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(El siguiente artículo se publicó
en el periódico The Hartford Daily Times de
Connecticut, el 2 de diciembre de 1878, en la página 1.)
LA SOCIEDAD TEOSÓFICA
La Lamasería de Nueva York
Entrevista con Madame Blavatsky
La maravillosa autora del libro de
las maravillas Isis Develada
Una residencia única
Personas singulares
Conversaciones notables
Corresponsales
del The Hartford Times
Nueva York, 30 de noviembre de 1878.
Con una intensa curiosidad y un
placer más que normal, nos detuvimos en la puerta de la residencia de Madame
Blavatsky en Nueva York, esperando una respuesta a nuestro llamado.
Pronto llegó y de una manera extraña
debido a que la puerta no se abría por ninguna mano visible, y por un segundo
no nos dimos cuenta de que se abría con electricidad. Al subir al segundo piso,
nos llevaron a una pequeña sala de recepción donde el coronel Henry S. Olcott,
presidente de la Sociedad Teosófica, nos recibió con cordialidad.
Preguntamos si podíamos ver a Madame
Blavatsky, y él envió a un sirviente para preguntar si ella estaba disponible,
quien regresó con una respuesta rápida y decisiva: "No". Habíamos
llegado en una hora muy desfavorable, siendo por la mañana, y nos informaron
que era casi imposible acceder a la presencia de Madame durante esa hora.
Conversando, sin embargo, con el
coronel Olcott, mientras comía sus huevos y tomaba su café para el desayuno, le
preguntamos sobre los fines y objetivos de esta sociedad que se está volviendo
tan conocida, tan discutida, tan bien fundada sobre la base de hombres y
mujeres cultos y honorables como miembros, y recibimos como respuesta, en
esencia, lo siguiente:
-
“El
objetivo de la Teosofía es el cultivo individual en las ciencias y misterios
que la señora ha dado en cierta medida al mundo a través de su libro ‘Isis Devela’.
Es iniciar a algunos elegidos en el conocimiento de esos secretos que son más
elevados y más finos que todo lo que se enseña ahora, y que eventualmente
elevarán a cada miembro al poder y posición de un adepto.
En relación con la religión trabajamos para
derribar viejos dogmas y teologías criticonas, ya sean cristianas, brahmánicas,
budistas, judías, musulmanas u otras, y para enseñar la filosofía religiosa
inmaculada que prevaleció antes incluso de que se escribieran los Vedas, y que
proporciona los granos de trigo en cada montaña de paja que se ha amontonado en
cualquier nación y se ha etiquetado con los nombres enumerados anteriormente.
En relación con el Estado queremos difundir
nociones elevadas de honor, patriotismo, responsabilidad y ese intercambio
internacional de cortesía basado en la Regla de Oro, que haría posible una hermandad
de humanidad.
En relación con el individuo queremos purgar
el gusto vicioso, la sensualidad servil, la sordidez mezquina, la mezquindad de
miras, la obtusidad en cuanto a las obligaciones civiles, sociales y morales,
que prevalecen en todas partes bajo el patrocinio de la Iglesia. Este es un
campo amplio, y si nuestros trabajadores fueran cien veces más numerosos, no se
podría cubrir de una vez.
No somos irrazonables ni optimistas. Estamos muy
contentos con el ritmo de nuestro progreso hasta este momento, y aumentaremos
nuestra lista de miembros de vez en cuando a medida que se ofrezcan (porque no
solicitamos a nadie), si demuestran que simpatizan con nuestra obra y están
dispuestos a ayudarnos en estos proyectos.
Y en primer lugar, nosotros los que dirigimos
el movimiento, queremos dar un ejemplo de vida y conducta correctas que al
menos nos gane el respeto de la comunidad.”
A
lo que le comentamos al coronel:
-
“¿Suponemos
que quienes se hacen miembros están obligados por los juramentos más solemnes y
son iniciados por las ceremonias más temibles y misteriosas?”
Y
el coronel nos respondió:
-
“La
promesa que exigimos es que nadie que se una a nosotros hará nada que retrase,
de palabra o de hecho, nuestro progreso. Estamos muy dispuestos a dejar que su
propia conciencia sea el supervisor. No vinculamos a los miembros con ningún
juramento, salvo su palabra de honor.”
A
lo que le mencionamos al coronel:
-
“Pero
ustedes tienen reglas, estatutos, trabajadores, etc., ¿no es así?”
Y
él nos contestó:
-
“¡Por
supuesto! Actualmente los trabajadores de la Sociedad Teosófica son: un
presidente, dos vicepresidentes, un secretario de correspondencia, un
secretario de actas, un tesorero, un bibliotecario y varios consejeros.
Al principio era un organismo abierto; pero
más tarde se reorganizó sobre el principio del secreto, habiendo demostrado la
experiencia la conveniencia de tal cambio.
-
“¿Pero
cuáles son los beneficios que se derivan de tal membrecía? ¿Pueden todos los
miembros convertirse en 'adeptos'?” — preguntamos.
-
“¡De
ninguna manera! Para ser admitido en el grado más alto de la primera sección,
el teósofo debe haberse liberado de toda inclinación hacia una forma de
religión en preferencia a otra. Debe estar libre de todas las obligaciones
exigentes con la sociedad, la política y la familia. Debe estar dispuesto a dar
su vida, si es necesario, por el bien de la humanidad y de un hermano de
cualquier raza, color o credo aparente. Debe renunciar al vino y a toda otra
clase de bebidas embriagantes y adoptar una vida de estricta castidad.
Aquellos que aún no se han desprendido por
completo de los prejuicios religiosos y otras formas de egoísmo, pero que han
hecho ciertos progresos hacia el autodominio y la iluminación, pertenecen a la
segunda sección. Y sólo aquellos que perseveran en estos estudios, y que
practican todas las virtudes y evitan todos los vicios, que subyugan el cuerpo
a la voluntad y se deshacen de todo lazo que los ata a las cosas groseras,
pueden llegar a ser aquello a lo que ni siquiera Madame Blavatsky, después de
toda su larga vida de devoción, ha llegado perfectamente.
Ofrecemos por su perseverancia, su
laboriosidad y su lealtad, la recompensa de una conciencia que los apruebe, el
respeto de una hermandad cuya buena opinión vale la pena tener y la seguridad
de que están ayudando a sentar las bases de una gran sociedad cuyo futuro ya es
una certeza establecida.
Ya podrían encontrar hermanos en los lugares
más remotos del globo, y dentro de poco el público sabrá que hemos reclutado de
nuestro lado a algunos de los eruditos más profundos y las almas más puras de
la actualidad.”
-
"Se
nos dice que ésta (la organización de Nueva York) es sólo una filial de la Sociedad
Teosófica. Hay otras filiales similares a ésta en Nueva York, ¿no es así?"
-
"Ya
tenemos una establecida en casi todos los países de Europa. Fue sólo esta
mañana también que recibimos de Bombay permiso completo para anunciar nuestra
sociedad como la filial americana del Arya Somaj de la India.
Esta es una gran organización fundada por uno
de los hombres más santos y eruditos de nuestra época, el Pundit Dyamund
Sarswati. Su prédica y enseñanza de la antigua filosofía y ética védica ha
creado una profunda sensación en toda la península india entre los nativos.
Predica contra las castas, la idolatría y las
observancias supersticiosas de todo tipo. Muchas de estas últimas, ideadas
originalmente por el sacerdocio para aumentar su poder y emolumentos, han sido
aceptadas como de autoridad divina, después de muchos siglos.
Entre esas creencias se encuentran el suttee
(la quema de la viuda), el dhurna sentado (un acreedor que se mata de hambre
deliberadamente en la puerta de su deudor) y otras aberraciones para los cuales
los Vedas no validan.
Lo que el Pundit enseña es la Religión de
Sabiduría idéntica y pura, sobre la cual Madame Blavatsky diserta tan
eruditamente en su obra ‘Isis Develada’
y que fue el sustrato primigenio sobre el cual no solamente se construyeron el
brahmanismo, el budismo y el zoroastrismo, sino que es la esencia del
cristianismo cuando los paños bordados se desenvuelven de su cuerpo.
Enseña una Esencia Incomprensible, Eterna,
Divina, de la que todas las cosas provienen y a la que todas regresan, en una
serie interminable de evolución e involución:"
-
"La
correspondencia para su sociedad debe ser enorme, ¿quién la lleva a cabo?"
-
"La
Sra. Blavatsky escribe en nueve idiomas y lee en tres más. Conversa fluidamente
y a diario con sus diversos amigos en al menos cinco. Puede oírlos cualquier
noche en sus pequeñas recepciones, pero la señora ha decidido verlos."
El coronel dijo esto sin haberse movido de su
silla; nadie había entrado en la habitación, la puerta estaba cerrada; no había
ningún medio visible por el cual pudiera haber recibido esta comunicación del
agrado de la señora. Estábamos encantados y asombrados, y sólo quisimos hacer
una pregunta más antes de entrar en su sala.
-
“Hay
tantos rumores sobre Madame Blavatsky que uno casi se desespera al intentar
elegir cuál es el más probable. ¿Puede decirnos qué edad tiene? Hemos oído que
tiene treinta, ochenta, cien años; que su rostro es tan cambiante que en un
momento parece una jovencita, pero en otro momento parece una anciana. ¡Pero la
tendencia general es creer en su avanzada edad!”
-
“Quizá
mi hermana se lo diga” — rió el coronel, mientras hacía las presentaciones
necesarias a esa estimable dama [la hermana del coronel) y a dos o tres niños
que entraban.
-
“¿Nos
quiere decir qué edad cree que tiene Madame Blavatsky?” — le preguntamos.
-
“Creo
que sería absolutamente imposible determinarlo; su edad me parece tan
misteriosa como su carácter, a pesar de que la conozco desde hace tanto tiempo
y tan íntimamente. De hecho, aunque vivo en la misma casa que ellos (Olcott y
Blavatsky) y veo a Madame a cualquier hora, hay algunos temas sobre los que ella
es tan evasiva como la Esfinge.” — nos contestó.
-
“¿Y
qué es lo que imaginan de su persona?” — preguntó la dama.
-
"Pensamos
que podría ser alta, de figura robusta y compacta, ojos grises y fríos, cara
ancha, frente alta y cabello claro." — le respondimos.
-
"¡Increíble!",
exclamó el coronel Olcott, "¡usted debe ser clarividente! Es una
descripción muy acertada."
Finalmente
fuimos a conocer a Madama Blavatsky, ella estaba sentada en su pequeño cuarto
de trabajo y sala, todo en uno, y podemos añadir también su tienda de
antigüedades pues nunca había habido un departamento más abarrotado de cosas
raras, elegantes, antiguas, hermosas, costosas y también aparentemente sin
valor, que éste.
Tenía
un cigarrillo en la boca y unas tijeras en la mano, y estaba trabajando
arduamente recortando párrafos, artículos, críticas y otros materiales, de
montones de revistas de todas partes del mundo, relacionados con ella misma,
con su libro, con la Sociedad Teosófica, con todo y cualquier cosa relacionada
con su vida, su trabajo y sus objetivos.
Ella
nos hizo un gesto para que nos sentáramos, y mientras leía atentamente algún
artículo, tuvimos la oportunidad de observar las paredes y el mobiliario de
esta lamasería de Nueva York.
En
el centro de la mesa había un mono disecado con un peto blanco y una corbata
alrededor del cuello, un manuscrito en la pata y gafas en la nariz. ¿Podría ser
una sátira muda sobre el clero?
Sobre
la puerta había una cabeza disecada de leona con las fauces abiertas y un
aspecto amenazador; los ojos brillaban con una ferocidad casi natural.
Un
dios vestido de oro ocupaba el centro de la repisa de la chimenea; armarios
chinos y japoneses, abanicos, pipas, utensilios y alfombras, divanes y sofás
bajos, un gran escritorio, un pájaro mecánico que cantaba mecánicamente,
álbumes, libros de recortes y las inevitables boquillas, papeles y ceniceros,
hacían que la rica túnica suelta con la que iba vestida Madame Blavatsky pareciera
estar en perfecta armonía con su entorno.
Su
semblante es extraño y poco común. Una combinación de estados de ánimo parece
jugar constantemente sobre sus rasgos. Nunca parece completamente absorbida por
un tema. Hay una corriente subyacente de sentimiento y percepción aguda, alerta
y sutil perceptible en la expresión de sus ojos.
Nos
impresionó, y nos ha impresionado siempre con la idea de una doble personalidad,
como si estuviera aquí y no aquí, hablando y sin embargo pensando o actuando a
lo lejos. Su pelo claro, muy espeso y naturalmente ondulado, no tiene ni una
sola cana. Su piel, evidentemente algo bronceada por la exposición al mar y al
sol, no tiene arrugas; su brazo y su mano son tan delicados como los de una
muchacha.
Toda
su personalidad expresa dominio de sí misma, autoridad y cierta sangre fría que
raya en la indiferencia masculina, sin sobrepasar ni por un momento los límites
de la delicadeza femenina.
¡Muy,
muy vieja! ¡Imposible! Y sin embargo ella lo declara así; a veces indignada, a
veces con cierto orgullo; a veces con indiferencia o impaciencia.
-
“Yo
vengo de una raza longeva. Todos mis ancestros llegaron a ser muy viejos. Uno
de mis antepasados vivió más de cien años y conservó todas sus facultades.
¿Dudan de mi edad? Puedo mostrarles mis pasaportes, mis documentos, mis cartas
de años atrás. Puedo probarlo con mil cosas.”
Empezó
ella a hablar con nosotros de un modo amistoso y cordial, teñido de una
combinación de despreocupación y picardía extranjeras. Le explicamos que
nuestro propósito era rendir homenaje a la autora de “Isis Develada”, pero nuestros corteses discursos fueron acallados
con una orden perentoria de que fumáramos un cigarrillo, lo que hicimos
gustosamente.
La
charla se desvió naturalmente hacia ese canal que conduce al gran océano de los
Misterios Invisibles, y nos quedamos asombrados por la rapidez y fluidez de su
discurso. Sin embargo, su inglés es mucho mejor que el de la conversación
corriente en América, pues es absolutamente correcto; libresco, de hecho su
acento no es muy marcado.
Ella
dijo:
-
"No
entiendo tu inglés, no puedo pronunciarlo."
-
“Señora”,
respondimos, “casi no hay ningún erudito en Nueva York que pueda igualar su
elegancia al hablar.”
-
“Sí,
sí, lo sé “, respondió ella con impaciencia, “¡pero tu acento no lo entiendo!”
-
“¿Cómo
conserváis así vuestro aspecto y vuestra salud, señora? ¿Qué receta mágica
tenéis para conservar vuestra lozanía y todas esas pruebas de juventud?
Nuestras mujeres de cuarenta años, por gordas y hermosas que sean, venderían
casi sus ojos por saberlo. ¡Habéis debido beber de la fuente de la eterna
juventud!”
-
"Para
eso estudiamos" — respondió ella en voz baja.
-
"Y
bien, ¿cuánto tiempo piensas vivir?" — añadimos riéndonos.
-
“¡Oh!,
si no ocurre ningún accidente, mientras yo quiera; treinta, cuarenta, cincuenta
años quizá. ¡No lo sé!” — respondió con tono indiferente, como si se tratara de
una mera cuestión de su agrado.
-
“Si
todas las historias que oímos sobre usted son ciertas, ¡usted misma debe ser el
gran misterio del mundo, señora! ¿Sabe? El otro día oímos que en lugar de tener
una inmensa biblioteca, como suponíamos que era absolutamente necesario que
usted tuviera, ya que cita a por lo menos mil autores en veinte idiomas, en
realidad no tiene biblioteca alguna, pero cuando desea utilizar un pasaje, por
ejemplo de un antiguo pergamino hindú, todo lo que tiene que hacer es desear
que aparezca ante usted, y allí está listo para ser copiado.
También hemos oído que no se hace así, sino
que se pueden enviar telegramas mentales a hermanos adeptos de todo el mundo, y
ellos le dan la información deseada de la misma manera. ¡Porque suponemos que
si un adepto estuviera en el planeta Venus y usted deseara su presencia junto a
su escritorio aquí, todo lo que tendría que hacer sería llamarlo mentalmente, y
su cuerpo astral proyectaría su sombra en el suelo!”
Madame
pareció disfrutar de corazón de nuestro discurso. Sin embargo, desafiamos al
observador más agudo a descubrir si estábamos, por así decirlo, "clavando
el clavo" o simplemente divirtiéndola con nuestras bromas. Es evidente que
no lleva el corazón en la mano.
-
“Sean
ciertos o no estos rumores”, ella nos respondió serenamente después de esbozar
una pequeña sonrisa, “no hay nada sobrenatural en nada de lo que enseñamos. Las
cosas maravillosas registradas en ‘Isis
Develada’, si es que se produjeron, se produjeron de acuerdo con las leyes
eternas.
Todo es natural, todo es científico. Ustedes
no conocen las leyes esotéricas de su propio planeta, de sus propios cuerpos, de
sus propios poderes. En cambio nosotros sí. ¡Esa es la única diferencia! Hemos
aprendido los misterios de la verdadera sabiduría de quienes los conocieron
antes que nosotros.
Si tuvieran la clave, verían que no hay nada
en nuestro conocimiento ni en nuestros poderes que no sea natural y acorde con
el plan del universo. Nunca ha habido ningún milagro y nunca lo puede haber. Lo
que se llama milagros en realidad no lo fue. Fueron producidos por leyes
naturales pero todavía ocultas para la ciencia.
Uno debe tener el don de excelentes poderes
intelectuales, pureza moral y salud física para alcanzar los misterios
superiores. Pero no todos los que lo logran se vuelven inmortales. Algunos
serán aniquilados. Su tendencia natural es siempre hacia abajo. Es inevitable.
No pueden ir más alto; deben ir más bajo.
Siempre se producen cambios de algún tipo.
Hay dos progresiones: ascendente y descendente. Aquellos que descienden en
virtud, en experiencia, en gusto, finalmente serán borrados y regresarán a los
elementos. Mientras que aquellos que viven más tiempo en esta Tierra y siempre
avanzan hacia arriba, alcanzarán la cima cuando entren en la vida espiritual. Esta
es la escuela preparatoria. ¡Allí comienza la acción!"
-
"Y
usted cree en el espiritismo?" — le preguntamos.
-
"Admitimos
la realidad del mediumnismo y los fenómenos mediúmnicos, pero los
desaconsejamos a menos que se tomen precauciones muy estrictas, ya que creemos
que tienden a degradar al médium.
Nuestras opiniones no son originales, solo
las sostenidas por psicólogos orientales. Decimos que para una persona pura,
someterse pasivamente al dominio de una influencia invisible, desconocida e
incontrolable es colocarse en un gran peligro de corrupción y ruina.
El médium pasivo aprovecha todas las
oportunidades de ser controlado tanto por los peores como por los mejores
espíritus; de hecho, la primera clase tiene muchas más probabilidades de tomar
el control porque es la que está más íntimamente conectada con los médiums. ¡Tú
no podrías ser médium!"
-
“¿Por
qué no?” — le preguntamos.
-
"Porque
estás en perfecto estado de salud, ¡los elementarios no podrían
controlarte!"
-
"Bueno,
¿qué es superior: ser o no ser médium?"
-
"¡No
puedo imaginar nada peor que ser un médium! ¡Siempre están enfermizos, débiles,
sin voluntad ni carácter propio! ¡Son un grupo pobre y miserable!"
Al
mirar el montón de cartas que acababa de traer la criada, le exclamamos:
-
“¡Qué
inmensa correspondencia debe ser la suya, señora! ¡Y en tantos idiomas
diferentes! ¡Díganos! ¿ En qué idioma piensa usted?”
-
"¡En
un idioma propio! Que no es ni ruso, ni francés, ni ninguno que conozcan"
-
“Quizá
se trate de los números pitagóricos, ¿quién puede decirlo? ¿O de algún idioma
muerto empleado por razas que habían alcanzado una civilización de la que el
fonógrafo actual tal vez no fuera más que un simple lugar común para ellas?
¡Quién sabe si algún día Madame encontrará una hoja de papel de aluminio en
algún futuro museo de «excavaciones recientes» que meterá en su pequeño
instrumento y le hará hablar en el mismo idioma de sus pensamientos!” — dijo el
coronel con la solemnidad fingida de alguien que habla en serio y muy
divertido.
Madame
se rió, sentimos como si dijéramos: ¡La risa estaba presente! Porque de todas
las risas claras, alegres y desenfadadas que hemos oído, la suya es la esencia
misma. Parece, de hecho, el genio del estado de ánimo que muestra en todo
momento, tan intensa es su vitalidad.
Pero
cuando ella abrió su bolsa de cartas, inmediatamente sentimos que esta
entrevista debía terminar.
-
"Serán
muy bienvenidos a venir cualquier noche", exclamó, abriendo afanosamente
sobre tras sobre, "y sin duda conocerán a muchas personas agradables.
También quiero mostrarles mi álbum, que
contiene retratos de muchos de nuestros amigos en la India", y aquí su
rostro se iluminó, como el de un hombre cuando está lejos de casa, y habla del
querido y amado lugar.
Quiero hablarles de ellos y que
conozcan a otros que han vivido en ese gran país."
Aceptamos
la invitación con gusto.
Fue
la noche siguiente, después de que nos presentaran a varias personas, entre las
que no había ningún norteamericano, salvo el coronel Olcott y nosotros, cuando
Madame Blavatsky nos mostró su apreciado álbum que contenía retratos de
miembros extranjeros de la Sociedad Teosófica.
Era,
en verdad, una de las mejores colecciones de rostros intelectuales, cultos y
refinados que jamás hayamos tenido el placer de examinar. Allí estaban
representados hombres y mujeres de todas las naciones. Todo tipo de rostros,
desde el veterano general inglés hasta el filósofo indio con sus rasgos
delicados, su rostro pulcro y expresivo y su forma maravillosamente perfecta.
Los
trajes eran tan curiosos como elegantes, y en muchos casos característicos de
las personas que los llevaban. Aquí había un rostro lleno de voluntad propia,
autoridad y poder; aquí uno poético, imaginativo y estético.
-
“¡La
India!”, exclamó Madame Blavatsky pasando las hojas con cariño, ¡Amo la India!
¡Es el país de mi corazón, de mi alma! Nací en Rusia y de padres rusos; mi
cuerpo físico puede considerarse de ese país; pero la tierra de mi adopción, el
hogar de mis afectos y ambiciones, es la grandiosa y antigua India, ¡antigua en
el tiempo!”
La
chispa, el entusiasmo de su humor eran contagiosos. La conversación se quedó en
silencio por un momento. Todos sintieron que la elocuencia de su intensa
emoción brotaba de sus ojos, labios y manos.
La
conversación se fue generalizando y nos quedamos sin aliento escuchando las
aventuras e incidentes que les sucedían a los narradores y que bien vale la
pena reproducir.
Un
joven coronel inglés del regimiento de Su Majestad en la India, que llevaba
allí tres años, un Hércules perfecto en estatura y con un semblante franco y
afable, detalló los siguientes trucos o fenómenos, como queramos llamarlos:
-
"He
visto a muchos faquires y malabaristas realizar trucos inexplicables, pero creo
que el mejor que he visto nunca y el más incomprensible, fue uno que, según me
han dicho, Madame describe perfectamente en su libro.
Un malabarista al aire libre, en presencia de
una docena de nuestros oficiales, a plena luz del día y desnudo, salvo por una
tela que le cubría la cintura, tomó una semilla de melón que le había ofrecido
uno de los nuestros, y cavando un pequeño agujero en la tierra con el dedo, la
introdujo. y haciendo algunas pasadas sobre ella, la semilla pronto brotó y
echó pequeñas hojas. Creció y creció, añadiendo hoja tras hoja y flor tras
flor, hasta que las flores se convirtieron en frutos. El malabarista nos
entregó los melones, los cortamos y los comimos, los encontramos muy ricos y
dulces, y todo esto sucedió en el espacio de media hora."
-
"¿Quiere
decir que comió fruta cultivada en solo media hora?" — le preguntamos.
-
"No
sólo lo afirmo, sino que puedo probarlo con veinte testigos. No es algo nada
raro. ¡Los poderes de esos hindúes son absolutamente asombrosos!
He aquí otra cosa que vi, y no sólo yo sino también
una multitud de nosotros; y se puede ver cualquier día. Uno de aquellos nativos
desnudos tomó una bola de estambre común que todos examinamos, y cogiendo un
extremo, la arrojó al aire. Subió, subió, más allá de nuestra vista, y
permaneció así sin que nuestra vista la siguiera quizá unos treinta pies.
Entonces le dijo a un ayudante nativo, un
muchacho perfectamente desnudo, que subiera por el hilo. Así lo hizo el
muchacho, como un marinero que sube por una cuerda, mano sobre mano hasta que
también se perdió de vista.
El malabarista entonces fingió estar enojado
y lo llamó para que bajara, pero como el muchacho no obedeció, entonces el
nativo subió él mismo y también desapareció, con el extremo del hilo todavía
colgando en el suelo.
Muy pronto cayó un brazo y luego una pierna
cubiertos de sangre y horribles de ver. El tronco del muchacho pronto siguió,
luego la cabeza y las extremidades restantes. Con una rapidez inconcebible.
Entonces el malabarista bajó deslizándose
sobre el hilo, y con un gesto de mando agitó su varita sobre los miembros
amputados, que por así decirlo, se arrastraron juntos de nuevo y se
convirtieron en el niño vivo, absolutamente entero e ileso.
El Príncipe de Gales también vio todas estas
maravillas, como también lo han hecho innumerables europeos y americanos. ¡No
hay explicación! Nunca encontré a un europeo que siquiera intentara dar una.
El truco de la cesta, tan bien imitado en
este país últimamente; el estar suspendido en el aire a un metro del suelo; el
bailar sobre espadas afiladas como navajas; la conversión de una moneda en un
reptil en la palma de un espectador y otros trucos extraños, demasiado
numerosos para mencionarlos, se pueden presenciar a diario en cualquiera de las
principales ciudades de la India.”
-
“Me
alegro”, entonces exclamó Madame Blavatsky, mientras joven coronel inglés concluía
su relato, “de encontrar otro testigo de la verdad de mis afirmaciones sobre la
peculiar exhibición que dieron estas personas.”
-
“Ustedes
son afortunados”, ella añadió, volviéndose hacia nosotros, “de haber escuchado
a este caballero, a quien tengo el placer de conocer esta noche por primera
vez, corroborar todo lo que puedo haber dicho en ‘Isis Develada’.”
En
ese momento, un encantador caballero inglés se acercó a nosotros y comentó
tranquilamente:
-
“Todo
esto es maravilloso. Yo mismo he vivido siete años en la India y estuve en un
estado de asombro crónico durante todo ese tiempo; pero nada se compara con lo
que, según me han dicho fuentes fiables, nuestra anfitriona mutua puede hacer
por sí misma.”
-
“¿Qué
es? Cuéntenos; nadie nos escucha. ¿Es posible que ella pueda realmente hacer
maravillas?” — le comentamos.
-
“Si
mi amigo no se engañó en sus propios sentidos, ella sí puede, y se lo contaré
exactamente como él me lo contó a mí.”
«
Sé que le parecerá increíble, querido amigo –dijo mi amigo– porque a mí me
parece increíble cuando lo recuerdo; sin embargo al mismo tiempo sé que mis
sentidos no podrían haberme engañado. Además que otro caballero estaba conmigo
en ese momento. He visto a Madame Blavatsky crear cosas.
“¡Crear
cosas!” – le exclamé.
Sí,
crear cosas... producirlas de la nada, y puedo contarte dos ejemplos –me
respondió– Un día, Blavatsky y yo estábamos paseando por las tiendas y ella
dijo que quería algunos de esos alfabetos iluminados que vienen en hojas como
las pequeñas hojas pintadas de pájaros, flores, animales y otras figuras, tan
populares para decorar cerámicas y jarrones.
Ella
estaba haciendo un álbum de recortes y quería organizar la página del título
con esas bonitas letras de colores. Buscamos por todas partes, pero no pudimos
encontrar ninguna, hasta que por fin encontramos una hoja que contenía las
veintiséis letras, en algún lugar de la Sexta Avenida.
La
señora compró esa y nos fuimos a casa. Quería varias, por supuesto, pero al no
encontrarlas, procedió a utilizar lo que pudo de ellas. La señora y yo nos
sentamos junto a su mesita mientras ella sacaba su álbum de recortes y se
dedicaba a pegar sus letras.
Poco
a poco, exclamó petulante: "Quiero dos S, dos P y dos A".
"Señora,
iré a buscarlas al centro de la ciudad" –le respondí– "Supongo que
puedo encontrarlas en alguna parte".
“No,
no es necesario” — respondió ella. Luego, de repente, alzando la vista, dijo: “¿Quieres
que te haga un poco?”
"¿Hacer
algo? ¿Cómo? ¿Pintar algo?" – le pregunté.
“No,
hacer unos exactamente como estos.” – me contestó.
“Pero
¿cómo es posible? Estos se imprimen a máquina.” – le comenté.
"Es
posible, ¡mira!" – me respondió.
Puso
el dedo sobre la S y la miró. La miró con infinita intensidad. Su entrecejo se
arqueó. Parecía el mismísimo espíritu de la voluntad. Y al cabo de medio minuto
sonrió, levantó el dedo y cogió dos S exactamente iguales y exclamó:
"¡Está hecho!". Hizo lo mismo con las P.
Entonces
mi amigo pensó: "Si esto es un truco, se puede descubrir. En un alfabeto sólo
puede haber una letra de cada tipo. Voy a probarla". Entonces dijo:
"Señora, supongamos que esta vez, en lugar de hacer las dos letras por separado,
las une, así: A--- A---."
“A
mí me da igual” – respondió ella con indiferencia, y poniendo el dedo sobre la
A, en unos segundos la tomó y le entregó dos A, unidas como él deseaba. Parecían
estampadas en el mismo trozo de papel. No había costuras ni uniones de ningún
tipo. Tuvo que cortarlas para utilizarlas. Esto fue a plena luz del día, en
presencia de nadie más que de mi amigo y de mí, y ella lo hizo simplemente para
su propia conveniencia.
Ambos
estábamos asombrados y absortos en la admiración. Las examinamos con sumo
cuidado. Parecían tan parecidas como dos gotas de agua. »
Entonces
el caballero inglés nos comentó:
-
“Si lo desean, puedo mostrarles esas letras en este momento.”
Nosotros
consentimos, y entonces el caballero le preguntó a Madame Blavatsky:
-
"Señora,
¿podemos llevarnos su álbum de recortes para que lo veamos?"
-
"Por
supuesto, con mucho gusto" — respondió ella cortésmente.
Esperamos
con impaciencia hasta que el Sr. P pudo abrir el volumen. La página estaba hermosamente
ordenada y decía así, en letras brillantes:
TERCER VOLUMEN, ÁLBUM
DE RECORTES,
De la Sociedad
Teosófica,
Nueva York, 1878.
Sus tribulaciones y
triunfos.
-
“¡Ahí!”,
dijo señalando la S de Scrap y la S de Society, “esas son las letras que ella
usó, y ésta es la que hizo.”
Las
observamos y no había diferencia entre ellas.
_ _ _ _ _
El
espacio no permite dar más detalles de las cosas extrañas, maravillosas e
inexplicables que hemos presenciado durante las visitas posteriores a la
"Lamasería", pero en algún momento futuro estaremos encantados de dar
a nuestros amigos visiones aún más profundas de las misteriosas cámaras donde
habita ese ser singular que se dice que es "mitad humano",
"mitad diosa", "madre de todos los fantasmas", "vidente",
"profeta" y "maga", pero que en esta ocasión encontramos
que era simplemente una dama cortés y refinada que entretenía a sus invitados
con una hospitalidad casi real: Madame Blavatsky.
A.
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