Alice
Bailey afirmó que la mayoría de los libros que ella publicó le fueron dictados
telepáticamente por un elevado maestro tibetano, y en su Autobiografía ella detalló sobre esta colaboración:
Voy
a contar un acontecimiento de mi vida del cual no me atrevo a hablar. Concierne
el trabajo que estuve realizando en los últimos veintisiete años y que fue mundialmente
reconocido y ha despertado la curiosidad de todo el mundo. A veces he sido
puesta en ridículo y han sospechado de mí, lo cual comprendo perfectamente pues
hasta yo sospechaba de mí misma.
Me
pregunto por qué me ocupo de este asunto y no sigo la norma que hasta ahora me
he fijado, dejar que mi trabajo y los libros hablen por sí mismos y constituyan
mi mejor defensa.
Creo
que tengo mis razones. Ante todo, deseo señalar el estrecho vínculo que la
Jerarquía interna de Maestros establece con los hombres, y también allanar el
camino para esas personas que realizan el mismo tipo de trabajo, siempre que
sea el mismo.
Existen
numerosos aspectos de tos llamados escritos síquicos. Las personas no saben
distinguir entre la expresión de un pensamiento ansioso, o el surgimiento de un
subconsciente bueno, dulce, bien intencionado y cristiano, o un escrito
automático, la captación de corrientes mentales (que todos lo hacen), o el
fraude directo.
Además
hay esos escritos que son el resultado de una fuerte sensibilidad telepática
subjetiva y la respuesta a la impresión proveniente de ciertas y elevadas
fuentes espirituales. Repetidas veces aparecen en la Biblia las palabras: “Y el
Señor dijo” y algún profeta o vidente lo escribió. Gran parte de ello es hermoso
y de importancia espiritual. Sin embargo casi todo lleva la firma de la frágil
humanidad que expresa sus ideas acerca de Dios, su celo, su espíritu de
venganza y su sed de sangre.
Se
dice que los grandes músicos oyen sinfonías y corales por medio de su oído interno
y que las traducen en signos musicales. ¿De dónde sacan nuestros grandes poetas
y artistas su inspiración, a través de las edades? La extraen de una fuente
interna de belleza.
El
tema se ha desacreditado, debido a los innumerables escritos de carácter
metafísico y espiritista, de erudición muy pobre, cuyo contenido es tan inferior
y mediocre, que las personas cultas se mofan y no se molestan en leerlos.
En
consecuencia quisiera demostrar que existe otro tipo de impresión e inspiración
que puede dar como resultado escritos fuera de lo común, e impartir las
enseñanzas que requieran las generaciones futuras. Digo esto con toda humildad,
pues soy sólo la pluma o el lápiz, la taquígrafa o trasmisora de la enseñanza
de alguien a quien reverencio y respeto y he sido muy feliz en servirlo.
En
noviembre de 1919 establecí mi primer contacto con El Tibetano. Yo había
enviado a mis hijas a la escuela, y con la idea de tener algunos minutos para
mí, salí en dirección a una colina, cerca de la casa. Allí me senté y comencé a
reflexionar, cuando de pronto me sentí alarmada, y presté atención.
Oí
lo que me pareció una clara nota musical emitida desde el cielo, resonando en
la colina y dentro de mí. Entonces escuché una voz que decía:
-
“Deberán escribirse ciertos libros para el
público. Tú puedes escribirlos. ¿Lo harás?”
Inmediatamente
respondí:
-
“No, de ninguna manera porque yo no soy una
vulgar síquica, ni quiero ser atrapada en ello.”
Quedé
sorprendida al darme cuenta que hablaba en voz alta. La voz continuó y dijo que
las personas inteligentes no juzgan precipitadamente, que yo tenía un don
especial para la telepatía superior y lo que se me pedía no implicaba aspecto
alguno de psiquismo inferior.
Repetí
que no me importaba ni interesaba un trabajo de carácter psíquico.
El
ser invisible que me hablaba tan clara y directamente dijo entonces que me
daría tiempo para reflexionar, que en ese momento no aceptaría mi respuesta y
volvería exactamente dentro de tres semanas para saber qué es lo que yo habla
decidido.
Me
sacudí como quien despierta de un sueño, regresé a casa y olvidé el hecho por
completo. No pensé más en lo ocurrido ni se lo conté a mi marido Foster.
Durante cierto lapso nunca lo recordé, pero al finalizar las tres semanas, una
noche estando sentada en la salita, después que mis hijas se habían acostado,
oí nuevamente la voz para proponerme lo mismo.
Volví
a rehusar, pero mi interlocutor me rogó que volviera a considerar la propuesta,
por lo menos un par de semanas más, y ver qué podía hacer. Esto despertó mi
curiosidad, pero aún no estaba convencida. Decidí probar por un par de semanas
o un mes, para determinar mi decisión. Y durante esas semanas recibí los
primeros capítulos del libro “Iniciación
Humana y Solar”.
Quiero
dejar bien aclarado que el trabajo que hago de ninguna manera está relacionado
con la escritura automática. La escritura automática, con excepción de
rarísimos casos (desgraciadamente cada cual cree que su propio caso es la
excepción) es muy peligrosa.
Nunca
se supone que un aspirante o discípulo sea un autómata y que tampoco deje de
controlar conscientemente alguna zona de su equipo, porque si lo hace entonces
entra en un estado de negatividad peligrosa.
El
material recibido es generalmente mediocre. No contiene nada nuevo y con
frecuencia se olvida a medida que trascurre el tiempo. Muchas veces el estado
negativo del sujeto permite la entrada a una segunda fuerza, la cual, por
razones especiales no es de un grado tan elevado como la primera.
Luego
existe el peligro de la obsesión. Hemos tratado muchos casos de obsesión como
consecuencia de la escritura automática.
En
cambio en el trabajo que realizo no hay negatividad, asumo una actitud de
atención positiva e intensa. Retengo el pleno control de todos mis sentidos de
percepción y nada de lo que hago es automático. Sencillamente escucho, anoto las
palabras que oigo y registro los pensamientos que se introducen uno tras otro
en mi cerebro. Nada cambio de lo que se me ha dado, la única excepción es pulir
el idioma o reemplazar un vocablo poco usual por otro más claro, cuidando
siempre de conservar el sentido.
En
lo dictado por El Tibetano nunca he cambiado nada. De haberlo hecho él no me
hubiera dictado nada más. Quiero dejar esto bien aclarado. No siempre comprendo
lo que se me dicta, ni tampoco estoy de acuerdo, pero registro todo
honestamente para descubrir luego que tiene sentido y evoca respuesta
intuitiva.
Ese
trabajo de El Tibetano ha intrigado grandemente a las personas y a los
sicólogos de todas partes. Discuten acerca de la causa de este fenómeno y
argumentan que lo que escribo es probablemente producto de mi subconsciente.
Se
me ha dicho que Jung acepta la posición de que El Tibetano es mi yo superior
personificado y que Alice A. Bailey es el yo inferior. Algún día (si tengo el
placer de encontrarme con él) le preguntaré cómo puede ser que mi yo superior
personificado me envíe encomiendas desde la India, pues eso ha estado haciendo.
Esto
me recuerda una anécdota. Hace unos cuantos años, un amigo muy dilecto, Henry
Carpenter, que había estado en contacto muy íntimo con Foster y yo desde el
principio de nuestra tarea, fue a la India para tratar de comunicarse con los
Maestros en Shigatzé, que es una pequeña aldea nativa en los Himalayas, que se
encuentra justamente al otro lado de la frontera tibetana.
Por
tres veces lo intentó, a pesar de que yo le había dicho que podría encontrar al
Maestro aquí en Nueva York si daba los pasos adecuados y el momento era
propicio. Él quería decirle a los Maestros, lo cual me causaba gracia, que yo
pasaba por un período muy difícil y era conveniente hacer algo.
Como
amigo personal de Lord Reading, ex-virrey de la India, se le dieron todas las
facilidades para llegar a destino, pero el Dalai Lama le negó permiso para
cruzar la frontera. En su segundo viaje a la India, encontrándose en Gyantse
(el lugar más cercano de la frontera al que pudo llegar) oyó un gran alboroto
en la empalizada del búngalo de un “dak". Fue a ver de qué se trataba y se
encontró con un lama montado en un burro que acababa de atravesar la
empalizada.
Ese
lama era asistido por cuatro monjes, y todos los nativos de la aldea los rodeaban
y se inclinaban ante ellos.
El
señor Carpenter por medio de su intérprete hizo averiguaciones y así supo que
el lama era un abad de un monasterio ubicado al otro lado de la frontera
tibetana y había venido especialmente para hablar con él.
El
abad expresó su interés por el trabajo que estábamos realizando y le preguntó
por mí. También inquirió noticias de la Escuela Arcana, y le entregó dos grandes
paquetes de incienso para mí.
Más
adelante, Carpenter vio al general Laden Lha en Darjeeling. El general era
tibetano, educado en Gran Bretaña en una escuela pública y en la universidad, y
tenía a su cargo el servicio secreto de la frontera tibetana. Ya ha fallecido;
fue un gran hombre y muy bueno.
El
señor Carpenter le contó su experiencia con el lama, que dijo ser abad de un
monasterio de lamas.
El
general negó rotundamente tal posibilidad. Dijo que el abad era un grande y
santo hombre y que nunca se supo que hubiera cruzado la frontera y visitado a
un occidental. Sin embargo, cuando Carpenter regresó al año siguiente, el
general Laden Lha admitió su error y que el abad en verdad había bajado a
verlo.
Bueno,
regresando con mi colaboración con el Tibetano, después de haber escrito casi
un mes para él, me sentí totalmente atemorizada y rehusé rotundamente continuar
con el trabajo. Le dije que las tres niñas sólo me tenían a mí para atenderlas
y que si me enfermaba o enloquecía (como a muchos síquicos les ha sucedido) ellas
quedarían solas, y no me atrevía a correr ese riesgo.
Él
aceptó mi decisión pero me dijo que tratara de ponerme en contacto con mi
Maestro K.H. y conversara sobre este asunto. Después de reflexionar más o menos
una semana decidí ponerme en contacto con K.H.; lo hice siguiendo una técnica
muy especial que el propio K.H. me había enseñado.
Cuando
tuve la oportunidad de entrevistarme con K.H. tratamos la cuestión con toda
amplitud. Mi Maestro me aseguró que respecto a mi no existía el menor peligro,
físico ni mental, y que se me ofrecía la oportunidad de realizar un trabajo
realmente valioso. Me dijo ser él mismo quien sugirió a El Tibetano que yo
podría ayudarlo, y que no me trasfería a su ashram o grupo espiritual, pues
deseaba que continuara trabajando en el suyo.
Acepté
por consiguiente el deseo de K.H. y manifesté a El Tibetano que trabajaría con él.
Sólo he sido su amanuence y secretaria, pero no pertenezco a su grupo. Y por otra
parte él no se ha inmiscuido nunca en mi trabajo o entrenamiento personal.
La
primavera de 1920 fue un período de feliz colaboración con él, mientras tanto
estudiaba como discípulo avanzado en el ashram a de mi propio Maestro.
Desde
entonces he escrito muchos libros para El Tibetano. Poco después de haber concluido
los primeros capítulos del libro “Iniciación
Humana y Solar”, le mostré el manuscrito a B.P. Wadia. Él se entusiasmó y
me dijo que publicaría cualquier cosa “proveniente de esa fuente”, y publicó
los primeros capítulos en la revista “The
Theosophist”, editada en Adyar, India. Pero luego surgió la usual envidia y
actitud reaccionaria de los teósofos y nada más se publicó.
El
estilo de El Tibetano ha mejorado con el correr de los años. Al principio el
dictado en inglés era engorroso y pobre, pero nos arreglábamos para lograr un
estilo y presentación acorde con las grandes verdades que él debía revelar y que
mi esposo y yo debíamos llevar a la atención pública.
En
los primeros tiempos que yo escribía para El Tibetano, debía hacerlo a horas establecidas,
y el dictado era claro, conciso y definido.
Se me dictaba palabra por palabra, en tal forma que en verdad podía decir que
oía nítidamente una voz.
Por
lo tanto comencé con la técnica de clariaudiencia, pero pronto descubrí a medida
que se sintonizaban nuestras mentes, que ello era innecesario y que si me
concentraba bastante y enfocaba adecuadamente mi atención podía recibir y
anotar los pensamientos de El Tibetano (ideas formuladas y expresadas con sumo
cuidado), a medida que los volcaba en mi mente.
Esto
implicaba alcanzar y mantener un intenso y enfocado punto de atención. Es algo
así como la habilidad de un aventajado estudiante, en la meditación, cuando
puede mantener un punto determinado de atención espiritual en el nivel más
elevado posible, lo cual puede ser fatigoso en las primeras etapas, cuando se
realizan grandes esfuerzos para lograrlo, pero posteriormente ya no lo requiere
y los resultados son claridad de pensamiento y un estímulo, con buenos y
definidos efectos físicos.
Actualmente
como resultado de veintisiete años de esa labor, puedo ponerme instantáneamente
en relación telepática con El Tibetano, sin la más mínima dificultad. Conservo,
y así lo hago, mi propia integridad mental todo el tiempo, y siempre argumento
con él cuando a veces, como occidental, me parece conocer mejor algunos
aspectos de la presentación.
Cuando
discutimos cualquier tema, escribo invariablemente el texto tal como él quiere,
aunque probablemente modifique su presentación después de haberlo discutido
conmigo, pero si no cambia sus palabras o punto de vista, no altero en absoluto
lo dicho.
Después
de todo los libros son suyos y no míos, y básicamente la responsabilidad es
suya. Él no me permite cometer errores y repasa con sumo cuidado el borrador final.
No es sólo la simple cuestión de recibir su dictado y presentárselo una vez
pasado a máquina, sino la cuidadosa revisión, por su parte, del borrador final.
Menciono
esto deliberadamente, porque algunas personas, cuando El Tibetano dice algo con
lo cual no están de acuerdo personalmente, tienden a considerar el punto en
desacuerdo como una intercalación mía. Pero aunque no siempre comprendo ni
estoy de acuerdo con lo que él me dicta, eso nunca lo he hecho. Reitero
nuevamente que he publicado con exactitud lo que El Tibetano ha dicho. Este
punto lo sostengo enfáticamente.
Algunos
estudiantes cuando no comprenden lo que El Tibetano quiere decir, ellos dicen
que sus ambigüedades (como las denominan esos estudiantes) se deben a mi
captación errónea. Pero donde existen ambigüedades, y son numerosas en sus
libros, es debido a que no puede ser más claro, por las limitaciones de sus
lectores y por la dificultad de encontrar palabras que expresen las nuevas verdades
y las percepciones intuitivas que todavía se ciernen en los límites de la
conciencia humana en desarrollo.
Los
libros que El Tibetano ha escrito son considerados muy importantes por los
Instructores responsables de difundir las nuevas verdades que la humanidad
necesita. Se ha impartido además una nueva enseñanza sobre el entrenamiento
espiritual y también relacionada con la preparación de aspirantes para el
discipulado.
Se
están haciendo grandes cambios en métodos y técnicas, y por eso El Tibetano puso
especial cuidado en que yo no cometiera errores.
En
la segunda fase de la Guerra Mundial, que comenzó en 1939, muchos pacifistas y
personas bien intencionadas, aunque irreflexivas, pertenecientes a la Escuela
Arcana y al público en general, presumieron que yo había escrito los artículos
y folletos que respaldan a las Naciones Aliadas, y sobre la necesidad de
derrotar a las potencias del Eje, no siendo El Tibetano responsable del punto
de vista anti-nazi de esos artículos.
Esto
tampoco es verdad. Los pacifistas adoptaron el punto de vista ortodoxo e
idealista de que siendo Dios amor no podía ser anti-germano o anti-japonés.
Debido a que Dios es amor no tenía otra alternativa, ni tampoco la tenía la
Jerarquía que actuaba bajo el Cristo, y lo único que podía hacer era mantenerse
firme al lado de los que trataban de liberar a la humanidad de la esclavitud,
el mal, la agresión y la corrupción.
Nunca
han sido más verdaderas las palabras de Cristo: “El que no está conmigo, está
contra mí”.
En
los escritos de esa época El Tibetano expresó su firme e inquebrantable
posición, y hoy (1945), al comprobarse las inenarrables atrocidades, crueldades
y política de avasallamiento de las naciones del Eje, su actitud ha quedado
justificada.
(Extractos
del capítulo 4)
OBSERVACIONES
Alice
Bailey afirma que los libros que ella publicó son su mejor defensa para demostrar
que efectivamente ella si estuvo en contacto telepático con un elevado maestro
tibetano.
Pero
en realidad sus libros son la mayor prueba de que ella mintió debido a que en
esos libros hay una cantidad descomunal de las falsedades que inventó el
embustero Charles Leadbeater, y no tiene ningún sentido que un elevado maestro
tibetano que se encontraba viviendo en el Tíbet se pusiera a plagiar las mentiras
que acababa de inventar un ex-sacerdote anglicano que se encontraba al otro
lado del mundo.
En
cambio si tiene mucho más sentido considerar que como Alice Bailey no sabía que
Leadbeater era un charlatán, ella se basó en lo que dijo ese individuo, y para
impresionar al público ella le aseguró a la gente que sus libros le habían sido
dictados telepáticamente por un elevado maestro tibetano.
Y
también es falso que Alice Bailey haya sido discípula del maestro Kuthumi
debido a que ella dijo tantas mentiras sobre ese maestro, que eso desacredita
que ella haya convivido con ese maestro.
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