RECUERDOS DE FRANCESCA ARUNDALE SOBRE BLAVATSKY

 
Francesca Arundale fue una teósofa londinense y amiga de Blavatsky, y cuando Blavatsky murió, ella escribió el siguiente artículo en homenaje a HPB.
 
 
 
MADAME BLAVATSKY Y SU OBRA
 
Fue en abril de 1884 cuando conocí a Madame Blavatsky y fue el 26 de marzo de 1891 cuando la vi por última vez, poco antes de su muerte.
 
Recuerdo bien su llegada de París y su aparición inesperada en una reunión de la Logia de Londres de la Sociedad Teosófica que se estaba celebrando en Lincoln's Inn. La impresión que su notable personalidad me causó a mí y a los demás nunca se ha borrado de mi memoria.
 
En ese primer encuentro reconocí que había conocido a alguien cuya influencia en mi vida sería imborrable por el tiempo, y que habiendo tocado la raíz misma y el núcleo de la naturaleza interna, esa influencia nunca podría ser ignorada.
 
Los pocos meses del verano de 1884 que ella pasó en nuestra casa en Elgin Crescent estuvieron marcados por eventos de un carácter curioso y excepcional, todos testimoniaron el hecho de que la personalidad llamada Madame Blavatsky era diferente en la mayoría de las características de los que la rodeaban, y multitudes de visitantes de todas las clases atestiguaron el interés que ella suscitó.
 
Mientras ella estaba con nosotros, tenía la costumbre de dedicar la primera parte del día a escribir; por lo general comenzaba a las siete en punto, pero a menudo antes, y era muy raro que las veces en que entré en su habitación a eso de las ocho de la mañana no la encontrara ya en su escritorio en el que después de un pequeño intervalo para el almuerzo, ella continuaba trabajando hasta las tres o cuatro de la tarde.
 
Entonces fue cuando comenzaba el periodo de recepción de la gente, y desde la tarde hasta la noche llegaba una sucesión constante de visitantes. La anciana dama sentada en su sillón en el pequeño salón (que apenas era lo suficientemente grande para la afluencia de invitados) era el centro de un círculo inquisitivo. Muchos por supuesto atraídos por la fama de sus grandes poderes, venían simplemente por curiosidad. En aquellos días la Sociedad de Investigaciones Psíquicas todavía no había emitido su famoso informe y algunos de sus miembros estaban presentes a menudo buscando las señales y prodigios que tanto deseaban contemplar.
 
Una tarde se había reunido un pequeño grupo en el salón trasero, y entre ellos estaban algunos miembros prominentes de la SPR, Madame Blavatsky fue solicitada seriamente para producir algunos fenómenos, y ella respondió riendo como tantas veces lo hizo a solicitudes similares:
 
-        "¿Qué quieres hacer con los fenómenos? No son más que trucos psicológicos y de poco valor para los estudiantes serios."
 
Sin embargo finalmente ella consintió en probar si podía hacer algo, y sentándose entre los demás alrededor de la mesa grande, ella se unió a la conversación, y la conversación fluyó durante un corto tiempo en la forma fácil que siempre sucedía cuando ella estaba rodeada de mentes intelectuales. Pero en muy poco tiempo, un sonido sorprendentemente dulce y cristalino conocido como el infierno astral se comenzó a escuchar y se repitió varias veces para gran deleite y placer de aquellos que nunca lo habían escuchado antes.
 
Los señores presentes pertenecientes a la SPR se declararon más que satisfechos, remarcando más de una vez que no cabía duda de la autenticidad de aquel fenómeno.
 
 
Les podría hablar de muchos otros fenómenos que le solicitaron y que ella produjo, pero conociendo el valor que la propia Madame Blavatsky le dio a estas cosas, sería un pobre tributo a su memoria presentar lo que es la menor parte de su trabajo. Además que los Investigadores de la Sociedad Psíquica y los cazadores de fenómenos, y aquellos que solo venían a ver y maravillarse, eran solo una parte de la gran multitud que la visitaba.
 
Muchas mentes serias dedicadas al estudio científico o filosófico venían una y otra vez, atraídas por el poder de un intelecto que mostraba su gran fuerza en la forma en que trataba los muchos temas que se le presentaban.
 
Reputados profesores de Cambridge venían y pasaban una tarde ocasional en su compañía, y ahora recordando esos eventos puedo percibir ante mí la forma voluminosa de Madame Blavatsky con la túnica holgada en el gran sillón, con la canasta de tabaco a su lado, respondiendo preguntas profundas y sabias sobre teorías de la cosmogonía y las leyes que rigen la materia, mientras ella torcía los cigarritos que ella misma fumaba constantemente y regalaba a sus invitados.
 
Para aquellos amigos que estaban en constante y desenfrenada relación con ella, ellos podían observar otros aspectos de su carácter. Ella provocaba una dependencia casi infantil en los demás, alternando con gran impaciencia el control y su absoluto desprecio por los convencionalismos ordinarios establecidos en la vida de una comunidad civilizada pero que eran una carga para ella misma y en una prueba continua para sus amigos en el esfuerzo por evitar que ella ultrajara a los demás al rechazar las convenciones de la sociedad.
 
Creo que su completo aborrecimiento por las farsas de la sociedad a menudo la hacía enfatizar y deleitarse con cierta franqueza en su manera de hablar y la rudeza en su acción que a veces desconcertaba incluso a sus mejores amigos. Pero al mismo tiempo ella se conmovía fácilmente por la angustia y el dolor de los demás, y ella era muy amable con los niños que encontraba.
 
Recuerdo un incidente que muestra este aspecto de su naturaleza polifacética: Blavatsky estaba en el jardín zoológico en un asiento rodante, cuando el niño pequeño de un amigo cayó justo delante de ella, contra la rueda; pues bien en su afán por ayudar al niño, Blavatsky casi se cae del asiento pues siempre le resultaba difícil moverse.
 
 
Pequeños detalles como éste muestran claramente que a pesar de su rudeza de habla y modales, y el desprecio que a menudo ella tenía por los sentimientos de los demás, también ella tenía mucha simpatía por los débiles y los que sufrían.
 
 
 
Cuando Blavatsky vino a nosotros por primera vez, ella trajo consigo a su sirviente indio (Babula), y era un rasgo esencial de la tarde verlo con su traje nativo traer el samovar ruso y repartir las tazas de té a los presentes.
 
En conjunto mi hogar, el Elgin Crescent 77 de aquellos días difería ampliamente de lo que era antes o de lo que volvió a ser después de su estancia.
 
Todo el grupo [o sea Blavatsky y la principal gente que la acompañaba] había recibido una invitación del señor y la señora Gebhard, de Elberfield, para que pasaran el mes de agosto en su casa, y en consecuencia el 16 de ese mes Madame Blavatsky, acompañada por el Sr. M. Chatterji y varios teósofos, entre los que nos contábamos, partimos a Alemania.
 
Recuerdo bien la mayoría de los incidentes de ese viaje, el amable cuidado de nuestro anfitrión, el Sr. Gebhard, quien tomó todas las precauciones para hacerlo lo más fácil posible para Madame Blavatsky, la amena y animada conversación que hubo entre todos nosotros en el tren, la curiosidad que provocamos en algunas de las estaciones en Alemania donde paramos y donde probablemente nunca antes se había visto un tipo como el Sr. Chatterji [quien era indio] y muchos otros detalles que aunque interesantes para los presentes, son de una naturaleza demasiado personal para ponerlos en este pequeño memorándum.
 
Mientras yo estaba con estos amables amigos, tuvo lugar el inicio del asunto Coulomb. Los detalles de todo lo que ocurrió en ese momento son bien conocidos y es completamente innecesario que los mencione, y tanto más cuanto que habíamos dejado a Madame en Elberfeld y habíamos regresado a Londres antes de tener noticias de ello.
 
 
Fue a finales de septiembre que Madame Blavatsky volvió a visitarnos por un corto periodo de tiempo antes de ir a casa del Sr. y la Sra. Oakley, antes de que todos ellos (Blavatsky y varios teósofos) partieran hacia la India. Ella estaba muy deprimida e indispuesta, casi agotada por los problemas por los que había pasado.
 
En una carta que me escribió en ese momento, justo antes de salir de Elberfeld, ella me dijo:
 
-        "He renunciado a mi cargo de secretaria corresponsal en la Sociedad Teosófica, me he desvinculado públicamente de ella porque pienso que mientras yo esté en y al frente de la Sociedad Teosófica seré el blanco de los disparos y que la Sociedad será afectada por esos ataques hacia mi persona", y continúa diciendo: "Mi corazón, si es que me queda algo, está roto por este paso, pero tuve que sacrificarme por el bien de la Sociedad Teosófica. La Causa antes que las personas y personalidades."
 
Esta devoción a la Causa fue la nota clave de su vida de la que nunca se apartó. Ella fracasó muchas veces en la discriminación de lo que era el bien de la causa, como lo hizo en esta instancia cuando pensó en desvincularse de su cargo oficial, pero es imposible ignorar que bien o mal realizado, su motivo de acción fue siempre la misma devoción a la Causa y a sus Maestros.
 
Afortunadamente en esta ocasión ella se vio impedida de llevar a cabo su propósito, anulada por el juicio más sabio de otros que estando un poco más alejados del asunto, pudieron ver la situación con más calma.
 
 
Son muchas las ocasiones que recuerdo durante su estancia con nosotros de conversaciones o más bien monólogos por su parte de un carácter muy interesante. Era mi costumbre (que ella siempre alentaba) ir a verla a última hora de la noche y muchas veces me quedaba hasta que ella se dormía.
 
En esos momentos, de vez en cuando ella relataba narraciones, a veces una especie de alegoría y otras veces lo que parecían ser incidentes de una vida pasada, ya sea de ella misma o de otra persona, pero tan poéticamente y sin embargo gráficamente relacionados, que si era un hecho o fantasía necesitaba intuición para decidir. Pregunta que ella no toleraría: si alguna vez intentara interrogarla, se callaría o diría:
 
-        "Ya lo he dicho, puedes creer lo que quieras con lo que acabo de contar."
 
En noviembre de ese mismo año, muchos de nosotros la acompañamos al puerto de Liverpool, cuando ella partió hacia la India con el Sr. y la Sra. Oakley, y desde ese momento, con la excepción de una semana en Wurzburg y una visita ocasional en Londres, mi relación personal con Madame Blavatsky había terminado.
 
Dificultades, pruebas y acontecimientos de naturaleza más o menos penosa se produjeron constantemente durante su estancia entre nosotros y, sin embargo, lamentaría no haber tenido esta íntima asociación con alguien que, cualesquiera que hayan sido sus defectos, ciertamente ha logrado uno de las mejores obras de su tiempo.
 
 
 
Con respecto a su trabajo, hay un aspecto del mismo que me gustaría traer a la atención de todos, ya sean teósofos o no, un trabajo que creo que apenas ha sido suficientemente estimado pero que sin embargo es de suma importancia, ya sea desde el punto de vista físico o espiritual.
 
En nuestras relaciones con Oriente, hasta ahora sólo hemos actuado según el principio de dar y recibir en interés propio. Nadie va a negar los avances derivados de ambos lados de la presencia del los ingleses en la India: la riqueza y prestigio de uno, la educación y desarrollo material de otro. Pero se ha trazado una línea de separación entre las dos razas, una línea que ha sido acentuada por los misioneros en su vano esfuerzo por traer a los indios la religión de la raza dominante (o sea el cristianismo).
 
El esfuerzo fracasó rotundamente y sin embargo tal vez más que cualquier otra cosa separó el Este del Oeste. El orientalista en su estudio de la lengua, la literatura y la religión orientales ha intentado en diferentes momentos traspasar la barrera, pero su propio orgullo de raza y la arrogancia del conocimiento han sido un obstáculo fatal en el camino.
 
La idea de que sólo a través de la interpretación occidental se puede desentrañar la filosofía oriental y que cualquier cosa con la que esa interpretación sea incapaz de tratar no son más que vanas tonterías y balbuceos de niños, es la roca contra la que han caído la mayoría de los investigadores occidentales de la filosofía oriental.
 
Ha sido el glorioso trabajo de Madame Blavatsky tomar un nuevo rumbo por completo. Ex Oriente Lux es en adelante el lema, y la luz se encuentra a través de fuentes orientales interpretada a través de maestros orientales.
 
El futuro de la India es el futuro de Inglaterra política, material y espiritualmente; y es la unión de Oriente y Occidente en los lazos de la filosofía espiritual lo que considero una de las características más destacadas para el bien en el trabajo de la Sociedad Teosófica.
 
El marcado avance en el conocimiento que estamos adquiriendo día a día de la historia filosófica india debe ser evidente para todos. Hace unos años apenas había traducciones de obras filosóficas en sánscrito, y el conocimiento del sánscrito mismo se limitaba a unos pocos estudiantes aquí y allá. Toda la tendencia de la enseñanza de Madame Blavatsky ha sido despertar a la India al conocimiento de su vida espiritual pasada, y hacer que esa vida sea mejor comprendida por el mundo occidental.
 
Las evidencias que marcan el trabajo realizado en esta dirección se encuentran en las diversas traducciones que se hacen constantemente de las obras sánscritas, y en los esfuerzos de los europeos (tanto dentro como fuera de la Sociedad Teosófica) por buscar esa sabiduría que ha sido olvidada durante tanto tiempo. en la India, aunque nunca se perdió por completo.
 
La estrecha unión de Oriente y Occidente en el desarrollo por un lado, y por el otro la aceptación de esta sabiduría espiritual, contribuirá en gran medida a minimizar los efectos dolorosos de esa lucha que inevitablemente debe tener lugar a medida que las razas orientales se levantarán en un sentido de su propio poder en la búsqueda de ventajas materiales.
 
Se podría decir mucho más sobre este tema pero este no es el lugar, basta aquí reconocer con agradecimiento que en este aspecto, como en otros, Madame Blavatsky ha sido la líder de un trabajo que nosotros, quienes afirmamos haber sido sus discípulos, haríamos bien en esforzarnos por llevar adelante.
 
 
(Este artículo fue publicado en la revista Lucifer de julio de 1891, p.376-380; y posteriormente en el libro HPB: en Memoria de Helena Petrovna Blavatsky, 1891, p.69-73)
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

7 comentarios:

  1. Eh Cid, quiero realizar 1 cuestión... En el lado"esoterico" existirá una técnica para mantener el control del cuerpo del deseo¿? Por favor responda

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  2. 1 consulta más... Sí yo quisiese y pudiera pedir algo como esto; (Renunciar a la estancia en el denominado "Devachan") Yo estoy en la especulación... Pero estoy seguro que "alguien" puede cumplir mí aquel deseo, expresado arriba. Grácias por su atención y quedó a la espera de su respuesta...

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  3. 1. Seguramente ha de existir técnicas más avanzadas, pero aprender a controlar el cuerpo del deseo no es ningún secreto, simplemente tienes que entrenarte a no dejarte dominar por tus impulsos animales.

    2. Puedes pedirle a los maestros que después de fallecer te ayuden a despertar de tu sueño devachánico, y dependiendo de las circunstancias ellos te pueden echar la mano en eso.

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    1. Antes,Cid grácias por responder a mis 2 cuestiones.... Sólo que ahora esté te pido por favor. Más explicaciones explícitas sobre el 1 punto de tu respuesta,espero respuestas

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    2. Todavía no tengo un listado de técnicas esotéricas, pero por ejemplo el maestro Pastor dio la siguiente técnica:

      http://esoterismo-guia.blogspot.com/2018/09/como-eliminar-defectos.html

      En resumen, toda técnica que te ayude a controlar cada vez más tus emociones, tus pensamientos y tus impulsos va en esa dirección de un mayor dominio de tu cuerpo de deseos.

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