LISTA DE CAPÍTULOS

EL MOVIMIENTO TEOSÓFICO explicado por Henry Bedinger Mitchell



(Henry Bedinger Mitchell fue profesor de matemáticas en la Universidad de Columbia y miembro de la Sociedad Teosófica en América, y en este artículo él hace un resume de lo que es el Movimiento Teosófico.)



4. Concepto de la Vida y de la Verdad sostenido como base
de un programa libre.

Por sobre nuestros actos, y como sugiriéndolos, prevalece cierta filosofía de la vida que consciente o inconscientemente nos pertenece, y que al mismo tiempo se revela y conoce por sus efectos. Hay verdad tanto como gracia en el aserto de que por más pesimista que aparezca un libro, su autor nunca lo fue de corazón.  Porque nadie escribiera sin la creencia de que su pensamiento influiría en los demás; y esa creencia prueba un optimismo tan puro como simple.

Juzgado en esa forma, el silencio persistente de la Sociedad, como tal, ante materias de opinión y de creencia, manifiesta a las claras la filosofía de la libertad espiritual mantenida por sus Fundadores. Pero la liberalidad y la tolerancia se les confunde fácilmente con la indiferencia; y la despreocupación del discípulo que ha vislumbrado lo infinito de la verdad, se le califica a menudo de agnosticismo por aquellos que se educan en la creencia de que toda la significación de la vida puede expresarse en una fórmula exclusiva.

La respuesta a semejante crítica se encuentra en el método sintético y positivo de investigación y procedimiento establecido por la Sociedad. Y aunque cada quien dispone de libres facultades para interpretar ese método desde su propio punto de vista, a mí me parece un testimonio de la creencia en la unidad de la Vida y de la Verdad.

Que este principio de unidad y de libertad espiritual se mantuvo por los fundadores del núcleo, lo sabemos todos nosotros.  De ninguna manera se impuso; pero rige el propósito que dio nacimiento a la Sociedad. Considera el universo, como uno; a la vida, como todo; y asimismo, uno el Ego del universo y nuestro Ego verdadero. Según las hermosas palabras de Madame Blavatsky, “es la identidad fundamental de todas las almas con la Súper-Alma universal”.

Asimismo se afirma que todas las verdades sólo expresan los aspectos o variantes de la Verdad; que no existe nada que no encierre una significación, ni nada tan humilde que carezca de labor y sitio en el gran todo.  Y de esto se sigue que alcanzar la Verdad, o adquirir el poder y el conocimiento de sí, vale tanto como crecer hacia una unidad positiva, avanzando por el camino de la simpatía, de la síntesis y de lo impersonal, o rompiendo a través de los velos de las personales diferencias hacia la llama central del genio que resplandece sobre las humanas inteligencias.




5. Los objetos de la Sociedad Teosófica

Aquella actitud hacia la vida y la verdad se expresa en el primer objeto de la Sociedad, que dice:

-       “Formar el núcleo de una fraternidad universal de la humanidad sin distinción de raza, credo, sexo, casta o color.”

De esta manera se funda el principio de unidad espiritual y se indican los medios de crecimiento por la simpatía, la síntesis y por una mente desprevenida.

Los objetos subsidiarios son:

-       “El estudio, junto con la demostración de su importancia, de las religiones, filosofías y ciencias antiguas y modernas; y La investigación de las leyes inexplicadas de la naturaleza y de los poderes psíquicos latentes en el hombre.”

La actitud teosófica de simpatía y de síntesis que, del primer objeto, se refiere a las aspiraciones individuales; del segundo, se extiende a los sistemas de pensamiento. A sus auspicios la Sociedad emprendió el estudio de las religiones comparadas, pero con la distinción siguiente:

Que mientras, a menudo, en las otras escuelas el método observado consiste en descubrir los puntos antagónicos o de diferencia, en la Sociedad Teosófica, desde sus comienzos, se aplica preferentemente el método de inquirir sus analogías o semejanzas, y de encontrar las verdades y leyes centrales de la naturaleza del alma en todas las religiones, y a la cual convergen éstas, como hacia el eje los radios de la rueda.

Un ligero estudio sirve para demostrar su importancia: no sólo por la nueva claridad que un criterio simpático acerca de las otras religiones derrama sobre la nuestra, sino también por la revelación que el unánime testimonio personal de los videntes y profetas, santos y místicos de todas las edades y razas, han hecho de las leyes fundamentales de la vida espiritual.

Y es imposible encontrar, por nuestra propia experiencia, las verdades primitivas claramente perpetuadas en los jeroglíficos del Antiguo Egipto, en el sánscrito de los Upanishads, en las enseñanzas de Buda, en el Evangelio del Cristo, en los escritos de Molinos y en las visiones de la bienaventurada Margarita María, sin un penetrante sentido de su realidad universal y de su profunda significación. Y es más fácil obedecer las inspiraciones de nuestra guía interior cuando conocemos que el sendero que a ella conduce lo recorrieron las grandes almas de innumerables centurias del pasado.

También por ese estudio se alza más claro ante el pensamiento occidental el genio del Oriente.  Aprendemos a ver más de una faz del escudo; y a medida que se amplían nuestras facultades de comprensión, crecemos también en humildad, en aptitud de ayuda, en las capacidades gemelas de dar y de recibir.  Aprendemos a ver que las formas de la Verdad son cada una, reales o genuinas, en su propio terreno y grado; y cada una, necesaria como suplemento de las otras.

Así la ciencia requiere el apoyo de la filosofía y de la religión para comunicar libertad a su genio, para despejarle espacios más allá de lo concreto y de lo visible, hasta que sus fines abarquen toda la vida. Y la religión, a su vez, requiere el auxilio de la ciencia, requiere sobre todo aquel su estricto sistema que reduce todas las cosas a la prueba del experimento

A ese campo científico desconocido, desenvuelto más allá de lo visible, donde el asunto de la experimentación escapa a la balanza y al escalpelo, se dirige el tercer objeto de la Sociedad, en cuya observancia aceptamos la misma universalidad de la vida, la misma actitud tolerante y abierta a las demás opiniones, que caracteriza el espíritu de la Sociedad.

Con la investigación de los poderes psíquicos del hombre nace la capacidad de exponer explicaciones, mucho más sencillas y razonables que las corrientes, acerca de los fenómenos del espiritismo.

Y a medida que se avanza en el estudio de las fuerzas sutiles de la naturaleza, se aprovechan de ello tanto la religión como la ciencia: la religión, para ampliar más el principio de que las leyes y poderes de la vida interior se evidencian y desenvuelven como la reflexión de las leyes y poderes universales; y la ciencia, para ampliar el principio de que las energías del éter son la fuente de toda energía física.




6. La actitud teosófica

Tales se consideran los fines de la Sociedad. Sólo se solicita de los miembros la adhesión simpática al primero de ellos, para que así forme su actitud intelectual hacia la vida, una como convergencia al centro, sin lo cual carecería de importancia y de significación el trabajo de la Sociedad.

Actitud franca, desprevenida, de benevolencia, tolerancia y ánimo sincero en servir y beneficiar a los demás, a la vez que de ser servido y beneficiado; y aquellos que la adopten se hallan en condiciones de elegibles, indiferentemente del género de creencias que profesen. Hasta lo infinito se multiplican las razones de aquella actitud indispensable y necesaria.

Se ve, patente, que no se someten los miembros a ninguna clase de sugestión, salvo su simpatía por el objeto de la fraternidad de los hombres, y la nueva disposición intelectual de que hemos hablado.




7. El método teosófico

Si los socios aspiran al ejercicio de su benévola inclinación y a participar del trabajo de la Sociedad, a su alcance encontrarán el método práctico para realizarlos. Es el método práctico de la libre discusión dentro de un ambiente amable de cultura y de tolerancia. Cada quien contribuye a crearlo, cada quien inclina el oído, benévolamente, hacia las varias voces de las opiniones.

El método se aplica como consecuencia de la franca disposición teosófica hacia toda verdad, porque vale; y hacia todo concepto, porque significa algo. Y presupone, desde luego, que el elemento esencial de la investigación no consiste en la importancia relativa de este o aquel juicio individual, de esta o aquella verdad fragmentaria, sino en el conjunto sintético de todas las opiniones y en sus aspectos reunidos.

Se desprende de aquí, por qué las discusiones tienden a los acuerdos y no a las diferencias. Y una idea, por más que difiera de las otras, ha de tener su lugar en aquella unidad armónica, con plena y libre oportunidad de expresión.

No se gastará mucho tiempo en la práctica de este sistema sin que nos penetremos de que nuestra verdad no se reduce a una parte fragmentaria de opinión, asida, en un momento cualquiera, a nuestra conciencia, sino que se extiende a algo más amplio y armonioso. De suerte que sus diferentes aspectos, obrando sobre nosotros desde la mente de los demás, darán riqueza, ensanche y luz, de antemano, a nuestras concepciones.

Los temas de discusión que se desenvuelven dentro de este método son extensamente variados. Pero por el carácter sintético del método, concurrente siempre a un centro, los temas elegidos conservan, de ordinario, cierta relación con un mismo origen: con la vida espiritual en la que todas las almas se unen; o con las fuerzas más sutiles de la naturaleza, de las cuales se originan las fuerzas físicas como transformaciones diferenciadas. La Sociedad Teosófica no es un simple club de controversias.

El método teosófico se emplea no sólo en las discusiones de sus Ramas, sino también, con gran provecho, en el estudio que emprenden los miembros. Estimula el acercamiento a un tema de estudio, y lleva a lo fundamental antes que a los detalles. Impersonal el método, su uso ayuda a redimirnos de preocupaciones, y a dirigir todo nuestro ahínco hacia la investigación de la verdad.

La actitud y el método teosófico constituyen el aspecto externo y la vida de la Sociedad.  Si adoptados y aplicados con persistencia, conducirán sus miembros a algo que, éticamente, es un espíritu; y religiosamente, una vida. Pero sobre estas cosas no podemos insistir ahora.




8. Historia de la Sociedad Teosófica

La Sociedad Teosófica fue fundada en la ciudad de New York, el 17 de noviembre de 1875, por Madame Blavatsky, Mr. Judge, el coronel Olcott, y otros, sobre los principios y objetos bosquejados arriba, habiendo sido sugerida la idea de semejante núcleo en conversación de Madame Blavatsky y Mr. Judge, el 9 de setiembre del mismo año.

Su nombre se deriva del griego teosofía, que literalmente significa sabiduría divina, o sabiduría de las cosas divinas, si a la acepción de la palabra sabiduría añadimos la de aplicada y practicada. Y así se distingue el término griego sophía, de gnosis, o conocimiento.

Demuestra, por lo tanto, su nombre el propósito de la Sociedad no sólo de adquirir el conocimiento espiritual, sino también de emplearlo, aportando además el largo período de su historia, desde algunas escuelas de filosofía del Egipto hasta los neo-platónicos y gnósticos.

Su mote es: “No hay religión más elevada que la verdad”, que según dicen, distinguió a la antigua familia de los Maharajahs de Benares. Conforme a lo expuesto, su nombre nos viene del Egipto y de Grecia; y de la India, su lema.

Su benevolencia, amplitud de miras y científica consagración a la verdad, atrajo pronto un círculo selecto de inteligencias; y también, como era de esperarse, sobresalientes mentalidades cuyo alcance no se podía, de antemano, medir; y a muchos otros, cuyas ideas carecían de auditorio. A todos se les acordó plena libertad, las más francas oportunidades, y una tolerancia perfecta.

A fin de utilizar el método teosófico y de celebrar reuniones regulares, se organizaron Ramas en las localidades. Así se extendieron por las principales ciudades de América, Inglaterra, Alemania, Austria, Italia, España, Noruega y Suecia, India, Australia y Sur América, anotando en sus registros a todas las nacionalidades y formas de creencia. Se editaron periódicos que difundían el beneficio de las investigaciones de los miembros; y cuyos primeros volúmenes resolvieron y esclarecieron la mayor variedad de temas.

Trataron sus páginas de cristianismo, budismo, brahmanismo, confucionismo, taoísmo, de enseñanzas religiosas olvidadas y oscuras, de viejas filosofías consideradas como heréticas por la Iglesia primitiva, de los fenómenos del espiritismo, del hipnotismo, la psicometría, clarividencia y mediumnidad; de discusiones y especulaciones sobre etnología e historia primitiva de la raza humana; de la aplicación de la doctrina de la evolución a las religiones y al alma del hombre; de nuevas y originales teorías sobre la constitución de la materia y los principios científicos más amplios, muchos de ellos anticipados a los recientes descubrimientos.



9. Lo que se llama Teosofía como esquema de vida
formulado por Madame Blavatsky

Pero lo más interesante de todo, a causa de su mayor alcance y más extensa concepción, fue el esquema de vida-filosofía que la misma Madame Blavatsky presentó como colaboración a los comentarios generales. No se diferencian los principios fundamentales de este esquema de los prescritos para la formación de la Sociedad. No es fácil resumirlos, ni siquiera bosquejarlos imperfectamente.

Envuelven y afirman la unidad del universo, la esencial identidad de todas las almas y el Alma Suprema de todas las cosas; la universalidad de la ley; una infinita evolución a través de ciclos periódicos de nacimiento y muerte, guiada por las leyes de causas y efectos, evolución en la que el hombre, tal como le conocemos, no ocupa de ningún modo el primer rango; el crecimiento de la conciencia hacia la permanente realización de su yo íntimo en la unidad central; el concepto de que todas las cosas se manifiestan como aspectos diferenciados de la Sustancia una, y todas las verdades como reflexiones de la Verdad primaria.  De manera que todas las religiones aportan su verdad más elevada si meditamos sobre aquello de que son imágenes.

Eso lo llamaba Teosofía Madame Blavatsky, asociándolo a los más antiguos sistemas de ese nombre, y cuyas características entonces como ahora, fueron las mismas.

Si respecto de estas características consultamos el diccionario, se nos dirá que la “Teosofía difiere de la Filosofía en que parte de una noción trascendental de la divinidad para tas explicaciones del universo manifestado, no generaliza partiendo de los fenómenos al ser y atributos de Dios”; y que además “difiere del misticismo en que no se satisface sólo con las relaciones del alma y Dios, sino que también especula sobre la constitución y proceso de la naturaleza”




10. Este esquema se prueba por experiencia

Asimismo procede la geometría euclidiana cuando parte de los axiomas generales a las aplicaciones detalladas.  No se da explicación alguna tocante al origen de esos axiomas, sino que la prueba de su validez se encuentra en la estabilidad y conformidad de los resultados que se desprenden de ellos.

Ocurre otro tanto con la prueba de los postulados y sistemas teosóficos, la prueba positiva, la de la estabilidad y conformidad de los resultados que provienen de su aplicación en el mundo, como sea posible que se conozcan por la experiencia.  En vista de esta prueba resulta doblemente significativa la distinción entre sophía como sabiduría aplicada; y gnosis como conocimiento.

Se desprende, desde luego, el hecho de que, en el razonamiento de lo universal a lo particular, no se emplea el método seguido en las generalizaciones filosófico-científicas; pero se le reconoce, por lo menos, como medio de enseñanza de la ciencia y de la filosofía, lo mismo que de la religión.

Al estudiante de la química no se le obliga a renovar el largo y penoso proceso concluido para descubrir sus leyes, ya que, una a una, fueron establecidas, sólo importándole probarlas y realizarlas.  No se le pide creer antes de la experiencia, únicamente se le anuncian los resultados, y dónde buscar las significaciones de cuanto se desenvuelva en su labor.  Con todo, se le exige ese grado de confianza que mueve a obedecer la guía del maestro hasta que se ejecute la comprobación definitiva y final.

Evidente aparece ese caso de confianza en la enseñanza de las ciencias físicas, donde percibimos que el maestro posee un conocimiento más profundo que el nuestro. Pero una fe idéntica difícilmente se manifiesta en la ciencia de la vida misma, en la grave y seria alquimia del alma. Porque las fuentes de la experimentación, aquí, fluyen de nuestros propios corazones y da nuestra misma naturaleza, y procedemos con dificultad en reconocer La existencia de aquellos que tienen un conocimiento más profundo de la vida que nosotros.

Si el estudio de la evolución humana versara sobre aquello en lo que se transformará el hombre (con preferencia al estudió de las formas inferiores recorridas por su organismo) entonces nos sería más fácil creer que existen seres y vidas sensibles tanto por arriba como por debajo de nosotros.

Esto constituyó un punto cardinal en la filosofía de Madame Blavatsky, la que debidamente apreciada lleva a entender mejor el método adoptado por todos los maestros religiosos, quienes sin embargo de enseñar “Como uno que tiene autoridad”, dicen: “Mi doctrina no es mía, sino de Aquel que me envió'', u ordenando: “Sed perfectos como es perfecto nuestro Padre en el Cielo”.

Gradas a la plena creencia de Madame Blavatsky en los instructores espirituales, en la continua presencia en el mundo de “hombres perfectos”, podemos encontrar el origen y la explicación de su sistema religioso, filosófico y científico.




11. La Teosofía en su sentido más extenso excede
a una definición formal

Madame Blavatsky consagró a la exposición de aquel esquema de vida la mayor parte de su prodigiosa actividad literaria, y buscando dirigir a su comprensión por todos los medios a su alcance, la inteligencia de los hombres. Y también señaló la similitud de creencias que hay en todas las enseñanzas espirituales y demostró como cada una se ajusta al plan divino.

Y para ello reveló el significado oculto de los textos sagrados, recusó teorías científicas en ese momento aceptadas apoyando otras que posteriormente resultaron ser verdaderas, traduciendo, sintetizando y reinterpretando antiguas escrituras hasta que la Teosofía apareció como el fundamento de todas. Pero jamás afirmó ser autora de lo que decía, de aquello que solo se limitaba a exponer.

Para ella la teosofía sobrepujaba a toda definición formal. Era más bien una actitud; una tendencia y crecimiento hacia la verdad. Pero siendo infinita la verdad, en su concepto solo podía conocerla, sin velo y clara, el alma que participara de lo infinito. Ni se la enseña y confirma por medio de las palabras, ni se ofrece como una fórmula a las estrechas inteligencias.




12. Las varias exposiciones sobre la Teosofía y el sentido dual
en que se emplea el término

Pero si sus principios fundamentales y aplicaciones no pueden describirse en todo su alcance, como tampoco, sin deformación, extenderse una esfera sobre un plano, por lo menos se les elucida o explica parcialmente. Se publicaron numerosos libros, artículos y periódicos esclareciendo la materia desde múltiples diferentes puntos de vista y de acuerdo con el método de la Sociedad.

Entre las obras más importantes figuran los cuatro volúmenes, poderosos y eruditos de Madame Blavatsky: Isis sin Velo y La Doctrina Secreta, y su más pequeña y popular Clave de la Teosofía, como también El Mundo Oculto y El Buddhismo Esotérico del señor Sinnet, y El Océano de la Teosofía de William Judge.

Por el mismo tiempo y en seguida de los anteriores aparecieron varios tratados de carácter más especial, tales como La luz en el Sendero, La voz del Silencio y la edición del Bhagavad Gita del señor Judge, y en el cual se aplicaron los mismos amplios principios a la vida individual, y se pautaron direcciones para los que quisieran comprobar su validez.

A causa de esta copiosa literatura expositiva, se empleó en doble sentido el nombre de “Teosofía”. Elegida originalmente para designar aquellas verdades centrales de las que, en el juicio de Madame Blavatsky, se derivan las religiones, posteriormente se la asoció más particularmente con las pruebas de su exposición.

1) En el sentido primario y literal de “sabiduría de las cosas divinas”, la Teosofía significaba igualmente la sabiduría del cristianismo, la del buddhismo y de la ciencia: con una síntesis superior a un simple enunciado verbal, y cuya existencia era perceptible por el método y la actitud teosófica.

2) En el sentido secundario se la aplicó especialmente a apoyar y a reinterpretar algunos elementos de la síntesis.

Y de hecho cada uno de nosotros usa el término “verdad” precisamente con la misma dual significación, expresando de este modo ya el carácter de verdad universal en su infinita integridad, o ya también la porción fragmentaria y deformada que, a veces, nos parece la opinión verdadera. Esta dualidad no presentaba inconveniente alguno a los miembros que, educados en la actitud y método teosóficos, aspiraban a la verdad por la síntesis y consideraban parcial toda declaración formalizada. Pero para el público ha sido causa de mucha confusión.




13. La Sociedad Teosófica no fue ni es sectaria de la Teosofía
ni de ningún otro sistema de pensamiento

Por consecuencia y amplia visión del concepto de vida lo mismo que por su genio y poder personal, Madame Blavatsky conquistó muchos adherentes tanto dentro como fuera de la Sociedad Teosófica. Pero, salvo a que los principios fundamentales de este sistema se reflejaban también en los objetos establecidos de la constitución de la Sociedad, esta no aparecía más sectaria de la Teosofía que del buddhismo, o del cristianismo, o espiritismo, o moderna ciencia.

Este conjunto de doctrina y credos se discutió, estudió y elucidó en libros, artículos y reuniones de ramas, y también la Teosofía. A entera satisfacción de sus sostenedores, y con libres y bastantes facilidades acordadas por la Sociedad, se presentaron, y asimismo se defendieron, toda clase de teorías.

Cada miembro adoptó el parecer o la creencia que conceptuó más racional; y de este modo creyeron muchos en la filosofía de Madame Blavatsky, como otros en las opiniones que entonces defendían los espiritistas.  Y cada quien formó su juicio propio acerca de ciertos particulares esenciales donde uno ú otro sistema diferían y se contradecían. Si el mayor número apoyó las apreciaciones de Madame Blavatsky se debió a que les parecieron más claras, o más cerca de la verdad, o quizás al poder de ella como expositora.




14. La libertad de conciencia es la clave de
la historia de la Sociedad

En esa forma absoluta para exponer, defender o abrazar ideas, y en las reglas capitales de su constitución, cifra la Sociedad su historia. Todo miembro ejerciendo el derecho de merecer una plena y respetuosa atención a sus opiniones, cree o no en esto o en aquello, sin comprometer, de ninguna manera, la impersonalidad del Cuerpo, de cuyo seno han surgido genios brillantes, personalidades de relieve eminente. Desde su tribuna se han defendido opiniones de la más profunda sabiduría y de la locura más abierta; y cada quien ha dispuesto de oportunidad para su pensamiento y su experiencia, aprovechándose de ello la Sociedad y el mundo.




15. Fenómenos psíquicos de Madame Blavatsky

Uno de los motivos más frecuentes a engaños, respecto de la Sociedad, descansa en los fenómenos psíquicos que en numerosas ocasiones exhibió Madame Blavatsky. Hasta los que reconocen cuánta prudencia implica la cortés consideración de todos los pareceres, preguntan a menudo, por qué se dispensó acogida a los fenómenos mencionados; por qué una doctrina de la magnitud de la Teosofía se la confundió, por asociación, con las materializaciones de copas de té y de retratos, precipitación de cartas, o trasporte de objetos materiales, sin aparente contacto físico, a través del espacio.

Nada impedía que Madame Blavatsky fuese como era: tal la respuesta desde el punto de vista de la Sociedad. Los fenómenos pertenecían a ella, no a la Sociedad. Dentro de esta, su genio esclarecido, sus dones psíquicos de orden notable, sus muchas peculiaridades y fuerza personal disponían de un campo sin estrecheces, despejado y libre, el mismo de que disponían los demás miembros con su genio y peculiaridades propias.

Sus motivos, actos y carácter personales no interesaban oficialmente al núcleo Teosófico, usando ella el derecho de sus peculiarismos, del modo que otro miembro cualquiera los suyos. Acertada o errada, merecía escucharse; y bajo estos auspicios propuso y defendió sin restricciones sus ideas.

Correspondía a la capacidad del compañero el aceptarlas o no; pero la Sociedad pautaba su procedimiento en otra forma: declinando explícitamente toda responsabilidad acerca de las afirmaciones de sus miembros. Porque de un todo impersonal en su principio de fraternidad, ni excluye ni distingue, a fin de que nada entrabe en su ejercicio el pensamiento o criterio de ningún individuo.

Si quien pregunta, calificase aquellos fenómenos de triviales e indignos de una filosofía como la expuesta por Madame Blavatsky; o si se les considerase de imposibles, o bien de necios a sus crédulos, entonces la respuesta de la Sociedad sería la misma: no nos atañen semejantes consideraciones.

Acéptense o no los fenómenos, falso o verdadero el juicio acerca de ellos, en nada nos afectan tales decisiones: Así se coloca, en completo apartamiento la personalidad, para que se la juzgue según sus propios méritos.

¿Esa personalidad explica la vida y el mundo como usted los conoce?
¿Le parecen a usted verdaderas la explicación y sus pruebas?

Si así, acéptelas; o si no, rechácelas. O acéptelas o rechácelas en parte. De cualquier modo que usted piense o sienta, la Sociedad Teosófica nada sabe de las personalidades

Pero si la pregunta se formulase de diferente manera dirigiéndose, no ya a la Sociedad, sino a la opinión particular de un estudiante, inquiriéndose el por qué adoptó Madame Blavatsky el extraño método de producir fenómenos, entonces quizás se presentaría la ocasión de apreciar las condiciones del pensamiento del mundo en el momento en que se fundó la Sociedad.

En estas condiciones nos hemos ocupado ya, siendo del caso recordar aquella marea creciente del espiritismo en Europa y en América, protegida por un vasto conjunto de testimonio fenomenal, cuyas explicaciones ofrecían una mezcla de superstición y de materialismo.

Madame Blavatsky rechazaba la superstición con toda la intensidad de su carácter decidido. Para ella todo era ley, y los fenómenos no significaban otra cosa que manifestaciones de leyes generalmente desconocidas, como la acción de fuerzas más sutiles de la naturaleza.

Ella probaba que podía reproducir todos los fenómenos del espiritismo por la actividad de fuerzas que, aunque anormales, en el sentido de no hallarse sino latentes antes que desarrolladas en la mayoría de los hombres, no eran de ningún modo sobrenaturales. Esto, podemos decirlo, su propósito, demostrado hasta la evidencia para los criterios imparciales.

Lo que Mr. Piper y Eusapia Palladino y los investigadores de fenómenos psíquicos ejecutan hoy, hace un cuarto de siglo que lo ejecutó Madame Blavatsky, añadiendo a la producción de los fenómenos un discurso explicativo de sus causas, lógicamente conforme e inteligible para muchos.

O también podemos decir que en apoyo de su esfuerzo por encaminar el pensamiento humano hacia la realidad y el poder del mundo interno, y en su acentuada insistencia sobre la eficacia de las fuerzas más sutiles de la naturaleza, importaba, y hasta se necesitaba, exhibir tangibles demostraciones de la acción de aquellas energías.

Permítasenos por un momento colocarnos en el sitio de ella, con su misma ardiente convicción, nacida de la experiencia, personal, de que la larga serie de videntes y místicos que han encontrado a su Maestro, faz a faz, por medio de la visión o de la frecuente correspondencia, no fueron engañados; de que Cristo, Krisnha y Buddha los más grandes de la pasada historia, entraron, de cierto, en la inmortalidad, viviendo y trabajando por los hombres, hasta ser conocidos por aquellos que le ofrendaron amor y cumplieron sus mandamientos.

Supongamos que también nosotros hayamos sentido la realización de esa promesa y que por eso el conocimiento y el poder que no poseíamos—salvo el color que toman al atravesar nuestra mente—pudiéramos comunicarlos al mundo; imaginémonos así, profundamente sensibles de nuestra gran responsabilidad, exponiendo nuestra misión, solos, sin amigos y sin recursos, entonces cabe preguntar:

¿Cómo haríamos para obtener atención, dónde y cuándo?

Porque ¿en qué forma se da cuando no existe la capacidad de recibir?  Y para recibir, se necesita cierta suma de fe. No la ciega que no investiga, sino la que conduce a la experiencia y a la prueba exacta.  ¿Cómo ganar esta fe aquellos que “tienen a Moisés y los Profetas” y no los oyen?  ¿No hubiéramos tenido que mostrar algunos de los signos del poder al alcance del discipulado?




16. Imparcialidad e impersonalidad de la Sociedad Teosofía
demostradas por su historia

Pero cualquiera respuesta personal que se diera razonadamente por uno u otro de los miembros, la de la Sociedad continuaría invariable. La absoluta libertad de los miembros en la exposición de sus ideas no quebranta ni destruye la completa impersonalidad e imparcialidad de la Sociedad, cuya historia ha sido una continua demostración de aquellas dos condiciones en cuanto al individuo y en cuanto al grupo.

Muchas veces algunos miembros de poder y brillo personal sobresalientes han conquistado, gracias a semejantes dotes, numerosos partidarios en las filas de la Sociedad. Y todo está bien, mientras la acogida de aquella dirección u opinión sea materia de voluntaria creencia personal.

Semejante a las mesas centrales de una gran librería, la Sociedad difunde en escritos innumerables sus disertaciones sobre el mundo espiritual, para que, disfrutando cada miembro de la más amplia oportunidad en el sentido de sus ideales y provecho, elija y acoja libremente las de su conveniencia y parecer.

Pero cuando alguien, o alguna facción, pretende comprometer la Sociedad, como tal, en un concepto, creencia, o bien en pró de alguna persona, entonces ese individuo, o esa facción, rompe con los principios fundamentales que constituyen la Sociedad; y desde luego queda separado de su organismo.




17. Rompimiento de Mrs. Besant con aquellos principios

Ese fue el caso ocurrido con Mrs. Besant, otra mujer de brillantes dotes, intensa fuerza personal y ricas peculiaridades. Separándose del principio esencial de la tolerancia, acusó a su compañero Mr. Judge de falsedad deliberada al referir los orígenes de ciertas cartas.

Como materia de opinión privada, ella tenía derecho a sostener la suya, ya respecto del origen de las cartas mencionadas, ya respecto de Mr. Judge; pero cuando la convirtió en fundamento de formales acusaciones de mala fe ante el cuerpo gobernante de la Sociedad, compeliéndolo a instaurar un juicio contra Mr. Judge y a decidir entre las afirmaciones de este y las acusaciones de ella, no sólo violó la regla primaria de tolerancia, sino que rompió con los fundamentales principios de la libertad individual, y de la imparcialidad e impersonalidad de la constitución de la Sociedad.

En tanto, Mr. Judge se apoyó honradamente en esos principios. Rehusó, de un todo, defenderse o explicarse ante semejante tribunal, sosteniendo que su opinión era de orden privado, y que fuera errónea, o verdadera, el punto no atañía de ningún modo a la Sociedad. Si esta le hubiera procesado, se habría comprometido como tal, a asumir la responsabilidad de cualquiera de las dos opiniones ya definidas.

No importa el fallo que dictara al fin; fuera de la carencia de facultad jurisdiccional, cualquier decisión hubiese destruido el carácter libre e imparcial de la Sociedad Teosófica, desde luego que ella es independiente, o tiene que serlo, de cualquier creencia u opinión que profese este o aquel de sus miembros. La equidad y eficacia de este argumento se reconoció inmediatamente; y en consecuencia, se abandonó el tribunal formal de inquisición que proyectó instruir Mrs. Besant.

Si se preguntase hoy: ‘‘¿Eran esas cartas provenientes de los orígenes declarados por Mr. Judge?”  La respuesta desde el punto de vista de la Sociedad Teosófica, no sería otra que aquella en la que él mismo insistió: que semejante núcleo, como tal, carece de facultad para pronunciar un juicio.

Aun, si se solicitase el parecer particular de algún miembro, una idéntica confesión de incompetencia sería invocada. Pero nadie que conociera la inquebrantable honradez de Mr. Judge y su larga vida consagrada a la investigación de la verdad, preguntaría acerca de su sinceridad e integridad.

En tanto que hay muchos, que conociendo los hechos, y de positivo discernimiento, responderían con una afirmación absoluta: “Sí. Yo sé por mi propio conocimiento; y estoy enteramente convencido”.

Sin embargo, las circunstancias y la naturaleza de Mrs. Besant, fueron tales, que arraigó en ella la suspicacia y la calumnia; y persistiendo en estas lo mismo que en sus acusaciones, se separó, junto con sus partidarios, de los principios fundamentales de la Sociedad, quedando con ellos separada de su organismo vivo.

Desde entonces la órbita de su genio personal gira fuera de la Sociedad, arrastrando en su movimiento, hacia las investigaciones psíquicas y la filosofía sectaria y cristalizada, a un extenso número de los antiguos miembros. Pero continuaron inviolados los principios de la libertad de la Sociedad Teosófica.




18. Rompimiento con los principios por Mrs. Tingley

La estabilidad de los principios y su vitalidad inherente se demostraron en el caso de una tercera mujer de notables cualidades y poderes que condujo al rededor del mundo lo que generalmente se interpreta como una especie de cruzada teatral con el propósito de difundir su concepto sobre la Teosofía, empleando en ello el nombre de la Sociedad.

Dentro de su derecho se hallaba, desde luego, al desplegar semejante actitud, y también los que la seguían y apoyaban. Buenos o malos, insignificantes, necesarios o innecesarios los métodos que aplicó, ello resulta indiferente desde el punto de vista teosófico. Fue la expresión de su genio, y esto explica, en ese respecto, su bondad.

Pero cuando a su regreso, orgullosa del ruido de sus éxitos, y exaltada por la adulación de sus partidarios, trató de dominar una de las Convenciones de la Sociedad, obligando a sus miembros a la promesa de reconocimiento de su autoridad directora para seguirla adonde ella juzgase conveniente, rompió entonces, con los principios fundamentales de la Sociedad Teosófica, y así junto con su séquito, abandonó sus filas.

Multitud de ejemplos más podrían citarse en pró de lo inviolable de las garantías de libertad e imparcialidad del núcleo teosófico. En la Sociedad, como en una vasta antecámara, se abren muchas puertas.

Aquellos que han salido por ellas, solos o con otros, sea hacia lo que consideran más elevado, o como sitio mejor, sea para retroceder, si se desilusionan, han rendido a la Sociedad un servicio tan durable como profundo.

Se les debe reconocimiento no sólo por sus colaboraciones como miembros, por su libre acción, por los frutos de su genio y la sinceridad de sus ideas, sino también por su separación; porque se ha vertido una gran cantidad de luz sobre los principios que informan la existencia de la Sociedad, y por la demostración presentada respecto de la firme estabilidad de sus fundamentos.

En el cuerpo teosófico, donde se aprende por la libertad de los criterios, por la simpatía y la síntesis de las materias expuestas, y donde la enseñanza tiende al Yo, el fracaso y el éxito, la ignorancia y la sabiduría, la debilidad y el vigor, son lecciones de igual importancia.

Por crecido que aparezca el número de los separados, por varias que sean las ramas constituidas por tal motivo, la Sociedad permanece libre, fiel a su propósito original, cumpliendo sus principios fundamentales, segura a su destino señalado. Y por todo ello ha recibido beneficios.




19. La historia de la Sociedad escrita en el pensamiento del mundo

Con todo convencimiento, repetimos, no obstante lo breve de una revista como la presente, que la historia verdadera de la Sociedad Teosófica no se encuentra ni en el proceso de su organización, ni en el brillo de las personalidades que han asumido rasgos prominentes en ella, sino, más bien, en la difusión y desenvolvimiento de los principios que sustenta.

Vimos que estos principios establecen una actitud intelectual y un método práctico — actitud y método inherentes a la Sociedad — y cuyas huellas se descubren en el pensamiento del mundo.

¿Y por ello, se cuenta con beneficio y progreso?

Para responder a esa pregunta sólo bastaría comparar las condiciones de hoy con las de 1875. Al sectarismo que sellaba nuestras convicciones ha sucedido una tendencia liberal. Por dondequiera han caído las antiguas barreras. Lo que anteriormente se consideró como campo fraccionado o dividido, se reconoce ahora como uno solo de conocimientos.

En ninguna parte se observa con mayor elocuencia este suceso como en los grandes descubrimientos científicos de los últimos treinta años. Hoy cada ramo de conocimiento se apoya en el otro.

La química y la física se confunden, y se ilustran recíprocamente; y conducidos por ambas, hemos penetrado hasta lo más hondo de los misterios del átomo, a veces apoyados en la química, a veces en la física, a la manera de como se desciende por una escala alternando de pie a pie.

Y unidas ambas, han colaborado a los progresos de la astronomía: por la plancha Fotográfica y el análisis espectral se sabe de las estrellas invisibles, y también de los elementos que arden en el aura del sol.

Ambas unidas sirven, además, de instrumentos en el estudio de la biología, y a su vez se han enriquecido con las observaciones de los fenómenos estelares y con la doctrina de la evolución nacida de las investigaciones biológicas.

Y no se duda de que los progresos más señalados se cumplieron precisamente en el punto donde se derribaron las viejas barreras o las viejas intransigencias, y donde sumaron sus aguas, en un solo curso, las dos corrientes de pensamiento. Problemas hasta entonces irreducibles, entregaron con facilidad sus secretos cuando, cambiando el ángulo de aproximación, los hirió la luz de otros conocimientos. El adelanto de la ciencia testimonia el fecundo influjo de la actitud y del método teosófico.

Es digno de notarse, además, que aquel adelanto ha venido cumpliéndose en la dirección envuelta en el tercer objeto de la Sociedad. Hace treinta y cuatro años asomaban su infancia nuestras nociones acerca del éter, y no se exagera si se afirma hoy que sabemos más de ello que de cualquiera otra forma de materia.  Porque al fin hemos concluido, por darnos cuenta, de que lo visible y lo tangible son más bien un efecto que una causa; y antes que una sustancia, sólo apariencias y sombras cambiantes de lo permanente.

Y con esta nueva y creciente noticia de las fuerzas sutiles de la naturaleza, el viejo materialismo de la ciencia, siente, en consecuencia, la pérdida de su importancia y de sus conclusiones. No ha sido menos interesante el cambio de actitud de la religión ortodoxa. Su antiguo tono dogmático es ajeno y extraño al pensamiento moderno. La lucha y la acritud sectarias ceden a una condición más tolerante y al reconocimiento de un mismo fin.

El extenso estudio sobre las Escrituras Orientales ha proporcionado una percepción más clara acerca de la unidad de asuntos y de testimonio de todos los grandes sistemas religiosos, dando origen, así, a un sentido más profundo respecto de la verdad de la ley espiritual.

Ya la ciencia no se considera adversaria de la religión, sino más bien como quien, si quisiera, fuera su intérprete mejor.  El ciego materialismo y la desrazonable superstición, aunque contrarios, marchan paralelamente a desaparecer.  Y eso demuestra, a las claras, la acción y la eficacia de la actitud y del método teosófico, tanto en las tendencias del pensamiento religioso, como en las de la ciencia.

Ningún triunfo más grande para un hombre de índole generosa y abnegada que contemplar los ideales, por los cuales largamente lidió, victoriosos en su medio.  Porque semejante hombre, no alimentando interés egoísta alguno, confunde su personalidad con la causa a que sirve.

Y poco se cuida de si fue grande o pequeña la cantidad de esfuerzo que empeñó en la obra, para complacerse tan sólo en saber que lo que ejecutó pregona lo más elevado de él.  Deja a los demás el asunto referente al grado de crédito personal adquirido, seguro de que, por ese medio, inquirirán las cuestiones referentes a la Sociedad Teosófica.

Supongamos pues, que un nuevo movimiento empuja al mundo, supongamos también que ese movimiento sigue la dirección de los ideales de la Sociedad, y que la práctica de la actitud y del método teosófico han jugado un papel importante en el progreso moderno, aun quedaría en pie la pregunta siguiente:

¿Hasta qué punto se debe ese progreso a la Sociedad misma?


La respuesta abarca tres puntos principales:

1) Primero: la Sociedad merece el crédito de ser consciente expositora de los principios triunfantes, consciente guía de lo que por otro respecto se difunde insensiblemente.

Corre ya la tercera parte de una centuria en que ella asumió y adoptó su actitud y método, en sentido contrario al pensamiento general de su época; los ha mantenido inviolables en medio de las vicisitudes de su historia, y su continua labor ha determinado el avance de ciertas ideas de libertad, tolerancia, síntesis y unidad.

Y el mundo las ha seguido, de manera que, en este particular, la Sociedad Teosófica ha conducido la evolución del alma moderna. No una dirección autoritaria, porque “la Sociedad carece de autoridad personal para obligar o para imponerse,” sino ejerciendo ese dominio conductor e invencible de una visión más amplia y poderosa, de un designio consciente, aun cuando los conducidos no reconozcan su existencia.


2) Segundo: la Sociedad, por medio de sus miembros, inspirándolos, y concediendo libertad y oportunidad a sus facultades, ha contribuido directamente al cambio de la mente del mundo. Para tratar, con acierto, este punto, se necesita subdividirlo y amplificarlo, por cuanto ocupa un campo más vasto que el que de ordinario se le atribuye. Ya se hizo mención de la opulenta variedad de nuestro caudal literario.

En libros y artículos se expusieron, y asimismo se anticiparon muchos recientes descubrimientos y teorías científicos. Es del todo cierto que la mayor parte de esos descubrimientos y teorías han venido a luz, aplicándose un método muy distinto al de la ciencia moderna, ya que un ancho espacio separa una hipótesis científica de su verificación experimental.

Cuando se formula una teoría de posible realización más tarde, se rinde un servicio; pero este servicio lo apreciará tan sólo, justamente, el hombre de ciencia que ha confrontado masas de fenómenos, para cuya expresión carece de clave o indicios. Porque, a menudo, sus dificultades consisten en plantear el problema antes que en resolverlo. Una vez expuesto con claridad, se tiene a las manos el hilo de su trama.

Esa cualidad sugerente caracteriza, en grado extraordinario, los libros de Madame Blavatsky; y constituye, en gran parte, el valor de otros escritos de la memoria de la Sociedad. Es difícil estimar la extensión de su influjo, lo mismo que sería difícil determinar la cantidad de mérito que se debe atribuir, en nuestros actuales buques torpedos submarinos, a la concepción de Las veinte mil leguas de Viaje submarino de Julio Verne.

Creó una referencia fantástica, excitó la imaginación de multitud de hombres, quizás más hábiles que él, hasta que su fantasía se tomó en cuenta; y gracias a una labor persistente y colectiva, su Nautilus se convirtió en un hecho.

Pero la contribución de la Sociedad al adelanto de la ciencia no se limita a una mera insinuación sugerente, a efectos de propaganda, ya que entre sus miembros se distinguen muchos que han participado, no poco, de los progresos científicos.

Para demostrarlo, sin más comentarios, bastaría con los nombres de Alfred Russel Wallace, Camilo Flammarión, Thomas Edison, o Sir William Crookes. Además, tocante a la deuda de gratitud de Sir William Crookes a Madame Blavatsky, interesa notar que de sus experimentos sobre la “materia radiante” se originan los ulteriores descubrimientos de los rayos X, de los rayos Alpha y Beta, y de los fenómenos de radioactividad que han revolucionado nuestro concepto sobre la materia.

Pero donde más fácilmente se marca la directa contribución de la Sociedad es en el desenvolvimiento y cambio del pensamiento religioso, como aparece en lo ya dicho acerca de su activo estudio sobre las religiones comparadas, y sobre la divulgación e interpretación de las Escrituras Orientales.

En este sentido, ha sido tan propagandista de ideas como colaboradora principal en su cumplimiento. Sin embargo, su contribución más eficaz se mide por las pruebas expuestas de que el sectarismo no fundamenta la religión, y de que la tolerancia, y la liberal amplitud de miras, esclarecen nuestra percepción sobre la ley espiritual como sobre la ley natural.

El espíritu de libros tales como Las Variedades de la experiencia religiosa, de James, o La Luz Interna y El Alma de un Pueblo, de Fielding Hall, o aquellos dos notables volúmenes de autor desconocido, El Credo de Cristo, y El Credo de Buddha, es el efecto lógico del trabajo de los miembros de la Sociedad; y, si no fuera por esto, apenas sería posible aquello hoy. Así, pues, la causa de todo el movimiento modernista en teología puede encontrarse en el concepto sobre la verdad que constituye la razón fundamental de la actitud y del método teosófico.


3) Debe reconocerse como tercer factor el influjo indirecto de la Sociedad sobre otras organizaciones, en '.as que muchos teósofos han sentido el deber de tomar parte activa en los movimientos civiles, religiosos y científicos, infundiendo necesariamente la vida de la actitud y del método teosóficos. Porque en ninguna parte se halla con tanta claridad demostrado el carácter, en absoluto anti-sectario, de la Sociedad, como en su influencia sobre sus miembros.

No hay proselitismo, y poco pierden las viejas formas de creencia. Los miembros, a menudo, ganan en las discusiones un sentido más claro sobre las verdades de sus credos. El cristiano mejora su carácter de cristiano, lo mismo que el buddhista el suyo, entrambos reconociéndose como devotos de comunes principios.

No cabe duda en cuanto a este punto, porque ¿en qué forma se conmueve la fe de un hombre por el descubrimiento de que otro participe de su propia verdad?

La Sociedad debe la mayor parte de su influjo a su independencia de todo proselitismo. Sus miembros figuran en todas formas de organización, participando libremente de las actividades de la época, difundiendo la índole teosófica, y así trabajando a semejanza del “pequeño fermento que levanta toda la masa.”

La Sociedad no tiene el intento de convertirse en una grande y poderosa organización. De hacerlo así, habría fracasado en sus propósitos. Trata de constituir el núcleo de una fraternidad universal, trabajando por irradiar y difundir su espíritu por el mundo.


(Este escrito fue publicado en la revista Dharma de julio y octubre de 1913, falta el inicio y final del artículo pero pueden leerlo en su totalidad en inglés aquí.)




LAS DIFICULTADES DE LA MEDITACIÓN



(Henry Bedinger Mitchell fue un profesor universitario y teósofo estadounidense, y sobre este tema él mencionó lo siguiente.)


II

« Hemos procurado, en lo que precede, bosquejar los grados sucesivos de la meditación; y para adquirirlos, hemos procurado también describir los respectivos poderes del corazón y de la mente. Semejantes poderes, sin duda, los poseemos todos nosotros, puesto que común y frecuentemente los activamos en otras direcciones; pero rara vez se les dirige o desarrolla en la línea debida.

A las claras se nota la carencia de disciplina, y esa falta influye de manera perjudicial sobre las energías del corazón. Porque el sistema educador del occidente si compele, por lo menos, al dominio parcial de las facultades lógicas y comparativas de la mente, olvida, por entero, la obra que tienda y sirva a dirigir y enseñar al corazón.  Y tal olvido explica por qué la vasta mayoría de la gente occidental, no sienta, salvo en momentos excepcionales de inspiración, la existencia del mundo interno.

La potencia dinámica del amor si se la educa para que se mueva hacia los ideales superiores, conduce la conciencia de lo externo a lo oculto, de la forma a la esencia; pero, también, si se la abandona al desenfreno, se dirige hacia afuera, en la forma de los deseos, en busca de objetos concretos del deleite de los sentidos.

Esa tendencia a lo concreto se muestra obstinada y persistente, una vez convertida en costumbre. En los “Upanishads” se la nombra: “el nudo del corazón”. Y sólo cuando se sueltan los lazos del nudo, se conoce la paz interna.

Cualquiera que sea el punto de vista que se elija, se descubre la importancia fundamental de aquel cambio del corazón. Me han dicho que entraña el mismo sentido de la palabra griega “arrepentimiento”, como en frases de este valor:

    -  Arrepentíos que el Reino de los Cielos está cerca.

Ese cambio debe preceder a todo empeño serio en la tarea educadora y disciplinaria de nosotros mismos, y servir de origen a cuanto sobreviene luego. Sin amor a la vida espiritual, resulta inútil todo trabajo para conquistarla.

Con todo, no es fácil, de ningún modo, amar una cosa tan vaga y abstracta como se revela desde luego el concepto del espíritu o el ideal de bondad y de justicia, ya que la eficacia inspiradora e impulsiva de la voluntad, o el verdadero deseo, de por sí efectivo, no se adapta pronto a las abstracciones. Ni tampoco se destruye la dificultad concretando más nuestros ideales o cristalizándolos en alguna forma mental; porque así, fuera lo mismo que frustrar nuestros fines.

Si, en resumen, sólo se aspira trascender a toda forma y apariencia por medio de la fuerza práctica del amor; si, por lo tanto, se aspira a eso, se tiene que convertir el corazón a lo interno; hacer más profundo el amor y más intenso el deseo; y cuidar de que el objetivo buscado ni se concrete ni se materialice.

Hay un nombre que se aplica al alma en la literatura oriental, de sentido valioso en estas analogías: “el de gran desterrado’’. Imagínese un prisionero, digamos uno que, por largo confinamiento en el trópico, ha caído en el propio abandono y laxitud de cuanto le rodea, ahogando en su memoria los ideales más poderosos de su patria.

Llévesele un mensaje, o un motivo de recuerdo, quizás un aire musical o alguna ocurrencia igualmente ligera; pero bastante a evocarle la visión de su pasado. Le fuera posible extinguir el recuerdo, o desdeñarlo de un todo; pero si reflexiona sobre él, lo agita y anima, se tornará en dinámico; y midiendo toda su caída comprenderá qué firme y persistente esfuerzo se necesita para rehabilitar su ayer.

Lo que el deportado debería disponer, cabe en nuestro aprecio; y en verdad, que nos reconocemos capaces de servirle con los consejos más excelentes. Con todo, conceptuamos, más difícil para nosotros cumplir el mismo consejo, no obstante de que nuestra presente posición guarda estrecha analogía con la del prisionero. Despierta, en él como en nosotros, la memoria de una vida más verdadera que esta.

Y también en nosotros se manifiesta la necesidad de un persistente esfuerzo, si no estrechamos la inspiración en las actividades de lo exterior, o retrocedemos a la condición letárgica de la cual nos hemos temporalmente redimido. Con este pasaje se aclara el rumbo que nos importa seguir en nuestra tarea.

Porque se nota, ahora, que el asunto de éxito o de fracaso consiste en conservar las impresiones e impulsos experimentados en los momentos de inspiración, que comunicando a la voluntad el aliento inicial ascendente, la llevan a lo alto. De aquí se deduce que el primer cuidado se contraerá a procurar que duren los deseos inspirados, lo más posible, reflexionando sobre ellos. Se origina, además, el efecto de invocar nuevos alientos, en la misma forma que el hondo pensar sobre un recuerdo provoca la florescencia de otros.

Existe el hecho curioso relacionado con toda experiencia oculta, a semejanza de la que se acaba de indicar, que cada grado de desarrollo envuelve a los demás, dando la consecuencia de que el éxito en una dirección cualquiera requiere, e implica, un conjunto de éxitos en otras muchas direcciones.

O bien, que tales grados aparecen más paralelos que subsiguientes. Obsérvese esta circunstancia en lo ya escrito, desde luego que el reflexionar sobre los momentos inspirados corresponde exactamente a la meditación misma.  Si lo primero resulta feliz, no fuera difícil la meditación.

También, pues, se tienen que solicitar otros auxiliares.

Y se encuentran en muchas pequeñas observancias capaces de integrar en la vida diaria.  Y son: la elección de tiempos fijos e invariables para el aislamiento y comunión consigo mismo, empleando la voluntad en excluir todo pensamiento referente a los cuidados y ocupaciones habituales.

Durante estos períodos tranquilos parece que los ideales se acercan más; y muy pronto se aprende a buscarlos como fuente de calma y de consuelo.

Otra práctica de ayuda poderosa se adquiere en la lectura de libros espirituales, abiertos anales de experiencia y de leyes del mundo interno, que hablan de la vida de los santos y místicos del pasado. No se concluye ningún estudio serio acerca de estos escritos sin impresionarse por la unanimidad del testimonio, de que hemos ya hecho mención.

Gracias a ello sabemos que la senda en donde ahora entramos fue hollada, antes que nosotros por otros pies; y gradualmente, aunque nos sería arduo decir con qué o con quién, crecemos en un sentimiento de compañerismo. Esto contribuye a mantener firme el corazón, como también cualquier estudio de la vida interna.

Paralelas a las observancias y prácticas referidas, fortalecedoras del amor del alma, discurren otras que tienden a debilitar el dominio de los sentidos y a destruir en ellos la potencia de los deseos.

Una de las más útiles descansa en los esfuerzos deliberados por desprendernos, primero, de los actos; y después, de nuestros pensamientos y sentimientos. Y así, el cultivo del desinterés, práctica sostenida igualmente por los instructores cristianos y los filósofos orientales.

Un corto ejercicio de esa virtud demostrará su valor, estableciendo cierto equilibrio e impersonalidad de examen y juicio, difícil de lograr bajo la pesadumbre de la vida moderna. Y aun más que esto, por cuanto si se persevera, se recoge la advertencia de que muchos deseos y emociones tenidas peculiarmente como propios, no lo son en modo alguno, sino que llegan de fuera como a las playas las olas de la mar.

Se aprende a interpretarlos con el carácter de fuerzas impersonales de la naturaleza; y cuando tal ocurre, pierden desde luego su dominio sobre nosotros. Cautivos, más por costumbre que por fuerza, sólo necesitamos, para redimirnos, de percibir nuestra libertad.

Aquel aprendizaje se vigoriza y alienta, además, con actos de auto-disciplina y de renunciación.  Gozo mayor hay en ejercitar los músculos morales que los del cuerpo, y nos baña como una sensación superior de fuerza y de libertad. Ensayadlo con algo que os agrade.

¿Fumáis?

Abandonad el tabaco, por ejemplo. Sabréis lo dominante del deseo y cómo os excita, en la primera semana; en la siguiente, ganaréis una sensación de vigor y desahogo; luego, la ausencia de incertidumbre; y júbilo, en fin, por el uso y el poder de vuestra voluntad.

Por el concurso de esos medios y de sus auxiliares, la energía impulsora del deseo se desliga, poco a poco, del plano de la sensibilidad externa para dirigirse al espíritu, acelerando y ampliando nuestro amor e impeliéndonos hacia él en crecientes aspiraciones. La voluntad y el corazón se purifican y fortalecen; y a medida que se suavizan, conviértanse nuestros ideales en mucho más puros e íntimos, acogiéndolos después con amor, para encontrar allí, continuamente renovada, una fuente de inspiraciones.

Unida a la disciplina del corazón, y por ella favorecida en grado preeminente, se requiere disciplinar la mente en la concentración y la contemplación. La naturaleza de esta disciplina se ha indicado ya. Y con esto, aun cuando se nota como fácil el logro de estos poderes, para adquirirlos se consume la pujanza de un largo proceso. Precede, así, la faena de un meditar prolongado, antes de que se disponga de un definido dominio sobre la mente.

La indiferencia acerca de este precepto determina la multitud de dificultades, tan comunes, en la meditación, dificultades que, aun a riesgo de repetición, convendrá examinar por orden.

La primera de ellas consiste en la inhabilidad de mantener la mente fija, en el objeto de meditación. Esta inhabilidad equivale a un fracaso en la forma más elemental de la concentración. La tendencia discursiva que hemos analizado ya, se anima, y divaga el pensamiento, por entero, sobre diversos puntos. Pero valen mucho para triunfar, en definitiva, la práctica y la costumbre diaria, a cuyo influjo metódico disminuyen las dificultades, volviendo la mente, día tras día, sobre el mismo tema.

La segunda dificultad surge en la contemplación: fijar la mente después de llenarla de silencio y de paz. Si a la mayor parte de nosotros se nos dijese que estuviéramos en silencio, creeríamos, sin duda, obedecer la orden absteniéndonos de hablar. Como sabemos lo que se entiende por callar, pues, asumimos la quietud de la palabra hablada.

Pero luego de cumplido el mandato percibimos, si prestamos atención, que realmente el monólogo de la mente continúa. Sus pensamientos suenan en frases, no menos reales, por el hecho de ser inaudibles al oído físico; pero podemos callarlos con un acto de voluntad. En efecto nos importa aprender a callar, no sólo las voces de la mente, asimismo que las de los sentidos y de las emociones. Y concluimos por estimar su necesidad, ya para ese grado de la meditación, o para la salud.

Quien entre seriamente en el sendero de la disciplina mental para el dominio de la concentración, sentirá la inapreciable virtud de aprender a reposar. Es un arte que conocen pocos, y su secreto lo atesora el silencio. Sin embargo, se yerra a menudo cuando se busca el silencio de la mente sofocando todo pensamiento que nace. Porque ella queda así errante y sin guía; y por lo tanto recepta y refleja toda forma o corriente del mundo psíquico que pasa.

Proviene de esto el peligro del psiquismo, el “cul de sac” (calle sin salida) astral, de que hemos estado siempre advertidos. Se origina de la condición negativa de la mente y del método impropio conque se ha ido en pos del silencio.  La calma de la mente se adquiere por la atención intensa prestada a un solo ideal, u objeto. Que, en cuanto al ideal, sea la mente reflexiva y pasiva; y para todo lo demás, exclusiva y positiva.

El tercer inconveniente consiste en que, hecho el silencio, se realiza cierta pérdida de la conciencia y se produce el sueño. Se debe, en parte, a la condición negativa descrita antes; pero que corresponde más al corazón que a la cabeza. Hemos visto que en este grado la conciencia se sitúa en el corazón; y hay quienes no la mantienen concentrada fácilmente en él, o movidos de amor.

Tales naturalezas, en su generalidad, son insensibles, lo que aunque constituye un obstáculo en este punto, por otros respectos representa una salvaguardia poderosa.  Y en verdad, este grado de la conciencia no debe, de ningún modo, ser emocional, sino una silenciosa y profunda corriente de amor. Porque más que expresarla, el sentimentalismo la oscurece. Ha de ser un anhelo que suba, no de la cabeza, sino del corazón.

La dificultad que sigue se revela de un todo contraria a la que precede.  Se ve en que a medida que la percepción del corazón se despierta y eleva, la mente, un tiempo tranquila, se defiende de nuevo y asciende con la percepción posesionándose de ella, y tejiendo a su alrededor sueños y visiones de cambiante belleza. Esconden gran peligro esas visiones, aunque al principio aporten eficaz ayuda y parezcan excelentes y verdaderas; porque no solo distraen nuestra atención e impiden el avance de la conciencia, sino que, en adelante, reaparecen.

La luz interior que les presta su belleza la vierte el espíritu, y como vertida del espíritu, se la ama y reverencia; pero los hilos y colores de su trama fascinante se extraen de los pensamientos de la vida ordinaria, de sus sueños, esperanzas y temores. Y mientras uno se detiene ante las visiones, más se afirma el elemento mental exterior, y palidece más la luz del corazón en ellas.

Llega luego el día en que se reconoce el origen de esas imágenes.  Y así reconocemos que la mente nos burla como a soñadores engañados, cautivándonos en la urdimbre de nuestras mismas fantasías.

Tamaño tropiezo, o inconveniente, ha detenido el paso a muchos viajeros de la vida oculta. Sin embargo, rutila dentro de las visiones la luz del espíritu; y en verdad, el amor del viajero no tiende a la seducción de las imágenes sino a la gloria de la luz.
Por esas formas mentales se califica de impura la meditación en la fraseología oculta. Pero se evitan de dos modos: por nuestro suficiente vigor en el poder de concentración, y por nuestra suficiente pureza en la práctica constante del desinterés.  Esto es el obstáculo del hombre sensible y de fuerte imaginación.

La quinta dificultad radica en la forma. Muchas mentalidades tienden a concretar todo lo que perciben. Cristalizan y robustecen formas y dogmas.  A menudo se las halla entre las más intelectuales. Por esta razón, hasta el punto de las definiciones inquebrantables, progresan rápida y prontamente; pero ahí se detienen. Incapaces de trasponer los lindes de la forma, o de renunciar a sentencias e imaginaciones, no conquistan la realidad. Semejantes naturalezas se ayudan, algunas veces, obligándose al estudio y reflexión de otros sistemas, y hasta de otros idiomas, diferentes de los de su hábito.

Si cristianos, estudian el budismo; si budistas, el cristianismo; inquieren de todos modos el medio de romper sus moldes permanentes, hasta que desechando las palabras, aprenden a mirar la vida misma.

Las últimas dificultades descansan en el silencio. La oscuridad simboliza el silencio, y para muchos ha sido causa de terror inmediata y actual. Proviene el miedo de la gran quietud que desde el principio de la contemplación se intensifica cada vez más sobreviene uno a uno el silencio de los sentidos, de las emociones, de la mente, y ahora, el silencio del corazón.

La iluminación principia sólo después de pleno el silencio. Así que para muchos mueva a espanto la oscuridad, y hayan huido tocados de miedo profundo. Se abre a la manera del abismo de la nada para ellos, adonde va la existencia como a ahogarse en el vacío. Aquí se requiere valor y fe, cierta osadía que nunca después se repite en la misma alta pujanza. Y es una clase de osadía indispensable para lanzarnos a las tinieblas, en obediencia de una voz que no se repite más.

Después de consumado el paso y de sentido el silencio, nunca más ocurrirá esta prueba porque las tinieblas pasaron.





III

Delante de cualquiera de las dificultades expuestas, podremos detenemos meses y aun años; pero las venceremos con agrado y prontitud si la perseverancia nos acompaña, convirtiendo la Meditación en práctica diaria. Por fortuna, contribuye también a nuestros éxitos, la curiosa manera de como una dificultad envuelve a las otras. El triunfo en una línea dada concede dominio sobre todas las demás. Se salvan períodos de rapidísimos progresos, seguidos por intervalos de fracasos aparentes, o de “tibieza”, según la conocida frase cristiana.

En resumen, recorremos el júbilo de recompensas crecientes y alternativas de reposo e inspiración.

A medida que la meditación aumenta en vigor, sus efectos se tornan en más potentes y constantes, de manera que se ven, a las claras, su multiplicidad y sutilidad en el cambio gradual que experimentamos ante las faenas y satisfacciones cotidianas. Lo que nos rodea toma, al principio, y como ya se ha dicho, un raro color de irrealidad. Y en efecto, aparecen a la semejanza de una proyección, de sombras, ante la vida, más animada y penetrante, que despierta ahora en nosotros. Se advierte un fenómeno similar en las tinieblas que cubren nuestro contorno cuando apartamos la vista de la acción de una luz intensa. Sencilla la explicación, el fenómeno, sin embargo, da motivos a peligros bastante reales.

Probablemente este fenómeno corresponde a la segunda de las Tentaciones del Desierto: la tentación de interpretar la vida terrestre como vacía, fútil, innecesaria, o la de proscribir todo pensamiento de orden físico en favor del nuevo sentido de confianza en el orden espiritual. O para definirlo, en nuestro caso, con mayor luz: sentimos la tentación a no conceder importancia alguna a nuestras obligaciones exteriores, y quizás, a desdeñarlas de un todo.

Cuando se llega a este punto, los hábitos de obediencia al deber, como deber, sitúan al individuo en propicia posición; y por breve o largo que sea este período, se vence o atraviesa, si se adoptan aquellos hábitos, como la única fuerza conductora de la existencia exterior.

Después, en el decurso de algún tiempo, se aprende a penetrar más allá. Entonces se nota que los deberes constituyen parte del gran orden moral, donde nos iniciamos: constituyen el deber de reflejar sobre el ambiente físico la voluntad del espíritu. Descuidar ese deber, equivale a descuidar el mismo fin que se busca; cumplirlo, equivale a asumir la vida, aun en sus detalles más ligeros, una significación nueva y muchísimo más interesante. Esto es el segundo efecto de la Meditación.

Después brota, lo que a primera vista parece un resultado extraño y terrible: la exteriorización, o expulsión afuera, de todo lo malo que escondemos dentro. Viejos deseos que se creían extinguidos hacía tiempo, reaparecen con clamor dominante. Vibra, de repente, toda nuestra naturaleza como apercibida contra sí misma; y no es más profundo el lindero que separa lo bueno de lo malo como el que separa lo que pertenece al espíritu de lo que no le pertenece.  Este efecto llega de improviso, aun cuando se espera. Y al llegar se extiende a nuestros pies la bifurcación de la senda.

Este período, de lucha y de elección, se ha descrito muchas veces de varias maneras. Dos carreras se abren delante de nosotros, dos senderos o caminos de vida. Conocemos el objeto de uno de ellos: va a la fama, al poder, al éxito material, a las hazañas admirables, a las que el mundo acuerda recompensas brillantes. Uno se siente con poder para adquirir estas cosas, si en semejante propósito, encamina la voluntad y la acción. En cuanto a la otra vía, la desconocemos.

“Es el angosto y viejo sendero que a lo eterno conduce”. Sendero del deber y del sacrificio. Puede guiar a la fama y al triunfo, a través de tropiezos, privaciones y afanes interminables. Pero sendero de servicio al espíritu. La ambición personal, el temor, la sensualidad, nos llevan por la primera vía; y por la segunda, la elevada vocación austera del espíritu, pero vibrante y rica de amor, de la nueva gloria y majestad que estamos aprendiendo a conocer. Delante de esta bifurcación de la senda, se reproduce la tercera Tentación del Desierto.

Nada de nuevo es, ni la división de la senda, ni la, en este caso, obligatoria elección de rumbo, salvo que para este grado se posee mayor conciencia, y que, tarde o temprano, habrá de tomarse la decisión. Cada vez que se presenta un deber, se nos presenta la elección.

¿Cumpliremos el deber a costa de penas, a costa de turbaciones, o lo desdeñaremos en favor de nuestro bienestar y de nuestro gozo?

La suma total de estas pequeñas elecciones nos lleva a decidir la gran elección que para todos se ofrecerá con el tiempo.

Dado el paso, o resuelto, el deber, desde entonces, nos parece más que nunca nuestro aliado. La vida no lastima ni hiere. Se la obedece simplemente. Y guía y enseña. Cada tarea equivale a un nuevo don; y cada deber, al triunfo de una nueva fuerza y de una nueva visión interna.

En la proporción en que nuestra vida se enriquece de revelaciones y alientos, lo que nos rodea expresa una nueva dignidad y belleza. Así vemos que el espíritu emplea como una máscara la personalidad; vemos que todas las almas se funden en el alma universal; y que al resplandor de esta grandiosa revelación, el amor y la simpatía espirituales vencen el conflicto y viejo antagonismo de las personalidades. En este grado principiamos a aprender la unidad de la vida y la fraternidad de los hombres.

Este último esfuerzo parece, a los que no lo han experimentado, el más sorprendente de todos. Aquí ya no se está solo. La sensación de compañerismo, de que hablamos en lo referente a la lectura de libros espirituales, se intensifica, y expresa un tono más personal. Entonces nos damos cuenta de la poderosa sociedad que nos rodea, y de que nos erguimos delante de los grandes del pasado. De esta manera entramos en posesión de la herencia del alma.


Hemos descrito, pues, los grados de la meditación que nos conducen del mundo externo al interno.

1.   La concentración: poder que se adquiere en las faenas de la vida diaria.
2.   La contemplación: el mantenimiento de la mente fija en un punto; pero inactiva.
3.   El despertar de !a percepción del corazón. La renunciación en pro del amor del ideal.
4.   El sentimiento de la presencia y del poder de ese ideal, por el amor que le consagramos.
5.   El paso de la conciencia a su esencia interna, a través de las formas del ideal. En este punto, puede decirse, que principia la verdadera meditación.
6.   La conciencia resaltante de un gran silencio.
7.   Morando en este silencio, encontramos su paz, el poder y la iluminación.



Para recorrer estos grados se necesita de una completa disciplina del corazón y de la mente. Una disciplina defectuosa ocasiona las dificultades siguientes:

1.   La dificultad de amar el ideal, de que los deseos del mundo externo se transformen en los deseos del mundo interno.
2.   La incapacidad de conservar la mente fija en estos asuntos.
3.   El peligro de crear un' condición negativa que lleva al psiquismo.
4.   La tendencia al sueño. El peligro de la indiferencia.
5.   El engaño producido por la mente que, despertándose con el corazón, teje formas o imágenes alrededor de éste. El peligro del emocionalismo.
6.   La dificultad de la forma: el obstáculo que produce una mente rígida y dogmática.
7.   El miedo al silencio.



Aun cuando sólo imperfectamente se hubiese experimentado la luz de la meditación, y no obstante de permanecer invisible, se entra en un ciclo de actividad exterior en que se manifiestan, a menudo, sus efectos. Y este ciclo de actividad se distingue por los siguientes grados:

1.   Un sentimiento de la irrealidad de la vida exterior, o de su falta de interés.
2.   Lo que antecede, rectificado por el sentimiento del deber.
3.   El reconocimiento de la serie de nuestros deberes individuales como la reflexión de la ley del espíritu.
4.   Y desde este último punto: el cumplimiento de nuestros deberes exteriores como expresión de la vida interna, sobre ella reflexionando siempre en busca de inspiración y descanso.
5.   La exteriorización de todos los deseos de la personalidad.
6.   La elección definitiva entre aquellos deseos y la atención del espíritu.
7.   El reconocimiento de confraternidad con los que nos han precedido, y la concentración de la conciencia en el espíritu.

Cualquier estudiante ordenado se halla en capacidad de cumplir este trabajo por sí mismo, y de realizar las exposiciones formuladas arriba.  Escrito está que una pequeña práctica nos evita un conjunto de males y nos proporciona importantes recompensas. »

(Este escrito fue publicado en la revista Dharma de julio y octubre de 1913, arriba solo está traducida la mitad del artículo pero pueden leerlo en su totalidad en inglés aquí.)