EL TURBANTE DEL MAESTRO MORYA




Esta prenda es un testimonio de la existencia del Maestro Morya, y la manera como el Coronel Olcott la obtuvo, él mismo lo narra en su Diario de la forma siguiente:

« (Vivíamos en ese entonces en la ciudad de Nueva York). Una noche después de que había terminado nuestro trabajo con el libro “Isis Desvelada, ya me había despedido de Blavatsky, y me había retirado a mi habitación, le había puesto el seguro a la puerta como siempre, y me había sentado a leer y fumar, cayendo pronto absorto en mi libro; el cual si recuerdo correctamente era “Viajes en Yucatánde Stephens; en todo caso no era un libro sobre fantasmas, ni tampoco alguno que hubiese podido estimular mi imaginación para que estuviese viendo espectros.

Mi silla y mesa estaban a la izquierda frente a la puerta, mi abrigo de campaña a la derecha, la ventana veía hacia la puerta, y sobre la mesa había una lámpara de gas.

Yo estaba leyendo tranquilamente, con toda mi atención concentrada en mi libro. Nada en los incidentes de la noche me había preparado para ver un Adepto en su cuerpo astral; yo no lo había deseado, no traté de invocarlo en mi imaginación y era lo menos que esperaba.

Pero de repente, mientras que me encontraba leyendo con mi hombro un poco volteado de la puerta, me llegó un resplandor de algo blanco en el rabillo derecho de mi ojo derecho; voltee mi cabeza, y debido a la sorpresa dejé caer mi libro, y vi elevándose sobre mí, en su gran estatura, a un Oriental vestido con ropajes blancos, que llevaba un tocado o turbante de color ámbar rayado, bordado a mano en borra de seda amarilla.

Su cabello negro lustroso caía por debajo del turbante hasta los hombros; su barba era negra, partida verticalmente sobre sus mejillas a la usanza rajput, y estaba trenzada en las puntas, y llevada hasta las orejas; sus ojos estaban vivos con fuego del alma; ojos que al mismo tiempo eran benignos y de mirada penetrante; ojos de un mentor y de un juez, pero suavizados por el amor de un padre que mira a un hijo que necesita consejo y guía.

Él era un hombre tan imponente, tan imbuido en la majestuosidad de la fuerza moral, tan espiritualmente luminoso, evidentemente tan por encima de la humanidad común, que me sentí avergonzado en su presencia, e incliné mi cabeza y me arrodillé como uno hace ante un personaje tan elevado.

Sentí su mano ligeramente sobre mi cabeza y una voz dulce pero firme me pidió que me sentara y cuando levanté mis ojos, su Presencia estaba sentada en la otra silla más allá de la mesa.

Él me dijo que había venido en el momento de crisis cuando lo necesitaba, que mis acciones me habían llevado hasta este punto, que sólo en mí estaba si él y yo nos encontraríamos frecuentemente en esta vida como colaboradores por el bien de la humanidad, que había que hacer un gran trabajo por los humanos, y que yo tenía el derecho de compartirlo si quería; que una misteriosa liga, que no me la explicaría ahora, nos había juntado a mi colega Blavatsky y a mí; una liga que no podía ser rota, no obstante lo tirante que pudiese llegar a estar algunas veces.

También me dijo cosas sobre ella que no repetiré, al igual que cosas acerca de mí que no le interesan a terceros. No puedo decir qué tanto tiempo estuvo ahí pero pudo haber sido media hora o una hora; aunque me pareció sólo un minuto, ya que no me di cuenta del paso del tiempo.

Finalmente él se levantó, mientras que yo me admiraba de su gran estatura y observaba la especie de esplendor en su semblante — que no era una brillantez externa, sino el suave fulgor de una luz interna proveniente del espíritu.

Y súbitamente llegó a mi mente el siguiente pensamiento:

“¿Qué tal si todo esto no es más que una alucinación? ¿Qué tal si Blavatsky lanzó una fascinación mesmérica sobre mí? ¡Ojala y tuviese algún objeto tangible que me pruebe que él estuvo realmente aquí, algo que pueda tener cuando él se haya ido!”

El Maestro se sonrió amablemente como si leyera mi pensamiento, desenvolvió el fehtâ [turbante] de su cabeza, me saludó benignamente despidiéndose y se fue. Su silla estaba vacía.

¡Yo estaba solo con mis emociones!

Sin embargo, no completamente solo, ya que sobre la mesa yacía el turbante bordado; una prueba tangible y perdurable, de que no me habían “olvidado” o que había sido engañado psíquicamente, sino que había estado cara a cara con uno de los Hermanos Mayores de la Humanidad, uno de los Maestros de nuestra insulsa raza de pupilos.

Mi primer impulso natural fue correr y tocar a la puerta de Blavatsky y contarle mi experiencia. Luego regresé a mi cuarto a pensar, y la gris mañana me encontró aún pensando y resolviendo. Y a partir de esos pensamientos y de esas resoluciones se desarrollaron todas mis subsecuentes actividades teosóficas y esa lealtad a los Maestros por detrás del Movimiento que los golpes más rudos y las desilusiones más crueles nunca han hecho vacilar.

Desde entonces he sido bendecido con el encuentro de este Maestro y de otros, pero poco provecho podría obtenerse en repetir la narración de mis experiencias, de las cuales la que acabo de contar es un ejemplo suficiente, y no obstante que otros menos afortunados puedan dudarlo, yo lo SÉ. »
(Old Diary Leaves, volumen I, capítulo 14, p.377-381)




Y el coronel Olcott detalló más sobre ese encuentro en otro de sus escritos:

« A medida que la luz se iba iluminando en mi mente, mi reverencia por los Maestros creció a buen ritmo. Y al mismo tiempo, un anhelo profundo e insaciable me llevó a buscar su amistad, o al menos, a establecer mi residencia en una tierra [la India] que glorificaba su presencia, y me incorporé a un pueblo al que su grandeza ennoblecía.

Llegó el momento en que fui bendecido con la visita de uno de estos Maestros en mi propia habitación en Nueva-York. Ahí él me visitó, no en su cuerpo físico, sino en su “doble” o Mayavi-rupa.

Y cuando le pedí que me dejara alguna evidencia tangible de que no había sido engañado por una visión, pero que efectivamente él había estado allí, el Maestro se quitó de la cabeza el puggri [turbante] que estaba usando, me lo dio, y de repente se desvaneció desapareciendo de mi vista.

Ese turbante todavía la tengo, y en una esquina está marcado en hilo el cifrado o la firma que siempre adjunta a las notas que escribe para mí y para los demás.

Esta visita y su conversación produjeron un profundo efecto en mi corazón, y desde ese momento tuve un motivo por el cual vivir, un objetivo para esforzarme. Y ese motivo fue ganar la sabiduría divina y trabajar para su difusión. »

(Fuente: Henry Olcott: “On Madame Blavatsky and the Mahatmas”. Es un extracto de la lectura de Olcott titulada: “Theosophy, the Scientific Basis of Religion”, dada en el Town Hall, Calcutta, India, el 5 de abril de 1882, y recopiada del libro de Olcott: “Theosophy, Religion and Occult Science”, London, George Redway, 1885, p.121-124.)




Y descubrimos más sobre ese encuentro en el interrogatorio que le hicieron miembros de la Sociedad para la Investigación Psíquica de Londres:

« Coronel Olcott: El primer encuentro que tuve con el Maestro Morya ya lo he informado en el folleto titulado “Consejos sobre la Teosofía Esotérica, No.1”. Aquí les muestro su retrato y ahora exhibo el turbante que se quitó de la cabeza, cuando le pedí que me diera alguna prueba tangible de su visita.

Sr. Myers: ¿El hindú que usted vio en Nueva York es indiscutiblemente el mismo que usted vio posteriormente en la India?

Coronel Olcott: El mismo.

Sr. Myers: ¿Y también es el mismo a quién usted vio en su cuerpo astral?

Coronel Olcott: El mismo.

Sr. Stack: ¿Y de repente apareció?

Coronel Olcott: Apareció cuando yo estaba en mi habitación antes de irme a dormir. No estoy totalmente seguro, pero como tengo la costumbre de cerrar la puerta de mi habitación con llave, yo supongo que mi puerta estaba cerrada en ese momento. De lo que sí estoy seguro es que la puerta no estaba abierta, porque me senté de tal manera que la puerta no se podía abrir sin llamar mi atención de inmediato. Al grado que estaría dispuesto a afirmar de la manera más enfática que la puerta no se abrió y que la aparición y la desaparición de mi visitante ocurrieron sin utilizar los medios de ingreso o salida físicos.

Sr. Myers: ¿Qué altura tenía el hindú que se le apareció en Nueva York?

Coronel Olcott: Era un modelo de belleza física de unos dos metros de altura y simétricamente bien proporcionado.

Sr. Myers: Esa es una altura muy inusual, y en sí misma es una identificación muy particular.

Coronel Olcott: La gran estatura no es tan rara entre los Rajputs de la India.

Sr. Myers: ¿Supongo que en la visita de Nueva York usted quedó impresionado por su estatura?

Coronel Olcott: Sí.

Sr. Myers: ¿Ha visto otros hindúes de esa altura?

Coronel Olcott: No. He visto hindúes muy altos, porque he visitado donde viven los Rajputs; pero a pesar de ello, él ha sido la figura humana más majestuosa que jamás haya visto. »

(Fuente: Declaración de Henry Olcott a la Sociedad para la Investigación Psíquica, 1884. Recopiado en the First Report of the Committee of the Society for Psychical Research, Appointed to Investigate the Evidence for Marvellous Phenomena offered by Certain Members of the Theosophical Society, Appendix I, London, 1884, p.34-62)




Y el encuentro que tuvo posteriormente el Coronel Olcott con Blavatsky, el investigador Howard Murphet lo relató de la siguiente manera:

« Una noche, después de leer hasta muy tarde como era su costumbre, Blavatsky parecía por fin haber conciliado el sueño cuando un fuerte golpe en la puerta la hizo despertarse súbitamente.

¿Quién podría ser a esa hora?

Olcott era el único que dormía en el apartamento esa noche, y nunca la despertaría así, a menos de que hubiera sucedido algo importante. . . . Los golpes continuaron con insistencia.

    -  "Está bien, ya voy" ella exclamó.

Abrió la puerta y encontró a Henry Olcott de pie, completamente vestido, sosteniendo una vela. Sus ojos brillaban y él se encontraba muy emocionado, como un niño que acaba de ver a Santa Claus. Y sostenía algo en la otra mano, un turbante de tela a rayas de color ámbar, bordado en seda amarilla.

Incluso sin ver la “M” bordada, ella reconoció el turbante del Maestro Morya.

En silencio, ella cruzó la puerta y se sentaron en el escritorio mientras Olcott le narraba cómo el Maestro Morya había aparecido repentinamente en su habitación, luciendo tan real y sólido como si estuviera allí en carne y hueso. »
(When Daylight Comes, 1988, capítulo 13, p.111)



*  *  *  *  *  *  


El turbante que el Maestro Morya le entregó al Coronel Olcott todavía se conserva en el Museo de Adyar, Madrás, India. Y a continuación les pongo una foto donde aparece una parte de ese turbante.


El turbante mide 2.44 metros de largo por 65 cm de ancho, y pueden observar como en la esquina de abajo a la derecha se encuentra plasmado el monograma del Maestro Morya

Detalle del monograma







ENCUENTRO DE MULJI THACKERSEY CON EL MAESTRO MORYA




Mulji Thackersey fue un amigo hindú de Blavatsky y el Coronel Olcott, y sobre el encuentro que Mulji tuvo con el Maestro Morya, el Coronel Olcott lo relató en su obra biográfica “Las Viejas Hojas de un Diario” en donde el Coronel escribió lo siguiente:

«  El 4 de abril de 1879, Blavatsky, Mulji y yo mismo dejamos Bombay por tren, para un viaje a las Cavernas de Karli, y también nos acompañó nuestro empleado Babula.

En la estación de Narel dejamos el tren, y tomamos unos palanquines subiendo la loma hasta Matheran, el sanatorio principal de Bombay.

Blavatsky me dio a entender que habíamos sido invitados a Karli por un cierto Adepto con el que habíamos tenido una estrecha relación en América durante el tiempo en que se escribió la obra “Isis Desvelada y que la gran cantidad de provisiones para nuestro confort durante el camino habían sido ordenadas por ese Maestro.

Por lo tanto no me sorprendió en lo más mínimo, encontrar en la estación de Narel a un sirviente hindú de la mejor clase, quien vino hacia nosotros y después de saludarnos nos dio un mensaje en marathi, el cual Mulji lo interpretó como un obsequio de ese Maestro, y una petición de que graciosamente eligiéramos si queríamos usar palanquines o ponis para nuestro ascenso, ya que ambos estaban disponibles.

Blavatsky y yo escogimos los palanquines, mientras que Mulji y Babula escogieron los ponis.



(Los palaquines eran un medio elegante usado en la India para desplazarse.)


Partimos bajo la brillante luz de la luna, con doce portadores en cada palanquín, de estatura elevada, fuerte musculatura y de tez obscura, pertenecientes al clan Thakur, y los cuales caminaban a paso desacompasado para no molestar a las personas en los palanquines, llevando el compás por medio de una cadencia, en voz baja, que por su novedad era extremadamente placentera escucharla, pero que después de un tiempo se volvió monótona y cansada.

Nunca antes había hecho un viaje tan poético como este, en una noche tropical, con el firmamento encendido con brillantes estrellas antes de que saliera la luna, miríadas de insectos gorjeando unos con otros, los pájaros de la noche cantándole a sus compañeros, los grandes murciélagos calladamente volando y haciendo tortuosas vueltas en busca de comida, las frondas de palmares crujiendo y las hojas de la jungla susurrando, el olor de la tierra mezclándose aquí y allá con el olor de las flores y en una corriente de aire más caliente por la que pasábamos.

Y el todo acompañado por el canto de los jadeantes portadores de los palanquines que ágilmente marchaban.

A su debido tiempo llegamos al Hotel Alexandra, cenamos a las once de la noche, y nos fuimos a dormir tranquilamente, levantándonos temprano por la mañana gozando de la espléndida vista desde la veranda.

Después del desayuno Blavatsky dijo que no quería quedarse ni un solo día más en ese lugar ya que estaba asqueada de lo que ella llamó “el aura de la civilización anglo-inda”. Así que a pesar de las advertencias del propietario en contra del tremendo calor del sol, partimos de nuevo hacia Narel en una temperatura tan intensa como la de un cuarto de calderas.

Tuvimos la suerte de que ninguno de nosotros se insolara, y a su debido tiempo tomamos el tren hacia Khandalla, un lugar delicioso que se encuentra en las montañas.

Nuestro mismo proveedor universal nos proporcionó también allí, un espacioso carro de bueyes en el que nos llevó a la casa de descanso del Gobierno (dâk bungalow) en donde pasamos el siguiente día y la siguiente noche.


La noche de nuestra llegada, Mulji fue a la estación del tren para platicar con el jefe de  la estación, quien era un viejo conocido suyo, y allí él recibió una sorpresa.

Llegó un tren proveniente de Bombay y se detuvo en la plataforma, y de pronto escuchó que alguien lo llamaba fuertemente por su nombre. Buscando de vagón en vagón vio a un hindú que le hacía señas para que fuera a su ventana.

¡Y ese desconocido resultó ser el personaje que Blavatsky había visitado anteriormente en Bombay!


El misterioso hombre le entregó un buqué de flores frescas de lo que parecía ser la misma clase de rosas que había visto en esa mansión, y que eran las más hermosas que el hubiese visto.

-      “Estas” — dijo el caballero mientras que el tren se movía, “son para el coronel Olcott, dáselas por favor”.

Así que Mulji me las trajo y me contó esa historia.


Una hora más tarde le dije a Blavatsky que me gustaría agradecerle al Adepto las cortesías que había tenido con nuestro grupo, y que si ella le pudiese entregar una carta, yo se la escribiría con gusto.

Y ella estuvo de acuerdo, por lo que yo escribí la carta y se la di a ella.

Y ella se la dio a Mulji pidiéndole que fuera al camino público frente a nosotros y que la entregara.

-      “Pero” — preguntó Mulji, “a quien y en donde la entrego, no tiene anotado ningún nombre ni dirección”.

-      “No importa, tómala y verás a quien deberás dársela.” — Le respondió Blavatsky.

Por consiguiente, Mulji bajó a la carretera, y después de diez minutos volvió corriendo, sin aliento y mostrando todos los signos de la sorpresa.

  -   “¡Se fue!” — Mulji exclamó.

  -   “¿Que?” — yo pregunté.

  -   “La carta, él la tomó.” — Mulji respondió.

  -   “¿Quien la tomó?” — le pregunté.

  -   “No lo sé” — contestó Mulji, “a menos de que haya sido un fantasma. Simplemente él salió del suelo o así me pareció a mí. Yo iba caminando lentamente mirando a izquierda y derecha, sin saber que hacer para llevar a cabo la petición de Madame Blavatsky. Y no había ni árboles ni matorrales en los que se pudiese esconder una persona, sino solo el camino blanco y polvoriento. Sin embargo de repente, como si él hubiese salido del suelo, allí estaba un hombre a unas cuantas yardas de distancia, caminando hacia mí. Y era el mismo hombre de la mansión de las rosas, y el mismo que me dio las flores para usted en la estación de Khandalla, y yo vi que se había ido en el tren hacia Poona!!!”

-      “Hombre, esto es absurdo” — le contesté, “debes haber estado soñando”.

-      “No” — me respondió, yo estaba tan despierto como jamás lo he estado en mi vida”.

El caballero dijo: - “Tu tienes una carta para mi, esa que traes en la mano, ¿no es así?”

Yo apenas podía hablar pero le dije: - “No lo sé Maharaj, la carta no tiene ni dirección ni nombre”.

Y el caballero me respondió: - “Es para mi, dámela”.

Él la tomó de mi mano y dijo: - “Ahora, regresa con tus compañeros de viaje”.

Me di la vuelta por un instante, pero voltee para ver si aún estaba ahí, y había desaparecido !!!

¡El camino estaba vacío!

Y espantado me puse a correr, pero no había ido más allá de cincuenta yardas cuando una voz en mi oído me dijo: - “No seas tonto, hombre; mantente calmado que todo está bien”.

Y eso me asustó aún más ya que no había nadie que pudiese ver, por lo que corrí y corrí, hasta que llegué aquí. »
(Old Diary Leaves II, capítulo 4)




LA MISTERIOSA MANSIÓN DE LOS MAESTROS EN BOMBAY




Sobre esta enigmática residencia, el Coronel Olcott mencionó lo siguiente:

« Hubo una serie de extraños acontecimientos de los cuales mi amigo Mulji Thackersey fue testigo. Por ejemplo, el 29 de marzo de 1879, Blavatsky le pidió a Mulji que consiguiera una calesa, y cuando esta llegó, ella se subió al vehículo junto con él. Ella se rehusó a contestar sus preguntas respecto a donde iban y simplemente le dijo que le ordenara al conductor en su idioma dar vuelta a la derecha o a la izquierda o ir derecho hacia adelante, según ella le dijese.

Al regresar por la tarde Mulji nos contó lo que ocurrió. Ella había dirigido el curso por numerosas calles serpenteantes y caminos vecinales, llegando a un suburbio de Bombay, a ocho o diez millas de distancia, en un bosque de coníferas. Creo que el lugar se llamaba Parel, aunque puedo estar equivocado. En todo caso, Mulji conocía el lugar, ya que en ese suburbio habían cremado el cadáver de su madre.

En el bosque los caminos y senderos se cruzaban entre sí de manera confusa, pero Blavatsky nunca vaciló respecto a la dirección a seguir pidiéndole al conductor dar vueltas aquí y allá hasta que llegaron a orillas del mar.

Y finalmente para sorpresa de Mulji, ellos se encontraron frente al portón de una mansión privada con un magnífico jardín de rosas en el frente y hermosas construcciones con espaciosas verandas orientales en el fondo.

Blavatsky se bajó y le dijo a Mulji que la esperara ahí y que de ninguna manera se le ocurriera atreverse a ir a la casa, así que Mulji se quedó esperándola lleno de perplejidad; ya que él, que era una habitante de Bombay de toda la vida, jamás había sabido nada de semejante propiedad.

Se acercó a uno de los varios jardineros que estaban arreglando y cuidando a los rosales, pero el hombre no le dijo nada respecto al nombre del dueño de la casa, ni cuánto tiempo había vivido ahí, o cuando se había construido esa casa: algo de lo más inusual entre hindúes ya que a ellos les encanta conversar.

Blavatsky había caminado derecho hasta la casa, y ahí fue cordialmente recibida en la puerta por un hindú de elevada estatura, el cual tenía una apariencia distinguida y notable, y estaba vestido completamente de blanco, y después de saludarse ellos entraron.

Posteriormente reaparecieron los dos, el misterioso desconocido se despidió de ella, y le entregó un gran ramo de rosas, que uno de los jardineros le había dado con este propósito, y Blavatsky regresó con su escolta, se subió a la calesa, y le ordenó al conductor llevarlos de regreso a su domicilio en Bombay.

Todo lo que Mulji le pudo sacar de información a Blavatsky fue que el desconocido era un Ocultista con el que ella estaba relacionada y que ese día había tenido que tratar algunos asuntos con él.

Y la cosa más extraña de toda esta historia era que, por lo que sabíamos, no había posibilidad alguna para que Blavatsky hubiese aprendido algo acerca de este suburbio y de la manera de llegar a él, en todo caso desde nuestra reciente llegada a Bombay, ya que ella nunca había dejado el domicilio donde estábamos hospedándonos; sin embargo ella demostró conocer perfectamente el lugar.


Mulji estaba tan asombrado con esa experiencia que fue a contárselo a sus amigos, lo que llevó a uno de ellos, que profesaba conocer perfectamente el suburbio en cuestión, a apostar 100 rupias que no había una casa semejante a la orilla del mar y que Mulji no podría guiarlo a ese lugar.

Y cuando Blavatsky escuchó de esto, ella le aseguró a Mulji que él perdería esa apuesta, pero Mulji declaró que podía volver sobre cada punto del camino por el que se habían ido y aceptó la apuesta.

Yo hice llamar a un carruaje de inmediato y los tres subimos. Y por medio de otro intérprete hindú, le ordené al cochero que siguiera estrictamente las indicaciones que le mencionara Mulji y nos fuimos.

Después de un largo viaje en coche por caminos tortuosos, por fin llegamos al suburbio en cuyas umbrías profundidades se suponía que debía estar la misteriosa casa.

El suelo era arena de mar casi pura, con un mantillo marrón de agujas de pino, o con alguna otra conífera (posiblemente la casuarina).

Pudimos ver una cantidad de caminos que corrían en diferentes direcciones, y le dije a Mulji que debía mantener una vigilancia aguda porque de lo contrario seguramente se perdería. Pero él sin embargo, estaba tan seguro como era posible, a pesar de la advertencia que le había hecho Blavatsky sobre la pérdida segura de sus 100 rupias.

Durante una hora estuvimos recorriendo la zona, tanto hacia un lado como hacia el otro, y deteniéndonos periódicamente para que Mulji bajara del vehículo y mirara a su alrededor.

Finalmente y justo un minuto después de su última declaración de que esta vez él estaba completamente seguro de que íbamos en la dirección correcta hacia esa misteriosa casa que se encontraba junto al mar, un tren pasó cerca de un terraplén y le mostró al pobre Mulji que en realidad nos había guiado:

¡En la dirección opuesta!

Le ofrecimos darle más tiempo, pero él se sintió tan desconcertado que aceptó su fracaso y regresamos a casa.


Posteriormente Blavatsky nos dijo que Mulji podría haber encontrado esa casa mística si no tuviese en sus ojos un embeleso, y que además, esa casa, como otros lugares habitados por Adeptos, siempre están protegidos de la intrusión de extraños por un círculo de ilusión formado a su alrededor, y custodiado y mantenido con potencia por servidores elementales.

Y esta casa en particular estaba bajo el constante cuidado de un agente confiable, y esa residencia se usaba como un lugar ocasional de descanso y reunión para los Maestros y sus discípulos cuando estaban de viaje.

Y ella nos explicó que de la misma manera, todas las antiguas bibliotecas que se encuentran actualmente enterradas, me refiero a esa vasta cantidad de tesoros que deben mantenerse escondidos hasta que el Karma requiera su restauración para que sean usados por los humanos, esos lugares también están protegidos para que no sean descubiertos por el profano, por imágenes ilusorias de rocas sólidas, de suelo sólido ininterrumpido, por abismos inaccesibles, o cualquier otro obstáculo que hace que se regrese la persona equivocada pero cuya Mâya [ilusión] se disuelve cuando el que debe encontrarlos llega en el momento adecuado»
(Viejas Hojas de un Diario II, capítulo 4)