LOS HECHICEROS TIBETANOS QUE BUSCABAN LA INMORTALIDAD

 
(El siguiente texto es la introducción y el sexto capítulo del libro “Magia de Amor y Magia Negra” de la exploradora Alexandra David-Neel, y le agradezco mucho a Serapeum por habérnoslo enviado.)
 
 
 
INTRODUCCIÓN
 
He vacilado largamente, en realidad durante muchos años, antes de decidirme a publicar el presente libro a causa de la naturaleza particularmente horrible de los hechos descriptos en el capítulo V, y más aún en el capítulo VI.
 
Hallándome de nuevo en Asia, he tenido la ocasión de encontrar recientemente sobre la Montaña Sagrada de los Cinco Picos, cerca de la frontera mongólica, a lamas tibetanos llegados ahí en peregrinación. Entre ellos, dos eran oriundos del país de los Gyarong-pas y casualmente llegamos a hablar de hechicería y de los Böns, de los cuales hay un número bastante considerable en el Gyarong. Yo misma he sido testigo de un singular fenómeno en uno de sus monasterios.
 
Esos lamas me dijeron que en tanto que sabían de muchos Böns Blancos perfectamente honorables, también habían oído hablar de ciertos Böns Negros que se dedican a raras y crueles prácticas mágicas. Y con gran asombro mío mencionaron la mesa hueca de pesada tapa bajo la cual se deja a hombres vivos morir de hambre y luego podrirse para suministrar el material de un elixir de inmortalidad.
 
Esto es lo que el héroe del siguiente relato me contó haber presenciado. Él no era sin duda el único en haber contemplado ese espectáculo macabro, y en todos los casos lo que me decían los lamas peregrinos, me obligaba a deducir que los rumores circulantes sobre ese tema y el temor de los magos Böns impedía que se expresaran de otra forma que con sordina.
 
Esta confirmación inesperada de las confidencias que se me habían hecho sobre este tema, disipó mis dudas en cuanto al interés que tendría su publicación desde el punto de vista de la etología.
 
Las circunstancias en que he reunido los materiales para escribir el presente libro, están claramente descriptas en el prólogo. El lector comprenderá sin que sea necesario decírselo, que el narrador de esta autobiografía sólo me ha proporcionado los datos esenciales. El estado de ánimo particular que lo impulsó a contar los incidentes de su vida pasada, excluye toda digresión.
 
Mi huésped dominado por la emoción que le causaba el recuerdo bruscamente reavivado del drama que vivió, no soñaba en pintarme los lugares que habían sido testigos de ello, ni en explicarme las costumbres o creencias a que se referían los hechos que él narraba, ya que sabía que me eran bien conocidas gran parte de las regiones donde había pasado su vida, y además me tomaba por una tibetana auténtica.
 
Reproducido brevemente tal como me fue hecho este relato, habría sido ininteligible en muchos puntos para los extranjeros a quienes el Tíbet y sus habitantes son totalmente desconocidos. Entonces me ha parecido preferible dar a este libro la forma de una novela, a fin de poder con la descripción de paisajes o exposición de las ideas corrientes en el país, rodear a sus personajes de la decoración física y la atmósfera mental en que se movían y cuya influencia sufrieron. Sin embargo le pido al lector, a lo largo de todas las páginas siguientes, que recuerde que esta novela ha sido basada en hechos reales.
 
Alexandra David-Neel
 
Riwotsé Nga, Agosto 1937.
 
 
 
 
 
CAPÍTULO VI
 
La cueva de los magos negros. - Un místico hindú en busca de la inmortalidad. - Un laboratorio Infernal. - El prodigioso elixir de vida. - Evasión de la fortaleza de los magos negros. - Drama en la selva.
 
 
So saling es un monasterio de apariencia modesta asentado en un monte de baja altura. El lugar carece de la arrogancia que tienen la mayoría de las abadías lamaístas que se encuentran situadas en zonas altas y envueltas en las nubes.
 
Las enormes hojas de la puerta monumental se abrían dentro de la muralla exterior, estas estaban pintadas de colores vivos predominando el rojo y el verde. El sol y la lluvia a través de los años habían descascarado las figuras de seres fantásticos que un artista había pintado sobre ellas tiempo atrás, y en diversos lugares aparecía la madera bruñida y rajada, pero esta vetustez contribuía a su vez a dar a la entrada del monasterio un aire acogedor.
 
Sin embargo esta impresión de confianza no duraba mucho ya que al entrar se hallaba un patio con una muralla al frente de una serie de edificios de piedra gris. Una segunda muralla, con una puerta estrecha y baja se veía en el ángulo opuesto. Al abrirse esta puerta, un muro impedía ver el interior de la segunda muralla.
 
Esas construcciones constituían el hospital y dentro de la segunda muralla, estaba el templo y la logia de cenobitas que los enfermos nunca veían.
 
So saling significa "Lugar donde se cura". Desde tiempo inmemorial los médicos residían allí, pertenecían a la vieja religión del país, una especie de chamanismo para grandes adeptos mezclado con filosofía y magia, y a cuyos fieles se les llama “Böns”.
 
Cuentan que el fundador de estos terapeutas fue un chino que se estableció allí, tenía más de mil años, y según la leyenda vivía en So saling, invisible para todos salvo para algunos discípulos escogidos dotados también de prodigiosa longevidad.
 
A sus conocimientos médicos, unían ciencias secretas y ritos mágicos. Gozaban de alta reputación y desde lejos venían los enfermos. Los que no habían hallado alivio para sus males la mayoría allí se curaban. Con todo, a pesar del servicio que prestaban a la comunidad, el respeto que inspiraban los cenobitas también estaba mezclado de temor.
 
Circulaban rumores y existía un miedo a no se sabía bien qué, sin un fundamento preciso. Estos Böns, se decía, que sabían mejor aún que los lamas a doblegar a los demonios que causaban las enfermedades. Y esto los hacía sospechosos debido a que su capacidad era demasiado grande para ser humana, y debía haber algo de sobrenatural.
 
En oposición a los demás monasterios tibetanos que se jactaban de sus múltiples prodigios, los monjes de So saling jamás hablaban de milagros. Y esta reserva, fortificaba la creencia de poderes ocultos y aumentaba el temor.
 
 
Al fondo de la segunda muralla, el templo que a la vez servía de sala de asamblea a los religiosos, ocupaba todo el contrafuerte de la montaña, Estaba adosado a una alta muralla vertical de roca lisa, y más lejos agujas estrechamente cerradas y entreveradas trepaban hasta la cresta de la montaña.
 
No existía medio alguno de acceso que permitiera ver la cumbre. Sin embargo, entre las agujas se filtraba un resplandor.
 
Los médicos de So saling saben mucho de genios o deidades, pensaban las gentes de la región, mirando esos retiros inaccesibles que bien podían ser sus moradas. Y fue a este singular monasterio que Migmar [uno de los personajes de esta historia] llevó a Garab [el protagonista] con la ayuda de su sobrino Anag.
 
Durante el trayecto, Garab pasaba del estado de coma al de delirio, y después de varias semanas finalmente recuperó la conciencia y se quedó atónito mirando a Anag que estaba cerca de él.
 
Anticipándose a las preguntas que Garab le haría y obedeciendo las instrucciones de su tío, dijo rápidamente:
 
-      “Usted fue herido, mi tío que es médico lo ha estado atendiendo, me llamo Anag y estamos en un gompa (monasterio)”.
 
Su tío le había ordenado no decir nada más, así que Anag se apresuró en dejar el cuarto.
 
Garab se restablecía lentamente; luego, un día sintiendo el encierro demasiado pesado, le dijo a Migmar que deseaba salir, pasear por afuera y acostumbrarse de nuevo a caminar. El día de la partida se acercaba ya que gracias a los buenos cuidados que había recibido se sentía curado.
 
Migmar sonrió al oírlo y le respondió:
 
-      “No se haga ilusiones sobre sus fuerzas, estas están lejos de haber vuelto. Aún no debe salir del monasterio. La regla es formal respecto a eso; nuestros enfermos sólo cruzan la puerta cuando ya están enteramente curados, y si lo hacen antes de tener el permiso del médico, entonces no se les permite volver. Tenga paciencia. ¿Qué lo apura?”
 
Lo que le apuraba a Garab era el recuerdo de Detchema [su mujer] quien se había caído en el río durante la tormenta. ¿Ella se había ahogado?; qué duda podía tener sobre eso. Todavía veía en su mente las manos de su amada girando entre los remolinos y desapareciendo en la oscuridad.
 
¿Habría podido salvarla aunque no lo hubieran herido?
 
Lo dudaba, pero suele haber milagros inesperados, así que debía consultar a un vidente para saber si ella estaba todavía viva.
 
 
Anag sentía amistad por Garab. Ignoraba su profesión pero suponía que el herido era un aventurero. En el fondo de su corazón lo admiraba y envidiaba. Él no estaba a gusto en ese monasterio. Su tío era autoritario y lo controlaba estrechamente. Anag sufría con las múltiples restricciones que se le imponían.
 
Rara vez le era permitido ir a las aldeas vecinas, y cuando lo hacía era para acompañar a los monjes en sus ocupaciones, llevando los víveres de las colectas, instrumentos rituales, o preparaciones médicas cuando uno de los doctores visitaba a un enfermo.
 
Anag se ingeniaba para aprovechar esas ocasiones yendo a beber un bol de alcohol o de cerveza, y charlar con los aldeanos.
 
Ese día, estaba sentado cerca del fuego, en la cocina de una granja y los muchachos de la casa hacían preguntas:
 
-      “¿Tú eres recién venido?”
-      “Si”
-      “¿Qué haces con los Böns?”
-      “Soy sobrino del doctor Migmar que me trajo para enseñarme medicina.”
-      “¡Ah! Tú serás de esos que quedan en el hospital ¿Has visto a los otros que cantan oficios en el templo? ¿Viste al superior?”
-      “Todavía no. Aún no me admiten en las asambleas. No soy más que un novicio.”
-      “¿Has escuchado que su dios aparece ciertos días detrás del altar?”
-      “No que yo sepa.”
-      “Tal vez no sea cierto pero un muchacho de aquí nos contó una historia al respecto.”
 
« El joven iba a menudo al monasterio debido a que sus padres cultivan tierras que pertenecen a los Böns, y él les llevaba granos y otras cosas. No sabemos lo que oyó o vio, pero le fue mal por ser curioso. Los de So saling hacen el bien, pero es mejor tenerlos a distancia.
 
Esto sucedió el día de la fiesta anual en que el templo se abre para todos. Los Böns de los alrededores veneran a sus dioses en So saling, y el muchacho fue con su familia, Él no era religioso pero le gustaba beber.
 
Largo rato después del anochecer, llegó muy nervioso y algo alcoholizado, y dijo:
 
  "Descubrí algo raro en So saling. El superior me pegó varias veces sin razón y lo quise embromar, así que mientras la gente pasaba por el altar, me escondí entre las cortinas y estandartes de las procesiones. Ahí hay una puerta secreta, angosta y oscura. Cuando el superior entró para la propiciación me escurrí tras él.
 
Quería desordenarle un poco las ofrendas sin que él se diera cuenta y luego escapar. Pero cuando dijo las palabras para hacer venir a su dios y este vino, y vio que las cosas no estaban como lo establecen las reglas mágicas, se encolerizó y le pegó al superior.
 
El Gran Bön no me dejó salir y quedé encerrado. Fue una suerte no haber tocado las ofrendas. Puede que su dios no me haga nada. Pero pasé un momento horrible y quería salir de ahí..."
 
Había bebido bastante, pero pidió algo de tomar y se tomó varias copas más, y después continuó diciendo:
 
  "Salí, pero no por donde había entrado. Eso sí fue duro. Te diré... Te lo diré mañana."
 
Su lengua estaba pastosa, tenía sueño, y se fue a su casa. Pero al día siguiente encontraron su cadáver en el lecho de un arroyo seco con el cráneo partido.
 
Ese pobre desgraciado estaba loco, pero tampoco se puede hacer el chistoso con los dioses... ni con los Böns de So saling. Tú tienes aire de buena persona, así que se cuidadoso. »
 
 
 
Algunos días después Anag le contó esta conversación a Garab que compartió la opinión del paisano. No podía uno hacerse el gracioso con los dioses. Pensó en la comedia que había hecho en Lasa y las desgracias posteriores: su huida y la muerte de Detchema.
 
La idea de consultar a un vidente seguía fija en su cabeza. El superior del monasterio debía saber cómo conseguir un oráculo. Él le hablaría.
 
Garab contó su idea a Anag, y este le aconsejó que antes consultara con su tío.
 
-      “Reflexiona” —agregó Anag— “Este superior me parece un personaje peligroso. Por mi parte no quiero verlo jamás. Me iré antes de lo que mi tío cree.”
-      “¿Dónde quieres ir?”
-      “Mira, cuando tú te vayas, quisiera irme contigo.”
 
Garab se puso a reír.
 
-      “¿Qué harás conmigo, cuidar mi ganado? Ya no lo tengo, me lo robaron.”
-      “¿Quiénes, los asaltantes?”
-      “Yo creo que sí.”
-      “Nunca me dijiste cómo te heriste.”
-      “Y tú no me has dicho aún dónde estoy.”
-      “Mi tío me lo prohibió.”
-      “No importa.”
 
Anag titubeó pero finalmente respondió:
 
-      “Detrás de la primera cadena de montañas, corre el río Giamonou Tchou (Salouen). Después que te responda, ¿me llevarás contigo?”
-      “Lo pensaré; pero antes debo consultar a un vidente. El superior no me asusta.”
 
Migmar no se apresuró a presentar a Garab al superior.
 
-      “Yo examinaré el asunto” — le respondió a Garab.
 
Días después vino a informar a Garab que debía dejar esa habitación del hospital y entrar en la segunda muralla, mientras el superior le obtenía un oráculo del dios protector de So saling. Esto no le gustó a Garab. Pero no veía cómo rehusarse sin renunciar a la respuesta del oráculo.
 
Al anochecer llamó a Anag y le dijo lo que había decidido.
 
-      “Esto no me gusta nada” —le respondió Anag— “Créeme, no te pongas en manos del superior.”
-      “¿Pero qué tienes contra él, si nunca lo has visto? No se le puede juzgar por los cuentos de los paisanos.”
-      “No, tal vez no. Pero tengo miedo por ti: Oí decir a mi tío a uno de sus colegas que tú eres un caso interesante. Interesante ¿para qué? ¿Y para quién? La idea de que pases la otra muralla me angustia. ¿Estás realmente decidido?”
-      “Completamente.”
-      “Bueno, entonces yo también te voy a contar mi plan”
 
Pasado mañana debo acompañar a uno de los ancianos que va a recibir los lingotes de plata. Él los pondrá en los sacos de su caballo, mientras que en los míos llevaré manteca, carne seca, y todas las donaciones que le hagan.
 
Al volver por el bosque dejaré que vaya por adelante como se debe por respeto. Pero de pronto le exclamaré:
 
  "Reverendo, su caballo renguea. Una piedra debe de haberse encajado en la herradura. Bájese, lo voy a mirar."
 
Lo conozco, él me creerá y se bajará. Entonces yo saltaré sobre su caballo y con la rienda del mío en mi brazo, ¡huiré!
 
-      “¿Quieres robarle la plata?”
-      “Has comprendido.”
-      “¿Y después?”
-      “Ya veré.”
-      “¿Y el dios, y el superior?”
 
-      “Pondré una buena distancia entre ellos y yo, y luego buscaré un lama, le diré que un Bön maligno me desea el mal, y conseguiré un amuleto protector.”
-      “¡Buena semilla de bandido!” —rió Garab— “Me recuerdas mi juventud.”
 
Anag lo miró con aire inquisitivo.
 
-      “¿Es que tú?....” — murmuró tímidamente.
-      “¡Sí! Fui jefe de una banda, y te aseguro que bien célebre. La bala que recibí me la envió un soldado.”
-      “¡Jefe de banda! Yo presentí que eras un hombre extraordinario” —exclamó Anag en el colmo del entusiasmo— “Llévame con tus hombres cuando vayas de excursión... ¡Prométemelo!”
 
A lo que Garab le contestó:
 
-      “Ya no haré batidas en los largos caminos, estoy muy triste; ya no tengo energía. La que más amaba está casi seguro muerta. Quiero preguntárselo a un vidente. Ella se estaba ahogando en el momento que me hirieron.”
-      “¡Oh! una mujer” —dijo Anag con ligereza juvenil— “Es triste pero ya la olvidarás, hay otras.”
-      “Eres muy joven para comprender, Anag, pero para mí sólo existe ella.”
-      “Tengo menos miedo por ti, ahora que sé quién eres, Garab. Un jefe de djagspa (bandidos de alto vuelo), no puede ser dominado por un viejo Bön hechicero, ni por su dios. Nos volveremos a ver. Hagamos un voto.”
-      “De todo corazón” — respondió Garab.
 
Se tomaron las manos, estuvieron unos instantes en silencio, emocionados, concentrándose en el deseo de volver a reunirse.
 
 
 
Garab pasó la baja y estrecha puerta de la segunda muralla. Vio los edificios de piedra gris, parecidos al hospital, y al fondo del patio, adosado a la roca, el pequeño templo sin pretensiones arquitectónicas. No producía miedo, más bien era deprimente.
 
Le fue asignada una celda con una abertura sin puerta, que comunicaba con la de un viejo monje que no le dirigió la palabra al verlo entrar.
 
El ex bandido, habituado a galopar en vastas soledades, se sentía más a disgusto que en el hospital y comenzó a hacerse imperioso el deseo del aire libre y el ejercicio.
 
-      “No me quedaré mucho aquí”, pensó al acostarse a la noche, sin que su vecino le hubiera dicho una sola palabra.
 
Y así se deslizaron las semanas, en el mismo silencio y con la misma inactividad. Un monje le traía regularmente tres comidas diarias a Garab, sin decir una palabra. Trató de interrogarlo, pero por toda respuesta el monje sonrió, y poniendo la mano sobre los labios, le indicó que tenía orden de silencio.
 
Garab se volvió hacia su compañero de celda, y le hizo algunas preguntas, pero éste no dio señal de haberle oído. En cuanto al doctor Migmar, permanecía invisible.
 
Garab trató de pasear por el patio y de entrar en el templo cuando los cenobitas recitan los oficios, pero estos por medio de gestos le hicieron comprender que debía permanecer en su cuarto.
 
Garab se sentía nuevamente mal, sus fuerzas disminuían y sentía raras molestias.
Por fin, un día, apareció Migmar.
 
-      “Estuve ausente” — dijo simplemente.
 
Garab no le creyó.
 
-      “Mañana verá usted al superior” — agregó y se fue.
 
-      “Al fi” —pensó Garab— “sabré si por milagro Detchema se salvó de la muerte y si vale la pena que yo viva.”
 
 
Por una serie de corredores oscuros y tortuosos, llegó a los aposentos del superior. La habitación donde fue introducido, desprovista de ventanas, estaba apenas iluminada por las pequeñas lámparas de manteca sobre un estrecho altar y el superior estaba sentado con las piernas cruzadas en un diván.
 
Garab hizo las reverencias y observó ansiosamente al hombre de quien esperaba una respuesta que decidiría toda su vida.
 
Vio un rostro extraordinario, inmóvil, como el de una estatua. No había una sola arruga en su piel amarillenta y daba la impresión de una ancianidad que no podía estimarse en años.
 
-      “Puede sentarse” — le dijo a Garab.
 
Su voz era tan extraña como su figura; sin inflexión, emitida por un mecanismo y no por un ser viviente.
 
-      “El doctor Migmar lo encontró inconsciente, herido, y lo he curado. Usted jamás dijo cómo se hirió, ni quién es. Hoy me pide un oráculo. Tengo el derecho de conocer su identidad, y todo lo que a usted concierne. No trate de mentir. Tengo medios para averiguarlo. Su conducta pasada, sus actos buenos o malos no me interesan, Bien y mal son dos distinciones vanas para el uso de espíritus miopes. Hace tiempo que no me detengo en ello. Lo que quiero estudiar, es la calidad de su substancia física y psíquica. Lo hice desde el día que lo trajeron a So saling. No fue preciso que lo viera. Cada ser, cada cosa, despide vibraciones que modifican la naturaleza del lugar al que llegan. Un grano de sal que cae en un tazón de agua dulce comunica un sabor salado, y es inútil haber visto que ese grano caía para saber probándola, que se le mezcló sal. No trate de comprenderme, se trata de una ciencia cuyos datos más elementales, están muy por encima de su capacidad intelectual.”
 
 
Cuando el superior termino de hablar, Garab vio estupefacto cómo se encendían solos los palitos de incienso alineados en el altar. El olor no se parecía al de los palitos tibetanos. Garab sintió un vértigo. El superior permanecía silencioso, inmóvil, con los ojos fijos en él.
 
-      “Su Reverencia” —balbuceo Garab— “soy un criminal. Pasé mi vida asaltando el país como jefe de una banda.”
-      “Eso poco importa” —interrumpió el superior— “El oráculo está hecho. ¡Escuche!”
 
El extraño olor era cada vez más intenso y penetraba en los pulmones de Garab. Los ojos fijos del superior eran como dos rayos de luz fría que lo atravesaban.
 
-      “¡Escuche!” —repitió la voz glacial— “¡Todo lo que fue su vida, está muerto!”
-      “¡Detchema!” — Gritó Garab.
-      “Todo está muerto” — repitió el superior.
 
Garab nunca supo cómo salió de la cámara del Bön Maestro. Recordaba vagamente una sensación semejante a la que se tiene al recibir un golpe en la cabeza. Había perdido el conocimiento. No recobraba su vigor.
 
Cuando volvió en sí, estaba solo, y la celda en que se hallaba no era la misma.
 
-      “Nuestro superior me informó que el oráculo lo emocionó profundamente” —dijo Migmar a Garab al día siguiente “Es una pena, porque en su estado todavía precario de salud, las emociones no favorecen nada. Pero pronto se recuperará. La vida en nuestro mundo es un conjunto de penosas vicisitudes. Lo sabio es preparar una vida más feliz, en un mundo mejor” — agregó sentenciosamente.
 
Migmar nunca le había hablado de temas religiosos, y Garab quedó admirado.
 
-      “Usted tiene razón” —respondió Garab— “Nuestros lamas dicen lo mismo.”
-      “Entre los lamas y los Böns no hay diferencias de doctrinas profundas. Sólo existen en la religión popular.”
-      “No sé nada de eso. No soy instruido, en lo que a religión concierne.”
-      “Comprendo, la mayoría de las personas son como usted. Pero puede aprender.”
-      “Si..., podría...” — respondió Garab con vaguedad y la conversación quedó así.
 
 
En los días siguientes Garab tendría un encuentro que le acarrearía una serie de aventuras inesperadas.
 
Se le permitía pasear por el patio y conversar con los monjes, lo cual era una mejora, pero a menudo en silencio y sumergido en dolorosas reflexiones, Garab se preguntaba qué haría el día no muy lejano en que dejara So saling.
 
Una tarde, caminando por las habitaciones, vio a un monje cuyo aspecto lo sorprendió. Él estaba vestido como los otros, pero no cabía duda que su origen era hindú.
 
La curiosidad y la simpatía por lazos raciales animaron a Garab, quien se dirigió a él diciéndole:
 
-      “Ignoraba que hubiera aquí un extranjero, yo también lo soy.”
-      “Eso se ve un poco” — contesto sonriendo el hindú.
-      “Me llamo Garab, estuve enfermo y aquí me cuidaron.”
-      “Mi nombre es Ram Prasad.”
 
El hindú no se refirió al motivo que lo llevó a So saling, permaneció silencioso, Garab también sin saber qué decir, hasta que finalmente el indio le contestó:
 
-      “Entre, si lo desea” — adivinando el pensamiento de su interlocutor.
 
Después de la primera conversación, tuvieron entrevistas diarias, lo que hizo nacer entre ellos una amistad fraternal. Las confidencias de Ram abrieron a Garab un mundo de ideas cuya existencia no sospechaba, y Ram sonreía interesado al escuchar a Garab la descripción de su vida de aventurero al acecho de las caravanas.
 
También Garab le confió la pesadilla que había vivido en Khang-Tisé, a lo que el monje hindú le contestó:
 
« Te acercaste allá a un gran misterio. Los hombres comunes hablan de vida, de muerte, de renacimiento, sin saber lo que dicen. La vida sólo se explica por la muerte, y la muerte por la vida. Y aunque aparentemente diferentes al profano, ambas son fases de una misma realidad y es esta realidad la que hay que tomar.
 
Hace veinte años que yo interrogo a los Maestros de mi país. Practiqué toda clase de magias, aún las más terribles que conducen al abismo de la disolución final, pero no encontré una persona que se haya precipitado a ese abismo para salir triunfante, transformado, consciente, más allá de la vida y de la muerte.
 
Eres un compañero de raza. La sangre de los Arios está en ti y en tu padre. Y aunque éste usó la ciencia que poseía para el mal, él era un iniciado.
 
Para preservarse de los peligros posibles, hay que conocerlos. Te confiaré lo que he descubierto de este lugar:
 
La mayoría de los monjes que viven en el monasterio practican o estudian medicina, pero el superior es un hechicero que quiere convertirse en un gran mago auténtico, sin embargo aún él está lejos de ello y el camino que sigue no es el que conduce hacia la adquisición de verdaderos poderes.
 
Él trató de conocer mis pensamientos y deseos, pero sorprendí su intención, ya que yo soy un experto en el arte de cubrir mi espíritu con un velo impenetrable que él no pudo develar.
 
En este lugar hay un misterio. Desde lejos lo presentí y es por eso que fui atraído aquí. Quiero descubrirlo a cualquier precio. Me toman por un doctor que desea estudiar la ciencia médica de los Böns, pero es parte de mi estratagema. Debo estar continuamente en guardia porque ellos son muy hábiles en el arte de manejar ciertas fuerzas ocultas y capaces de castigar duramente a quienes los quieran burlar.
 
El superior y algunos más buscan el secreto de la inmortalidad. El hombre que usted vio ha vivido varios siglos, pero aunque ha logrado prolongar su vida mucho más allá del término ordinario, él no es inmortal.
 
Estoy seguro que tienen un medio de posponer la muerte. ¿Pero cuál? Este es el gran secreto que esconden en este monasterio y es preciso que yo sepa ese secreto. Pero sea cual sea el medio que ellos usan, solo es transitorio y no vencerán a la muerte, porque creen en la muerte.
 
A la muerte hay que sumergirla, anularla. Cada átomo de materia que ella destruye, tiene que ser transformado en una energía mil, cien mil veces más viva que la substancia que desaparece. La vida es una fuerza sutil. Las formas groseras a las que llamamos seres y cosas, son sólo apariencias ilusorias imaginadas por los ciegos que no ven de la realidad, sino nada más que sombras deformadas.
 
Aprenderé lo que ellos saben, así como lo hice en otras partes. Puede ser que obtenga de sus métodos mejores resultados de los que ellos mismos obtienen. Aunque sospecho que de una manera diferente ellos practican el arte maldito que practicó tu padre y que consiste en nutrirse de la vitalidad ajena. El superior intentó hacerlo conmigo, pero me di cuenta y reaccioné. Tienes que estar atento.
 
El camino de la inmortalidad, ya te lo dije, es otro. Hay que disolver lo perecedero, aniquilarlo para liberar la energía que no se destruye, y dudo que un hechicero de éstos se atreva a intentarlo. »
 
 
Garab escuchaba sin comprender, pero la simpatía instintiva que él sentía por el hindú lo llevó a una admiración inmensa por él, ya que este le recordaba a los Maestros tibetanos, doctos en ciencias secretas y venerados en el Tíbet, donde el conocimiento es un tesoro muy valorado.
 
El tiempo pasaba, silencioso, uniforme, sin hechos notables. Ram Prasad estudiaba medicina e interrogaba a los sacerdotes. Garab pidió que le enseñaran rudimentos de medicina para justificar su permanencia en So saling. Deseaba irse, pero la presencia de Ram lo detenía.
 
Garab admitía que Ram era un hombre de inteligencia superior, pero su imprudencia lo preocupaba. Olfateaba un peligro para su amigo y al confesarle sus sospechas, éste le dijo que él estaba en guardia, pero Garab dudaba de las capacidades de Prasad y por eso decidió velar por el.
 
En ciertas ocasiones unos brazos robustos pueden secundar eficazmente a un monje, se decía, y por eso se resignó a ser ayudante de medicina, y Migmar le trasmitió la aprobación del superior.
 
Pasaron diez y ocho meses, y de pronto un día el superior lo mandó llamar. Volvió a ver al hombre impasible en el cuarto oscuro rodeado de las emanaciones del extraño perfume.
 
-      “Su conducta es digna de alabanza” —dijo la voz inflexiva del superior— “Al rendir servicio a los otros, usted ha preparado su purificación definitiva y evitará que las consecuencias funestas de su pasado, por lo que he decidido practicar para su bien espiritual, el rito que lo liberará de las manchas que aún le quedan.”
 
Entonces el superior golpeó las manos y un monje entró trayendo un gallo con las patas atadas y una fuente de cobre.
 
El superior bajó de su sillón, ordenó a Garab que se quedase de pie en medio del cuarto, y con una mano tomó las patas del gallo y con la otra la fuente, comenzando a “barrerlo" con el ave de arriba a abajo. Mantenía la fuente abajo como para recoger un polvo invisible.
 
Durante esta ceremonia, el superior y su acólito salmodiaban un tono fúnebre, alternándose, y en un idioma que Garab no entendió.
 
Después de un momento, el superior dejó caer el gallo al suelo y este gritó sacudiendo las alas.
 
-      “Desátale las patas” — mandó el superior.
 
El asistente obedeció. El animal se paró y salió corriendo. El monje pareció alarmado, y miró al superior; éste miraba con ojos glaciales a Garab. Hubo un largo rato de silencio, hasta que finalmente comentó:
 
-      “Por efecto de este rito las manchas del individuo pasan al gallo y éste muere. Pero si no sucede así, es porque no había algo que absorber. Es decir que la vida misma se llevó las máculas, abandonando el cuerpo que subsiste cierto tiempo.
 
[Observación: Los tibetanos creen que el “namchés” (la conciencia), el individuo mismo se separa a veces del cuerpo antes de la muerte aparente. El cuerpo continúa un tiempo más o menos largo cumpliendo los actos físicos y mentales cotidianos, pero al morir ciertos signos denotan que ya no tenía “namchés”. Los lamas del pueblo suelen decir de un muerto que tenía ya dos o tres años de muerto. Hay médicos que rehúsan curar a un enfermo porque ya está muerto desde hace varios meses o años. Las creencias populares son la caricatura de las teorías que profesan los esotéricos tibetanos.]
 
Su vida está consumida. Su actividad actual es la continuación de un impulso. Es como la rueda del alfarero que sigue girando después que el pie deja de comunicarle movimiento.
 
¿Por qué se obstina en continuar haciendo una vida de fantasma, vacía de alma como la suya? Haga más bien, un sacrificio útil a los demás y así adquiera un tesoro de méritos que podrá compartir con los que ama.”
 
 
El superior hizo un ademán y el monje abrió una pequeña puerta disimulada tras una cortina. El superior salió y Garab lo siguió. La puerta daba a un patiecito que el sol iluminaba.
 
-      “Levante el brazo derecho de forma que su muñeca quede a nivel de las cejas —dijo el superior— “Mire con atención la unión de la mano con el brazo y verá que esa unión se afina, se pone filiforme y luego se abre; esta es la prueba segura de que la vida del individuo está consumida y que ha dejado el cuerpo que subsistirá por poco tiempo. ¡Mire su muñeca!”
 
Garab obedeció y aterrorizado vio cómo su muñeca se adelgazaba, se transformaba en una nebulosa, pero la línea no se rompía, continuaba unida.
 
-      “Mi mano sigue unida” — balbuceó.
-      “¡Mire mejor!”
-      “¡No se separa! ¡Se sostiene... sigue sosteniéndose!” —exclamó Garab— “¡Estoy vivo!”
-      “Es la ilusión que le causa ese fantasma que usted confunde con usted mismo. Vuelva a su habitación. No salga de ella. Repita la experiencia una y otra vez. Y cuando haya reconocido la verdad, si decide sabiamente abandonar pocos días de vida de ese cuerpo que no es usted, hágamelo saber y lo volveré a ver, ¡Vaya!”
 
 
“Enciérrese en su cuarto”, había dicho el Gran Bön, pero reaccionando con toda su fuerza viril contra la idea de la muerte que le querían imponer, Garab corrió a la habitación de su amigo Ram, pero esta se encontraba vacía.
 
Entonces sospechó que una diabólica maniobra se había urdido contra Ram. Ellos querían impedir que él le contara lo recién sucedido con el superior. ¿Pero con qué designios? Tal vez Ram lo sabía y aún había tiempo de escapar del peligro.
 
Apresuradamente con un carbón de la chimenea, Garab dibujó en un rincón designado por Ram un cuadrado dentro de un círculo y recitó una fórmula mágica que su amigo le enseñó. Todo esto constituirían una muralla mágica que ocultaría a la clarividencia del superior, una fórmula secreta que significaba: “Ven inmediatamente, peligro”.
 
Luego salió con calma y preguntó a un monje en el patio:
 
-      “¿Sabe usted dónde está Ram? Quería advertirle que me encerraré en mi habitación para meditar durante unos días, pero no lo encontré.”
-      “Creo que salió a acompañar a uno de los doctores... No estoy seguro” — respondió evasivamente el monje.
 
Lo que sólo era una sospecha, ahora se convertía en certidumbre para Garab. El peligro era inminente, ¿pero cómo se presentaría?
 
Los monjes podían haber descubierto los propósitos del hindú, pero no pensaban atentar aún contra su vida. El superior quiso convencerlo de que sacrificara los días que le quedaban. Sacrificarlos, ¿cómo? El superior no lo había dicho y aunque bien pudo hacerlo, no lo asesinó.
 
Tal vez le propuso a Ram un sacrificio semejante y éste seguía vivo. Los Böns tendrán sus razones para no cometer crímenes. Ram volvería, vería los signos y ambos huirían de ese antro de hechiceros.
 
Por ahora, mientras esperaba a Ram, Garab tendría que seguir con la comedia, así que se encerró en su habitación e igual como sucedía antes, un monje le traía sus comidas.
 
Pensando en la huida, él escondía una pequeña reserva de alimentos. Varios días pasaron, la inquietud aumentaba, pero Garab no se atrevía a salir por temor de llamar la atención.
 
Ir al cuarto de Ram era inútil. Si éste hubiera vuelto ya estaría con él. Y pedir información tampoco serviría ya que le contarían cualquier cosa.
 
¿Entonces?
 
Era un suplicio estar tan nervioso y tener que aparentar un estado de profunda meditación. De vez en cuando hacía la prueba que le había enseñado el superior: miraba la muñeca. La veía reducirse, pero nunca la mano se separaba del brazo. Entonces Garab mandaba al hechicero todas las maldiciones de su abundante repertorio de bandido.
 
Ram no volvió y Garab no esperó más. Sentía la muerte rondar en el monasterio. Debía encontrar a Ram inmediatamente o sería ya demasiado tarde. Si Ram no volvía, era porque no había partido. Su amigo entonces estaba prisionero en alguna parte del monasterio.
 
No podía ser en el hospital ni en los edificios de los novicios ya que eran lugares de libre acceso. Quedaba el cuarto del superior, pero las fuerzas ocultas de Ram eran más poderosas que las del superior; éste no pudo retenerlo contra su voluntad.
 
¿Existiría allí un mago más capaz que el viejo Bön?
 
Ram habló de un misterio. Un misterio que quería descubrir...
De esto Garab no entendía nada. ¿Dónde podía estar detenido?
De pronto recordó la historia del muchacho que Anag le contó. Se había escurrido tras el altar y había entrado en una cámara secreta donde el superior celebraba el culto al dios.
 
¿Existiría esa pieza realmente?
 
Era posible. Los lamas encerraban las ofrendas para la propiciación de ciertos dioses, en armarios con candado.
 
Los Böns hechiceros practicaban sacrificios sangrientos. Estos de So saling, pensarían inmolar a Ram. El horror de esta idea le hizo decidirse pasar a la acción y en cuanto los monjes se fueran a dormir, él buscaría a su amigo.
 
Cuando la noche llegó, Garab se trasladó al templo arrastrándose para no hacer sombra. Las puertas estaban cerradas de noche y por eso se dirigió a un costado del edificio. Ahí entre el muro de la muralla y el templo, había un pasillo angosto que permitía la entrada de luz al interior, por unas ventanas bajas tapadas con papeles en lugar de vidrios.
 
En pocos minutos Garab estaba adentro y recordando las frases de Anag, fue hacia el lado izquierdo del altar. Una lámpara perpetua aclaraba los drapeados entre los que el paisano se había escondido. Separándolos encontró una puerta sólida empotrada en dos pilares de piedra pero cerrada con barras de hierro y cadenas en varios sitios.
 
-      “Imposible forzarla” pensó Garab.
 
El cuarto secreto existía. Tenía que entrar. Por la parte superior del altar se filtraba una luz. ¿Estaría detrás del altar el tabernáculo, o habría otra pared? La segunda hipótesis estaba más de acuerdo con las precauciones que denotaba la puerta encadenada. Pero se podía pensar que los Böns no temían a los intrusos, debido al respeto y temor que inspiraban las imágenes sagradas del altar.
 
A Garab, torturado por la ansiedad, poco le importaban los dioses. Saltó sobre el altar, escaló las gradas, se apoyó en las rodillas de las estatuas, y llegó al techo ornado de esculturas que representaban a Garuda, el pájaro fantástico con alas desplegadas, rodeado de dragones.
 
Cortando un trozo de ala de Garuda con un cuchillo, consiguió separarlo, y poniendo a Garuda sobre el altar, entró por el agujero. No había pared alguna allí. Entre el altar y la roca sólo había la distancia de dos brazos, Garab vio una pequeña lámpara, algunos tazones con ofrendas en una mesa angosta, y ni señal de Ram.
 
Garab dudó al descender en el minúsculo santuario del dios de So saling. Había tomado un camino equivocado y a la mañana los Böns verían los destrozos sacrílegos. La prudencia aconsejaba huir para salvar la vida, pero no podía dejar abandonado a Ram.
 
Vio en el suelo algo parecido a un fardo de ropa. Un pensamiento horrible le pasó por la cabeza; podía ser Ram atado y amordazado, o pero aún, su cadáver.
 
Sin pensarlo más entró las piernas y se deslizó. Garab respiró aliviado. El atado no disimulaba víctima alguna. Las esperanzas de encontrar vivo a Ram no estaban perdidas. ¿Pero dónde buscarlo?
 
Estaba perplejo, removió maquinalmente los trapos con el pie, eran pedazos de alfombra, cortinas, cuando su pie chocó contra algo duro. Era una losa en el suelo que estaba asegurada con una barra para impedir que se la abriera desde abajo.
 
¿Una trampa siniestra?
 
El miedo invadió a Garab. Sacó la barra y apareció un agujero profundo. Sintió aire fresco que salía del agujero. Aparentemente encontró un lugar que conducía afuera.
 
¿Habría otra habitación? ¿Sería el misterio que Ram presentía?
 
Para Garab, volver atrás era imposible. Si no encontraba a Ram, alarmaría a la gente del pueblo y no le costaría mucho enrolarlos en su busca. Pero pensaba encontrarlo antes que terminara la noche. Con la lamparita vio unos escalones tallados en la roca, y un túnel que pasaba por debajo de la muralla a la que el templo estaba adosado.
 
Sin dudarlo se dirigió al pasaje y luego de un corto trecho se encontró sobre una plataforma natural rodeada por las altas agujas que vistas desde el valle parecían estar soldadas por la base.
 
Nubes sueltas interceptaban la claridad de las estrellas, pero la larga práctica de las emboscadas nocturnas le había dado ojos de lince. Distinguió un sendero de cabras serpenteando entre las agujas, con escalones en los lugares más abruptos; algunas rocas habían sido partidas para permitir el paso. Era un sendero viejo, sin duda, porque las rocas estaban ennegrecidas y crecían plantas entre las grietas. El sendero quedaba perfectamente tapado por las agujas.
 
Garab anduvo un largo rato, y de pronto vio un resplandor rojizo delante de él, que parecía salir del suelo. Continuó un trecho más y llegó al borde de una profunda depresión. Allí abajo había una pequeña meseta, encerrada, donde se veían unas casitas. El resplandor provenía de una linterna grande protegida con un techito, en el centro del terreno. Los Böns tenían tshamskhangs [casitas donde los monjes se aíslan para meditar].
 
La mayoría de los monasterios tienen esas cabañas para anacoretas, pero no se cuidan en disimularlas. La vida contemplativa de los ermitaños es noble y santa, por lo tanto no hay razón para que se escondan de los laicos. Por el contrario es un medio de dar el ejemplo e incitarlos a elevarse por sobre los intereses materiales.
 
Pero Garab dudaba de la santidad de los Böns de So saling. Los moradores de esas chozas bien cuidadas, debían estar dedicados a prácticas con demonios.
 
¿Estaría Ram prisionero ahí?
 
 
No podía calcular cuántos Böns vivían allí. Él era fuerte, pero estaba solo. ¿Podría usar la astucia para liberar a Ram o corría el riesgo de una lucha?
 
Antes que nada debía reconocer el lugar y encontrar una salida sin necesidad de volver por donde había llegado.
 
Salió del sendero y examinó la muralla natural opuesta a las casillas. No pudo estimar la altura exacta pero parecía muy profundo. Era imposible huir por ahí.
 
Aunque era otoño y la noche debía ser larga, Garab se ponía nervioso pensando en el tiempo que había pasado desde que salió de su cuarto. Hasta ahora no había hecho sino correr riesgos sin poder ser útil a Ram. Lo obsesionaba la idea de quedar prisionero. Volvió sobre sus pasos. El camino costeaba el vacío con vueltas, subidas y bajadas. De pronto vio delante suyo un muro bajo cerrando la entrada de una caverna.
 
Garab no la vio hasta estar demasiado cerca.
 
¿Sería un ermitaño? ¿Estaría habitada?
 
Apresado entre la caverna y los Böns de la meseta, su situación era más peligrosa que nunca.
 
Quedó inmóvil sin saber qué hacer, desesperado, cuando creyó oír un gemido. Se acercó. Oyó otro gemido y luego unas palabras débiles:
 
-      “No puedo más, ayuda. ¡Sáquenme de aquí! ¡Piedad!”
 
Reconoció la voz de Ram. Estaba sufriendo. ¿A quién se dirigía? Garab vio la puerta sólida, con barra y cadenas. Por todos lados las mismas precauciones, pero esta vez para los que venían de adentro. Era una prisión.
 
Garab acercándose a la pared, dijo en voz baja:
 
-      “Ram, soy Garab, vengo a liberarte” — Por dos veces tuvo que repetir el llamado hasta que al fin llegó la débil respuesta:
 
-      “¡Garab! ¡Sálvame! ¡Sálvame!”
 
Garab se preguntaba cómo forzar la puerta o hacer una abertura en esa ancha pared. Nuevamente se oyó la voz de su amigo, que parecía más seguro:
 
-      “No puedes entrar. Escóndete. El Gran Maestro Bön viene todas las noches, y se queda hasta el amanecer. Él abrirá la puerta... viene solo... escóndete rápido.”
-      “Estás salvado Ram. ¡Coraje! Ahora me escondo.”
 
 
Jamás la espera de las caravanas había sido tan larga como ésta. Garab se preguntaba si no estaba perdiendo un tiempo precioso. ¿Vendría el Gran Maestro Bön? Tal vez el hindú deliraba.
 
Repentinamente vio un resplandor acercarse por donde había venido. Aparecía y desaparecía. Era un farol de mano.
 
Garab se puso rápidamente a reflexionar. Debía esperar que ese individuo abriera la puerta y luego impedir que la cerrara... y lo demás dependía de Ram. ¿Pero si Ram estaría atado? Lo ideal era atar al Bön, encerrarlo y huir. ¿Pero por dónde?
 
El farol se acercaba y una extraordinaria aparición surgió de las tinieblas. Era un individuo alto e increíblemente delgado, parecía un esqueleto. Su cara recordaba al superior de So saling, pero era más extraña aún. La piel parecía un guante estirado sobre los huesos y los ojos invisibles. Sólo dos rayos ardientes marcaban su sitio.
 
Garab era valiente pero no pudo evitar un temblor. El personaje escalofriante dejó el farol en el suelo, sacó una llave de su manto, retiró la barra de la puerta y abrió la entrada. Entonces se sintió un asfixiante olor a podrido y Garab quiso gritar de espanto.
 
El Bön entró, sus gestos eran lentos y mesurados; y empezó en voz baja una letanía.
 
Garab se adelantó reteniendo la respiración y miró el interior de la caverna. Antes de actuar debía saber si Ram estaba libre o no. Si le quedaban fuerzas para hacer algo o no. Tal vez lo habían torturado.
 
Aparte del hechicero, no se veía nada. Casi toda la caverna estaba ocupada por una especie de mesa hecha con piedras. Apenas quedaba un espacio entre ésta y la pared. La parte inferior de la mesa era de hierro, y tenía grandes aberturas. Podía ser un altar rústico dedicado al genio de la montaña o a un demonio.
 
El Bön empezó a gesticular, dejó caer el manto, y un esqueleto apareció desnudo: la piel estirada como la de la cara sobre los huesos. De una saliente de la roca tomó una cuchara redonda, provista de un mango largo, y la introdujo en uno de los agujeros de la mesa. Sacaba algo con lo que se frotaba el cuerpo. Varias veces repitió esta operación, sin dejar de salmodiar en voz baja.
 
-      “¿Pero dónde está Ram?” se preguntó Garab angustiado y sofocado por la hediondez que salía de la caverna.
 
El Bön dio vuelta a la mesa y se inclinó en uno de los ángulos.
 
-      “Este es el verdadero brebaje de la inmortalidad” —dijo sentenciosamente— Disuelve la vitalidad de hombres jóvenes y robustos. Para el que no es iniciado, es mortal; pero en cambio el iniciado está preparado para asimilarlo. Es una fuente de inextinguible energía. Sé feliz hijo mío de haber podido contribuir a alimentar esta fuente que hará a nosotros, seres superiores a los dioses.”
 
-      “¿Con quién conversaba?” —se preguntaba Garab— “No hay nadie. ¿Y Ram?... ¿Me habló o me habré vuelto loco?”
 
El hechicero llevó la cuchara a su boca y bebió algo, y luego se inclinó otra vez sobre la mesa.
 
-      “Tus ojos siguen abiertos” —dijo— “¿No sientes venir el gran sueño? ¿Los gusanos no han comenzado su ataque a las piernas? Quisiste descubrir nuestro secreto. Ahora lo conoces. Haz el voto de renacer entre nosotros. Puede ser que un día llegues a ser un Maestro Bön y con esa esperanza te bendigo con la aspersión secreta.”
 
Garab vio cómo el Bön echaba sobre la mesa unas gotitas con la cuchara, y al mismo tiempo un grito desgarrante salió de la parte inferior de la mesa:
 
-      “¡Auxilio Garab! ¡Ven, Garab!”
 
Era el invisible Ram que llamaba. Garab tomó la barra de hierro de la puerta y con todas sus fuerzas golpeo la cabeza del Bön. El hechicero se desplomó con la cabeza desecha.
 
-      “¡Garab, sácame de aquí!” — imploraba Ram.
 
 
Garab miró al Bön inanimado en el suelo. Un hilo de sangre corría por su frente. “Le partí el cráneo”, pensó. Había recuperado su sangre fría. Recogió las cadenas, la llave, y guardó todo en el bolsillo de su manto.
 
Por uno de los agujeros vio la cara de Ram quien estaba acostado sobre la espalda. A su lado se veía la cara de un cadáver y al fondo, una calavera.
 
¿En qué infierno estaba?
 
 
Garab examinó con más detalle la mesa hueca. El peso de la tapa desafiaba cualquier tentativa para levantarla, por lo que con la barra de hierro comenzó a golpear las piedras del ángulo donde estaba Ram. Hizo palanca y poco a poco esas piedras fueron cayendo.
 
Cuando hubo suficiente espacio, tomó a Ram de los hombros, sacó su cuerpo por la abertura, y el hindú desnudo se levantó con dificultad, y se apoyó en la pared de piedra.
 
-      “Hace tres días que estoy ahí sin comer” — dijo.
-      “¿Qué es eso?” — preguntó Garab.
-      “Ponen a los hombres vivos entre dos chapas de hierro. Los dejan morir de hambre y descomponerse. Jamás sacan los cadáveres. Cada tanto agregan una persona viva. El líquido que resulta de la putrefacción de la carne es el brebaje que toman para prolongar su vida. Ese es el misterio de So saling. Lo conozco. Sácame de aquí, Garab.”
-      “Para eso vine” —dijo Garab aterrorizado— “Vístete con la ropa del hechicero; nos vamos.”
 
Le dio la túnica a Ram y echó una ojeada a la víctima.
 
-      “No sé si está muerto, habrá que encerrarlo.”
 
Ram se sostenía algo mejor con sus piernas y siguió a su salvador que iluminando con el farol, ponía la barra y encadenaba la puerta. Respiraron el aire fresco limpiándose los pulmones.
 
-      “¿Conoces un camino por dónde huir?” — preguntó Garab.
-      “No, me trajeron de noche.”
-      “Eso es terrible.”
-      “Pero tú conoces el camino.”
-      “Sólo el que tomé para llegar y no se puede volver por ahí”
 
Desde arriba se veían nubes, algunas cúspides asomando y las tinieblas. Nada más.
 
-      “Es riesgoso ir por allá” —agregó Garab— “pero hay que huir. Mejor es romperse la cabeza en las rocas que agonizar en este infierno creado por los Böns.”
 
Se sacó la faja y probó su solidez.
 
-      “Esto servirá de cuerda” —le dijo a Ram— “Dame la tuya.”
 
Con el cuchillo cortó dos tiras para ajustarse ambos a la cintura, y sostener el farol. Comenzó la exploración de los lugares más accesibles para el peligroso descenso. Eligió una zona de árboles achaparrados. ¿Terminaba en una pendiente suave, o en un abismo? La oscuridad no dejaba ver.
 
-      “Ram” —dijo Garab— “no te sientas salvado. Casi seguro que vamos a la muerte. ¿Crees tener los pies firmes para sostenerte sin caer?”
-      “No sé. Me siento muy débil.”
-       
¡Más de tres días sin comer! recordó Garab. Rápidamente sacó de las provisiones un pedazo de carne seca y se la dio a Ram.
 
-      “Eso engañará el hambre. Después te daré de comer. Es tarde. Hay que bajar. Yo te ayudaré.”
 
Empezó la aventura del descenso. De vez en cuando, Garab bajaba el farol para ver el terreno de abajo. A cada paso debía ayudar a Ram que vacilaba. Después de un tiempo que les pareció interminable, llegaron a una pequeña cornisa sobre una pared de roca vertical. Esta vez ninguna vegetación los podía ayudar.
 
Una vaga claridad se insinuaba en el cielo. Los Böns irían a la caverna a buscar al Gran Maestro, y podían verlos. La luz aumentaba. Al pie de la roca vertical se veía pasto que bajaba en suave pendiente. Era la última oportunidad.
 
-      “Te ataré a mí y me deslizaré a lo largo de la roca.”
-      “Bien” — respondió el hindú.
 
Garab se ató a su amigo contra el pecho y cubrió sus manos con el borde de las mangas para no lastimarse. Comenzó a deslizarse menos rápido de lo que había imaginado. La roca no era tan lisa ni tan vertical como parecía. Podía controlar la velocidad frotando con las botas. Instantes después caían uno sobre el otro en el pasto, maltrechos pero a salvo. Garab desató a Ram y lo ayudó a pararse.
 
-      “Vamos, haz un esfuerzo, debemos alejarnos.”
 
El hindú no contestó, solo se limitó a caminar. Garab le vio una expresión rara. “Hace mucho que no come” —pensó— “¡Pobre desgraciado!”
 
Caminarían un poco más para llegar a los bosques. Ram estaba agotado. Garab hubiera querido llegar al pueblo, pero comprendió que debían detenerse. Un torrente bajaba con una serie de cascadas a un profundo barranco. A falta de algo mejor podía protegerlos durante una breve comida.
 
Garab esperaba que Ram pudiera seguir andando ya que seguramente los Böns los perseguirían debido a que Ram había descubierto un secreto demasiado terrible para que se arriesgaran a ser denunciados. Así que harían lo posible para asesinarlos a los dos.
 
Ram comió algo, se lavó, pero no pudo seguir la marcha.
 
-      “Te llevaré sobre mi espalda tanto como pueda. Así podremos llegar a una granja. Será suficiente que haya gente a nuestro alrededor para que los Böns no se atrevan a atacarnos.”
 
-      “No, permanezcamos aquí” — imploró Ram.
 
Garab tuvo que resignarse a la demora, y se escondieron lo mejor posible en el matorral del barranco.
 
-      “Escucha, debo contarte” —dijo Ram— “uno de los doctores vino a mi cuarto y dijo que el Maestro me quería ver. Sentí que el misterio que quería descubrir estaba cerca. Hubiera querido avisarte por lo menos con un gesto, pero no estabas en tu celda cuando pasé delante del monje. Eso me inquietó. Seguí al doctor hasta el templo y al cuartito detrás del altar. Y al ver la trampa y el corredor, me di cuenta que ya no volvería a So saling. ¿Es por ahí que viniste?”
 
-      “Sí, recordé lo que Anag me contó del paisano que entró en el santuario.”
-      “Sólo hay ese camino.”
 
-      “Debiste de haber visto esos retiros en la meseta, me encerraron en uno de ellos y al día siguiente vino el Gran Maestro Bön a hablarme largamente. Es el individuo al que le rompiste la cabeza. Es un hechicero abominable, pero también un ser extraordinario. Los que viven ahí aseguran que tiene más de mil años de edad.
 
Jamás duerme excepto una vez cada veinticinco años. Es un sueño de seis meses sin interrupción, y al despertar tiene el vigor de un hombre en su plenitud viril. Actualmente está llegando al fin de ese lapso y tiene miedo de dormirse porque sabe que no es realmente inmortal y puede un día no despertarse más.
 
Sus discípulos tienen todos edades fantásticas y también buscan la inmortalidad. El gran secreto es ese brebaje que prolonga la vida, pero ellos no se convierten en inmortales. Tú has visto lo que es esa poción inmunda. Acuestan a los vivos entre las chapas de hierro, y sólo quedan las caras al descubierto. Y no deben ser puestos a la fuerza. El rito exige que los hombres se acuesten voluntariamente.
 
-      “¡Voluntariamente! ???” — exclamó Garab.
 
-      “Imagino que los Böns utilizan sortilegios para que sus víctimas lo hagan. Tú sabes, yo persigo un fin. Quiero superar la muerte; tener conciencia de eso donde termina el juego ilusorio del ser o del no ser.  El Gran Maestro me dijo que mi vida estaba acabada y que la apariencia de mi vida estaba por apagarse también.”
 
-      “El superior me dijo lo mismo” —gritó Garab— “y me aconsejó que sacrificara lo poco que me quedaba por el bien de otros, y para lograr méritos.”
-      “Comprendo, a ti también te querían para el baño infernal.”
-      “Para probarme que mi vida estaba terminada, el superior me hizo observar mi muñeca; mi mano tenía que separarse del brazo. Pero mentían. No se separó. Estoy bien vivo.”
-      “Pero yo en cambio si vi cómo mi mano se separaba del brazo. Moriré... ya lo estoy.”
-      “¡Locuras!” —grito Garab alarmado— “Son patrañas para hacerles perder la cabeza a los que ellos eligen para ser sus víctimas. No estás más muerto que yo.”
 
-      “Ya lo sé” —dijo el hindú, y continuó— “Los hechiceros no me hablaron de la tumba de la caverna, sino de las casillas para meditar. Consentí en encerrarme en una de ellas. Una noche me vinieron a buscar. Con letanías y perfumes raros me llevaron cerca de la caverna. Me ordenaron desnudarme y abrieron la puerta.
 
La tapa estaba levantada y yo vi el horror de ese ritual. Había un hombre vivo aún. Hizo un movimiento para salir, pero no tenía fuerzas. Sus ojos estaban espantados... gusanos le andaban por encima... ¡Garab, yo vi todo eso!  La muerte lenta, sentirla venir, analizarla, desafiarla... Con la conciencia lúcida recreando fuerzas que otros agentes quieren destruir; la voluntad de vivir triunfante sobre el hábito de la muerte. Quise pasar por ello y salir vencedor, me reí de esos estúpidos Böns... y me acosté.
 
Al llegar el día, el hombre acostado a mi lado suspiró y no se movió más. El Gran Hechicero vino a la noche siguiente y se quedó en la caverna. Me habló. No le contesté. Yo observaba pero poco a poco el horror fue invadiéndome, agrandándose y finalmente me venció. Sólo pensaba en escapar, aunque sabía que no era posible, pero afortunadamente llegaste tú, Garab.”
 
-      “Trata de olvidar eso, piensa en otra cosa” —dijo Garab con lágrimas en los ojos “Vamos, te sentirás mejor cuando ya estemos lejos. El ayuno te hace mal y tienes fiebre. Trata de dar unos pasos. No temas, tengo mi sable. Fui jefe de bandidos y sé pelear. Los Böns no me asustan y los puedo derrotar.”
 
Garab no sabía ya qué inventar para animar a su amigo. Sentía enorme compasión por el hindú que parecía estar perdiendo la razón.
 
-      “Escucha Garab, retrocedí ante la prueba. Me creí fuerte y fui débil. Palabras, palabras; me río de ellas, de las frases. Unos días más y hubiera triunfado, hubiera conocido la existencia eterna. Garab debo volver, tenderme en el lugar que no debí dejar, y esta vez triunfar.”
 
-      “¡Qué horror!” —gritó Garab— “¡Ram, reacciona, estás volviéndote loco!”
 
El hindú no habló. Temblaba de fiebre y su piel quemaba.
 
“La pesadilla que vivió lo volvió loco” —pensaba Garab— “Espero que se calme y podamos alejarnos. ¡Hemos tardado demasiado ya!”  Un rato después Garab creyó oír unos ruidos sospechosos en el bosque, ramitas que se rompían y pisadas sobre hojas secas.
 
-      “Ram” —le murmuró a su amigo— “Vienen personas, pueden ser los Böns.”
 
Los pasos se acercaban.
 
-      “Los llamé con el pensamiento” —dijo Ram— “Que me encuentren. Quiero volver, comenzar de nuevo la prueba y vencer.”
-      “¡Cállate!” —suplicó Garab— “Si nos descubren nos asesinarán.”
 
Se oyeron voces de hombres que se habían detenido cerca.
 
-      “Nos van a ver” —dijo Garab— “Vamos a escondernos bajo la cascada; la espuma nos tapará, y sacaremos sólo la boca del agua. No se les ocurrirá mirar ahí.”
 
Empujó al hindú que se dejó llevar y Garab amontonó unas ramitas que puso sobre la cabeza de ambos. Las rocas los disimulaban. Varios hombres batían el bosque y por las palabras que se intercambiaban, Garab supo que eran enviados por los Böns. Uno de ellos se acercó mucho y hasta se agazapó.
 
Entonces el hindú intentó liberarse de Garab exclamando:
 
-      “Quiero volver... déjame... quiero vencer… quiero saber...”
-      “¡Cállate!” — suplicó desesperado Garab deseándo que el ruido del agua ocultara la voz del insensato.
-      “Déjame que los llame... ¡Aquí!... estoy aquí...”
 
Con la fuerza de la demencia Ram sacó la cabeza del agua, pero en menos de un segundo Garab lo tomó por los hombros y lo sumergió de nuevo en el agua. Se oían pasos acercarse, Ram se debatía y Garab medio acostado sobre él lo sostenía desesperadamente escuchando los pasos que ahora se alejaban.
 
Ram no se movía más...
 
El silencio volvió al bosque. Garab levantó la cabeza de su amigo. Los ojos de Ram estaban bien abiertos, la mirada fija como deseando comunicar algo. En pocos segundos Ram había enloquecido. El gran amigo a quien Garab había querído salvar a toda costa y a quien ahora él mismo sin querer había matado.
 
-      “¡Ram! ¡Ram! ¡Qué hice!” — Sollozaba Garab.
 
La noche encontró a Garab sentado al borde del torrente. Ram estaba arrimado a una roca, él continuaba mirándolo con sus grandes ojos negros inmóviles y llenos de ternura y de misterio.
 
Cuando la noche veló su cara y habiendo terminado el mudo coloquio, el ex-bandido se levantó y se fue caminando.