(Henry Bedinger
Mitchell fue un profesor universitario y teósofo estadounidense, y sobre este
tema él mencionó lo siguiente.)
II
« Hemos
procurado, en lo que precede, bosquejar los grados sucesivos de la meditación;
y para adquirirlos, hemos procurado también describir los respectivos poderes
del corazón y de la mente. Semejantes poderes, sin duda, los poseemos todos
nosotros, puesto que común y frecuentemente los activamos en otras direcciones;
pero rara vez se les dirige o desarrolla en la línea debida.
A
las claras se nota la carencia de disciplina, y esa falta influye de manera
perjudicial sobre las energías del corazón. Porque el sistema educador del
occidente si compele, por lo menos, al dominio parcial de las facultades
lógicas y comparativas de la mente, olvida, por entero, la obra que tienda y
sirva a dirigir y enseñar al corazón. Y
tal olvido explica por qué la vasta mayoría de la gente occidental, no sienta,
salvo en momentos excepcionales de inspiración, la existencia del mundo
interno.
La
potencia dinámica del amor si se la educa para que se mueva hacia los ideales
superiores, conduce la conciencia de lo externo a lo oculto, de la forma a la
esencia; pero, también, si se la abandona al desenfreno, se dirige hacia
afuera, en la forma de los deseos, en busca de objetos concretos del deleite de
los sentidos.
Esa
tendencia a lo concreto se muestra obstinada y persistente, una vez convertida
en costumbre. En los “Upanishads” se
la nombra: “el nudo del corazón”. Y sólo cuando se sueltan los lazos del nudo,
se conoce la paz interna.
Cualquiera que sea el punto de vista
que se elija, se descubre la importancia fundamental de aquel cambio del
corazón. Me han dicho que entraña el mismo sentido de la palabra griega “arrepentimiento”,
como en frases de este valor:
- “Arrepentíos que el Reino de los Cielos está
cerca.”
Ese cambio debe preceder a todo empeño
serio en la tarea educadora y disciplinaria de nosotros mismos, y servir de
origen a cuanto sobreviene luego. Sin amor a la vida espiritual, resulta inútil
todo trabajo para conquistarla.
Con todo, no es fácil, de ningún
modo, amar una cosa tan vaga y abstracta como se revela desde luego el concepto
del espíritu o el ideal de bondad y de justicia, ya que la eficacia inspiradora
e impulsiva de la voluntad, o el verdadero deseo, de por sí efectivo, no se adapta
pronto a las abstracciones. Ni tampoco se destruye la dificultad concretando más
nuestros ideales o cristalizándolos en alguna forma mental; porque así, fuera
lo mismo que frustrar nuestros fines.
Si, en resumen, sólo se aspira
trascender a toda forma y apariencia por medio de la fuerza práctica del amor; si,
por lo tanto, se aspira a eso, se tiene que convertir el corazón a lo interno;
hacer más profundo el amor y más intenso el deseo; y cuidar de que el objetivo
buscado ni se concrete ni se materialice.
Hay
un nombre que se aplica al alma en la literatura oriental, de sentido valioso
en estas analogías: “el de gran desterrado’’. Imagínese un prisionero, digamos uno
que, por largo confinamiento en el trópico, ha caído en el propio abandono y
laxitud de cuanto le rodea, ahogando en su memoria los ideales más poderosos de
su patria.
Llévesele
un mensaje, o un motivo de recuerdo, quizás un aire musical o alguna ocurrencia
igualmente ligera; pero bastante a evocarle la visión de su pasado. Le fuera
posible extinguir el recuerdo, o desdeñarlo de un todo; pero si reflexiona
sobre él, lo agita y anima, se tornará en dinámico; y midiendo toda su caída comprenderá
qué firme y persistente esfuerzo se necesita para rehabilitar su ayer.
Lo
que el deportado debería disponer, cabe en nuestro aprecio; y en verdad, que
nos reconocemos capaces de servirle con los consejos más excelentes. Con todo,
conceptuamos, más difícil para nosotros cumplir el mismo consejo, no obstante
de que nuestra presente posición guarda estrecha analogía con la del
prisionero. Despierta, en él como en nosotros, la memoria de una vida más verdadera
que esta.
Y
también en nosotros se manifiesta la necesidad de un persistente esfuerzo, si
no estrechamos la inspiración en las actividades de lo exterior, o retrocedemos
a la condición letárgica de la cual nos hemos temporalmente redimido. Con este pasaje
se aclara el rumbo que nos importa seguir en nuestra tarea.
Porque
se nota, ahora, que el asunto de éxito o de fracaso consiste en conservar las
impresiones e impulsos experimentados en los momentos de inspiración, que
comunicando a la voluntad el aliento inicial ascendente, la llevan a lo alto.
De aquí se deduce que el primer cuidado se contraerá a procurar que duren los
deseos inspirados, lo más posible, reflexionando sobre ellos. Se origina,
además, el efecto de invocar nuevos alientos, en la misma forma que el hondo
pensar sobre un recuerdo provoca la florescencia de otros.
Existe
el hecho curioso relacionado con toda experiencia oculta, a semejanza de la que
se acaba de indicar, que cada grado de desarrollo envuelve a los demás, dando
la consecuencia de que el éxito en una dirección cualquiera requiere, e
implica, un conjunto de éxitos en otras muchas direcciones.
O
bien, que tales grados aparecen más paralelos que subsiguientes. Obsérvese esta
circunstancia en lo ya escrito, desde luego que el reflexionar sobre los momentos
inspirados corresponde exactamente a la meditación misma. Si lo primero resulta feliz, no fuera difícil
la meditación.
También,
pues, se tienen que solicitar otros auxiliares.
Y
se encuentran en muchas pequeñas observancias capaces de integrar en la vida
diaria. Y son: la elección de tiempos
fijos e invariables para el aislamiento y comunión consigo mismo, empleando la
voluntad en excluir todo pensamiento referente a los cuidados y ocupaciones
habituales.
Durante
estos períodos tranquilos parece que los ideales se acercan más; y muy pronto
se aprende a buscarlos como fuente de calma y de consuelo.
Otra
práctica de ayuda poderosa se adquiere en la lectura de libros espirituales,
abiertos anales de experiencia y de leyes del mundo interno, que hablan de la
vida de los santos y místicos del pasado. No se concluye ningún estudio serio acerca
de estos escritos sin impresionarse por la unanimidad del testimonio, de que
hemos ya hecho mención.
Gracias
a ello sabemos que la senda en donde ahora entramos fue hollada, antes que
nosotros por otros pies; y gradualmente, aunque nos sería arduo decir con qué o
con quién, crecemos en un sentimiento de compañerismo. Esto contribuye a mantener
firme el corazón, como también cualquier estudio de la vida interna.
Paralelas
a las observancias y prácticas referidas, fortalecedoras del amor del alma,
discurren otras que tienden a debilitar el dominio de los sentidos y a destruir
en ellos la potencia de los deseos.
Una
de las más útiles descansa en los esfuerzos deliberados por desprendernos,
primero, de los actos; y después, de nuestros pensamientos y sentimientos. Y así,
el cultivo del desinterés, práctica sostenida igualmente por los instructores
cristianos y los filósofos orientales.
Un
corto ejercicio de esa virtud demostrará su valor, estableciendo cierto equilibrio
e impersonalidad de examen y juicio, difícil de lograr bajo la pesadumbre de la
vida moderna. Y aun más que esto, por cuanto si se persevera, se recoge la
advertencia de que muchos deseos y emociones tenidas peculiarmente como
propios, no lo son en modo alguno, sino que llegan de fuera como a las playas las
olas de la mar.
Se
aprende a interpretarlos con el carácter de fuerzas impersonales de la naturaleza;
y cuando tal ocurre, pierden desde luego su dominio sobre nosotros. Cautivos,
más por costumbre que por fuerza, sólo necesitamos, para redimirnos, de
percibir nuestra libertad.
Aquel
aprendizaje se vigoriza y alienta, además, con actos de auto-disciplina y de
renunciación. Gozo mayor hay en
ejercitar los músculos morales que los del cuerpo, y nos baña como una sensación
superior de fuerza y de libertad. Ensayadlo con algo que os agrade.
¿Fumáis?
Abandonad
el tabaco, por ejemplo. Sabréis lo dominante del deseo y cómo os excita, en la
primera semana; en la siguiente, ganaréis una sensación de vigor y desahogo;
luego, la ausencia de incertidumbre; y júbilo, en fin, por el uso y el poder de
vuestra voluntad.
Por
el concurso de esos medios y de sus auxiliares, la energía impulsora del deseo
se desliga, poco a poco, del plano de la sensibilidad externa para dirigirse al
espíritu, acelerando y ampliando nuestro amor e impeliéndonos hacia él en
crecientes aspiraciones. La voluntad y el corazón se purifican y fortalecen; y
a medida que se suavizan, conviértanse nuestros ideales en mucho más puros e
íntimos, acogiéndolos después con amor, para encontrar allí, continuamente
renovada, una fuente de inspiraciones.
Unida
a la disciplina del corazón, y por ella favorecida en grado preeminente, se
requiere disciplinar la mente en la concentración y la contemplación. La naturaleza
de esta disciplina se ha indicado ya. Y con esto, aun cuando se nota como fácil
el logro de estos poderes, para adquirirlos se consume la pujanza de un largo proceso.
Precede, así, la faena de un meditar prolongado, antes de que se disponga de un
definido dominio sobre la mente.
La
indiferencia acerca de este precepto determina la multitud de dificultades, tan
comunes, en la meditación, dificultades que, aun a riesgo de repetición,
convendrá examinar por orden.
La
primera de ellas consiste en la inhabilidad de mantener la mente fija, en el
objeto de meditación. Esta inhabilidad equivale a un fracaso en la forma más elemental
de la concentración. La tendencia discursiva que hemos analizado ya, se anima,
y divaga el pensamiento, por entero, sobre diversos puntos. Pero valen mucho
para triunfar, en definitiva, la práctica y la costumbre diaria, a cuyo influjo
metódico disminuyen las dificultades, volviendo la mente, día tras día, sobre
el mismo tema.
La
segunda dificultad surge en la contemplación: fijar la mente después de
llenarla de silencio y de paz. Si a la mayor parte de nosotros se nos dijese
que estuviéramos en silencio, creeríamos, sin duda, obedecer la orden
absteniéndonos de hablar. Como sabemos lo que se entiende por callar, pues,
asumimos la quietud de la palabra hablada.
Pero
luego de cumplido el mandato percibimos, si prestamos atención, que realmente
el monólogo de la mente continúa. Sus pensamientos suenan en frases, no menos
reales, por el hecho de ser inaudibles al oído físico; pero podemos callarlos
con un acto de voluntad. En efecto nos importa aprender a callar, no sólo las
voces de la mente, asimismo que las de los sentidos y de las emociones. Y
concluimos por estimar su necesidad, ya para ese grado de la meditación, o para
la salud.
Quien
entre seriamente en el sendero de la disciplina mental para el dominio de la concentración,
sentirá la inapreciable virtud de aprender a reposar. Es un arte que conocen
pocos, y su secreto lo atesora el silencio. Sin embargo, se yerra a menudo
cuando se busca el silencio de la mente sofocando todo pensamiento que nace. Porque
ella queda así errante y sin guía; y por lo tanto recepta y refleja toda forma
o corriente del mundo psíquico que pasa.
Proviene
de esto el peligro del psiquismo, el “cul
de sac” (calle sin salida) astral, de que hemos estado siempre advertidos.
Se origina de la condición negativa de la mente y del método impropio conque se
ha ido en pos del silencio. La calma de
la mente se adquiere por la atención intensa prestada a un solo ideal, u
objeto. Que, en cuanto al ideal, sea la mente reflexiva y pasiva; y para todo
lo demás, exclusiva y positiva.
El
tercer inconveniente consiste en que, hecho el silencio, se realiza cierta
pérdida de la conciencia y se produce el sueño. Se debe, en parte, a la
condición negativa descrita antes; pero que corresponde más al corazón que a la
cabeza. Hemos visto que en este grado la conciencia se sitúa en el corazón; y
hay quienes no la mantienen concentrada fácilmente en él, o movidos de amor.
Tales
naturalezas, en su generalidad, son insensibles, lo que aunque constituye un
obstáculo en este punto, por otros respectos representa una salvaguardia poderosa. Y en verdad, este grado de la conciencia no
debe, de ningún modo, ser emocional, sino una silenciosa y profunda corriente
de amor. Porque más que expresarla, el sentimentalismo la oscurece. Ha de ser
un anhelo que suba, no de la cabeza, sino del corazón.
La
dificultad que sigue se revela de un todo contraria a la que precede. Se ve en que a medida que la percepción del
corazón se despierta y eleva, la mente, un tiempo tranquila, se defiende de nuevo
y asciende con la percepción posesionándose de ella, y tejiendo a su alrededor
sueños y visiones de cambiante belleza. Esconden gran peligro esas visiones, aunque
al principio aporten eficaz ayuda y parezcan excelentes y verdaderas; porque no
solo distraen nuestra atención e impiden el avance de la conciencia, sino que,
en adelante, reaparecen.
La
luz interior que les presta su belleza la vierte el espíritu, y como vertida
del espíritu, se la ama y reverencia; pero los hilos y colores de su trama
fascinante se extraen de los pensamientos de la vida ordinaria, de sus sueños,
esperanzas y temores. Y mientras uno se detiene ante las visiones, más se
afirma el elemento mental exterior, y palidece más la luz del corazón en ellas.
Llega
luego el día en que se reconoce el origen de esas imágenes. Y así reconocemos que la mente nos burla como
a soñadores engañados, cautivándonos en la urdimbre de nuestras mismas
fantasías.
Tamaño
tropiezo, o inconveniente, ha detenido el paso a muchos viajeros de la vida
oculta. Sin embargo, rutila dentro de las visiones la luz del espíritu; y en
verdad, el amor del viajero no tiende a la seducción de las imágenes sino a la
gloria de la luz.
Por
esas formas mentales se califica de impura la meditación en la fraseología
oculta. Pero se evitan de dos modos: por nuestro suficiente vigor en el poder
de concentración, y por nuestra suficiente pureza en la práctica constante del
desinterés. Esto es el obstáculo del
hombre sensible y de fuerte imaginación.
La
quinta dificultad radica en la forma. Muchas mentalidades tienden a concretar
todo lo que perciben. Cristalizan y robustecen formas y dogmas. A menudo se las halla entre las más intelectuales.
Por esta razón, hasta el punto de las definiciones inquebrantables, progresan
rápida y prontamente; pero ahí se detienen. Incapaces de trasponer los lindes
de la forma, o de renunciar a sentencias e imaginaciones, no conquistan la realidad.
Semejantes naturalezas se ayudan, algunas veces, obligándose al estudio y
reflexión de otros sistemas, y hasta de otros idiomas, diferentes de los de su
hábito.
Si
cristianos, estudian el budismo; si budistas, el cristianismo; inquieren de
todos modos el medio de romper sus moldes permanentes, hasta que desechando las
palabras, aprenden a mirar la vida misma.
Las
últimas dificultades descansan en el silencio. La oscuridad simboliza el
silencio, y para muchos ha sido causa de terror inmediata y actual. Proviene el
miedo de la gran quietud que desde el principio de la contemplación se
intensifica cada vez más sobreviene uno a uno el silencio de los sentidos, de
las emociones, de la mente, y ahora, el silencio del corazón.
La
iluminación principia sólo después de pleno el silencio. Así que para muchos
mueva a espanto la oscuridad, y hayan huido tocados de miedo profundo. Se abre
a la manera del abismo de la nada para ellos, adonde va la existencia como a
ahogarse en el vacío. Aquí se requiere valor y fe, cierta osadía que nunca
después se repite en la misma alta pujanza. Y es una clase de osadía indispensable
para lanzarnos a las tinieblas, en obediencia de una voz que no se repite más.
Después
de consumado el paso y de sentido el silencio, nunca más ocurrirá esta prueba porque
las tinieblas pasaron.
III
Delante
de cualquiera de las dificultades expuestas, podremos detenemos meses y aun
años; pero las venceremos con agrado y prontitud si la perseverancia nos
acompaña, convirtiendo la Meditación en práctica diaria. Por fortuna,
contribuye también a nuestros éxitos, la curiosa manera de como una dificultad
envuelve a las otras. El triunfo en una línea dada concede dominio sobre todas
las demás. Se salvan períodos de rapidísimos progresos, seguidos por intervalos
de fracasos aparentes, o de “tibieza”, según la conocida frase cristiana.
En
resumen, recorremos el júbilo de recompensas crecientes y alternativas de
reposo e inspiración.
A
medida que la meditación aumenta en vigor, sus efectos se tornan en más
potentes y constantes, de manera que se ven, a las claras, su multiplicidad y
sutilidad en el cambio gradual que experimentamos ante las faenas y
satisfacciones cotidianas. Lo que nos rodea toma, al principio, y como ya se ha
dicho, un raro color de irrealidad. Y en efecto, aparecen a la semejanza de una
proyección, de sombras, ante la vida, más animada y penetrante, que despierta
ahora en nosotros. Se advierte un fenómeno similar en las tinieblas que cubren
nuestro contorno cuando apartamos la vista de la acción de una luz intensa.
Sencilla la explicación, el fenómeno, sin embargo, da motivos a peligros
bastante reales.
Probablemente
este fenómeno corresponde a la segunda de las Tentaciones del Desierto: la
tentación de interpretar la vida terrestre como vacía, fútil, innecesaria, o la
de proscribir todo pensamiento de orden físico en favor del nuevo sentido de
confianza en el orden espiritual. O para definirlo, en nuestro caso, con mayor
luz: sentimos la tentación a no conceder importancia alguna a nuestras
obligaciones exteriores, y quizás, a desdeñarlas de un todo.
Cuando
se llega a este punto, los hábitos de obediencia al deber, como deber, sitúan
al individuo en propicia posición; y por breve o largo que sea este período, se
vence o atraviesa, si se adoptan aquellos hábitos, como la única fuerza
conductora de la existencia exterior.
Después,
en el decurso de algún tiempo, se aprende a penetrar más allá. Entonces se nota
que los deberes constituyen parte del gran orden moral, donde nos iniciamos:
constituyen el deber de reflejar sobre el ambiente físico la voluntad del
espíritu. Descuidar ese deber, equivale a descuidar el mismo fin que se busca; cumplirlo,
equivale a asumir la vida, aun en sus detalles más ligeros, una significación
nueva y muchísimo más interesante. Esto es el segundo efecto de la Meditación.
Después
brota, lo que a primera vista parece un resultado extraño y terrible: la
exteriorización, o expulsión afuera, de todo lo malo que escondemos dentro.
Viejos deseos que se creían extinguidos hacía tiempo, reaparecen con clamor
dominante. Vibra, de repente, toda nuestra naturaleza como apercibida contra sí
misma; y no es más profundo el lindero que separa lo bueno de lo malo como el
que separa lo que pertenece al espíritu de lo que no le pertenece. Este efecto llega de improviso, aun cuando se
espera. Y al llegar se extiende a nuestros pies la bifurcación de la senda.
Este
período, de lucha y de elección, se ha descrito muchas veces de varias maneras.
Dos carreras se abren delante de nosotros, dos senderos o caminos de vida.
Conocemos el objeto de uno de ellos: va a la fama, al poder, al éxito material,
a las hazañas admirables, a las que el mundo acuerda recompensas brillantes.
Uno se siente con poder para adquirir estas cosas, si en semejante propósito,
encamina la voluntad y la acción. En cuanto a la otra vía, la desconocemos.
“Es
el angosto y viejo sendero que a lo eterno conduce”. Sendero del deber y del
sacrificio. Puede guiar a la fama y al triunfo, a través de tropiezos, privaciones
y afanes interminables. Pero sendero de servicio al espíritu. La ambición
personal, el temor, la sensualidad, nos llevan por la primera vía; y por la
segunda, la elevada vocación austera del espíritu, pero vibrante y rica de
amor, de la nueva gloria y majestad que estamos aprendiendo a conocer. Delante
de esta bifurcación de la senda, se reproduce la tercera Tentación del
Desierto.
Nada
de nuevo es, ni la división de la senda, ni la, en este caso, obligatoria
elección de rumbo, salvo que para este grado se posee mayor conciencia, y que,
tarde o temprano, habrá de tomarse la decisión. Cada vez que se presenta un
deber, se nos presenta la elección.
¿Cumpliremos el deber
a costa de penas, a costa de turbaciones, o lo desdeñaremos en favor de nuestro
bienestar y de nuestro gozo?
La
suma total de estas pequeñas elecciones nos lleva a decidir la gran elección
que para todos se ofrecerá con el tiempo.
Dado
el paso, o resuelto, el deber, desde entonces, nos parece más que nunca nuestro
aliado. La vida no lastima ni hiere. Se la obedece simplemente. Y guía y
enseña. Cada tarea equivale a un nuevo don; y cada deber, al triunfo de una
nueva fuerza y de una nueva visión interna.
En
la proporción en que nuestra vida se enriquece de revelaciones y alientos, lo
que nos rodea expresa una nueva dignidad y belleza. Así vemos que el espíritu
emplea como una máscara la personalidad; vemos que todas las almas se funden en
el alma universal; y que al resplandor de esta grandiosa revelación, el amor y
la simpatía espirituales vencen el conflicto y viejo antagonismo de las
personalidades. En este grado principiamos a aprender la unidad de la vida y la
fraternidad de los hombres.
Este
último esfuerzo parece, a los que no lo han experimentado, el más sorprendente
de todos. Aquí ya no se está solo. La sensación de compañerismo, de que
hablamos en lo referente a la lectura de libros espirituales, se intensifica, y
expresa un tono más personal. Entonces nos damos cuenta de la poderosa sociedad
que nos rodea, y de que nos erguimos delante de los grandes del pasado. De esta
manera entramos en posesión de la herencia del alma.
Hemos
descrito, pues, los grados de la meditación que nos conducen del mundo externo
al interno.
1. La concentración:
poder que se adquiere en las faenas de la vida diaria.
2. La contemplación: el
mantenimiento de la mente fija en un punto; pero inactiva.
3. El despertar de !a
percepción del corazón. La renunciación en pro del amor del ideal.
4. El sentimiento de la
presencia y del poder de ese ideal, por el amor que le consagramos.
5. El paso de la
conciencia a su esencia interna, a través de las formas del ideal. En este
punto, puede decirse, que principia la verdadera meditación.
6. La conciencia
resaltante de un gran silencio.
7. Morando en este
silencio, encontramos su paz, el poder y la iluminación.
Para
recorrer estos grados se necesita de una completa disciplina del corazón y de
la mente. Una disciplina defectuosa ocasiona las dificultades siguientes:
1. La dificultad de amar
el ideal, de que los deseos del mundo externo se transformen en los deseos del
mundo interno.
2. La incapacidad de
conservar la mente fija en estos asuntos.
3. El peligro de crear
un' condición negativa que lleva al psiquismo.
4. La tendencia al
sueño. El peligro de la indiferencia.
5. El engaño producido
por la mente que, despertándose con el corazón, teje formas o imágenes alrededor
de éste. El peligro del emocionalismo.
6. La dificultad de la
forma: el obstáculo que produce una mente rígida y dogmática.
7. El miedo al silencio.
Aun
cuando sólo imperfectamente se hubiese experimentado la luz de la meditación, y
no obstante de permanecer invisible, se entra en un ciclo de actividad exterior
en que se manifiestan, a menudo, sus efectos. Y este ciclo de actividad se
distingue por los siguientes grados:
1. Un sentimiento de la
irrealidad de la vida exterior, o de su falta de interés.
2. Lo que antecede,
rectificado por el sentimiento del deber.
3. El reconocimiento de
la serie de nuestros deberes individuales como la reflexión de la ley del
espíritu.
4. Y desde este último
punto: el cumplimiento de nuestros deberes exteriores como expresión de la vida
interna, sobre ella reflexionando siempre en busca de inspiración y descanso.
5. La exteriorización de
todos los deseos de la personalidad.
6. La elección
definitiva entre aquellos deseos y la atención del espíritu.
7. El reconocimiento de
confraternidad con los que nos han precedido, y la concentración de la
conciencia en el espíritu.
Cualquier
estudiante ordenado se halla en capacidad de cumplir este trabajo por sí mismo,
y de realizar las exposiciones formuladas arriba. Escrito está que una pequeña práctica nos
evita un conjunto de males y nos proporciona importantes recompensas. »
(Este escrito fue publicado
en la revista Dharma de julio y octubre
de 1913, arriba solo está traducida la mitad del artículo pero pueden leerlo en su totalidad en inglés aquí.)
¿Cid?
ResponderBorrar1.que opinas de la ideología de genero.
2.transexualismo, homosexualismo etc
3. los homosexuales y transexuales etc. nacen o se hacen?
por favor responde?
Lo detallo en este otro capítulo:
Borrarhttp://esoterismo-guia.blogspot.com/2015/06/homosexualidad-explicada-por-esoterismo.html
CID por qué mucho magos negros no pagan el daño que hacen durante su vida?
ResponderBorrarhttp://esoterismo-guia.blogspot.com/2012/07/karma-guia-ensenanza-castigo-punicion.html
BorrarCID como hacen algunos místicos para cumplir deseos de algunas personas que van y se los piden?
ResponderBorrarCon sus poderes
BorrarPero que poder oculto en particular osea como sospechas que es lo que hacen metodológicamente y como supones que se obtiene esa habilidad
BorrarNo lo he investigado
BorrarCid que complicado este artículo, se me hace muy complicado entenderlo. Ya que emplea bastante fantasía y palabras bonitas. Podrías resumirme algunas cosas que no comprendo?
ResponderBorrarTampoco lo comprendí mucho pero como dice algunas cosas interesantes, decidí publicarlo.
BorrarXd menos mal no me siento un extraño( bromeo)
BorrarGracias por tu sinceridad lo aprecio mucho, seguiré dando vueltas al artículo porque decía unas cosas que comprobé con el sexo y la verdad es que funciono. Pero en el caso del artículo es con el tabaco. El impulso y deseo de consumirlo pero dejando de lado una semana ese impulso empieza a desaparecer. Muchas gracias Cid!
Me interesa muchísimo este articulo
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