El
coronel Olcott relató lo siguiente sobre el viaje que él, Blavatsky (H.P.B.) y
otro teósofo llamado Edward Wimbridge efectuaron cuando dejaron Nueva York a finales
de 1878 para irse a vivir a la India:
« Aunque
dejamos la tierra norteamericana el 17 de diciembre de 1878, no salimos de sus
aguas hasta a las 12:30 pm del día 19, pues perdimos la marea del día 18 y
tuvimos que anclar en la bahía baja.
¡Imaginad si podéis
el estado de ánimo de H.P.B.!
Ella
la emprendió contra el capitán, el piloto, los ingenieros, los propietarios e
incluso contra las mareas. Mi diario debió haber permanecido en su equipaje
pues en este escribió:
“Magnífico día, claro, azul, cielo sin nubes,
pero afuera hace un frío de mil diablos. Los ataques de miedo duraron hasta las
11. Es difícil controlar el cuerpo… Finalmente el piloto condujo el vapor a
través de la barrera de Sandy Hook. ¡Afortunadamente no encallamos!... Todo el
día comiendo, a las 8, a las 12, a las 4 y a las 7.”
H.P.B
come como tres cerdos.
Nunca
supe el significado de la frase escrita en mi diario por la mano de H.P.B., el
17 de diciembre, 1878: «Todo oscuro, pero en calma» hasta que llegamos a Londres
donde su sobrina me tradujo un extracto escrito por su tía dirigido a su madre
(Mme. Zhelihovsky) desde Londres el 14 de enero de 1879, y que ella amablemente
había copiado para ese propósito.
H.P.B.
le escribe a su hermana:
“Viajo a la India. Solo la Providencia conoce
lo que el futuro nos tiene reservado. Posiblemente estos retratos sean los
últimos. No olvides a tu hermana huérfana, ahora en el sentido pleno de la
palabra. Adiós. Zarpamos de Liverpool el día 18. ¡Que los poderes invisibles os
protejan a todos! Escribiré desde Bombay si alguna vez llego.
ELENA.
Londres, 14 de enero, 1879.”
¿Si algún día llega?
Entonces
ella no estaba segura de que lo lograría, de que las predicciones de Nueva York
eran auténticas. Muy bien, pero ¿cómo queda entonces todo este romance que
habíamos estado circulando de que ella poseía total clarividencia sobre nuestro
futuro en la India? Ambas ideas colisionan.
Solo
éramos diez pasajeros a bordo; nosotros tres, H.P.B., Wimbridge y yo; un
clérigo de la Iglesia de Inglaterra y su esposa; un joven alegre y rubicundo:
hacendado de Yorkshire; un capitán del ejército anglo-indio y su esposa; y otra
dama y un caballero.
¡Nadie puede imaginar
lo que soportó aquél pobre clérigo, el mareo, las picaduras, el húmedo frío, y
los diarios altercados con H.P.B.!
Y
aunque ella le ofrecía su opinión sin reservas acerca de su profesión, en
ocasiones lo hacía utilizando expresiones adecuadas para coagular su sangre. Él
poseía la amplitud de mente necesaria para percibir sus nobles cualidades, y al
separarnos casi lloró. Incluso le envió su retrato y le pidió el suyo a cambio.
Gozamos
de buen tiempo solo tres días enteros. El día 22 el clima cambió, y tal como lo
registra H.P.B.:
“Viento y temporal. La lluvia y la niebla
empaparon a las alondras del salón (sic). Todos mareados con la excepción de la
Sra. Wise y yo [H.P.B.]: Maloney canta.”
La
mañana siguiente fue buena otra vez, pero un terrible temporal estalló sobre
nosotros en la tarde, y el capitán durante toda la velada contaba historias
pavorosas sobre naufragios y ahogamientos.
La
Sra… y el Sr…. se aterrorizaron tremendamente. Después de que los demonios de
la tormenta nos hubieron perseguido como si estuvieran al servicio de los
oponentes de nuestra Sociedad Teosófica, parecía como si todos los vientos que
Eolo embolsó para Ulises se hubieran soltado en masa.
Existe
una entrada mía, que sigue a lo largo de las páginas 20, 21, 22, 23, 24, 25,
26, 27, 28, 29, 30 y 31 de diciembre, a saber:
“Aquí continúa una serie de días y noches de
aburrimiento, agitación y angustia. En las noches, sacudidos como una pelota de
bádminton entre las raquetas. Por el día, las horas transcurren tan pesadamente
que cada una parece en sí misma un día entero. Un pequeño grupo de pasajeros
incompatibles, hastiados de la visión del rostro de los demás.”
H.P.B.
escribe en la página correspondiente a un determinado día:
“Una noche de sacudidas y rodamientos; H.S.O.
enfermo en cama; monotonía, estupidez, agotamiento. ¡Oh, la Tierra! ¡Oh, por la
India y el HOGAR!”
Esperamos
el fin de año y le dimos la bienvenida al nuevo. Las campanas de la nave
sonaron dos veces ocho repiques, y abajo, en el cuarto de máquinas, de acuerdo
a la costumbre, se escuchó una algarabía de campanadas, cacerolas, barras de
acero y otros objetos sonoros.
En
el día de Año Nuevo, 1979, entramos en el Canal de la Mancha por un mar de
niebla, típico de nuestro futuro aun no manifestado.
Maniobrando
muy cuidadosamente y rozado por muchos barcos, el piloto, un tipo de hombre muy
viejo y rancio, a las 2:30 p.m. y a las 5:30 echó las anclas en las afueras de
Deal. Y como el capitán descubrió después, la visión del piloto se había
deteriorado tanto que no podía distinguir con claridad una luz verde de una
roja, y ciertamente hubiéramos tenido razones para lamentarnos si no hubiera
sido por la vigilancia infatigable del capitán Summer, un tipo espléndido,
ornato del servicio mercante británico.
Si
el piloto no se hubiera vuelto corto de vista con la edad, hubiera guiado
nuestro barco directamente a través de Thames Haven, ahorrándonos así todo un
día de disgustos en el canal.
Una
densa niebla se cerró sobre nosotros, y continuamos nuestro recorrido tan
cautamente que tuvimos que echar anclas de nuevo la noche siguiente, y solo
alcanzamos Gravesend en la mañana, donde tomamos el tren hasta Londres y así
finalizamos la primera etapa de nuestro largo viaje.
(Nota:
el grupo llegó a Londres el 3 de enero de 1879 y pasaron dos semanas en la casa
del Dr.y la Sra. Billing.)
La
estancia en Londres
Fuimos
recibidos con encantadora hospitalidad por el Dr. y la Sra. Billing en su casa
suburbana de Norwood Park, la cual se convirtió en el centro focal de todos
nuestros amigos y corresponsales londinenses, entre ellos Stainton Moses,
Massey, el Dr. Wyld, el Reverendo y la Sra. Aytoun, Henry Hood, Palmer Thomas,
los Ellises, A.R. Wallace, varios estudiantes hindúes de leyes y medicina, la Sra.
Knowles y otras damas y caballeros.
El
5 de enero presidí una reunión de la Sociedad Teosófica Británica en la cual se
llevó a cabo una elección de cargos.
Nuestra
estancia en Londres estuvo completamente ocupada con todo tipo de asuntos
relacionados con la Sociedad Teosófica, recibimiento de visitantes y visitas al
Museo Británico y otros lugares; todo condimentado con los fenómenos que hacía
H.P.B. y con sesiones con el guía espiritual de la Sra. Hollis-Billing (Ski)
cuyo nombre es conocido por todo el mundo de los espiritistas.
El
incidente más notable de nuestra estancia en Londres fue el encuentro de tres
de nosotros con un Maestro mientras caminábamos por la calle Cannon. Esa mañana
había una niebla tan densa que difícilmente se podía ver a través de la calle,
y Londres ofrecía su peor aspecto.
Los
dos que estaban conmigo le vieron primero, pues yo estaba junto al borde de la
acera y justo entonces mis ojos estaban ocupados en otra cosa. Pero cuando
ellos lanzaron una exclamación, volteé rápidamente la cabeza y encontré la
mirada del Maestro cuando este me miraba sobre su hombro.
No
me era conocido, pero reconocí el rostro como el de uno de los Gloriosos, pues
una vez visto, ese Adepto no puede confundirse, debido a que como existe una
gloria en el sol y otra gloria en la luna, igualmente existe un brillo en los
rostros del hombre y de la mujer ordinarios, y otro, trascendente, en el rostro
de los Adeptos que surge a través de la lámpara de barro del cuerpo, como lo
llama el erudito Maimónides; la luz interior del espíritu despierto irradia
refulgentemente.
Nuestro
grupo continuó unido por la City y juntos regresamos a la casa del Dr. Billing;
y al entrar tanto la Sra. Billing como H.P.B. nos dijeron que el Hermano había
estado allí y mencionó que nos había visto a los tres –nombrándonos– en la
City.
El
relato de la Sra. Billing es interesante. Ella dijo que la puerta principal
estaba cerrada con llave como de costumbre, por lo que nadie podía entrar sin
tocar la campanilla. Pero cuando ella dejó su salón para dirigirse al cuarto de
H.P.B. a través del vestíbulo, casi tropieza con un extraño de alta estatura
que se encontraba parado entre la puerta del vestíbulo y la habitación de H.P.B.
Ella
lo describió como un hindú muy alto y apuesto, con una mirada particularmente
penetrante que parecía atravesarla. Por un momento permaneció tan perpleja que
no pudo proferir una palabra, pero el extraño le dijo:
- “Deseo
ver a Madame Blavatsky.”
Y
entonces se dirigió hacia la puerta de la habitación donde Blavatsky esta
estaba sentada. La Sra. Billing la abrió y lo invitó a pasar. Así lo hizo, y
caminó directamente hacia H.P.B., le hizo un saludo oriental y comenzó a
hablarle en un idioma cuyos sonidos le eran totalmente extraños a la Sra.
Billing, a pesar de que su larga práctica como médium le había proporcionado
contactos ocasionales con personas de diferentes naciones.
Naturalmente,
la Sra. Billing se levantó para abandonar la habitación, pero H.P.B. le pidió
que permaneciera y que no se preocupara porque hablaran en un lenguaje
extranjero, pues tenían algunos asuntos ocultos que arreglar.
No
podría decir si este moreno y misterioso visitante hindú le transfirió a H.P.B
un refuerzo para su poder psíquico, pero esa noche, durante la cena, alegró el
corazón de su anfitriona extrayendo de debajo de la mesa, una tetera japonesa
de una ligereza extrema, creo que a petición suya, aunque no estoy seguro al
respecto.
Y
también provocó que Massey encontrara en un bolsillo de su abrigo que colgaba
en el vestíbulo, un estuche incrustado para tarjetas; pero esto solo lo
menciono de pasada, pues podría explicarse mediante la hipótesis del truco, si
es que uno está dispuesto a desafiar su buena fe.
Trataré
de la misma forma un hecho que nos sorprendió a todos (debido entonces a
nuestra mentalidad crítica) como algo muy sorprendente. La noche del 6 de enero,
Ski me pidió que fuera a la exposición de Madame Tussaud, y dijo que bajo el
pie izquierdo de la figura 1581, encontraría una nota dirigida a mí por parte
de cierto personaje.
A
la mañana siguiente, el Reverendo Aytoun, el Dr. Billing, el Sr. Wimbridge y yo,
fuimos a la exposición de las obras de cera y realmente encontramos la nota descrita
en el lugar designado.
Pero
en mi diario está registrado que en la mañana del 6 de enero, H.P.B. y la Sra.
Billing fueron juntas al Museo Británico, y puesto que estaban fuera, nada les
impidió ir a lo de Madame Tussaud, si así lo habían planificado. Así pues, en
tanto evidencia –como dirían los desconfiados de la S.P.G. este caso no tiene
valor, aunque entonces pensé, y aún pienso que fue un fenómeno genuino.
(Nota:
la S.P.G. son las siglas en inglés de la Sociedad para la propagación del Evangelio
en el extranjero; y era una sociedad misionera de la Iglesia Anglicana
compuesta por fanáticos que rechazaban todo lo que no fuera su dogma.)
La
noche siguiente estábamos participando de nuevo en una sesión con Ski, y nos
complació mucho escucharle reconocer que era un mensajero de los Maestros, y
pronunciar los nombres de algunos de ellos. También me lanzó en la oscuridad un
gran pañuelo de seda, sobre el cual estaban escritos varios de sus nombres. Era
cuadrado y tenía el tamaño de una yarda y un cuarto.
La
siguiente noche, después de la cena, H.P.B. nos explicó, y a dos visitantes, la
dualidad que había en su personalidad y la ley que la ilustraba. Ella admitió,
sin hacer valoraciones, que era un hecho el que ella fuera una persona en un
momento dado y otra en el siguiente, y nos ofreció un sorprendente bocado como
prueba para apoyar su afirmación.
Mientras
estábamos sentados conversando en el crepúsculo, ella silenciosa cerca de la
ventana con sus dos manos descansando sobre sus rodillas, nos llamó y dirigió
su mirada hacia sus manos. Una de ellas era tan blanca, tan escultórica como de
costumbre; pero la otra era la mano más grande de un hombre, cubierta con la
piel oscura del hindú, y mirando maravillados a su rostro, observamos que sus
cabellos y cejas también habían cambiado de color, ¡y de rubio claro se habían
vuelto negro azabache!
Supongamos
que fue una maya (ilusión) hipnótica, pero aun así fue espectacular, ¡producida
sin pronunciar una palabra que provocara la sugestión!
Pero
no estoy seguro que haya sido un maya, pues recuerdo que a la mañana siguiente
su cabello aún era más oscuro que lo natural, y sus cejas bastante negras. Ella
misma se dio cuenta de esto al mirarse en el espejo del salón y mencionó que se
le había olvidado eliminar todos los rastros del cambio; entonces se volteó,
pasó sus manos sobre su rostro y cabello dos o tres veces, y al volverse hacia
mí de nuevo, ella tenía de nuevo la misma apariencia de siempre.
Partida
hacia la India
El
15 de enero enviamos nuestro pesado equipaje a Liverpool; el 17 publiqué una
Nota Ejecutiva nombrando interinamente al Mayor General A. Doubleday, U.S.A.,
F.T.S.* como Presidente Interino de la Sociedad Teosófica [en Nueva York]; al
Sr. David A. Curtis, Secretario de Correspondencia Interino; y al Sr. G.V.
Maynard, Tesorero; W.Q. Judge ya había sido elegido Secretario de Actas.
Este
arreglo tenía el propósito de llevar a cabo el trabajo en los Cuarteles
Generales de Nueva York, hasta que se decidiera la futura disposición de la
Sociedad Teosófica de acuerdo con lo que sucediera después de que nos
estableciéramos en Bombay.
La
misma noche a las 9:40, dejamos Euston camino hacia Liverpool, luego de una
deliciosa estancia de quince días con y entre nuestros amables amigos y
colegas. Muchos estuvieron allí para despedirnos, y recuerdo, como si hubiera
sucedido ayer, caminar a todo lo largo de la vasta sala de espera con el Dr.
George Wyld, e intercambiar opiniones sobre temas religiosos.
El
día siguiente lo pasamos en el Great Western Hotel, en Liverpool, y a las 5
p.m. embarcamos en el barco ‘Speke Hall’ bajo un aguacero. El barco lucía sucio
y desagradable, y a esto se le agregaba la caída de la lluvia, el olor de las
húmedas colgaduras y alfombras en el salón y los camarotes, más los
desamparados rostros de nuestros cuarenta compañeros de viaje, todos tan
disgustados como nosotros mismos; era un desgraciado presagio para nuestro
largo viaje hasta la India.
Suciedad
y ruido cuando nos embarcamos en Nueva York, suciedad y malos olores cuando nos
embarcamos en Liverpool; eran necesarios todos los brillantes sueños sobre la
soleada India y las fantasmales imágenes mentales de nuestros anticipados
amigos hindúes, para mantener nuestro coraje.
Permanecimos
anclados en el Mersey toda la noche del día 18, pero zarpamos el 19 al
amanecer. Mi diario muestra la forma en que nos pareció:
“A bordo todo está en lamentables
condiciones. El barco está abarrotado casi hasta el borde del agua –se diría– con
hierro para ferrocarriles. El mar está agitado y casi todas las olas llegan a
bordo. Wimbridge y yo estamos atrincherados en un camarote delantero sobre el
puente y no tenemos comunicación con el salón en la popa. Para un hombre de
tierra firme resultaría un riesgo intentar el paso. Y cuan desfavorable es esto
para los camareros lo demuestra el hecho de que no nos sirvieron nada para
comer hasta las 3 p.m.”
La
misma desgracia continuó el día siguiente, y de no haber sido por una canasta
de pan y mantequilla que nos habían ofrecido en Londres, y que afortunadamente
se encontraba en nuestro camarote, hubiéramos pasado mucha hambre.
Entretanto,
H.P.B. se las ingeniaba para animar a los sirvientes y al resto de los
pasajeros quienes, con una o dos excepciones, estaban escandalizados por su
lenguaje fuerte, ultrajados por su heterodoxia religiosa, y unánimemente la catalogaron
como un fastidio.
Cuando
al barco lo golpeó un fuerte oleaje, H.P.B. fue lanzada contra una pata de la
mesa del comedor y se lesionó seriamente la rodilla.
Al
tercer día los dos recibimos su orden perentoria para presentarnos en la popa,
por lo que nos enrollamos los pantalones hasta las rodillas, llevamos nuestros
zapatos y calcetines en nuestras manos, y nos apresuramos a través del
negligentemente resbaladizo puente, entre los balanceos del buque.
Encontramos
el salón en confusión, retiradas las alfombras, agua y cosas mojadas por
doquier, y los olores que uno podría esperar después de que el camarote de un
barco hubiera permanecido cerrado durante dos o tres días.
H.P.B.
yacía en su camarote con la rodilla afectada, y a través del espacio confinado
de los pequeños camarotes su fuerte voz clamaba el nombre de la camarera,
«Seeñoora Yetz» (Sra. Yates) con entonación estentórea. ¡Oh, Golfo de Vizcaya,
bajo que poco encantador aspecto fuiste presentado a nosotros, pobres
miserables mareados!
Pasamos
el cabo de Finisterre la noche del 23 de enero, y así nos libramos del
enfurecido golfo. Pero no apareció el sol ese día, y el transitar de nuestro
camarote al salón era como abrirse camino a través de una húmeda zanja o por la
cañada de un molino.
Al
siguiente día el tiempo cambió y tuvimos un cielo azul y un mar de zafiro. El
aire era fragante y primaveral, y nuestros sucios pasajeros salieron a rastras
para solearse en el brillo del día.
Las
costas africanas de color rosa y ópalo, vistas a través de una niebla perlada,
se alzaban como acantilados de fantasía desde el mar.
A
la velocidad de 250 o 300 millas al día, navegamos por el Mediterráneo, pasamos
Gibraltar y Argel, en dirección a Malta, donde anclamos la noche del 28 de
enero, y llenamos los depósitos de carbón.
Bajamos
a tierra y vimos la pintoresca fortaleza y la ciudad tan famosa en la historia
por los hechos de heroísmo que protagonizaron tanto sus sitiadores como sus
defensores.
Zarpamos
de nuevo a la mañana siguiente con el buque manchado de polvo de carbón hasta
cada rincón y grieta, y para variar, tuvimos mal tiempo casi tan pronto dejamos
el puerto.
El
maltrecho barco volteaba y cabeceaba como una persona, y lo cubrían olas que no
se hubieran notado en un buque menos cargado. Toda la brillantez se escapó,
desde luego, de los rostros de los pasajeros, y estábamos miserablemente
mareados; fue nuestra única compensación que la misma H.P.B., quien nos había
estado ridiculizando por nuestra débil voluntad y presentándose como ejemplo,
fue alcanzada por el Karma y también fue víctima del mareo. Nos tocó entonces
mofarnos y burlarnos, y así le pagamos con la misma moneda.
Llegamos
a Port Said el 2 de febrero, todos lo visitamos, luego llegamos al Canal de
Suez en donde tuvimos el bendito descanso para los sacudidos por la tormenta de
dos días con sus noches. Esto, hay que recordar, ocurrió en los días anteriores
al uso de los reflectores eléctricos que hacen posible el paso a través del
canal.
El
barco entró en él a las 10:30 pm del día 2; se detuvo esa noche frente a la
población de Khandara, donde en un café árabe, bebimos genuino café negro y
dimos algunas fumadas a los narguiles.
La
noche siguiente nos detuvimos en un apeadero a cinco millas de Suez donde
disfruté de una alegre velada en la casa del jefe, en compañía de dos pilotos
corsos quienes hablaban francés con fluidez, y al final, a comienzos del
amanecer, aparecimos en el Mar Rojo y comenzó la tercera y final etapa de
nuestro peregrinaje marino hacia la Tierra del Deseo.
En
Suez nos esperaban cartas de nuestros amigos hindúes, quienes alentaron nuestra
febril ansiedad para llegar a nuestro destino lo más pronto posible. Esa noche
la luna pavimentó con plata las aguas del golfo de Suez, y sentimos como si
estuviéramos navegando en un mar de sueños.
Nada
importante sucedió hasta el 12, cuando un tubo de chimenea estalló en la
caldera, y tuvimos que detenernos para que lo repararan. Una vez arreglado,
estalló de nuevo al día siguiente, y hubo dos largas esperas, muchas horas
preciosas perdidas y sentimos mucha irritación por estar retenidos de esa
manera, cuando debíamos estar cerca de las luces de Bombay.
El
15, al mediodía, solo estábamos a 160 millas de ellas, y a la mañana siguiente
entramos en el puerto de Bombay. Yo había estado sentado en cubierta hasta la
una de la mañana, mirando la majestad del cielo indio y esforzando mi mirada
para obtener la primera visión de la luz de Bombay. Llegó finalmente, por así
decir, una lámpara alzándose del mar, y fui a la cama para descansar mi agotado
cuerpo para el trabajo del día siguiente.
Antes
de la salida del sol ya estaba de nuevo sobre cubierta, y mientras nos dirigíamos
rápidamente hacia nuestro fondeadero, disfruté del panorama del puerto que se
extendió ante mí.
Elefanta,
delante de nosotros, fue la primera localidad que pedimos se nos mostrara, pues
se trataba del tipo y representación visible de esa India antigua, esa sagrada
Bharatavarsha (Antigua denominación de la India por el nombre del emperador
Bharata) que nuestros corazones habían ansiado ver resucitada en la India de
hoy.
¡Ay!
Pero cuando nos dirigimos hacia el promontorio de la colina Malabar el sueño se
disipó. La india que vimos allí era la de los suntuosos bungalows, enmarcados
con el lujo de floridos jardines ingleses, y rodeados de todos los signos de la
riqueza ganada en el comercio extranjero.
La
Aryavarta (Nombre de la India en la literatura clásica sánscrita) de la era de
Elefanta había sido exterminada por el esplendor chillón de un nuevo orden de
cosas, en el cual la religión y la filosofía no tenían lugar, y la adoración
más sincera se le ofrece a la imagen de la reina en la rupia actual. Ahora nos
hemos acostumbrado a ello, pero en aquél primer instante fue la dolorosa
sensación de nuestro primer desencanto.
(Nota:
desembarcaron en la India el 16 de febrero de 1879.)
Recepción
en la India
Apenas
el buque había echado anclas cuando fuimos abordados por tres caballeros
hindúes que nos buscaban. Todos nos parecían extraños, pero cuando pronunciaron
sus nombres abrí mis brazos y los apreté contra mi pecho. Se trataba de Moolje
Thackersey, el pandit Shyamji Krishnavarma, y el Sr. Ballajee Sitaram, todos
poseedores de los diplomas de nuestra sociedad Teosófica.
No
es de extrañar que no reconociera a Moolje, ataviado como estaba con la
artística vestidura de su casta bhattia, su vestimenta el dhoti, la capa
superior de muselina blanca y el turbante rojo con su curiosa forma de casco y
cuerno apuntando hacia adelante sobre la frente.
Cuando
él y yo cruzamos juntos el Atlántico en 1870, llevaba ropa europea, y para nada
se parecía a su aspecto actual.
Shyamji
se ha hecho famoso por toda Europa como un erudito pandit (maestro versado en
el sánscrito) que ha instruido al Profesor Monier Williams; H.P.B. y yo
sentimos por él, desde el principio hasta el fin, una suerte de cariño
paternal.
Nuestros
tres amigos habían pasado la noche a bordo de una barcaza, esperando por
nosotros, y estaban tan alegres por nuestra llegada como nosotros por llegar.
Fue
una gran decepción el no haber sido recibidos por Hurrychund Chintamon, nuestro
corresponsal principal, y hasta entonces el más respetado; aun no lo habíamos
calado bien.
Como
no apareció, bajamos a tierra con los otros en su barcaza y desembarcamos en el
muelle Apollo. Lo primero que hice al llegar a tierra fue detenerme y besar el
escalón de granito, ¡Mi acción instintiva de puja! (ritual hindú de adoración.)
Pues aquí estábamos finalmente en suelo sagrado, nuestro pasado olvidado,
nuestra peligrosa y desagradable travesía marina fuera de nuestra mente, la
agonía de las esperanzas largamente pospuestas reemplazada por la alegría
emocionante de estar en la tierra de los Rishis (los Sabios), el país cuna de
las religiones, la casa de los Maestros, el hogar de nuestros hermanos y
hermanas, con quienes el vivir y el morir era todo lo que podíamos desear.
Todas
las cosas crueles que nuestros compañeros de viaje nos habían contado sobre su
debilidad moral, su servilismo, su incapacidad para mantener la fe y ganarse el
respeto de los europeos, ya se habían olvidado, pues los amábamos por su
prosapia y por sus muy reales imperfecciones, incluso, estábamos preparados para
amarlos por ellos mismos. Y al menos en mi caso, este sentimiento se ha
mantenido hasta el día de hoy. Para mí, en un sentido muy real, ellos son mi
pueblo, su país es mi país. ¡Que las bendiciones de los Sabios sean y moren con
ellos y con este siempre! »
(Este es el primer capítulo de Las Hojas de un Viejo Diario II)
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