La creencia en la existencia de
personas dotadas de facultades psíquicas anormales o extraordinarias, o con
poderes mágicos mediante los cuales pueden producir efectos maravillosos, los
cuales son inexplicables para las teorías comúnmente aceptadas por la ciencia contemporánea,
no constituye por cierto nada nuevo.
La Biblia y el Acta Sanctorum están
llenos de relatos de los llamados "milagros", un término que
significa algo maravilloso, pero por lo demás, nada contrario a las leyes de la
naturaleza. Tales "maravillas" son realizadas por el poder de la
voluntad espiritualmente despierta. Y la filosofía del Yoga da una
especificación de estos poderes y describe cómo pueden adquirirse.
“A esos poderes pertenece el arte de
hacerse invisible, de dejar el cuerpo a voluntad y volver a él, de proyectar el
alma hacia un lugar lejano, de prolongar la vida física durante un largo
período de tiempo, de transformar metales básicos en oro puro por procesos
alquímicos, de crear ilusiones subjetivas que aparecen a los espectadores como
realidades objetivas, y de realizar muchas otras hazañas que se consideran
pertenecientes al mundo de la Magia, blanca o negra.”
Contamos con la suficiente evidencia
que nos muestra que durante la época de la Edad Media existieron numerosas
personas en quienes tales facultades psíquicas se encontraron más o menos
desarrolladas. Fue un tiempo durante el cual la imaginación de la gente en su
conjunto fue más activa y más dirigida hacia el aspecto suprasensual y
metafísico del mundo.
Había más fe verdadera, y también
más superstición que en la actualidad, y la fe, así como el miedo, son poderes
activos capaces de producir resultados en el plano astral.
De la fe verdadera, resultado del
conocimiento espiritual, brotan los poderes del Adepto; mientras que del miedo
y la superstición brotan los fenómenos de la obsesión y la hechicería. Las
personas en posesión de poderes mágicos, y especialmente aquellos que se
suponía que conocían los secretos de la alquimia, eran llamados
"Adeptos", "Rosacruces" o "Filósofos", y se decía
que los más grandes de ellos pertenecían a alguna sociedad secreta y misteriosa
llamada "la Fraternidad de el
Dorado y los Rosacruces".
Si nos fuese permitido disponer de
mucha libertad poética para la descripción de los miembros de esta fabulosa Orden,
la cargaríamos de la fecunda imaginación de los escritores que vivieron en la
época de los "caballeros andantes", no obstante queda una considerable
cantidad de evidencia histórica que demuestra que había personas dotadas de
poderes impresionantes; aunque no hay evidencia alguna de que estuvieran unidos
entre sí por alguna asociación secreta.
Y tampoco sería necesario tal
organización entre aquellos cuyos sentidos internos estaban abiertos, y que
serían atraídos por los lazos del espíritu. Al tener el poder de la percepción
interior, seguramente no necesitarían contraseñas ni señales externas. Los
verdaderos hermanos de la Fraternidad
de el Dorado y los Rosacruces fueron y siguen siendo una sociedad
espiritual, por lo que el esfuerzo realizado para encontrar un Rosacruz real y
vivo (indiscutiblemente verdadero) fue tan infructuoso como en un período más
reciente fue el esfuerzo realizado por una cierta sociedad londinense de probar
la existencia de los Adeptos reales y vivos.
Los Rosacruces han sido celebrados
en prosa y en verso; y sus virtudes han sido ensalzadas por algunos, mientras
que otros los han denunciado como impostores. Algunos escritores los describen
como seres de carácter superior, poseedores de conocimientos y poderes
aparentemente sobrenaturales, como hombres de noble apariencia y que ejercen
una influencia invisible pero irresistible sobre todos aquellos con quienes
entran en contacto.
Los describen como poseedores del
poder de leer los corazones de los hombres y de curar las enfermedades de sus
cuerpos con maravillosas medicinas o simplemente con el toque de sus manos. Son
amados por todos y aman a todos, pero su corazón es invulnerable al amor
sexual. Nunca se casan. A veces se les describe como de edad fabulosa, pero aún
así siguen todavía con todo el vigor de la virilidad.
En otras ocasiones se de describe
como grandes viajeros que hablan el idioma de cada país donde residen
temporalmente con tanta fluidez y calidad como si fuera su propia lengua
materna. Y también como poseedores del poder de hacerse invisibles, y
nuevamente materializarse, debido a que a menudo aparecen inesperadamente, cuando
su presencia es más urgente.
Poseen inmensos tesoros y tienen el
poder de transmutar metales básicos en oro; pero a pesar de ellos desprecian
las riquezas y se contentan con vivir en la pobreza. Son los más sabios de
todos los hombres, y el conocimiento incluso de los más eruditos no se puede
comparar con lo que ellos saben. Pero no hacen nada en absoluto con el fin de
obtener fama porque se han liberado de la ambición; sin embargo su fama se extiende
dondequiera que aparecen.
Son universalmente honrados, pero no
buscan el honor y prefieren pasar desapercibidos. Los palacios están a su
disposición, pero prefieren la choza de un mendigo. No están orgullosos de sus
atributos personales, y representan la majestad del principio divino que se
manifiesta en ellos y que brilla incluso a través de la envoltura material
llamada cuerpo físico, la cual los rodea con un aura que impone el respeto y la
veneración de todos los que se acercan. La gloria de la luz supramundana que
brilla a través de sus formas es tan grande que incluso pueden parecer
luminosas en la oscuridad. (1)
Anécdota
Lo siguiente está tomado de un libro titulado "Hermippus
Redivivus" que he abreviado tanto como sea posible:
« El señor Paul
Lucas, quien por orden de Luis XIV, viajó por Grecia y África en busca
de antigüedades, relató lo siguiente:
"Estando en Broussa, fuimos a una pequeña mezquita
donde nos introdujeron en un claustro en donde encontramos a cuatro derviches
que nos invitaron a cenar. Uno de ellos, que dijo que era del país de los
Usbeks (una tribu tártara), me pareció más sabio que los demás, y de verdad creo que hablaba todos los idiomas
del mundo.
Después de conversar un rato en turco, me preguntó si podía
hablar latín, español o italiano. Luego hablamos en italiano; pero notó por mi
acento que no era mi lengua materna, y cuando le dije que yo era nativo de
Francia, me habló en un francés tan bueno como si él se hubiera criado en
París.
Le pregunté cuánto tiempo había estado en Francia y él me
respondió que nunca había estado allí, pero que deseaba visitar ese país. Este
hombre era tan culto que a juzgar por su discurso, parecía haber vivido al
menos un siglo, pero por su apariencia externa no tenía más de treinta años.
Nos dijo que era uno de los siete amigos que habían vagado
por todo el mundo con miras a perfeccionar sus estudios, y que al despedirse
siempre nombraban otra reunión al cabo de veinte años en una determinada
ciudad, y que el primero que venía esperaría al resto.
Percibí que Broussa era el lugar designado para su reunión
actual y ya había algunos de ellos presentes, quienes hablaban entre ellos con tanta
libertad que eso denotaba claramente su antigua amistad.
Hablamos de religión, filosofía natural, química, alquimia y
la cábala. Le dije que esta última, y especialmente la noción de la
"Piedra Filosofal", eran consideradas por los sabios modernos como
meras quimeras. Él parecía saberlo todo al respecto y respondió:
-
"El
verdadero sabio oye todas las cosas sin escandalizarse por ellas, pero aunque él
pueda tener tanta cortesía como para no sorprender a ninguna persona ignorante
con su negación cuando hablan de tales cosas; sin embargo permítame preguntarle
si piensa que ese sabio está obligado a hundir su comprensión hasta el nivel de
las mentes vulgares porque estas no son capaces de elevar sus pensamientos al
nivel del sabio.
Y cuando
hablo de un sabio, me refiero a esa clase de hombres a quienes el título de
filósofo les pertenece con dignidad. Este tipo de sabio no tiene ninguna
ligadura que lo ate con el mundo, ve que todas las cosas mueren y reviven sin
preocupación; tiene más riquezas en su poder que el más grande de los reyes,
pero las pisotea bajo sus pies, y este desprecio generoso lo coloca incluso en
medio de la indigencia por encima del poder de los acontecimientos."
A lo cual yo le dije:
-
"Cierto,
pero a pesar de todas estas hermosas máximas, el sabio muere al igual que los
demás. Entonces ¿qué importancia tiene ser un pillo o ser un filósofo, si la
sabiduría no tiene prerrogativa sobre la tontería, y que ella no puede brindar
más protección contra la muerte que a cualquier otro mortal?"
A lo que él me contestó:
-
"Por
lo que veo usted no está familiarizado en absoluto con nuestra ciencia sublime,
y nunca ha conocido la verdadera filosofía. Aprenda de mí, entonces amigo mío,
que alguien como el que he descrito también muere, porque la muerte es una deuda
que la naturaleza contrae y de la cual por lo tanto ningún hombre puede estar exento;
sin embargo el sabio no muere antes de que se fije su tiempo máximo.
Y
usted debe observar que ese período se acerca a cerca de mil años, y hasta el
final de ese tiempo un sabio puede vivir gracias al conocimiento que tiene de
la verdadera medicina. De este modo, es capaz de protegerse de todo lo que
pueda impedir las funciones de su cuerpo o dañar la temperatura de su
naturaleza; y está capacitado para adquirir el conocimiento de todo lo que
viene dentro del conocimiento del hombre.
Los aborígenes
conocían los secretos de la naturaleza por instinto, pero si bien el uso de la
razón es beneficiosa, fue esta misma razón la que borró de nuevo su
conocimiento de su mente, porque habiendo alcanzado este tipo de conocimiento
natural, comenzaron a mezclar en ello sus propias nociones e ideas. Esto creó
una confusión que fue el efecto de una curiosidad tonta, y por lo tanto redujo
la obra del Creador a un estado de imperfección; y este es el error que el
verdadero sabio intenta corregir.
Los animales
actúan sólo por sus instintos los cuales han conservado tal como los obtuvieron
al principio, y viven tanto ahora como lo hicieron cuando nacieron por primera
vez. El hombre es mucho más perfecto que ellos, pero no ha conservado en él esas
prerrogativas que tenía en un principio, y con ello ha perdido desde hace mucho
tiempo el glorioso privilegio de vivir mil años, que con tanto cuidado debería de
haber estudiado para preservar.
Esto
lo han logrado los verdaderos sabios, y acerca de lo cual no debe de haber
error para usted; permítame pues asegurarle que esto es lo que ellos llaman “la
Piedra Filosofal” que no es una ciencia quimérica, sino una cosa real, pero que
solo es conocido por unos pocos, y de hecho es imposible que se dé a conocer a
la mayor parte de la humanidad, a quien la avaricia o el libertinaje destruye,
o a quien un impetuoso deseo de vivir los mata prematuramente."
Sorprendido por todo lo que escuché, le dije:
-
"¿Querría
entonces usted persuadirme de que todos los que han poseído la Piedra Filosofal
han vivido igualmente mil años?"
A lo que él me
respondió:
-
"Sin
duda, porque siempre que un mortal es favorecido con esa bendición, depende
enteramente de su propia voluntad si alcanzará esa edad de mil años, como en su
estado de inocencia habría hecho el primer hombre."
Entonces me tomé la libertad de mencionar al ilustre Flamel,
quien se dice que había poseído la Piedra Filosofal, pero ahora estaba muerto
por lo que yo sabía. Y cuando mencioné ese nombre, él sonrió ante mi sencillez
y me dijo con aire de regocijo:
-
"¿De verdad cree que Flamel está
muerto? No, no, amigo mío, no se engañe, porque Flamel vive todavía. No hace
más de tres años desde que lo dejé a él y a su esposa en las Indias, y está con
uno de mis mejores amigos."
Él iba a contarme cómo conoció a Flamel, pero deteniéndose,
me dijo:
-
"Eso
viene poco al caso y prefiero contarle la verdadera historia de Flamel respecto
a la cual, en vuestro país, me atrevería a decir que no está muy bien conocida.
Un
poco antes de la época de Flamel había existido en nuestra Fraternidad un judío
quien durante toda su vida había sentido la más grande afección por su familia,
por lo que él no pudo soportar el deseo de volver a verlos cuando supo que sus
familiares se habían instalado en Francia.
Previendo
el peligro que había en ese viaje, hicimos todo lo que pudimos para persuadirlo
de que no lo emprendiera y logramos detenerlo por un tiempo; pero al final su
pasión de ver de nuevo a su familia se hizo tan fuerte en él que finalmente
decidió hacerlo, y en el momento de su partida nos hizo la solemne promesa que
regresaría con nosotros lo antes posible.
Llegó
a París y allí encontró a los descendientes de su padre en la más alta estima
entre los judíos. Había entre ellos un rabino que era un verdadero filósofo de
corazón y que llevaba mucho tiempo en la búsqueda del gran secreto.
Nuestro
amigo no dudó en darse a conocer a sus parientes, entabló relaciones amistosas
con ellos y les dio mucha luz. Pero como el asunto del gran secreto requiere de
mucho tiempo para prepararlo, puso por escrito todo el proceso y para convencer
a su sobrino de que no le había dicho falsedades, hizo la
"proyección" en su presencia de unos noventa kilos de metal ordinario
que luego convirtió en oro puro.
El
rabino, lleno de admiración, hizo todo lo que pudo para persuadir a nuestro
hermano de que se quedara con él, pero fue en vano pues éste último había
decidido no romper la promesa de volver con nosotros.
Cuando
el sobrino se enteró, transformó su afecto en odio, y su avaricia sofocando las
amonestaciones de su conciencia, resolvió extinguir a una de las luces del planeta.
Entonces encubriendo sus negros designios, le suplicó al sabio que permaneciera
con él tan solo por unos pocos días más, en el transcurso de los cuales llevó a
cabo su execrable propósito de asesinar a nuestro hermano, y se hizo dueño de
su medicina.
Tan horribles
acciones como esa nunca permanecen mucho tiempo impunes, y algunos otros
crímenes que él había cometido fueron descubiertos, por lo que fue encarcelado,
condenado y quemado vivo.
Poco
después de esto comenzó una persecución de los judíos en Francia. Flamel que
era más razonable que sus compatriotas enfurecidos y cuya honestidad era bien conocida,
se hizo amigo de los judíos y un comerciante le confió todos sus libros y
papeles, entre los cuales estaban los del criminal que había sido quemado vivo,
y también el libro de nuestro hermano que nunca había sido examinado cuidadosamente
por el comerciante.
Cuando
Flamel examinó ese libro, su curiosidad se despertó por ciertas figuras contenidas
en él y comenzó a sospechar que contenía grandes secretos. Consiguió traducir
la primera hoja que estaba escrita en hebreo y por lo poco que aprendió de
ella, se convenció de que sus sospechas estaban bien fundadas; pero sabiendo
también que era necesaria una gran precaución, tomó las siguientes medidas: se
fue a España y como los judíos estaban asentados en muchas partes de ese país, concurrió
a todos aquellos lugares en donde vivían los más instruidos, contratando a cada
uno de ellos para traducir una hoja del libro. Y así una vez habiendo obtenido la
traducción del conjunto, regresó a Francia.
Cuando
llegó a su casa, emprendió con su esposa los trabajos prescritos, y con el paso
del tiempo lograron aplicar el secreto por el cual adquirieron inmensas riquezas
que emplearon en la construcción de edificios públicos y en hacer el bien a un
gran número de personas.
La
fama a menudo va acompañada de grandes peligros, pero un verdadero sabio sabe
cómo librarse de todo tipo de amenazas, y Flamel consciente que corría el
peligro de que se sospechara que él poseía la Piedra Filosofal (sospecha que
podría haber causado la pérdida de su libertad e incluso de su vida), pensó en
los medios para escapar de toda inseguridad.
Le
pidió a su esposa fingir que ella estaba muy enferma, y cuando se informó a la
gente que ella había muerto, ella ya habían pasado a salvo la frontera hacia
Suiza. Enterraron en su lugar una imagen de madera en una de las iglesias que Flamel
había fundado.
Algún
tiempo después él utilizó la misma estratagema para sí mismo y se unió a su
esposa. Y usted sabe que no podría haber sido gran dificultad para hacerlo,
puesto que en todos los países si un hombre tiene el suficiente dinero, los
médicos y sacerdotes están siempre a su servicio, dispuestos a decir o hacer lo
que él les diga.
Además
dejó una última voluntad y testamento ordenando que se erigiera una pirámide en
su memoria y el de su esposa. Y desde entonces ambos han llevado una vida
filosófica, residiendo a veces en un país y otras veces en otro.
Esto
que os he contado bajo mi palabra es la verdadera historia de Flamel y su
esposa."
»
(Observación de Cid: yo soy desconfiado con este relato
porque los instructores teosóficos explicaron que actualmente lo máximo que se
puede prologar la vida física son casi 400 años, sin embargo para lograr esa hazaña
se requiere ya ser un adepto muy elevado. Y sobre la creación del oro, ese
asunto se detalla más abajo.)
Ocultistas célebres
Es un hecho bien conocido de que los Adeptos y Alquimistas
de la Edad Media fueron continuamente sujetos a persecuciones,
encarcelamientos, castigos, torturas y muerte; y esa es la principal causa de
que los nombres de solo unos pocos de ellos se hicieran públicos.
Un alquimista de renombre fue el Conde de Saint Germain, quien vivió en 1770 en la Corte de
Francia.
Aunque algunos decían que tenía noventa años, él solo
parecía tener unos cuarenta años. Poseía el arte de mejorar la calidad de los
diamantes y las piedras preciosas, era clarividente, podía leer los
pensamientos de las personas y predecir eventos futuros. Poseía un
"álbum" en el que habían firmado muchas de las personas más célebres
de los siglos XVI y XVII; fue capaz de escribir con ambas manos al mismo
tiempo, y con cada una sobre diferentes temas.
Un personaje algo similar fue el Conde Cagliostro, quien
nació en Italia y recibió el nombre de Giuseppe
Balsamo. Fue encarcelado en el castillo de San Angelo en Roma, y se cree que murió en una de sus mazmorras.
El misterio de Cagliostro no será resuelto por nuestros
historiadores hasta que no estudien la verdadera naturaleza del hombre en sus
aspectos normales y anormales, cuando quizás descubran el hecho de que dos
personalidades pueden habitar un mismo cuerpo, y que un hombre puede, quizás
ser un Cagliostro en un momento
y un Balsamo en otro. (2)
He leído atentamente las actuaciones del juicio del
renombrado conde Cagliostro
ante el tribunal de la inquisición en Roma, y no he encontrado prueba alguna de
que hubiera sido un impostor. Para todo el que esté familiarizado incluso con
las enseñanzas elementales del ocultismo, los fenómenos que ocurrieron en su
presencia no parecen en absoluto inexplicables o como producto de una
impostura; pero lo que parece maravilloso es la consecuencia ilógica y el
desconocimiento de los testigos de la acusación, quienes admiten la ocurrencia
de fenómenos en su presencia, los cuales no pudieron haber sido producidos por
artimañas, mientras que al mismo tiempo lo denunciaron como un impostor.
A este tipo de artes ocultistas pertenece la de:
-
fabricar
artificialmente oro o plata;
-
transformar
metales básicos en otros más nobles;
-
preparar
una panacea universal a partir del principio de Vida;
-
curar
todas las enfermedades;
-
preparar
una lámpara que por la forma en la que arde indica el estado de salud de un
amigo ausente;
-
producir
una conexión simpática o magnética similar entre una persona y una joya, un
árbol o un espejo;
-
producir
una imagen viva en miniatura del mundo en un globo de cristal cerrado;
-
hacer
que las formas de vegetales o animales reaparezcan de sus cenizas después de
haber sido quemadas;
-
producir
artificialmente al hombre (homunculi)
sin la ayuda de un organismo femenino;
-
preparar
un fluido que sube y baja dentro de la botella donde está contenido, según la luna
creciente o decreciente;
-
preparar
un vaso en el que truene y aparezca un rayo, siempre que lo mismo ocurra en el
aire;
-
producir
un inextinguible fuego mágico creando así una lámpara que nunca se apaga;
-
crear
un espejo mágico donde se pueden ver los eventos que tienen lugar en cualquier
otra parte del mundo;
-
construir
un perpetuum mobile cuya rotación es
causada por la rotación de la tierra;
-
crear
una vara de adivinación para encontrar agua o minerales, o lo que se desee
encontrar;
-
crear
un anillo mágico que advierte al portador de cualquier peligro inminente y le
revela muchos secretos;
-
causar
amor u odio a voluntad;
-
hacer
perlas, diamantes o cualquier otra joya que no se distinga de las naturales;
-
obtener
poder sobre los espíritus elementales de la naturaleza y hacer que presten sus
servicios;
-
hacer
que los espectros astrales de los muertos aparezcan y hablen y respondan
preguntas,
-
y
muchas otras hazañas, demasiado numerosas para mencionarlas todas.
Llamamos maravilloso a aquello que no está dentro de nuestra
experiencia y cuyas causas no podemos explicar, pero la realidad es que todos
los días estamos rodeados de maravillas y presenciamos los fenómenos más
maravillosos cuyas causas no podemos explicar. Sin embrago no los miramos con
escepticismo ni nos sorprende en absoluto que ocurran, sino que por el
contrario nos sorprendería mucho que dejaran de ocurrir, y esto se debe
simplemente porque estamos acostumbrados a ver tales fenómenos todos los días.
Estamos rodeados de fenómenos de la naturaleza oculta y
mágica, y vivimos en un inmenso laboratorio de alquimia. Por ejemplo vemos cómo
a partir de un grano o semilla aparece un germen y se convierte en un gran
árbol, aunque estamos seguros de que no había tal árbol dentro de ese grano; y
lo que sería aún más asombroso si no fuera una ocurrencia diaria, es que de un
cierto tipo de semilla sólo crecerá una cierta especie de planta y no ninguna
otra.
Vemos cómo de un huevo aparece un pájaro vivo, y sin embargo
si examinamos el mismo tipo de huevo mientras está fresco y lo abrimos, no
encontramos nada vivo ni nada que se parezca a un pájaro. Y también sabemos que
el ave madre no pone una cría en el huevo después de la puesta, porque podemos
incubar huevos por calor artificial y por lo tanto producir aves a partir del
huevo, y seguramente no hay ave en el celo.
Vemos cómo de una sustancia vegetal puede crecer una sustancia
animal, porque alimentamos a nuestro ganado con pasto, heno y maíz, y sin
embargo estamos seguros de que no hay carne en la hierba o el maíz.
Vemos la luz siempre ardiente del sol gastando su calor año
tras año, pero no conocemos a nadie que le suministre combustible y sin embargo
parece tener siempre la misma temperatura.
Sabemos que el globo en el que vivimos gira y vuela con
tremenda velocidad a través del espacio, y sin embargo no lo sentimos moverse,
ni caemos de cabeza en el abismo del espacio.
Vemos que la tormenta derriba casas y árboles, y sin embargo
lo que causa el daño no es más que aire. Vemos el cuerpo de agua de nuestros
ríos y lagos, y si intentamos pisar su superficie nos hundimos; pero unas
semanas o meses después podemos intentarlo de nuevo y lo encontramos tan duro
como una roca, capaz de soportar el peso de la multitud de patinaje.
Y hay otras mil maravillas similares en la naturaleza,
demasiado numerosas para mencionarlas.
(Actualmente la ciencia explica todos estos fenómenos, pero
tengan en cuenta que Franz Hartmann vivió entre los siglo XVIII y XIX cuando
esos fenómenos eran todavía muy misteriosos. Y los Adeptos han explicado que
las proezas que ellos hacen también forman parte de la naturaleza, solo que la
ciencia todavía no ha descubierto las leyes que los rigen.)
Se cuentan muchas historias sobre los Adeptos y las cosas
maravillosas que a veces hacían, como por ejemplo:
-
a
mediados del invierno hacer crecer hermosas flores en el suelo de una habitación;
-
producir
una lluvia de rosas en lugares donde no había rosas;
-
algunos
de ellos fueron vistos simultáneamente en dos lugares diferentes hablando y
actuando en cada uno de esos lugares;
-
en
ocasiones fueron asistidos por seres "sobrenaturales" que aparecían
en formas humanas;
-
a
veces podían leer el futuro o ver lo que estaba sucediendo en un lugar a
cientos de millas de distancia;
-
podían
hablar idiomas que nunca habían estudiado;
-
conocían
el contenido de libros que nunca habían leído;
-
podían
tragar veneno sin sufrir daño;
-
hacerse
invisibles y visibles a voluntad;
-
etc.,
etc.
La creación de oro
Pero las partes más interesantes de nuestra investigación, y
al mismo tiempo las más pertinentes al tema que estamos tratando, serán los
relatos históricos que se refieren a su capacidad para hacer oro puro de manera
artificial, o para hablar más correctamente, su capacidad de transmutar otros
metales en oro o hacer crecer el oro. Y por lo tanto daremos algunos relatos
abreviados de tales hechos autenticados:
1. El siguiente relato está tomado del acta de la facultad judicial de
Leipzig, cuya resolución judicial fue dictada en agosto de 1715 (Responsio Juridica Facultis Juridicæ
Lipsiensis).
Hace unos años, un hombre llegó a última hora de la noche al
castillo de Tankerstein que era
la residencia de la Condesa de
Erbach, y pidió que se le permitiera entrar en él y esconderse allí por
unos días ya que había matado accidentalmente a un ciervo perteneciente al Palatino de Palatia y éste lo perseguía para tomar su vida, así que pidió
ser protegido.
La condesa se negó al principio, pero cuando vio al hombre
quedó tan impresionada con su noble apariencia que consintió, y por
consiguiente al extraño le dieron una habitación donde permaneció unos días.
Posteriormente pidió una entrevista con la condesa y al ser admitido en su
presencia, expresó su agradecimiento por la protección que se le había brindado
y le ofreció que como muestra de su gratitud, él transmutaría sus piezas de
plata en oro.
La condesa al principio no podía creer que tal cosa fuera
posible, pero finalmente consintió en hacer un experimento con una jarra de
plata que el extraño fundió y transmutó en oro.
Entonces ella envió este oro a la ciudad y lo hizo examinar
por un orfebre, quien descubrió que era oro de la clase más pura. Luego la condensa
permitió que el extraño fundiera y transmutara todas sus cucharas de plata,
platos, vajilla, etc., en oro; lo cual él hizo y después se despidió y se fue.
Poco después de este suceso, el marido de la condesa quien
parece haber sido un derrochador, y que había estado fuera del hogar durante
varios años sirviendo como oficial en algún país extranjero, regresó porque
había escuchado que su esposa se había enriquecido repentinamente. Reclamó la
mitad del oro para sí mismo, pero la condesa se negó a reconocer sus
afirmaciones.
El caso llegó ante la Corte y el marido apoyó sus
pretensiones por el hecho de que él era el señor del territorio (Dominus territorii) sobre el cual estaba
ubicado el castillo que pertenecía a su esposa, y que de acuerdo con las leyes
del país todos los tesoros encontrados en esa tierra eran legalmente suyos. Por
lo tanto pidió que se vendiera el oro y con lo que ganara se comprara nueva
vajilla de plata para la condesa, y se le entregara el excedente.
La demandada alegó que el oro producido artificialmente no
podía ser considerado de la misma manera que los tesoros enterrados, y que por consiguiente
dicha ley no podía aplicarse en su caso; y que además la plata se había
transmutado en oro para su propio beneficio y no para el de otro, y rogó a la
Corte que le permitiera permanecer en posesión de su oro sin ser molestada. La
Corte falló a su favor.
2. Otro caso autenticado es el de un hombre llamado Sehfeld que vivía en Rodaun, un pequeño lugar en las
cercanías de Viena. Él hizo oro
con estaño y lo gastó libremente. El propietario de la casa donde residía, un señor
llamado Friedrich, se ganó la
confianza de Sehfeld y le contó
a su familia lo que Sehfeld había logrado. La consecuencia fue que pronto
comenzaron a extenderse rumores y chismes.
Sehfeld fue acusado de hechicería y pidió protección al
emperador de Austria, diciendo que se dedicaba a fabricar ciertos colores
químicos de los que poseía el secreto. Se dice que Sehfeld pagó 30’000 florines
al Tesoro Imperial para obtener su protección de la que disfrutó durante varios
meses.
Friedrich y los miembros de su familia solían estar
presentes cuando Sehfeld hacía oro, y dicen que después de derretir el estaño,
rociaba una pequeña cantidad de un polvo rojo sobre la masa fundida, después de
lo cual este último comenzaba a hacer espuma y exhibía todo tipo de colores. Después
de una hora aproximadamente, se dejaba enfriar y todo el estaño se había transmutado
en oro puro.
Un día Friedrich intentó hacer el experimento él mismo y habiendo
obtenido un poco del polvo rojo de Sehfeld derritió una lata mientras Sehfeld
estaba ausente y roció el polvo sobre ella, pero no hubo ningún efecto sobre el
estaño. Pero después de un rato Sehfeld entró en la habitación donde Friedrich
había hecho el experimento y al entrar la masa empezó a hacer espuma y se
convirtió en oro.
La seguridad de la que gozaba Sehfeld no duró mucho tiempo pues
a los pocos meses se pusieron en circulación nuevos rumores; se despertó la
envidia, la codicia y los celos de los vecinos, se le acusó de practicar
ciencias ilícitas y fue detenido de noche y encarcelado en la fortaleza de Temeswar donde permaneció más de un
año negándose a contar su secreto y diciendo que ninguna tortura física podría
hacerle revelarlo.
El gobernador de la fortaleza de Temeswar, el General
barón von Engelshofen, quedó tan encantado por la noble apariencia y el
carácter abierto de Sehfeld, que fue a Viena y habló con el emperador sobre su
prisionero declarando su opinión de que este último era inocente. El Emperador
poco después, mientras cazaba jabalíes en un bosque cerca de Rodan, envió a
buscar a Friedrich y recibió de él un relato detallado de sus experiencias con
Sehfeld, y se convenció que este último no era un villano; pero no quiso creer
que fuese capaz de hacer oro y expresó sus dudas al respecto.
Ante
esto Friedrich, que era un hombre honesto, exclamó: « ¡Oh,
su Majestad, si en este momento Dios descendiera del cielo y dijera: “Friedrich,
estás equivocado; Sehfeld no puede hacer oro!”, yo le contestaría: “Querido
Dios, no obstante es cierto que puede hacerlo, porque sé que es así” »
Ante esto, el Emperador sorprendido con la sinceridad del
hombre, ordenó que se le permitiera a Sehfeld ir a donde él quisiera y hacer
los experimentos que él quisiera, pero que no debería salir de Austria y que
debería estar siempre acompañado por dos oficiales dignos de confianza que
nunca deberían permitirle que se perdiera de vista.
Dos de los mejores y más confiables oficiales pertenecientes
a familias nobles fueron seleccionados para ese propósito. Sehfeld hizo varias
pequeñas excursiones en su compañía, pero poco después Sehfeld y sus dos
guardias desaparecieron y desde entonces no se ha vuelto a saber nada de ellos.
Y el historiador agrega que no es probable que esos dos oficiales ricos y
nobles hubieran sacrificado su carrera y también su reputación para desertar,
sin tener una causa o aliciente suficiente para hacerlo.
Las investigaciones realizadas en la casa de Friedrich
parecían indicar que Sehfeld preparó su polvo
rojo a partir de algunos minerales celestes, probablemente algún
sulfureto de cobre.
3. Otro caso fue contado por un boticario de Halle quien conoció a un extraño a
quien descubrió que éste estaba en posesión de algunos secretos químicos.
Habiendo sido invitado a visitar al forastero en su alojamiento,
él fue allí y después de haber hablado de alquimia, el boticario afirmó que era
pura fábula. Entonces el extraño le mostró un cierto polvo rojo le ofreció darle un poco al boticario para que este
último pudiera hacer un experimento por sí mismo.
Con una cuchara muy pequeña sacó un poco del polvo de la
caja donde estaba, pero el boticario objetó que una cantidad tan pequeña no
sería suficiente para hacer el experimento.
El extraño arrojó el polvo de nuevo a la caja, limpió la
cuchara, a la que se adhirió parte del polvo en un trozo de algodón, envolvió
el algodón en un papel y se lo dio al boticario asegurándole que incluso con
esa minúscula cantidad sería suficiente para ese propósito.
El boticario al regresar a casa tomó una gran cuchara de
plata, la derritió en un crisol y arrojó el algodón sobre ella. El metal
fundido comenzó inmediatamente a hervir, a formar espuma y a exhibir los
colores más hermosos. Al cabo de un rato el boticario sacó el crisol del fuego
y vertió el metal en un molde.
A la mañana siguiente lo examinó y descubrió que era del más
puro oro, y había algunas gotas rojo rubí en la parte superior que parecían
haber sido el excedente del polvo rojo que el metal no había absorbido. El
boticario se apresuró a acudir inmediatamente al alojamiento del misterioso
hombre para informarle de su éxito, pero este último ya se había ido y una suma
de dinero más que suficiente para pagar su alojamiento se encontró sobre la
mesa de su habitación.
La plata que el boticario había empleado en ese experimento
pesaba 1¼ onzas, y el oro que obtuvo pesaba 1½ onzas, el cual vendió a un
orfebre por 36 táleros. El
aumento de peso fue por lo tanto del 20%, lo que puede explicarse por el hecho
de que la densidad relativa del oro es mayor que la de la plata.
Desafortunadamente las perlas de color
rojo rubí en la superficie del oro se perdieron durante la excitación
causada por el descubrimiento de que la masa era oro real, porque de lo
contrario podrían haber sido utilizadas para transmutar una cantidad mayor de
plata en oro.
4. Durante el reinado del Emperador Leopoldo, un monje de la Orden de San Agustín llamado Wenzel Seiler encontró cierto polvo
rojo en su convento que resultó ser el "León Rojo" de los Alquimistas, y mediante este polvo Seiler
transformó una cantidad de estaño en oro en presencia del Emperador y su Corte.
El Emperador ordenó que se hicieran ciertas medallas con ese
oro producido artificialmente y las repartió entre los nobles de su corte. Y
también como recompensa le dio a ese monje el título de Freiherr von Rheinburg y lo nombró maestro de la ceca imperial
en Bohemia.
Una de esas medallas pertenece ahora a la familia del Conde Leopold Hoffmann, en Brieg y muestra en la parte superior
el busto del Emperador Leopoldo, con las siguientes palabras:
"Leopoldus Dei Gratia Romanorum Imperator semper
Augustus Germania Hungariæ et Bohemiæ Rex." (Leopoldo por la gracia
del Dios Emperador de los Romanos, Augusto siempre Rey de Alemania de Hungría y
Bohemia).
Y el reverso no está estampado, pero tiene grabado un verso
que dice: "Aus Wenzel Seilers Pulvers Mach Bin ich von Zinn zu Gold gemacht"
(Fue transformado de estaño a oro con el polvo de Wenzel Seiler)
5. La prueba más indiscutible (si las apariencias pueden
probar algo) de la posibilidad de transmutar metales básicos en oro, puede ser
vista por todos los que visiten Viena en donde se encuentra una medalla
conservada en la cámara del tesoro imperial, la cual se afirma que
originalmente era de plata pero que fue transformada en parte en oro por medios
alquímicos por el mismo Wenzel Seiler, quien luego fue nombrado caballero por
el emperador Leopoldo I, y se le dio el título de Wenzeslaus Ritter von
Reinburg.
La medalla tiene una forma ovalada, su diámetro largo es de
37 cm y el corto es de 40 cm. Su gravedad específica es de 193 y su peso es de
7,200.4 gramos. Se estima que su valor corresponde a 2.055 ducados austríacos.
Como se indica en la figura adjunta, aproximadamente un
tercio de la parte superior es plata y la parte restante es oro. Las dos
incisiones se hicieron en 1883 con el fin de examinar la medalla, para ver si
era pura o simplemente dorada. El examen se realizó a petición del profesor A.
Bauer, de Viena.
Un lado de la medalla muestra los retratos de los
antepasados del Emperador, hasta el Rey Pharamund:
Mientras que el otro lado tiene la siguiente inscripción:
Sacratissimo
Potentissimo et invictissimo
Romanorum imperatori
Leopoldo I.
Arcanorum naturæ scrutatori curiosmo
Genuinum hoc veræ ac perfectæ
Metamorphoseos metallicë
espécimen
pro exiguo anniversarii diei nominalis
mnemosyno
cum omnigenæ prosperitatis voto
humillima veneratione offert et dicat
Joannes Wenzeslaos de Reinburg
numini majestatique eius
devotissimus
anno Christi MDCLXXVII. die festo
S. Leopoldi
ognomine pii olim marchionis Austriæ
nunc autem patroni augustissimæ
Domus austriacæ
Benignissimi.
Potentissimo et invictissimo
Romanorum imperatori
Leopoldo I.
Arcanorum naturæ scrutatori curiosmo
Genuinum hoc veræ ac perfectæ
Metamorphoseos metallicë
espécimen
pro exiguo anniversarii diei nominalis
mnemosyno
cum omnigenæ prosperitatis voto
humillima veneratione offert et dicat
Joannes Wenzeslaos de Reinburg
numini majestatique eius
devotissimus
anno Christi MDCLXXVII. die festo
S. Leopoldi
ognomine pii olim marchionis Austriæ
nunc autem patroni augustissimæ
Domus austriacæ
Benignissimi.
Sin embargo, parece que no hay nada perfectamente confiable
en este mundo de ilusiones, y por lo tanto es necesario afirmar que Wenzel
Seiler fue luego considerado un impostor y enviado de regreso a su monasterio.
Más tarde el Emperador lo recibió nuevamente a su favor e incluso pagó sus
numerosas deudas, cuya existencia es bastante incomprensible si realmente él
hubiera tenido el poder de producir oro por medios alquímicos.
(También yo soy desconfiado con estos relatos porque si bien
los maestros han explicado que si es posible transformar los metales básicos en
oro, para eso se requiere haber alcanzado un elevado nivel de iniciación, y un verdadero
Adepto no estaría haciendo las cosas que Franz Hartmann mencionó en estos
relatos.
Aunque tal vez también existan técnicas secretas para lograr
hacer esta transmutación sin la necesidad de ser un gran Adepto, pero lo veo
poco probable porque para transmutar hay que modificar la estructura atómica,
algo que a nuestro nivel es extremadamente difícil de lograr.)
Apuntes
1. Ante nosotros hay un periódico impreso en Leipzig fechado
del 26 de mayo de 1761 que da las últimas noticias de Colonia, dice:
« Los dos profetas que han sido encarcelados en este
lugar todavía mantienen alerta la atención de nuestros ciudadanos. El tribunal
aún no ha decidido qué se hará con ellos. Es inútil encadenarlos porque poseen
el maravilloso poder de romper incluso las cadenas más fuertes como si fueran
hilos de lino y lo han hecho en presencia de muchos testigos.
Pueden incluso en la oscuridad ver todos los objetos en su prisión porque hay una luz sobrenatural brillando alrededor de sus cabezas y
saliendo de sus ojos que ilumina su entorno.
Parecen ser hombres jóvenes, y sin
embargo dicen que estuvieron en Constantinopla en el año 1453 en la época de
Mohamed II. Dicen que conocieron personalmente al último emperador cristiano en
ese lugar, Constantino Paleólogo, y están en posesión de cartas escritas por él
y su esposa y hermana.
Dicen que en el momento en que
estuvieron en Constantinopla ya tenían más de 300 años. Hablan persa, chino y
otros idiomas con fluidez; viven alimentándose solo de un poco de pan y agua.
Hicieron algunas curaciones
maravillosas en los pueblos vecinos antes de ser arrestados. Los perros
salvajes y animales salvajes parecen tratarlos con reverencia; parecen estar
bien familiarizados con los libros escritos por los antiguos filósofos y hablan
de Pitágoras con gran respeto. No sabemos qué pensar de estos hombres. »
2. Puede
ser motivo de duda si el cuerpo de una persona puede estar habitado simultánea
o alternativamente por dos individualidades diferentes, pero los fenómenos de
obsesión e hipnotismo demuestran que esto no es imposible.
Cagliostro dijo que nació en
Oriente, y es cierto que tenía conexiones allí; pero se comprobó que nació en
Italia y que se llamaba Balsamo. Esto por supuesto lo condenaría de inmediato
entre los ignorantes de su época y entre nuestros escritores de enciclopedias por
ser un impostor. Sin embargo un conocimiento más definido de la verdadera
constitución del hombre podría explicar ese misterio.
Eso que es la realidad fundamental
en el hombre, es la voluntad. Y los fenómenos del llamado hipnotismo muestran
que la voluntad de una persona puede hacerse actuar en otra, y durante el
tiempo que una persona está obsesionada por la voluntad de otra también está
bajo la influencia de la memoria de esta última.
Aquellos familiarizados con las
leyes ocultas no encontrarán increíble que la persona de Balsamo haya sido
influenciada y utilizada por algún espíritu humano oriental, cuyo nombre era
Cagliostro, y que durante esos tiempos Balsamo creía ser, y en realidad era
Cagliostro.
El espiritismo moderno tiene una
legión de hechos similares.
(En el Pórtico del
Templo de la Sabiduría, capítulo 4)
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