El famoso aventurero Giacomo
Casanova mencionó en sus Memorias que
cuando él se dirigía hacia Bruselas (alrededor del año 1763), tuvo el siguiente
encuentro con el conde de Saint-Germain:
« En
el camino a Tournay vi a dos hombres que conducían un esplendido carruaje con
caballos excelentes. Ellos me dijeron que ese carruaje pertenecía al conde de
Saint-Germain.
- “Me gustaría ser
presentado a vuestro amo”, les dije.
- “Él no recibe a nadie”,
me respondieron.
Pero
esa respuesta hizo que me volviera aún más firme y le escribí una carta al
conde indicándole quien era yo y expresando mi deseo fuerte de verlo. Y su
respuesta, escrita en italiano, y que todavía tengo frente a mí, dice lo
siguiente:
“Mis
ocupaciones me obligan a rechazar cualquier tipo de visita, pero usted es una
excepción a la regla. Así que considérese mi invitado, mis sirvientes lo
conducirán a mi castillo, solo que no le diga a nadie quien es usted, y no lo
invito a compartir mi mesa porque mi régimen no le convendría, especialmente si
usted ha mantenido su antiguo apetito."
Estaba
a las ocho en punto en la puerta del conde. Él llevaba una túnica armenia, una
gorra puntiaguda, y una espesa y larga barba le llegaba hasta la cintura, y sostenía
en su mano una pequeña varita de marfil.
A
su alrededor, vi unas veinte botellas dispuestas metódicamente, todas llenas de
diferentes elixires. Me preguntaba qué ocupación estaba llevando a cabo, cuando él me dijo con gran seriedad:
- “Es el conde de
Cobenzl, primer ministro de Austria, quien me ha asignado esta ocupación, y yo trabajo
para complacerlo, para establecer una fábrica.”
- “¿Van a producir vasos?”,
le pregunté.
- “No, sombreros”,
respondió, “pero su excelencia solo se ha dignado a otorgarme mil florines para
esta gigantesca empresa, por lo que estoy cubriendo el déficit con mis propios
fondos.”
- “¿Espera mucho de esa
fábrica?”, le pregunté.
- “En dos o tres años, todas
las cabeza de Europa usarán mis sombreros”, me contestó.
- “Será un gran
resultado”, le comenté.
- “¡Inmenso!”, se
exclamo.
Y
comenzó a caminar por la habitación frotándose las manos con la vivacidad de un
joven. Yo pensé en mi interior: ¡Está loco!
- “Por cierto”, dijo, “¿ha
tenido noticias de la marquesa de Urfé?”
- “Ella está muerta”,
le respondí.
- “¡Muerta!, exclamó, “sabía
que tenía que terminar así. ¿Y en qué estado murió ella?”
- “Loca, ella afirmó
estar embarazada.”
- “Espero que usted no le
haya creído eso.”
- “Estoy convencido que
estaba equivocada.”
- “Qué bueno. Si ella
me hubiera consultado, le habría podido decir si estaba embarazada o no. Solo
que me hubiera sido imposible para mí predecir el sexo del niño. Admito
humildemente que mi adivinación no llega tan lejos.”
- “¿El conde también aconseja
a las mujeres en parto?”
- “También soy un gran
médico. Y ahora que lo estoy observando, ¿Está usted enfermo? Tiene
la lengua seca, el pulso duro y los ojos hinchados. ¿Sufre usted de pituita?”
- “Desafortunadamente
no, en realidad tengo… (y le nombré la enfermedad desagradable que tenía en ese
momento).
- “Eso yo lo puedo
curar”, afirmó el conde.
Y
puso en mis manos una pequeña botella llena de un licor blanco que dijo que
contenía la arquea universal.
- “¿Y qué debo hacer
con este licor?”, le pregunté.
- “Esto parece licor,
pero no lo es. En realidad es un simulado del virus que infecta vuestras venas.
Tome esta aguja y perfore el sello de cera que tapa la botella”, me respondió.
Hice
lo que me ordenó, pero como no sabía qué pensar, él agregó:
- “Mire lo que queda en
la botella. No queda nada. ¿Verdad? La sustancia blanquecina se ha evaporado.
Pues bien, del mismo modo, inyectándole esta substancia en un lugar
determinado, todo su dolor desaparecerá.”
Pero
al ver que yo me negaba a la operación, eso lo molestó y me reclamó:
- “Usted es el primer
hombre que duda de mi conocimiento. Podría hacer que se arrepintiera, pero yo soy
como el Padre Eterno, todo poderoso y misericordioso. Es lamentable que haya
mostrado tan poca confianza en mí. Su fortuna estaba asegurada. ¿Tiene dinero
en su bolsillo?”
Vacié
mi bolsillo en su mano y él tomó una pieza que colocó sobre un carbón caliente y
lo cubrió con un polvo negro. Y mientras avivaba el fuego soplando por medio de
un tubo de vidrio, vi la moneda enrojecerse y encenderse. Y después cuando de
nuevo se había enfriado, me dijo, riendo:
- “Aquí está su moneda,
tómela. ¿Reconoce el metal en la que la he convertido?”, me preguntó.
- “¡Es oro!”, exclamé.
- “Del más puro”,
respondió él.
»
(t. VI, p.76-79)
Sin embargo, esta historia
seguramente fue inventada por Casanova. Primero, porque él comete varios errores
históricos, como afirmar que el conde Cobenzl era el Primer Ministro de
Austria, lo cual es falso, ya que en realidad él era el Ministro de Relaciones Exteriores
de Austria, y fue el príncipe de Kaunitz quien era el Primer Ministro de
Austria.
Por otro lado, el conde de Saint-Germain
se especializó en perfeccionar muchas cosas (metales, piedras preciosas, medicinas,
etc.). Pero jamás se supo que fabricara sombreros.
Y además, Casanova asegura que la marquesa
de Urfé ya estaba muerta cuando en realidad ella murió el 13 de noviembre de
1775, es decir doce años después de cuando él afirmó haber tenido esta supuesta reunión
con el conde de Saint-Germain.
Pero sobre todo porque Casanova fue
un hombre muy mentiroso como a continuación se los voy a mostrar.
La familia de Urfé era una de las
familias más poderosas de Francia, y muchos de sus miembros ocuparon altos puestos
de mando. Y la marquesa de Urfé era viuda de uno de estos señores: el marqués
de Langeac y de Urfé.
Ella vivía lujosamente en un rico
departamento y su sala era conocida en todo París como uno de los lugares más elegantemente
frecuentados de la capital. A ella le gustaba el ocultismo y la alquimia, pero
aunque instruida, también era muy crédula, y es así como Casanova logró
engañarla.
El historiador A. Compigny des Bordes,
en su libro "Casanova y la marquesa
de Urfé, la aventura más galante y curiosa del siglo XVIII" (París,
Campeón) definió a Casanova como "ese distinguido sinvergüenza cuyo único
objetivo en la vida era aparentar, impresionar y explotar a los demás".
Y de hecho, en 1757, Casanova
conoció a la Marquesa de Urfé y le hizo creer que él era un gran ocultista y
que iba a buscar los medios para ayudarla a perpetuarse. Y es así que ella se
convirtió en su amante ocasional y en su mecenas que financiaba los viajes y
las “investigaciones” que efectuaba Casanova, y también le dio direcciones y
cartas de recomendación, esperando que así Casanova encontrara la solución.
Pero eso solo fue un subterfugio de
Casanova para extraerle grandes sumas de dinero a la marquesa.
En 1763, cuando la marquesa ya había llegado a los 58 años de edad, ella le instó a Casanova que por fin llevara a cabo su
regeneración, y él le propuso que la dejaría embarazada por medio de un ritual mágico durante un trío sexual, para que de esta manera cuando ella diera a luz al niño, su alma transmigraría
dentro de ese bebé al momento del parto.
Pero ese mismo año, Giacomo Passano,
un antiguo cómplice de Casanova, denunció a la marquesa todos los engaños que
había cometido Casanova, para así convertirse en su nuevo hechicero. Y es por eso que en sus Memorias, Casanova trata
de ocultar ese incidente, alegando que la marquesa había muerto ese año.
Entonces, como ustedes mismos lo pueden
constatar, Casanova era un hombre muy engañoso y mentiroso.
Y curiosamente, es en el
departamento de la marquesa de Urfé donde Casanova conoció al Conde de
Saint-Germain (en 1758), y el conde lo impresionó tanto que en sus Memorias, Casanova escribió:
« Es cierto que es difícil poder hablar mejor que como lo hace el
conde. Él tiene un tono decisivo, pero de una naturaleza tan estudiada que agrada
a quien lo escucha. Es un hombre muy culto, habla la mayoría de los
idiomas perfectamente, es un gran músico, un gran químico, una persona muy
agradable. »
(t. III, p.292)
Y para alguien como Casanova, quien
confesó que "su pasión era sorprender a los demás" (t. V, p.324), ver
a otro hombre mucho más asombroso que él mismo debe de haber sido un gran
shock para él.
Y esta conmoción se tradujo en
sentimientos de admiración y de celos a la vez. Y es por eso que cuando
Casanova habla del conde de Saint-Germain, por un lado él exagera las hazañas
realizadas por el conde, y por el otro lado él lo denigra inventando mentiras.
Como por ejemplo, Casanova afirmó que
la marquesa de Urfé detestaba al conde de Saint-Germain (t. V, p.399). Pero eso
no es cierto si consideramos que el único retrato conocido del conde lo poseía
Madame d'Urfé en su colección de pinturas.
Y en realidad quien era
detestado por la marquesa era el propio Casanova por los motivos que les
expliqué arriba, mientras que en cambio ella apreciaba mucho al conde de Saint Germain, al grado que ella guardaba un retrato de él.
Y es a partir de ese cuadro, que el artista
francés Nicolás Thomas produjo su grabado con el retrato de Saint-Germain que conocemos
hasta hoy en día:
Otro ejemplo del esmero que tenía Casanova por denigrar al conde de Saint-Germain lo encontramos en uno de los pasajes de sus Memorias, en donde cínicamente Casanova afirma que:
« Saint-Germain fue un maestro en volver dóciles a todas
las mujeres, porque al mismo tiempo que las adulaba, él les daba maquillaje,
cosméticos y pócimas que según él, las podían embellecer, no para hacerlas más jóvenes,
ya que él tuvo el pudor de admitir que eso le era imposible, pero si pretendía
que las iba a preservar en el estado de belleza en que él las tomaba, y decía
que esos ingredientes le costaban mucho, pero que a ellas él se las regalaba. »
(t. III, p. 292)
Y esto seguramente también ha de ser
falso, porque los testigos serios que conocieron al conde de Saint-Germain,
mencionan que el conde no estaba interesado en las relaciones amorosas, y vemos
que en realidad Casanova una vez más está proyectando sus propias actividades sobre el conde, ya que quien solía engañar a las mujeres para seducirlas
era el propio Casanova.
CONCLUSIÓN
Y estos son
algunos ejemplos que ilustran por qué no hay que creer demasiado en lo que dijo
Casanova sobre el conde de Saint-Germain, debido a que hay más falsedades que
verdades en sus relatos. Pero desafortunadamente muchas personas si le creyeron,
y a su vez repitieron esas mismas mentiras, aumentando con ello aún más la
confusión que existe sobre ese enigmático personaje que fue el conde de
Saint-Germain.
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