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MAGNUSVESTITH
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INTRODUCCIÓN
Los
libros populares de la actualidad que tratan sobre el origen de las religiones,
pretenden que éstas fueron engendradas a causa del miedo y nos explican que
nuestros antepasados, que aun se hallaban en estado salvaje y por lo tanto ignoraban
las revelaciones de la ciencia moderna, al ver los relámpagos, oír el rugido
del trueno y contemplar todos los demás fenómenos naturales cuyo origen ellos no
podían explicar, llegaron a la conclusión de que estas cosas deberían de ser
producidas por algún poderoso ser inteligente y sobrenatural, quien el día
menos pensado se entretendría en destruir a los humanos sus bienes, y por
consiguiente había que procurarlo tenerlo de buen humor.
Semejante
explicación del origen de las religiones y de la creencia de Dios, puede
satisfacer al cerebro especulativo de un racionalista porque éste se encuentra absorto
en las fruslerías de su propia imaginación. Él no percibe el conocimiento oculto
que hay detrás de las religiones y que es patrimonio del espíritu humano.
Pero
tal teoría está muy lejos de satisfacer al corazón en que brilla una chispa de
la vida divina y que siente, como es natural, la presencia de un poder
universal y elevado, que en vez de ser producto de la naturaleza, es muy
superior a ella.
La
religión que tuviera el origen lógico que le atribuyen los científicos, sería,
indudablemente la religión del diablo porque se basaría en falsedades. No sería
más que un sistema para enseñar el modo de engañar a Dios y de reducir a la
nada la justicia eterna.
La
verdadera religión no tiene nada que ver con el miedo, ni con la especulación
lógica, y su verdadero origen reside en la
relación fundamental que tiene el alma humana con el origen divino del poder
espiritual que la habita.
Es el divino espíritu en el hombre
mismo, quien reconociendo a través de la instrumentalidad del hombre, la
presencia del espíritu universal en la naturaleza.
Y
este poder divino es verdaderamente “oculto”, puesto que no puede percibirse
por medios externos; y es por eso que los que son incapaces de sentir su
existencia no lo pueden demostrar. Será siempre un secreto para el “Adán”
terrestre; pues siendo de naturaleza divina, no lo conocerá el hombre
intelectualmente hasta que entre en el estado de divinidad.
Sin
embargo es cualidad inherente a la naturaleza humana que el hombre se esfuerce
por conocer por medio de la inteligencia y el racionamiento lo que siente intuitivamente.
Por consiguiente siempre ha habido personas ansiosas de conocer la naturaleza
de Dios, humanos que por medio de sus esfuerzos intelectuales tratan de rasgar
el velo que cubre el santuario del gran misterio, para atisbar el conocimiento
trascendental y así satisfacer su curiosidad.
Desafortunadamente
las divagaciones de estos especuladores, visionarios y pseudo-filósofos han
dado origen a un falso sistema teológico, místico y supersticioso hasta
nuestros días.
El
alma humana está igualmente relacionada con el poder espiritual que llena el
universo, como las flores de los campos con la luz del sol. La planta privada
de sol languidece y muere; el alma, desprovista del espíritu de santidad, cae
más abajo que el alma de los animales, pues los animales no razonan, y obran
únicamente siguiendo las leyes de su naturaleza. Mientras que en cambio el
espíritu le permite obrar al hombre contra la naturaleza y opuestamente a la
ley divina.
Pero
también ha habido hombres que han llegado a un grado de espiritualidad muy
superior al estado promedio intelectual, permaneciendo naturales y obedientes a
la ley divina. Y en el transcurso de su desarrollo interno estos individuos han
visto abrirse sus sentidos superiores de modo que no sólo sienten
intuitivamente, sino que también perciben espiritualmente la luz del espíritu.
Estos
hombres son los verdaderos Místicos, Rosacruces y Adeptos y nada tienen que ver
con ellos los historiadores o anticuarios, porque están muy fuera del alcance
de sus investigaciones. La “Historia de los Rosacruces” debería ser ante todo
la de ciertos hombres que tuvieron iluminación espiritual; pero siempre nos
quedaría la duda de sí esta o aquella persona mencionada en la “historia” fue o
no un verdadero Rosacruz, porque lo que hace santo o sabio a un hombre no
pertenece a esta tierra, ni los mortales pueden definirlo: es la parte del
hombre de que habla la Biblia, cuando dice: “Nosotros vivimos en la tierra;
pero nuestra alma está en el cielo”.
Las
investigaciones externas solamente tratan de las cosas externas, porque aquello
de lo que depende la existencia de una forma, no puede tratar más que con
formas. Pero todas las formas son ficciones para quién conoce con su percepción
espiritual la verdad que representan y que se encuentra más allá de las formas.
La
naturaleza es una expresión de la verdad; pero pocos pueden reconocer la verdad
expresada en la naturaleza. Todos nosotros somos, más o menos, caricaturas de
la verdad que originalmente estamos llamados a representar. Pero mientras que
llevemos una existencia ficticia, por no reconocer la verdad que mora en
nosotros, sólo conoceremos la caricatura que representamos, y nunca nuestro
verdadero Yo.
La
sabiduría como un principio es inconcebible a menos que se manifieste en los
sabios, y éstos son los únicos que la pueden verdaderamente reconocer. El
hombre que carece de sabiduría no vale nada. No es el hombre en su aspecto como
un ser sin principios, quien puede conocer a un principio determinado,
cualquiera que este sea; sino que es el principio el que se reconoce siempre a
sí mismo en las otras formas. De suerte que si una persona desea conocer la
verdad, es preciso que ésta exista de forma activa en su interior, pues de no
ser así, no podría percibirla en su persona ni en la naturaleza externa.
La
verdad será siempre crucificada entre los dos “ladrones” llamados superstición
y escepticismo, y si no vemos más que uno solo de los dos ladrones
crucificados, fácilmente lo confundiremos con la verdad. Pero las formas de los
dos ladrones están desfiguradas, o mejor dicho, la verdad está desfigurada en
ellos. Y sólo cuando podemos conocer la forma exacta del Salvador, crucificado
entre los desfigurados dos ladrones, nos hallamos en condiciones de percibir la
diferencia y podemos buscar al Redentor.
Las
formas ficticias son necesarias para mostrar el camino a aquellos en quienes la
verdad no es un poder vital, pero infortunadamente la mayoría de los ignorantes
sólo discierne la ficción, pues como no existe la verdad en su interior, no
tienen nada con que ver la verdad envuelta en la forma.
Por
esta razón “los Símbolos secretos de los Rosacruces”, serán eternamente
“secretos” para todos los que no alimentan en su corazón la verdad viva, y no
los comprenderán nunca, aunque les den toda clase de explicaciones. Y, por el
contrario, aquellos a quienes la verdad trata de revelarse y que luchan, no
solo para satisfacer su curiosidad, sino que aman la verdad por lo que es, sin
consideración personal alguna, serán muy ayudados al estudiar las obras
rosacruces y sus símbolos secretos.
Les
ocurrirá lo que al que viaja por un país extranjero ayudado por los que ya han
habitado en él y conocen el camino, que le indican la ruta que atraviesa el
desierto y la situación de los oasis en donde ha de encontrar agua para calmar
su sed; pero ellos no le llevarán, porque es necesario que los halle caminando
por su propio pie.
La
sabiduría divina no es obra de los hombres, ni éstos la han inventado. La única
manera de obtenerla consiste en abrirle espontáneamente nuestro corazón, porque
si entra en él, se apaciguará la tempestad de opiniones contradictorias, y el
océano del pensamiento se convertirá en un espejo que refleje la verdad.
Entonces se asentará en nuestro interior la verdad y conoceremos a Dios, no por
haber leído en los libros una descripción de su existencia, sino por su propio
poder, o le conoceremos “adorándole en Espíritu y en Verdad”, como dice en la
Biblia.
El
lenguaje alegórico de la Biblia, de otros libros religiosos y de las obras
rosacruces es incomprensible si se estudia desde el punto de vista de su
significación externa y material. El razonamiento intelectual por sí solo es un
obstáculo, más bien que una ayuda, para comprenderlo; pero estas obras están
llenas de sabiduría divina para quien las estudia por medio del entendimiento
espiritual.
Los Rosacruces dicen:
"Una persona que conoce la
verdad divina ha alcanzado lo más alto y no desea nada más porque no puede
haber nada más alto que el logro de la verdad. En comparación con este tesoro, las
posesiones mundanas se hunden en la insignificancia debido a que quien posee lo
más alto no desea lo bajo y el que conoce la realidad no se preocupa por las
ilusiones."
Las especulaciones científicas y
filosóficas sobre lo que posiblemente sea verdad son inútiles para quien siente
y percibe la verdad; esta persona no necesita especular acerca de lo que ya ve
y conoce. No necesita grandes riquezas porque las necesidades de su forma
física son pocas y sencillas.
Y además por la acción del espíritu
interior que irradia cada vez más hacia afuera, los principios materiales que
componen su forma física se vuelven cada vez más sublimados (independiente de
las necesidades del plano material) hasta que finalmente el humano habiéndose
despojado de la última envoltura de la forma burda y visible, y habiendo hecho
consciente ese principio que da vida dentro del cuerpo interior visible, podrá
vivir enteramente en este último. Entonces se volverá un espíritu etéreo
rodeado de indescriptible belleza y en posesión de poderes de cuya existencia
mortal el hombre solo sueña. (1)
Y
sobre quién ha bebido el agua vivificante de la verdad, que es el verdadero
“Elixir de la Vida”, los Rosacruces también
dicen:
"Bienaventurado el que está por
encima de la miseria y la pobreza, por encima de la enfermedad y la muerte, que
no puede ser tocado por lo que da dolor, que no necesita otro techo sobre su
cabeza que el cielo, ningún otro lecho que la tierra, ningún otro alimento que
el aire, y quién está por encima de todas esas necesidades por las que suspiran
los mortales." (2)
"Dios humilla a los orgullosos y exalta a los humildes, castiga a los soberbios con
desprecio y en cambio envía a sus ángeles a que consuelen a los modestos; abandona a los mal
intencionados en el desierto, pero a los
bondadosos les abre los portales del cielo." (3)
"Huye de los libros de los sofistas,
pues están llenos de errores ya que sus
conocimientos se fundan en la fantasía. Entra en el reino de lo real y comparte
con nosotros los tesoros que poseemos. Os invitamos, no por voluntad nuestra,
sino por el poder del Espíritu Divino del que somos servidores." (4)
"¿Qué sabe el animal acerca de
los placeres intelectuales? ¿Qué sabe el sofista acerca de las alegrías del
espíritu? ¿No sería algo precioso si pudiéramos vivir y pensar y sentir como si
hubiéramos estado viviendo, pensando y sintiendo desde el principio del mundo,
y continuar así hasta su fin? ¿No sería increible conocer todos los secretos de
la naturaleza y leer ese libro en el que se registra todo lo que ha sucedido en
el pasado, o lo que existirá en el futuro? ¿No te regocijarías de poseer el
poder de atraer lo más elevado en lugar de ser atraído por lo bajo, y de tener
espíritus puros en lugar de animales reunidos a tu alrededor?" (5)
¿Puede poseer el
hombre estos poderes?
Sería inútil intentar demostrárselo
a quienes no desean alcanzarlos; e incluso si se probara, ¿de qué beneficiaría demostrarles
que hay otros humanos que poseen tesoros que para el escéptico no existen?
¿Puede probarse la existencia de poderes a alguien que no tiene capacidad para
su percepción o comprensión? Incluso un milagro no probaría nada excepto que
había ocurrido algo inusual e inexplicable.
Dice la Fama Fraternitatis:
"La imposibilidad de revelar
tales secretos a quienes no están lo suficientemente desarrollados
espiritualmente para recibirlos es la causa de que hayan existido muchos
malentendidos y prejuicios entre el público con respecto a los Rosacruces.
Historias grotescas y fabulosas cuyo
origen sólo se puede rastrear a la ignorancia o malicia de quienes los
inventaron, y que han circulado y crecido en intensidad y absurdo mientras
viajaban a través de las filas de los chismosos.
Las falsedades no se pueden
erradicar sin dañar las raíces de la verdad, y las malas intenciones se vuelven
útiles para contradecir las declaraciones falsas hechas por el engañador
ignorante o voluntarioso; pero ¿de qué vale el testimonio de los ciegos cuando
hablan de lo que creen haber visto y qué valor se puede atribuir a las
declaraciones de los sordos cuando describen lo que creen haber oído?
¿Qué saben los mentirosos de la
verdad, los impíos de Dios, los insensatos de la sabiduría y los incrédulos de
la fe?
Pueden pensar que tienen razón, y
sin embargo están equivocados; pueden acusar a otros de albergar ilusiones, cuando
ellos mismos viven en ilusiones. La envidia, el odio, los celos, la
intolerancia y la superstición son como lentes de colores, que hacen que quien
mira a través de ellos no vea nada en su verdadero aspecto, sino teñidas de su color".
Parece
pues, que cuando los Rosacruces hablan de su organización, ellos quieren
significar algo muy distinto a una organización terrenal denominada por ellos
“Rosacruz” y más bien se refieren a una unión espiritual, una armonía de
poderes divinos, pero sin embargo, poderes individuales,
y que no están relacionados en ninguna historia relacionada con las payasadas
de la vida externa.
De
esta “asociación” es de la que hablan cuando dicen:
« Nuestra comunidad ha existido desde
cuando Dios dijo el primer día de la creación: “¡Hágase la luz!”; y continuará
existiendo hasta el fin de los siglos. Es la sociedad de los hijos de la luz
cuyos cuerpos están formados de luz y viven eternamente en ella.
En
nuestra escuela nos instruye la Sabiduría Divina, la celeste prometida, cuya
voluntad es libre y que se entrega a quién la elige. Los misterios que
conocemos abarcan todo lo que es posible conocer sobre Dios, la Naturaleza y el
Hombre. Todos los sabios que han existido se han educado en nuestra escuela,
aprendiendo en ella la verdadera sabiduría.
Entre
nuestros miembros, los hay que no habitan en nuestro globo: nuestros discípulos
están diseminados por todo el universo, estudian un solo libro, y siguen un
método único de estudio. Nuestro lugar de reunión es el templo del Espíritu
Santo que penetra toda la naturaleza, el cuál fácilmente encuentran los elegidos
y permanece eternamente oculto a los ojos del vulgo.
Nuestros
secretos no se venden por oro, sino que se dan libremente al que está en
condiciones de recibirlos. Nuestro secretismo no se debe por rechazo de dar,
sino porque quienes piden instrucción todavía no están listos para recibirlo.
Sólo hay una verdad eterna; sólo hay
una fuente de amor. El
amor no se da sino que nace en el corazón, y allí donde florece asistimos al
nacimiento del amor divino.
Nosotros
poseemos una luz que ilumina las más ocultas tinieblas y que nos permite
conocer los insondables misterios. Tenemos un fuego que nutre y obra milagros
en la naturaleza.
Todo
lo de este mundo está sujeto a nuestra voluntad, porque nuestra voluntad es una
con la ley, a pesar de lo cual nuestra voluntad es libre y no obedece a ley
alguna.
¿Queréis
haceros miembros de nuestra sociedad? Pues bien, sumergíos en vuestro corazón y
escuchad la Voz del Silencio. Buscad en vosotros mismos al Maestro y retened
sus enseñanzas. Aprended a conocer a la Divinidad que trata de manifestarse en
vuestra alma, abandonad vuestras imperfecciones, y sed perfectos en Dios. »
Apuntes
1. Se percibirá fácilmente que todo
esto se refiere al "Hombre Interior" y no a su cuerpo físico mortal.
No es el cuerpo físico con sus sentidos externos, ni la mente perecedera del
hombre lo que puede conocer la verdad divina. Es sólo la verdad divina en el
hombre la que puede conocerse a sí misma. Ningún correo puede alcanzar el
conocimiento verdadero de ningún poder espiritual, a menos que ese poder cobre
vida en él y se identifique con él. El ocultismo no es una cuestión de lo que
se debe saber ni de lo que se debe hacer; pero de lo que uno debe ser. Si el
hombre interior se ha vuelto verdaderamente espiritual, no sólo en su
imaginación, sino en su voluntad; entonces su espíritu despierto penetrará
incluso a través de la forma física y cambiará su naturaleza en el mismo
sentido en que la oscuridad es consumida por la luz.
2. Todo esto no se refiere al hombre
de carne terrestre; sino al que ha sido regenerado en la vida del espíritu. El
cuerpo elemental del hombre no está por encima de la enfermedad y la muerte; ni
por encima de lo que da dolor. Ese cuerpo requiere estar protegido contra los
elementos de los que está hecho; y necesita alimento terrestre; pero el hombre
del reino celestial es libre. Su hogar es tan amplio como sus pensamientos
pueden alcanzar, y su alimento es el "maná" del cielo.
3. "Dios" (según Jacob
Boehme) es la voluntad de la sabiduría divina. El que se levanta en su vanidad,
caerá; porque estará lleno de su conocimiento engañoso, y la voluntad del Eterno
no puede despertar en él la sabiduría divina. La verdadera humildad no consiste
en un miedo abyecto; pero en el más alto sentido de dignidad, tal como sólo
puede sentirlo quien siente que Dios está en y con él.
4. Los "sofistas" son esos
indagadores escépticos que examinan diligentemente la cáscara externa del fruto
que crece en el árbol del conocimiento; sin saber que hay una semilla dentro de
la fruta. Se persuaden a sí mismos de que no hay núcleo, e imaginan que
aquellos que son capaces de percibir por el poder del espíritu la luz que
brilla de la fuente interior, son soñadores; mientras que ellos mismos poco
saben que su propia vida es simplemente un sueño y su conocimiento imaginario
un sueño.
5. El espíritu del hombre no es de
este mundo; pertenece a la eternidad. Nunca hubo un momento en que el espíritu
del hombre no existiera; incluso desde el comienzo de la creación; tampoco su
presencia se limita a este planeta Tierra. El que consiga fusionar su
conciencia con la del espíritu divino que ensombrece su personalidad, y que es
su propio yo real, conocerá sus formas pasadas de existencia y establecerá el
futuro; pero los principios animales del hombre no pueden participar de ese
estado; mueren y vuelven a entrar en el Caos, el almacén para la producción
de formas.
(En el Pórtico del
Templo de la Sabiduría, capítulo 1)
Hola, por lo que he visto haz escrito bastante sobre libros o artículos de Franz Hartmann pero noto por tus observaciones que generalmente dejas;que a veces le falta un poco de conocimiento o sus explicaciones son en ocasiones complicadas, tu realmente recomiendas leer sus libros? en caso de recomendar solo algunos (los que sean un si o si leer), cuales?
ResponderBorrarLo otro que me he dado cuenta es que haz escrito muy poco de mario roso de la luna, el motivo es que no te llaman la atención sus escritos o sólo falta de tiempo?
Saludos
Te diría que todos los libros de Franz Hartmann son buenos, pero no sé cuales sean los mejores. Y efectivamente no he tenido tiempo de estudiar a Mario Roso de Luna.
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