(Henry Bedinger Mitchell fue profesor de
matemáticas en la Universidad de Columbia y miembro de la Sociedad Teosófica en
América, y en este artículo él hace un resume de lo que es el Movimiento Teosófico.)
4. Concepto de la
Vida y de la Verdad sostenido como base
de un programa libre.
Por
sobre nuestros actos, y como sugiriéndolos, prevalece cierta filosofía de la
vida que consciente o inconscientemente nos pertenece, y que al mismo tiempo se
revela y conoce por sus efectos. Hay verdad tanto como gracia en el aserto de
que por más pesimista que aparezca un libro, su autor nunca lo fue de corazón. Porque nadie escribiera sin la creencia de
que su pensamiento influiría en los demás; y esa creencia prueba un optimismo
tan puro como simple.
Juzgado
en esa forma, el silencio persistente de la Sociedad, como tal, ante materias
de opinión y de creencia, manifiesta a las claras la filosofía de la libertad
espiritual mantenida por sus Fundadores. Pero la liberalidad y la tolerancia se
les confunde fácilmente con la indiferencia; y la despreocupación del discípulo
que ha vislumbrado lo infinito de la verdad, se le califica a menudo de
agnosticismo por aquellos que se educan en la creencia de que toda la
significación de la vida puede expresarse en una fórmula exclusiva.
La
respuesta a semejante crítica se encuentra en el método sintético y positivo de
investigación y procedimiento establecido por la Sociedad. Y aunque cada quien
dispone de libres facultades para interpretar ese método desde su propio punto de
vista, a mí me parece un testimonio de la creencia en la unidad de la Vida y de
la Verdad.
Que
este principio de unidad y de libertad espiritual se mantuvo por los fundadores
del núcleo, lo sabemos todos nosotros.
De ninguna manera se impuso; pero rige el propósito que dio nacimiento a
la Sociedad. Considera el universo, como uno; a la vida, como todo; y asimismo,
uno el Ego del universo y nuestro Ego verdadero. Según las hermosas palabras de
Madame Blavatsky, “es la identidad fundamental de todas las almas con la Súper-Alma
universal”.
Asimismo
se afirma que todas las verdades sólo expresan los aspectos o variantes de la
Verdad; que no existe nada que no encierre una significación, ni nada tan
humilde que carezca de labor y sitio en el gran todo. Y de esto se sigue que alcanzar la Verdad, o
adquirir el poder y el conocimiento de sí, vale tanto como crecer hacia una unidad
positiva, avanzando por el camino de la simpatía, de la síntesis y de lo impersonal,
o rompiendo a través de los velos de las personales diferencias hacia la llama
central del genio que resplandece sobre las humanas inteligencias.
5. Los objetos de la
Sociedad Teosófica
Aquella
actitud hacia la vida y la verdad se expresa en el primer objeto de la
Sociedad, que dice:
-
“Formar el núcleo de una fraternidad universal
de la humanidad sin distinción de raza, credo, sexo, casta o color.”
De
esta manera se funda el principio de unidad espiritual y se indican los medios
de crecimiento por la simpatía, la síntesis y por una mente desprevenida.
Los
objetos subsidiarios son:
-
“El estudio, junto con la demostración de su
importancia, de las religiones, filosofías y ciencias antiguas y modernas; y La
investigación de las leyes inexplicadas de la naturaleza y de los poderes
psíquicos latentes en el hombre.”
La
actitud teosófica de simpatía y de síntesis que, del primer objeto, se refiere
a las aspiraciones individuales; del segundo, se extiende a los sistemas de
pensamiento. A sus auspicios la Sociedad emprendió el estudio de las religiones
comparadas, pero con la distinción siguiente:
Que
mientras, a menudo, en las otras escuelas el método observado consiste en
descubrir los puntos antagónicos o de diferencia, en la Sociedad Teosófica,
desde sus comienzos, se aplica preferentemente el método de inquirir sus
analogías o semejanzas, y de encontrar las verdades y leyes centrales de la naturaleza
del alma en todas las religiones, y a la cual convergen éstas, como hacia el
eje los radios de la rueda.
Un
ligero estudio sirve para demostrar su importancia: no sólo por la nueva
claridad que un criterio simpático acerca de las otras religiones derrama sobre
la nuestra, sino también por la revelación que el unánime testimonio personal
de los videntes y profetas, santos y místicos de todas las edades y razas, han
hecho de las leyes fundamentales de la vida espiritual.
Y
es imposible encontrar, por nuestra propia experiencia, las verdades primitivas
claramente perpetuadas en los jeroglíficos del Antiguo Egipto, en el sánscrito
de los Upanishads, en las enseñanzas
de Buda, en el Evangelio del Cristo, en los escritos de Molinos y en las visiones
de la bienaventurada Margarita María, sin un penetrante sentido de su realidad
universal y de su profunda significación. Y es más fácil obedecer las inspiraciones
de nuestra guía interior cuando conocemos que el sendero que a ella conduce lo
recorrieron las grandes almas de innumerables centurias del pasado.
También
por ese estudio se alza más claro ante el pensamiento occidental el genio del
Oriente. Aprendemos a ver más de una faz
del escudo; y a medida que se amplían nuestras facultades de comprensión,
crecemos también en humildad, en aptitud de ayuda, en las capacidades gemelas
de dar y de recibir. Aprendemos a ver que
las formas de la Verdad son cada una, reales o genuinas, en su propio terreno y
grado; y cada una, necesaria como suplemento de las otras.
Así
la ciencia requiere el apoyo de la filosofía y de la religión para comunicar
libertad a su genio, para despejarle espacios más allá de lo concreto y de lo
visible, hasta que sus fines abarquen toda la vida. Y la religión, a su vez,
requiere el auxilio de la ciencia, requiere sobre todo aquel su estricto
sistema que reduce todas las cosas a la prueba del experimento
A
ese campo científico desconocido, desenvuelto más allá de lo visible, donde el
asunto de la experimentación escapa a la balanza y al escalpelo, se dirige el
tercer objeto de la Sociedad, en cuya observancia aceptamos la misma universalidad
de la vida, la misma actitud tolerante y abierta a las demás opiniones, que
caracteriza el espíritu de la Sociedad.
Con
la investigación de los poderes psíquicos del hombre nace la capacidad de exponer
explicaciones, mucho más sencillas y razonables que las corrientes, acerca de
los fenómenos del espiritismo.
Y
a medida que se avanza en el estudio de las fuerzas sutiles de la naturaleza,
se aprovechan de ello tanto la religión como la ciencia: la religión, para
ampliar más el principio de que las leyes y poderes de la vida interior se
evidencian y desenvuelven como la reflexión de las leyes y poderes universales;
y la ciencia, para ampliar el principio de que las energías del éter son la
fuente de toda energía física.
6. La actitud
teosófica
Tales
se consideran los fines de la Sociedad. Sólo se solicita de los miembros la
adhesión simpática al primero de ellos, para que así forme su actitud
intelectual hacia la vida, una como convergencia al centro, sin lo cual
carecería de importancia y de significación el trabajo de la Sociedad.
Actitud
franca, desprevenida, de benevolencia, tolerancia y ánimo sincero en servir y
beneficiar a los demás, a la vez que de ser servido y beneficiado; y aquellos
que la adopten se hallan en condiciones de elegibles, indiferentemente del
género de creencias que profesen. Hasta lo infinito se multiplican las razones
de aquella actitud indispensable y necesaria.
Se
ve, patente, que no se someten los miembros a ninguna clase de sugestión, salvo
su simpatía por el objeto de la fraternidad de los hombres, y la nueva
disposición intelectual de que hemos hablado.
7. El método teosófico
Si
los socios aspiran al ejercicio de su benévola inclinación y a participar del
trabajo de la Sociedad, a su alcance encontrarán el método práctico para realizarlos.
Es el método práctico de la libre discusión dentro de un ambiente amable de
cultura y de tolerancia. Cada quien contribuye a crearlo, cada quien inclina el
oído, benévolamente, hacia las varias voces de las opiniones.
El
método se aplica como consecuencia de la franca disposición teosófica hacia
toda verdad, porque vale; y hacia todo concepto, porque significa algo. Y presupone,
desde luego, que el elemento esencial de la investigación no consiste en la
importancia relativa de este o aquel juicio individual, de esta o aquella
verdad fragmentaria, sino en el conjunto sintético de todas las opiniones y en
sus aspectos reunidos.
Se
desprende de aquí, por qué las discusiones tienden a los acuerdos y no a las
diferencias. Y una idea, por más que difiera de las otras, ha de tener su lugar
en aquella unidad armónica, con plena y libre oportunidad de expresión.
No
se gastará mucho tiempo en la práctica de este sistema sin que nos penetremos
de que nuestra verdad no se reduce a una parte fragmentaria de opinión, asida,
en un momento cualquiera, a nuestra conciencia, sino que se extiende a algo más
amplio y armonioso. De suerte que sus diferentes aspectos, obrando sobre
nosotros desde la mente de los demás, darán riqueza, ensanche y luz, de antemano,
a nuestras concepciones.
Los
temas de discusión que se desenvuelven dentro de este método son extensamente
variados. Pero por el carácter sintético del método, concurrente siempre a un
centro, los temas elegidos conservan, de ordinario, cierta relación con un
mismo origen: con la vida espiritual en la que todas las almas se unen; o con
las fuerzas más sutiles de la naturaleza, de las cuales se originan las fuerzas
físicas como transformaciones diferenciadas. La Sociedad Teosófica no es un
simple club de controversias.
El
método teosófico se emplea no sólo en las discusiones de sus Ramas, sino
también, con gran provecho, en el estudio que emprenden los miembros. Estimula
el acercamiento a un tema de estudio, y lleva a lo fundamental antes que a los
detalles. Impersonal el método, su uso ayuda a redimirnos de preocupaciones, y
a dirigir todo nuestro ahínco hacia la investigación de la verdad.
La
actitud y el método teosófico constituyen el aspecto externo y la vida de la
Sociedad. Si adoptados y aplicados con
persistencia, conducirán sus miembros a algo que, éticamente, es un espíritu; y
religiosamente, una vida. Pero sobre estas cosas no podemos insistir ahora.
8. Historia de la
Sociedad Teosófica
La
Sociedad Teosófica fue fundada en la ciudad de New York, el 17 de noviembre de
1875, por Madame Blavatsky, Mr. Judge, el coronel Olcott, y otros, sobre los
principios y objetos bosquejados arriba, habiendo sido sugerida la idea de
semejante núcleo en conversación de Madame Blavatsky y Mr. Judge, el 9 de
setiembre del mismo año.
Su
nombre se deriva del griego teosofía, que literalmente significa sabiduría
divina, o sabiduría de las cosas divinas, si a la acepción de la palabra sabiduría
añadimos la de aplicada y practicada. Y así se distingue el término griego sophía, de gnosis, o conocimiento.
Demuestra,
por lo tanto, su nombre el propósito de la Sociedad no sólo de adquirir el
conocimiento espiritual, sino también de emplearlo, aportando además el largo
período de su historia, desde algunas escuelas de filosofía del Egipto hasta
los neo-platónicos y gnósticos.
Su
mote es: “No hay religión más elevada que la verdad”, que según dicen,
distinguió a la antigua familia de los Maharajahs de Benares. Conforme a lo
expuesto, su nombre nos viene del Egipto y de Grecia; y de la India, su lema.
Su
benevolencia, amplitud de miras y científica consagración a la verdad, atrajo
pronto un círculo selecto de inteligencias; y también, como era de esperarse,
sobresalientes mentalidades cuyo alcance no se podía, de antemano, medir; y a
muchos otros, cuyas ideas carecían de auditorio. A todos se les acordó plena
libertad, las más francas oportunidades, y una tolerancia perfecta.
A
fin de utilizar el método teosófico y de celebrar reuniones regulares, se
organizaron Ramas en las localidades. Así se extendieron por las principales
ciudades de América, Inglaterra, Alemania, Austria, Italia, España, Noruega y
Suecia, India, Australia y Sur América, anotando en sus registros a todas las
nacionalidades y formas de creencia. Se editaron periódicos que difundían el beneficio
de las investigaciones de los miembros; y cuyos primeros volúmenes resolvieron
y esclarecieron la mayor variedad de temas.
Trataron
sus páginas de cristianismo, budismo, brahmanismo, confucionismo, taoísmo, de
enseñanzas religiosas olvidadas y oscuras, de viejas filosofías consideradas
como heréticas por la Iglesia primitiva, de los fenómenos del espiritismo, del
hipnotismo, la psicometría, clarividencia y mediumnidad; de discusiones y
especulaciones sobre etnología e historia primitiva de la raza humana; de la aplicación
de la doctrina de la evolución a las religiones y al alma del hombre; de nuevas
y originales teorías sobre la constitución de la materia y los principios
científicos más amplios, muchos de ellos anticipados a los recientes
descubrimientos.
9. Lo que se llama
Teosofía como esquema de vida
formulado por Madame
Blavatsky
Pero
lo más interesante de todo, a causa de su mayor alcance y más extensa
concepción, fue el esquema de vida-filosofía que la misma Madame Blavatsky
presentó como colaboración a los comentarios generales. No se diferencian los
principios fundamentales de este esquema de los prescritos para la formación de
la Sociedad. No es fácil resumirlos, ni siquiera bosquejarlos imperfectamente.
Envuelven
y afirman la unidad del universo, la esencial identidad de todas las almas y el
Alma Suprema de todas las cosas; la universalidad de la ley; una infinita
evolución a través de ciclos periódicos de nacimiento y muerte, guiada por las
leyes de causas y efectos, evolución en la que el hombre, tal como le conocemos,
no ocupa de ningún modo el primer rango; el crecimiento de la conciencia hacia
la permanente realización de su yo íntimo en la unidad central; el concepto de
que todas las cosas se manifiestan como aspectos diferenciados de la Sustancia
una, y todas las verdades como reflexiones de la Verdad primaria. De manera que todas las religiones aportan su
verdad más elevada si meditamos sobre aquello de que son imágenes.
Eso
lo llamaba Teosofía Madame Blavatsky, asociándolo a los más antiguos sistemas
de ese nombre, y cuyas características entonces como ahora, fueron las mismas.
Si
respecto de estas características consultamos el diccionario, se nos dirá que
la “Teosofía difiere de la Filosofía en que parte de una noción trascendental de
la divinidad para tas explicaciones del universo manifestado, no generaliza partiendo
de los fenómenos al ser y atributos de Dios”; y que además “difiere del
misticismo en que no se satisface sólo con las relaciones del alma y Dios, sino
que también especula sobre la constitución y proceso de la naturaleza”
10. Este esquema se
prueba por experiencia
Asimismo
procede la geometría euclidiana cuando parte de los axiomas generales a las
aplicaciones detalladas. No se da explicación
alguna tocante al origen de esos axiomas, sino que la prueba de su validez se
encuentra en la estabilidad y conformidad de los resultados que se desprenden de
ellos.
Ocurre
otro tanto con la prueba de los postulados y sistemas teosóficos, la prueba
positiva, la de la estabilidad y conformidad de los resultados que provienen de
su aplicación en el mundo, como sea posible que se conozcan por la
experiencia. En vista de esta prueba
resulta doblemente significativa la distinción entre sophía como sabiduría aplicada; y gnosis como conocimiento.
Se
desprende, desde luego, el hecho de que, en el razonamiento de lo universal a
lo particular, no se emplea el método seguido en las generalizaciones
filosófico-científicas; pero se le reconoce, por lo menos, como medio de enseñanza
de la ciencia y de la filosofía, lo mismo que de la religión.
Al
estudiante de la química no se le obliga a renovar el largo y penoso proceso
concluido para descubrir sus leyes, ya que, una a una, fueron establecidas,
sólo importándole probarlas y realizarlas.
No se le pide creer antes de la experiencia, únicamente se le anuncian
los resultados, y dónde buscar las significaciones de cuanto se desenvuelva en
su labor. Con todo, se le exige ese
grado de confianza que mueve a obedecer la guía del maestro hasta que se ejecute
la comprobación definitiva y final.
Evidente
aparece ese caso de confianza en la enseñanza de las ciencias físicas, donde
percibimos que el maestro posee un conocimiento más profundo que el nuestro. Pero
una fe idéntica difícilmente se manifiesta en la ciencia de la vida misma, en
la grave y seria alquimia del alma. Porque las fuentes de la experimentación, aquí,
fluyen de nuestros propios corazones y da nuestra misma naturaleza, y
procedemos con dificultad en reconocer La existencia de aquellos que tienen un conocimiento
más profundo de la vida que nosotros.
Si
el estudio de la evolución humana versara sobre aquello en lo que se
transformará el hombre (con preferencia al estudió de las formas inferiores recorridas
por su organismo) entonces nos sería más fácil creer que existen seres y vidas
sensibles tanto por arriba como por debajo de nosotros.
Esto
constituyó un punto cardinal en la filosofía de Madame Blavatsky, la que
debidamente apreciada lleva a entender mejor el método adoptado por todos los
maestros religiosos, quienes sin embargo de enseñar “Como uno que tiene autoridad”,
dicen: “Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió'', u ordenando: “Sed
perfectos como es perfecto nuestro Padre en el Cielo”.
Gradas a la plena creencia de Madame Blavatsky en los
instructores espirituales, en la continua presencia en el mundo de “hombres
perfectos”, podemos encontrar el origen y la explicación de su sistema
religioso, filosófico y científico.
11. La Teosofía en su sentido más extenso excede
a una definición formal
Madame Blavatsky consagró a la exposición de aquel
esquema de vida la mayor parte de su prodigiosa actividad literaria, y buscando
dirigir a su comprensión por todos los medios a su alcance, la inteligencia de
los hombres. Y también señaló la similitud de creencias que hay en todas las
enseñanzas espirituales y demostró como cada una se ajusta al plan divino.
Y para ello reveló el significado oculto de los textos
sagrados, recusó teorías científicas en ese momento aceptadas apoyando otras
que posteriormente resultaron ser verdaderas, traduciendo, sintetizando y reinterpretando
antiguas escrituras hasta que la Teosofía apareció como el fundamento de todas.
Pero jamás afirmó ser autora de lo que decía, de aquello que solo se limitaba a
exponer.
Para ella la teosofía sobrepujaba a toda definición
formal. Era más bien una actitud; una tendencia y crecimiento hacia la verdad. Pero
siendo infinita la verdad, en su concepto solo podía conocerla, sin velo y
clara, el alma que participara de lo infinito. Ni se la enseña y confirma por
medio de las palabras, ni se ofrece como una fórmula a las estrechas
inteligencias.
12. Las varias exposiciones sobre la Teosofía y el sentido dual
en que se emplea el término
Pero si sus principios fundamentales y aplicaciones no
pueden describirse en todo su alcance, como tampoco, sin deformación,
extenderse una esfera sobre un plano, por lo menos se les elucida o explica
parcialmente. Se publicaron numerosos libros, artículos y periódicos
esclareciendo la materia desde múltiples diferentes puntos de vista y de
acuerdo con el método de la Sociedad.
Entre las obras más importantes figuran los cuatro
volúmenes, poderosos y eruditos de Madame Blavatsky: Isis sin Velo y La Doctrina Secreta, y su más pequeña y
popular Clave de la Teosofía, como
también El Mundo Oculto y El Buddhismo Esotérico del señor Sinnet,
y El Océano de la Teosofía de William
Judge.
Por el mismo tiempo y en seguida de los anteriores
aparecieron varios tratados de carácter más especial, tales como La luz en el Sendero, La voz del Silencio y la edición del Bhagavad Gita del señor Judge, y en el
cual se aplicaron los mismos amplios principios a la vida individual, y se
pautaron direcciones para los que quisieran comprobar su validez.
A causa de esta copiosa literatura expositiva, se empleó
en doble sentido el nombre de “Teosofía”. Elegida originalmente para designar
aquellas verdades centrales de las que, en el juicio de Madame Blavatsky, se
derivan las religiones, posteriormente se la asoció más particularmente con las
pruebas de su exposición.
1) En el sentido primario y literal de “sabiduría de las
cosas divinas”, la Teosofía significaba igualmente la sabiduría del
cristianismo, la del buddhismo y de la ciencia: con una síntesis superior a un
simple enunciado verbal, y cuya existencia era perceptible por el método y la
actitud teosófica.
2) En el sentido secundario se la aplicó especialmente a
apoyar y a reinterpretar algunos elementos de la síntesis.
Y de hecho cada uno de nosotros usa el término “verdad” precisamente
con la misma dual significación, expresando de este modo ya el carácter de
verdad universal en su infinita integridad, o ya también la porción fragmentaria
y deformada que, a veces, nos parece la opinión verdadera. Esta dualidad no
presentaba inconveniente alguno a los miembros que, educados en la actitud y
método teosóficos, aspiraban a la verdad por la síntesis y consideraban parcial
toda declaración formalizada. Pero para el público ha sido causa de mucha
confusión.
13. La Sociedad Teosófica no fue ni es sectaria de la Teosofía
ni de ningún otro sistema de pensamiento
Por consecuencia y amplia visión del concepto de vida lo
mismo que por su genio y poder personal, Madame Blavatsky conquistó muchos
adherentes tanto dentro como fuera de la Sociedad Teosófica. Pero, salvo a que
los principios fundamentales de este sistema se reflejaban también en los objetos
establecidos de la constitución de la Sociedad, esta no aparecía más sectaria
de la Teosofía que del buddhismo, o del cristianismo, o espiritismo, o moderna
ciencia.
Este conjunto de doctrina y credos se discutió, estudió y
elucidó en libros, artículos y reuniones de ramas, y también la Teosofía. A
entera satisfacción de sus sostenedores, y con libres y bastantes facilidades
acordadas por la Sociedad, se presentaron, y asimismo se defendieron, toda
clase de teorías.
Cada miembro adoptó el parecer o la creencia que conceptuó
más racional; y de este modo creyeron muchos en la filosofía de Madame
Blavatsky, como otros en las opiniones que entonces defendían los espiritistas.
Y cada quien formó su juicio propio
acerca de ciertos particulares esenciales donde uno ú otro sistema diferían y
se contradecían. Si el mayor número apoyó las apreciaciones de Madame Blavatsky
se debió a que les parecieron más claras, o más cerca de la verdad, o quizás al
poder de ella como expositora.
14. La libertad de conciencia es la clave de
la historia de la Sociedad
En esa forma absoluta para exponer, defender o abrazar ideas,
y en las reglas capitales de su constitución, cifra la Sociedad su historia.
Todo miembro ejerciendo el derecho de merecer una plena y respetuosa atención a
sus opiniones, cree o no en esto o en aquello, sin comprometer, de ninguna
manera, la impersonalidad del Cuerpo, de cuyo seno han surgido genios
brillantes, personalidades de relieve eminente. Desde su tribuna se han defendido
opiniones de la más profunda sabiduría y de la locura más abierta; y cada quien
ha dispuesto de oportunidad para su pensamiento y su experiencia,
aprovechándose de ello la Sociedad y el mundo.
15. Fenómenos
psíquicos de Madame Blavatsky
Uno
de los motivos más frecuentes a engaños, respecto de la Sociedad, descansa en
los fenómenos psíquicos que en numerosas ocasiones exhibió Madame Blavatsky.
Hasta los que reconocen cuánta prudencia implica la cortés consideración de todos
los pareceres, preguntan a menudo, por qué se dispensó acogida a los fenómenos
mencionados; por qué una doctrina de la magnitud de la Teosofía se la
confundió, por asociación, con las materializaciones de copas de té y de
retratos, precipitación de cartas, o trasporte de objetos materiales, sin
aparente contacto físico, a través del espacio.
Nada
impedía que Madame Blavatsky fuese como era: tal la respuesta desde el punto de
vista de la Sociedad. Los fenómenos pertenecían a ella, no a la Sociedad. Dentro
de esta, su genio esclarecido, sus dones psíquicos de orden notable, sus muchas
peculiaridades y fuerza personal disponían de un campo sin estrecheces, despejado
y libre, el mismo de que disponían los demás miembros con su genio y
peculiaridades propias.
Sus
motivos, actos y carácter personales no interesaban oficialmente al núcleo
Teosófico, usando ella el derecho de sus peculiarismos, del modo que otro
miembro cualquiera los suyos. Acertada o errada, merecía escucharse; y bajo
estos auspicios propuso y defendió sin restricciones sus ideas.
Correspondía
a la capacidad del compañero el aceptarlas o no; pero la Sociedad pautaba su
procedimiento en otra forma: declinando explícitamente toda responsabilidad acerca
de las afirmaciones de sus miembros. Porque de un todo impersonal en su principio
de fraternidad, ni excluye ni distingue, a fin de que nada entrabe en su ejercicio
el pensamiento o criterio de ningún individuo.
Si
quien pregunta, calificase aquellos fenómenos de triviales e indignos de una
filosofía como la expuesta por Madame Blavatsky; o si se les considerase de
imposibles, o bien de necios a sus crédulos, entonces la respuesta de la Sociedad
sería la misma: no nos atañen semejantes consideraciones.
Acéptense
o no los fenómenos, falso o verdadero el juicio acerca de ellos, en nada nos
afectan tales decisiones: Así se coloca, en completo apartamiento la personalidad,
para que se la juzgue según sus propios méritos.
¿Esa personalidad
explica la vida y el mundo como usted los conoce?
¿Le parecen a usted
verdaderas la explicación y sus pruebas?
Si
así, acéptelas; o si no, rechácelas. O acéptelas o rechácelas en parte. De
cualquier modo que usted piense o sienta, la Sociedad Teosófica nada sabe de
las personalidades
Pero
si la pregunta se formulase de diferente manera dirigiéndose, no ya a la
Sociedad, sino a la opinión particular de un estudiante, inquiriéndose el por
qué adoptó Madame Blavatsky el extraño método de producir fenómenos, entonces
quizás se presentaría la ocasión de apreciar las condiciones del pensamiento
del mundo en el momento en que se fundó la Sociedad.
En
estas condiciones nos hemos ocupado ya, siendo del caso recordar aquella marea creciente
del espiritismo en Europa y en América, protegida por un vasto conjunto de
testimonio fenomenal, cuyas explicaciones ofrecían una mezcla de superstición y
de materialismo.
Madame
Blavatsky rechazaba la superstición con toda la intensidad de su carácter
decidido. Para ella todo era ley, y los fenómenos no significaban otra cosa que
manifestaciones de leyes generalmente desconocidas, como la acción de fuerzas
más sutiles de la naturaleza.
Ella
probaba que podía reproducir todos los fenómenos del espiritismo por la
actividad de fuerzas que, aunque anormales, en el sentido de no hallarse sino
latentes antes que desarrolladas en la mayoría de los hombres, no eran de ningún
modo sobrenaturales. Esto, podemos decirlo, su propósito, demostrado hasta la
evidencia para los criterios imparciales.
Lo
que Mr. Piper y Eusapia Palladino y los investigadores de fenómenos psíquicos
ejecutan hoy, hace un cuarto de siglo que lo ejecutó Madame Blavatsky,
añadiendo a la producción de los fenómenos un discurso explicativo de sus
causas, lógicamente conforme e inteligible para muchos.
O
también podemos decir que en apoyo de su esfuerzo por encaminar el pensamiento
humano hacia la realidad y el poder del mundo interno, y en su acentuada insistencia
sobre la eficacia de las fuerzas más sutiles de la naturaleza, importaba, y hasta
se necesitaba, exhibir tangibles demostraciones de la acción de aquellas energías.
Permítasenos
por un momento colocarnos en el sitio de ella, con su misma ardiente convicción,
nacida de la experiencia, personal, de que la larga serie de videntes y
místicos que han encontrado a su Maestro, faz a faz, por medio de la visión o
de la frecuente correspondencia, no fueron engañados; de que Cristo, Krisnha y
Buddha los más grandes de la pasada historia, entraron, de cierto, en la
inmortalidad, viviendo y trabajando por los hombres, hasta ser conocidos por
aquellos que le ofrendaron amor y cumplieron sus mandamientos.
Supongamos
que también nosotros hayamos sentido la realización de esa promesa y que por
eso el conocimiento y el poder que no poseíamos—salvo el color que toman al
atravesar nuestra mente—pudiéramos comunicarlos al mundo; imaginémonos así,
profundamente sensibles de nuestra gran responsabilidad, exponiendo nuestra
misión, solos, sin amigos y sin recursos, entonces cabe preguntar:
¿Cómo haríamos para
obtener atención, dónde y cuándo?
Porque
¿en qué forma se da cuando no existe la capacidad de recibir? Y para recibir, se necesita cierta suma de fe.
No la ciega que no investiga, sino la que conduce a la experiencia y a la
prueba exacta. ¿Cómo ganar esta fe
aquellos que “tienen a Moisés y los Profetas” y no los oyen? ¿No hubiéramos tenido que mostrar algunos de
los signos del poder al alcance del discipulado?
16. Imparcialidad e
impersonalidad de la Sociedad Teosofía
demostradas por su historia
Pero
cualquiera respuesta personal que se diera razonadamente por uno u otro de los
miembros, la de la Sociedad continuaría invariable. La absoluta libertad de los
miembros en la exposición de sus ideas no quebranta ni destruye la completa
impersonalidad e imparcialidad de la Sociedad, cuya historia ha sido una
continua demostración de aquellas dos condiciones en cuanto al individuo y en
cuanto al grupo.
Muchas
veces algunos miembros de poder y brillo personal sobresalientes han
conquistado, gracias a semejantes dotes, numerosos partidarios en las filas de
la Sociedad. Y todo está bien, mientras la acogida de aquella dirección u
opinión sea materia de voluntaria creencia personal.
Semejante
a las mesas centrales de una gran librería, la Sociedad difunde en escritos innumerables
sus disertaciones sobre el mundo espiritual, para que, disfrutando cada miembro
de la más amplia oportunidad en el sentido de sus ideales y provecho, elija y
acoja libremente las de su conveniencia y parecer.
Pero
cuando alguien, o alguna facción, pretende comprometer la Sociedad, como tal,
en un concepto, creencia, o bien en pró de alguna persona, entonces ese
individuo, o esa facción, rompe con los principios fundamentales que constituyen
la Sociedad; y desde luego queda separado de su organismo.
17. Rompimiento de
Mrs. Besant con aquellos principios
Ese
fue el caso ocurrido con Mrs. Besant, otra mujer de brillantes dotes, intensa
fuerza personal y ricas peculiaridades. Separándose del principio esencial de
la tolerancia, acusó a su compañero Mr. Judge de falsedad deliberada al referir
los orígenes de ciertas cartas.
Como
materia de opinión privada, ella tenía derecho a sostener la suya, ya respecto
del origen de las cartas mencionadas, ya respecto de Mr. Judge; pero cuando la
convirtió en fundamento de formales acusaciones de mala fe ante el cuerpo gobernante
de la Sociedad, compeliéndolo a instaurar un juicio contra Mr. Judge y a
decidir entre las afirmaciones de este y las acusaciones de ella, no sólo violó
la regla primaria de tolerancia, sino que rompió con los fundamentales principios
de la libertad individual, y de la imparcialidad e impersonalidad de la
constitución de la Sociedad.
En
tanto, Mr. Judge se apoyó honradamente en esos principios. Rehusó, de un todo,
defenderse o explicarse ante semejante tribunal, sosteniendo que su opinión era
de orden privado, y que fuera errónea, o verdadera, el punto no atañía de
ningún modo a la Sociedad. Si esta le hubiera procesado, se habría comprometido
como tal, a asumir la responsabilidad de cualquiera de las dos opiniones ya
definidas.
No
importa el fallo que dictara al fin; fuera de la carencia de facultad
jurisdiccional, cualquier decisión hubiese destruido el carácter libre e
imparcial de la Sociedad Teosófica, desde luego que ella es independiente, o
tiene que serlo, de cualquier creencia u opinión que profese este o aquel de
sus miembros. La equidad y eficacia de este argumento se reconoció inmediatamente;
y en consecuencia, se abandonó el tribunal formal de inquisición que proyectó
instruir Mrs. Besant.
Si
se preguntase hoy: ‘‘¿Eran esas cartas provenientes de los orígenes declarados
por Mr. Judge?” La respuesta desde el
punto de vista de la Sociedad Teosófica, no sería otra que aquella en la que él
mismo insistió: que semejante núcleo, como tal, carece de facultad para
pronunciar un juicio.
Aun,
si se solicitase el parecer particular de algún miembro, una idéntica confesión
de incompetencia sería invocada. Pero nadie que conociera la inquebrantable
honradez de Mr. Judge y su larga vida consagrada a la investigación de la
verdad, preguntaría acerca de su sinceridad e integridad.
En
tanto que hay muchos, que conociendo los hechos, y de positivo discernimiento,
responderían con una afirmación absoluta: “Sí. Yo sé por mi propio conocimiento;
y estoy enteramente convencido”.
Sin
embargo, las circunstancias y la naturaleza de Mrs. Besant, fueron tales, que
arraigó en ella la suspicacia y la calumnia; y persistiendo en estas lo mismo
que en sus acusaciones, se separó, junto con sus partidarios, de los principios
fundamentales de la Sociedad, quedando con ellos separada de su organismo vivo.
Desde
entonces la órbita de su genio personal gira fuera de la Sociedad, arrastrando
en su movimiento, hacia las investigaciones psíquicas y la filosofía sectaria y
cristalizada, a un extenso número de los antiguos miembros. Pero continuaron
inviolados los principios de la libertad de la Sociedad Teosófica.
18. Rompimiento con
los principios por Mrs. Tingley
La
estabilidad de los principios y su vitalidad inherente se demostraron en el
caso de una tercera mujer de notables cualidades y poderes que condujo al
rededor del mundo lo que generalmente se interpreta como una especie de cruzada
teatral con el propósito de difundir su concepto sobre la Teosofía, empleando
en ello el nombre de la Sociedad.
Dentro
de su derecho se hallaba, desde luego, al desplegar semejante actitud, y también
los que la seguían y apoyaban. Buenos o malos, insignificantes, necesarios o
innecesarios los métodos que aplicó, ello resulta indiferente desde el punto de
vista teosófico. Fue la expresión de su genio, y esto explica, en ese respecto,
su bondad.
Pero
cuando a su regreso, orgullosa del ruido de sus éxitos, y exaltada por la
adulación de sus partidarios, trató de dominar una de las Convenciones de la
Sociedad, obligando a sus miembros a la promesa de reconocimiento de su autoridad
directora para seguirla adonde ella juzgase conveniente, rompió entonces, con
los principios fundamentales de la Sociedad Teosófica, y así junto con su séquito,
abandonó sus filas.
Multitud
de ejemplos más podrían citarse en pró de lo inviolable de las garantías de
libertad e imparcialidad del núcleo teosófico. En la Sociedad, como en una vasta
antecámara, se abren muchas puertas.
Aquellos
que han salido por ellas, solos o con otros, sea hacia lo que consideran más
elevado, o como sitio mejor, sea para retroceder, si se desilusionan, han
rendido a la Sociedad un servicio tan durable como profundo.
Se
les debe reconocimiento no sólo por sus colaboraciones como miembros, por su
libre acción, por los frutos de su genio y la sinceridad de sus ideas, sino
también por su separación; porque se ha vertido una gran cantidad de luz sobre los
principios que informan la existencia de la Sociedad, y por la demostración
presentada respecto de la firme estabilidad de sus fundamentos.
En
el cuerpo teosófico, donde se aprende por la libertad de los criterios, por la
simpatía y la síntesis de las materias expuestas, y donde la enseñanza tiende
al Yo, el fracaso y el éxito, la ignorancia y la sabiduría, la debilidad y el
vigor, son lecciones de igual importancia.
Por
crecido que aparezca el número de los separados, por varias que sean las ramas
constituidas por tal motivo, la Sociedad permanece libre, fiel a su propósito
original, cumpliendo sus principios fundamentales, segura a su destino
señalado. Y por todo ello ha recibido beneficios.
19. La historia de la
Sociedad escrita en el pensamiento del mundo
Con
todo convencimiento, repetimos, no obstante lo breve de una revista como la
presente, que la historia verdadera de la Sociedad Teosófica no se encuentra ni
en el proceso de su organización, ni en el brillo de las personalidades que han
asumido rasgos prominentes en ella, sino, más bien, en la difusión y
desenvolvimiento de los principios que sustenta.
Vimos
que estos principios establecen una actitud intelectual y un método práctico —
actitud y método inherentes a la Sociedad — y cuyas huellas se descubren en el
pensamiento del mundo.
¿Y por ello, se
cuenta con beneficio y progreso?
Para
responder a esa pregunta sólo bastaría comparar las condiciones de hoy con las
de 1875. Al sectarismo que sellaba nuestras convicciones ha sucedido una
tendencia liberal. Por dondequiera han caído las antiguas barreras. Lo que
anteriormente se consideró como campo fraccionado o dividido, se reconoce ahora
como uno solo de conocimientos.
En
ninguna parte se observa con mayor elocuencia este suceso como en los grandes
descubrimientos científicos de los últimos treinta años. Hoy cada ramo de
conocimiento se apoya en el otro.
La
química y la física se confunden, y se ilustran recíprocamente; y conducidos
por ambas, hemos penetrado hasta lo más hondo de los misterios del átomo, a
veces apoyados en la química, a veces en la física, a la manera de como se desciende
por una escala alternando de pie a pie.
Y
unidas ambas, han colaborado a los progresos de la astronomía: por la plancha
Fotográfica y el análisis espectral se sabe de las estrellas invisibles, y también
de los elementos que arden en el aura del sol.
Ambas
unidas sirven, además, de instrumentos en el estudio de la biología, y a su vez
se han enriquecido con las observaciones de los fenómenos estelares y con la
doctrina de la evolución nacida de las investigaciones biológicas.
Y
no se duda de que los progresos más señalados se cumplieron precisamente en el punto
donde se derribaron las viejas barreras o las viejas intransigencias, y donde
sumaron sus aguas, en un solo curso, las dos corrientes de pensamiento.
Problemas hasta entonces irreducibles, entregaron con facilidad sus secretos
cuando, cambiando el ángulo de aproximación, los hirió la luz de otros
conocimientos. El adelanto de la ciencia testimonia el fecundo influjo de la
actitud y del método teosófico.
Es
digno de notarse, además, que aquel adelanto ha venido cumpliéndose en la
dirección envuelta en el tercer objeto de la Sociedad. Hace treinta y cuatro
años asomaban su infancia nuestras nociones acerca del éter, y no se exagera si
se afirma hoy que sabemos más de ello que de cualquiera otra forma de
materia. Porque al fin hemos concluido,
por darnos cuenta, de que lo visible y lo tangible son más bien un efecto que una
causa; y antes que una sustancia, sólo apariencias y sombras cambiantes de lo
permanente.
Y
con esta nueva y creciente noticia de las fuerzas sutiles de la naturaleza, el
viejo materialismo de la ciencia, siente, en consecuencia, la pérdida de su
importancia y de sus conclusiones. No ha sido menos interesante el cambio de
actitud de la religión ortodoxa. Su antiguo tono dogmático es ajeno y extraño
al pensamiento moderno. La lucha y la acritud sectarias ceden a una condición
más tolerante y al reconocimiento de un mismo fin.
El
extenso estudio sobre las Escrituras Orientales ha proporcionado una percepción
más clara acerca de la unidad de asuntos y de testimonio de todos los grandes
sistemas religiosos, dando origen, así, a un sentido más profundo respecto de
la verdad de la ley espiritual.
Ya
la ciencia no se considera adversaria de la religión, sino más bien como quien,
si quisiera, fuera su intérprete mejor.
El ciego materialismo y la desrazonable superstición, aunque contrarios,
marchan paralelamente a desaparecer. Y
eso demuestra, a las claras, la acción y la eficacia de la actitud y del método
teosófico, tanto en las tendencias del pensamiento religioso, como en las de la
ciencia.
Ningún
triunfo más grande para un hombre de índole generosa y abnegada que contemplar
los ideales, por los cuales largamente lidió, victoriosos en su medio. Porque semejante hombre, no alimentando interés
egoísta alguno, confunde su personalidad con la causa a que sirve.
Y
poco se cuida de si fue grande o pequeña la cantidad de esfuerzo que empeñó en
la obra, para complacerse tan sólo en saber que lo que ejecutó pregona lo más
elevado de él. Deja a los demás el
asunto referente al grado de crédito personal adquirido, seguro de que, por ese
medio, inquirirán las cuestiones referentes a la Sociedad Teosófica.
Supongamos
pues, que un nuevo movimiento empuja al mundo, supongamos también que ese
movimiento sigue la dirección de los ideales de la Sociedad, y que la práctica
de la actitud y del método teosófico han jugado un papel importante en el
progreso moderno, aun quedaría en pie la pregunta siguiente:
¿Hasta qué punto se
debe ese progreso a la Sociedad misma?
La
respuesta abarca tres puntos principales:
1)
Primero: la Sociedad merece el crédito de ser consciente expositora de los
principios triunfantes, consciente guía de lo que por otro respecto se difunde
insensiblemente.
Corre
ya la tercera parte de una centuria en que ella asumió y adoptó su actitud y
método, en sentido contrario al pensamiento general de su época; los ha mantenido
inviolables en medio de las vicisitudes de su historia, y su continua labor ha
determinado el avance de ciertas ideas de libertad, tolerancia, síntesis y
unidad.
Y
el mundo las ha seguido, de manera que, en este particular, la Sociedad
Teosófica ha conducido la evolución del alma moderna. No una dirección autoritaria,
porque “la Sociedad carece de autoridad personal para obligar o para imponerse,”
sino ejerciendo ese dominio conductor e invencible de una visión más amplia y
poderosa, de un designio consciente, aun cuando los conducidos no reconozcan su
existencia.
2)
Segundo: la Sociedad, por medio de sus miembros, inspirándolos, y concediendo
libertad y oportunidad a sus facultades, ha contribuido directamente al cambio
de la mente del mundo. Para tratar, con acierto, este punto, se necesita
subdividirlo y amplificarlo, por cuanto ocupa un campo más vasto que el que de
ordinario se le atribuye. Ya se hizo mención de la opulenta variedad de nuestro
caudal literario.
En
libros y artículos se expusieron, y asimismo se anticiparon muchos recientes
descubrimientos y teorías científicos. Es del todo cierto que la mayor parte de
esos descubrimientos y teorías han venido a luz, aplicándose un método muy
distinto al de la ciencia moderna, ya que un ancho espacio separa una hipótesis
científica de su verificación experimental.
Cuando
se formula una teoría de posible realización más tarde, se rinde un servicio;
pero este servicio lo apreciará tan sólo, justamente, el hombre de ciencia que
ha confrontado masas de fenómenos, para cuya expresión carece de clave o indicios.
Porque, a menudo, sus dificultades consisten en plantear el problema antes que
en resolverlo. Una vez expuesto con claridad, se tiene a las manos el hilo de
su trama.
Esa
cualidad sugerente caracteriza, en grado extraordinario, los libros de Madame
Blavatsky; y constituye, en gran parte, el valor de otros escritos de la
memoria de la Sociedad. Es difícil estimar la extensión de su influjo, lo mismo
que sería difícil determinar la cantidad de mérito que se debe atribuir, en
nuestros actuales buques torpedos submarinos, a la concepción de Las veinte mil leguas de Viaje submarino
de Julio Verne.
Creó
una referencia fantástica, excitó la imaginación de multitud de hombres, quizás
más hábiles que él, hasta que su fantasía se tomó en cuenta; y gracias a una
labor persistente y colectiva, su Nautilus
se convirtió en un hecho.
Pero
la contribución de la Sociedad al adelanto de la ciencia no se limita a una
mera insinuación sugerente, a efectos de propaganda, ya que entre sus miembros
se distinguen muchos que han participado, no poco, de los progresos
científicos.
Para
demostrarlo, sin más comentarios, bastaría con los nombres de Alfred Russel Wallace,
Camilo Flammarión, Thomas Edison, o Sir William Crookes. Además, tocante a la
deuda de gratitud de Sir William Crookes a Madame Blavatsky, interesa notar que
de sus experimentos sobre la “materia radiante” se originan los ulteriores
descubrimientos de los rayos X, de los rayos Alpha y Beta, y de los fenómenos
de radioactividad que han revolucionado nuestro concepto sobre la materia.
Pero
donde más fácilmente se marca la directa contribución de la Sociedad es en el
desenvolvimiento y cambio del pensamiento religioso, como aparece en lo ya
dicho acerca de su activo estudio sobre las religiones comparadas, y sobre la
divulgación e interpretación de las Escrituras Orientales.
En
este sentido, ha sido tan propagandista de ideas como colaboradora principal en
su cumplimiento. Sin embargo, su contribución más eficaz se mide por las
pruebas expuestas de que el sectarismo no fundamenta la religión, y de que la
tolerancia, y la liberal amplitud de miras, esclarecen nuestra percepción sobre
la ley espiritual como sobre la ley natural.
El
espíritu de libros tales como Las
Variedades de la experiencia religiosa, de James, o La Luz Interna y El Alma de
un Pueblo, de Fielding Hall, o aquellos dos notables volúmenes de autor
desconocido, El Credo de Cristo, y El Credo de Buddha, es el efecto lógico
del trabajo de los miembros de la Sociedad; y, si no fuera por esto, apenas
sería posible aquello hoy. Así, pues, la causa de todo el movimiento modernista
en teología puede encontrarse en el concepto sobre la verdad que constituye la
razón fundamental de la actitud y del método teosófico.
3)
Debe reconocerse como tercer factor el influjo indirecto de la Sociedad sobre
otras organizaciones, en '.as que muchos teósofos han sentido el deber de tomar
parte activa en los movimientos civiles, religiosos y científicos, infundiendo
necesariamente la vida de la actitud y del método teosóficos. Porque en ninguna
parte se halla con tanta claridad demostrado el carácter, en absoluto anti-sectario,
de la Sociedad, como en su influencia sobre sus miembros.
No
hay proselitismo, y poco pierden las viejas formas de creencia. Los miembros, a
menudo, ganan en las discusiones un sentido más claro sobre las verdades de sus
credos. El cristiano mejora su carácter de cristiano, lo mismo que el buddhista
el suyo, entrambos reconociéndose como devotos de comunes principios.
No
cabe duda en cuanto a este punto, porque ¿en qué forma se conmueve la fe de un
hombre por el descubrimiento de que otro participe de su propia verdad?
La
Sociedad debe la mayor parte de su influjo a su independencia de todo
proselitismo. Sus miembros figuran en todas formas de organización,
participando libremente de las actividades de la época, difundiendo la índole
teosófica, y así trabajando a semejanza del “pequeño fermento que levanta toda la
masa.”
La
Sociedad no tiene el intento de convertirse en una grande y poderosa organización.
De hacerlo así, habría fracasado en sus propósitos. Trata de constituir el
núcleo de una fraternidad universal, trabajando por irradiar y difundir su espíritu
por el mundo.
(Este escrito fue
publicado en la revista Dharma de
julio y octubre de 1913, falta el inicio y final del artículo pero pueden leerlo en su
totalidad en inglés aquí.)