Portada de su libro más conocido
Uno
de mis propósitos en el blog es hacer una reseña sobre los escritores e
instructores contemporáneos que obran en el ámbito del esoterismo y de la espiritualidad, para que los lectores puedan saber más acerca de
ellos, porque seguido escucharán sus nombres, pero hay poca información al
respecto.
Y
alguien que considero relevante en los países de habla hispana es Phileas del
Montesexto.
« Phileas
del Montesexto es el pseudónimo literario de un escritor uruguayo dedicado a la
difusión de temas espirituales vinculados à Tradición Primordial.
Investigador
de enseñanzas del Oriente y del Occidente, a partir de su
peregrinación por el Camino de Santiago, se dedico a promover proyectos para a
difusión de la Sabiduría Antigua, entre los que destaca “La Escuela
Internacional de Filosofía Iniciática”, la cual promueve el Programa de Estudios
OPI y está inspirada en el trabajo que hicieron Eduardo Alfonso y Mario Roso de
Luna.
Actualmente
es director responsable da revista “Axis
Mundi” y da conferencias sobre Filosofía Iniciática por toda a América
Latina.
Obras
·
La Puerta del Templo (2011)
·
La Ciencia Arcana (2011)
·
Los Pilares de la
Pansofía
(2012)
·
El Peregrino de la
Rosacruz
(2012)
·
El Castillo Interior (2013)
·
Laberintos y Dragones (2014)
·
Diálogos en el Templo (2015)
·
La Conquista de
Hastinapura
(2015)
·
Cartas desde Portugal (2015)
·
La Rueda del Samsara (2015)
·
Cartas desde España (2016)
·
El Libro del Cuervo (2016)
·
Una Luz en el
Laberinto
(2016)
Y
su página web es: www.phileasdelmontesexto.com
»
Como
pueden ver, esa información es bastante escueta, y es por eso que le escribí a
Phileas para que me dijera más sobre él, y esto fue lo que me contestó:
« No
creo ser “relevante” pero si quieres puedo darte algunos datos sobre mi vida.
Nací el 14 de noviembre de 1970 en Montevideo (Uruguay) y hoy vivo en la ciudad
de Tacuarembó (al norte del país).
En
el año 1990, tras una convalecencia médica que me mantuvo un mes en cama,
descubrí gracias a un programa de radio a autores como: Blavatsky, Lobsang
Rampa, Castañeda, Pauwels y Bergier, entre otros. Y cuando volví a la vida
activa, encontré en la esquina de mi casa un afiche que ponía:
“¿Quién era Madame Blavatsky?”
Eso
era muy “casual” o “causal” como prefieras llamarle y era propaganda del Centro
Apolo de la Gnosis de Samael Aun Weor. Y ahí empecé mi camino. Luego descubrí
la Teosofía y participé en los grupos de jóvenes y en la Rama Harmonía de la Sociedad
Teosófica de Montevideo.
Pasé
un tiempo como “picaflor” pasando de escuela en escuela sin profundizar hasta
que finalmente hice el camino de Santiago en el año 2002, lo que me cambió la
vida, ya que en esos 33 días de caminata me replanteé toda mi vida. Y después
de llegar a Finisterre, en la Costa da Morte, decidí reinventarme, cambiar
radicalmente y entre esas cosas, hice una página web que se llamó Biblioteca
Upasika. »
Es
apreciable la modestia de Phileas, pero sí considero que ha sido una persona
relevante porque la Biblioteca Upasika fue el pilar para la difusión de los
autores y textos esotéricos en los países de habla hispana por medio del
internet.
Y
es que antes, el acceso a los autores y textos esotéricos era bastante difícil.
Yo me acuerdo que cuando era niño había muy pocos libros disponibles para el
público en general. Luego vino el movimiento New Age y las librerías comenzaron
a tener su sección esotérica, pero la gran mayoría de esos libros eran bastante
mediocres y el acceso hacia el verdadero conocimiento esotérico seguía siendo
una ardua labor para los buscadores sinceros.
Y
en cambio ahora por medio de la web, la gente tiene acceso a una inmensidad de
libros y textos. Y una gran porción de ellos han sido traducidos y
digitalizados por el equipo de la Biblioteca Upasika.
Al
grado que ahora tenemos el efecto contrario:
¡O sea demasiada
información!
Y
ese es otro merito de Phileas y de sus colaboradores: quienes después de haber
copilado y difundido toda esa información, luego decidieron depurar esa
información (descartando lo malo de lo bueno). Luego buscaron sintetizar esa
información para hacerla más digerible para los estudiantes. Y por último,
tratan de hacerla más vivencial para que no quede solamente como una enseñanza teórica.
Y
su labor de crear la Escuela Internacional de Filosofía Iniciática (EIFI) y el
Programa de estudios OPI van en este sentido.
(Nota:
en este capítulo les relato la historia de la Biblioteca Upasika: link. Y en este otro capítulo les relato la
historia de la EIFI y del programa OPI: link)
Ahora
bien, le agradezco a Phileas que me haya aportado más datos sobre él, pero no
es particularmente esa información la que me interesa, sino más bien conocer
las experiencias internas por las que ha pasado durante su búsqueda, ya que su
testimonio puede serle útil para muchos buscadores que pasan por experiencias
parecidas.
Así
es que después de haberle explicado mi petición, él me dijo que había escrito
su vida de forma más íntima en el prologo de su libro "Laberintos y Dragones", y es por
ello que a continuación con el permiso de Phileas se los transcribo:
PRÓLOGO
“Yo enseño lo que necesito aprender”
(Tirumalai
Krishnamacharya)
Debo
confesarlo: aunque esta sea la sexta obra que presento como autor, en verdad no
me considero un escritor sino más bien un “recopilador” y “sintetizador” que hace suya
la frase de Montaigne:
- “Aquí
traigo un ramillete de flores escogidas: nada mío hay en él, sino el lazo que
las une.”
Y en
estos tiempos de sobredosis informativa, creo fervientemente en la necesidad de
recopilar, seleccionar, sintetizar y ordenar el conocimiento, traduciendo las
complejas enseñanzas tradicionales a un lenguaje sencillo sin que esta tarea
implique una vulgarización de las mismas.
En
la antigüedad, el acceso al conocimiento estaba reservado a unos pocos y se
mantenía inaccesible en la escasez: había pocos libros y difícil acceso a
ellos. Mientras que hoy en día, por el contrario, el conocimiento se esconde en la
abundancia: hay tanta información que a los buscadores sinceros les cuesta
distinguir el trigo de la paja, diferenciar los diamantes falsos de los
verdaderos.
En
los diferentes volúmenes que conforman la Enciclopedia de la Sabiduría Antigua
intento ofrecer un material seleccionado, ecléctico y universal, cuya calidad y
validez práctica ha sido comprobada por miles de personas a lo largo de los
siglos.
La
meta que me he trazado como recopilador tal vez sea muy ambiciosa, pero
afortunadamente desde que comencé a transitar por esta senda, otros nobles caminantes se han sumado a esta aventura y han aportado su
conocimiento y experiencia para que este barco pueda llegar a buen puerto.
Mi experiencia personal
En
los libros anteriores evité deliberamente hablar en primera persona, ya que lo
verdaderamente importante es el mensaje y no el mensajero, pero en este momento
de confesiones –y para comprender mejor el contenido de “Laberintos y
Dragones”– considero que es importante narrar cómo empecé a hollar esta senda
de trabajo iniciático a la que le dedico mi existencia.
En
reiteradas ocasiones he hablado del inmenso error de anteponer la teoría a la
práctica, de acumular conocimientos librescos y perderse en abstracciones que
solamente sirven de entretenimiento a la mente. Y en verdad, cuando hablo de
estas equivocaciones no estoy señalando con el dedo a “otras personas” sino que
estoy hablando de mi experiencia personal.
Al
referirme al irracional deseo de transitar todos los caminos pero no
comprometerse con ninguno (“la senda del picaflor”) estoy pensando en mi propio
ejemplo. Al describir la fascinación absurda por lo fenoménico (viajes astrales,
desarrollo de los poderes psíquicos, etc.) no pienso en los demás sino que
estoy dando cuenta de mis propias vivencias.
Mis
indagaciones filosóficas comenzaron a los 20 años de edad, cuando llegaron a mí,
los escritos de Helena Petrovna Blavatsky e ingresé a una conocida institución
para estudiar más a fondo las doctrinas teosóficas. Sin embargo, la inercia y
el excesivo intelectualismo de ese ambiente me llevaron (después de doce años
de estudio) a foja cero.
Después
de largos años de leer e investigar, verdaderamente conocía mucho de muchas
cosas pero no sabía nada de lo esencial. Podía mantener una conversación
interesante sobre los manvantaras, pralayas, el karma y los procesos cósmicos,
pero no tenía ni idea de mi propósito en la vida.
En
esos días de incertidumbre, al descubrir que mi vida había cambiado muy poco
después de 12 años de leer centenares de obras místicas y de participar en
tantos cursos y seminarios, llegó a mí por “casualidad” un artículo del padre
jesuita Carlos Vallés cuyo tema central era la falta de compromiso y las
“medias tintas”. (1)
Aunque
el artículo de Vallés era extremadamente sencillo, su impacto en mi vida fue
enorme, porque parecía que había sido escrito para mí. Y a través de ese breve
escrito pude identificar mi problema, el cual reconocí también en muchos otros
estudiantes de la Sabiduría Antigua: me había dejado encandilar por la letra
muerta y no había llegado a aplicar en mi vida cotidiana lo aprendido.
Hoy
en día, muchos años después, puedo reconocer que estaba acobardado, temeroso de
abandonar mi zona de confort y “dar el paso” hacia la transformación. Esta
misma situación la describí en mi libro “Los
Pilares de la Pansofía”:
« Los
cobardes y timoratos que anhelan “cambiar sin cambiar”, quieren obtener resultados
diferentes haciendo lo mismo de siempre, y van pasando de organización en
organización, de iglesia en iglesia, de secta en secta, sin practicar ni
interiorizar ninguna de las enseñanzas que se les brinda.
Muchas veces, estas personas –convencidas de la validez del Sendero Iniciático pero sin fuerza de voluntad para caminarlo– bajan los brazos y se resignan a continuar viviendo de la misma manera que siempre, aunque adoptando una “postura espiritualista”, llenando su casa de objetos “místicos”, practicando algunos ejercicios aislados sin una metodología apropiada e incluso usando palabras exóticas, conformando de este modo una especie de “máscara espiritual” que –al carecer de una base sólida– se descascara con mucha facilidad. » (2)
Muchas veces, estas personas –convencidas de la validez del Sendero Iniciático pero sin fuerza de voluntad para caminarlo– bajan los brazos y se resignan a continuar viviendo de la misma manera que siempre, aunque adoptando una “postura espiritualista”, llenando su casa de objetos “místicos”, practicando algunos ejercicios aislados sin una metodología apropiada e incluso usando palabras exóticas, conformando de este modo una especie de “máscara espiritual” que –al carecer de una base sólida– se descascara con mucha facilidad. » (2)
Luego
de leer y releer el escrito del padre Vallés, me desanimé un poco al descubrir
que durante años me había autoengañado, pues había caído en la vieja trampa de
la mente, convenciéndome de que una mera comprensión intelectual de los
conceptos espirituales y la adhesión a organizaciones supuestamente inspiradas
puede aparejar (¡por arte de magia!) a un despertar de la conciencia.
Siendo
un apasionado de las caminatas y la exploración, en esos tiempos de crisis
llegó a mis manos –también por “casualidad”– una nota periodística que hablaba
del Camino de Santiago, una senda de peregrinación que atraviesa el norte de
España, desde los Pirineos hasta la ciudad de Santiago de Compostela.
La
lectura del artículo me entusiasmó y repentinamente sentí la necesidad de
“cambiar de aires”, abandonar por un tiempo a mis seres queridos y desplazarme
al Viejo Mundo para transitar los 850 kilómetros del sendero compostelano. Y aunque
carecía de información detallada sobre el Camino, algo en mi interior me
empujaba a cruzar el océano e iniciar el tradicional recorrido desde la
localidad pirenaica de Roncesvalles.
En
Roncesvalles comprobé mi ignorancia sobre la peregrinación compostelana, pues cuando
me entregaron mi credencial de peregrino y mi “vieira”, los hospitaleros del
albergue local se percataron de mi despiste y me dieron algunos consejos sobre
lo que me esperaba en el largo viaje.
En
la noche participé de la misa para los peregrinos y a primeras horas de la
madrugada del día siguiente, tomé mi mochila, di el primer paso y avancé con
paso firme hacia la aventura, hacia un desafiante recorrido en compañía de mi
Maestro Interior.
Diez
años después, creo que la experiencia podría definirla como un “flujo sagrado”,
teniendo en cuenta la inmensa felicidad que supuso para mí caminar disciplinadamente
25 ó 30 kilómetros diarios a fin de alcanzar un objetivo trascendente.
Cuando
hablo de “flujo”, ciertamente tengo en mente las investigaciones de Mihály
Csikszentmihalyi, desarrollador de una teoría totalmente compatible con las
concepciones de la filosofía esotérica.
De
acuerdo con este psicólogo norteamericano, y contrariamente a lo que se piensa,
las experiencias óptimas o los mejores momentos de nuestra vida “suelen suceder
cuando el cuerpo o la mente de una persona han llegado hasta su límite en un
esfuerzo voluntario para conseguir algo difícil y que valiera la pena. Una
experiencia óptima es algo que hacemos que suceda”. (3)
Esto
significa ser uno con la acción, o como dicen los textos ocultistas clásicos:
“convertirse uno mismo en el Sendero” (4). Cuerpo, mente y
emoción reunidos armónicamente en función de una acción consciente, de una
recta acción con un propósito claro y trascendente.
En
mi experiencia compostelana reconocí el “flujo” que citan algunos psicólogos
modernos, aunque lo que más me interesa es destacar ese flujo en relación a lo
sagrado, ya que a pesar de atravesar localidades profanas y tugurios mundanos, la
connotación “sacra” del Camino se hace evidente a cada paso.
Y es que en verdad, todo el
Camino de Santiago puede considerarse una hierofanía, una manifestación de lo
sagrado a través de elementos y objetos que en el mundo secular no tienen esa
significación.
Para
un profano, el camino es un simple recorrido pintoresco como cualquier otro,
pero para un discípulo, la vía compostelana puede convertirse en una experiencia
sagrada y en un auténtico despertador de la conciencia.
Como
bien dice Mircea Eliade al referirse a las hierofanías:
« Un
objeto cualquiera se convierte en otra cosa sin dejar de ser él mismo, pues
continúa participando del medio cósmico circundante. Una piedra sagrada sigue
siendo una piedra; aparentemente (con más exactitud: desde un punto de vista
profano) nada la distingue de las demás piedras. Para quienes aquella piedra se
revela como sagrada, su realidad inmediata se transmuta, por el contrario, en
realidad sobrenatural. » (5)
Un
par de días antes de empezar la caminata, al pasar por Pamplona la primera vez
para dirigirme a Roncesvalles había observado “desde afuera” a los peregrinos
que transitaban por la ciudad y me costaba darme cuenta de cómo se orientaban,
ni hacia dónde se dirigían.
Sin
embargo, al atravesar por segunda vez esa ciudad navarra en mi rol de
“peregrino” o de “noble viajero”, pude percibir otra realidad: estaba “adentro
del Camino”, algo así como en “otra vibración”, recorriendo un conducto sagrado
que me permitía cruzar la ciudad profana sin contaminarme. El lugar seguía
siendo el mismo, pero mi perspectiva había cambiado con tan solo dos días de
diferencia.
Aunque
en ese momento no entendí el verdadero sentido de estas vivencias, el mismo
Camino me llevó a relacionarme con las personas indicadas que me fueron
instruyendo sobre el significado último de la peregrinación. Asimismo, estos
camaradas del sendero me hicieron ver que la peregrinación tenía una
correspondencia con la vida misma y con la vereda iniciática (“Via Lucis”) que nos lleva de la oscuridad a la luz, de la ignorancia a
la sabiduría, del sueño a la vigilia.
En
33 días de caminata aprendí más cosas de la vida iniciática que en los doce
años anteriores de ávida lectura de obras esotéricas, gracias al contacto con
hombres y mujeres que hoy reconozco como mis instructores, aquellos que me
brindaron las enseñanzas que realmente necesitaba.
Ellos
fueron mis Maestros del Camino, pues me enseñaron que la Verdad se esconde en
las cosas simples, en las vivencias cotidianas y que todos podemos alcanzar la
Iluminación si hacemos lo que tenemos que hacer y si tenemos un OBJETIVO ÚNICO,
al cual están subordinadas todas nuestras acciones.
Quizás
la lección más importante que aprendí en el Camino fue la corroboración
experiencial de la SINCRONICIDAD, la “causalidad” que había estudiado y
aceptado intelectualmente a través del estudio bibliográfico, pero que nunca
había podido vivenciar ni comprobar.
A
lo largo de mi peregrinación me conecté con las personas justas en el momento
necesario que me brindaron las instrucciones precisas que necesitaba para
entender la esencia del Camino y de mi vida.
Sin
embargo, es importante aclarar que en el Camino de Santiago no todos los
peregrinos son verdaderos peregrinos. Lamentablemente la mayoría de los
caminantes son turistas disfrazados que están en “otra sintonía”, sin otra
preocupación que tomar las mejores fotos para mostrar a sus amigos o
simplemente deleitarse con los exquisitos platos de la gastronomía española.
Una
de las experiencias más fuertes de la travesía la viví en un rincón de Castilla
León. Con todo el cuerpo dolorido después de más de 15 días de caminar
constantemente a un promedio de 25 kilómetros diarios, entré a una pequeña
ermita solitaria y me acomodé en uno de los viejos bancos de madera.
Tras
realizar algunos ejercicios respiratorios preliminares, cerré los ojos y entré en
un estado de conciencia que me llevó rápidamente a una conexión con el Todo que
nunca antes había experimentado. En ese momento dejaron de existir para mí el tiempo
y el espacio, y me sentí en plenitud. Los dolores de mi castigado cuerpo
desaparecieron. Por unos instantes, mi mente tuvo claridad y alcancé la Paz Profunda.
En
ese rinconcito olvidado de España encontré a Dios, más allá de conceptos
intelectuales y de preconceptos religiosos, y di las gracias por todas las
bendiciones recibidas. En ese banquito solitario por primera vez me sentí Phil-Eas (“el Amante del Todo”).
En
el Camino comprendí el significado último de la oración y de la meditación,
pero lo más importante: aprendí a observar y a autoobservarme, a sentir la
presencia divina en mi interior a cada instante.
En
esos días, uno de mis compañeros de peregrinación me sorprendió cuando me dijo
que mi caminata debía finalizar en Fisterra y no en Santiago de Compostela,
argumentando que toda senda iniciática debe llevarnos necesariamente a una
muerte mística, y en mi caso en el ocaso del sol en las aguas oceánicas. Y a
partir de esta revelación magnífica, mi peregrinación se convirtió en una
metamorfosis, en una senda a mi propia muerte y resurrección.
Al
concluir mi peregrinación, en Fisterra, subí la colina donde está emplazado el
faro del fin del mundo y esperé en paz la puesta del sol mientras un puñado de
peregrinos quemaba sus ropas para reforzar la idea de una “muerte mística”.
En
ese instante recordé las enseñanzas recibidas en el camino sobre la “metanoia”
y comprendí que mi peregrinación desde Roncesvalles no había sido otra cosa que
un cortejo fúnebre, una procesión mortuoria, en síntesis: un proceso metanoico.
Al
ser consciente de esto, pude observar en perspectiva todas las charlas y las
vivencias del camino como piezas de un enorme puzzle que tenía la obligación de
armar y compartir con los demás.
Este
descubrimiento en el escarpado barranco del “fin de la tierra” cambió
profundamente mi vida porque finalmente pude encontrar el propósito de mi
existencia. Sin pretensiones mesiánicas, sin necesidad de mostrar credenciales
que no tengo y con una preparación académica bastante pobre, a partir de ese
momento me dediqué a “armar el rompecabezas”, canalizando todos mis esfuerzos para
la difusión de la Sabiduría Antigua y la construcción de un mundo nuevo y mejor
fundamentado en lo Bueno, lo Bello, lo Justo y lo Verdadero.
En
Fisterra enterré a Ignacio, mi vieja personalidad, que etimológicamente
significa “nacido del fuego” (Ignis = fuego, Natus = nacer)
y de sus cenizas emergió “Phil-Eas”, el “Amante del Todo”.
Algunas
veces me han preguntado:
¿En verdad existieron esos Maestros del Camino o fueron
fruto de la imaginación?
Y
ante esta pregunta, me limito a sintetizar mi experiencia del Camino en una
palabra: SINCRONICIDAD.
Los
Maestros del Camino eran gente normal que respondía al significado último que
los orientales dan al término upa-gurú (maestro cercano).
Y
en consonancia con esta idea, René Guénon definía al upa-gurú como:
- “Todo
ser, sea cual sea, cuyo encuentro es para alguien la ocasión o el punto de
partida de un cierto desarrollo espiritual; y, de manera general, no es en
absoluto necesario que este ser sea consciente del papel que así desempeña.” (6)
Verdaderamente,
no he podido interpretar las cosas maravillosas que me sucedieron a lo largo de
los 850 kilómetros recorridos de una forma “racional”. Simplemente creo que
supe sintonizarme con el significado último del Camino como “Via Lucis” y estar alerta a las
coincidencias y a los mensajes que recibía a cada paso.
Quizás
fue el hecho de que mi mente estuviera más “limpia” en el Camino y que por ello haya podido interpretar
mejor las señales, llevándome al contacto con personas afines que tenían un
estado vibratorio similar. Puede ser. O tal vez ese estado de lucidez inédito
haya tenido como consecuencia una interpretación trascendente de charlas que
tal vez en otras circunstancias hubieran sido más bien triviales.
No
lo sé a ciencia cierta, es posible. Lo único que puedo asegurar es que el
Camino supuso para mí una metanoia, un cambio profundo y radical. Una nueva
forma de vivir y de interpretar el mundo.
Poniendo en práctica lo aprendido
Pocos
meses después de terminar mi peregrinación me desplacé a la otra punta de la
Península Ibérica, donde me dediqué a trabajar como camarero en un pueblo del
Alt Empordà catalán. La labor en el restaurante era bastante dura pues
consistía en 12 a 13 horas diarias de trabajo sin días libres durante los tres
meses de verano.
No
obstante, este humilde trabajo fue ideal para la práctica, ya que estaba en
contacto constante con todo tipo de personas, lo cual me permitió
convertirme en un observador de la naturaleza humana y al mismo tiempo me
permitió “aterrizar” en el mundo profano luego de haber experimentado la
trascendencia del camino.
Durante
mis meses de permanencia en el restaurante, los dueños me cedieron un minúsculo
cuartucho que convertí en mi oratorio y laboratorio, en una especie de celda
monacal.
Al
amanecer, realizaba mis prácticas y más tarde, durante todo el día, aprovechaba
mi labor en la terraza para observar y autoobservarme. En ese tiempo aprendí
mucho de psicología haciendo esto, mientras que durante la noche leía y releía
los escritos de Bhagavan Das, Annie Besant, Erich Fromm y otros autores para
usarlos al día siguiente en mis “experimentos de campo”.
Al
desempeñar ante los demás el rol de un simple camarero foráneo no tenía nada
que demostrar intelectualmente a nadie. Al ser subestimado e incluso
menospreciado por ser un “sudaca”, tenía la enorme ventaja de pasar
desapercibido y no ser molestado.
En
mi papel de extranjero ignorante y con pocas luces pude observar detenidamente
a una amplia colección de “muertos vivientes”: drogadictos, borrachos,
ludópatas, cabezas rapadas y también la corruptela de los políticos y las
autoridades locales. Fui testigo de infinitas charlas insulsas sobre fútbol,
autos, hipotecas, televisión, el sorteo de la ONCE, los chismes de Isabel
Pantoja y Operación Triunfo.
En
este ambiente profano, me coloqué mi traje de salamandra y pude permanecer en
el fuego sin quemarme. Mientras la mayoría de los camareros de la localidad se
quejaban por su salario, renunciaban por el exceso de trabajo o gastaban su dinero
en alcohol y prostitutas, yo decidí aprovechar mi situación cuasi carcelaria
para perfeccionar y practicar con constancia el método ascético que había aprendido.
Años
más tarde supe que este “anonimato” desempeñando una tarea humilde en un sitio lejano
también lo había practicado el famoso escritor Carlos Castañeda, que trabajó de
cocinero en un modesto restaurante de una perdida ruta a fin de lograr “perder
la importancia personal”.
Según
cuenta Castañeda, en sus tiempos de cocinero se la pasó “friendo tocino con
huevos para camioneros, contrabandistas y ladronzuelos en una mugrienta fonda
de ruta”. (7)
Durante
cinco años trabajé como camarero en este perdido pueblo prepirenaico, tratando
de conocerme a mí mismo al mismo tiempo que servía cortados, refrescos y
bocatas de chorizo.
La labor de difundir las enseñanzas
En
esos días de duro trabajo participé en la fundación de un proyecto cultural en
la web que bauticé “Biblioteca Upasika”, a fin de difundir la Sabiduría
Antigua. Lo que muy pocos saben es que durante muchos meses este gran proyecto
bibliográfico, que alcanzó las 100’000 visitas mensuales, fue dirigido por mí
desde una computadora polvorienta en una de las puntas de la barra del bar,
mientras tomaba apresuradamente mi desayuno antes de salir a atender las mesas
de la terraza.
Las
hojas de la libreta de “comandas” que guardaba en mi delantal negro no me
duraban demasiado porque las usaba tanto para los pedidos de los clientes como
para mis apresurados apuntes sobre las lecciones del sendero, intentando unir
las piezas del rompecabezas compostelano. Muchas de esas notas desprolijas
fueron ampliadas años después y convertidas en monografías del Programa OPI.
Tras
mi regreso definitivo a Uruguay en 2006, seguí estudiando, escribiendo y
practicando, descubriendo correspondencias y conociendo nuevas personas
interesantes, hasta que en el año 2009 un grupo de estudiantes peruanos me
citaron en Lima para organizar un proyecto cultural en consonancia con los
contenidos de la Biblioteca Upasika.
Como
mis fondos eran escasísimos en esos días, tuve que viajar en ómnibus desde
Buenos Aires a Lima, en otro viaje larguísimo que duró tres días y medio atravesando
Argentina, Chile y Perú.
En
Lima fui recibido en la estación de autobuses por Eduardo Ciotola, quien fue mi
guía en la capital peruana y a partir de ese momento todo el Universo conspiró
para que finalmente el puzzle fuera armándose poco a poco para ser presentado a
los demás en forma de un programa de estudios.
Con
Joshua, Eduardo, Luis Enrique, Elizabeth y Juan Guillermo plantamos la semilla
de la Obra, y prontamente se sumaron otras personas para trabajar en la
consolidación de sus fundamentos.
Poco
tiempo más tarde organicé, junto a Zamir Lemir, una metodología educativa para
jóvenes que tenía como punto de partida el Programa de estudios OPI. Y como
fruto de este trabajo surgió el Círculo Kairos de Colombia, una iniciativa
exitosa para la gestación de una juventud “consciente y en acción”, la semilla
de un mundo nuevo y mejor.
Aún
estamos construyendo los cimientos de la Obra y todavía no he terminado de
armar el inmenso rompecabezas. Con la publicación de “Propósito y Proyecto” quedarán consolidadas las bases del Programa
OPI y sobre ellas seguiremos construyendo y profundizando, siempre en la forma
de un programa de estudios no dogmático, universalista y con una metodología
clara y coherente.
A
través de este prólogo he intentado explicar cómo he llegado hasta aquí, hasta
este momento presente y hasta este libro titulado “Laberintos y Dragones”. Las circunstancias me han obligado a asumir
un rol de liderazgo que nunca pedí, pero que asumo con entusiasmo porque creo
que el mundo necesita –hoy más que nunca– una filosofía vivencial fundamentada
en el Amor y la Unidad Primordial.
En
verdad, sigo siendo un peregrino con los pies ampollados que tuvo la fortuna de
encontrar a sus compañeros del camino y compartir con ellos el pan y el vino,
un humilde camarero que intenta estar atento a las lecciones de la vida
mientras sirve un café con leche, un obrero dedicado a la construcción de un
mundo nuevo y mejor a través del despertar de la conciencia.
No
soy un gurú ni un asceta. Vivo feliz en familia con mi esposa Sofía y mi hijo
Santiago, y en la cotidianidad sigo encontrando las pistas para llegar al
centro del laberinto, mientras enfrento a mis dragones.
Sé
que mi trabajo es insuficiente y sé también que otros podrían hacerlo mejor. Es
cierto. Pero día a día trato de hacer mi parte del trabajo de la mejor forma y
cuando me desanimo ante la magnitud de lo que nos queda por delante, encuentro
inspiración en esta sencilla historia que a continuación les voy a contar:
Durante
un gigantesco incendio en el bosque, todos los animales huían desesperados para
salvarse. En esta situación desesperante, un colibrí iba en el camino
contrario, tomando con su pico agua de un lago cercano y arrojándola al fuego.
Un
pelícano, contemplando la labor de la pequeña ave, le preguntó:
- “¡Hey!
¿Realmente crees que puedes apagar el incendio con la poca agua que arrojas?”
Y
el colibrí le respondió:
- “Estoy
seguro que no podré apagar el incendio solo, pero intento hacer mi parte.”