EL RELOJ SUIZO MÁGICO QUE TENÍA BLAVATSKY



 
 
Testimonio de la Condesa Watchmeister
 
La Condesa Constance Watchmeister cuidó a Blavatsky cuando vivían en 1885 en Wurzburg en Alemania, y en su libro “Reminiscencias” ella contó que Blavatsky tenía un reloj cucú que parecía estar encantado:
 
« Frente a su escritorio, colgado en la pared, había un reloj de los llamados de cucú, que se comportaba de la manera más extraordinaria porque en ocasiones sonaba como un gong golpeado con fuerza, mientras que en otras ocasiones suspiraba y gemía como un poseso y “cucleaba” de la manera más extraña.
 
Nuestra sirvienta Luisa, que era la más obtusa y apática de las mortales, le tenía gran miedo y nos dijo un día de la manera más solemne que creía que allí habitaba el diablo.
 
-        "No es que yo crea en el diablo", ella dijo, "pero ese cucú a veces casi me habla."
 
Y así lo hacía indudablemente.
 
 
Una noche entré en la habitación y vi los que me parecieron ser rayos de luz eléctrica que surgían del reloj en todas direcciones.
 
Al narrarle mi experiencia a Blavatsky, ella me contestó:
 
-        "Oh, es sólo el telégrafo espiritual; lo están tendiendo fuertemente esta noche en vista del trabajo para mañana."
 
Viviendo en tal atmósfera y estando en continuo contacto con esas fuerzas invisibles y no usuales, todo ello me parecía entonces como la verdadera realidad, mientras que el mundo externo común me aparecía como vago e insatisfactorio»
(Capítulo 8)
 
 
 
 
 
 
Testimonio de Catherine Passingham
 
Posteriormente cuando Blavatsky se fue a vivir a Londres, ella se llevó su reloj cucú, y una de las teósofas inglesas, la señora Catherine Amy Passingham relató lo siguiente:
 
« Mientras Blavatsky estaba en Maycot ocurrió un pequeño incidente que puede ser interesante de contar.
 
Una noche la encontraron gravemente enferma; en ese entonces yo me estaba quedando en Londres con la señora Duncan quien tiene fuertes poderes de curación magnética por lo que ella fue a ver a Blavatsky y le proporcionó algo de alivio, pero cuando regresó por la noche dijo que pensaba que Blavatsky estaba muy enferma
 
Y como Blavatsky no tenía ninguna mujer que la asistiera más que su doncella, yo partí temprano a la mañana siguiente para verla, y llegué a encontrar a Madame Blavatsky sentada en su escritorio escribiendo, con lo mejor posible de salud (a pesar que ella había estado casi en un estado de colapso la noche anterior).
 
Yo había ido preparada para quedarme y cuidarla, pero al ver que no me necesitaba para ese propósito, no pensaba quedarme mucho tiempo para no interrumpir su trabajo. Sin embargo ella no parecía dispuesta a que me fuera, así que me quedé hablando hasta las doce de la noche.
 
Justo detrás de su silla colgaba en la pared un reloj de cucú que como es costumbre empezó a sonar antes de dar las campanadas.
 
Yo miré hacia ese reloj y Blavatsky me comentó:
 
-        “Oh, es sólo ese cucú loco.”
 
El cucú había sonado cinco veces cuando Blavatsky dijo con cierta impaciencia y mirándolo a medias:
 
-        "Oh, cállate."
 
Y el cucú ya no emitió ningún otro sonido.
 
Blavatsky hizo un breve "Hmm", como si dijera "tu ruido se detuvo", y ella prosiguió hablando conmigo en voz baja.
 
Todo parecía tan natural que no le di importancia hasta que llegué a la casa de la señora Duncan, cuando en el almuerzo alguien dijo a propósito de mi día anterior con Madame Blavatsky:
 
-        “¿Y no vio ningún fenómeno?”
 
A lo que yo respondí:
 
-        “No, por supuesto que no.”
 
Cuando de repente me acordé de los sucedido y pensé en mi interior: “por qué dije eso ya que sí vi algo”, y luego les conté lo que había sucedido.
 
 
Por supuesto un escéptico lleno de teoría de engaños diría:
 
Oh, lo que pasa es que los relojes de cucú siempre se estropean y Madame Blavatsky sabía que solo sonaba cinco veces cuando daban las doce, y astutamente ella esperó el momento adecuado para decir “cállate”.
 
Pero yo lo sé mejor, y ni siquiera creo que Blavatsky lo haya hecho con el propósito de mostrarme una muestra de sus poderes; sino que simplemente le molestó que el ruido interrumpiera nuestra conversación y por eso lo detuvo, tal como deberíamos ordenarle a un niño ruidoso que se calle o que abandone la habitación.
 
 
Algunos años después relaté este incidente ante Blavatsky en Lansdowne Road, y ella asintió con la cabeza cuando le pregunté si no era cierto que ella detuvo el reloj por medios ocultos, y ella contestó:
 
-        “Por supuesto."
 
Nunca le di la menor importancia a los fenómenos que produjo Blavatsky por sí mismos, y nunca le pedí ni siquiera la más mínima evidencia de su poder. Mi recuerdo personal de ella será siempre el de la amiga más amable, afectuosa y reverenciada que he tenido. »
(Revista Lucifer, agosto de 1891, p.457-458)
 
 
 
 
 
 
 
OBSERVACIONES
 
No sabemos qué fue de ese reloj después que Blavatsky falleció en 1891, pero yo sospecho que dejó de ser un reloj mágico y volvió a ser un reloj normal.
 
Era un simple objeto que comenzó a manifestar fenómenos paranormales cuando los maestros lo utilizaron como un telégrafo intermediario con Blavastky, pero cuando esa función dejo utilizarse, lo más probable es que haya vuelto a ser un simple objeto.
 
Y es interesante constatar que Blavatsky también había instalado en Adyar un sistema de correo mágico a través de un mueble que era conocido como 'El Relicario'.
 
 
 
 
 
 
 
ANÉCDOTA
 
Parece que ese reloj cucú, Blavatsky ya lo tenía desde que ella y Olcott vivían en Nueva York en un departamento conocido como la Lamasería entre 1876 y 1878, ya que el coronel Olcott en su libro “Las Hojas de un Viejo Diario I relató la siguiente experiencia de desdoblamiento astral que le sucedió relacionada con un reloj cucú:
 
 
« En el salón de la Lamasería, teníamos un reloj suizo de cuco colgado en la pared al lado de la estufa, y al que yo tenía la costumbre de dar cuerda metódicamente todas las noches antes de irme a mi habitación.
 
Una mañana noté al mirarme en el espejo después del baño, que mi ojo derecho estaba machucado como si hubiese recibido un puñetazo. No me daba cuenta de lo que podría ser eso, y me sorprendí aún más al constatar que la contusión no me dolía nada.
 
En vano me devanaba los sesos buscando una explicación; en mi cuarto no había ninguna columna ni ángulo agudo, ni nada que hubiera podido lastimarme, suponiendo que yo hubiese tenido un acceso de sonambulismo (lo que no me sucedía jamás).
 
Por otra parte, un golpe bastante violento para ponerme el ojo en ese estado, me hubiera infaliblemente despertado con un sobresalto, pero en cambio yo había dormido apaciblemente toda la noche.
 
Seguí muy intrigado hasta que a la hora de comer vi a H.P.B. y a una amiga suya que esa noche se había quedado a dormir con ella. La amiga me dio la clave del enigma diciéndome:
 
-        “Pero coronel, ¿no se habrá golpeado usted anoche cuando bajó a dar cuerda al reloj?”
 
Yo le repliqué:
 
-        “¿Dar cuerda al reloj? ¿Qué quiere usted decir? ¿No habían ustedes cerrado la puerta con llave?”
 
Y ella me contestó:
 
-        “¡Ya lo creo! La cerré yo misma. ¿Cómo hizo usted para entrar? Sin embargo yo y la señora Blavatsky le vimos pasar por delante de la puerta de corredera de nuestra alcoba, y le oimos tirar de las cadenas de las pesas. Yo le hablé pero usted no me contestó, y no vi más nada”.
 
 
Entonces pensé que si mi doble astral entró en el salón para dar cuerda al reloj, este no debe de estar parado, y en el camino entre la puerta y la chimenea, debe existir algún obstáculo contra el cual mi ojo habría chocado.
 
El examen del lugar demostró:
 
1. Que el reloj seguía funcionando, por lo que se le debió de haber dado cuerda a la hora de costumbre.
 
2. Que cerca de la puerta había una pequeña repisa o estante para libros, uno de cuyos ángulos salía exactamente a la altura necesaria para estropearme el ojo si yo me tropezase con él.
 
Entonces, recordé vagamente haberme dirigido a la puerta, viniendo del otro ángulo de la sala, con la mano derecha extendida para buscar la puerta, después sentí un choque que me hizo ver las estrellas (como popularmente se dice), y después el olvido hasta la mañana»
(Capítulo 24)
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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