!
Me
voltee hacia el lecho horrorizada y allí vi a H.P.B. que me miraba con calma,
con sus claros ojos grises, y ella me dijo:
-
"Condesa, acérquese."
Yo
volé hacia su lado y le pregunté:
-
"¿Qué ha acontecido, H.P.B.? Usted tiene
una apariencia distinta por completo de la de anoche."
Y
ella me respondió:
-
"Sí; el Maestro estuvo aquí. Él me dio a
escoger entre morir y liberarme –si así lo quería– o vivir para poder terminar La Doctrina Secreta. Me dijo cuán
grandes serían mis sufrimientos y qué terribles vicisitudes me esperaban en
Inglaterra (pues he de ir allá), pero cuando yo pensé en aquellos estudiantes a
quienes se me permitiría instruir, enseñar algunas pocas cosas, y cuando pensé
en la Sociedad Teosófica en general, a la que ya he dado toda la sangre de mi
corazón, acepté el sacrificio y ahora para que éste sea completo, tráigame un
poco de café, algo para comer y alcánceme la caja que contiene mi tabaco."
Yo
volé para atender su pedido y contarle a la señora Gebhard la buena nueva. La
encontré ya vestida, pronta para reemplazarme después de mi noche de vigilia, y
después de unas cuantas exclamaciones de alegría, ella insistió en que yo me acostara
mientras ella atendía a Madame Blavatsky.
Me
sentía tan excitada que creía que nunca me dormiría, pero tan pronto puse la
cabeza sobre la almohada me sumergí en un profundo sueño y no me desperté hasta
tarde en el día.
Cuando
bajé, todo era alegría, H.P.B. estaba levantada y vestida, chanceándose con
todos. El doctor Ellis la había masajeado de nuevo y le había dado su medicina,
y todos estaban esperando la llegada del grupo que había de venir a presenciar
la firma de su testamento.
H.P.B.
estaba en el comedor pronta para recibirlos y ellos la miraron inmovilizados de
asombro pues venían con rostros largos y serios, esperando ser introducidos a
la presencia de una mujer moribunda.
El
doctor estaba fuera de sí de asombro y sólo atinaba a decir:
-
"¡Pero es increíble, ella debería de
haber fallecido!”
No
podía comprender la recuperación “milagrosa” que había tenido H.P.B. quien
sentada en su sillón fumaba su cigarrillo tranquilamente, y le ofrecía uno
comenzando a burlarse suavemente de él.
El
abogado estaba todo confundido y se volteó hacia el médico belga buscando una
explicación.
El
médico se excusó repitiendo varias veces:
-
"¡Pero ella debería de haber fallecido!”
A
la vez que el cónsul americano, como hombre de mundo se adelantó, estrechó la
mano de H.P.B. y le dijo que estaba encantado de que ella hubiera engañado a la
muerte en esa ocasión, y una conversación animada y divertida tuvo lugar entre
todos.
Entonces
el abogado nos trajo a la realidad y comenzó la seria tarea de redactar el
testamento. Se le pidió a H.P.B. que diera detalles referentes a su esposo,
pero ella expresó de manera terminante que nada sabía del viejo señor Blavatsky
y que probablemente había muerto hacía ya tiempo, y que ellos podían mejor ir a
Rusia si querían saber algo de él; que ella les había solicitado sólo para
hacer un testamento y nada más.
Que
se suponía que iba a morirse, pero que ahora no pensaba hacerlo; y como estaban
todos presentes sería era una lástima que se hubieran molestado por nada, de
forma que sería mejor hacer el testamento proyectado y que ella pensaba dejarme
todo a mí.
El
abogado comenzó entonces a reconvenir: ¿No tenía ella parientes? ¿No sería más
justo dejar su propiedad a ellos? Y
luego me miró de soslayo como si pensara en ese momento que yo podría haber
influido indebidamente a H.P.B. para que me legara su dinero en detrimento de
sus parientes.
H.P.B.
lo interrumpió con vehemencia preguntándole por qué se inmiscuía en cosas que
no eran de su incumbencia y que ella dejaría su dinero a quien se le antojara.
La
señora Gebhard temerosa de una escena, se interpuso y dijo suavemente al abogado:
-
"Posiblemente cuando usted conozca la
cantidad de dinero que posee Madame Blavatsky usted no presentará más
objeciones para hacer el testamento como ella lo desea, pues si Madame
Blavatsky hubiera muerto no hubiera habido suficiente dinero para pagar el
gasto funerario."
El
abogado no pudo reprimir una expresión de sorpresa, pero se puso a trabajar sin
presentar más objeciones. En unos pocos minutos el testamento fue redactado y
firmado por los presentes. Luego se sirvió café y se inició una conversación
general.
Después
de tres horas, el cónsul americano se levantó y dijo:
-
"Bien, creo que esta es bastante fatiga
para una mujer moribunda."
Y
así, después de algunos cumplimientos de unos a otros, el pequeño grupo se
despidió mientras que los que quedábamos gustamos de una alegre risa ante una
de las más originales y divertidas escenas que jamás hubiéramos presenciado.
Pensamos
entonces que H.P.B. debería irse a descansar a su lecho, pero ella se rebeló de
la manera más enérgica y allí quedó sentada hasta horas de la noche jugando a
su juego de naipes.
Debo
agregar algo más referente a ese testamento y es que nunca más lo vi. Después
de la muerte de H.P.B., en la residencia del Avenue Road, en Londres, el 8 de
mayo de 1891, fui hasta Ostende y entrevisté al abogado que lo había redactado,
quien me dijo que después de mi partida lo había entregado a H.P.B. y supongo
que ella debe haberlo destruido, pues nunca fue encontrado entre sus papeles.
La
excitación alrededor del restablecimiento de H.P.B. finalmente se calmó. El
doctor Ellis retornó a Londres llevando consigo nuestra más sincera gratitud
por su bondad al responder con tanta prontitud a mi telegrama, y por el cuidado
y devoción que demostró a H.P.B. durante su estancia con nosotras.
Blavatsky
se va a vivir a Londres
Nuestros
próximos visitantes fueron el doctor Keightley y el señor Bertram Keightley. Ellos
llegaron trayendo consigo las más apremiantes y calurosas invitaciones del
grupo londinense para que H.P.B. fuera a vivir a Inglaterra.
Finalmente
ella consintió y acordamos que pasaría el verano con los Keightley, en Norwood,
en una pequeña casa llamada Maycot.
Ellos
retornaron a Londres para hacer los preparativos necesarios para su recepción y
yo comencé a dirigir mis pensamientos hacia mi casa en Suecia. Me sentía
completamente fatigada por toda la ansiedad por la que había pasado últimamente
y anhelaba un descanso completo, tanto físico como mental.
La
señora Gebhard viendo cuán rendida y enferma parecía yo, me urgió a que fuera a
mi casa lo antes posible diciéndome que ella se quedaría con H.P.B. hasta que
los Keightley vinieran a buscarla, y como esa misma mañana había llegado una
carta del señor Thornton diciéndonos que estaba por llegar a Ostende para
visitar a H.P.B., me sentí contenta de que la señora Gebhard no estaría sola
sino que tendría un amigo para ayudarla en caso de necesidad.
Por
lo tanto unos días después, y luego de la más tierna y bondadosa despedida, me
alejé rápidamente en un tren, en dirección a Suecia.
Fuera
de algunas cartas ocasionales recibidas de la señora Gebhard diciéndome que
todo marchaba de manera satisfactoria y que estaba empacando las cosas y
preparándose para el viaje de H.P.B. a Londres, no hay nada de importancia que
relatar.
Durante
el verano recibí algunas cartas de H.P.B. y aquí transcribo extractos de dos de
ellas fechadas en Maycot, Norwood:
"Sólo puedo
decir que no me siento feliz, ni siquiera agusto como cuando estaba en Ostende.
Me encuentro en el campo del enemigo y eso dice todo. . .
Esta casa es un
agujero donde todos nos encontramos como arenques en un barril, tan pequeña,
tan incómoda. Cuando hay tres personas en mis dos habitaciones (que son la
mitad del dormitorio que tenía en Ostende) nos pisamos en todo momento nuestros
pies. Y cuando hay cuatro, nos sentamos unos en las cabezas de otros. Además
aquí no hay tranquilidad, pues el más mínimo ruido se siente en toda la casa.
Todo esto es molestia
personal, pero hay algo más, mucho más importante. Hay tanto trabajo para hacer
aquí (teosófico) que yo tengo, o que renunciar a escribir La Doctrina Secreta, o que dejar el trabajo teosófico sin hacer.
Es por esas causas
que se requiere su presencia más que cualquier otra cosa. Si dejamos de
aprovechar las buenas oportunidades, nunca más tendremos mejores. Usted sabe,
supongo yo, que una Logia Blavatsky fue organizada y legalizada por Sinnett y
otros. Está compuesta, de catorce personas hasta ahora.
Usted sabe además que
se ha formado una editorial The Theosophical Publishing Company por las mismas
personas, y que no sólo hemos empezado a publicar una nueva revista teosófica,
sino que ellos insisten en publicar ellos mismos La Doctrina Secreta. Se han suscrito 200 libras para Lucifer,
nuestra nueva revista y 500 libras para La
Doctrina Secreta.
Se ha formado una
Limited Publishing Co. legalmente registrada. Todo eso ha sido, hecho ya. Tengo
reuniones regulares los jueves cuando diez u once personas tienen que
amontonarse en mis dos habitaciones y sentarse sobre mi escritorio y el
sofá-cama.
Duermo en el sofá que
usaba en Wurzburg ya que no hay lugar para una cama. Si usted viene tendrá una
habitación arriba."
Luego
me escribió que el último proyecto era el de alquilar una casa en Londres cuyos
gastos habrían de ser compartidos por los dos Keightley, ella misma y yo, y que
esperaba que yo aprobaría el plan, pues pensaba que sería muy ventajoso tener
una Sede Teosófica en Londres. Facilitaría, considerablemente nuestro trabajo e
induciría a otros a venir a vernos por la mayor accesibilidad.
Habiéndole
escrito que estaba dispuesta a unirme a ella en el proyecto propuesto y que me
vería en Londres, recibí las siguientes líneas desde Maycot:
"No hay ni que
decir cuán aliviada y contenta estoy con su próxima llegada. Venga y diríjase
aquí por unas horas si no quiere dormir en esta casa. Están amueblando la casa
en Lansdowne Road. Estoy emigrando con libros y todo. He escogido dos
habitaciones para usted que creo le gustarán, pero venga y ¡por piedad no
posponga su llegada!
Suya por siempre, H.P.B."
Esta
es la última carta que cito y con ella termina mi historia, pues, en Londres
fueron los dos Keightley quienes trabajaron en La Doctrina Secreta con H.P.B.
Con
una diligencia digna de elogio ellos transcribieron todos los manuscritos con
una máquina de escribir, y dejo que en esta obra [en los anexos] ellos
continúen la narración de cómo H.P.B. escribió La Doctrina Secreta.
Lo que
sucedió en Londres
Sólo
agregaré unas líneas más:
Llegué
a Londres en septiembre de 1887 y fui directamente a Norwood. Allí encontré a H.P.B.
en una pequeña casita con los Keightley y después de haber recibido de ella una
calurosa acogida, se mostró ansiosa de contarme cómo habríamos de empezar a
trabajar para la Sociedad Teosófica de una manera más práctica de lo que se
había hecho hasta el presente.
Muchas
fueron las largas conversaciones que tuvimos acerca de cómo podría hacer
conocer mejor la Teosofía en Londres y toda clase de proyectos fueron elaborados.
Después
de tres días de empacar, hacer planes y arreglar todo, una mañana nos
acomodamos en un carruaje y nos dirigimos a Londres, al número 17 en Lansdowne
Road.
Allí
encontramos a los dos Keightley trabajando duramente para hacer la casa lo más
cómoda posible para H.P.B.
No
puedo menos que admirar, como siempre he seguido haciéndolo, la tierna devoción
y el constante afán con que esos dos jóvenes hombres pensaban en todos los
detalles, aun en los más triviales, que podrían contribuir a la comodidad de H.P.B.
De
toda forma contribuyeron siempre a su bienestar, tratando por todos los medios
posibles de hacer que las condiciones que rodeaban a H.P.B. le facilitaran la
continuación de su labor relacionada con La
Doctrina Secreta.
Las
habitaciones de H.P.B. estaban en el piso bajo y se componían de un pequeño
dormitorio que daba a una gran habitación destinada al escritorio, donde los
muebles habían sido dispuestos a su alrededor de forma que pudiera alcanzar sus
libros y papeles sin dificultad.
Esa
habitación conducía a su vez al comedor, de manera que ella tenía un amplio
espacio para moverse y hacer algún ejercicio si lo deseaba y se sentía
inclinada a caminar.
Fue
allí donde el coronel Olcott la encontró unos pocos meses más tarde y describió
sus impresiones, en el suplemento de The
Theosophist de octubre de 1888, para sus lectores indos, en los siguientes
párrafos:
"El Presidente
encontró que Madame Blavatsky no disfruta de buena salud, pero que ella trabaja
con una energía desesperada y tenaz. Un capacitado médico le dijo que el hecho
de encontrarse ella viva era en sí mismo un milagro, juzgado desde el punto de
vista de todos los cánones profesionales.
Todo su organismo
está tan desorganizado por una complicación de enfermedades de la índole más
grave, que es simplemente asombroso el hecho de que ella pueda mantener esa
lucha sin perecer, ya que otra persona hubiera sucumbido desde hace tiempo.
El examen
microscópico revela grandes cristales de ácido úrico en su sangre y los médicos
dicen que es más que probable que si pasara un mes caluroso en la India la
mataría. Sin embargo no sólo vive sino que trabaja en su escritorio desde la
mañana hasta la noche, preparando material para ser impreso y leyendo las
pruebas de imprenta de La Doctrina Secreta
y de su revista londinense Lucifer.”
De
su trabajo más grande, casi trescientas páginas de cada uno de los dos
volúmenes habían sido ya impresas cuando llegó el coronel Olcott y
probablemente los dos volúmenes aparecerán este mes.
Por
todo lo que escuchó de jueces competentes que habían leído los manuscritos, el
Presidente se siente convencido de que La
Doctrina Secreta sobrepasará en mérito e interés a Isis Develada.
El
coronel Olcott escribió:
"La señora
Blavatsky vive en el número 17, en Lansdowne Road, Holland Park, con tres
teósofos amigos y además su devota amiga la Condesa Wachtmeister de Suecia que
hace de guardiana, enfermera y consoladora, y ha atendido a Blavatsky durante
todas sus serias enfermedades de los últimos tres años.
La casa es agradable,
encontrándose en una tranquila vecindad, y su fondo da a un pequeño parque o
cercado privado que es de uso común para todos los habitantes de las casas que
lo rodean.
Las habitaciones de
Madame Blavatsky se encuentran en el piso bajo, ya que a ella le es
prácticamente imposible subir o bajar las escaleras. Su mesa se encuentra frente
a una ancha ventana pudiendo verse la hierba verde y los árboles cubiertos de
hojas del Holland Park.
A su derecha e
izquierda hay mesas y estantes llenos de libros de consulta y por la habitación
están diseminados sus recuerdos traídos de la India, como bronces de Benarés,
alfombras de fibra vegetal de Palghat, tapices de Adoni, fuentes de madera de
Moradabad, plaquetas de Cachemira e imágenes singalesas, todo lo cual era
familiar para quienes visitaron Adyar en sus primeros tiempos.
En cuanto a su
retorno a la India, es una cuestión para ser decidida sólo por los médicos. Es
en extremo dudoso que ella pudiera resistir el viaje y es bastante cierto que
tendría que ser izada por una eslinga tanto a la partida como a la llegada del
barco, tal como se hizo cuando ella salió de Madrás para Europa hace tres años.
Naturalmente que con
su libro en prensa, ella no podría dejar Londres por una quincena, más aún en el
caso en que pudiera resolver satisfactoriamente la orientación editorial de su
revista Lucifer. Más tarde ese
obstáculo ha de ser resuelto, pero quedaría el de su salud.
Rodeándola en Londres
hay un grupo de devotos teósofos quienes además de adelantar 1.500 libras para
la impresión de La Doctrina Secreta y
Lucifer, han formado una compañía de
publicaciones teosóficas (Theosophical Publishing Co.) para publicar a precios populares, reimpresiones de de las
revistas The Theosophist, Lucifer y The Path, y también útiles folletos de
toda clase.
El interés en la
Teosofía aumenta y se hace más profundo en Europa, y más aún en los Estados
Unidos de América, pues no sólo vemos cómo esas ideas colorean la literatura
corriente, sino que también provocan discusiones entre los primeros orientalistas
de nuestra época.
El caso está bien
ilustrado por las recientes conferencias del profesor Max Muller, de Monier
Williams y otros, en las cuales se refieren a nosotros a la vez que nos
critican y por el admirable artículo sobre “Buddhismo en Occidente” del erudito
investigador señor Em. Burnouf que hemos traducido e impreso en este número de
nuestra revista.
Prácticamente existen
en la actualidad tres Centros Teosóficos donde la influencia de esta naturaleza
se ejerce sobre la mente de nuestra era: Madrás, Londres y Nueva York. Y por
más que sus ardientes amigos deploren la ausencia de Madame Blavatsky en Adyar,
no puede dudarse que el Movimiento como un todo, saca provecho de su presencia
en Londres y de su aproximación teosófica a nuestros devotos amigos y colegas
de América.”
Al
año siguiente apareció otra información en The
Theosophist del mes de julio que también puede ser de interés para mis
lectores y es la siguiente:
"Madame
Blavatsky continúa trabajando sin cesar, como siempre y bajo condiciones de tal
imposibilidad física que no sólo muestran lo verdaderamente maravillosa que es
su labor, sino que actualmente dejan ver qué maravillosa es también su vida.
Debo decir como
médico y no simplemente basado en mi sola autoridad, sino también como un
factor conocido de algunos de los principales médicos que practican en Londres,
que nunca antes ha sido comprobado que un paciente haya vivido, ni siquiera una
sola semana, bajo las condiciones del desorden renal que ha sido crónico en Madame
Blavatsky durante meses.
Últimamente esas
condiciones han sido algo modificadas por la acción de la estricnina de la cual
ella ha tomado un poco más de seis granos (cada uno 0.06 gramos) diarios.
Muy a menudo tiene
ataques de apoplejía cerebral, pero sin ningún tratamiento conocido de la
ciencia médica. Ella los pasa firmemente convencida, como siempre, de que su
vida presente no terminará hasta que su trabajo sea realizado por completo.
Y en esa labor es
infatigable, sus horas de trabajo diario son desde las 6.30 de la mañana hasta
las 7 de la tarde, con sólo unos pocos minutos de interrupción para tomar una
ligera colación antes de que el sol alcance su meridiano.
Durante ese intervalo
ella destina su tiempo, en gran parte, a la preparación de las instrucciones
para la Sección Esotérica, comunicando aquellos conocimientos que le es
permitido impartir y que sus miembros son capaces de recibir.
Luego la labor
editorial relacionada con la producción de su revista Lucifer cae por entero sobre sus hombros. Y también edita la nueva
revista teosófica francesa mensual que lleva por nombre La Revue Théosophique, publicada por la Condesa d'Adhemar, quien
digámoslo de paso, es americana por nacimiento. Su revista publica actualmente
una serie de brillantes artículos por Amaravella y una traducción en francés de
La Doctrina Secreta de Madame
Blavatsky.
El tercer volumen de La Doctrina Secreta está en manuscrito,
pronto para ser dado a los editores. Consistirá en su mayor parte en una serie
de bosquejos de los grandes ocultistas de todas las edades y es una obra de lo
más asombrosa y fascinante.
El cuarto volumen que
contendrá principalmente alusiones al tema del ocultismo práctico, ha sido
bosquejado pero no escrito todavía. Demostrará lo que es verdaderamente el
ocultismo y hará ver cómo la concepción popular del mismo ha sido ultrajada y
degradada por quienes pretenden falsamente conocer sus misterios, y también por
quienes por ansia de obtención de ganancias y otros bajos propósitos, han
declarado falsamente ser depositarios de sus secretos conocimientos.
Esta exposición del
ocultismo necesitará que se la actualice hasta el momento presente, de una
manera evidente como documentación histórica, de forma que el trabajo actual de
escribir todo eso no comenzará hasta que estemos prontos para publicarlo.
En la noche, desde la
hora siete hasta las once, y a veces hasta las dos de la mañana, Madame
Blavatsky recibe muchos visitantes. Naturalmente que muchos son amigos y no
pocos son impulsados por mera curiosidad de ver una mujer que es uno de los
personajes prominentes del mundo actual. Todos son bien recibidos y ella está
siempre pronta a conversar con cualquiera sobre cualquier punto que se desee.
El señor G. J.
Romanes, miembro de la Royal Society, viene para discutir la teoría
evolucionista enunciada por ella en su Doctrina
Secreta.
El señor W. T. Stead,
editor de la Pall Mall Gazette quien
es un gran admirador de La Doctrina
Secreta encuentra mucho en ella que invita a mayor comentario.
Lord Crawford, Conde
de Crawford y Balcarres. otro miembro de la Royal Society que está
profundamente interesado en Ocultismo y Cosmogonía y que fue un alumno de Lord
Lytton y estudió con él en Egipto, viene a conversar de las materias que le
conciernen.
La señora Besant,
cuya asociación con la National Reform Society la ha hecho famosa, viene para
expresar su interés en la Teosofía como poder afectador de la vida social de la
humanidad.
El señor Sidney
Whitman, ampliamente conocido por sus difundidas críticas sobre la gazmoñería
inglesa, tiene ideas que expresar e intercambiar en relación a las éticas de la
Teosofía.
Y así vienen unos y
otros.
A. K."
Volvemos
a nuestra narración. No bien nos habíamos instalado en la casa cuando muchas
personas comenzaron a llegar para ver a H.P.B., y los visitantes fueron tan
numerosos y se la interrumpía tan a menudo en su labor, que se consideró
conveniente que tuviera un día fijo para recibir.
Se
eligió el sábado y desde las dos de la tarde hasta las once o doce de la noche
había una sucesión de visitantes, y H.P.B. tenía frecuentemente un grupo de
persona a su alrededor que le hacían preguntas que ella contestaba con
invariable paciencia.
Todo
ese tiempo se continuó con la elaboración de La Doctrina Secreta hasta que finalmente se puso la obra en manos
del impresor. Luego comenzó el trabajo
de leer las pruebas de imprenta,
revisarlas y corregirlas, lo que mostró ser una labor muy pesada.
Yo
observé todo ese proceso con gran alegría en el corazón, y cuando la copia
impresa fue puesta en mis manos me sentí sumamente agradecida porque todas esas
interminables horas de dolor, trabajo y sufrimiento no habían sido en vano, y H.P.B.
había podido llevar a cabo su tarea y dar al mundo su gran libro, el cual ella
me lo dijo, deberá permanecer muy quieto hasta el siglo entrante para que entonces
sean apreciadas sus enseñanzas en todo su valor, mientras que en la actualidad
sería estudiado sólo por unos pocos.
Ese
día fue de alegría para H.P.B., fue un rayo de sol en la oscuridad y triste
soledad de su vida, pues las sombras la estaban ya rodeando y pronto tendría
que experimentar algunas de sus pruebas más amargas.
Pero
con la terminación de La Doctrina Secreta
mi labor también está hecha. Permítaseme sólo añadir un pequeño tributo de
gratitud y amor a la amiga y Maestra que hizo por mí más que ninguna otra
persona en el mundo, que me ayudó a ver la verdad, que me señaló la manera de
probar y conquistar el yo inferior, el de todas las pequeñeces y debilidades, y
que me mostró la manera de vivir más noblemente para la utilidad y beneficio de
los demás:
En
La Voz del Silencio, Blavatsky
escribió.
"Tu alma tiene
que llegar a ser como el mango maduro, tan dulce y suave como su dorada y
brillante pulpa para los dolores ajenos, y tan dura como el hueso del fruto
para tus propios duelos e infortunios. . .
Habla la compasión y
dice: ¿Puede haber bienaventuranza cuando todo lo que vive ha de sufrir?
¿Te salvarás tú y
gemir al mundo entero?"
Esos
son los preceptos que H.P. Blavatsky urgió a aprender y cumplir a sus
discípulos, esa es la ética que su vida de continuada abnegación por el bien de
la humanidad, y que ella encendió como una ardiente llama en el corazón de
aquellos que creyeron en ella.
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