Se le llama Sannyâsî a los ascetas indios, y la teosofía explica que los
verdaderos Sannyâsîs son aquellos que han obtenido el más elevado conocimiento
místico y que viven en el retiro y renuncian a los goces del mundo para
consagrarse exclusivamente a la contemplación y al conocimiento espiritual.
Y el siguiente texto es el relato que un funcionario
local le hizo a la teósofa E. H. Morgan del encuentro que él tuvo con estos seres místicos en los Nilgiris, que es una
región montañosa que se encuentra en el sur de la India.
Me
habían dicho que los Sannyâsîs se reunían en ciertas ocasiones en una montaña llamada
Colina Velly Mallai, en el Distrito de Coimbatore, y queriendo conocerlos,
decidí ascender esa montaña, así que recorrí sus escarpados flancos y llegué
hasta una hendidura angosta y baja. Arrastrándome hacia adentro subí unos 18
metros hasta que llegué a una cueva en cuya entrada introduje la cabeza y los hombros.
Pude
ver claramente hacia adentro, pero sentí una corriente de aire frío sobre mi
rostro, como si hubiera alguna abertura o grieta, de modo que observé con mucha
atención pero no alcancé a ver nada.
El
lugar era de aproximadamente cuatro metros cuadrados. No entré. Vi colocadas en
orden a sus lados piedras de un codo de largo (45 cm) todas en posición
vertical. Me decepcionó mucho no encontrar ningún Sannyâsî y regresé por donde
había llegado empujándome hacia atrás, pues allí no había espacio para darme la
vuelta.
Más
tarde me dijeron que los Sannyâsîs se reunían en los densos sholas (bosquecillos)
y como mi trabajo me ponía a menudo en parajes como ese lugar, decidí proseguir
mi búsqueda, pero sin éxito a pesar de hacerla con extrema minuciosidad.
Un
día me encontraba de viaje en Coimbatore por mi cuenta, y recorriendo las
calles, traté de ponerme de acuerdo con un lugareño al que quise comprometer
para que me llevara hasta allá, pero como no logramos cerrar el trato, me fui
sin él y tomé el Camino de Lovedale a las seis de la tarde.
No
me había alejado mucho cuando me encontré a un hombre vestido como un Sannyâsî
que se detuvo para hablar conmigo. Observó un anillo que tenía en mi dedo y me
pidió que se lo diera. Le dije que podía llevárselo pero le cuestioné qué me
iba a dar a cambio.
Él
me respondió:
- “Eso no es lo que me
interesa, prefiero que me des la harina y el azúcar que hay en el saco que
llevas sobre tu espalda.”
- “Se lo daré con gusto”,
le dije, y bajé mi saco y se lo ofrecí.
- “Con la mitad me
basta”, me respondió, pero enseguida cambió de parecer y añadió, “déjame ver
qué llevas en tu saco”, señalando a mi otro saco.
- “No puedo dártelo”,
le respondí.
- “¿Por qué no puedes
darme tu swami (ídolo familiar)?”, me preguntó.
- “Este swami es mío,
no me iré sin él; ¡antes quítame la vida!”, le contesté.
El
Sannyâsî no puso más reparos, pero me comentó:
- “Mejor vete a tu casa
enseguida.”
Le
dije:
- “¡No te dejaré!”
- “Ah, debes hacerlo”, me
respondió, “aquí morirías de hambre.”
- “No importa”, le contesté,
“no puedo morir más que una vez.”
- “No tienes ropa que
te proteja del viento y de la lluvia; puedes encontrarte con tigres”, me dijo.
- “No hay cuidado”, le
contesté, “es dado al humano morir una sola vez en esta vida, ¿así que qué importancia
tiene cómo muere uno?”
Cuando
dije esto tomó mi mano, me abrazó, e inmediatamente quedé inconsciente. Cuando recuperé
la conciencia me encontré con el Sannyâsî en un lugar nuevo para mí, en la cima
de una colina cerca de una piedra grande y con un shola grande cerca.
Vi
que en medio del shola, justo delante de nosotros, había una columna de fuego,
casi como un árbol. Le pregunté al Sannyâsî qué era aquello como un fuego que
se elevaba.
- “Ah, lo más probable
es que sea un árbol que encendieron algunos leñadores descuidados”, dijo.
- “No, no es como
cualquier fuego”, le respondí, “no hay humo, no hay llamas y no es aterrador,
ni rojo. Quiero ir a verlo.”
- “No debes hacer eso”,
me contestó, “no puedes ir hasta ese fuego y salir vivo.”
- “Entonces acompáñame”,
le pedí.
- “No, no puedo”, me respondió,
“si deseas acercarte, debes ir solo y bajo tu riesgo; ese árbol es el árbol del
conocimiento y de él fluye la leche de la vida, quienquiera que beba de ella
jamás tendrá hambre de nuevo.”
Y
de inmediato tuve miedo del árbol.
Enseguida
vi a cinco Sannyâsîs acercándose. Subieron y se reunieron con el que estaba
conmigo, entraron en la charla y luego sacaron una hookah (pipa de agua Turca)
y comenzaron a fumar.
Me
preguntaron si quería fumar. Les respondí que no. Uno de ellos me dijo:
- “Déjanos ver el swami
que hay en tu saco”.
Le
respondí:
- “No puedo, no estoy
lo suficientemente puro para hacerlo.”
- “¿Por qué no haces
tus abluciones en aquél arroyo?”, dijeron, “con que salpiques agua en tu frente
bastará.”
Me
fui a lavar mis manos y mis pies, y lavé mi cabeza, y después de eso se los
mostré y enseguida se fueron.
- “Ya es muy tarde, es
hora de que regreses a tu casa,” me dijo el primero que conocí.
- “No”, le respondí, “ahora
que los encontré no voy a dejarlos.”
- “No, no,”, me
respondió, “debes irte a casa, todavía no puedes dejar el mundo; eres padre y
esposo, y no debes descuidar tus obligaciones. Sigue los pasos de tu difunto
respetado tío; él no descuidó sus deberes terrenales y al mismo tiempo se ocupó
de los intereses de su alma. Debes irte, pero me reuniré contigo de nuevo en tu
fiesta quincenal.”
En
eso me abrazó y quedé inconsciente de nuevo. Cuando volví en mí, me encontraba
en el cafetal del coronel Jones, sobre el sendero Coonor. Ahí fue donde el Sannyâsî
se despidió y señalando el camino que seguía más allá, y dijo
- “Ya conoces el camino
a tu casa.”
Pero
no me retiré y le exclamé:
- “Todo esto me parecerá
que solo fue un sueño a menos que fijes una fecha y prometas que nos reuniremos aquí
de nuevo.”
- “Te lo prometo”,
respondió.
- “No, promételo
jurando sobre la cabeza de mi ídolo”, le contesté.
De
nuevo lo prometió poniendo su mano sobre la cabeza de mi ídolo y me dijo:
- “Ven aquí en quince
días.”
Con
ansía esperé mi compromiso y cuando llegó ese día fui y me senté sobre una
piedra en el camino. Esperé mucho tiempo en vano. Por fin me dije “estoy
decepcionado, no vino, rompió su juramento” y con pesar hice una pûjâ (ofrenda).
Y en cuanto estos pensamientos pasaron por mi mente, sin esperarlo, estaba de
pie a mi lado.
- “Ah, dudaste de mí”, me
comentó, “¿por qué te sorprendes?”
Caí
a sus pies, acepté haber dudado, y le pedí perdón. Él me perdonó, me
tranquilizó y me dijo que siguiera portándome bien y siempre me ayudaría, y me
dio consejos sobre todos mis asuntos personales sin que yo le hubiera dicho una
sola palabra sobre ellos; y también me dio algunos medicamentos para un amigo
enfermo al que le había prometido buscarlos, pero se me había olvidado. Le di
los medicamentos a mi amigo y él ya está completamente sano.
(The
Theosophist, marzo de 1884)
Es posible saber las vibraciones de un videojuego de carreras,podría ser una duda trivial pero me intriga tal vez saberlo.
ResponderBorrarCon la clarividencia lo suficientemente desarrollada si es posible, o sino preguntándole al péndulo, las runas, etc.
BorrarDisculpe mi ignorancia, que son las runas?
BorrarSon las letras que utilizaban los antiguos pueblos germánicos y también se utilizan para la adivinación.
BorrarGrácias,mi duda al menos quedará en 70%.
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