VISITA DE LA SEÑORA PIQUE A BLAVATSKY EN LONDRES EN 1889

 
 
(La señora Pique fue una estadounidense que visitó a Blavatsky en el otoño de 1889 cuando ella se encontraba en Londres, y posteriormente publicó un artículo relatando ese encuentro.)
 
 
 
UNA VISITA A MADAME BLAVATSKY
 
Desde que hace muchos años los diarios nos hablaron de una misteriosa y talentosa mujer que estaba preparando un libro de ocultismo como nunca antes se había dado a los lectores de nuestro mundo occidental (nota de Cid: se refiere a la Doctrina Secreta) hasta el momento actual cuando la autora de "Isis Develada" es reconocida en el mundo literario como una de sus trabajadoras infatigables, en el mundo religioso como una enemiga de las viejas creencias, y en el mundo social como una mujer tan incomprensible como una esfinge, Madame Blavatsky es sin duda la mujer más notable de nuestra época.
 
Encoja sus hombros, amigo mío, y pronuncie la palabra infame si lo desea, pero no le resultará fácil probar nada que denigre su carácter o habilidad, y nadie se aventurará a afirmar que alguna otra mujer sea conocida en todo el mundo como ella. Poco importa quién sea el lector, juez, clérigo o profesor, cada artículo relacionado con la vida de esta dama se lee con interés.
 
Un individuo dice que tiene quinientos años y que renueva su edad en el lejano Oriente con tanta frecuencia como es necesario. Otro habla de hazañas mágicas en las que se improvisan billetes nuevos y crujientes con un momento de reflexión, o como lo llamó Lytton, con fuerza de voluntad. Un tercero afirma que ha sido desenmascarada como tramposa y embaucadora, y así hasta el infinito.
 
Mientras todo el mundo lee y discute, ella vive y escribe y realiza una cantidad de obra literaria tan asombrosa en su cantidad como en su temática.
 
Hace unos días la autora de este artículo tuvo la suerte de visitar a Madame Blavatsky en su casa de Londres. El día era lluvioso –como siempre lo son los días en Londres– y el viaje desde Charing Cross hasta Holland Park en un coche de dos ruedas habría sido cualquier cosa menos agradable si la mente no se hubiera olvidado por un momento del cuerpo y se hubiera ocupado de los recuerdos de los largos años de paciente espera desde que el deseo de verla se había apoderado de mi.
 
Los peregrinos a La Meca, los devotos que finalmente tienen una audiencia con el Papa, el americano que obtiene el privilegio de una presentación en la corte, el turista que ve el Mont Blanc por primera vez, todos ellos se hunden en la insignificancia ante la experiencia de emociones en la que se mezclan todas ellas, y un algo añadido que sólo el misterio da mientras es conducido por las concurridas calles de Londres para encontrarse con Madame Blavatsky.
 
La lluvia aumenta a cada momento y después de veinte minutos de duro viaje, el cochero se detiene en el número 7 de Landsdowne Road. Ya no solo llueve sino que llueve a cántaros, y la peregrina corre a través de los torrentes que caen para descubrir que el número de esa residencia en realidad no es 7 sino 17.
 
Agradecida por la información y con el comentario mental de que la dama en cuestión debe ser muy conocida, me lanzo otra carrera a través de la lluvia y busco el número. Landsdowne Road es una de esas calles anchas y hermosas que se encuentran en el vecindario de Hyde Park donde cada casa es un hogar, y un hogar que podría satisfacer a la nobleza. Jardines bien cuidados o patios con arbustos verdes añaden encanto a los sólidos edificios de piedra que están de moda aquí.
 
-        Sí señora, entre por favor”, fue la cordial respuesta a la pregunta: “¿Está Madame Blavatsky y puedo verla?”
 
Me hicieron pasar a la primera habitación a la izquierda donde había una gran mesa y muebles que indicaban su uso, tal vez como comedor, tal vez como sala de recepción, y a veces como estudio pues sobre la mesa había diversos papeles y escritos.
 
Esperé nuevas órdenes y unos momentos después las puertas plegables se abrieron de par en par y me encontré cara a cara con un caballero de gran físico, de rostro afable, de maravillosa barba, un caballero tan único en modales y apariencia que de inmediato exclamé involuntariamente:
 
-        “Usted es el coronel Olcott.”
 
Y él me respondió:
 
-        “Lo mismo digo, y usted es mi compatriota, siéntese.”
 
Él había llegado a Londres desde la India hacía unos días y los minutos pasaban mientras hablaba de la emoción de su trabajo, y sólo lo interrumpió una puerta que se abría y anunciaba la entrada de Madame Blavatsky.
 
¿Cómo podría describirla?
 
Sería imposible, lo único que me quedó en la mente de ese momento fue una impresión general de bondad, de poder, de dones maravillosos.
 
Ella se movía con dificultad pues sufría mucho de reumatismo, pero riendo mientras se sentaba en un sillón, afirmó:
 
-        “Dicen que he engañado a los médicos y a la muerte tantas veces que espero engañar también a este reumatismo, pero no es tan fácil de controlar.”
 
-        “Pero ¿todavía escribe, señora?”, pregunté.
 
-        “Por supuesto, escribo tanto como siempre”, ella me respondió, y el coronel Olcott me interrumpió con un “¿Qué importa un poco de reumatismo siempre que no se le meta en la cabeza o en sus escritos?” Y todos nos reímos.
 
Cuando dije:
 
-        “En América Lucifer se siente como en casa”, ella respondió con entusiasmo: “Lo han boicoteado en Londres y no permiten que se venda en los quioscos.”
 
(Nota: Blavatsky decidió titular a su revista “Lucifer” en honor a esa deidad que trajo la luz a los hombres, pero mucha gente pensó que ella puso ese nombre porque era satánica.)
 
Apenas podía comprenderlo y ella se rió cuando dijo:
 
-        “Hay gente que cree que soy el diablo con pezuñas y cuernos”, y otra vez nos reímos.
 
 
Hablamos de la Teosofía y su rápida difusión, de sus trabajadores y escritores, y del Dr. Buck, de Cincinnati, cuyo retrato colgaba justo encima de mi cabeza, donde su rostro bien conocido parecía sonreírnos para darnos la bienvenida a todos.
 
-        “¿Ha visto usted esta obra, señora?”, y puso en mi mano las hojas adelantadas de su nuevo libro “La Clave de la Teosofía”.
 
Yo no la había visto, y ella dijo que se publicarían muy pronto, así como una obra más pequeña que acababa de terminar: “La Voz del Silencio”.
 
Cuando expresé mi sorpresa por la cantidad de escritos que ella había hecho, así como por el inmenso conocimiento que mostraba, el coronel Olcott comentó:
 
-        “Trabajé con Madame Blavatsky durante varios años y sé todo sobre el tema. Ella escribe como una máquina de vapor, y cuando le digo que para escribir Isis Develada, con su gran cantidad de extractos de escritos antiguos, sólo tuvo acceso a una pequeña estantería de libros corrientes, me creerá cuando le revele que ella lee con tanta claridad en la luz astral como en las páginas abiertas.”
 
 
Durante todo ese tiempo fui consciente de un par de ojos que leían mis pensamientos y de un rostro frente a mí que en cualquier momento podría volverse tan inamovible como una esfinge, pero que en ese momento estaba muy amable y animado. No puedo imaginar una personalidad tan expresiva de una fuerza de voluntad indomable como la de Madame Blavatsky.
 
La habitación en la que estábamos sentados estaba impregnada de su individualidad. Estaba llena de todo lo que sugería pensamiento, refinamiento, trabajo literario, interés por los amigos; pero no había lugar para una mera exhibición de adornos inútiles.
 
La mesa, con el coronel Olcott a un lado y ella al otro, estaba llena de papeles y libros. Las paredes estaban cubiertas de fotografías. Y aquí en el corazón de la bulliciosa ciudad, vive y trabaja la fundadora de la Sociedad Teosófica que hoy cuenta sólo en los Estados Unidos con más de treinta sucursales. Y todo esto se ha logrado en poco más de una década.
 
 
La conversación giró en torno a la señora Besant cuya lealtad a la Teosofía ha provocado una críticva de lo más absurda y pueril por parte del señor Foote. Yo acababa de comprar la respuesta que había publicado la señora Besant respuesta, "Por qué me hice teósofa", pero no la había leído, y me alegré mucho de saber más sobre la talentosa mujer que ha causado todo este revuelo.
 
-        “Su cuñado es el señor Walter Besant, el novelista, y su marido es un clérigo. Es una mujer maravillosamente inteligente y presidirá el próximo jueves por la noche la reunión en la que pronunciaré un discurso”, dijo el coronel Olcott.
 
-        “¿Y puedo saber qué dirá usted?”, pregunté.
 
-        “Con mucho gusto se lo diría si supiera lo que voy a decir, pero como siempre hablo improvisando y confío en la inspiración del momento, verá que me es imposible informarle”, y sonrió tan deliciosamente que perdí mi sentido del arrepentimiento en el placer de la sonrisa.
 
 
Cuando me levanté para irme, Madame Blavatsky tomó mi mano cálidamente entre las suyas y me dijo adiós con amables saludos a sus amigos estadounidenses.
 
-        “Estados Unidos, dijo, “es el mejor y el peor, el país más amable y el más abusivo del mundo.”
 
-        “Y ____ es el peor de todos los estadounidenses”, dijo el coronel Olcott, riendo.
 
-        “Vaya que sí” salió con vehemencia de los labios de Blavatsky, mientras el nombre despertaba viejos recuerdos, “pienso que si lo es”.
 
(Nota: supongo que se han de referir a un adversario del movimiento teosófico, tal vez a Elliott Coues o William Coleman)
 
 
La puerta se abrió y entró una dama de rostro radiante, era la propia señora Besant. Ella puso un racimo de uvas en las manos de Madame Blavatsky y voltió su rostro amable para saludarme.
 
Un poco por debajo de la altura habitual, brillante, con una actitud seria e intensa, te mira con todo el candor honesto de un alma valiente que se ha desembarazado de las cadenas de los convencionalismos y las malas hierbas desgastados. Para conocerla hay que leer su vida tal como la escribió ella misma.
 
Evidentemente se sentía muy a gusto en el número 17 de Lansdowne Road, pues se había quitado la cofia y el abrigo y entró por una habitación interior.
 
La conversación giró en torno a las iglesias, y el coronel Olcott comentó que ya había varios clérigos inscritos como miembros de la Sociedad Teosófica, y entre ellos algunos muy destacados.
 
La señora Besant, esposa de un clérigo, sonrió en señal de asentimiento, y tras una breve charla, la visita llegó a su fin.
 
 
Todavía llovía a cántaros cuando el coronel Olcott me acompañó hasta el coche, y con las palabras “Esperamos que Madame se recupere pronto por completo”, la puerta se cerró y otra media hora por las aceras de Londres en un coche de dos ruedas, bajo una lluvia torrencial, sólo intensificó las impresiones causadas por la visita a la mujer más maravillosa de la época.
 
 
PIQUE.
 
 
 
 
(Este artículo se publicó en el periódico The Commercial Gazette de Cincinnati, Ohio del 13 de octubre de 1889, p.3)
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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