EL CAMBIO DE CUERPO QUE EFECTUÓ LOBSANG RAMPA



Ante el éxito que tuvo el primer libro de Lobsang Rampa, investigadores buscaron saber quién era el autor de ese libro, y descubrieron que no era un tibetano sino un inglés que originalmente se llamaba Cyril Henry Hoskin, pero que en 1948 cambió su nombre legal a Carl Kuon Suo.
 
Cuando ese inglés fue entrevistado por la prensa británica, ese hombre no negó ser el autor de ese libro y haber nacido como Cyril Hoskin, pero declaró que su cuerpo se hallaba ahora habitado por el alma del lama tibetano Lobsang Rampa.
 
Y en su tercer libro “La historia de Rampa” narró cómo se produjo ese intercambio de almas:
 
 
« (Nota: a continuación es Cyril Henry Hoskin quien va a estar narrando.)
 
Rose Croft, en Thames Dilton era un lugar encantador. Una casa junto al camino, con jardín al frente, un pequeño jardín, y otro mucho más grande en su parte posterior. La casa poseía una galería en la parte de atrás que permitía observar el campo. Acostumbraba pasar la mayor parte de mi tiempo en el jardín, particularmente en el del frente porque lo habían descuidado un poco y lo estaba arreglando.
 
El césped que creciera en forma descuidada en algunos lugares, constituía el mayor inconveniente. Lo había cortado a medias con un viejo cuchillo indio. La tarea era difícil porque debía emplear las manos y las rodillas para cortar el pasto y afilar el cuchillo sobre una piedra cada pocas pasadas.
 
También me interesaba la fotografía y durante bastante tiempo anduve detrás de una lechuza que vivía en un viejo pino cercano, un pino profusamente cubierto por hiedras, para fotografiarla.
 
Mi atención se distrajo al percibir algo moviéndose sobre una rama no lejos de mi cabeza. Levanté la vista y con agradable sorpresa vi una joven lechuza agitándose aferrada a la rama, enceguecida por la brillante luz solar.
 
Sin hacer ruido dejé el cuchillo que estaba usando y entré en la casa en busca de mi cámara fotográfica. Con ella en mis manos y el seguro puesto, me acerqué al árbol en silencio, todo lo más posible y trepé a la primera rama. Seguí trepando en silencio. El pájaro no podía verme por la brillante luz pero me presentía, corriéndose hasta el borde.
 
Sin pensar en el peligro seguí avanzando y con cada movimiento mío el pájaro se alejaba más, hasta llegar al final de la rama, que ahora se balanceaba peligrosa- mente debido a mi peso.
 
De repente, al hacer un movimiento brusco, se oyó un crujido y pude aspirar el olor a salmo de madera. La rama se rompió y caí junto con ella. Di la cabeza contra el suelo. La caída desde tan poca altura me pareció una eternidad. Recuerdo que el césped me pareció más verde que nunca, más largo que la vida; pude ver cada uno de sus tallos cubiertos de pequeñísimos insectos. Recuerdo también una mariquita que se alejó asustada al aproximar- me, luego me sobrecogió un dolor agudo, con la vivacidad de un relámpago que lo iluminaba todo; después entré en una oscuridad total.
 
No sé cuánto tiempo permanecí desmayado bajo las ramas del viejo pino, pero de pronto me di cuenta que me estaba desprendiendo de mi cuerpo físico, que veía las cosas con mayor claridad que antes. Los colores eran nuevos con un resplandor nítido.
 
Me levanté con cautela y miré a mi alrededor. Y horrorizado vi mi cuerpo yacente sobre la tierra. No se veía sangre, pero se notaba un fuerte golpe sobre la sien. Me sentía terriblemente desconcertado porque el cuerpo respiraba a estertores, dando muestras de profundo dolor. Pensé que había muerto y ahora nunca volvería.
 
Un delgado cordón brumoso ascendía por el cuerpo, desde cabeza hacia mí. El cordón no se movía, no palpitaba, me sentía desmayar de pánico. Me pregunté qué haría. Me sentía como enraizado a la tierra por el miedo, o por alguna otra razón.
 
Entonces, un repentino movimiento, el único de ese extraño mundo, atrajo mi atención; casi grité o mejor dicho lo hubiera hecho de haber tenido voz. Acercándose por el césped vi la figura de un lama tibetano vestido con la túnica azafrán de la Alta Orden. Sus pies estaban a algunos centímetros del suelo y venía hacia mí sin detenerse. Lo miré estupefacto.
 
Se acercó sonriente extendiendo su mano y dijo:
 
-        “No temas nada. Nada de lo que te rodea puede hacerte daño.”
 
Tuve la impresión de que me hablaba en un idioma distinto al mío, tal vez tibetano, pero lo entendí, y aun así, no escuché ningún sonido, absolutamente ninguno. Ni siquiera oía el piar de los pájaros o el zumbido del viento entre los árboles.
 
-        “Es cierto”, dijo adivinando mis pensamientos, “no estamos usando el lenguaje sino la telepatía. ¡Te estoy hablando por telepatía!”
 
Nos miramos mutuamente y luego al cuerpo tendido entre nosotros. El tibetano volvió a mirarme, sonrió y dijo:
 
-        “¿Te sorprende mi presencia? Estoy aquí porque me enviaron, he dejado mi cuerpo en este preciso momento y estoy en tu presencia porque las vibraciones de tu vida particular armonizan fundamentalmente con las de alguien a quien represento. Por eso he venido, porque quiero tu cuerpo para alguien que debe seguir viviendo en Occidente, pues la tarea que se le asignara ¡no permite reemplazarlo!”
 
Lo miré boquiabierto. ¡Ese tibetano había enloquecido diciendo que quería mi cuerpo! Eso era, MI cuerpo. No quería que nadie me quitara lo que era mío. Me habían desprendido del medio físico contra mi voluntad, así que me volvería a él.
 
Pero el tibetano leía, era evidente, mi pensamiento, porque me dijo:
 
-        “¿Qué es lo que te espera? La falta de empleo, la enfermedad, la desdicha, una vida mediocre en un medio mediocre y luego, en un futuro no distante, morirás y todo volverá a empezar. ¿Has logrado algo en la vida? ¿Has hecho algo de lo que puedas enorgullecerte? Piénsalo bien.”
 
Entonces pensé en el pasado; en las frustraciones, las equivocaciones, la desdicha; cuando el tibetano interrumpió mis pensamientos diciéndome:
 
-        -“¿Te gustaría tener la satisfacción de saber que tu Karma desaparecerá y que habrás contribuido materialmente a una tarea que será de principalísimo beneficio para la humanidad?”
 
Le contesté que no sabía nada de eso, que la humanidad no había sido buena conmigo, ¿entonces por qué habría de hacerlo?
 
Él me explicó:
 
-        “No, sobre esta tierra has ignorado la verdad legítima. No sabes lo que dices ahora, pero con el correr del tiempo y en una esfera distinta te darás cuenta de las oportunidades que perdiste, Quiero tu cuerpo para otro.”
 
Entonces le repliqué:
 
-        “De acuerdo, ¿qué es lo que tengo que hacer? No puedo vagar como un fantasma todo el tiempo y ambos no podemos poseer el mismo cuerpo.”
 
Como pueden ver, les cuento todo esto exactamente como sucedió. Había algo en ese hombre, algo genuino, sincero, total. Estuve a punto de decirle que tomara mi cuerpo y me dejara ir a cualquier lado, pero deseaba saber más, quería saber cuál era mi papel en este asunto.
 
Él me respondió sonriente y tranquilo:
 
-        “Amigo mío, tendrás tu recompensa, te liberarás de tu Karma, e irás a un mundo distinto; por lo que hagas, todos tus pecados serán perdonados. Pero no podemos tomar tu cuerpo, a menos que lo consientas.”
 
En realidad la idea no acababa de gustarme. Había usado mi cuerpo durante cuarenta años y me sentía muy apegado a él. No me entusiasmaba la idea de que un extraño se apoderara de mi cuerpo y anduviera por todos lados con él.
 
Además, ¿qué diría mi esposa de vivir con un extraño y sin conocerlo?
 
El tibetano volvió a observarme y me dijo:
 
-        “¿No piensas en la humanidad? ¿No estás dispuesto a hacer algo para redimirte de tus pecados, de proponerte algo en tu vida mediocre? Saldrás ganando. La persona que yo represento se posesionará de tu difícil vida.”
 
Miré a mi alrededor. Observé el cuerpo que estaba entre nosotros y pensé:
 
-        “Bien, ¿qué importa? Ha sido una vida dura. Estoy cansado de ella.”
 
Así que le dije:
 
-        “Primero permítame ver a qué clase de lugar iré y si me gusta diré que sí.”
 
Al instante, tuve una visión magnífica, tan magnífica que es imposible describirla con pa- labras. Me satisfizo y expresé que estaba muy dispuesto a ir a ese lugar tan pronto como fuese posible.
 
Un viejo lama que acompañaba rio y me comentó:
 
-        “Debemos aclararte que eso no será tan rápido, que tú deberás primero probar antes de adoptar una decisión definitiva.”
 
 
 
(Nota: a continuación es Lobsang Rampa quien va a estar narrando.)
 
-        “Muy bien”, dije finalmente, “volveré dentro de un mes. Si ya tienes la barba y sin lugar a dudas quieres continuar con esto te liberaré y podrás seguir tu propio camino.”
 
El hombre suspiró con satisfacción y la beatitud cubrió su rostro al volver a su cuerpo físico. El anciano lama y yo nos levantamos y volvimos al Tíbet.
 
El sol brillaba en un cielo sin nubes. Junto a mí, al retornar a mi cuerpo físico, yacía sobre el suelo el cuerpo sin vida de mi compañero.
 
Los mensajeros irían hacia la alta montaña, al Nuevo Hogar, para llevar mi conformidad escrita de que llevaría a cabo mí empresa. Antes de partir, me visitaron para traerme como gracioso gesto de amistad, algunos pasteles indios que me apasionaron con frecuencia cuando estaba en Chakpori.
 
Pasó el tiempo. Descansé ampliamente, más ampliamente que durante toda mi vida. Pero antes de que el mes finalizara, antes de volver a Inglaterra, un llamado urgente me hizo volver a visitar el País de la Luz Dorada.
 
Ellos me dijeron lo que iba a suceder. Tres lamas astrales me acompañarían a Inglaterra y se efectuaría el proceso de liberar al hombre inglés de su cordón de plata y yo meterme en su cuerpo.
 
La dificultad consistía en que mi cuerpo, que aún se encontraba en el Tíbet, debía permanecer conectado porque yo quería volver a recuperar mis "moléculas carnales". Y con ese propósito y junto con mis tres compañeros viajé a Inglaterra en el estado astral.
 
El hombre me esperaba.
 
-        “Estoy dispuesto a llevar esto a cabo”, dijo.
 
Uno de los lamas que estaban conmigo se volvió hacia él y le comentó:
 
-        “Debes dejarte caer violentamente de aquel árbol como lo hiciste en nuestro primer encuentro. El golpe deberá ser bien fuerte porque tu cordón está muy bien adherido.”
 
El hombre dio un buen salto en el suelo y luego se dejó caer a tierra en fuertísimo ¡PUM! Por un momento tiempo pareció detenerse. Un automóvil que corría a gran velocidad se inmovilizó; un pájaro en pleno vuelo quedó de pronto inmóvil y suspendido en el aire; un caballo que tiraba de un carro se detuvo con las dos patas delanteras que quedaron fijas sin volver al suelo.
 
Luego, el movimiento volvió a hacerse perceptible. El automóvil siguió andando, el caballo a trotar, y el pájaro revoloteó y emprendió si vuelo. Las hojas secas rodaron y el césped onduló en suaves ondas al soplar del viento.
 
El alma del hombre inglés me miró y me dijo:
 
“Yo ya voy hacia la liberación”, miró el camino de un lado a otro y agregó, “mi esposa está enterada de todo, se lo expliqué y está de acuerdo”.
 
Uno de los lamas agarró la forma astral del hombre y deslizó una mano por el cordón de plata. Parecía querer atarlo al igual que se procede con el cordón umbilical de un niño al nacer.
 
-        “¡Listo!” – exclamó uno de los lamas.
 
El hombre, separado de su cordón de plata se alejó en compañía de uno de los monjes que lo atendían. Sentí un dolor sordo, una profunda agonía que no desearía volver a sentir; luego, el lama principal me dijo:
 
-        “Lobsang ¿puedes entrar en ese cuerpo? Nosotros te ayudaremos.”
 
El mundo se ennegreció. Tuve una última sensación de algo viscoso, rojinegro. Una impresión de sofoco. Sentí que disminuía de tamaño, compulsado a algo muy pequeño para mí. Escudriñé el cuerpo, con la sensación de un piloto ciego en un aeroplano muy complicado; me preguntaba cómo hacer trabajar a este cuerpo.
 
-        “¿Qué pasaría si fracasaba ahora?” – pensé angustiado.
 
Me debatía con mi desesperación, cuando por fin vi llamaradas rojas, luego algo verde. Me tranquilicé e intensifiqué mis esfuerzos, después fui como un ciego al que arrastraran. ¡Podía ver! Mi vista era tal como antes, distinguía las auras de la gente en el camino. Pero no me podía mover.
 
Los dos lamas permanecían a mi lado. De ahora en adelante, como iba a comprobar, podría ver tanto las figuras astrales como las físicas. Podía mantenerme en mejor contacto con mis compañeros del Tíbet. "Un premio consuelo" me decía con frecuencia, "para no tener la inspiración de renunciar".
 
Los dos lamas observaban mi rigidez, mi imposibilidad de movimiento. Me esforzaba con desesperación, culpándome amargamente por no haber estudiado a fondo la diferencia entre un cuerpo oriental y uno occidental.
 
-        “¡Lobsang! ¡Tus dedos se están crispando!” – exclamó uno de los lamas.
 
Exploré y experimenté con urgencia. Un movimiento falso me cegó durante un rato. Con ayuda de los lamas salí del cuerpo, lo estudié, y volví a entrar con cuidado. Esta vez tuve más éxito. Pude ver, mover un brazo, una pierna. Con gran esfuerzo me incorporé sobre las rodillas, temblé, vacilé y volví a caer. Como soportando todo el peso del mundo me levanté tambaleante.
 
Desde la casa apareció una mujer corriendo que me dijo:
 
-        “¡Oh! ¿Qué has hecho ahora? Deberías entrar y descansar.”
 
Me miró y por la expresión sobresaltada de su rostro, creí por un momento que le daría un ataque de histeria. Pero se dominó y pasándome un brazo sobre los hombros me ayudó a cruzar el césped.
 
Pasamos un camino de arena, subimos un escalón de piedra, y a través de una puerta de madera entramos a una salita de estar. Desde allí el avance era más difícil porque había muchas escaleras que subir y mis movimientos eran aún inseguros y desmañados.
 
La casa tenía dos pisos y el que yo iba a ocupar era el de arriba. Me pareció extrañísimo entrar a un hogar inglés de esta manera: subiendo una escalera muy empinada y colgándome de la baranda para no caerme de espaldas.
 
Mis miembros parecían de goma, no podía controlarlos y era cierto, porque el dominio completo de este extraño cuerpo me costó algunos días.
 
Los dos lamas no se apartaban de mí, cuidándome con todo esmero, pero naturalmente, no podían ayudarme. Pronto me dejaron, prometiéndome volver por la noche.
 
Lentamente entré al dormitorio que ahora me pertenecería, tambaleándome como un sonámbulo, y vibrando como un "robot". Me tiré con placer sobre la cama. Por lo menos me consolaba ¡ahora no podía caerme! Mis ventanas daban a ambos lados de la casa. Al girar la cabeza a la derecha podía ver el jardín del frente, y cruzando el camino, el pequeño hospital, paisaje no muy grato para como me sentía.
 
Esa noche, los lamas astrales me visitaron, y me animó bastante el oírles decir que ahora el viaje astral me resultaría más fácil.
 
También me dijeron, que mi abandonado cuerpo tibetano estaba bien guardado en un féretro de piedra bajo la expresa vigilancia de tres monjes. Al investigar en la literatura antigua, me contaron, vieron que hubiera sido fácil dejarme con mi propio cuerpo, pero que la translación completa tardaría un poco.
 
Durante tres días permanecí en mi cuarto, descansando, practicando movimientos y acostumbrándome al cambio de vida. En la noche del tercer día me encaminé tambaleante hacia el jardín, amparándome en la oscuridad. Me di cuenta que empezaba a dominar el cuerpo, aunque innumerables veces un brazo o una pierna tardaron en responderme. »
(Capítulo 8)
 
 
 
 
 
 
OBSERVACIONES
 
El esoterismo dice que si puede haber un intercambio de almas en un cuerpo físico, pero no sabría decirles cómo se efectúa ese proceso porque casi no se ha revelado nada al respecto.
 
Sin embargo en este caso yo soy muy desconfiado, sobre todo porque este escritor resultó ser muy charlatán, y por consiguiente lo más probable es que este relato solo sea otra fantasía más imaginada por él.
 
Pero es que además desconcierta mucho que la primera parte de este acontecimiento lo relate el alma de Cyril Henry Hoskin, cuando supuestamente esa alma ya se había ido a un mundo celestial.
 
¿Acaso Lobsang Rampa pudo entrar en contacto telepático con el alma de Cyril Henry Hoskin para que le contara su parte de la historia?
 
No lo creo y pienso que eso fue un error de coherencia que cometió ese escritor.
 
Y también desconcierta mucho que supuestamente el alma de Lobsang Rampa efectuó ese cambio de cuerpo porque tenía una misión muy importante que realizar en Occidente, pero los datos históricos muestran que solo se la pasó viviendo muy a gusto con la venta de sus libros.
 
Por lo que concluyo que esa declaración fue otra mentira dicha por ese escritor.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

2 comentarios:

  1. Es normal que los escritores adopten Nicks o personajes ficticios para promover sus creaciones literarias, Lobsang era excelente escritor y ayudó a despertar en la gente de Occidente la curiosidad por los temas espirituales.

    ResponderBorrar
    Respuestas
    1. Pero con mentiras. Eso hace que la gente se acerque a esos temas por cuestiones equivocadas: por entretenimiento, por encontrar algo fuera de lo normal que le de emoción a su vida, por creer que cualquier cosa es posible mediante la utilización de supuestas técnicas y mediante el control de hipotéticas energías, etc.

      Nada de eso existe.

      Borrar