(Poco tiempo después del ataque de los misioneros contra Blavatsky con la ayuda de los Coulomb, ella dejó la India y se fue a vivir a Europa, y sobre ese evento el coronel Olcott en su libro "Las Hojas de un Viejo Diario III" relató lo siguiente.)
CAPÍTULO 16A
¡Ah, sí! La Atra Cura [la acidez] reinaba como amo de Adyar cuando volví de Rangoon, Birmania [el 19 de marzo de 1885].
La atmósfera moral era pesada y sombría; H.P.B. luchaba contra la muerte con la vehemencia de una leona cautiva.
Intento de sustituir a Olcott de la presidencia
Y ciertos recién llegados europeos desplegaban un talento especial de intervención en los asuntos del Cuartel General, conspirando para reducirme a la categoría de miembro de un Comité Central ilusorio, en el cual yo no hubiera tenido ni pizca de influencia; y a mi camarada que estaba medio moribunda [Blavatsky] la tenían en un estado de perpetua excitación nerviosa.
En el capítulo precedente hablé en forma breve de este asunto, pero es bastante importante para que volvamos a él. Lo asombroso es que H.P.B. no se haya muerto antes de que yo llegara y luchase para conservar el statu quo anterior.
Era una abierta rebelión contra mi autoridad y pedían –cito el documento que tengo a la vista– que:
« Se rogase al Presidente-Fundador [Olcott] que eligiera entre los miembros del Comité General, un Comité Ejecutivo formado de cinco personas compuesto por el señor Subba Row y cuatro europeos que residiesen en el Cuartel General, y que le entregase todos los asuntos financieros, ejecutivos, y la diligencia de la Sociedad Teosófica, para dirigir y distribuir los trabajos en ella, nombrar todos los cargos –exceptuando al Presidente-Fundador– y ratificar todos los documentos referentes a la Sociedad Teosófica. »
Yo no tenía otra cosa que hacer sino retirarme después de haber pasado mis poderes a un grupo de cinco personas que se designaban a sí mismas entre todo el Consejo, cuatro de las cuales eran occidentales recientemente llegados de Europa o de América, que no tenían la menor experiencia en la dirección ejecutiva de nuestro movimiento, y casi sin intimidad personal con la mayoría de nuestros miembros.
Sin relación alguna con los budistas de Ceylán donde el programa escolar adquiría todo su impulso, sin derecho reconocido al afecto y la confianza de los indos y los parsis, y sin –salvo una sola excepción– fortuna personal para contribuir a la conservación del Cuartel General y del movimiento en conjunto.
Pero ponían remedio a esta última dificultad forzándonos a H.P.B. y a mí a que abandonásemos la propiedad de la revista "The Theosophist" y su biblioteca para la Sociedad Teosófica, sin ninguna compensación y sin reserva de eso que era propiedad nuestra, creada por nosotros sin una rupia de la Sociedad, ni siquiera una pequeña pensión para cubrir nuestras modestas necesidades.
¡Les parecía perjudicial en extremo para los intereses de la Sociedad Teosófica que la revista fuera de propiedad particular!
Era un bonito programa, digno de los revolucionarios del 93.
Damodar, Bawaji y Ananda, nuestros tres colegas indos, miembros del Comité y afectos a nosotros, negaban la validez de cada queja y protestaban con vehemencia contra los detalles todos del programa; y el señor Leadbeater se mostró de acuerdo con ellos en un documento, a la vez enérgico y moderado, que en este momento tengo a la vista. Pero el 5 de febrero, cuando la pobre H.P.B. se hallaba casi moribunda le hicieron garabatear esto:
« Creyendo que esta innovación es necesaria para el bien de la Sociedad Teosófica, lo apruebo por mi parte. H. P. Blavatsky. »
El señor Leadbeater dice en su escrito:
« La señora Blavatsky retira su aprobación de ese escrito, por haberla dado sin comprender claramente la interpretación que había de dársele. »
La muerte ya no era inminente, su espíritu había recobrado sus funciones, ella repudiaba su aprobación, y como yo lo dije en el capítulo anterior, me pidió que rompiese el papel, a lo que me negué.
Esto no es más que una entre tantas de las pruebas de ingratitud que he recibido después de la fundación de la Sociedad Teosófica.
Y si hablo de ello no es a modo de protesta, sino como una resaltante corroboración de la vieja verdad de que aquel que quiera trabajar por la humanidad debe esperar, no agradecimientos, sino muchas maldades.
En el curso de los doce meses precedentes, H.P.B. y yo habíamos dado a la Sociedad de los fondos de "The Theosophist" la cantidad de 9'000 rupias, y veo anotado en mi diario que de los beneficios netos de la revista hasta esa fecha, o sea 15'600 rupias, habíamos dado a la Sociedad Teosófica 14'994 rupias, cuatro annas y seis pies.
Si se me reprochaba mi “autocracia”, era porque hasta ese momento yo había tenido toda la responsabilidad del movimiento y de su marcha. Nuestros grandes colegas de hoy no habían ingresado todavía en nuestras filas, y sólo dos años después el señor Judge comenzó su trabajo en Norteamérica.
Como los europeos se coaligaron contra mí, recurrí como era natural a los consejeros y a la simpatía de mis consejeros indos más seguros, y tuvimos largas consultas en el domicilio del dewan Bahadour Raghoonath Row.
Se decidió una línea de conducta que no tardé en poner en ejecución.
Richard Hodgson
El señor Hodgson de la S. P. R., se hallaba todavía en Madrás; me enteré de que en una cena anglo-inda había expresado su convicción de que H.P.B. era una espía rusa; fui a verle con el señor Cooper Oakley para aclarar ese asunto.
La explicación fue tan clara por ambas partes que regresamos con la impresión de que el señor Hodgson consideraba aquella acusación tan pueril y sin fundamento como la juzgábamos nosotros mismos. No obstante él mantuvo e incorporó esa cruel calumnia en el informe presentado a sus colegas de la S.P.R.
Esto me quitó toda consideración hacia él porque era golpear a una pobre y vieja mujer que jamás le había hecho el menor mal.
Me causó dos días de intensas torturas morales, declarando que Hurrychund Chintamon, de Bombay, le había mostrado una carta de H.P.B. escrita en Nueva York, en la que ella le decía que yo me hallaba de tal modo bajo su influencia hipnótica, que ella podía hacerme creer todo lo que quisiera con sólo mirarme a la cara.
Yo comprendía lo que tal afirmación, por absurda e infantil que fuese, podría llegar a ser en manos de nuestros enemigos, pero si bien poco me importaba lo que pudiesen hacer, me dolía en el corazón que H.P.B., de quien yo había sido un amigo fiel en todas las circunstancias, hubiera cometido conmigo esa traición y con el único objeto, según parece, de halagar su propia vanidad.
Pero ahí se ve bien qué criatura ilógica era en suyo físico, y tales rasgos eran lo que hacían tan duro vivir y trabajar con ella durante mucho tiempo.
Ya he dicho que era infinitamente más difícil vivir con ella, con Helena Petrowna, que vencer todos los obstáculos exteriores, las oposiciones y los impedimentos que se presentaban ante los progresos de la Sociedad Teosófica.
Nada me afectó tan profundamente como aquel asunto, en toda mi experiencia del movimiento; me desesperé por completo, y durante veinticuatro horas estuve casi dispuesto a bajar a la playa para ahogarme.
Pero por fin me pregunté a mí mismo porqué trabajaba, si era para ser alabado por los hombres o para ganar el reconocimiento de H.P.B. o de cualquier otra persona viviente, y entonces aquella tristeza se disipó y mi espíritu no volvió a conocerla jamás.
Como una gran luz, percibí de pronto el sentimiento de la obligación superior de cumplir mi deber, de servir a los Maestros en el cumplimiento de sus nobles planes; aunque yo fuera calumniado, no comprendido, mal apreciado, sin un agradecimiento, pero no importa, a pesar de todo eso, recobré la paz.
Alfred Sinnett
El 25 de marzo escribí al señor Sinnett para darle la idea de la formación de un Comité central u Oficina de control de la Sociedad Teosófica que con sede en Londres se ocuparía de nuestros intereses en Europa, anticipando así la idea de una Sección que se adoptó más tarde.
Pero él no aprobó mi proyecto, porque ello le hubiera llevado a efectuar una propaganda activa, cosa que H.P.B. y yo habíamos perseguido siempre, impulsados por alientos superiores, pero que a él le repugnaba, así como repugnaba al señor Massey y al doctor Wyld antes que a él.
Blavatsky renuncia a su puesto de secretaria corresponsal
en la Sociedad Teosófica
Parece que el 28 de marzo fue día tempestuoso en Adyar porque escribí esto en mi diario:
« Día de experiencias desagradables: H.P.B. violenta y rabiosa; se habla de un nuevo paso dado por los misioneros contra nosotros, amenaza de proceso de los Coulomb contra el general Morgan. Ruido de bazar e improbable. »
Cierto, sin embargo, como se verá más adelante. Toda esa agitación repercutía fatalmente sobre la salud de mi querida camarada.
Era terrible verla con el rostro púrpura a causa de la congestión, los ojos salientes y casi apagados, yendo y viniendo pesadamente, acusando a todo el mundo y diciendo locuras.
Sus médicos decían que eso no podía durar, que ella necesitaba reposo y tranquilidad porque de lo contrario un buen día caería muerta de pronto.
Ella concluyó por hacerles caso y el 29 de marzo presentó su dimisión y le dijo a su criado Babula que hiciese sus baúles.
Al otro día el doctor Hatmann y yo fuimos a la ciudad para sacar su billete y el de la doctora señorita Flynn, de Bombay, que a petición mía consintió en acompañarla y estar a su cuidado.
Bawaji, que entonces le era completamente afecto, la acompañaba también.
El martes se embarcaron en el barco "Tibre" de las Messageries Maritimes. H.P.B. estaba tan mal que el marido de la doctora María Scharlieb, que era uno de los magistrados de la Presidencia, le procuró un sillón del hospital, y sentada en él fue izada a bordo con unas poleas.
Desde aquella misma noche, yo me acosté en su habitación, atendiendo a su deseo; me había pedido encarecidamente que no dejase ocupar a nadie su cuarto que no fuese yo.
Copio de la memoria oficial que apareció en el suplemento de "The Theosophist" de mayo de 1885, los siguientes pasajes:
« En aquella época la señora Blavatsky sufría fuertes crisis de palpitaciones del corazón, y todos en el Cuartel General estaban angustiados porque los médicos habían emitido la opinión de que la muerte podría ser instantánea si se producía una causa de agitación repentina. »
He aquí el certificado de uno de sus médicos:
« Certifico por la presente que en este momento la señora Blavatsky se halla enteramente incapaz de soportar la constante agitación y las preocupaciones a que está expuesta en Madrás.
El estado de su corazón exige esencialmente el reposo absoluto y un buen clima. Por lo tanto recomiendo que parta para Europa en cuanto sea posible y que se establezca en un sitio tranquilo de clima templado.
Firmado: Mary Scharlieb, M. B. y S. L., de Londres. »
Y aquí les transcribo la resolución del Consejo General:
« Los miembros presentes del Consejo General, reunidos en el Cuartel General, en Comité Ejecutivo; el 11 del corriente, han adoptado por unanimidad la siguiente resolución:
Se acordó aceptar la dimisión de la señora Blavatsky y rogar al presidente que le comunique en nombre del Consejo el extremo sentimiento con el cual ha sabido que ella se ve obligada, por la gravedad de su estado de salud, a cesar en sus servicios de secretaria corresponsal de la Sociedad Teosófica.
Además, el Consejo desea que conste el alto aprecio que hace de los considerables servicios que ella ha prestado a la causa de la ciencia y de la filosofía.
R. Raghoonalh Row, Firmado: presidente.
Post Data: Para señalar nuestro respeto por el valor excepcional de la señora Blavatsky, la vacante causada por su dimisión no será llenada y el cargo de secretaria corresponsal es abolido por decisión de los presentes.
La correspondencia oficial sobre asuntos filosóficos o científicos, será continuada como antes por los miembros del despacho ejecutivo, y las peticiones deberán ser dirigidas al secretario archivero de Adyar. »
Esta fue la carta de dimisión de H.P.B. dirigida al Comité Ejecutivo:
« Adyar, marzo 21 de 1885.
Al Consejo General de la Sociedad Teosófica.
Señores:
Hoy debo resueltamente renovar la dimisión que presenté el 27 de septiembre de 1884 y que retiré por los reiterados ruegos de mis amigos de la Sociedad Teosófica.
Mis médicos declaran que mi actual enfermedad es mortal y no me prometen con seguridad ni un año de vida. En estas circunstancias sería una ironía pretender cumplir los deberes de secretaria corresponsal, e insisto para que me permitáis retirarme.
Deseo consagrar los últimos días que me quedan a otros pensamientos y tener la libertad de cambiar de clima si se cree que eso pueda hacerme bien.
A vosotros y a todos mis amigos conocidos y desconocidos, os digo afectuosamente adiós. Si esta debe ser mi última palabra, os suplico a todos que si os interesáis por el bien de la humanidad y por vuestro propio Karma, que permanezcáis fieles a la Sociedad Teosófica y no permitáis que sea vencida por sus enemigos.
Fraternalmente vuestra para siempre, muerta o viva,
H. P. Blavatsky. »
Estoy convencido de que su vida fue salvada por esa sabia decisión, porque no era probable ni posible que hubiese podido soportar aquella tensión mucho tiempo; y hasta cierto punto, sus colegas deben a la doctora María Scharlieb, la posterior publicación de "La Doctrina Secreta", "La Clave de la Teosofía" y "La Voz del Silencio", además de todos los importantes artículos que ella tuvo el tiempo de escribir después de salir del maelstrom psíquico que habían creado a su alrededor en Adyar.
Ella estaba guiada, no sólo por razones de salud y de incapacidad de trabajo, sino también por el deseo de aliviar a la Sociedad Teosófica de la responsabilidad que soportaba en tanto ella permanecía en su cargo.
Más tarde, en ocasión de una de las Convenciones anuales, H.P.B. fue invitada por unanimidad y con entusiasmo, a que regresara si su médico no se oponía, y aunque ella nunca pudo hacerlo, recobró su antigua situación oficial.
OBSERVACIONES
Blavatsky se embarcó en Bombay con destino a Nápoles el 31 de marzo de 1885, siendo acompañada por Mary Flynn, Bawaji (o Babaji quien también se hacía llamar Dharbagiri Nath) y el Dr. Franz Hartmann.
Esta partida de la India fue interpretada por muchas personas como una huida por parte de Blavatsky y por consiguiente una aceptación tácita de las acusaciones que le habían hecho los Coulomb de ser una embustera.
Pero realmente Blavatsky estaba muy enferma y lo que no dijo Olcott es que Blavatsky si tenía la intención de regresar a la India pero él se opuso lo que provocó que los Maestros se alejaran de la Sociedad Teosófica de Adyar.
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