¿CONVIENE ESTUDIAR LAS ENSEÑANZAS DEL MAESTRO MORYA?

 
 
 
Depende.
 
 
La Doctrina Secreta
 
Los maestros Morya y Kuthumi certificaron que ellos junto con Blavatsky son los autores de La Doctrina Secreta y por consiguiente si conviene estudiar esa obra.
 
 
 
 
 
Sus cartas
 
El maestro Morya escribió varias cartas, la gran mayoría de ellas se recopilaron en los libros Las Cartas Mahatma y Cartas de los Maestros de Sabiduría, y esas cartas también vale la pena estudiarlas.
 
 
 
 
 
Pero posteriormente todos aquellos que han pretendido transmitir la enseñanza del maestro Morya han resultado ser unos embusteros.
 
 
 
 
 
Helena Roerich
 
La primera que yo sepa que pretendió hacer eso fue la rusa Helena Roerich quien pretendió ser discípula del maestro Morya y transmitir una nueva enseñanza aportada por ese maestro a la que llamó Agni Yoga.
 
Pero en realidad todo eso es mentira como se los demuestro en este otro capítulo (ver link).
 
 
 
 
 
Los canalizadores
 
Posteriormente un montón de embaucadores han estado pretendiendo comunicarse telepáticamente con Morya y transmitir sus mensajes, pero en realidad esos mensajes han sido elaborados por esas personas y simplemente ellas le atribuyen su autoría a Morya para tratar de darles más prestigio.
 
 
 
 
 
 
CONCLUSIÓN
 
Cada vez que escuchen que alguien afirma transmitir las enseñanzas del maestro Morya sean muy desconfiados porque es casi seguro que ese individuo es un charlatán.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

LOS FENÓMENOS QUE BLAVATSKY PRODUJO EN LONDRES EN 1879



 
 
 
El testimonio del coronel Olcott
 
« Nuestra estancia en Londres estuvo completamente ocupada con todo tipo de asuntos relacionados con la Sociedad Teosófica, recibimiento de visitantes y visitas al Museo Británico y otros lugares; todo condimentado con los fenómenos que hacía H.P.B. y con sesiones con el guía espiritual Ski de la Sra. Hollis-Billing, cuyo nombre es conocido por todo el mundo de los espiritistas.
 
Una noche, durante la cena, H.P.B. alegró el corazón de su anfitriona extrayendo de debajo de la mesa, una tetera japonesa de una ligereza extrema, creo que a petición suya, aunque no estoy seguro al respecto.
 
Y también provocó que el señor Massey encontrara en un bolsillo de su abrigo que colgaba en el vestíbulo, un estuche incrustado para tarjetas; pero esto solo lo menciono de pasada, pues podría explicarse mediante la hipótesis del truco, si es que uno está dispuesto a desafiar su buena fe.
 
 
Trataré de la misma forma un hecho que nos sorprendió a todos debido entonces a nuestra mentalidad crítica, como algo muy sorprendente. La noche del 6 de enero, Ski me pidió que fuera a la exposición de Madame Tussaud, y dijo que bajo el pie izquierdo de la figura 1581, encontraría una nota dirigida a mí por parte de cierto personaje.
 
A la mañana siguiente, el Reverendo Aytoun, el Dr. Billing, el Sr. Wimbridge y yo fuimos a la exposición de las obras de cera y realmente encontramos la nota descrita en el lugar designado.
 
Pero en mi diario está registrado que en la mañana del 6 de enero, H.P.B. y la Sra. Billing fueron juntas al Museo Británico, y puesto que ellas estaban fuera, nada les impidió ir a lo de Madame Tussaud, si así lo habían planificado. Así pues, en tanto evidencia este evento no tiene valor, aunque entonces pensé, y aún pienso que fue un fenómeno genuino.
 
 
La noche siguiente estábamos participando de nuevo en una sesión con Ski, y nos complació mucho escucharle reconocer que era un mensajero de los Maestros, y pronunciar los nombres de algunos de ellos. También me lanzó en la oscuridad un gran pañuelo de seda, sobre el cual estaban escritos varios de sus nombres. Era cuadrado y tenía el tamaño de una yarda y un cuarto.
 
 
La siguiente noche, después de la cena, H.P.B. nos explicó la dualidad que había en su persona y la ley que la ilustraba. Ella admitió, sin hacer valoraciones, que era un hecho el que ella fuera una persona en un momento dado y otra en el siguiente, y nos ofreció una sorprendente experiencia como prueba para apoyar su afirmación.
 
Mientras estábamos sentados conversando en el crepúsculo, ella silenciosa cerca de la ventana con sus dos manos descansando sobre sus rodillas, nos llamó y dirigió su mirada hacia sus manos. Una de ellas era tan blanca, tan escultórica como de costumbre; pero la otra era la mano más grande de un hombre, cubierta con la piel oscura de un hindú, y nosotros mirando maravillados hacia su rostro, observamos que sus cabellos y cejas también habían cambiado de color, ¡y de rubio claro se habían vuelto negro azabache!
 
Consideremos que esa transformación haya sido un hechizo hipnótico, pero aun así fue espectacular, ¡producido sin pronunciar una palabra que provocara la sugestión!
 
Pero no estoy seguro que haya sido un hechizo hipnótico, pues recuerdo que a la mañana siguiente su cabello aún era más oscuro que lo natural, y sus cejas bastante negras. Ella misma se dio cuenta de esto al mirarse en el espejo del salón y mencionó que se le había olvidado eliminar todos los rastros de ese cambio; entonces ella se volteó, pasó sus manos sobre su rostro y cabello dos o tres veces, y al volverse hacia mí de nuevo, ella tenía de nuevo su apariencia normal. »
(Las Hojas de un Viejo Diario II, capítulo 1)
 
 
 
 
 
 
Testimonio de Mary Hollis-Billing
 
« Respecto a las cosas maravillosas por cuya producción Madame Blavatsky es famosa, daré el testimonio de mis propios ojos sobre los fenómenos que fueron presenciados en mi casa mientras ella era mi invitada.
 
En primer lugar intentaré dar una descripción imperfecta de lo que ocurrió una tarde mientras un caballero y yo estábamos sentados, hablando con Madame Blavatsky, entonces notamos que su rostro y cabello se oscurecían hasta que su cabello cambió de su color natural (claro) a casi negro, y su rostro al mismo tiempo se volvió tan oscuro como el de cualquier indio oriental que jamás haya visto.
 
Mientras se manifestaban estas transformaciones, ella parecía estar sumida en profundos pensamientos. Entonces me dirigí hacia ella y le dije:
 
-        "Señora, ¿se da cuenta del cambio que se ha producido en su tez y cabello?"
 
Su respuesta fue "Sí", pero no ofreció ninguna explicación.
 
En unos minutos salió al pasillo donde permaneció unos cinco minutos, y luego regresó. Su cabello y rostro tenían su color natural cuando volvió a entrar en nuestra presencia; Todo lo cual nos pareció muy notable al caballero y a mí.
 
 
Cuando ella llegó a Norwood, estaba evidentemente muy apurada por emprender su viaje a la India y manifestó su determinación de quedarse conmigo sólo unos días. Muchos de sus amigos se sintieron bastante decepcionados por esta breve visita y clamaban por tener otra oportunidad de disfrutar de su compañía. Sin embargo Madame insistió en que a menos que recibiera órdenes de sus instructores en la India para prolongar su estadía, le sería imposible hacerlo.
 
El domingo después de su llegada, fue a su dormitorio y allí recibió un mensaje escrito en un pañuelo en el que se le concedía la libertad de quedarse algunos días más con nosotros.
 
Este evento hay que confesar que fue un incidente muy curioso, pero para la mente escéptica faltaba alguna prueba de que la inscripción no hubiera sido colocada por Madame Blavatsky en el pañuelo mediante algún procedimiento que ella misma conocía.
 
Así que pensé en el asunto y llegué a la conclusión de que si ella realmente poseía el poder que yo había oído que utilizaba y que ella afirmaba tener, no podía haber mejor momento para que yo viera alguna prueba incontrovertible de ello. En consecuencia, una noche mientras estábamos cenando, le pedí al coronel Olcott que me regalara el pañuelo en el que se había escrito el mensaje que supuestamente venía de la India.
 
Su respuesta fue:
 
-        “Nunca regalo nada de este tipo.”
 
Entonces me volteé hacia Madame Blavatsky y le pregunté si me haría el favor de entregarme uno de esos mensajes escritos.
 
Ella me respondió:
 
-        “Estoy cansada de materializar esos mensajes.”
 
Luego le pidió al coronel Olcott que me preguntara qué quería que hiciera. Miré por encima de la mesa para ver qué podía pedir que fuera más difícil de traer. Pronto me decidí y pedí que me trajera una tetera, un soporte para la corteza de pan o una taza de té con platillo.
 
Apenas había dicho estas palabras cuando colocaron sobre la mesa una curiosa tetera, que ahora tengo en mi poder. Madame se limitó a poner la mano debajo de la mesa para cogerla; no puedo explicar de dónde salió, pero de una cosa estoy segura: no tenía ningún artículo de ese tipo en la casa, ni hasta ese momento se me había propuesto pedir que se produjera de esa manera.
 
 
El señor CC Massey, que estaba de pie justo detrás de Madame Blavatsky, comentó:
 
-        “Oh, ¿me van a despreciar? ¿No me dará algo?”
 
Ella le preguntó:
 
-        “¿Qué quiere?”
 
Él le respondió:
 
-        “Un tarjetero o una bolsa de tabaco, algo que pueda llevar conmigo.”
 
Ella respondió de inmediato:
 
-        “Vaya al vestíbulo y encontrará algo en el bolsillo de su abrigo.”
 
El señor Massey había entrado después de que nos habíamos sentado a cenar y Madame Blavatsky no se había levantado de la mesa. Pero al ir al vestíbulo, el señor Massey encontró en el bolsillo de su abrigo un tarjetero que contenía la firma de un amigo.
 
Para mí ésta fue una prueba notable, una que me atrevo a decir que pone el poder de Madame Blavatsky fuera de toda duda.
 
Ella no afirma que reciba la ayuda de espíritus o de algo ajeno a su propia voluntad. Por supuesto, no puedo garantizar la exactitud de esta teoría, sólo cuento los hechos tal como los presencié. Lo que vi durante las dos semanas que Blavatsky pasó conmigo no se parecía a nada que hubiera experimentado antes; y mi conocimiento de los fenómenos de la mediumnidad moderna es profunda y abundante. »
(The Medium and Daybreak, 19 de diciembre de 1879, p.796-7)
 
 
 
 
 
 

 
La mención del maestro Kuthumi
 
Posteriormente en una carta que el maestro Kuthumi le escribió al periodista Alfred Sinnett y que él la recibió en la ciudad de Simla, India, en octubre de 1882, el maestro le habló sobre estas materializaciones:

« Ahora bien, ¿cuáles son los hechos y las acusaciones contra H.P.B.?

Muchos son los puntos oscuros en su contra en la mente de C.C. Massey, y cada día se vuelven más oscuros y feos. Te daré un ejemplo.

Estando en Londres, en casa de los Billings, en enero de 1879, H.P.B., que había sacado una tetera de porcelana de debajo de la mesa, recibió la petición del señor Massey de que le diera también un objeto de fabricación fenomenal.

Consintiendo, ella hizo aparecer un pequeño tarjetero, tallado en Bombay, en el bolsillo del abrigo de Massey el cual estaba colgado en el recibidor.

Dentro —ya sea en ese momento o más tarde esa misma noche— se encontró un trozo de papel con un facsímil de la firma de Hurrychund Chintamon.

En ese momento al señor Massey no le pareció eso sospechoso, pues realmente no había fundamento para ello. Pero ahora él considera que si no fue un fraude, si fue al menos un engaño a medias.

¿Por qué?

Porque en aquel entonces C.C. Massey creía que Hurrychund Chintamon era un chela [un discípulo de los maestros], casi un gran adepto, como H.P.B. le había hecho suponer; y ahora sabe que Hurrychund Chintamon nunca fue un chela, pues él mismo lo niega; que nunca tuvo poderes, y también niega tener conocimiento o creencia en ellos; y les dice a todos que ni siquiera Dayanand fue un yogui, sino simplemente un "impostor ambicioso" como Mahoma.

En resumen, tantas mentiras traídas y dejadas en la puerta de los fundadores [de la Sociedad Teosófica]. Y luego sus cartas y los informes de testigos supuestamente fidedignos sobre su complicidad de H.P.B. con la Sra. Billing. Y de ahí la complicidad entre ella y Eglinton.

La pobre Blavatsky a pesar de sus demostraciones queda ante los escépticos como una conspiradora, una embustera, una persona astuta; o eso, ¡o una lunática visionaria, una médium obsesionada!
. . .
Si mi palabra de honor tiene algún peso para ti, te informo que D. Swami fue un yogui iniciado, un chela muy elevado en Badrinath, dotado hace algunos años de grandes poderes y un conocimiento que luego perdió; y que H.P.B. te dijo la verdad, así como que Hurrychund Chintamon era un chela suyo, pero que luego prefirió seguir el camino de la oscuridad. »
(CM 54, p.308-309)












 
 

VISITA DE LA SEÑORA PIQUE A BLAVATSKY EN LONDRES EN 1889

 
 
(La señora Pique fue una estadounidense que visitó a Blavatsky en el otoño de 1889 cuando ella se encontraba en Londres, y posteriormente publicó un artículo relatando ese encuentro.)
 
 
 
UNA VISITA A MADAME BLAVATSKY
 
Desde que hace muchos años los diarios nos hablaron de una misteriosa y talentosa mujer que estaba preparando un libro de ocultismo como nunca antes se había dado a los lectores de nuestro mundo occidental (nota de Cid: se refiere a la Doctrina Secreta) hasta el momento actual cuando la autora de "Isis Develada" es reconocida en el mundo literario como una de sus trabajadoras infatigables, en el mundo religioso como una enemiga de las viejas creencias, y en el mundo social como una mujer tan incomprensible como una esfinge, Madame Blavatsky es sin duda la mujer más notable de nuestra época.
 
Encoja sus hombros, amigo mío, y pronuncie la palabra infame si lo desea, pero no le resultará fácil probar nada que denigre su carácter o habilidad, y nadie se aventurará a afirmar que alguna otra mujer sea conocida en todo el mundo como ella. Poco importa quién sea el lector, juez, clérigo o profesor, cada artículo relacionado con la vida de esta dama se lee con interés.
 
Un individuo dice que tiene quinientos años y que renueva su edad en el lejano Oriente con tanta frecuencia como es necesario. Otro habla de hazañas mágicas en las que se improvisan billetes nuevos y crujientes con un momento de reflexión, o como lo llamó Lytton, con fuerza de voluntad. Un tercero afirma que ha sido desenmascarada como tramposa y embaucadora, y así hasta el infinito.
 
Mientras todo el mundo lee y discute, ella vive y escribe y realiza una cantidad de obra literaria tan asombrosa en su cantidad como en su temática.
 
Hace unos días la autora de este artículo tuvo la suerte de visitar a Madame Blavatsky en su casa de Londres. El día era lluvioso –como siempre lo son los días en Londres– y el viaje desde Charing Cross hasta Holland Park en un coche de dos ruedas habría sido cualquier cosa menos agradable si la mente no se hubiera olvidado por un momento del cuerpo y se hubiera ocupado de los recuerdos de los largos años de paciente espera desde que el deseo de verla se había apoderado de mi.
 
Los peregrinos a La Meca, los devotos que finalmente tienen una audiencia con el Papa, el americano que obtiene el privilegio de una presentación en la corte, el turista que ve el Mont Blanc por primera vez, todos ellos se hunden en la insignificancia ante la experiencia de emociones en la que se mezclan todas ellas, y un algo añadido que sólo el misterio da mientras es conducido por las concurridas calles de Londres para encontrarse con Madame Blavatsky.
 
La lluvia aumenta a cada momento y después de veinte minutos de duro viaje, el cochero se detiene en el número 7 de Landsdowne Road. Ya no solo llueve sino que llueve a cántaros, y la peregrina corre a través de los torrentes que caen para descubrir que el número de esa residencia en realidad no es 7 sino 17.
 
Agradecida por la información y con el comentario mental de que la dama en cuestión debe ser muy conocida, me lanzo otra carrera a través de la lluvia y busco el número. Landsdowne Road es una de esas calles anchas y hermosas que se encuentran en el vecindario de Hyde Park donde cada casa es un hogar, y un hogar que podría satisfacer a la nobleza. Jardines bien cuidados o patios con arbustos verdes añaden encanto a los sólidos edificios de piedra que están de moda aquí.
 
-        Sí señora, entre por favor”, fue la cordial respuesta a la pregunta: “¿Está Madame Blavatsky y puedo verla?”
 
Me hicieron pasar a la primera habitación a la izquierda donde había una gran mesa y muebles que indicaban su uso, tal vez como comedor, tal vez como sala de recepción, y a veces como estudio pues sobre la mesa había diversos papeles y escritos.
 
Esperé nuevas órdenes y unos momentos después las puertas plegables se abrieron de par en par y me encontré cara a cara con un caballero de gran físico, de rostro afable, de maravillosa barba, un caballero tan único en modales y apariencia que de inmediato exclamé involuntariamente:
 
-        “Usted es el coronel Olcott.”
 
Y él me respondió:
 
-        “Lo mismo digo, y usted es mi compatriota, siéntese.”
 
Él había llegado a Londres desde la India hacía unos días y los minutos pasaban mientras hablaba de la emoción de su trabajo, y sólo lo interrumpió una puerta que se abría y anunciaba la entrada de Madame Blavatsky.
 
¿Cómo podría describirla?
 
Sería imposible, lo único que me quedó en la mente de ese momento fue una impresión general de bondad, de poder, de dones maravillosos.
 
Ella se movía con dificultad pues sufría mucho de reumatismo, pero riendo mientras se sentaba en un sillón, afirmó:
 
-        “Dicen que he engañado a los médicos y a la muerte tantas veces que espero engañar también a este reumatismo, pero no es tan fácil de controlar.”
 
-        “Pero ¿todavía escribe, señora?”, pregunté.
 
-        “Por supuesto, escribo tanto como siempre”, ella me respondió, y el coronel Olcott me interrumpió con un “¿Qué importa un poco de reumatismo siempre que no se le meta en la cabeza o en sus escritos?” Y todos nos reímos.
 
Cuando dije:
 
-        “En América Lucifer se siente como en casa”, ella respondió con entusiasmo: “Lo han boicoteado en Londres y no permiten que se venda en los quioscos.”
 
(Nota: Blavatsky decidió titular a su revista “Lucifer” en honor a esa deidad que trajo la luz a los hombres, pero mucha gente pensó que ella puso ese nombre porque era satánica.)
 
Apenas podía comprenderlo y ella se rió cuando dijo:
 
-        “Hay gente que cree que soy el diablo con pezuñas y cuernos”, y otra vez nos reímos.
 
 
Hablamos de la Teosofía y su rápida difusión, de sus trabajadores y escritores, y del Dr. Buck, de Cincinnati, cuyo retrato colgaba justo encima de mi cabeza, donde su rostro bien conocido parecía sonreírnos para darnos la bienvenida a todos.
 
-        “¿Ha visto usted esta obra, señora?”, y puso en mi mano las hojas adelantadas de su nuevo libro “La Clave de la Teosofía”.
 
Yo no la había visto, y ella dijo que se publicarían muy pronto, así como una obra más pequeña que acababa de terminar: “La Voz del Silencio”.
 
Cuando expresé mi sorpresa por la cantidad de escritos que ella había hecho, así como por el inmenso conocimiento que mostraba, el coronel Olcott comentó:
 
-        “Trabajé con Madame Blavatsky durante varios años y sé todo sobre el tema. Ella escribe como una máquina de vapor, y cuando le digo que para escribir Isis Develada, con su gran cantidad de extractos de escritos antiguos, sólo tuvo acceso a una pequeña estantería de libros corrientes, me creerá cuando le revele que ella lee con tanta claridad en la luz astral como en las páginas abiertas.”
 
 
Durante todo ese tiempo fui consciente de un par de ojos que leían mis pensamientos y de un rostro frente a mí que en cualquier momento podría volverse tan inamovible como una esfinge, pero que en ese momento estaba muy amable y animado. No puedo imaginar una personalidad tan expresiva de una fuerza de voluntad indomable como la de Madame Blavatsky.
 
La habitación en la que estábamos sentados estaba impregnada de su individualidad. Estaba llena de todo lo que sugería pensamiento, refinamiento, trabajo literario, interés por los amigos; pero no había lugar para una mera exhibición de adornos inútiles.
 
La mesa, con el coronel Olcott a un lado y ella al otro, estaba llena de papeles y libros. Las paredes estaban cubiertas de fotografías. Y aquí en el corazón de la bulliciosa ciudad, vive y trabaja la fundadora de la Sociedad Teosófica que hoy cuenta sólo en los Estados Unidos con más de treinta sucursales. Y todo esto se ha logrado en poco más de una década.
 
 
La conversación giró en torno a la señora Besant cuya lealtad a la Teosofía ha provocado una críticva de lo más absurda y pueril por parte del señor Foote. Yo acababa de comprar la respuesta que había publicado la señora Besant respuesta, "Por qué me hice teósofa", pero no la había leído, y me alegré mucho de saber más sobre la talentosa mujer que ha causado todo este revuelo.
 
-        “Su cuñado es el señor Walter Besant, el novelista, y su marido es un clérigo. Es una mujer maravillosamente inteligente y presidirá el próximo jueves por la noche la reunión en la que pronunciaré un discurso”, dijo el coronel Olcott.
 
-        “¿Y puedo saber qué dirá usted?”, pregunté.
 
-        “Con mucho gusto se lo diría si supiera lo que voy a decir, pero como siempre hablo improvisando y confío en la inspiración del momento, verá que me es imposible informarle”, y sonrió tan deliciosamente que perdí mi sentido del arrepentimiento en el placer de la sonrisa.
 
 
Cuando me levanté para irme, Madame Blavatsky tomó mi mano cálidamente entre las suyas y me dijo adiós con amables saludos a sus amigos estadounidenses.
 
-        “Estados Unidos, dijo, “es el mejor y el peor, el país más amable y el más abusivo del mundo.”
 
-        “Y ____ es el peor de todos los estadounidenses”, dijo el coronel Olcott, riendo.
 
-        “Vaya que sí” salió con vehemencia de los labios de Blavatsky, mientras el nombre despertaba viejos recuerdos, “pienso que si lo es”.
 
(Nota: supongo que se han de referir a un adversario del movimiento teosófico, tal vez a Elliott Coues o William Coleman)
 
 
La puerta se abrió y entró una dama de rostro radiante, era la propia señora Besant. Ella puso un racimo de uvas en las manos de Madame Blavatsky y voltió su rostro amable para saludarme.
 
Un poco por debajo de la altura habitual, brillante, con una actitud seria e intensa, te mira con todo el candor honesto de un alma valiente que se ha desembarazado de las cadenas de los convencionalismos y las malas hierbas desgastados. Para conocerla hay que leer su vida tal como la escribió ella misma.
 
Evidentemente se sentía muy a gusto en el número 17 de Lansdowne Road, pues se había quitado la cofia y el abrigo y entró por una habitación interior.
 
La conversación giró en torno a las iglesias, y el coronel Olcott comentó que ya había varios clérigos inscritos como miembros de la Sociedad Teosófica, y entre ellos algunos muy destacados.
 
La señora Besant, esposa de un clérigo, sonrió en señal de asentimiento, y tras una breve charla, la visita llegó a su fin.
 
 
Todavía llovía a cántaros cuando el coronel Olcott me acompañó hasta el coche, y con las palabras “Esperamos que Madame se recupere pronto por completo”, la puerta se cerró y otra media hora por las aceras de Londres en un coche de dos ruedas, bajo una lluvia torrencial, sólo intensificó las impresiones causadas por la visita a la mujer más maravillosa de la época.
 
 
PIQUE.
 
 
 
 
(Este artículo se publicó en el periódico The Commercial Gazette de Cincinnati, Ohio del 13 de octubre de 1889, p.3)