En febrero de 1884, para responder a
las acusaciones que se les hicieron a Blavatsky y a la Sociedad Teosófica de
estar inventando la existencia de los Maestros, el esoterista Franz Hartmann escribió una
carta relatando las experiencias que él había tenido durante su estancia en el
Cuartel General, y las razones por las cuales él estaba convencido de que los
Maestros transhimaláyicos sí son reales.
Y a continuación les transcribo esa
carta:
« El 21 de septiembre de 1883,
salí de mi casa en Colorado, en los Estados Unidos, para ir a la India; en
parte con el propósito de representar a las Sociedades Teosóficas de América
para el octavo aniversario de la fundación de la Sociedad Teosófica que se iba
a celebrar en la sede central en Adyar, y en parte porque siendo de una
naturaleza muy escéptica, estaba ansioso por investigar más a fondo el tema del
Ocultismo y eliminar mis dudas. ¿Y cómo podría esperar hacer esto mejor que
yendo a la sede central?
Hubiera sido más fácil y más barato
para mí ir por Nueva York y Marsella, que por California, Japón y China; pero
tenía un cierto negocio para realizar en San Francisco, el cual es de
naturaleza demasiado delicada y privada como para ser mencionado incluso en
este documento.
Entonces fui a la ciudad de San
Francisco. ¡Pero Ayayay, por la debilidad de la naturaleza humana, incluso de un
investigador ocultista como yo! El
encanto de un par de hermosos ojos negros resultó ser demasiado fuerte para el
aspirante a asceta que yo era. Y la tentación del santo San Antonio no fue
nada, si se compara con la mía, y mi viaje a la India estuvo a punto de ser cancelado,
sin embargo logré desgarrarme y continué con mi viaje.
Una o dos semanas después de mi llegada
a Adyar, viendo que otras personas (tanto extraños como miembros de la Sociedad
Teosófica) recibían ocasionalmente cartas de los Maestros, las cuales aparecían
milagrosamente cayendo del aire, o a través de paredes sólidas, o enviadas por
medio de un armario conocido como “El Relicario”.
Pensé que ya era hora de que yo
también fuera favorecido por esa correspondencia debido a que aunque no estaba
libre de pecados, no podía ver que fuera mucho peor que los otros y por lo
tanto menos digno de consideración que la mayoría de los que recibían cartas de
los Maestros.
Así que animado por este
pensamiento, elaboré una carta para ver si obtendría también una respuesta por
parte de los Maestros, y en ella escribí las siguientes líneas:
« ¡Venerable Maestro!
El abajo firmante le ofrece sus
servicios y deseo que examine amablemente mi capacidad mental para ver si es
conveniente, me dé más instrucciones.
Respetuosamente suyo. »
Copio esta carta textualmente para
que el amable lector no piense que soy tan tonto como para molestar a los
Adeptos de los Himalayas con mis pequeños asuntos privados, que por
interesantes que puedan ser para mí, no creo que puedan ser interesantes para
ellos. Y además de esto, tengo la costumbre de no hablar de mis asuntos
personales, y por consiguiente no había nadie en la India ni en ninguna otra
parte que supiera nada sobre dichos asuntos.
Entonces le di mi carta al coronel
Olcott y él la colocó en el Relicario.
Un par de días después, reflexioné
sobre este asunto y concluí que si los Maestros consideraban que valía la pena
comunicarse conmigo, indudablemente lo harían sin que yo se los pidiera, y por
lo tanto le pedí al coronel Olcott que mejor me regresara mi carta.
Y el coronel Olcott lo iba a hacer,
pero cuando abrió las puertas del Relicario mi carta misteriosamente había desaparecido
(y esto a pesar que el Relicario se encontraba cerrado con llave y cerradura) y
en lugar de mi carta recibí otra carta con la letra bien conocida del Maestro
Morya, y cuyo contenido mostraba que no solo el Maestro tenía un conocimiento
completo de mí y de algunos de los eventos de mi vida pasada, sino que también
decía:
- "Usted ha
cometido un acto de gran imprudencia mientras estuvo en San Francisco."
Y luego entró en detalles acerca de
ese negocio tan privado y delicado al que me referí anteriormente, a pesar de
que nadie en Adyar sabía al respecto!!!
Ahora bien, aunque tal prueba
debería de ser satisfactoria para cualquiera, en mi caso dado que yo llevaba
veinte años de experiencia con el espiritismo, sabía que algunos médiums tienen
la capacidad de obtener información de los demás por medio de los espíritus, y
por ello mis dudas aún no habían sido conquistadas por completo.
¿Podría el coronel Olcott haber
escrito esta carta? ¿Pero cómo podría saber lo de mis asuntos privados ya que
no era un médium e incluso rechazaba el espiritismo? ¿Entonces cómo podría
saber algo al respecto ya que yo no se lo había mencionado a nadie y tampoco
había recibido ningún correo de San Francisco desde mi llegada? ¿Y quién en
América se tomaría la molestia de escribir o telegrafiar hasta la India sobre
mi asunto privado? ¿Y quién podría hacerlo, ya que en San Francisco me conocían
aún menos que en Adyar?
Y así estuve cuestionándome sobre la
autenticidad de esa carta hasta que tuve la suerte de ver al Maestro con mis
propios ojos en su cuerpo astral, y con ello mis dudas fueron silenciadas para
siempre.
Pero algo más maravilloso estaba
reservado para mí, y aunque no me sorprendió en absoluto después de todo lo que
ya había presenciado, será interesante para aquellos que no tienen experiencia
personal en tales asuntos.
Esta mañana, a las once y media,
subí a la habitación de la señora Blavatsky y tuve una conversación con ella
sobre asuntos relacionados con la Sociedad Teosófica. Y después de esa
conversación, pensé en preguntarle su opinión con respecto a cierto tema del
que había estado pensando.
Madame Blavatsky me aconsejó que yo personalmente
le presentara esa proposición al Maestro, y que para ello se lo preguntara
mentalmente, y que el propio Maestro seguramente respondería a mi pregunta.
Pues bien, así lo hice y unos
minutos más tarde ella me mencionó que ella había sentido la presencia del
Maestro, y que lo había visto escribiendo. Y debo precisar que yo también sentí
su influencia e incluso me pareció haber visto su rostro, pero esta
circunstancia, por supuesto, no conllevará convicción a nadie más que a mí
mismo.
Desafortunadamente y para mi gran
molestia en ese momento entró la señora Coulomb que era la encargada de hacer
la limpieza y expresó su deseo de tener un par de pinzas que necesitaba para
algún propósito, y recordando que yo tenía unas pinzas de ese tipo en el cajón
de mi escritorio, fui abajo en mi habitación para dárselas.
Cuando llegué, abrí el cajón, vi las
pinzas y algunas otras cosas que estaban allí, pero no había ningún vestigio de
ninguna carta, ya que yo había quitado mis documentos el día anterior y los
había puesto en otro lugar. Entonces tomé las pinzas y estaba a punto de cerrar
el cajón, cuando percibí que dentro del cajón había un gran sobre dirigido
hacía mí con la conocida letra del Maestro y sellado con un sello con sus iníciales
en caracteres tibetanos.
Y al abrirlo encontré una larga
carta la cual de manera muy amable trataba exactamente sobre las preguntas que
acababa de hablar con Madame Blavatsky, y daba una respuesta tan detallada y
satisfactoria a dichas preguntas que me dejó completamente perplejo, porque
además también me dio una explicación satisfactoria de ciertos asuntos que
durante algún tiempo habían sido los más importantes en mi mente, pero de los
cuales no había dicho nada en absoluto.
Y como un premio extra había en el
mismo sobre una fotografía del rostro del Maestro con una dedicación en la parte
posterior.
Y yo estoy seguro que mi gaveta no
contenía ninguna carta cuando la abrí y que no había nadie visible en mi
habitación en ese momento. Además que esa carta que daba una respuesta
detallada a mi pregunta debió de haber sido escrita, sellada y guardada en el
cajón en menos de cuatro minutos, mientras que yo tardé exactamente cuarenta
minutos en copiarla al día siguiente; y finalmente abordó un problema muy
difícil de una manera tan elaborada y concisa, que solo una inteligencia de un
nivel superior podría haberla escrito.
Por lo que cualquier otro argumento
para demostrar la existencia de los Maestros me parece innecesario. »
Observación:
la razón por la que el Maestro Morya pudo elaborar esa carta tan rápidamente es
porque no la escribió a mano físicamente sino por medio de una técnica oculta
que se le conoce como “precipitación” y la cual detallaré en otro capítulo.
(Nota:
esta carta de Franz Hartmann fue publicada en el suplemento de la revista
Theosophist de marzo de 1884, p.52-53)
Posteriormente
cuando la Sociedad para la Investigación
Psíquica estaba investigando a Blavatsky, Franz Hartmann volvió a dar su
testimonio el cual a continuación se los transcribo:
« En la tarde del 4 de diciembre de 1883, llegué a Madras y fui recibido
amablemente por el Sr. G. Muttuswami Chettyar, quien me condujo a su carruaje y
de allí nos dirigimos hacia Adyar, situado en un suburbio de la ciudad de
Madrás, aproximadamente a seis millas desde el lugar de desembarcamiento del
barco de vapor.
Antes de retirarme a descansar, expresé mi deseo de ver
las imágenes de los Maestros, estos seres misteriosos superiores al hombre de
los que había escuchado tanto, y me llevaron al piso de arriba, para ver el
“Relicario” en el que se encontraban guardados sus retratos. Las imágenes
representaban a dos hombres con rasgos orientales y vestimenta correspondiente,
y la expresión de sus caras era leve pero serena.
Tiempo después vi al Maestro Morya en su forma astral. Él
se me apareció, acompañado por las formas astrales de dos chelas. Y su
presencia dejó una influencia estimulante y elevadora que no se desvaneció
hasta varios días después.
El deterioro de la salud de Madame Blavatsky había hecho
deseable que ella tuviera un cambio de clima, y los médicos que fueron
consultados le aconsejaron de ir a Europa, donde el coronel Olcott fue llamado
debido a algunos asuntos oficiales. Por lo tanto Madame Blavatsky decidió
acompañar al coronel Olcott.
Dos días antes de que Madame Blavatsky se marchara, el 5
de febrero de 1884, yo fui a su habitación para hablar con ella sobre asuntos
relacionados con la Sociedad Teosófica. Y después de esa conversación, el
pensamiento vino a mi mente para pedirle su opinión con respecto a cierto tema
del que había estado pensando.
Madame Blavatsky me aconsejó que se lo presentara
personalmente al Maestro Morya, y que para ello se lo preguntara mentalmente, y
que el Maestro mismo respondería mi pregunta.
Unos segundos más tarde ella mencionó que sintió la
presencia del Maestro y lo vio escribiendo. Y debo decir que yo también sentí
su influencia y que en un momento creí ver su cara, pero esta circunstancia,
por supuesto, no conllevará convicción a nadie más que a mí mismo.
En ese momento entró otra señora, para mi gran molestia,
y me expresó su deseo de tener un par de pinzas, lo cual era necesario para
algún propósito, y recordando que yo tenía un par de pinzas en el cajón de mi
escritorio, fui abajo en mi habitación para conseguirlas. Abrí el cajón, vi las
pinzas y algunas otras cosas allí, pero no había ningún vestigio de ninguna
carta, ya que había quitado mis documentos el día anterior.
Tomé las pinzas y estaba a punto de cerrar el cajón,
cuando, allí estaba, en el cajón, un gran sobre, dirigido a mí con la conocida
letra del Maestro y con el sello con sus iniciales en caracteres tibetanos.
Al abrirlo, encontré una carta larga y muy amable en la
que trataba las preguntas idénticas sobre las que acababa de hablar con Madame
Blavatsky, además de dar una respuesta detallada y satisfactoria a la pregunta
que había dejado perpleja mi mente, y además una explicación detallada de
ciertos asuntos que durante algún tiempo había estado asiduamente reflexionando,
pero de los cuales no había dicho nada en absoluto.
Y también había en el mismo sobre una fotografía, del
tamaño de un gabinete, del rostro del Maestro, con una dedicación en la parte
posterior.
Ahora, yo sé muy bien que mi gaveta no contenía ninguna
carta cuando la abrí y que no había nadie visible en mi habitación en ese
momento.
Además la carta dando una respuesta detallada a mi
pregunta debe haber sido escrita, sellada y guardada en el cajón en menos de
cuatro minutos, mientras que yo tardé exactamente cuarenta minutos en copiarla
al día siguiente; y finalmente, trató un problema muy difícil de una manera tan
elaborada y concisa, que solo una inteligencia de primer orden podría haber
hecho lo mismo. »
(Extracto del informe de las observaciones realizadas por
Franz Hartmann durante su estancia de nueve meses en la sede de la Sociedad
Teosófica en Adyar, Madras, India. Impreso en la prensa escocesa por Graves,
Cookson, and Co., 1884, p.11-15, 28-30)
Y
en su autobiografía, el Doctor Franz Hartmann dio más detalles acerca de los otros
encuentros que tuvo con el Maestro Morya aparte del que tuvo directamente con
él viéndolo en su cuerpo astral:
« Estas
grandes inteligencias o “Maestros”, Blavatsky afirmó que eran ciertos Adeptos
que vivía de manera secreta en el Tíbet y que poseían grandes poderes ocultos,
como la capacidad de impresionar a las otras mentes desde la distancia (lo que
ahora se llama telepatía), o viajar y manifestarse por medio de sus cuerpos
astrales, o utilizar la energía de Blavatsky y de otros discípulos para la
producción de “fenómenos paranormales”, etc.
Todas
esas cosas que hace algunos años parecían increíbles, ahora se han vuelto bastante
posibles a la luz de las investigaciones que recientemente se han efectuado
sobre el ocultismo. Y mi propia experiencia en este aspecto me ha convencido de
que tales Maestros sí existen.
Y
entre otras cosas esto se debe porque yo estuve presente en ciertas ocasiones
cuando el Maestro se le apareció a Blavatsky y ella habló con él. Y aunque no
pude verlo con mis ojos, en cambio sí sentí su presencia. Y su influencia
invadió todo mi ser y me llenó con una sensación de dicha indescriptible que
duró varios días. »
(Escrito publicado en
la revista The Occult Review de enero de 1908, p.20)
Los maestros aceptarían a un persona que sea un millonario filántropo o los adeptos prefieren a gente muy sencilla?
ResponderBorrarA todos quienes quieran ayudar a la humanidad sin importar el nivel económico que tengan.
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