(Nota:
en purpura añadí mis comentarios.)
La creación y destrucción cíclica del universo
Los antiguos filósofos
esotéricos afirmaron que todo en la naturaleza no es más que una
materialización del espíritu. O sea que la Eterna Primera Causa es espíritu y
materia latente desde el inicio.
Y si bien ellos
admitían que la idea de un Dios así era una abstracción impensable para la
razón humana, también afirmaron que el infalible instinto humano la captó como
una reminiscencia de algo concreto aunque intangible para nuestros sentidos
físicos.
Con la primera
idea que emanó de la Deidad hasta entonces inactiva, el primer movimiento se
comunicó a todo el universo, y la emoción eléctrica se sintió instantáneamente
en todo el espacio ilimitado. El espíritu engendró la fuerza, y la fuerza engendró
la materia; y así la deidad latente se manifestó como una energía creativa.
¿Pero cuándo; en qué punto de la eternidad; o cómo?
Esa pregunta debe
quedar siempre sin respuesta porque la razón humana es incapaz de captar el
gran misterio. Sin embargo aunque el espíritu-materia ha existido desde toda la
eternidad, se encontraba en un estado latente, y la evolución de nuestro
universo visible debe haber tenido un comienzo.
Este misterio
de la primera creación (que siempre ha sido la desesperación de la ciencia) es
insondable a menos que aceptemos la doctrina de los hermetistas. Aunque la
materia es coeterna con el espíritu, esa materia ciertamente no es nuestra
materia visible, tangible y divisible, sino su sublimación extrema.
El espíritu puro
es sólo un paso más alto. Y a menos que admitamos que el hombre evolucionó a
partir de este espíritu-materia primordial, ¿cómo podemos llegar a alguna
hipótesis razonable en cuanto a la génesis de los seres animados?
La doctrina
esotérica, pues, enseña, como el budismo y el brahmanismo, e incluso la
perseguida Cábala, que la única, infinita y desconocida Esencia existe desde
toda la eternidad, y en sucesiones regulares y armoniosas, es pasiva o activa.
Al inaugurar un
período activo se produce una expansión de esta esencia Divina, de adentro
hacia afuera, en obediencia a una ley eterna e inmutable, y el universo
fenoménico o visible es el resultado último de la larga cadena de fuerzas
cósmicas así progresivamente puestas en movimiento.
Y de la misma
manera, cuando se reanuda la condición pasiva, se produce una contracción de la
esencia divina, y el trabajo anterior de creación se deshace gradual y
progresivamente. El universo visible se desintegra, su materia se dispersa, y
las "tinieblas" solitarias y solas, se ciernen una vez más sobre la
faz del "profundo".
Para usar una
metáfora que transmitirá la idea aún más claramente: una exhalación de la
"esencia desconocida" produce el mundo; y una inhalación hace que
desaparezca. Este proceso ha estado
ocurriendo desde toda la eternidad, y nuestro universo actual es solo uno de
una serie infinita que no tuvo principio y no tendrá fin.
La existencia
sucesiva de un número incalculable de mundos antes de la evolución posterior del
nuestro, ha sido creída y enseñada por todos los pueblos antiguos.
Por ejemplo, las
doctrinas hindúes enseñan la existencia de dos tipos de Pralayas o destrucciones:
el Maha-Pralaya es la destrucción total, y el Pralaya menor es la eliminación
parcial. Esto no se relaciona con la disolución universal que ocurre al final
de cada "Día de Brahma", sino con los cataclismos geológicos al final
de cada ciclo menor de nuestro globo. Un cataclismo parcial ocurre al final de
cada "edad" del mundo, que no destruye a este último, sino que sólo
cambia su apariencia general. Nuevas razas de hombres y animales y una nueva
flora evolucionan a partir de esa disolución que la precede.
(En
resumen lo que dice Blavatsky es que el Universo cíclicamente surge y es
reabsorbido por el “Dios Supremo”, lo que en el hinduismo se le conoce como
Parabrahma; y que el proceso de desarrollo se alterna por destrucciones
parciales y destrucciones totales.)
La creación y destrucción cíclica de los
planetas
Así como el
hombre y todo otro ser vivo, de la misma manera nuestro planeta está teniendo su
evolución espiritual y física.
A partir de un pensamiento
impalpable bajo la Voluntad creadora de aquel de quien nada sabemos, y sólo
vagamente concebimos en la imaginación, nuestro planeta se volvió fluido y semi-espiritual;
luego se condensó más y más, hasta que finalmente se volvió físico.
Nuestro planeta
físico no es más que el resultado final de todo ese trabajo de la Conciencia
que lo creó y que es su amo. La maldición alegórica bajo la cual trabaja, es
que sólo procrea, no crea. Y esta maldición durará hasta que la
más diminuta partícula de materia sobre la Tierra haya sobrevivido a sus días,
hasta que cada grano de polvo, por transformación gradual a través de la
evolución, se haya convertido en parte constitutiva de un "alma
viviente", y hasta que esta última vuelva a ascender por el arco cíclico,
y finalmente estar (su propio Espíritu Redentor) al pie del escalón superior de
los mundos espirituales, como en la primera hora de su emanación.
Más allá de eso
se encuentra el gran "Profundo" - UN MISTERIO.
Los antiguos
eran filósofos consecuentes en todas las cosas, y por lo tanto enseñaron que
cada uno de estos mundos que partieron, después de haber realizado su evolución
física y alcanzado a través del nacimiento, el crecimiento, la madurez, la
vejez y la muerte, el final de su ciclo, habían regresado a su forma subjetiva inicial
de ser un planeta completamente espiritual.
A partir de
entonces ese planeta tuvo que servir por toda la eternidad como morada de
aquellos que habían vivido en él como hombres, e incluso animales, pero que
ahora eran seres divinos.
La eternidad se
señala en grandes ciclos, en cada uno de los cuales ocurren doce
transformaciones de nuestro mundo, seguidas de su destrucción parcial por el
fuego y el agua, alternativamente. De estas doce transformaciones*, la Tierra
después de cada una de las seis primeras es más material, y todo lo que hay en
ella (incluido el hombre) más denso de su ciclo que lo precede. Mientras que
después de cada una de las seis restantes, ocurre lo contrario, tanto el hombre
como el planeta se van volviendo más y más refinados y espirituales con cada
cambio terrestre.
(* Estas
"transformaciones" se refieren a los ciclos zodiacales mayores y
menores que marcan los numerosos cambios geológicos en los globos septenarios
durante el inconmensurablemente largo curso de la evolución, y también deben
incluir cambios como los que ocurren en el paso de la vida de un viejo planeta
a otro más nuevo, como en el caso de la Luna y nuestra Tierra. — Nota de los editores.)
Cuando se
alcanza el vértice del ciclo, tiene lugar una disolución gradual y se destruye
toda forma viviente y objetiva. Pero cuando se alcanza ese punto, la humanidad
se ha vuelto apta para vivir tanto subjetiva como objetivamente. Y no solo la
humanidad, sino también los animales, las plantas y cada átomo.
Después de un
tiempo de descanso, dicen los budistas, cuando un nuevo mundo se autoforma, las
almas astrales de los animales y de todos los seres, excepto los que han
alcanzado el más alto Nirvana, volverán a la Tierra para terminar sus ciclos de
transformaciones y [los animales] hacerse hombres a su vez.
Si hay un
espíritu inmortal desarrollado en el hombre, este debe estar en todo lo demás,
al menos en estado latente o germinal, y sólo puede ser una cuestión de tiempo
para que cada uno de estos gérmenes se desarrolle completamente.
(Para
comprender mejor esta explicación les recomiendo que lean los capítulos sobre
las rondas que he publicado en el blog.)
Involución y evolución
La lógica nos
muestra que como toda materia tuvo un origen común, debe tener atributos en
común, y así como la chispa vital y divina está en el cuerpo físico del hombre,
así debe acechar en todas las especies subordinadas.
Los hermetistas
sostenían que cada partícula de materia contiene dentro de sí misma una chispa
de la esencia divina (o luz, espíritu) que a través de su tendencia a
liberarse de su enredo y regresar a la fuente central, producía movimiento en
las partículas.
Así como por
progresión gradual desde la nube estelar hasta el desarrollo del cuerpo físico
del hombre, la regla se mantiene, así desde el éter universal hasta el espíritu
humano encarnado trazaron una serie ininterrumpida de entidades.
Estas
evoluciones fueron del mundo del espíritu al mundo de la materia densa; y luego
de la materia densa de regreso a la fuente de todas las cosas. El
"descenso de las especies" era para ellos un descenso del espíritu,
fuente primordial de todo, hacia la materia.
La mayoría de
los sabios de la antigüedad creían en la preexistencia y los poderes divinos
del espíritu humano. El lento desarrollo a partir de formas preexistentes fue
una doctrina que se desarrolló con los posteriores rosacruces. La filosofía
platónica era de orden, sistema y proporción; abarcaba la evolución de los
mundos y de las especies, la correlación y conservación de la energía, la
transmutación de la forma material, la indestructibilidad de la materia y del
espíritu.
La Mónada pitagórica que
vive "en la soledad y la oscuridad", puede permanecer en esta tierra
para siempre invisible, impalpable y no demostrada por la ciencia experimental.
Aún así, todo el universo estará gravitando a su alrededor, como lo hizo desde
el "principio de los tiempos", y con cada segundo, el hombre y el
átomo se acercan más a ese momento solemne en la eternidad, cuando la Presencia
Invisible se hará clara para su vista espiritual.
Cuando toda
partícula de materia, incluso la más sublimada, se haya desprendido de la
última forma que forma el último eslabón de esa cadena de involución-evolución
que a lo largo de millones de edades y sucesivas transformaciones, ha empujado
al ente hacia adelante; y cuando se encuentre revestido de esa esencia
primordial, idéntica a la de su Creador, entonces este átomo orgánico antaño
impalpable habrá recorrido su carrera, y los hijos de Dios volverán a
"gritar de alegría" por el regreso del peregrino.
Lo resumo con la siguiente imagen:
La involución y evolución de la humanidad
La doctrina de
la inmortalidad del alma data de la época en que el alma era un ser objetivo,
por lo que difícilmente podía ser negada por sí misma; cuando la
humanidad era una raza espiritual y la muerte no existía.
Hacia el
declive del ciclo de la vida, el hombre-espíritu etéreo cayó entonces en
el dulce sueño de la inconsciencia temporal en una esfera, sólo para
encontrarse despertando en la luz aún más brillante de una superior. Pero
mientras el hombre espiritual siempre se esfuerza por ascender más y más alto
hacia su fuente de ser, pasando por los ciclos y esferas de la vida individual,
en cambio el hombre físico tuvo que descender con el gran ciclo de la creación
universal hasta encontrarse revestido con las vestiduras terrestres.
A partir de
entonces, el alma quedó demasiado profundamente enterrada bajo la envoltura
física para reafirmar su existencia, excepto en los casos de aquellas naturalezas
más espirituales, pero que con cada ciclo, se hicieron más raras. Y sin embargo
ninguna de las naciones prehistóricas pensó jamás en negar la existencia o la
inmortalidad del hombre interior, el "yo" real.
Sólo debemos
tener en cuenta las enseñanzas de las antiguas filosofías: sólo el espíritu es
inmortal; el alma, per se, no es ni eterna ni divina. Cuando se vincula
demasiado estrechamente con el cerebro físico de su cuerpo terrestre,
gradualmente se convierte en una mente finita, un simple animal pensante y
un principio de vida consciente. El ciclo va descendiendo, y a medida que
desciende la naturaleza física y bestial del hombre se desarrolla cada vez más
a expensas del Yo Espiritual.
El hombre antes de estar encerrado en la materia
no necesitaba miembros, sino que era una entidad espiritual pura. Por lo tanto,
si la Deidad, su universo y los cuerpos estelares han de concebirse como
esferoidales, esta forma sería la del hombre arquetípico.
A medida que su
caparazón envolvente se hizo más pesado, surgió la necesidad de extremidades, y
las extremidades brotaron. Si imaginamos a un hombre con brazos y piernas
naturalmente extendidos en el mismo ángulo, apoyándolo contra el círculo que
simboliza su forma anterior como espíritu, tendríamos la misma figura descrita
por Platón: la cruz X dentro del círculo.
El gran ciclo
incluye el progreso de la humanidad desde su germen en el hombre primordial de
forma espiritual hasta la mayor profundidad de degradación que puede alcanzar;
cada paso sucesivo en el descenso va acompañado de una mayor fuerza y tosquedad
de la forma física que su precursor.
Pero mientras
el gran ciclo, o era, sigue su curso, pasan siete ciclos menores, cada uno de
los cuales marca la evolución de una nueva raza a partir de la precedente, en
un nuevo mundo. Y cada una de estas razas, o grandes tipos de humanidad, se
divide en subdivisiones de familias, y éstas nuevamente en naciones y tribus.
Ciertos
filósofos antiguos explican que las "túnicas de piel" mencionadas en
el tercer capítulo del Génesis, dadas a Adán y Eva significan los cuerpos
carnales con los que en el progreso de los ciclos, se revistieron los
progenitores de la raza.
Ellos sostenían
que la forma física divina se hizo más y más grosera, hasta que se alcanzó el
fondo de lo que puede llamarse el último ciclo espiritual, y la humanidad entró
en el arco ascendente del primer ciclo humano. Entonces comenzó una serie
ininterrumpida de ciclos o yugas;
el número exacto de años en que consistía cada uno de ellos permanecía
como un misterio inviolable dentro de los recintos de los santuarios y revelado
sólo a los iniciados.
Tan pronto como
la humanidad entró en una nueva yuga, la edad de piedra con la que se había
cerrado el ciclo anterior comenzó a fusionarse gradualmente con la siguiente y
la próxima edad superior. Con cada era o época sucesiva, los hombres se
hicieron más refinados hasta que se alcanzó la cima de la perfección posible en
ese ciclo particular.
Luego la ola de
retroceso del tiempo trajo consigo los vestigios del progreso humano, social e
intelectual. Ciclo tras ciclo, por transiciones imperceptibles; naciones
florecientes altamente civilizadas alcanzaron el poder, alcanzaron el clímax
del desarrollo, declinaron y se extinguieron; y la humanidad, cuando se alcanzó
el final del arco cíclico inferior, se volvió a sumergir en la barbarie como al
principio.
Los reinos se
han derrumbado y las naciones han sucedido a las naciones anteriores desde el
principio hasta nuestros días, las razas ascendiendo alternativamente a los
puntos más altos y descendiendo a los puntos más bajos de desarrollo.
Estos ciclos, según la filosofía caldea, no abarcan a toda la humanidad al mismo
tiempo. Draper observa que no hay razón para suponer que cualquier ciclo se
aplique a toda la raza humana. Por el contrario, mientras que el hombre en una
parte del planeta estaba en una condición de retroceso, en otra podría estar
progresando en la iluminación y la civilización.
Estén o no
dispuestos los hombres de ciencia a conceder la corrección de la teoría hermética
de la evolución física del hombre desde naturalezas superiores y más
espirituales, ellos mismos nos muestran cómo la raza ha progresado desde el
punto más bajo observado hasta su desarrollo actual. Y como toda la naturaleza
parece estar hecha de analogías.
¿Es entonces irrazonable afirmar que el mismo desarrollo
progresivo de formas individuales ha prevalecido entre los habitantes del
universo invisible?
Si bien no
intentaron calcular la duración del "gran ciclo", los filósofos
herméticos mantuvieron que de acuerdo con la ley cíclica, la raza humana
viviente debe inevitable y colectivamente regresar un día al punto de partida,
donde los humanos fueron primero vestidos con "túnicas de piel"; o
para expresarlo más claramente, la raza humana debe de acuerdo con la ley de la
evolución, finalmente espiritualizarse físicamente.
Debemos
profundizar en la abstrusa metafísica del misticismo oriental antes de que
podamos darnos cuenta plenamente de la infinidad de temas que fueron abarcados
de un solo golpe por el pensamiento majestuoso de sus exponentes.
(Para
comprender mejor esta explicación les recomiendo que lean los capítulos sobre
la evolución de la humanidad que he publicado en el blog: link.)
La evolución vista por diferentes disciplinas
La ciencia
moderna insiste también en la doctrina de la evolución; y también lo hacen la
razón humana y la doctrina secreta; y esta idea es corroborada por las leyendas
y los mitos antiguos, e incluso por la misma Biblia cuando se lee entre líneas.
Vemos una flor
desarrollándose lentamente a partir de un capullo, y el capullo desarrollándose
de su semilla. Pero ¿de dónde viene este último, con todo su programa
predeterminado de transformación física, y sus fuerzas invisibles, por lo tanto
espirituales, que desarrollan gradualmente su forma, color y olor?
La palabra evolución
habla por sí misma. El germen de la raza humana actual debe haber preexistido
en el padre de esta raza.
El hombre
físico, como producto de la evolución, puede quedar en manos del hombre de la ciencia
exacta. Nadie sino él puede arrojar luz sobre el origen físico de la
raza. Pero debemos negarle al materialista el mismo privilegio en cuanto a la
cuestión de la evolución psíquica y espiritual del hombre, porque ese aspecto
del hombre y sus más altas facultades no pueden ser probadas por ninguna evidencia concluyente como
"productos de la evolución tanto como la planta más humilde o el gusano
más bajo".
Si a los que
creen en la evolución del espíritu con tanta firmeza como los
materialistas creen en la evolución de la materia, se les acusa de
enseñar "hipótesis inverificables", con qué facilidad pueden replicar
a sus acusadores diciendo que según su
propia confesión, su evolución física sigue siendo "una hipótesis no
verificada, si no realmente no verificable".
Los primeros
tienen al menos la prueba inferencial del mito legendario, cuya vasta
antigüedad es admitida tanto por filólogos como por arqueólogos; mientras que
sus antagonistas no tienen nada de naturaleza similar. Para que una creencia
haya llegado a ser universal, debe haberse fundado en una inmensa acumulación
de hechos, tendientes a fortalecerla, de una generación a otra.
El universo es
la combinación de mil elementos, y sin embargo la expresión de un solo
espíritu: un caos para los sentidos, un cosmos para la razón.
En los
Misterios se simbolizaba la condición preexistente del espíritu y el alma, y la
caída de esta última en la vida terrenal y el Hades, las miserias de esa vida,
la purificación del alma y su restauración a la bienaventuranza divina, o
restitución – unión con el espíritu.
Los números
sagrados del universo en su combinación esotérica resuelven el gran problema y
explican la teoría de la radiación y el ciclo de las emanaciones. Las órdenes
inferiores, antes de convertirse en superiores, deben emanar de las superiores
espirituales, y cuando lleguen al punto
de inflexión, ser reabsorbidas de nuevo en el infinito.
La clave de los
dogmas pitagóricos es la fórmula general de la unidad en la multiplicidad, el
uno evolucionando a los muchos y penetrando a los muchos. Esta es la antigua
doctrina de la emanación, e incluso el apóstol Pablo la aceptó como cierta.
"Fuera de él, por él y en él son todas las cosas".
Esto es
puramente hindú y brahmánico. La vida terrestre actual es “una caída y un
castigo”. El alma habita en "la tumba que llamamos cuerpo", y
en su estado incorporado, y previo a la disciplina de la educación, el elemento
noético o espiritual está "dormido". La vida es así un sueño más que
una realidad.
¿No es esta la idea de Maya, o sea la ilusión de
los sentidos en la vida física, que es una característica tan marcada de la
filosofía budista?
Basando todas
sus doctrinas en la presencia de la Mente Suprema, Platón enseñó que el nous,
espíritu o alma racional del hombre, poseía una naturaleza afín, o incluso
homogénea, con la Divinidad, y era capaz de contemplar las realidades eternas.
Siempre se afirma que la base de esta asimilación es la preexistencia del
espíritu o nous.
El mayor
filósofo de la era precristiana reflejó fielmente en sus obras el
espiritualismo de los filósofos védicos que vivieron miles de años antes que él
y su expresión metafísica. Así se justifica la inferencia de que a Platón y a
los antiguos sabios hindúes se les reveló por igual la misma sabiduría.
Entonces, sobreviviendo al impacto del tiempo, ¿qué puede ser esta sabiduría
sino divina y eterna?
Lo que fue una
demostración y un éxito a los ojos de Platón y sus discípulos, ahora se
considera el desborde de una filosofía espuria y un fracaso. Los métodos
científicos se invierten. El testimonio de los hombres de antaño, que estaban
más cerca de la verdad, porque estaban más cerca del espíritu de la naturaleza,
el único aspecto bajo el cual la Deidad se permitirá ver y comprender, y sus demostraciones,
son rechazadas. Y todo el presente trabajo [la obra Isis Develada] es una
protesta contra una manera tan laxa de juzgar a los antiguos.
Para ser
completamente competente para criticar sus ideas y asegurarse de que sus ideas
eran distintas y "apropiadas a los hechos", uno debe haber tamizado
estas ideas hasta el fondo. Ocioso es repetir lo que hemos dicho con frecuencia
y lo que todo erudito debe de saber: que la quintaesencia del conocimiento de
los antiguos estaba en manos de los sacerdotes, quienes nunca las escribieron,
y en las que los iniciados, como Platón, no
se atrevieron a escribirlas.
En ninguna nación se confiaron a la escritura las verdaderas doctrinas
esotéricas. Por lo tanto esas pocas especulaciones sobre los universos material y
espiritual que pusieron por escrito no podrían permitir que la posteridad las
juzgara correctamente, incluso si los primeros vándalos cristianos, los
cruzados posteriores y los fanáticos de la Edad Media no hubieran destruido
tres partes de lo que quedó de la biblioteca de Alejandría y sus escuelas
posteriores.
¿Quién, pues, de los que se apartan de la doctrina
secreta por pretender ser "antifilosófica" y por lo tanto “indigna del
pensamiento científico”, tiene derecho a decir que estudió a los antiguos; que
él es consciente de todo lo que sabían, y sabiendo mucho más, sabe también que
sabían poco, si es que sabían algo?
Esta doctrina
secreta contiene el alfa y el omega de la ciencia universal; ahí está el ángulo
y la clave de todo el conocimiento antiguo y moderno; y solo en esta doctrina
"antifilosófica" queda sepultado lo obsoluto en la filosofía
de los oscuros problemas de la vida y la muerte.
Así es que
todos los monumentos religiosos de la antigüedad, en cualquier tierra o bajo
cualquier clima, son la expresión de los mismos pensamientos idénticos, cuya
clave está en la doctrina esotérica.
Sería vano, sin
estudiar esto último, tratar de desentrañar los misterios envueltos durante
siglos en los templos y ruinas de Egipto y Asiria, o los de América Central, la
Columbia Británica y el Nagkon-Wat de Camboya. Si cada uno de estos fue
construido por una nación diferente; y ninguna nación había tenido relaciones
con las demás durante siglos, y también es cierto que todas fueron planeadas y
construidas bajo la supervisión directa de los sacerdotes.
Y el clero de
cada nación, aunque practicaba ritos y ceremonias que pueden haber diferido
externamente, evidentemente había sido iniciado en los mismos misterios
tradicionales que se enseñaban en todo el mundo.
A medida que un
ciclo tras otro, y una nación tras otra aparecían en el escenario mundial para
desempeñar su breve papel en el majestuoso drama de la vida humana, cada nuevo
pueblo evolucionó a partir de tradiciones ancestrales en su propia religión,
dándole un color local y estampándola con sus características individuales.
Y si bien cada
una de estas religiones tenía sus rasgos distintivos, por los cuales, si no
hubiera otros vestigios arcaicos, se podría estimar el estado físico y
psicológico de sus creadores, todos conservaron una similitud común con un
prototipo. Este culto padre no era otro que la primitiva
"religión-sabiduría".
Podemos
afirmar, con toda verosimilitud, que no hay una sola de todas estas tradiciones
religiosas y esotéricas (incluyendo el cabalismo, el judaísmo y nuestro
cristianismo actual) que no haya surgido de las dos ramas principales de ese
tronco madre que fue en el pasado la religión una vez universal, y que antecede
a la Edades védicas; hablamos de ese budismo prehistórico que se fusionó más
tarde con el brahmanismo.
Muchas y
variadas son las nacionalidades a las que pertenecen los discípulos de esa
misteriosa escuela, y muchos los vástagos de esa única estirpe primitiva. El
secreto preservado por estas sub-logias, así como por la logia única, grande y
suprema, ha sido siempre proporcional a la actividad de las persecuciones
religiosas; y ahora, frente al creciente materialismo, su misma existencia se
está convirtiendo en un misterio. Pero no debe inferirse, por eso, que una
hermandad tan misteriosa no es más que una ficción, ni siquiera un nombre,
aunque permanece desconocida hasta el día de hoy. Ya sea que sus afiliados sean
llamados por un nombre egipcio, hindú o persa, no importa.
Con toda
seguridad nadie podía esperar encontrar en una obra abierta al público, los
últimos misterios de lo que se conservó durante incontables siglos como el mayor
secreto del santuario. Pero sin divulgar la clave a los profanos, o ser
acusados de indiscreción indebida, se nos puede permitir levantar una punta del
velo que envuelve las majestuosas doctrinas de antaño.
La llave debe
girarse siete veces antes de que se divulgue todo el sistema. Le daremos
una sola vuelta, y así dejaremos vislumbrar el misterio al profano.
¡Feliz el que entiende el todo!
(Nota:
Las referencias de volumen y página a Isis Develada son en el orden de los
extractos: I, 428; I, 429; II, 264-5; II, 424; II, 420; II, 455-6; I, 330; I,
433; I, 258; I, 285; I, 251; I, 257; I, 238; I, 212-13; II, 362; II, 366; II,
469; II, 263; I, 293-4; I, 6; I, 294; I, 295; I, 296; I, 297; I, 152; I, 153;
I, 155; I, 612; I, xvi; I, xiv; I, 7; I, xvi; I, xiii; I, xi; I, 424; I, 510;
I, 271 fn.; I, 511; I, 561; II, 216; II, 123; II, 307; II, 460; II, 461.)
(Revista
Teosofía, Los Ángeles, junio de 1917, p.355-363)
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