Este fenómeno lo
relató el señor Sinnett en su libro “El
Mundo Oculto” y a continuación les transcribo lo que él escribió al
respecto:
Personalmente
poseo tres notas del Adepto Kuthumi que él me ha enviado y que tienen que ver
con el fenómeno que a continuación les voy a mencionar.
Y
como fenómeno de prueba, yo considero que para mí éste es el más completo de
todos los fenómenos cuantos he referido. Y es bueno señalar de paso, que si
bien los diarios indios relataron también las circunstancias de este fenómeno,
en cambio la cuadrillera de críticos que habían inundado la prensa con sus
cándidos comentarios durante el tiempo del fenómeno del broche de la señora
Hume, esta vez se abstuvieron en esta ocasión de discutir sobre este incidente.
Pues
bien, era un día en que acompañados por nuestros huéspedes, y entre los que se
encontraba Madame Blavatsky, fuimos a almorzar a una colina próxima que estaba
en los alrededores. Y nuestra idea (de mí y de mi esposa) de solicitar este
fenómeno había nacido a consecuencia de que la noche anterior, yo había
recibido de Kuthumi, lo que llamaré, una «comunicación subjetiva». Pero no
entraré en pormenores, para no molestar a los lectores relatando mis
impresiones.
Aquí
el señor Sinnett está haciendo referencia a un encuentro que él tuvo con el
maestro Kuthumi esa noche, y que el maestro describió en una nota que le envió
a Sinnett en la mañana siguiente, y esta nota el señor Sinnett no la publicó en
su libro, pero si se encuentra en la Cartas Mahatma, y dice lo siguiente:
« Mi buen hermano,
En sueños y visiones, al menos
cuando estas se interpretan correctamente, difícilmente puede haber un
“elemento de duda”. Espero probarte que yo si estuve cerca de ti la noche
pasada, por medio de algo que me llevé conmigo y que tu esposa lo recibirá de
vuelta en la colina. No llevo esta vez papel color de rosa para escribir, pero
confío en que el modesto papel blanco servirá igualmente para lo que tengo que
decir. »
(CM 3A, p.10)
Y el Señor Sinnett escribió como
nota adjunta lo siguiente:
« Vi a Kuthumi en su forma astral en la noche del 19 de
octubre de 1880 al despertarme por un momento, pero inmediatamente volví a la
inconsciencia otra vez en mi cuerpo físico, pero entonces yo salí fuera de mi
cuerpo físico con mi cuerpo astral, y me encontré en el cuarto de vestir
adyacente en donde vi a otro de los Hermanos, a quien posteriormente el coronel
Olcott me informó que el nombre de ese otro Adepto es “Serapis” y que “él es el
más joven de los chohanes” [jefes].
Esta nota de Kuthumi sobre esa
visión que tuve en la noche, llegó a la mañana siguiente, y durante ese día, el
20 de octubre, fuimos de paseo de campo a la colina Prospect cuando ocurrió el
“incidente del cojín”. »
(CM 3A, p.10)
El objeto que el maestro Kuthumi se llevó consigo fue un alfiler de pecho perteneciente a la
señora Sinnett y que ella había dejado en su tocador. Y en su libro “El Mundo Oculto” el señor Sinnett continuó
relatando lo que sucedió al día siguiente:
Por
la mañana, después de haber discutido acerca del acontecimiento particular que yo
había vivido, hallé sobre la mesa del escritorio una nota de Kuthumi, en la
cual él se comprometía a darme en el campo, algo que sería una confirmación de
su presencia astral junto a mí, en la noche anterior.
Salimos
pues a acampar sobre la cima de un sitio muy pintoresco y ya habíamos comenzado
nuestro almuerzo, cuando Madame Blavatsky nos dijo que Kuthumi preguntaba donde
queríamos que él depositara el objeto que iba a enviarnos.
Y
es preciso notar que hasta entonces, no nos habíamos ocupado de reflexionar
sobre eso y la interrupción del almuerzo por el aviso misterioso de Kuthumi,
había sido provocada de una manera incidental.
El
hecho es que durante una conversación que estábamos teniendo con Madame
Blavatsky, ella prestó atención de pronto y escuchó la voz de Kuthumi, que le
hablaba desde su misterioso retiro, y a través del espacio le preguntaba dónde
yo quería que depositase el objeto que él quería enviarme como una prueba del
poder oculto que poseen los Adeptos.
Madame
Blavatsky me comunicó enseguida la pregunta y el deseo de nuestro comunicante,
pero debo precisar que ella no influyó para nada en mi decisión, ni tampoco
hubo discusión alguna al respecto, puesto que de una manera espontánea exclamé:
- “En
el cojín.”
Y
señalé al mismo tiempo, un cojín de terciopelo y seda que veía en frente de mí
y en donde se estaba apoyando en aquel momento una de las damas allí presentes.
Pero
tan pronto como yo había expresado mi deseo en voz alta, mi mujer se exclamó:
- “¡Oh, no, que sea mejor
en el mío!” o algo así, porque no me acuerdo muy bien de sus palabras.
Y
entonces yo dije:
-
“Pues muy bien, que sea en el cojín de mi mujer.”
Y
entonces Madame Blavatsky le preguntó a Kuthumi (como si éste se hallara
presente y no a muchas leguas de distancia), si lo que yo le pedía era cosa
factible de hacer, y la contestación fue favorable.
¡Por lo tanto mi
libertad de decisión fue absoluta y no estuvo limitada por ninguna condición y
además fue modificada por la imprevista solitud de mi mujer!
Tal
vez, reflexionándolo antes, hubiera elegido cualquier otro sitio, como un árbol,
dentro del suelo, etc., etc., pero no; fue tan espontánea mi determinación, que
precisamente elegí aquello que tenía delante de mí y ante mi vista.
Y
resulta que el cojín que estaba usando mi mujer, ella no se había separado de
él en toda la mañana, pues lo había subido hasta la colina donde estábamos, y
en dicho almohadón, el cual estaba bordado en terciopelo y sedas de colores,
también se encontraba tremendamente cosido y cerrado por todas partes para
evitar que las plumas se salieran, y en ese momento era en el que ella apoyaba
su cabeza por hallarse recostada.
Este
cojín, hacía muchos años que estaba en nuestra posesión, es un cojín que está
muy bien cosido en todo su alrededor, y el cual ella lo dejaba por lo regular
en el salón de nuestra casa y siempre a la vista, junto a uno de los ángulos
del sofá. Y en cuanto mi mujer salía de casa, ella ordenaba que se lo llevasen,
y al regresar, ella lo volvía a poner en su sitio.
Pues
bien, con la elección del cojín de mi mujer una vez aprobado, Madame Blavatsky
le pidió a mi esposa que lo colocase bajo el tapiz, lo que ella hizo en su
propio djampane (nombre indio de un palanquín). Y apenas había
pasado un minuto, cuando Madame Blavatsky nos dijo que podíamos empezar a abrir
el cojín.
Me
valí de un cortaplumas que tenía en ese momento para abrirlo, y fue un trabajo
de cierto tiempo, porque el almohadón estaba de manera muy fuerte cocido todo a
su alrededor, por lo que no era fácil descoserlo, y fue menester cortar el hilo
punto por punto.
Cuando
por fin un lado estuvo completamente abierto, descubrimos que las plumas de
dentro estaban encerradas en una envoltura interior, la cual igualmente estaba
muy cosida. Y como nada había ni entre la primera ni en la segunda envoltura,
continuamos descociéndolo. Pero en cuanto mi mujer descosió ésta segunda
envoltura, ella encontró entre las plumas, una nota en tres dobleces, dirigida
hacia mí y escrita por Kuthumi, en donde él decía lo siguiente:
« Mi
querido hermano.
Este
broche N°2 que está colocado en un sitio tan particular porque así tú lo
decidiste, es simplemente para mostrarte qué tan fácilmente puede producirse un
fenómeno verdadero, y cuanto más fácil es todavía dudar de su autenticidad.
Válgase
de este fenómeno como le parezca, y sírvase también de él para probarle que soy
su amigo. Voy a tratar de evitar las dificultades de las que hablasteis la
noche anterior respecto al intercambio de nuestras cartas.
En
breve, uno de nuestros alumnos visitará Lahore y las provincias Nord
occidentales, y se os dará una dirección que podréis usar, a menos que prefiráis
que la correspondencia sea por medio de… cojines.
Y
le ruego constatar que la presente nota no está fechada desde una “Logia” sino
desde un valle de Cachemira. »
El maestro Kuthumi escribió “este broche N°2” porque anteriormente también
había materializado un broche perteneciente a la señora Hume, y esta segunda
nota también se encuentra en las Cartas Mahatma, N°3B, p.10.
Mientras
yo leía esta nota, mi mujer, continuaba inspeccionando dentro del cojín, y
revolviendo más entre las plumas, ella descubrió el broche en cuestión. Era un
broche ya usado que ella solía llevar colgado al cuello, y que ella tenía la costumbre
de dejarlo encima de su tocador, cuando se peinaba.
Hubiera
sido imposible inventar entre las pruebas fehacientes, una prueba más
irrefutable y más convincente que la que nos fue dada en esas circunstancias
tan especiales para nosotros.
Y
además toda la fuerza y significación del envío se apoyaban en mis impresiones
subjetivas, pues esta nota no se hubiese podido hacer hasta que yo no le hubiera
hablado de mis impresiones por la mañana a Madame Blavatsky, poco después del
almuerzo.
Pero
Madame Blavatsky no se había apartado de nosotros desde entonces, quedándose
sentada en el salón con mi mujer, y esto a su pesar, ya que ella se iba a
retirar para escribir algunas cartas en su cuarto, cuando las voces ocultas le ordenaron
de seguir sentada en el salón con mi mujer, donde Blavatsky permaneció durante
toda la mañana.
Y
me acuerdo que Madame Blavatsky había obedecido, aunque mostrándose quejosa
contra la interrupción de su trabajo, y no pudiendo comprender los motivos de
esa orden.
Lo
supimos más tarde, ya que esta orden tenía relación con el fenómeno proyectado,
puesto que era necesario que nosotros no tuviéramos ningún recelo ni
pensamiento secreto respecto a la intervención de Madame Blavatsky durante
aquella mañana, a fin de que no la hiciéramos entrar como un factor en la materialización
del broche.
Pero
dado que yo había elegido el almohadón como prueba, no hubiera sido necesario
atormentar a nuestra “vieja Dama”, como cariñosamente la llamábamos
generalmente, ya que la presencia del famoso cojín, en el salón en donde mi
mujer lo había visto durante toda la mañana, hubiese sido una bastante
garantía.
Y
en la segunda nota que he referido, había también ciertas alusiones ocultas de
fácil sentido para nosotros y que correspondían de una manera indirecta a una
conversación que yo había tenido con Blavatsky, durante la cena, la víspera por
la noche.
Yo
le había señalado de ligeras irregularidades de lenguaje que se encontraban acá
y allá en las extensas cartas de Kuthumi, las cuales a pesar de su
magnificencia y buen estilo y su vigor de expresión, mostraban ciertos detalles
que consistían en una o dos
expresiones que un hombre inglés no hubiera escrito de esa manera y que mostraban un cierto matiz de orientalismo.
Por ejemplo, si alguien me hubiera
preguntado:
- “¿Pero cómo debía haberlas
escrito?”
Yo le hubiera contestado:
- “En parecidas circunstancias, un hombre inglés no hubiera seguramente
escrito: «Mi querido hermano.»”
Y las indicaciones que Kuthumi puso
en su segunda nota eran también una alusión a esa misma conversación, cuando él
señaló el valle de Cachemira y no una logia, como el sitio en donde la carta
había sido escrita.
Y también la raya debajo de la K,
era otra particularidad, pero Madame Blavatsky me explicó que la ortografía de
la palabra “Skepticismo” con una K, como lo escribía Kuthumi, no era un
americanismo en esta circunstancia, sino un estilo filológico de su parte.
Después del descubrimiento del
broche, no estuvo todo acabado aquel día, ya que por la noche y ya estando de
nuevo en casa, y después de comer, cayó una pequeña tercera carta en mi
servilleta, y cuando la desplegué, vi que era de carácter personal; por lo
tanto no la reproduciré toda enteramente, pero no quiero dejar de relatar una
parte de lo concerniente al modus operandi oculto.
He de explicar que antes de irnos a
almorzar en la colina, yo había escrito algunas palabras de agradecimiento con respecto
a la promesa que me había sido hecha en la primera nota. Y había entregado mi
mensaje a Madame Blavatsky para que ella lo mandara por medio de sus
procedimientos ocultos, cuando ella tuviera la ocasión.
Y mientras mi mujer y yo íbamos por delante
en nuestros djampanes a lo largo del muelle de Simla, Madame Blavatsky había sostenido
mi mensaje de agradecimiento en su mano durante la mitad del camino, pero sin
encontrar la ocasión que ella esperaba para enviarla; pero de repente el
mensaje se le desapareció sin saber cómo ni cuándo.
Había hablado de esto con algunas
amistades mientas comíamos en la colina, y en el momento de abrir la carta que
se encontraba dentro del almohadón, algunos de los que nos acompañaban
comentaron que quizás sería la contestación a mi mensaje de agradecimiento que
acababa de ser enviado. Pero la segunda nota no hacía mención de ello, como el
lector ya lo sabe.
Y a continuación, les citaré la
tercera nota que recibí ese día:
« Aquí añado unas cuantas palabras más.
¿Por qué os habríais de sentir
contrariado al no recibir contestación directa de vuestro último mensaje?
Este lo recibí en mi habitación
cerca de medio minuto después de que las corrientes ya habían sido establecidas
y se encontraban en plena actividad para el envío de mi segunda nota y del
broche hacia el cojín. Además su agradecimiento no necesitaba una respuesta,
pero para que no haya malentendidos aquí se la doy. »
Esta
tercera nota también se encuentra en las Cartas Mahatma, N°3C, p.11, y
no puse el resto de la nota porque no es relevante.
Al leer esta tercera nota, me pareció
que mi mente se desvanecía al oír hablar de esas corrientes empleadas para
producir lo que la ciencia occidental hubiera considerado un fenómeno
inexplicado, un “milagro”.
Un milagro, para la ciencia, y sin
embargo, un hecho tan evidente y aparentemente tan sencillo de efectuar para
los Adeptos,
Pero el fenómeno que nosotros habíamos
visto era en realidad para nosotros una proeza impresionante porque con la simple
fuerza de su pensamiento, un hombre ubicado en Cachemira, había disgregado un
objeto material en una mesa situada a miles de kilómetros en Simla, y por medio
de un procedimiento que la ciencia occidental todavía desconoce, lo había hecho
pasar a través de otra materia, formándolo de nuevo, tal como era antes, al
interior del cojín de mi mujer.
Las partículas separadas, volvían a
ocupar el mismo puesto que tenían antes, y reconstituido el objeto hasta en las
menores líneas y los menores signos por toda su superficie.
Y el broche traía también al salir
del almohadón, algunos signos que no llevaba antes, y eran las iníciales “K.H” de
nuestro amigo Kuthumi (“Kout-Houmi” en inglés).
Y
nosotros también sabíamos que ese día unas cartas escritas en papel tangible
habían circulado con la rapidez de la luz, entre nosotros y nuestro amigo,
aunque nos halláramos separados por centenares de millas y por las montañas del
Himalaya.
~ *
~
Sé que muchos no querrán
creer lo que aquí relaté, pero aun sabiendo mis escrúpulos respecto a los
menores detalles en que me fijo y la completa veracidad de cada una de mis
palabras. Aún así, los sabios de Occidente, que han merecido hasta aquí, para
mí, la más grande simpatía, seguramente rechazarán sin rodeos mi testimonio.
Pero solo les puedo decir que ellos no estuvieron allí, mientras que yo si, y soy
muy conciente de lo que vi.
(Libro
“El Mundo Oculto”, p.108-115, 2ed)
alguien que lee este blog ha experimentao el samadhi?
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