Alexis y Emma Coulomb fueron una pareja de franceses que Blavatsky conoció en El Cairo en 1871, y que posteriormente los rescató de la indigencia en la que ellos se encontraban cuando se fueron a vivir a Ceylán.
Pero ingratamente los Coulomb se asociaron en 1884 con los misioneros de Madrás para atacar a Blavatsky acusándola falsamente de ser una charlatana.
Y aquí les voy a recopilar lo que el coronel Olcott dijo en sus "Hojas de un Viejo Diario" sobre esos dos individuos (puse subtítulos para facilitar la lectura y en morado añadí mis comentarios).
CAPÍTULO II-7
Olcott se entera de la existencia de los Coulomb
La terrible señora Coulomb hizo su entrada en nuestra escena con una carta que H.P.B. recibió el 11 de agosto de 1879.
(Los Coulomb se encontraban en ese entonces viviendo en la isla de Ceylán, actualmente llamada Sri Lanka, cuya capital es Colombo.)
Los diarios de Ceylán habían reproducido las noticias referentes a nuestra llegada a Bombay, y la señora Coulomb escribió a su antigua conocida de Egipto, diciéndole que se había producido en Ceylán un gran movimiento a nuestro favor, que se estaban reuniendo grandes sumas de dinero para recibimos y que los budistas estaban muy entusiasmados por vemos.
En su carta, la señora Coulomb enviaba un ejemplar de uno de los diarios ingleses de Colombo, en el cual ella había escrito para defender su reputación contra un ataque maligno, diciendo que habiéndola conocido muy bien en El Cairo, podía certificar que Blavatsky era una dama sin reproche!
La Sra. Coulomb inicialmente defendió a Blavatsky
La señora Coulomb se olvidó de agregar ese documento histórico al folleto difamatorio de 1884, en el cual ella atacó a H.P.B. con los más escogidos términos de los misioneros sus aliados. De suerte que voy a reparar su olvido citándolo. Dice así:
“No conozco a ninguno de los miembros de esa Sociedad Teosófica, excepto a la señora H.P.B. Conozco a esta señora desde hace más de ocho años, y debo decir la verdad: su reputación está intacta. Las dos vivíamos en la misma ciudad, y por el contrario, ella estaba considerada allí como una de las mujeres más inteligentes de la época. La señora Blavatsky sabe música, es pintora, lingüista, autora y puedo decir que pocas señoras y hasta pocos hombres poseen los conocimientos generales de la señora Blavatsky”.
(Del Ceylon Times del 5 de junio de 1879).
Los Coulomb piden ayuda
Pintaba en la carta un cuadro aflictivo de la situación a que se hallaban reducidos ella y su marido, y solicitaba ayuda. Deseaba trasladarse a Bombay, en el caso de poder llegar a pagar su viaje, para buscarse allí una situación.
H.P.B. me contó su versión de la historia de sus relaciones con los Coulomb en El Cairo. Ella me dijo cómo la señora Coulomb le había prestado algunos servicios en aquella ciudad a su llegada, después de la catástrofe del barco donde H.P.B. viajaba, el cual había sufrido una explosión en el Pireo, matando a casi todo el mundo que iba a bordo.
A esto le respondí que mi opinión era que en reconocimiento, ella debía ayudar a ese matrimonio que parecía hallarse reducido a una condición extrema.
H.P.B. fue del mismo parecer y escribió algunas cartas en las cuales, si no me equivoco, llegó hasta sugerir a aquella mujer que algún día podría sucederle a ella al frente de la Sociedad !!
No podría jurarlo, pero así lo creo. Y seria por cierto muy natural, porque tenía la costumbre de usar ese género de frases, y si sus cartas “de sucesión” pudieran reunirse, formarían una divertida colección.
CAPÍTULO II-10
Los Coulomb se instalan con Blavatsky y Olcott
(Inicialmente Blavatsky y Olcott pusieron el Cuartel General de la Sociedad Teosófica en una casa en Bombay donde ellos residían y donde los Coulomb también se instalaron.)
Los Coulomb llegaron el 28 de junio de Colombo, e invitados por nosotros se instalaron provisionalmente en nuestra casa en Bombay.
El cónsul de Francia en Galle y otras personas caritativas habían pagado su viaje y desembarcaron casi sin un céntimo; él traía una caja de herramientas, y ambos algunos trapos.
Se decidió que permanecieran con nosotros hasta que el señor Coulomb hubiera encontrado trabajo, y que después de eso en seguida se establecería aparte.
De modo que puse en campaña a mis amigos para buscarle un empleo, y al cabo de algún tiempo conseguí colocarle como maquinista en una hilandería de algodón. Pero no duró allí mucho tiempo, riñó con el propietario y dejó el empleo.
Me encontré con que era un hombre de un carácter vivo y difícil de contentar, y como no pudimos hallar nada más para él, el matrimonio se quedó en nuestra casa sin hacer proyectos para el porvenir.
Él era un obrero hábil y ella una mujer práctica y muy trabajadora; ambos trataban de hacerse útiles. Y como yo me entendía bien con ellos tratándoles con bondad, fueron admitidos en la familia.
Nunca les oí decir una palabra de censura sobre la conducta de H.P.B. en el Cairo; al contrario, parecían sentir un gran cariño y mucho respeto por ella.
En cuanto a lo de haber estado empleados como cómplices para la producción de los fenómenos, jamás dijeron nada, ni nunca hicieron la menor alusión delante de ninguno de nosotros.
De suerte que no tengo la menor sombra de una razón para creerlo cuando declaró en el folleto que le redactaron los misioneros (la señora Coulomb no podía escribir ni una frase correcta en inglés) que ella y su marido ayudaban a H.P.B. para que hiciera sus trampas, y especialmente que fabricaban Mahatmas con vejigas y muselina.
Puedo engañarme pero considero que todas esas historias dichas por los Coulomb son puras mentiras, bajo venganza de mujer.
Si los Mahatmas que vimos en Bombay después de la llegada de los Coulomb no eran más que el señor Coulomb disfrazado con una peluca, como lo afirmó la señora Coulomb.
¿Entonces qué era el hombre que vimos en el puente de Warli tres días antes de su llegada?
Por cierto que no podía ser el señor Coulomb. En ese caso, si esa figura era la de un verdadero Mahatma que podía desaparecer ante nuestros ojos, y del cual habíamos visto las facciones alumbradas por las descargas eléctricas mientras se hallaba sólo a un metro de nosotros, ¿por qué razón las otras figuras que más adelante vimos en la casa o en sus alrededores, no podrían haber sido también Mahatmas?
En todo caso, aunque H.P.B. no hubiera sido una mujer extraordinaria, dotada de poderes psíquicos, siempre hubiera tenido derecho al beneficio de la duda. Yo le concederé siempre ese beneficio, y todos sus íntimos hacen como yo; atengámonos a ello.
Olcott y Blavatsky visitan Ceylán
Habíamos decidido hacer un viaje a Ceylán, adonde éramos llamados por la insistencia de los más destacados sacerdotes y laicos, y los preparativos nos absorbieron durante todo el mes.
Nos era menester preparar de antemano dos o tres números de la revista The Theosophist, y mi diario registra las noches que pasamos trabajando.
Como medida económica, se decidió que iríamos H.P.B., Wimbridge y yo, y que la señorita Bates y los Coulomb quedarían al cuidado de la casa.
Como la señorita Bates era una solterona y la señora Coulomb, en cambio, era una experimentada ama de casa, tuve la infeliz inspiración de transferir el gobierno de la casa de la primera a la segunda.
¡Quince años de vida en familia no me habían enseñado la locura que era proporcionar a una recién llegada la ocasión de que pusiera su pie sobre la otra mujer! ¡Ahora lo sé, a mi propia costa!
. . .
Terminados los preparativos y nos embarcamos el 7 de mayo para Ceylán en un barco de cabotaje de la British India. Nuestro grupo estaba integrado por yo, H.P.B., Wimbridge, Damodar, tres indos y dos parsis delegados por la Rama ante los budistas cingaleses, portadores de saludos fraternales, simbólicos de la amplia tolerancia de la Sociedad Teosófica en materia religiosa.
Uno de los indos iba acompañado por su esposa, delicada y frágil, y Babula nos servia de criado.
Según mis recuerdos, éramos los únicos pasajeros de a bordo; el vapor era limpio, los oficiales amables, el tiempo soberbio y los puertos de escala en la costa occidental pintorescos, de suerte que era como si efectuáramos un viaje encantador en un yate particular.
H.P.B. estaba de muy buen humor y comunicaba su alegría, a todo el mundo. Jugadora apasionada, se pasaba horas enteras jugando al “nap” con los oficiales de a bordo, salvo el comandante al que la disciplina no permitía jugar con sus subordinados.
El fenómeno del pañuelo
El jefe de máquinas, el Sr. Eliott, se hizo pronto el gran favorito de H.P.B., y el último día de la travesía ella hizo para él un fenómeno de sustitución de su nombre por el suyo en un pañuelo bordado.
Yo me hallaba presente y ví el fenómeno. Acababan de jugar una partida de nap y se pusieron a conversar de los famosos poderes psíquicos, y Elliott se mostraba particularmente incrédulo y dudaba de la posibilidad de cambiar el nombre bordado en un pañuelo.
Le habíamos contado hacía un momento lo que hizo H.P.B. para Ros Scott el día de nuestra llegada a Bombay. Entonces el señor Elliott comenzó a suplicarle que hiciese otro tanto para él, y H.P.B. terminó por acceder.
El hecho tuvo lugar sobre el puente, bajo un toldo. Pero cuando Elliott abrió la mano en la que tuvo el pañuelo durante el experimento, vió que H.P.B. había escrito mal su nombre: puso Eliot en lugar de Elliott.
Es sabido que la señora Coulomb pretende en su folleto incriminatorio que ella había bordado nombres para H.P.B. en pañuelos a los que primeramente quitó la marca.
Por lo tanto, habría que creer que había preparado un pañuelo con el nombre de Eliot bordado y que H.P.B. sólo tuvo que cambiarlo por el pañuelo que le dio el señor Eliott
Pero, hasta el momento en que nos embarcamos en el “Ellora” nosotros no conocíamos a ningún Eliot. ¿Cómo hubiera podido preparar la señora Coulomb ese pañuelo para una futura mistificación?
Esta es una prueba más de la señora Coulomb mintió.
CAPÍTULO II-13
Disputa en Bombay
Al regresar al Cuartel General nos vimos envueltos en plena tempestad doméstica. La señorita Bates y la señora Coulomb estaban en guerra declarada, y las dos mujeres irritadas vertían en nuestros entristecidos oídos las más agrias quejas.
La señorita Bates acusaba a la señora Coulomb de haberla querido envenenar, y la otra le contestaba en términos tales que me daban ganas de echarlas a las dos con una escoba, lo que hubiera sido muy conveniente, como lo probó el porvenir. ¡Pero ay!, fui nombrado gran árbitro y tuve que pasar dos noches seguidas oyendo sus ridículos argumentos, para terminar por fin pronunciando un veredicto favorable a la señora Coulomb respecto a lo del envenenamiento, que no tenía ni sombra de sentido común.
La verdadera causa de la disputa era que al marcharnos había encargado la casa a la señora Coulomb, y que la señorita Bates no se había contentado con el papel de sub-editora que yo le había designado.
H.P.B., sentada junto a mí todo el tiempo que duró el proceso, fumaba aún más cigarrillos que de costumbre, y de cuando en cuando intervenía con reflexiones más apropiadas para envenenar las cosas que para arreglarlas.
Wimbridge, que apoyaba a la señorita Bates, concluyó por unirse a mí para forzar a las beligerantes a que consintiesen en una paz armada, y la tormenta pasó por algún tiempo.
. . .
El siguiente día vió introducirse la división en nuestro cuarteto; Wimbridge hacía causa común con la señorita Bates.
La vida comenzaba a hacerse penosa así que de común acuerdo compramos para la señorita Bates un billete de regreso a Nueva York, pero después que el señor Seervai arregló todos los detalles, ella se negó a partir.
Al tercer día cenamos separados; H.P.B., Damodar y yo, en el pequeño bungalow de H.P.B.; Wimbridge y la señorita Bates en el comedor, que se lo dejamos.
De día en día la situación se agravaba, terminando por no hablamos más; H.P.B. sentía una verdadera fiebre de irritación nerviosa. El 9 nos encontró en una situación sin salida, y el 10 se produjo la separación total.
Los Coulomb dejaron el vecino bungalow para ocupar el departamento de la señorita Bates, quien se instaló en casa de ellos. Wimbridge se quedó donde estaba, en un pequeño bungalow situado en el mismo jardín del de la señorita Bates; se tapió la puerta que habíamos abierto entre las dos propiedades, y las dos familias se apartaron así.
CAPÍTULO II-14
El fenómeno del retrato
Cuatro días antes de nuestra salida para el Norte sucedió algo que consigno aquí por lo que valiere, según mis notas del momento, pues que ha sido tachado de fraude por la señora Coulomb.
Al mismo tiempo debo decir que jamás he tenido la más leve confirmación de lo que la señora Coulomb ha dicho, y dada su dudosa reputación de mala fe, tendré necesidad de pruebas más serias para dudar del testimonio de mis propios sentidos.
Estábamos conversando en el despacho H.P.B., Damodar y yo, cuando el raro retrato del yogui Tiruvalla, que había sido hecho en Nueva York por medio de un fenómeno producido para el señor Judge y para mí –y que había desaparecido de su cuadro en mi dormitorio cuando dejamos América– cayó sobre el escritorio ante el cual yo estaba sentado.
Y en seguida cayó también una fotografía del swami Dyanand que él me había dado, y anoté en mí diario esa misma noche, que “yo vi el primero en el momento en que tocaba una caja de metal situada sobre mi escritorio, y que al segundo le ví en el aire, bajando oblicuamente”.
Esto no permite pensar que el retrato haya sido introducido por una hendidura del techo, como lo afirma la señora Coulomb.
(Hubo otras personas que también aseguraron haber recibido cartas e incluso objetos por parte de los Maestros transhimaláyicos de manera similar. Y no solo en la India sino también en Europa y en los Estados Unidos, y no pudo haber "una hendidura en el techo" para explicar todos esos casos.
Y en algunos casos incluso Blavatsky no estuvo presente cuando esos testigos vieron el sobre o el objeto materializarse frente a ellos y caer del aire. Así es que esa explicación que dijo la señora Coulomb es incorrecta.
En diciembre de 1882 se trasladó la sede central de la Sociedad Teosófica de Bombay a Adyar, y los Coulomb se fueron a vivir allá junto con los fundadores y varios trabajadores teosóficos.)
CAPÍTULO III-6B
Viaje de Olcott y Blavatsky a Europa
El 20 de febrero de 1884 nos embarcamos en Bombay en el “Chandernagor”, un excelente buque francés, con un todavía más excelente comandante, el capitán Dumont, con el cual he cultivado siempre la amistad. Ahora se encuentra como director en jefe del movimiento en el canal de Suez.
Nuestro grupo se componía de H.P.B., Mohini M. Chatterji, B. J . Padshah, parsi, uno de los graduados más brillantes de la universidad de Bombay, y yo. Además Babula, nuestro fiel criado.
Antes de salir, aumenté la importancia de la comisión encargada de administrar el Cuartel General, agregando a ella al doctor Hartmann, al señor Lane Fox y… al señor Coulomb.
Los Coulomb en Adyar
Los que saben lo que ocurrió después podrán asombrarse de esta última designación, pero hasta aquel momento no había sucedido absolutamente nada que pudiese dar una mala opinión de él.
En cuanto a su mujer, yo estaba tan lejos como era posible de sospechar que pudiese ser, con o sin el consentimiento de H.P.B., cómplice de supercherías. Yo no tenía noticia de que jamás hubiese dejado escapar una palabra sospechosa, ni hecho nada equívoco.
Claro está que si yo hubiese tenido la sombra de una idea de su verdadero carácter, en lugar de hacer ingresar a su marido en la comisión (a petición de ella, porque decía que era un hombre orgulloso que se sentiría herido si lo dejaba a un lado), los hubiese hecho expulsar a los dos del Cuartel General por nuestros criados con varas de bambú.
Ella me parecía trabajadora, y que hacía todo su posible para tener la casa en orden y cuidar de la comodidad física de H.P.B. La señora Coulomb hacía las compras, nos servía comidas convenientes y vigilaba a los criados.
Algunas veces me daba lástima cuando H.P.B. le reñía por tonterías demostrando así –según me parecía– ingratitud hacia ella. Pero yo no la admiraba, era chismosa e indiscreta, y se mezclaba demasiado en cuestiones religiosas, de las que no entendía ni una palabra.
Pero parecía afecta como un perro a H.P.B. y ganaba bien el alojamiento y la comida quedábamos a ella y a su marido.
El señor Coulomb era hábil con sus herramientas y le agradaba usarlas, de modo que estaba encargado del trabajo de los albañiles y carpinteros que en una gran casa como la nuestra tienen siempre algo que hacer. Él era un hombre tranquilo, de buenos modales, que parecía muy honrado y que me agradaba bastante como para incluirlo en la comisión.
La sede en Adyar
Es conveniente que diga aquí algo sobre la distribución de la casa. El edificio principal de Adyar tiene aproximadamente 100 pies cuadrados, en la planta baja hay seis grandes habitaciones y el salón de las Convenciones. Cuando llegamos, había en el piso alto una habitación grande y una muy pequeña, lo demás era terraza.
H.P.B. utilizó para habitación ese cuarto grande, dividido con una cortina que delimitaba su saloncito. Yo le hice hacer una cocina provisional en el ángulo noroeste de la terraza; Damodar ocupaba el cuartito que daba a la escalera. Yo habitaba un bungalow aparte, sin altos, situado en el jardín a unos cien metros de la casa.
Para subir al piso alto en la casa grande, había que pasar por la galería de atrás del edificio, y subir una escalera de caracol colocada en una torre. Una vez que la puerta de esa escalera se cerraba con llave, nadie tenía acceso a las habitaciones altas. Es menester recordar este detalle.
Poco después de nuestra llegada, construimos un cuarto para hacer allí un santuario, y transformamos para dar acceso a él, una ventana tapiada del cuarto de H.P.B., en puerta.
Cuando este cuarto estuvo terminado, ella hizo poner en él su escritorio y se instaló allí. Pero su alcoba no le agradaba y dijo a Coulomb que le construyese otra en el ángulo noreste de la terraza y se estaba haciendo en el momento del viaje a Europa.
Como él era el encargado de la construcción y su mujer de las cosas de H.P.B., ellos tenían la llave de la escalera y nadie se ocupaba de lo que hacían arriba los obreros; los materiales pasaban por detrás de la casa sin molestar a nadie.
En cuanto a Damodar, se acostaba entonces en el despacho del piso bajo, donde trabajaba. Los Coulomb se alojaban en otro bungalow separado que hacía pareja con el mío. El doctor Hartmann, el señor Lane Fox y los otros, ocupaban las habitaciones del piso bajo del edificio principal o de mi bungalow.
Después de decirles esto, se ve ahora con claridad el aislamiento normal del piso alto y habrá que recordarlo al leer la memoria de la S. P. R. sobre el asunto Coulomb.
CAPÍTULO III-14
El ataque de los misioneros con la ayuda de los Coulomb
Era el 19 de septiembre de 1884, aún nos quedaban por vivir en Elberfeld, Alemania, algunos días de feliz amistad y dulce compañía, pero el primer trueno de la tempestad se dejó oír el día que recibimos una lúgubre carta de Damodar anunciando que los misioneros preparaban un complot, evidentemente con la ayuda de la señora Coulomb.
Su carta decía que esta mujer iba por todas partes jurando vengarse de H.P.B. y de la Sociedad Teosófica.
Los miembros de la Junta administrativa a la cual yo había dejado la dirección de nuestros asuntos en el Cuartel general, terminaron por cansarse de aquellas miserables habladurías, y trataron de mandarla con su marido al Colorado, donde el doctor Hartmann ofrecía regalarles un título de propiedad de un yacimiento aurífero que allá poseía.
Ambos quedaron encantados, y se fijó el día de su salida para Hong-Kong y San Francisco, pero de pronto se echaron atrás diciendo que tenían cartas comprometedoras de H.P.B., y que si no se les daba una prima de 3'000 rupias, harían publicar esas cartas. Naturalmente, todas las negociaciones quedaron rotas.
La Junta celebró una sesión a la cual se hizo comparecer a los acusados [los Coulomb], se leyeron en su presencia los testimonios de sus difamaciones, y se les expulsó de la Sociedad.
Se presentaron dificultades y discusiones cuando se trató de hacerles salir de la casa; pretendieron que la señora Blavatsky les había dejado sus habitaciones a su cuidado y que no saldrían de Adyar sino por orden suya.
Por acuerdo de la Junta se telegrafió a H.P.B. pidiéndole esta orden, y también se le escribió. H.P.B. envió por telégrafo la orden requerida, y por fin, después de varias semanas de grandes disgustos, aquella digna pareja expulsada de Adyar, fue a instalarse en Santo Tomé, en una casa que le procuraron los dulces misioneros.
Su gran batería de bombas y granadas estalló en el número de septiembre de su revista de Madrás, el "Christian College Magazine", y se dispusieron a ver desmoronarse las superestructuras de la Sociedad Teosófica, aplastando bajo las ruinas a sus fundadores.
Las personas razonables no se dejaron atrapar por el pretexto “del interés de la moral pública” que ocultaba el empleo de aquellos Coulomb, por más elogiados que fuesen por ellos mismos, como instrumentos de nuestra ruina; el partidismo que impulsaba el ataque, transparentábase demasiado.
Si se hubiese tratado de los jefes de una de las sectas de su propia religión, no es nada dudoso que los “intereses de la moral pública” hubieran sido abandonados a su suerte, pero al presentarse la ocasión de desacreditar a una Sociedad que entre todas había sabido inspirar una influencia tan fuerte sobre los indos, la tentación era irresistible y aquellos cómplices poco agradables fueron pagados la mitad en dinero y la mitad en promesas; se dice que el reverendo Alexander les sirvió de jefe de cocina literario. Hábilmente, por cierto.
Un artículo tan sensacional no podía dejar de obtener una inmediata notoriedad; el corresponsal en Calcuta del periódico Times, telegrafió a éste un resumen del asunto el 20 de septiembre y la noticia dio rápidamente la vuelta al mundo civilizado.
El efecto demostró la difusión del interés suscitado por nuestras ideas, y puede dudarse de que jamás alguna Sociedad tuviera que sufrir un ataque tan terrible.
La amargura de la reacción contra la señora Blavatsky, parecería la mejor prueba de la profunda impresión producida sobre el ánimo del público por sus revelaciones sobre la existencia de la escuela oriental de los Adeptos, sus caracteres individuales y el papel que desempeñan en el progreso de la raza.
He condensado el desarrollo de aquel complot en un sólo párrafo, pero en realidad transcurrieron semanas entre la primera advertencia de Damodar y la publicación del telegrama de Calcuta en el Times.
Esas semanas fueron para nosotros un tiempo de dolorosa ansiedad, pero para H.P.B. fue una terrible agonía mental. Su temperamento extrasensitivo le hizo sufrir torturas morales proporcionadas a su larga inacción forzosa.
Mi distinguido compatriota Fenimore Cooper, el célebre autor, cuyo biógrafo se expresa así, ofrece un caso perfectamente paralelo:
“Las críticas hostiles afectaban a Cooper en un grado notable aún entre la raza irritable de los autores. Manifestaba tal irascibilidad que se hubiera dicho que no sólo tenía la epidermis delicada, sino en carne viva. La dulzura no era el distintivo de su carácter, y los ataques le impulsaban siempre a la réplica y al contraataque.”
(James Fenimore Cooper, por Thomas R. Lounsbury, Londres, 1884, Kegan Panl.)
Todo lo que H.P.B. podía hacer en tales circunstancias, lo hizo. El 9 de octubre escribió al Times para protestar de la falsedad de las denominadas cartas privadas que publicara la señora Coulomb; y en algunas entrevistas publicadas por el Pall Mall y otros diarios H.P.B. anunció su intención de regresar a la India para entablar recurso por difamación contra los Coulomb y los misioneros.
En seguida de su carta al editor del Times, apareció una carta del señor Saint-George Lane Fox, que llegaba de Madrás. En ella decía que al igual que todos los que se hallaban al corriente del asunto, “él estaba seguro de que las cartas, fuese quien fuese su autor, no eran de la señora Blavatsky”, y además “que no creía que la verdadera causa teosófica sufriese en nada”.
Los subsiguientes acontecimientos han probado abundantemente la exactitud de su juicio pues las estadísticas muestran que el crecimiento y la fuerza del movimiento teosófico se han duplicado de año en año a partir de aquel ataque.
No tengo la intención, al cabo de tanto tiempo, de examinar minuciosamente esta historia antigua; el público se ha dividido, H.P.B. ha depositado su carga de terrenales disgustos y la marcha del tiempo demuestra victoriosamente la grandeza de su carácter y la dignidad de las aspiraciones de toda su vida.
Sus errores y sus debilidades personales están casi olvidados, y su reputación reposa para siempre sobre los libros que ella nos ha legado y cuyo valor esencial aparece ahora que el humo y el polvo de la batalla han desaparecido.
Yo regresé a la India con Rudolf Gebhard en la primera mitad de noviembre, y la señora Blavatsky nos siguió en diciembre, llevando consigo al señor Leadbeater y al señor y la señora Cooper Oakley, de Londres, así como a tres delegados de Colombo a la Convención anual.
Junto con el doctor Hartmann me uní a ellos en Colombo, a donde había ido a dar cuenta a los cingaleses de los grandes resultados de mi misión en Londres.
Apoyo hacia Blavatsky y la Sociedad Teosófica
Antes de salir de Europa, H.P.B. recibió las demostraciones más consoladoras de la confianza inconmovible de nuestros colegas europeos en su integridad. La Logia de Londres y las Ramas Francesa y Alemana adoptaron por unanimidad resoluciones halagadoras, y las dos primeras telegrafiaron sus decisiones a Adyar.
Mientras tanto, llovían en el Cuartel General cartas y telegramas de todas las Ramas indas, y los informes de nuestros colegas de la Junta Administrativa se hacían tranquilizadores. Ahorita los tengo a la vista al escribir esto. Sentíamos que la tempestad había pasado sin habernos hecho mucho mal después de todo.
Desembarqué en Bombay el 10 de noviembre, y el 12 di una conferencia en el Frarnji Cowasji Hall sobre “la Teosofía en el extranjero”. Hubo una concurrencia numerosa y de lo más entusiasta que yo haya visto.
Llegué a Madrás el 15 y los diarios locales demuestran la recepción que se me hizo; más de 300 estudiantes indios de aquel Christian College cuyos profesores habían atacado a H.P.B., y un gran número de miembros de la Sociedad Teosófica me esperaban en la estación con música, discursos, guirnaldas y perfumes. Su alegría y entusiasmo parecían sin límites.
El discurso leído por los estudiantes fue muy florido, pero vibrante de sincero afecto. Ciertas frases ponen el dedo en la clave del misterio del fracaso de los misioneros en su tentativa para debilitar nuestra influencia sobre los indos, porque aquello debió parecerles un verdadero misterio.
Los jóvenes indos identificaban a la Sociedad Teosófica con el renacimiento de los estudios sánscritos, la reconciliación de la religión y la ciencia, la luz arrojada sobre el problema del estado futuro del hombre, la fusión de las castas y de las creencias “sin cohesión” de la India en un sentimiento fraternal de mutua simpatía; y la defensa de la sabiduría Arya y del honor indo contra todas las críticas y todos los asaltantes.
Con tales convicciones en su ánimo y con un corazón palpitante de agradecimiento aquella miserable confabulación contra H.P.B. y los Bienaventurados, estaba destinada a fracasar; mejor dicho, estaba destinada para hacernos, con el curso del tiempo, un bien infinito en lugar de un mal infinito. Se percibe esto en el acento de uno de los diarios entonces influyentes en el país.
Anunciando el regreso de la señora Blavatsky y sus compañeros, el Indian Mirror del 20 de diciembre, dice:
“La comunidad inda en general se siente tanto más atraída a la señora Blavatsky, cuanto que cree que los misioneros, con el pretexto de denunciar los fraudes de esa dama, han atacado en realidad a la antigua religión y filosofía inda. Por esta causa, el sentimiento general contra los misioneros y a favor de la señora Blavatsky, es muy marcado”.
El Indian Chronicle dice:
“Nosotros, personalmente, no somos teósofos, pero sentimos un gran respeto por los fundadores de la Sociedad Teosófica. Es el único movimiento extranjero que alienta el sentimiento nacional del país… y en lugar de hacer de él un objeto de ridículo y perseguir a sus jefes, se le debería sostener pacientemente. Los cristianos burlones… no saben tal vez que la existencia de los Mahátmas es una creencia universal en toda la India; que es ridículo suponer que los misioneros de Madrás podrán perjudicar seriamente a esta creencia… La Teosofía, aunque parezca haber sufrido molestias transitorias… saldrá de esta ruda prueba purificada por sus sufrimientos.”
El Sahas del 3 de noviembre expresa las mismas opiniones y dice que los indos creían en la Ciencia Oculta antes de que nosotros hubiéramos nacido, y que dicha creencia, que para centenares de personas es una certeza, no puede ser afectada por nada que nos suceda.
Amrita Bazar Patrika dice que los acusadores cristianos son incapaces de comprender los hechos que estudia la Teosofía, pero que los indos, conociendo como conocen el Yoga, creen implícitamente en los Mahatmas.
Al tratar de desacreditar la existencia de esos personajes, los misioneros daban como lo demuestra el tono de toda la prensa indígena, un bofetón al pueblo indo entero y lo insultaban mortalmente.
Blavatsky regresa a la India
La recepción de H.P.B. en Madrás, cuando regresó, fue aún más tumultuosamente alegre que la mía. Ella fue recibida en el muelle por una numerosa comisión, le pusieron guirnaldas, así como a sus acompañantes, y fue escoltada procesionalmente hasta el Pacheappa Hall donde la esperaba una compacta multitud que se apretujaba hasta la sofocación.
Todos se pusieron de pie y la aclamaron con entusiasmo, mientras ella atravesaba lentamente la muchedumbre para subir al estrado, con la mano nerviosamente crispada en mi brazo, la boca apretada, los ojos brillantes de alegría y casi inundados de lágrimas de felicidad.
Los recién venidos de Londres recibieron cada uno su ovación particular. El tahsildar de Madrás le dio la bienvenida en nombre de la Rama local, el juez Srinivasa Row le pidió permiso para leer la alocución de los estudiantes del Christian College y de otros colegas, que llevaba unas 500 firmas.
Ella accedió y el documento fue leído por un estudiante del Christian College en medio de una gran excitación Cuando la explosión de aclamaciones que siguió a la lectura disminuyó algo, H.P.B. pronunció su primer discurso público, el único de que yo tenga conocimiento.
Ella dijo que “de todas las cartas que se habían publicado, ninguna fue escrita por ella. Las rechazaba a todas, hubiera sido la loca más grande del mundo al comprometerse así, de modo que pudiera ser acusada con justicia de cosas tan viles, tan feas. En cuanto a sus acusadores, el coronel y ella los habían tratado con toda la bondad posible. ¿Qué decir de su traición?
Mientras ella se encontraba ausente, los Coulomb la habían vendido como Judas Iscariote. Ella no había hecho contra la India nada de lo cual tuviera que avergonzarse, y estaba resuelta a trabajar por la India mientras le quedase un soplo de vida.”
(Crónica del Madras Mail)
Hubo otros discursos, pronunciados por la señora Cooper Oakley, el señor Leadbeater y yo, todos aplaudidos con entusiasmo; la ceremonia finalizó presentando guirnaldas y ramos de flores a H.P.B. Y a todos nosotros.
H.P.B. venía absolutamente decidida a entablar juicio contra los Coulomb y los misioneros; así lo anunció en Londres y me lo escribió desde El Cairo, donde se detuvo para recoger testimonios sobre los antecedentes de los Coulomb. Desde allí el señor Leadbeater, entonces clérigo de la Iglesia Anglicana, escribió al Indian Mirror (número del 16 de diciembre) dando cuenta de los descubrimientos que hizo con sus compañeros, descubrimientos que por cierto eran poco halagüeños para aquellos campeones “de la moralidad pública”.
Dice que los datos suministrados por miembros de la familia del señor Coulomb probaban que su mujer (la señora Coulomb), antes llamada señorita Emma Cutting, había estado poco tiempo con la familia de S… Pachá como aya, “pero fue despedida cuando se descubrió que trataba de inculcar ideas viciosas a sus discípulas”.
Que pretendía descubrir tesoros por medio de su clarividencia, que varias personas habían cavado en los sitios que ella indicó, pero sin descubrir nada salvo una vez que se hallaron varios doblones, “pero una niña la había visto meterlos en el hoyo la noche anterior”.
Decía también el señor Leadbeater que el vicecanciller de la legación de Rusia en El Cairo, el señor Gregorio d’Elias, le aseguró conocer íntimamente a la señora Blavatsky, que la veía todos los días durante su anterior estancia en El Cairo, y que “él siente por ella un alta estima y jamás hasta el presente oyó decir nada contra su reputación”.
Yo creo que podemos poner en la balanza ese testimonio de un elevado funcionario ruso, frente a las calumnias y mentiras de la señora Coulomb. Y las personas libres de prejuicios se inclinarán a mirar con desconfianza su pretensión de que la señora Blavatsky, una de las mujeres más brillantes de su tiempo, hubiera puesto su reputación por entero en sus manos, según lo probarían aquellas calumniosas cartas.
Naturalmente, yo no habiendo visto nunca esas cartas, y no pretendiendo a la infalibilidad de los peritos calígrafos como Netherclift y Berthelot, no daré ninguna opinión respecto a su autenticidad.
Pero puedo decir, y lo digo por centésima vez, que he tenido un sinnúmero de pruebas de los poderes ocultos de H.P.B. y del evidente altruismo de sus intenciones y la pureza moral de su vida.
(En su libro "Leaves from a Life", página 263 , el señor Montagu Williams Q. C., abogado general, dice que en una causa en la que él intervino, los grafólogos Netherclift y Chabot afirmaron bajo juramento que determinado documento era de la escritura de cierta persona, pero después se probó que en realidad era de otra, y que por lo tanto su testimonio no tenía valor . “Mi opinión es –dice– que no se puede fiar en ellos”.)
¿Por qué Blavatsky no llevó a juicio a los Misioneros y a los Coulomb?
Y dejo este asunto echando de nuevo estos viejos libros de notas y paquetes de cartas y papeles en sus cajas, con la sensación de alivio que se experimenta al quitar de la vista un objeto repugnante.
Mas no sin antes haber demostrado por qué H.P.B. no cumplió su promesa de entablar un juicio contra los Coulomb debido a que injustamente se ha usado su silencio contra ella.
Felizmente todo esto se encuentra en los archivos; abriremos ahora la Memoria Anual de la Sociedad Teosófica del año 1884.
Ella me envió desde El Cairo este telegrama: “Éxito completo, he descubierto que son unos canallas. Tengo las pruebas legales. Salgo para Colombo Navarino”.
Esto quería decir que ella tenía en sus manos lo que consideraba como pruebas legales de que los Coulomb se habían fugado para evitar ser detenidos por quiebra fraudulenta. Supe esto al leer los testimonios escritos por personas honorables, que ella traía consigo. Pero vi en seguida que aquellas declaraciones por más sugestivas que fuesen en cuanto al camino de las investigaciones a seguir en Caso de proceso, no tenían la forma requerida para ser presentadas al tribunal. Obrando sin ser guiada por un abogado, ella había estropeado el asunto.
En cuanto ella desembarcó me instó para que la llevase ante un juez, notario o abogado, fuera el que fuese, para que ella pudiese firmar su declaración y comenzar la demanda. Pero yo me negué rotundamente. Le dije que la Convención se reuniría dentro de pocos días y que nuestro primer deber era poner su causa en manos de los delegados, formar una comisión especial de nuestros más hábiles legistas y dejarles que ellos decidieran los trámites que ella habría de hacer.
Que tanto ella como yo habíamos fundido nuestras personalidades en la de la Sociedad Teosófica, por que no debíamos obrar antes de conocer los deseos de nuestros colegas.
Ella se agitó, se enojó, volvió a la carga, pero yo me obstiné, y cuando ella amenazó con ir sola para “lavar esa mancha hecha a su reputación”, le respondí que en ese caso yo presentaría mi dimisión y dejaría que la convención fuese nuestro juez; que yo estaba demasiado al corriente de las formas de la justicia para dejarla hacer una cosa tan tonta. Entonces ella cedió.
La Convención se reunió, según costumbre, el día 27, y en mi discurso presidencial presenté el asunto. Los párrafos siguientes se refieren a lo que estoy relatando:
“En lo que concierne al mejor método que la señora Blavatsky deberá seguir para entablar un proceso, sus amigos no están de acuerdo.
Ella, como es natural, está muy deseosa de presentarse ante el tribunal con sus pruebas, para castigar a sus detractores. Tal fue su primer pensamiento al recibir la noticia en Londres, y que yo sepa, no ha cambiado de parecer. Algunos de sus amigos y todos sus enemigos la impulsan por ese camino. Especialmente sus adversarios demuestran un deseo ardiente y unánime, por no decir sospechoso, de verla que se envuelva en un proceso.
Pero la inmensa mayoría de nuestros miembros en el mundo entero han manifestado su repugnancia; es su opinión que hágase lo que se haga, será imposible evitar que el proceso de la señora Blavatsky sea el de la Filosofía Esotérica y de la existencia de los Mahatmas, y como esos asuntos son de lo más sagrado, no sólo para los indos, sino también para los ocultistas de todas las religiones, esa perspectiva les hiere.
Además ellos nos hacen observar que dada la existencia de prejuicios hostiles en los anglo-indos contra nosotros, es probable que se deje al abogado de la parte contraria la libertad completa para plantear las preguntas más insultantes y atormentar hasta la exasperación a nuestros testigos, y especialmente a la señora Blavatsky, de la cual todo el mundo conoce su extremada nerviosidad y excitabilidad. Todo esto, bien entendido, sin salir de las reglas en uso y sin que pudiéramos reclamar.
Tengo las opiniones escritas de abogados de Londres sobre este particular y las someteré a vuestro examen.
En presencia de esta divergencia de opiniones, y por deferencia hacia las ideas de tantos miembros importantes de nuestra Sociedad, hice observar a la señora Blavatsky que su deber es dejarse guiar por la opinión del Consejo General y no decidir por sí misma… Si fuera menester dar por la Sociedad hasta nuestras vidas, deberíamos estar dispuestos para hacerla sin un momento de vacilación.
En fin, he insistido para que este embrollo sea puesto sin reservas en manos de una comisión especial compuesta de los principales letrados y juristas, escogidos entre los delegados, y a los cuales se les rogará que examinen a las personas y los documentos, y presenten su opinión a la Convención antes de que ésta se disuelva, a fin de que tome una decisión.
En cuanto a la señora Blavatsky, ella estará dispuesta a entablar juicio o no, contra sus difamadores, según lo ordene la Convención. Puesto que ella ha consentido, no sin alguna contrariedad.”
Se eligió la comisión, y esto fue lo que sometió a la Convención antes de su clausura:
“Dictamen.
Que las cartas publicadas en el Christian College Magazine bajo el título: 'El Derrumbamiento de Kut Humi' no son más que un pretexto para perjudicar a la causa de la Teosofía, que como esas cartas parecen necesariamente absurdas a los que tienen conocimiento de nuestra filosofía y de nuestras circunstancias, y que en cuanto a los que carecen de ese conocimiento, su juicio no seria modificado ni aun por un veredicto favorable a la señora Blavatsky; por lo tanto la comisión opina por unanimidad que la señora Blavatsky no debe entablar juicio ante el tribunal contra sus calumniadores.
Firmado por:
Norendranath Sen, presidente de la comisión. [Editor del Indian Mirror, magistrado honorario de Calcuta y miembro del Consejo Legislativo].
A. J . Cooper Oakley, secretario de la comisión. [M. A. (Cantáb.), Registrador de la Universidad de Madrás.
Franz Hartmann, Doctor en medicina.
S. Ramaswamier [Registrador en Madurai].
Naorobji Dornbji Khandalvala [Juez].
H.R. Morgan, mayor general; Gyanendranath Chakravarti, M. A. [inspector de las escuelas, ex profesor de matemáticas en Allahabad].
Nobin. K. Bannerji [Recaudador y magistrado].
T. Subbha Row [B. A. B. L., abogado del Tribunal Supremo de Madrás].
P. Srinivasa Row [Juez].
P. Iyaloo Naidu [Recaudador jubilado].
Rudolf Gebhard
R. Raghunath Row [Recaudador de Madrás, ex primer ministro de Indore].
S. Subrania Iyer [Juez del Tribunal Supremo de Madrás]."
No puede ponerse en duda el carácter elevado y la competencia de esta comisión, y si alguna vez un cliente estuvo en lo cierto al someterse a la opinión de los letrados en asuntos legales, seguramente lo fue H.P.B. en estas circunstancias.
En el curso de los debates en el seno de la comisión, Norendranath Sen Bebú citó el caso de juicios por difamación entablados por su difunto primo Keshab Chunder Sen, y dijo “que en la India, en un juicio por difamación, la posición del demandante es bastante peor que la del acusado”. Tal era la experiencia profesional de un abogado que ejercía desde hacía muchos años.
El juez Khandalavala dijo que después de haber estudiado las cartas con el mayor cuidado, él estaba convencido de que aquella donde estaba citado su nombre era “una falsedad absoluta”.
El general Morgan dijo que por las razones oídas él creía que todas las cartas eran falsas.
El juez Srinivasa Row, contando en qué circunstancias él mismo había recibido cartas de los Mahatmas, impresionó vivamente a sus oyentes; y finalmente declaró su convicción de que no había prueba legal de la autenticidad de las cartas en posesión de la Señora Coulomb: “En todo caso, tal vez no es sino asunto de opinión”.
S. Subramania Iyer presentó observaciones llenas de esa luminosa imparcialidad y de ese sentido común que le han valido su elevada situación presente.
“Por experiencia propia –dijo entre otras cosas–, sé cuán difícil es probar la autenticidad de cartas en un tribunal, dificultad que se ha presentado en causas que yo mismo he defendido. No es más que un asunto de opinión, y yo pregunto si no es preferible formarse una opinión sobre las pruebas reunidas en un informe, que por el veredicto de un tribunal.
El caso es saber si esta Sociedad que se tiene por una sociedad de paz y de orden, tendría el derecho de apelar a los tribunales por este asunto. Creo que todas las personas razonables son libres para formar su opinión según los testimonios que se somete a su juicio… sin ir ante un tribunal, cuyo resultado es con frecuencia todo lo contrario de la verdad. Si la Teosofía tiene fuerzas en sí misma, considero que sobrevivirá a sus dificultades.
No tenemos el derecho de presionar sobre la señora Blavatsky, pero como miembro de la Sociedad, considero que carece de dignidad el dar al mundo el espectáculo de un interrogatorio malicioso. Muchas personas insisten en la necesidad del proceso, simplemente porque serían unos debates interesantes, mas nosotros, hombres serios, que nos esforzamos por difundir la verdad, debemos ver las cosas de otro modo.”
Otros oradores tomaron parte en la discusión, y puesto el asunto a votación, “se adoptó el informe de la comisión, unánimemente y por aclamación. Se dieron tres hurrahs en honor de la señora Blavatsky, profundamente conmovida por esta nueva prueba de afecto y confianza”.
El desenlace
Cuando al día siguiente H.P.B. apareció ante las 1'500 personas venidas para asistir al noveno aniversario de la Sociedad Teosófica, ella fue aclamada con entusiasmo, y durante los discursos, todas las alusiones a su persona fueron cubiertas por aplausos.
Uno de nuestros más respetados colegas nos contó confidencialmente un hecho que hizo una gran impresión sobre el ánimo de los miembros de la comisión. Él había oído una conversación entre dos funcionarios civiles de Madrás respecto a la señora Blavatsky y las acusaciones hechas contra ella.
En respuesta a la pregunta de uno de ellos sobre el resultado final probable, el otro respondió: “Espero que ella entablará el proceso porque el juez que tendrá que juzgarlo está resuelto a dejar la mayor amplitud al interrogatorio, a fin de que esa condenada mentirosa sea descubierta, y no es del todo imposible que la manden a las islas Andamán”.
Evidente era que eso equivalía a decir que la causa estaba juzgada de antemano y que H.P.B no tenía ninguna probabilidad de obtener justicia. Se vio bastante claro con qué habían contado, porque cuando los misioneros supieron que H.P.B. había sido impedida de caer en su trampa, hicieron presentar a la señora Coulomb una instancia por difamación contra el general Morgan, pensando citar a H.P.B. como testigo e interrogada a sus anchas; pero retiraron dicha instancia inmediatamente después de que ella fue enviada a Europa por su médico, como se verá pronto.
Su victoria anticipada se tornó en derrota; las persecuciones no hicieron más que redoblar el amor de los indos por H.P.B. y sus colegas extranjeros. Y los misioneros se quedaron con la carga de sus despreciables informadores.
El reverendo Patterson, editor del Christian College Magazine, hizo en el Madras Mail del 6 de mayo de 1885, un llamamiento al público para colectar fondos a fin de enviar a los Coulomb a Europa:
“Como la autenticidad de las cartas de la señora Blavatsky puede ahora ser considerada como establecida (¿para ellos?) y que ya no hay necesidad de que el señor y la señora Coulomb permanezcan en la India. Se hallan sin recursos y se les hace imposible ganar su vida en este país… No dejan de tener algunos derechos a la consideración del público… Hay muchas personas que, sintiendo que se ha hecho una obra útil, estarán dispuestas a contribuir, etcétera.”
Acusa recibo de las siguientes sumas: del reverendo obispo (anglicano) de Madrás, 50 rupias; del honorable H. S. Thomas, 100 rupias; del reverendo J . Cooling, B. A., 25 rupias.
¡Pobres misioneros, pobres Coulomb!
Tal fue su último recurso después del fracaso del proyecto de conferencias que los Coulomb –dirigidos por un empresario– debían dar en una gran gira para exponer las farsas fraudulentas de H.P.B. con acompañamiento de vejigas, muselinas, pelucas y alambres.
La sesión de ensayo en el Memorial Hall (de los misioneros) fue tal desastre que no siguieron más adelante, y los traidores volvieron a caer poco a poco en su fango natural.
Antes de su asunto, la Sociedad Teosófica había expedido 95 cartas constitutivas de Ramas, pero en el mes de diciembre de 1897 su número se elevaba a 492. Evidentemente el desmoronamiento esperado por los misioneros no se produjo; los pirotécnicos saltaron su propio petardo.
Cuando todos nos hallábamos en Colombo, sucedió algo interesante: el reverendo Leadbeater recibió el pansil de manos de Sumangala el gran sacerdote y del reverendo Aramolli, ante la muchedumbre numerosa. H.P.B. y yo le servimos de padrinos. Era la primera vez que un clérigo se hacía abiertamente discípulo del Señor Buda; fácilmente se puede imaginar el efecto producido.
Como no es probable que tenga que hablar de nuevo sobre los detalles del escándalo causado por los Coulomb, es oportuno que diga cuáles fueron sus efectos para nosotros.
Hemos visto el crecimiento de la Sociedad Teosófica efectuado en una proporción imposible de prever, y debo agregar que se presentaron muy pocas dimisiones personales. Sin embargo, con relación a la masa del público, es indudable que H.P.B. y la Sociedad Teosófica fueron por largo tiempo objeto de sospechas; ¡es mucho más fácil pensar mal de los demás que juzgar sanamente de sus méritos y de sus defectos! Y cuando “se arroja lodo a una personalidad pública, siempre algo queda pegado”, venerable trivialidad.
Hasta los ataques de los Coulomb y de la S. P. R., era H.P.B. sencillamente una mujer excepcional, excéntrica, brillante y sin igual; pero después era como si hubiese comparecido ante un jurado escocés cuyo veredicto hubiera sido: “no probado” lo cual es muy diferente de “no culpable”.
Había muchos de nuestros miembros que conservaban sus dudas acerca de su perfecta inocencia, al mismo tiempo que la excusaban considerando los beneficios públicos y los consuelos privados que se le debían
Estábamos entonces en la fase de los fenómenos, y las dudas que planeaban sobre los fenómenos de H.P.B. parecían conmover todo el edificio de la Teosofía, que más tarde encontró su verdadera base, y hoy es tan sólido.
Mi correspondencia conserva las señales de aquellos sentimientos de inquietud y trastorno, y en los siguientes capítulos se verá qué remedios apliqué a la situación.
Diez y nueve años después de que pasó aquel trágico 1884, las relaciones de H.P.B. con el movimiento teosófico han cambiado y mejorando. Ahora se la recuerda y se le aprecia, no tanto como taumaturgo, sino como el celoso agente de los Hermanos Mayores para la difusión de verdades por largo tiempo olvidadas.
Cuanto más tiempo transcurra, más se acentuará esto, y a la luz creciente de ese nuevo día, las sombras que fueron proyectadas sobre su personalidad de mártir se desvanecerán, y las calumnias de sus tontos adversarios quedarán olvidadas, como se han olvidado los libelos publicados contra Washington durante la vida de éste.
Porque ella ha sido un héroe de la verdad, y como dijo Bacon: “el sol se conserva puro, aunque atraviese feos lugares”. Y hubiera podido agregar: “e ilumina aun a quienes intentan ofuscar su gloria”.
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