LOS MAESTROS LE SOLICITARON A BLAVATSKY IR A LOS ESTADOS UNIDOS



Blavatsky se encontraba en julio de 1873 residiendo en Paris, cuando de pronto ella viajó precipitadamente y con muy poco dinero los Estados Unidos para instalarse en Nueva York.

Posteriormente a varias personas ella les contó que su Maestro le pidió sorpresivamente de que ella fuera a ese país.

Sus detractores piensan que ella inventó esa historia, pero como se los detallaré a continuación, lo más probable es que si sea cierto (y en morado añadí mis comentarios).



Su regreso a Europa

Después de su última estancia en el Medio Oriente, Blavatsky regresó a Europa; primero estuvo en Odesa en julio de 1872, luego en Bucarest en abril 1873 donde visitó a su amiga, Madame Popesco, y luego se dirigió a París.




Su estadía en Paris

Los investigadores José Rubio Sánchez y José Miguel Cuesta Puertes en su libro "Los Viajes Iniciáticos de Helena P. Blavatsky" indicaron que:

« De este breve periodo tenemos poca información, aunque según Olcott: "poco antes de venir a América, H.P.B. había hecho giras dando conciertos por Italia y Rusia, con el seudónimo de «la señora Laura", aunque su más escrupuloso biógrafo, Boris de Zirkoff considera que esa es una información poco fiable.

No sabemos si es cierto, aunque ya hemos comentado que Blavatsky era una gran pianista y que había dado conciertos por toda Europa.

Lo que sí sabemos es que en París ella vivió por un tiempo con su primo Nikolay Gustavovich Von Hahn (hijo de su tío paterno Gustav Alexeyevich) en la rue de l’Université número 11. »
(p.256)



El coronel Olcott en su libro "Las Viejas Hojas de un Diario I" comentó que:

« La doctora Marquette conoció a Blavatsky en París, y las insinuaciones de quienes pretenden que Blavatsky llevó en París una vida desordenada caen ante la espontánea declaración de esta mujer médica, que personalmente conocí en Nueva York, pero que según creo ya ha fallecido, me contó.

He aquí lo que la doctora Marquette escribió:

« Nueva York, diciembre 26 de 1875.

Querido señor:

Respondiendo a sus preguntas, debo decirle que conocí a la señora Blavatsky en París, en 1873. Entonces ella vivía con su hermano el Sr. Hahn, y un amigo íntimo de éste, el señor Lequeux, en un piso de la calle del Palais.

Yo la veía casi todos los días, y de hecho pasaba con ella la mayor parte de mi tiempo cuando no me encontraba en el hospital o en la clase. Por lo tanto estoy en situación de poder certificar personalmente acerca de su conducta y me siento feliz al poder decir que su conducta era perfecta y digna de todo respeto.

Ella empleaba su tiempo en pintar o en escribir, casi sin salir de su habitación. Tenía pocas relaciones, y entre ellas, el señor y la señora Leymarie.

Considero a la señora Blavatsky como una de las mujeres más interesantes y apreciables que yo haya conocido antes y después de mi vuelta de Francia; he renovado con ella las relaciones y la amistad.

Vuestra, afectuosamente,

L. M. Marquette, M. D. » »
(Capítulo 2)


Y el coronel Olcott añadió que:

« Blavatsky me contó que ella había llegado a París en 1873 con la idea de establecerse allí por algún tiempo bajo la protección de uno de sus parientes quien vivía en la calle de la Universidad, pero que un día [el 7 de julio] ella recibió la orden terminante por parte de los Hermanos de ir a Nueva York a esperar instrucciones. Así es que al día siguiente ella partió sin más dinero que el de su pasaje. »
(Capítulo 1)



Vera Zhelihovsky en el Esbozo Biográfico que ella escribió acerca de su hermana Blavatsky, dijo algo similar:

« Su partida de París a América fue tan repentina como inexplicable y ella nunca quiso decirnos la razón hasta muchos años después, y la explicación que nos dio es que sus Maestros le habían pedido hacer eso sin siquiera explicarle el motivo. »


Y en otro texto biográfico, Vera añadió:

« En junio [de 1873] ella se encontraba en París, donde había tratado de permanecer durante algún tiempo, cuando repentinamente recibió una carta – "una recomendación que no tenía el deseo ni la posibilidad de resistir", como ella nos explicó en su correspondencia– de uno de sus maestros del Lejano Oriente para que se dirigiera a América. »





Sus primeros meses en Nueva York

El coronel Olcott relató:

« Blavatsky le escribió a su padre para que le enviase fondos a través del cónsul ruso en Nueva York, pero esto tenía que tardar algún tiempo, y como el cónsul se negó a darle un préstamo, ella tuvo que trabajar para vivir.

Me dijo que había alquilado un alojamiento en uno de los barrios más pobres de Nueva York –en calle Madison– y ganaba su pan haciendo corbatas o flores artificiales (no lo recuerdo bien) para un excelente comerciante judío.

Ella hablaba siempre de ese buen hombre con reconocimiento. Las instrucciones no llegaban, y el porvenir era un libro cerrado.

Hasta que al año siguiente, en octubre de 1874, ella recibió la orden de ir a Chittenden para encontrarse con el hombre que debía ser su colega para una gran obra; y ese hombre era yo. »
(Hojas de un Viejo Diario I, cap. 1)



Blavatsky en una entrevista que le hicieron comentó:

« Estaba M. de Bodisco, que siempre se ponía conde de Bodisco, pero que nunca fue conde, y no creo que haya estado nunca en Rusia. Él hablaba ruso como un cerdo español y su francés era extremadamente malo... para un ruso.

Me dijo que... “Yo no tenía derecho a venir a Estados Unidos y él no me permitiría recibir dinero a través de él”. »
(The Daily Graphic, 10.12.78, p.266)



El coronel Olcott relató:

« La señorita Ballard encontró a H.P.B. en una miserable casa de obreros en una calle pobre de Nueva York, ganándose honradamente la vida haciendo corbatas. Esto era en julio de 1873.

En octubre de ese año, su querido padre, que siempre se había mostrado paciente e indulgente hacia H.P.B., murió, y el 29 del mismo mes recibió un telegrama fechado en Stavropol, en el que su hermana Elisa le daba la noticia y le informaba del importe de su herencia, anunciándole el envío de un cheque de mil rublos.

H.P.B. Recibió el dinero por correo y dejó su alojamiento por otro mejor en la City, Unión Square, calle 60 Este, plaza Irving, etc. En este último domicilio es donde la encontré al volver de la granja de los Eddy. »
(Hojas de un Viejo Diario I, cap. 2)





Pruebas de que sus Maestros si le solicitaron a Blavatsky ir a los Estados Unidos

Los detractores de Blavatsky consideran que ella inventó esta historia de que sus Maestros le pidieron ir repentinamente a Nueva York, pero los datos históricos que les puse arriba indican lo contrario.

Además que no tiene sentido de que ella dejara precipitadamente Paris donde se encontraba cómoda, para viajar apresuradamente y sin dinero a Nueva York donde tenía un futuro incierto, si no fuera porque sus maestros se lo habían solicitado.

El propio maestro Morya en una carta que le envió al señor Sinnett le reveló lo siguiente:

« Buscando por todos lados, encontramos en los Estados Unidos al hombre que debía ser el líder [de la Sociedad Teosófica]: un hombre de gran coraje moral, desinteresado y con otras buenas cualidades. Estaba lejos de ser el mejor, pero era el mejor disponible [el coronel Olcott].
 
Con él asociamos a una mujer de dotes excepcionales y maravillosas [Helena Blavatsky]. Ella también tiene fuertes defectos personales, pero tal como era, no había otra persona que pudiera vivir de esa manera.
 
La enviamos a América, los reunimos y comenzó la prueba»
(CM 44, p.263)



Y sobre este asunto el coronel Olcott comentó lo siguiente:

« Los amigos íntimos recordarán su relato de la historia de su repentina partida, obedeciendo órdenes, de París para Nueva York.

El Sr. Sinnett lo menciona en su libro "Incidentes de la vida de la señora Blavatsky" (página 146), y ha sido publicado en otras partes.

Pero esas personas no lo han sabido sino mucho tiempo después y sus enemigos podrían decir que fue una invención tardía, una mentirilla acoplada a una pequeña farsa subsiguiente.

Sin embargo la casualidad (si es una casualidad) me ha traído justamente en el momento en que escribo estas páginas, la corroboración de un apreciable elemento de prueba.

Una dama americana, la señorita Ana Ballard, periodista antigua, miembro vitalicio del Club de la Prensa de Nueva York, que tuvo trato profesional con H.P.B. desde la primera semana de su llegada a Nueva York, vino a pasar una temporada en Adyar.

En el curso de la conversación, entre otros hechos menos importantes, la señorita Ballard citó dos que le rogué me diese en seguida por escrito, a saber:

que H.P.B., a quien había encontrado en un sórdido alojamiento, le había dicho que súbita y repentinamente había dejado París de un día para otro,
y también que H.P.B. había visitado el Tíbet.

He aquí las propias palabras de la señorita Ballard:


« Adyar, enero 17 de 1892.

Querido coronel Olcott:

Conozco a la señora Blavatsky desde hace mucho más tiempo del que usted piensa. La vi en Julio de 1873 en Nueva York, cuando no hacía aún una semana de su desembarco.

Entonces era yo cronista del New-York Sun y se me había encargado un artículo sobre Rusia. Durante mis investigaciones sobre ese tema, un amigo me hizo saber la llegada de esta dama rusa y fui a verla; así comenzaron mis relaciones con ella que duraron varios años.

Desde mi primera visita me dijo que no había tenido la menor idea de dejar París para venir a América hasta la noche de la víspera de su partida; pero no me dijo por qué partió ni lo que la hizo partir.

Recuerdo perfectamente el aire de triunfo con que me dijo:

   -   “He estado en el Tíbet”.

Entonces no pude comprender el motivo por el cual ella diese más importancia a ese viaje que a los que decía haber hecho por Egipto, la India y otras partes, pero siempre lo decía con mucho énfasis y animación. Ahora sé el por qué.

Ana Ballard. »

(El motivo por el que Blavatsky estaba muy orgullosa de haber estado en el Tíbet es porque en ese entonces ese país estaba prohibido para los occidentales.)


A menos que se crea a H.P.B. capaz de haber previsto que la señorita Ballard me daría este testimonio en la India 19 años más tarde, el lector de buena fe convendrá que las declaraciones que hizo a la primera persona que conoció en Nueva York en 1873, corroboran firmemente las que después hizo a un gran número de personas, respecto a los dos puntos más importantes en la historia de sus relaciones con el movimiento teosófico:

1) Su preparación en el Tíbet.

2) Su viaje a América en busca de aquel cuyo karma unía a ella como coautor para poner en movimiento esta gran ola social»
(Hojas de un Viejo Diario I, cap. 1)




~ * ~

A finales de 1878, Blavatsky y Olcott dejaron Nueva York para irse a vivir a la India, de nuevo por solicitud de los Maestros transhimaláyicos.










LOS FENÓMENOS QUE EL MAESTRO MORYA PRODUJO EN LOS ESTADOS UNIDOS

 
(El coronel Henry Olcott en su libro “Las Viejas Hojas de un Diario I” relató varios fenómenos que el maestro Morya produjo en Filadelfia y en Nueva York entre los años 1875 y 1878.)
 


Las cartas teletransportadas

« H.P.B. se encontraba todavía en Filadelfia [en 1875] y acepté su insistente invitación para que fuese a tomarme varios días de reposo con ella, después de mi largo trabajo.

Creyendo que no faltaría de Nueva York más que dos o tres días, no dejé señas en mi oficina ni en mi club para que me expidiesen la correspondencia; pero viendo en seguida que ella no me dejaría volver pronto, fui a la central de correos para dar las señas de mi casa y pedir que las cartas que allá llegasen para mí, me fuesen traídas.

No esperaba yo ninguna, pero pensaba que en mi oficina, al no tener noticias mías, podrían escribirme al azar, al correo de Filadelfia.

Entonces me sucedió algo que me sorprendió (conociendo en ese entonces todavía tan poco los recursos psíquicos de H.P.B. y de sus Maestros) y que aún hoy, después de tantos otros fenómenos, sigue siendo casi un milagro para mí.

Para comprender mejor esto, que el lector tenga a bien observar cualquier carta que le llegue por correo; verá en ella dos membretes, el de la estafeta de expedición en la cara anterior, y al dorso el de la estafeta de llegada.

Si la carta ha sido reexpedida, debe llevar, por lo menos, esos dos membretes, y además, una serie formada par los de cada estafeta por donde pasa hasta alcanzar al destinatario.

Pues bien, esa misma tarde del día en que di mis señas a la central de correos de Filadelfia, el cartero me trajo cartas que venían de lejos –creo que una de sud América; en todo caso, era del extranjero– dirigidas a mí a Nueva York, y que tenían los respectivos sellos de su estafeta de origen, pero no el de la de Nueva York.

En contra de todos los reglamentos y normas postales, me habían llegado directamente a Filadelfia sin pasar por el correo de Nueva York. Y nadie de Nueva York sabía mis señas en Filadelfia, porque yo mismo no las sabía al partir.

Yo mismo recibí esas cartas de manos del cartero en el momento en que yo salía de paseo, de modo que no pudieron ser manipuladas por H.P.B. »
(Capítulo 2)


Observación de Cid: probablemente fue el maestro Morya quien teletransportó esas cartas.






Los maestros le escribieron a Olcott dentro de esos sobres cerrados

« Al abrirlas, encontré algo escrito en cada una de ellas en los espacios vacíos del papel, de la misma escritura que las cartas de los Maestros recibidas en Nueva York, ya sea en los márgenes, ya sea en los espacios del texto.

Los textos se referían por lo general a mis estudios ocultos, o eran comentarios sobre el carácter de las intenciones de las personas que me escribían las cartas.

Ese fue el principio de una serie de fenómenos sorprendentes que se sucedieron durante más o menos quince días que pasé en Filadelfia.

Recibí allí muchas cartas; ninguna llevaba el membrete del correo de Nueva York, aunque todas fuesen dirigidas a mi oficina en dicha ciudad. »
(Capítulo 2)


Observación: la mayoría de esas respuestas han de haber sido escritas por el maestro Morya.





 
Respuesta del maestro dentro de un sobre cerrado
 
« H.P.B. me hizo ver una noche, sin preparación escénica ni historias, algo del mismo género del primero de esos fenómenos. Yo deseaba saber la opinión de cierto Adepto sobre un tema determinado. Ella me pidió que escribiese mis preguntas, las pusiese en un sobre sellado y colocase éste en un sitio en que yo pudiese vigilarle.
 
Como yo estaba sentado entonces frente al hogar, puse mi carta encima de la chimenea, detrás del reloj, dejando sobresalir el borde del sobre, para tenerlo a la vista.
 
H.P.B. y yo, seguimos hablando alrededor de una hora más, y entonces me dijo que la respuesta había llegado. Abrí mi sobre, cuyo sello estaba intacto, y dentro estaba mi carta, y en mi carta la respuesta del Adepto, con su escritura, escrita en una hoja de un papel verde especial que –tengo todas las razones para creerlo– no existía en la casa.
 
Nosotros nos encontrábamos en Nueva York, mientras que el Adepto se encontraba en Asia.
 
Pretendo que este fenómeno no puede ser tachado de fraude, y que por lo tanto su valor es considerable. No hay más que una explicación posible, bien defectuosa por cierto, aparte de lo que considero ser la verdadera teoría.
 
Es suponer a H.P.B. dotada de un poder hipnótico extraordinario, que hubiese podido paralizar instantáneamente todas mis facultades en forma de impedirme ver que ella se levantaba, sacaba mi carta de detrás del reloj, abría el sobre con vapor de agua, leía mi carta, la contestaba desfigurando la letra, volvía a poner todo en el sobre, que volvía a sellar y a colocar en la chimenea, y me devolvía el uso de mis sentidos sin que mi memoria conservase ni trazas del experimento.
 
Pero yo tenía, y tengo aún, un recuerdo muy claro de haber hablado durante una hora, de haberla visto andar de aquí para allá, y hacer y fumar numerosos cigarrillos, mientras yo cargaba, fumaba y volvía a cargar mi pipa. En fin, recuerdo haber estado con el ánimo de toda persona despierta que está acechando un fenómeno psíquico que va a efectuarse.
 
Si se da algún valor a cuarenta años de familiaridad con todos los fenómenos de hipnotismo y magnetismo y con sus leyes, puedo positivamente declarar que estaba en plena conciencia de vigilia y que he descrito con exactitud los hechos.
 
Tal vez dos veces cuarenta años de experiencia en el plano físico de mâya [la ilusión], no serían suficientes para hacer concebir todas las posibilidades de la ciencia hipnótica oriental. Tal vez yo no soy más capaz que el primer ignorante que se presente, de saber lo que en realidad sucedió entre el momento en que escribí mi carta y aquel en que recibí la respuesta.
 
Es muy posible pero en ese caso, ¿qué valor infinitesimal puede atribuirse a las severas acusaciones de los críticos hostiles a H.P.B., que la trataron de prestidigitadora sin escrúpulos, si no poseen ni siquiera la cuarta parte de mis conocimientos de las leyes que rigen a los fenómenos psíquicos?
 
En la revista Spiritualist de Londres, del 28 de enero de 1876, he contado este incidente al mismo tiempo que otros de la misma clase, y ruego al lector que para más detalles lea ese artículo. »
(Capítulo 23)


Observación: William Judge aseguró que Blavatsky podía hipnotizar sin que las personas se dieran cuenta, pero este fenómeno donde los maestros respondieron dentro de sobres cerrados se efectuaron en múltiples ocasiones, y a veces sin que Blavatsky estuviera presente.
 
 
 
 
 

El largo mechón del coronel Olcott
 
« Yo no sé que haya una clase de fenómenos que puedan clasificarse de hirsutos, pero si los hay, el siguiente incidente puede ser clasificado con ellos, así como el súbito crecimiento de los cabellos de H.P.B., que ya conté en uno de los primeros capítulos.
 
Después de haberme afeitado la barba durante muchos años, me la dejé crecer por consejo de mi médico, para evitar frecuentes enfriamientos de garganta, y en el tiempo de que estoy hablando, mi barba tenía como unas cuatro pulgadas de largo.
 
Una mañana, arreglándome después del baño, descubrí un paquete de pelos largos debajo de la barbilla, junto a la garganta. No sabiendo qué pensar de eso, desenvolví muy cuidadosamente todo ese enredo, lo que me ocupó bien una hora de paciencia, y descubrí con gran sorpresa que ¡tenía un mechón de barba de catorce pulgadas, que me llegaba hasta el hueco del estómago!
 
Ni en mis recuerdos ni en mis lecturas había nada que me ayudase a comprender el cómo y el por qué de ese hecho, pero el fenómeno estaba ahí, palpable y permanente.
 
Cuando le mostré el mechón a H.P.B., ella me dijo que era obra de nuestro gurú durante mi sueño, y me aconsejó que lo conservase para usarlo como un depósito de su aura bienhechora.
 
Se lo enseñé a muchos amigos que no hallaron mejor explicación que darme, pero todos estuvieron acordes en decirme que no lo cortara. De suerte que yo lo metía dentro del cuello para ocultarlo, y esto duró años, hasta que el resto de la barba creció otro tanto.
 
Esto explica porqué con frecuencia se me llamaba “Barba de Rishi”* y por qué nunca cedí a mi constante tentación de cortar ese adorno natural para reducirlo a proporciones más portátiles y menos impresionantes. Pero sea cual fuere el nombre que se le dé a este fenómeno, no fue una mâya [ilusión] sino algo real y tangible. »
(Capítulo 23) 
 

Observación: en sánscrito Rishi significa santo, iluminado, adepto.
 
 
 



Aparición de Morya frente a Olcott
 
« Una noche después de que había terminado nuestro trabajo con el libro Isis Develada, ya me había despedido de Blavatsky y me había retirado a mi habitación, le había puesto el seguro a la puerta como siempre, y me había sentado a leer y fumar, cayendo pronto absorto en mi libro; el cual, si recuerdo correctamente era Viajes en Yucatán de Stephens; en todo caso no era un libro sobre fantasmas, ni tampoco alguno que hubiese podido estimular mi imaginación para que estuviese viendo espectros.

Mi silla y mesa estaban a la izquierda frente a la puerta, mi abrigo de campaña a la derecha, la ventana veía hacia la puerta, y sobre la mesa había una lámpara de gas.
. . .
Yo estaba leyendo tranquilamente, con toda mi atención concentrada en mi libro. Nada en los incidentes de la noche me había preparado para ver un Adepto en su cuerpo astral; yo no lo había deseado, no traté de invocarlo en mi imaginación y era lo menos que esperaba.

De repente, estando leyendo con mi hombro un poco volteado de la puerta, me llegó un resplandor de algo blanco en el rabillo derecho de mi ojo derecho; voltee mi cabeza, y debido a la sorpresa dejé caer mi libro, y vi elevándose sobre mí, en su gran estatura, a un Oriental vestido con ropajes blancos, que llevaba un tocado o turbante de color ámbar rayado, bordado a mano en borra de seda amarilla. Su cabello negro lustroso caía por debajo del turbante hasta los hombros; su barba era negra, partida verticalmente sobre sus mejillas a la usanza rajput, y estaba trenzada en las puntas, y llevada hasta las orejas; sus ojos estaban vivos con fuego del alma; ojos que al mismo tiempo eran benignos y de mirada penetrante; ojos de un mentor y de un juez, pero suavizados por el amor de un padre que mira a un hijo que necesita consejo y guía.

Él era un hombre tan imponente, tan imbuido en la majestuosidad de la fuerza moral, tan espiritualmente luminoso, evidentemente tan por arriba de la humanidad común, que me sentí avergonzado en su presencia, e incliné mi cabeza y me arrodillé como uno hace ante un personaje divino. Sentí su mano ligeramente sobre mi cabeza, una voz dulce pero firme me pidió que me sentara y cuando levanté mis ojos, la Presencia estaba sentada en la otra silla más allá de la mesa.

Él me dijo que había venido en el momento de crisis cuando lo necesitaba; que mis acciones me habían llevado hasta este punto; que sólo en mí estaba si él y yo nos encontraríamos frecuentemente en esta vida como colaboradores por el bien de la humanidad; que había que hacer un gran trabajo por la humanidad, y que yo tenía el derecho de compartirlo si quería; que una misteriosa liga, que no me la explicaría ahora, nos había juntado a mi colega y a mí; una liga que no podía ser rota, no obstante lo tirante que pudiese llegar a estar algunas veces.

Me dijo cosas sobre Blavatsky que no repetiré, al igual que cosas acerca de mí que no le interesan a terceros. No puedo decir qué tanto tiempo estuvo ahí: pudo haber sido media hora o una hora; aunque me pareció sólo un minuto, ya que no me di cuenta del paso del tiempo. Finalmente él se levantó, mientras que yo me admiraba de su gran estatura y observaba la especie de esplendor en su semblante – que no era una brillantez externa, sino el suave fulgor de una luz interna – que proviene del espíritu. Súbitamente llegó a mi mente el pensamiento:

-        “¿Qué tal si todo esto no es más que una alucinación? ¿Qué tal si Blavatsky lanzó una fascinación mesmérica sobre mí? ¡Ojala y tuviese algún objeto tangible que me pruebe que él estuvo realmente aquí, algo que pueda tener cuando él se haya ido!”

El Maestro se sonrió amablemente como si leyera mi pensamiento, desenvolvió el fehtâ de su cabeza, me saludó benignamente despidiéndose y se fue. Su silla estaba vacía, ¡yo estaba solo con mis emociones! Sin embargo, no completamente solo, ya que sobre la mesa yacía el turbante bordado; una prueba tangible y perdurable, de que no me habían “olvidado” o que había sido engañado psíquicamente, sino que había estado cara a cara con uno de los Hermanos Mayores de la Humanidad, uno de los Maestros de nuestra insulsa raza de pupilos.

Mi primer impulso natural fue correr y tocar a la puerta de Blavatsky y contarle mi experiencia. Luego regresé a mi cuarto a pensar, y la gris mañana me encontró aún pensando y resolviendo. A partir de esos pensamientos y de esas resoluciones se desarrollaron todas mis subsecuentes actividades teosóficas y esa lealtad a los Maestros por detrás del movimiento, que los golpes más rudos y las desilusiones más crueles nunca han hecho vacilar. Desde entonces he sido bendecido con el encuentro de este Maestro y de otros, pero poco provecho podría obtenerse en repetir la narración de mis experiencias, de las cuales la que acabo de contar es un ejemplo suficiente. No obstante que otros menos afortunados puedan dudarlo, yo lo SÉ. »
(Capítulo 14)


Observación: ese encuentro sucedió entre 1876 y 1877 en la Lamasería de Nueva York, y el turbante que Morya le entregó a Olcott todavía se conserva en el museo de Adyar, Madrás, India; y a continuación les pongo una foto donde aparece una parte de ese turbante.


El turbante mide 2.44 metros de largo por 65 cm de ancho, y pueden observar como en la esquina de abajo a la derecha se encuentra plasmado el monograma del Maestro Morya

Detalle del monograma







El retrato del maestro Morya

« A continuación les relato como se dibujó el primer retrato de mi Gurú, hecho en Nueva York con lápices negro y blanco, por el señor Harrisse; no tiene aura. De este yo puedo certificar el parecido, así como otras personas que han tenido la dicha de verle. Así como los retratos al óleo de Schmiechen, hechos en Londres en 1884.
 
El primero es un ejemplo de transmisión del pensamiento. No creo haber publicado todavía su historia, pero en todo caso está en su lugar entre estos recuerdos históricos.
 
Siempre se desea poseer el retrato de un corresponsal lejano con el cual se mantienen relaciones importantes y con mayor razón el de un Maestro espiritual, gracias al cual uno ha reemplazado ideas vulgares por un noble ideal.
 
Yo deseaba ardientemente tener por lo menos la imagen de mi venerado Maestro ya que no podía verlo a él mismo; durante mucho tiempo pedí a H. P.B. que me la procurase y me había prometido hacerlo en la primera ocasión favorable. Esa vez ella no tuvo el permiso de precipitarla para mí, pero recurrió a un método más sencillo y bien sugestivo: la hizo dibujar por alguien que no era ocultista ni médium.
 
El señor Harrisse, nuestro amigo francés, era algo artista, y una noche que la conversación había girado sobre la India y el valor de los rajputs, H. P. B. me susurró que trataría de hacerlo dibujar el retrato de nuestro Maestro si yo le proporcionaba los objetos necesarios.
 
No los había en la casa, pero salí a comprar papel y lápices en una papelería muy cercana. El comerciante hizo el paquete, me lo dio por encima de la caja, recibió la moneda de medio dólar que yo la di y me fui.
 
Cuando llegué a la casa, deshice el paquete, y de él cayó al suelo medio dólar, pero en dos monedas de un cuarto de dólar. Como se ve, el Maestro quería darme su retrato sin que me costase nada.
 
H.P.B. pidió entonces a Harrisse que dibujase a su gusto una cabeza de un jefe de la India. Él contestó que no veía eso en su imaginación y que nos haría otra cosa. Pero cediendo a mi insistencia, comenzó a dibujar una cabeza de un indo.
 
H.P.B. me hizo señas para que me mantuviese tranquilo al otro extremo de la sala y ella fue a sentarse cerca del artista, fumando tranquilamente. De tiempo en tiempo ella se acercaba suavemente hasta detrás de él, como para observar sus progresos, pero no dijo ni una palabra hasta que estuvo concluido, como una hora después.
 
Yo recibí el retrato con agradecimiento; lo hice poner en un cuadro y lo colgué en mi pequeña alcoba. Pero sucedió algo raro. Después de haber echado una última mirada al retrato, que aún estaba ante el artista, y mientras H.P.B. lo tomaba en su mano para alcanzármelo, apareció sobre el papel la firma criptográfica de mi Gurú, dándole en cierto modo su imprimatur y aumentando en mucho el valor del regalo.
 
Pero en ese tiempo yo no había visto aún a mi Gurú y no podía juzgar el parecido. Más tarde ví que era real, y además el Maestro me dio el turbante con que el aficionado lo dibujó.
 
He ahí un caso auténtico de transmisión del pensamiento: la transferencia de la imagen de una persona ausente, a la conciencia de un extraño.
 
¿Se produjo esto a través del pensamiento de H.P.B.?
 
Así lo creo.
 
Pienso que esto sucedió de idéntico modo que las transmisiones de figuras geométricas o de otra clase, descritas en las antiguas memorias de la S.P.R., pero con la diferencia de que la memoria misma de H.P.B. proporcionó el retrato ejecutado por Harrisse y que sus poderes ocultos desarrollados le permitieron efectuar directamente la transmisión sin intermediario. Quiero decir que no tuvo necesidad de ver el retrato, dibujado ante ella, para hacerlo pasar al dibujante.
(Capítulo 23)


Observación: Blavatsky señaló en su diario que este retrato fue realizado el 11 de febrero de 1878.














SINNETT MENCIONA LA GIRA POR EUROPA QUE BLAVATSKY Y OLCOTT EFECTUARON EN 1884


(Esta es la primera parte del capítulo 10 del libro "Incidentes en la Vida de la Señora Blavatsky" escrito por Alfred Sinnett, y añadí subtítulos para facilitar la lectura.)



El viaje de india a Europa

En la Asamblea de la Sociedad Teosófica celebrada en diciembre de 1883, se declaró que existían entonces setenta y siete ramas en India y ocho en Ceilán.

La celebración del aniversario revistió la brillantez de costumbre, a pesar de algunas discusiones sostenidas en la prensa entre el Presidente y el obispo de Madrás, que amenazaban estallar más tarde en tremendo conflicto entre la Sociedad Teosófica y los misioneros locales.

A principios de la primavera, los fundadores del movimiento teosófico fueron de visita a Europa, adelantándose el coronel Olcott con objeto de arreglar en el ministerio de las Colonias un asunto especial relativo a los budistas de Ceilán, y a última hora se resolvió que le acompañase la señora Blavatsky, quien durante la visita que hizo a la frontera de Sikkim, se había restablecido algún tanto de la gravísima enfermedad sufrida en el otoño de 1882, aunque su organismo físico estaba del todo desconcertado y la mejoría fue tan sólo un remiendo.

Poco después volvió a recaer, y se supuso que el viaje por mar a Europa y el cambio de clima le serían favorables.




Blavatsky inicialmente no pensaba ir a Londres

Al principio nadie creyó que pudiese llegar a Londres, y desde Niza donde se detuvo en casa de unas amigas, escribió a primeros de marzo de 1884 lo siguiente en respuesta a las diversas invitaciones que se le dirigieron desde Londres:

« He recibido vuestras cariñosas invitaciones, las de ___ y ___ y otros. Me conmueve profundamente esta prueba del deseo de ver a mi insignificante persona; pero creo inútil revolverse contra el destino y tratar de convertir en realizable lo irrealizable.

Estoy enferma y me siento peor que al salir de Bombay. En el mar me sentía mejor y en tierra estoy peor. Al desembarcar en Marsella hube de guardar cama todo el día y también ahora estoy en cama.

A mi parecer, en Marsella me quebrantaron las abyectas emanaciones de un civilizado hotel europeo de primera categoría con sus carnes de cerdo y de buey; y aquí… bien, de un modo u otro me voy haciendo pedazos y desmoronándome como una galleta.

Lo más que podré hacer será ir cogiendo y juntando mis voluminosos fragmentos, y pegarlos con cola para que se deshagan en París.

¿De qué sirve el rogarme que vaya a Londres?

¿Qué haré, qué podré hacer entre vuestras eternas nieblas y las emanaciones de una refinada civilización?

Salí de Madrás, a pesar de que mi cuerpo me lo prohibía. Yo no quería salir... y en este mismo punto y hora me volvería si pudiera.

Si ___ no lo hubiese ordenado, no me movería de mis habitaciones y de mi antiguo ambiente. Me siento enferma, miserable, agotada e infeliz. 
. . .
A no ser por la señora ___ nuestra querida teósofa de Odesa, yo no hubiera venido a Niza. Lady C. es la encarnación de la amabilidad. Hace todo cuanto cabe para distraerme. Pensé estar aquí tan sólo dos días, pero me retienen el mistral de Provenza y los fríos vientos de Niza.

Tan pronto como me sienta mejor, me propongo reunirme en París con los secretarios para fatigarme apenas llegue, con deseos de estar más bien en Jericó que en París.

¿De qué sirve mi compañía a unos seres tan civilizados como vosotros?
. . .
Os molestaría al cabo de siete minutos y cuarto sí consintiera en aceptar vuestra invitación y desembarcar mi desagradable y corpulenta personalidad en Inglaterra.

La distancia tiene sus encantos y por lo que a mí toca, mi presencia desvanecería hasta el último vestigio de ellos.

La Logia de Londres atraviesa una agudísima crisis..... Yo no podría (especialmente en mi actual estado de nerviosidad) estar allí y escuchar con calma las estupendas noticias de que Sankaracharya era deísta y que Subba Row no sabe lo que dice, sin contar con que a mí me acocean a muerte; o aquella otra todavía más estupenda afirmación de que los Maestros son evidentemente Swabhavikas.

¿Y entraré yo en discusiones contra los Goughs y Hodgsons que han desfigurado el budismo y el advaiticismo, aun en su sentido exotérico, y arriesgan quemarme la sangre al oír en Londres la repetición de sus argumentos?
. . .
Dejadme morir en paz si he de morir, o volvedme a mis lares y penates de Adyar si estoy destinada a verlos otra vez. »


A pesar de la oposición expresada en esta carta, Madame Blavatsky fue por fin a Londres, donde permaneció algunos meses; pero antes se detuvo unas cuantas semanas en París, donde se le reunieron varias de sus parientes y amigas rusas.





Algunos fenómenos que Blavatsky produjo en Paris

La señora Jelihowsky, cuyos escritos hemos citado tan extensamente en los primeros capítulos de estas Memorias, nos dice acerca de algunos fenómenos ocurridos durante ese período.

De un artículo publicado en un periódico ruso entresacamos lo siguiente :

« Cuando a mediados de mayo llegamos a París para entrevernos con Blavatsky, la encontramos rodeada de la plana mayor de la Sociedad Teosófica, cuyos individuos habían acudido de Alemania, Rusia y los Estados Unidos, para verla al cabo de cinco años de ausencia en la India.

También había allí una pléyade de curiosos que enterados de la taumatúrgica fama de la señora Blavatsky, anhelaban presenciar los efectos de sus ocultas facultades, aunque ella repugnaba satisfacer su curiosidad, pues siempre había mirado con desdén los fenómenos físicos, enemiga de malgastar inútilmente sus facultades y además estaba a la sazón muy enferma.

Cada fenómeno operado por su voluntad le costaba invariablemente algunos días de malestar.  Y preciso por su voluntad, debido a que los fenómenos producidos sin que ella lo quisiera, abundaban más que los voluntarios, y los atribuía al misterioso ser a quien ella llama su “Maestro”.

Estos fenómenos involuntarios no la dañaban en modo alguno.

Cada vez que resonaba en los aires un acorde o arpegio de cuerdas invisibles, estuviese dondequiera, y por apremiante que fuese su ocupación, se retiraba presurosa a su aposento de donde salía con alguna nueva orden o una nueva noticia.

La mayoría de los secretarios de la Sociedad Teosófica recibían muy a menudo tales órdenes independientemente de ella.

Citaré un ejemplo. El día 18 de mayo regresó de Londres el coronel Olcott y nos enseñó un curioso sobre chino con un análogo pliego en su interior. Dijo que era una carta recibida personalmente de uno de los Maestros el 6 de abril, en un vagón de ferrocarril, en presencia de testigos.

La carta había caído sobre sus rodillas, y le avisaban en ella de una grave traición que en Adyar estaban tramando contra la Sociedad Teosófica algunas personas en quienes tenían puesta su confianza y que les eran deudores de todo durante los cinco años que los tenían en su casa.

Dos meses después quedó confirmado el aviso en todos sus pormenores.

La señora Blavatsky no hizo mucho caso al principio; pero cuando recibió la noticia de que esa profecía se había cumplido, ella se sintió muy lastimada.
. . .

Respecto a los fenómenos producidos voluntariamente, he aquí lo que el profesor Thurmann presenció en compañía de varias personas, yo misma entre ellas.

El profesor nos narró una noche que en una sesión espiritista, tenida a oscuras, él había oído sonidos musicales.

La señora Blavatsky, que sentada en la butaca se entretenía en hacer un solitario con la baraja, se echó a reír al escuchar el relato y preguntó:
 
-       "¿Por qué ha de ser necesaria la oscuridad para tales manifestaciones? Cuando no hay fraude no se necesita oscuridad."

Y después de decir esto, ella apoyó una mano sobre la mesa y levantando la otra en el aire como si desviara alguna corriente, exclamó:
 
-       "Ahora escuchad."

En aquel mismo instante oímos en el rincón de la sala hacia donde ella había señalado con la mano, un armonioso sonido como de arpa o cítara... La melodía resonaba clara y penetrante hasta desvanecerse en el aire.

De nuevo volvió a levantar la mano en opuesta dirección y se produjo el mismo fenómeno. Todos nos levantamos de nuestro asiento llenos de asombro.

Por tercera vez movió la mano en una distinta dirección, como si cortara el aire con el brazo, hacia una lámpara de bronce suspendida del techo, y en el mismo instante cada uno de sus candeleros emitió un sonido cual si tuviese oculta una cuerda musical que vibrara en respuesta a su mandato.
. . .

En otra ocasión, nos hallábamos a eso de las once de la noche en la salita de la casa número 46 de la calle de Nuestra Señora de los Campos, de París, las señoras N.A. Fadeeff, H.P. Blavatsky, el eminente escritor ruso Solovioff y yo.

Estábamos tomando el té, y solicitamos todos de la señora Blavatsky que nos refiriese algo acerca de su Maestro y del modo como había recibido de él sus facultades ocultas.

Mientras ella nos contaba muchas cosas que no son para publicadas, nos quiso enseñar un retrato del Maestro que llevaba en un medallón colgante de una cadenilla puesta en el cuello.

Ella abrió el medallón, cuyo tamaño interior era muy plano y a propósito para contener una sola miniatura.

Pasó el medallón de mano en mano y todos vimos el hermoso rostro pintado en India.

De repente todos nos sentimos conmovidos por algo muy extraño, con una emoción difícil de escribir. Era como si el aire se hubiese enrarecido de pronto, y el ambiente fuera sofocante, de modo que apenas podíamos respirar.

La señora Blavatsky se tapó los ojos con las manos y murmuró:
 
-       "¡Atención!... Siento que va a ocurrir algo... Algún fenómeno... El Maestro se está disponiendo para efectuarlo."

En aquel punto el señor Solovioff fijó la vista en un ángulo de la sala y dijo que veía algo parecido a un óvalo de fuego, a manera de un resplandeciente huevo de oro y azul.
. . .
Apenas había acabado de pronunciar estas palabras cuando del extremo del corredor llegó a nosotros un prolongado y melodioso sonido, como si alguien pulsara las cuerdas de un arpa, mucho más embelesadora y definida que los sonidos musicales hasta entonces escuchados.

Volvieron a resonar las claras notas hasta extinguirse, y de nuevo reinó el silencio en la sala.

Me levanté para escudriñar el corredor que estaba iluminado por una lámpara. Inútil es decir que no había nadie ni se oía rumor alguno.

Al volver a la sala vi a Blavatsky tranquilamente sentada entre la señora Fadeeff y el señor Soloviof, tal como antes. Pero al propio tiempo vi distintamente sin alucinación posible la figura grisácea de un hombre de pie junto a mi hermana, y que al notar mi presencia se apartó de ella palideciendo y desapareció por la pared opuesta.

Este hombre, o tal vez su forma astral, era de complexión delgada, de mediana estatura, envuelto en una especie de capa y con turbante blanco en la cabeza.

La visión solo duró unos cuantos segundos, pero tuve tiempo suficiente para examinarla, y decirles a todos cuanto había visto distintamente, aunque tan pronto como desapareció me sentí terriblemente asustada y nerviosa.
. . .
Apenas recobré el equilibrio de los sentidos, cuando me sorprendió otra maravilla, pero esta vez objetiva y tangible. La señora Blavatsky abrió de pronto su medallón y además del retrato del Maestro había el suyo frente de él.

Firmemente engarzado en el interior de la otra mitad del medallón. debajo del vidrío oval, estaba su retrato en miniatura que casualmente acababa de mencionar.

Los tres testigos volvieron a examinar cuidadosamente el medallón, que pasó de mano en mano.


No paró aquí la cosa. Un cuarto de hora más tarde, el mágico medallón, del cual no apartamos la vista ni un instante, fue abierto a petición de uno de nosotros, y ya no estaba allí el retrato de ella. ... Había desaparecido. »



El siguiente testimonio, relativo a otro incidente de la estancia de la señora Blavatsky en París, se publicó en la revista Light del 12 de julio de 1884:

« Los que suscriben atestiguan el siguiente fenómeno:

En la mañana del 11 del corriente junio, estábamos en el salón de actos del local de la Sociedad Teosófica, en París, calle de Nuestra Señora de los Campos, no 46, cuando el cartero trajo una carta.

La puerta del salón estaba abierta, de modo que veíamos el vestíbulo, y así vimos al criado que fue a abrir la puerta y tomó la carta de manos del cartero, trayéndonosla enseguida y entregándosela a la señora Jelihowsky, quien la dejó sobre la mesa a cuyo alrededor estábamos sentados.

La carta iba dirigida a una señora, pariente de la señora Blavatsky, a quien a la sazón visitaba, y la mandaba desde Rusia a otra pariente.

En el salón se encontraban la señora de Morsier, secretaria general de la Sociedad Teosófica de Oriente y Occidente; el señor Solovioff, hijo del distinguido historiador ruso, agregado a la corte imperial y conocido escritor; el coronel Olcott, los señores W.Q. Judge, Mohini-Babu y varias otras personas.

También estaba la señora Blavatsky, quien manifestó curiosidad por saber qué decía la carta, y entonces la señora Jelihowsky le dijo que bien podía leerla sin romper el sobre, puesto que declaraba ser capaz de ello.

Así retada, la señora Blavatsky tomó la carta todavía cerrada, la apoyó contra su frente, y leyó en voz alta el que aseguró ser su contenido, el cual transcribió en la blanca carilla de una carta vieja que había sobre la mesa.

Después dijo que puesto que su hermana aún se reía y desafiaba su poder, Madame Blavatsky proporcionaría a los circunstantes una prueba todavía más evidente de que ella era capaz de ejercer sus facultades psíquicas en el interior de la cerrada carta.

La señora Blavatsky habiendo observado que su nombre estaba escrito en el texto de la carta, declaró que lo subrayaría a través del sobre con lápiz rojo.

Al efecto, escribió su nombre en la carta vieja (donde había copiado el contexto de la cerrada) debajo de la firma también copiada, y junto con un doble triángulo o sello de Salomón.

Hizo esto no obstante la observación de su hermana, quien le dijo que el remitente de la carta casi nunca firmaba con todo su nombre cuando escribía a los parientes, y que por lo menos en este pormenor Blavatsky se equivocaría.

Pero la señora Blavatsky replicó:
 
-       “Sin embargo, yo haré que aparezcan estos dos subrayados en su correspondiente lugar del interior de la carta.”

Después colocó la carta cerrada junto a la abierta sobre la mesa, y puso la mano encima de las dos a manera de puente, para que pasara la corriente de fuerza psíquica.

Entonces, con manifiestos indicios en su semblante de concentración mental, mantuvo la mano tranquilamente durante algunos momentos en dicha posición, y después, señalando a su hermana la carta cerrada y exclamó:
 
-       “Ahí tienes, ya está.”

Conviene advertir que la carta no había podido ser abierta en el correo (a menos de pasar por el gabinete negro) porque los sellos estaban pegados en el mismo cierre del sobre, donde suele ponerse el lacre.

La señora a quien iba dirigida la carta rompió el sobre para leerla, y pudo comprobarse que la señora Blavatsky había copiado exactamente su contenido; que estaba en él escrito su nombre; que lo había subrayado de rojo tal como prometiera; y que el doble triángulo aparecía reproducido debajo de la firma, la cual era entera según la había transcrito la señora Blavatsky.

También se observó otra particularidad de excepcional interés, cual fue que un ligero defecto en el trazado de los dos triángulos entrelazados, aparecía fielmente reproducido en el interior de la carta cerrada.

Este experimento fue doblemente valioso porque denotaba la claridad de percepción con que la señora Blavatsky había leído exactamente el texto de una carta cerrada, y al propio tiempo era un fenómeno del precipitado o depósito de materia pigmentaria en forma de cifras y líneas previamente trazadas por la señora Blavatsky en presencia de los circunstantes:

Vera Jelihowsky, Vsevolod Solovioff, Nadejda A. Fadeeff, Emilia de Morsier, William Quan Judge, Henry Steel Olcott.

París 21 de junio de 1884. »



En el número 26 de la revista de ciencias psicológicas Rebus, de San Petersburgo, correspondiente al 1 de julio de 1884, se publicó el mismo relato firmado por V. Solovioff, uno de los testigos presenciales del fenómeno, con el título "Interesante fenómeno*".

(*Desde entonces el Sr. Solovioff ha tenido diferencias personales con Madame Blavatsky, y él ha intentado poner en duda la autenticidad de este fenómeno, diciendo que pudo deberse al glamour psicológico arrojado sobre los testigos. En esa hipótesis, el mero hecho de que Madame Blavatsky poseyera el poder de hipnotizar colectivamente a un grupo de personas a plena luz del día, de modo que creyeron ver una serie de sucesos que no vieron, es, por decir lo menos, suficientemente asombroso.)


« Carta al Director.

Varias personas, entre las cuales yo me encontraba, nos hallábamos con la señora Blavatsky (la fundadora de la Sociedad Teosófica, a la sazón de su visita en París) a eso de las diez de la mañana.

Vino el cartero, y entre otras cartas trajo una carta para una pariente de la señora Blavatsky, esa pariente se hospedaba en la misma residencia, pero que por lo temprano de la hora no había salido aún de su dormitorio.

De las manos del cartero, en presencia de todos los allí reunidos, quedó la carta sobre la mesa. Del sobre escrito y de la estampilla de correos infirieron la señora Blavatsky y su hermana la señora Jelihowsky, que la carta procedía de una común pariente a la sazón en Odesa.

El sobre no sólo estaba completamente cerrado en todas sus junturas, sino que el sello estaba puesto en el mismo vértice del cierre donde se suele colocar el lacre. De esto me convencí por personal y cuidadoso examen.

La señora Blavatsky, que según había yo observado estaba aquella mañana en pujante situación de ánimo, declaró que leería la carta cerrada.

Esto nos sorprendió a todos, pues nadie esperaba tal declaración, excepto su hermana quien la había incitado a leerla, diciendo en tono de reto que no sería capaz de ello.

Entonces la señora Blavatsky se puso la carta sobre la frente, y con visibles esfuerzos comenzó a leerla, copiando su contenido, según lo pronunciaba, en una hoja de papel.

Al terminar, su hermana manifestó sus dudas acerca del éxito del experimento, diciendo que varias de las expresiones leídas y copiadas por la señora Blavatsky, difícilmente se hallarían en la carta original.

La señora Blavatsky se enfadó por ello, replicando que en tal caso aún haría mayores cosas.

Ella tomó la hoja de papel y al pie de las frases copiadas que su hermana suponía que no estaban en la carta cerrada, trazó un signo y subrayó con lápiz rojo una palabra, diciendo:
 
-      "Este signo que he trazado pasará a través del sobre, apareciendo al final de la carta, y esta palabra resultará subrayada tal como aquí la subrayo."
. . .
Al abrir la carta, se vio que su contenido era idéntico al copiado por la señora Blavatsky, y al final aparecía exactamente reproducido el signo trazado con lápiz rojo, así como la palabra subrayada. 

Después, redactamos una exacta descripción del fenómeno que firmamos todos los testigos presenciales.

Las circunstancias en que ocurrió el fenómeno en sus más mínimos pormenores, cuidadosamente comprobados por mí mismo, no me dejan la más leve duda acerca de su autenticidad y realidad. El engaño o fraude en este caso particular eran imposibles.

V. Solovioff.

París, 22 de junio de 1884. »





Blavatsky en Londres

El 7 de abril, víspera de una reunión de la Logia de Londres, la señora Blavatsky llegó inesperadamente a esa capital, procedente de París.

El movimiento teosófico estaba ya establecido en Londres sobre una base que conducía a los más conspicuos teósofos a no mirar con buenos ojos los fenómenos de la índole del que hemos descrito, demostradores del oculto poder operante en el plano físico de la Naturaleza.

Nadie que conozca poco o mucho la orientación tomada por el movimiento teosófico desde que los adeptos han dado el suficiente caudal de enseñanzas para demostrar cuán elevados propósitos se ofrecen a los estudiantes de Teosofía esotérica, incurrirá en el error de creer que la Logia de Londres está formada por gentes atraídas a ella por el mero rumor de las maravillosas facultades de la señora Blavatsky.

Sin embargo doquiera  la señora Blavatsky esté, se han observado más o menos frecuentemente sucesos anormales, aun en estos últimos años, cuando ya apenas ocurrían en comparación de la abundancia de manifestaciones que sucedieron en el primer período de su vida.

Y el presente volumen debe mantener su índole hasta el final, porque se relaciona con la personal biografía de la señora Blavatsky en mucho mayor grado que con la historia del movimiento con el cual tan íntimamente estuvo entremezclada en el último período de su existencia.

Según hemos dicho, la señora Blavatsky y sus más fieles amigos en el movimiento teosófico, han llegado a sentir profunda aversión por los fenómenos, a causa de la lucha de palabras que han provocado y la hostil incredulidad que excitaron.

Ahora se limitan a recomendar a las gentes el estudio de la Teosofía, y las intrínsecas, intelectuales y filosóficas exigencias de la doctrina esotérica, y nunca se insistirá bastante en afirmar con toda vehemencia que desde su regreso de la India en 1870, el propósito final de la vida de la señora Blavatsky ha sido comunicar al mundo algo de esta doctrina, de esta filosofía espiritual, y no asombrar a sus íntimos en ningún caso con ostentaciones de oculto poder.

Sin embargo, hasta un período reciente, explayó de cuando en cuando sus facultades psíquicas, a causa del principio en que como habrá visto el lector, Blavatsky se esforzó en llevar a cabo su tarea, y también a causa de que su afición a ejercitar sus facultades paranormales se sobrepone a las contrariedades y disgustos provenientes de su ejercicio.


Tan solo estuvo una semana en Londres la primera vez que allí llegó, y después regresó a París.

Volvió a Londres el 29 de junio y estuvo con sus amigos en Elgin Crescenty Nothing Hill, donde permaneció hasta primeros de agosto, yendo después a Alemania en compañía de algunos teósofos, para visitar a los amigos de Elberfeld.

Durante el referido período fue bastante notoria su presencia en Londres y muchas gentes se esforzaron en trabar conocimiento con ella.

Multitud de visitas acudían a verla y ella los recibía con su acostumbrada llaneza de modales, con el traje y en el aposento que mejor le parecía según el caso, unas veces en su propio dormitorio, que a la par le servía de gabinete de estudio y despacho, y otras veces en la sala henchida con el humo de sus innumerables cigarrillos y de tos de quienes de ella los aceptaban cuando hospitalariamente se los ofrecía.

En aquellas ocasiones manifestaba una que otra vez sus ocultos poderes, como por ejemplo, en la tarde a que se refiere la siguiente carta :

« Hotel de Holloway.
Calle de Dover 48, Piccadilly, Londres.
9 de agosto de 1884.

Mi querido señor,

No tengo reparo en comunicarle lo que presencié hace pocos días en casa de la señora Arundale, donde comí con la señora Blavatsky.

Hablábamos sobre varios asuntos, cuando en medio de la conversación la señora Blavatsky se quedó callada, y distintamente oímos todos un sonido comparable al de una campanilla de plata.

Y el mismo fenómeno ocurrió más tarde en la sala, contigua al comedor.

Esa manifestación me sorprendió, pero todavía más el siguiente suceso:

Yo había cantado una canción rusa que traje aquella tarde y que parecía haber complacido mucho al auditorio. Al desvanecerse la última nota del acompañamiento, la señora Blavatsky exclamó:
 
-      "¡Escuchad!"

Al mismo tiempo que levantaba la mano, y todos oímos distintamente la última estrofa compuesta de cinco notas, que resonaba en medio de nosotros.

Por supuesto, que no tengo el más mínimo intento de dar una explicación; pero los hechos fueron tales como los relato.

Olga Kireef de Novikoff. »


Sin embargo, los fenómenos operados durante este período no tuvieron mucha importancia, y pierden colorido en comparación de los ya descritos; pero vale la pena mencionar un incidente que aunque desligado de la influencia de la señora Blavatsky arroja luz sobre la seguridad dada constantemente por ella de que la mayoría de los fenómenos ocurridos en su presencia eran realmente operados por virtud de sus Maestros.





Dos cartas del maestro Kuthumi materializadas en Alemania

El Dr. Hübbe Schleiden, firmante de la siguiente carta, fue más tarde presidente de la rama de la Sociedad Teos6fica constituida en Alemania, y dice dirigiéndose hacia la señora Blavatsky.

« Elberfeld, agosto de 1884.

Querida señora,

Usted me pide que le refiera las particulares circunstancias en que recibí la primera comunicación del Mahatma K. H., lo que haré con sumo gusto.

En la mañana del primer día de este mes, el coronel Olcott y yo viajábamos en el expreso de Elberfeld a Dresden. Pocos días antes había escrito yo una carta a los Mahatmas, la cual el coronel Olcott dirigió a usted, pero que según supe después, no la recibió usted, sino que los Maestros la tomaron de manos de los oficiales de Correos.

En el tren yo no pensaba en la carta, sino que refería al coronel Olcott algunos sucesos de mi vida, diciéndole que desde los siete años no había tenido sosiego ni gozo alguno, y preguntándole su opinión respecto del significado de algunas tremendas penalidades que me habían sobrevenido.

En esa conversación vino el revisor a pedirnos los billetes, y al inclinarme de mi asiento para entregar el mío, el coronel Olcott echó de ver algo que estaba a mi espalda en el lado opuesto al en el que él se sentaba.

Lo tomé y vi que era un sobre tibetano con una carta del Mahatma K. H. escrita en lápiz azul con su inconfundible carácter de letra.

Como en el compartimiento había otros viajeros desconocidos, supongo que el Maestro aprovecharía aquel sitio para depositar la carta sin llamar la atención y curiosidad de los extraños.

El sobre estaba dirigido explícitamente a mí y el texto de la carta era una consoladora reflexión acerca de lo que cinco minutos antes había yo dicho de los enojosos sucesos de mi vida.

El Mahatma explicaba que estos sucesos y la aflicción mental con ellos ligada eran en verdad muy penosos, pero que a cuantos se esforzaban por mayor desarrollo espiritual les aguardaban todo linaje de penalidades.

Manifestaba benévolamente su opinión de que yo había realizado ya alguna obra filantrópica en bien del mundo.

En esta carta me respondía también a algunas preguntas formuladas en la mía, dándome la seguridad de que recibiría auxilio y consejo cuando lo necesitase.

No sé si atreverme a suplicar a usted que manifieste al Mahatma cuán profunda gratitud siento hacia é! por su extremada benevolencia, pues el Maestro conocerá mis sentimientos sin necesidad de expresarlos en más o menos inadecuadas palabras.

Quedo de usted, querida señora, con el debido respeto su afectísimo.

Dr. Hübbe Schleiden.

A la señora Blavatsky, desde Elberfeld. »



En Elberfeld, la señora Blavatsky se hospedaba en casa del matrimonio Gebhard, uno de cuyos hijos, llamado Rudolf, escribió lo siguiente:

« Siempre me han interesado mucho los trucos de magia. Estando en Londres, tuve la oportunidad de tomar clases con el profesor Field, un mago muy hábil, quien pronto me convirtió en un experto en su arte.

Desde entonces he realizado actuaciones allá donde he ido (como aficionado, por supuesto) y he conocido a casi todos nuestros magos de renombre, con quienes he intercambiado trucos.

Como todo mago tiene un truco favorito en el que destaca, me vi obligado a observarlos con mucho cuidado para perfeccionarme en todas las diferentes ramas de la magia con cartas o monedas, o en las famosas hazañas mediúmnicas.

Esto, por supuesto, me convirtió con el tiempo en un observador muy atento de los trucos, y es por eso que me siento autorizado a dar aquí mi opinión sobre los fenómenos que observé.

Dos de ellos ocurrieron en nuestra casa de Elberfeld, durante la estancia en ella de Madame Blavatsky, el coronel Olcott y un pequeño grupo de amigos y teósofos.

La primera fue una carta de Mahatma Kuthumi para mi padre, y tuvo lugar una noche en presencia de varios testigos.

Eran alrededor de las nueve de la noche. Estábamos sentados en la sala discutiendo diversos temas, cuando la atención de Madame Blavatsky se vio repentinamente atraída por algo inusual que ocurría en la habitación.

Al cabo de un rato, dijo que sentía la presencia de los Maestros, y que tal vez ellos tenían la intención de hacer algo para nosotros, así que nos pidió que pensáramos qué nos gustaría que ocurriera.

Luego hubo una breve discusión sobre qué sería lo mejor, y finalmente se decidió por unanimidad que se solicitara una carta dirigida a mi padre, el Sr. G. Gebhard, sobre un tema que él mismo decidiría.

Ahora bien, mi padre tenía en ese momento una gran ansiedad por su hijo en América, mi hermano mayor, y estaba muy ansioso de recibir consejos del Maestro acerca de él.

Mientras tanto, la Señora Blavatsky, quien debido a su reciente enfermedad, descansaba en un sofá y observaba la habitación, exclamó de repente que algo estaba sucediendo con un gran óleo colgado sobre el piano en la misma habitación, pues había visto algo parecido a un rayo de luz que se dirigía hacia ese cuadro.

Esta afirmación fue corroborada inmediatamente por la Sra. [Holloway], y luego también por mi madre, quien, sentada frente a un espejo y de espaldas al cuadro, también había observado en el espejo una tenue luz que se dirigía hacia la pintura.

La Señora Blavatsky le pidió entonces a la Sra. [Holloway] que viera y explicara qué estaba sucediendo, entonces la Sra. H. [Holloway] dijo que vio algo formándose sobre el cuadro, pero no pudo distinguir con claridad qué era.

La atención de todos estaba fija en la pared, muy por encima y por debajo del techo, donde muchos veían luces brillantes. Pero debo confesar que yo al no ser clarividente, no podía ver luces ni nada más que lo que siempre había visto en esa pared.

Y cuando Madame Blavatsky dijo que ahora estaba absolutamente segura de que algo pasaba, me levanté (habíamos permanecido sentados todo el rato) y subiendo al piano despegué el cuadro de la pared, pero no del gancho, lo sacudí con fuerza y ​​miré detrás: ¡nada!

La habitación estaba bien iluminada y no había ni un centímetro del cuadro que no pudiera ver. Dejé caer el marco, diciendo que no veía nada; pero Madame Blavatsky me dijo que estaba segura de que debía haber algo, así que subí de nuevo y lo intenté de nuevo.

El cuadro en cuestión era un óleo de gran tamaño, colgado de la pared con un gancho y una cuerda que lo hacía colgar por la parte superior, de modo que al levantar la parte inferior del marco, quedaba un espacio de quince centímetros entre la pared y la parte posterior del cuadro, que estaba prácticamente desprendido.

Al haber un soporte fijado a cada lado del cuadro, el espacio entre este y la pared estaba bien iluminado. Pero la segunda vez, no mejor que la primera, pude detectar algo, aunque miré con mucha atención.

Para asegurarme, me subí al piano y pasé la mano dos veces con mucho cuidado por el marco, que tiene unos siete centímetros de grosor, de arriba abajo, sin ningún efecto.

Dejé caer el cuadro y me volví hacia Madame Blavatsky para preguntarle qué debía hacer, cuando ella exclamó:

    -   "¡Veo la carta; ahí está!"

Volví rápidamente hacia el cuadro y en ese momento vi una carta cayendo de detrás sobre el piano. La recogí. Estaba dirigida al "Sr. Cónsul G. Gebhard" y contenía la información que él acababa de pedir. Debí de poner cara de perplejidad, pues todos se rieron alegremente del "malabarista familiar".

Para mí, este es un fenómeno plenamente demostrado. Nadie más que yo había tocado el cuadro; lo examiné con mucho cuidado, y como buscaba una carta, no podía pasarme por alto, como quizá habría ocurrido si hubiera buscado otro objeto, pues entonces no habría prestado atención a un trozo de papel. La carta medía diez por cinco centímetros, así que no era un objeto pequeño.

Consideremos este fenómeno desde el punto de vista de un juego de manos.

Supongamos que se hubieran preparado varias cartas de antemano, dirigidas a diferentes personas y que trataran sobre distintos temas. ¿Es posible hacer llegar una carta a un lugar determinado mediante un truco de prestidigitación?

Si es totalmente posible; solo depende de qué lugar sea y de si nuestra atención se dirige previamente a él o no. Colocar la carta detrás de esa imagen habría sido muy difícil, pero se podría haber logrado si nuestra atención se hubiera dirigido por un momento a otro lugar, mientras la carta se lanzaba detrás de la imagen.


¿Qué es un truco de prestidigitación?

Nada más que la ejecución de un movimiento más o menos rápido, en un momento en que no se te observa. Llamo tu atención brevemente a un punto determinado, por ejemplo, mi mano izquierda, y mi derecha queda entonces libre para realizar ciertos movimientos sin ser observada.

En cuanto a la teoría de que "la rapidez de la mano engaña a la vista", es completamente errónea. No se puede hacer un movimiento con la mano tan rápido que la vista no lo siga y detecte. Lo único que puedes hacer es ocultar el movimiento necesario con otro que no tenga nada que ver con lo que estás haciendo, o atraer la atención del observador hacia otro punto y luego hacer rápidamente lo que se requiere.

Ahora bien, en este caso, toda nuestra atención se había centrado en el cuadro, incluso antes de que se planteara la pregunta sobre qué queríamos tener, y se mantuvo allí todo el tiempo; habría sido imposible que alguien lanzara una carta sin ser visto.

En cuanto a que la carta hubiera estado oculta detrás del cuadro de antemano, esto es totalmente impensable; no podría haber escapado a mi atención mientras la buscaba repetidamente.

Supongamos que la carta hubiera estado colocada encima del marco y mi mano la hubiera impedido pasar sin que yo me diera cuenta; esto habría hecho que la carta cayera al instante, mientras que pasaron unos treinta segundos antes de que apareciera.

Considerando todas las circunstancias, me parece imposible haber provocado este fenómeno con un truco.

Al día siguiente de esta ocurrencia fui cerca de las doce al aposento de la señora Blavatsky; pero al verla atareada con otra señora me retiré a la sala donde habíamos estado la noche anterior, y se me acudió de repente la idea de registrar otra vez el cuadro para asegurarme de que la carta no había podido estar oculta en algún escondrijo.

Estaba yo solo en la sala y durante el examen no entró nadie. Quedé convencido de que en caso de haber ocultado la carta detrás del cuadro no hubiese escapado a mi atención.

Luego volví al aposento de la señora Blavatsky, quien todavía estaba con la visita.

Por la noche nos sentamos lado por lado en la sala, y ella me dijo: "Los Maestros le han vigilado a usted durante el día y se han divertido mucho con sus experimentos para averiguar si la carta podía estar escondida detrás del cuadro".

Tengo la absoluta seguridad de que nadie estaba en la sala cuando examiné el cuadro y a nadie le había dicho yo ni media palabra acerca de mis investigaciones.

Tan solo admitiendo la clarividencia de la señora Blavatsky cabe explicar cómo pudo saber lo que yo había hecho.

Rudolf Gebhard.

Elberfeld, septiembre de 1884. »


Al cabo de más de un año después de ese acontecimiento, cuando la Sociedad para las Investigaciones Psíquicas publicó un informe negando la autenticidad de gran número de fenómenos relacionados con la señora Blavatsky, pero que en su mayor parte no se mencionan en ese informe, la SPR redarguyó contra la comunicación dirigida por el joven Gebhard sobre el fenómeno relatado, diciendo que el comunicante había omitido la posibilidad de que un cómplice de la señora Blavatsky colocara la carta sin que nadie lo viese.

Pero este argumento no tiene fuerza alguna en relación con un fenómeno ocurrido en presencia de varias personas atentas a lo que iba a suceder, en un aposento privado donde sólo estaban presentes los individuos de la familia y amigos íntimos.

Sobre este particular el joven Gebhard me escribió la siguiente carta:

« Elberfeld 18 de enero de 1886.

Mi querido señor Sinnett,

Muchas gracias por su amable carta recibida ayer en la mañana.

Considerando el poco favor que la Sociedad para las Investigaciones Psíquicas hace en su informe a mi comunicación dirigida a Hodgson, respecto al fenómeno de la carta de Elberfeld, creo conveniente puntualizar:

Primero, que pocos días después de la ocurrencia escribí un relato del fenómeno, del cual he encontrado una copia esta mañana.

Segundo, en dicho relato consideré seriamente la posibilidad de que la carta hubiese sido colocada por un cómplice, aunque por haber demostrado la imposibilidad de esta suposición, no insistí sobre ello en el segundo informe.

Los dos informes coinciden absolutamente en los puntos esenciales, con la única diferencia de que en el primero dije que el espacio entre la pared y el cuadro era de seis pulgadas, y en el segundo que de ocho.

El tamaño de la carta aparece ser en el primer informe de 4 X 2 pulgadas, y en el segundo de 5 X 2 y media pulgadas. Este último es el verdadero tamaño según la medida exacta de la carta que he tomado hoy.

El segundo informe contiene algunos pormenores más que el primero, a causa de las muchas preguntas que me hicieron las personas a quienes referí el incidente, el cual deseaba yo reservar en un principio.

Esta mañana he hecho un curioso descubrimiento y deploro no haber realizado antes la misma prueba. Tomé la carta y la puse detrás del cuadro, pero no cayó porque el roce del cuadro contra la pared lo impidió cuantas veces lo probé levantando el cuadro, volviendo a ponerlo en posición normal y colocando de nuevo la carta. No acierto a explicarme cómo pudo caer sobre el piano. »


La visita de la señora Blavatsky a Europa terminó con un desagradable incidente que tuvo amplias consecuencias.

(Nota de Cid: el Sr. Sinnett se refiere al ataque que los misioneros hicieron contra Blavatsky.)