(Este es el inicio del capítulo 5 del libro "El Océano de la Teosofía" de William Judge, y añadí subtítulos para facilitar la lectura.)
El cuerpo, como masa de carne, huesos, músculos, nervios, materia cerebral, bilis, mucosa, sangre y piel, es objeto de atención exclusiva para demasiadas personas, que lo convierten en su dios porque se han identificado con él, sintiéndolo solo cuando dicen "yo".
Pero el cuerpo físico abandonado a sí mismo carece de sentido y actúa en tal caso únicamente por reflejo y acción automática. Esto lo vemos durante el sueño, pues entonces el cuerpo adopta actitudes y realiza movimientos que el hombre despierto no permite.
Es como la madre tierra, pues está compuesta de un número de "vidas" infinitesimales. Cada una de estas vidas es un punto sensible. No solo hay microbios, bacilos y bacterias, sino que estos se componen de otros, y estos de vidas aún más diminutas.
Estas vidas no son las células del cuerpo, sino que las conforman manteniéndose siempre dentro de los límites asignados por la evolución a la célula. Giran y se mueven constantemente juntas por todo el cuerpo, encontrándose en ciertos espacios aparentemente vacíos, así como donde se ven carne, membranas, huesos y sangre. También se extienden más allá de los límites externos reales del cuerpo hasta una distancia medible.
Uno de los misterios de la vida física se esconde entre estas "vidas". Su acción, impulsada por la energía vital (llamada en sánscrito Prana o Jiva) explica la existencia activa y la muerte física. Se dividen en dos clases: una, los destructores, la otra, los preservadores, y estos dos se combaten entre sí desde el nacimiento hasta que los destructores ganan.
El motivo teosófico de la muerte
En esta lucha, la propia Energía Vital termina la contienda porque es la vida la que mata. Esto puede parecer heterodoxo, pero en la filosofía teosófica se considera así, pues se dice que el niño vive porque la combinación de órganos sanos es capaz de absorber la vida que lo rodea en el espacio, y se duerme cada día por la fuerza abrumadora de la corriente de vida, ya que los preservadores entre las células del cuerpo juvenil aún no han sido dominados por la otra clase.
Estos procesos de dormirse y despertarse son simple y exclusivamente la restauración del equilibrio en el sueño y la acción producida al perturbarlo al despertar.
Puede compararse con la luz de arco eléctrico, donde el arco brillante de luz en el punto de resistencia es el símbolo del hombre despierto y activo. Así, al dormir, volvemos a absorber, y no a resistir, la Energía Vital; y al despertar, la expulsamos.
Pero como nos rodea como un océano en el que nadamos, nuestra capacidad para expulsarla es necesariamente limitada.
Justo al despertar estamos en equilibrio en cuanto a nuestros órganos y nuestra vida; al dormirnos, estamos aún más llenos de vida que por la mañana; nos ha agotado; y finalmente mata el cuerpo.
Semejante contienda no podría librarse eternamente, ya que el peso de la vida de todo el sistema solar se opone a la capacidad de resistencia concentrada en un pequeño cuerpo humano.
(Nota de Cid: así como la corriente eléctrica ilumina pero también desgasta a un foco hasta terminar por fundirlo, de la misma manera los teósofos dicen que el prana da vida pero también va desgastando hasta terminar por matar a los humanos y a los demás seres.)
El cambio continuo del cuerpo
Los Maestros de Sabiduría consideran que el cuerpo es el más transitorio, impermanente e ilusorio de toda la serie de componentes del hombre. No es el mismo ni por un instante. Siempre cambiante, en movimiento en cada parte, de hecho nunca está completo ni terminado, aunque sea tangible.
Los antiguos lo percibieron claramente, pues elaboraron una doctrina llamada Nitya Pralaya, o el cambio continuo de las cosas materiales, la destrucción continua. Esto es conocido ahora por la ciencia en la doctrina de que el cuerpo experimenta una completa alteración y renovación cada siete años.
Al final de los primeros siete años ya no es el mismo cuerpo que era al principio. Al final de nuestros días ha cambiado siete veces, quizás más. Y sin embargo presenta la misma apariencia general desde la madurez hasta la muerte; y es una forma humana desde el nacimiento hasta la madurez.
Este es un misterio que la ciencia no explica; es una cuestión relativa a la célula y a los medios por los cuales se conserva la forma humana general.
La "célula" es una ilusión. Es simplemente una palabra. Carece de existencia material, pues toda célula está compuesta de otras células. ¿Qué es entonces una célula?
Es la forma ideal dentro de la cual se organizan los átomos físicos reales —compuestos por las "vidas". Y dado que se admite que las moléculas físicas se alejan constantemente del cuerpo, deben abandonar las células a cada instante. Por lo tanto no existe una célula física, sino los límites privativos de una sola, las paredes ideales y la forma general.
Las moléculas se posicionan dentro de la forma ideal según las leyes de la naturaleza y la abandonan casi de inmediato para dar paso a otros átomos.
Y así como ocurre con el cuerpo, ocurre con la Tierra y con el sistema solar. Y así también, aunque a un ritmo más lento, con todos los objetos materiales. Todos están en constante movimiento y cambio.
Esta es la sabiduría moderna y también antigua. Esta es la explicación física de la clarividencia, la clariaudiencia, la telepatía y la lectura de la mente.
Esto nos ayuda a ver cuán engañoso e insatisfactorio es nuestro cuerpo.
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