¿Dónde, QUIÉN, QUÉ es DIOS? ¿Quién vio alguna vez el
ESPÍRITU INMORTAL del hombre, para
poder asegurarse de la inmortalidad del hombre?
La filosofía
oriental no tiene lugar para otra fe que una fe absoluta e inamovible en la
omnipotencia del propio ser inmortal del hombre. Esta omnipotencia proviene del
parentesco del espíritu del hombre con el Alma Universal: ¡DIOS! Lo último
nunca puede demostrarse sino por lo primero. El espíritu del hombre prueba el
espíritu de Dios, como la gota de agua prueba una fuente de la que debe haber
venido. Y si pones a prueba el alma del hombre con sus maravillosos poderes: ¡Has
probado a Dios!
La unidad de
Dios, la inmortalidad del espíritu, la creencia en la salvación sólo a través
de nuestras obras, el mérito y el demérito [Karma]; tales son los principales temas
de la religión de la Sabiduría.
Nirvana
representa el dogma de la inmortalidad del espíritu. Alcanzar el Nirvana
significa absorberse en la gran alma universal, representando esta última un estado,
no un ser individual o un dios antropomórfico, como algunos entienden la
gran EXISTENCIA.
Un espíritu que
alcanza tal estado se convierte en parte
del todo integral, pero nunca
pierde su individualidad por todo eso. De ahora en adelante; el espíritu vive
espiritualmente, sin temor alguno a ulteriores modificaciones de forma; porque
la forma pertenece a la materia, y el estado de Nirvana implica una purificación completa o una liberación final
de incluso la partícula de materia más sublimada.
Nirvana
significa la certeza de la inmortalidad personal, la inmortalidad en el
Espíritu, no en el Alma, que como emanación finita debe ciertamente
desintegrar sus partículas, un compuesto de sensaciones humanas, pasiones y
anhelos de algún tipo objetivo de existencia.
Tanto el
espíritu como el alma humana son preexistentes. Pero mientras el primero existe
como una entidad distinta, una individualización, en cambio el alma existe como
materia preexistente, una porción no científica de un todo inteligente.
La materia es
tan indestructible y eterna como el mismo espíritu inmortal, pero sólo en sus
partículas, y no como formas organizadas. Aniquilación significa
solamente una dispersión de materia, en cualquier forma o apariencia de forma que pueda ser;
porque todo lo que tiene una forma fue creado, y así tarde o temprano debe
perecer, es decir, cambiar esa
forma; incluso nuestros cuerpos astrales, puro éter, no son más que ilusiones
de la materia, mientras conservan su contorno terrestre.
Este último
cambia según los méritos o deméritos de la persona durante su vida, y esto es
metempsicosis. El proceso purificador de las transmigraciones –las
metempsicosis– se relaciona esotéricamente con las peregrinaciones puramente
espirituales del alma humana. La clave está en los principios refinados y
místicos del influjo espiritual de la vida divina.
La causa de la
reencarnación es la ignorancia de nuestros sentidos y la idea de que existe alguna
realidad en el mundo, cualquier cosa excepto la existencia abstracta. Así como
las revoluciones de una rueda, de la misma manera hay una sucesión regular de
muerte y nacimiento, cuya causa moral es el apego a los objetos existentes,
mientras que la causa instrumental es el karma (el poder que controla el
universo, incitándolo a la actividad), mérito y demérito.
"Es por lo
tanto el gran deseo de todos los seres que quieren ser liberados de las penas de los nacimientos sucesivos,
buscar la destrucción de la causa moral, el apego a los objetos existentes, o
el mal deseo".
Aquellos en
quienes el mal deseo es completamente destruido, son llamados Arhats. A
su muerte, el Arhat ya no se reencarna; invariablemente alcanza el Nirvana, el
mundo de la causa en el
que desaparecen todos los efectos engañosos o engaños de nuestros sentidos.
La metempsicosis
fue una sucesión de disciplinas a través de cielos-refugio [interludios devachánicos]
para trabajar la mente exterior, o alma [la personalidad que vivió por última
vez], ese principio que vive
del Karma y los Skandhas.
Son estas
últimas las personificaciones metafísicas de las "acciones" del
hombre, ya sean buenas o malas, las que después de la muerte del cuerpo se
encarnan, por así decirlo, y forman sus muchos compuestos invisibles pero que nunca
mueren en un nuevo cuerpo, o más bien en un ser etéreo, el doble de lo
que el hombre era moralmente.
Es el cuerpo
astral del kabalista y las "obras encarnadas" las que forman el nuevo
yo sensible, ya que su Ahancara (el ego, la autoconciencia) [Atma Buddhi-Manas],
nunca puede perecer porque es inmortal per se como un espíritu; de ahí los sufrimientos del yo recién
nacido hasta que se deshace de todo pensamiento, deseo y pasión terrenal.
Así, el Ego desencarnado, a través de
este único deseo imperecedero en él, proporciona inconscientemente las
condiciones de sus sucesivas auto-procreaciones en varias formas, que dependen
de su estado mental y Karma,
las buenas o malas acciones de su existencia precedente, comúnmente llamados
"mérito" y demérito".
La doctrina de la
Metempsicosis ha sido abundantemente ridiculizada por los hombres de
ciencia y rechazada por los teólogos, pero si hubiera sido debidamente
entendida en su aplicación a la indestructibilidad de la materia y la
inmortalidad del espíritu, se habría percibido que es una concepción sublime.
Si la
metempsicosis pitagórica se explicara a fondo y se comparara con la teoría
moderna de la evolución, se encontraría que proporciona cada "eslabón
perdido" en la cadena de esta última.
No hubo un
filósofo de notoriedad que no se aferrara a esta doctrina, tal como la
enseñaron los brahmanes, los budistas y más tarde los pitagóricos.
(Nota:
Las referencias de volumen y página a Isis Develada son en el orden de los
extractos: I, vi; II, 116-17; II, 320; I, 316 -17; I, 328; I, 290; I, 289; I,
346; II, 286-87; II, 320; I, 8-9; I, 12.)
(Revista
Teosofía, Los Ángeles, julio de 1917, p.399-400)
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