UN JOVEN INTERESADO EN EL ESPIRITISMO VISITA A BLAVATSKY EN NUEVA YORK



(Este artículo se publicó en la revista Theosophy de Nueva York en agosto de 1896, págs. 150-153.)



CON HPB EN LOS AÑOS SETENTA [DEL SIGLO XIX]

Hace unos veinte años, ocurrieron varios sucesos extraños en mi vida y comencé a asistir a sesiones espiritistas con la esperanza de resolver algunos de estos aparentes misterios.

Yo estaba de visita en Nueva York y fue por entonces cuando el espiritismo empezó a considerarse una moda y a cobrar nueva vida y vitalidad, pues antes, e incluso en aquella época, las personas con tendencias espiritistas eran relegadas a la categoría de excéntricos.

De hecho, era tan grande el prejuicio de mis padres hacia estos supuestos "tontos y sinvergüenzas", como ellos llamaban a los médiums, que me habían prohibido frecuentar salas de sesiones espiritistas o comunicarme de cualquier manera con los llamados médiums.

Tenía entonces unos dieciocho años, y había sido criado como un católico romano estricto y práctico, y me habían enseñado que toda verdad en las enseñanzas espiritistas provenía pura y simplemente del diablo.

Y aunque yo creía esto, aún sentía un vivo deseo de saber más sobre el espiritismo, y en consecuencia asistía a todas las sesiones espiritistas a las que podía acceder.

En aquella época, las reuniones espiritistas no eran tan frecuentes como lo han sido desde entonces, y ciertamente no tan populares, pues recuerdo que siempre me avergonzaba bastante que mis amigos supieran que visitaba médiums, temiendo que me consideraran, al menos, un poco raro. Pero, como dice Kipling, «esa es otra historia».

En Nueva York, en mi búsqueda de lo sobrenatural, conocí a una familia cubana de apellido A. ... y el cabeza de esa familia, al ver mi entusiasmo y fe en el control de los espíritus, me propuso, de ser posible, presentarme a quien consideraba la médium más grande de la época.

Digo, de ser posible, con conocimiento de causa, pues no era fácil en aquella época entrevistarse con HPB, pues precisamente a ella se refería.


Varios días después, comencé con el señor A. para lo que pensé que sería una sesión con una médium. Fuimos a una casa en Irving Place y, tras subir un tramo de escaleras, llamamos a una puerta y nos dijeron que pasáramos.

Entramos en una habitación de aspecto común, algo desordenada, llena de libros, papeles y tapices orientales, y con olor a tabaco.

Mi primer pensamiento fue que esa señora Blavatsky debía ser una médium de éxito, pues no presentaba ninguno de los signos de lucha por la vida que tan a menudo encontraba en las casas de los médiums.

No recuerdo cómo fue la presentación, pero recuerdo claramente haber visto la silueta de una figura grande sentada detrás de una mesa con un bolígrafo en una mano y un cigarrillo en la otra, yo preguntándome si sería un hombre o una mujer.

De repente un par de ojos, como nunca antes había visto, se posaron en mí y sentí como si me hubieran dado una descarga eléctrica. Yo estaba completamente asustado y sentí la tentación de salir corriendo de la habitación.

Por un momento, me pareció comprender que mi padre confesor tenía razón al afirmar que el espiritismo significaba tratar con el diablo, y sentí como si hubiera golpeado a la suma sacerdotisa de la corte de Belcebú.

Todo esto pasó por mi mente como un relámpago, pero al instante oí una voz agradable, con un acento desconocido para mí, que me pedía que me sentara.

Tuvimos una agradable conversación con el señor A. y ​​HPB. Le conté mi interés por el espiritismo, las extrañas fantasías y sueños que a menudo me asaltaban, cómo mi deseo de investigar se oponía en casa y cómo creía firmemente que todos los fenómenos eran obra del diablo.

Ella habló muy poco pero mantuvo fijas en mí esas maravillosas "ventanas del alma", como si me observara a través de ellas. Al cabo de un rato, empecé a sentirme más tranquilo bajo esa mirada maravillosa, y lo que momentos antes me había aterrorizado en esos ojos, ahora se convertía en un halo de luz suave y amable.
 
-       "Qué extraño", me dije, "que esta médium sea tan diferente de las demás que he visto."

Sentí un impulso casi irresistible de extender la mano por encima de la mesa y tomarla de la mano. Quería entrar en contacto con su carne, quizá para asegurarme de que era de carne y hueso, y no una materialización espiritista.

Aun así no me gustaba en absoluto su aspecto desaliñado y descuidado, y salvo por esos maravillosos ojos, no me sentía especialmente atraído por ella. Sin embargo no pude evitar admirar la forma pequeña y aristocrática de sus manos.

La conversación se centró principalmente en HPB y el señor A., ​​y trató temas generales. Tras una breve llamada, el señor A. se levantó para marcharse y yo lo seguí. En cuanto salimos de nuevo, respiré hondo, el primero, me pareció, desde que había estado en presencia de HPB.

Al llegar a la calle, me volví hacia el señor A. y le dije:
 
-       "¿Quién es esta mujer? Nunca he conocido a nadie que me haya afectado tanto como ella; siento como si hubiera pasado por una experiencia terrible."

Él me respondió que ella era una gran médium que visitaba América para investigar el espiritismo.


Al llegar a casa, no podía pensar en nada ni hablar de nada más que de la mujer de ojos maravillosos que por mucho que me disgustara su aspecto descuidado y desordenado, me había fascinado tanto que ansiaba volver a verla.

Hay que tener presente que no pudo haber hipnotismo mental en mi caso, pues nunca había oído hablar de HPB y supuse que era simplemente una médium como las que había visitado muchas veces.

Mi familia declaró que había estado en presencia del maligno; pero por mi parte, no podía pensar en nada más que en esos espléndidos ojos.

Varios días después le pedí al señor A. que me pidiera otra oportunidad para ver a la "maravillosa médium", como la llamaba, y fue grande mi alegría al recibir permiso para visitarla en un día determinado.

Fui solo y encontré a HPB sentada detrás de la misma mesa. Al entrar en la habitación, me acerqué directamente a ella y estreché su pequeña y delgada mano, cuyo movimiento denotaba la sensibilidad instintiva y fina que estoy seguro poseía HPB.

Me senté a la mesa frente a ella y hablamos de espiritismo durante media hora o más.

De repente, ella colocó el brazo izquierdo sobre la mesa, sacó un mechón de su cabello amarillento, lo enroscó entre sus dedos y me preguntó qué veía.

Yo vi claramente una pequeña serpiente serpenteando, y así lo dije.

Ella rio con ganas y dijo:
 
-       "En efecto, no ves más que un mechón de cabello. Quise que vieras una serpiente y la viste."

Me aconsejó que dejara de lado el espiritismo y sus fenómenos, y que canalizara mis pensamientos hacia un canal superior. Si hubiera sabido entonces lo que sé ahora, sobre esta maravillosa mujer, ¡qué diferente habría sido mi forma de hablar y actuar!


Al regresar de esta extraña visita, encontré un telegrama que me citaba de inmediato a Nueva Orleans. Partí hacia el sur al día siguiente, y, curiosamente HPB se borró por completo de mi memoria.

Varios meses después recibí un ejemplar de "Isis Develada" de HPB, pero sin ningún comentario. Hasta entonces, jamás había oído hablar de HPB ni de la Teosofía, y aunque leí ese libro, no pude comprender su significado.

Seguía pensando que HPB era una médium espiritista, y como había abandonado toda investigación en ese sentido, dejé de pensar en ella. Poco después, me casé y me uní a la Iglesia Episcopal.


Quince años pasaron y durante todo ese tiempo no escuché ni una palabra de HPB ni de la Sociedad Teosófica.

Un día, una amiga de mi infancia, a quien no había visto en veinte años, pues vivía en California, regresó a Nueva Orleans y vino a verme. Me habló de la Teosofía, de su significado y de lo ansiosa que estaba por fundar una sucursal en Crescent City.

Yo investigué el tema, y ​​¡qué sorpresa! descubrí que HPB, la «mujer maravillosa» a quien había olvidado por completo, era quien había traído esta gran verdad a nuestro continente.

En cuanto mi amiga mencionó el nombre de HPB en relación con la Teosofía, experimenté algo parecido a la sensación que sentí cuando esos «ojos maravillosos» se cruzaron con los míos en la habitación de Irving Place en Nueva York, aunque durante dieciséis años no había oído hablar de ella ni de su gran labor en favor de la Teosofía.

Huelga decir que me uní a la Sociedad Teosófica. Esto fue hace cuatro años, pero he sentido casi a diario que mi extraño encuentro con HPB fue un preludio a mi ingreso en sus filas.

Fue pura curiosidad lo que me impulsó a ir a ver a HPB, pero sin duda fue un gran privilegio, aunque en aquel momento no lo apreciara.

¿No es al menos extraño que hace veinte años conociera a alguien cuyos escritos, tantos años después, han resultado ser una inspiración, una realidad, una fuerza vital en mi vida?

Verdaderamente misteriosos son los caminos del karma.


ALP, Nueva Orleans, ST.










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