TESTIMONIO DE UN ESCRITOR
Un escritor que conoció a Blavatsky cuando ella vivió en Nueva York, relató el siguiente fenómeno:
« Una señora cuyo hermano era un entusiasta creyente de Madame Blavatsky, pero que esa señora era una devota metodista y completamente antagonista de la Teosofía (como comenzaba a llamarse entonces ese nuevo sistema de pensamiento), ella fue persuadida a conocer a Madame Blavatsky.
Se hicieron amigas aunque sus creencias seguían siendo muy opuestas. Un día, Madame Blavatsky le regaló a esta señora un collar de cuentas bellamente talladas, hechas de una extraña sustancia que parecía madera dura, pero no lo era.
- "Úselas solo usted", le dijo, "porque si se las da a alguien más, las cuentas desaparecerán."
La señora las usó constantemente durante más de un año. Mientras tanto, se mudó de la ciudad. Un día su hijo pequeño que estaba enfermo e inquieto, lloró por las cuentas. Ella se las dio, riéndose de sí misma por dudar.
El niño se las puso alrededor del cuello y pareció contento con su nuevo juguete, mientras la madre se daba la vuelta para atender algunas tareas domésticas.
A los pocos minutos, el niño empezó a llorar, y la madre lo encontró intentando quitárselas. Ella misma se las quitó y descubrió que casi un tercio se habían derretido y estaban calientes, mientras que el cuello del niño presentaba marcas de quemaduras.
Ella misma cuenta la historia, y al mismo tiempo niega creer en tales cosas. »
(The New York Times, 2 de enero de 1885, p.3)
TESTIMONIO DE ESA SEÑORA
Posteriormente descubrí que esa señora que recibió ese collar era Isabelle Olcott Mitchell, quien fue la hermana preferida del coronel Olcott, y en una entrevista que le hicieron muchos años después, sobre este asunto ella relató lo siguiente:
« Un día Madame Blavatsky me mostró un collar de cuentas esféricas perfumadas hechas de arcilla marrón y estampadas con figuras.
Al ver que yo las estaba admirando mucho, me preguntó:
- "Querida, ¿te gustaría también tener unas?"
Y al decirle que si, ella me las trajo. Las cuentas estaban ensartadas en una especie de cordel suave, pero como no podía usarlas así, ella luego compró un collar de oro y unido a las cuentas había un trozo de metal que las acompañaba.
Cuando me las dio, me ordenó que no permitiera que las pusiera en ningún otro cuello que no fuese el mío, asegurándome que si lo hacía entonces las cuentas se derretirían.
Pasaron días y semanas y la advertencia fue olvidada, o si no olvidada, al menos si desatendida. Y en una ocasión a un niño que estaba enfermo se las puse en su cuello para entretenerlo.
Esa noche un célebre médium que había venido desde St. Louis, para gratificarme efectuó una sesión espiritista, y para mi asombro, una voz india dijo:
- "Mejor no poner cuentas alrededor del cuello del niño o se derretirán".
El médium no sabía nada sobre las cuentas. La señora Blavatsky no sabía que el niño las estaba usando, pero cuando las examiné, descubrí que varias se habían derretido de un lado. »
(Word, enero de 1905, p.182-187)
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