LOS FENÓMENOS QUE BLAVATSKY PRODUJO EN FILADELFIA EN 1875



Sobre los fenómenos que Blavatsky produjo en 1875 cuando ella vivió en Filadelfia, el coronel Olcott en sus "Hojas de un Viejo Diario I" narró lo siguiente:


« Una experiencia de H.P.B., de la que fui agente pasivo poco después de mi llegada a Filadelfia, reduce el fenómeno de transporte de cartas con precipitación de escritura al interior de sobres cerrados, a su más simple expresión.



Blavatsky producía golpes sonoros paranormales

He aquí los hechos: ella hacía hablar a una mesa por medio de golpes dados en su interior, con o sin contacto de sus manos.

Los golpes eran a veces fuertes y a veces débiles; su mano a veces era mantenida a seis pulgadas encima de la mesa y otras veces puesta sobre la mía, que a su vez reposaba de plano sobre la tabla.

Los golpes marcaban letras del alfabeto, que yo escribía en papeles y éstos formaban mensajes del "espíritu" John King.




Blavatsky escribió y dibujó de manera paranormal

Algunos de esos mensajes relativos a terceros, parecieron valer la pena de ser guardados, y un día al volver a la casa, compré una libreta de cronista, y al llegar se la mostré, explicándole mi intención.

Ella estaba sentada y yo de pie. Sin tocar la libreta ni hacer ningún signo místico, me dijo que me la pusiera en el pecho, lo que hice; y al cabo de un instante me dijo que la sacara y mirase dentro.

He aquí lo que encontré: dentro de la tapa, escrito y dibujado con mina de lápiz en el papel blanco del forro:

        John King
        Enrique de Morgan

        Cuarto día del cuarto mes, año del Cristo 1875.

        Su libro


Debajo había el dibujo de una joya Rosa-cruz; sobre el vértice de la corona con piedras, la palabra Destino y debajo su nombre "Helena" seguido de algo borroso que parece un 99, otra cosa borrada y una simple †.

En el sitio más estrecho, allí donde la cabeza del compás entra en la corona, las iniciales I. S. F.; bajo las iniciales un monograma de las letras A. T. D. y R., la T bastante más grande que las otras.

En una punta del compás mi nombre, en la otra el de un habitante de Filadelfia, y a lo largo del fragmento de arco que liga las dos puntas del compás, estas palabras: Los caminos de la Providencia.

El libro le tengo delante en este momento y hago la descripción según el dibujo.




Explicación de Olcott

Uno de los detalles más notables de este ejemplo de dinámica psíquica, es que nadie más que yo había tocado la libreta después de su compra, que había estado en mi bolsillo hasta el momento en que se la mostré a H.P.B. desde una distancia de 2 ó 3 pies; la había guardado yo mismo por su indicación, en mi pecho, y la retiré al cabo de un instante, y la precipitación del dibujo y la escritura con mina de plomo tuvo lugar mientras la libreta estuvo en el interior de mi chaleco.

Además, la escritura es muy singular; las e son como e griegas y las n se parecen a las p; es una curiosa escritura, completamente personal, que no se parece en nada a la de H.P.B., pero que es idéntica a la de todas las comunicaciones de John King, de la primera a la última.


Era menester que H.P.B., en posesión entonces del poder de precipitación, hubiese transportado al papel las palabras escritas en su espíritu en esa caligrafía especial; o si se supone que otro experto en ese arte hubiera obrado en su lugar, debió actuar de ese mismo modo, es decir crear primeramente la imagen mental de esas palabras y del dibujo, e inmediatamente efectuar la precipitación, haciéndolos visibles sobre el papel, como si fuesen trazados con lápiz.

Al cabo de 17 años, ese psicograma es aún legible, y algunas partes (no todas) tienen todavía el brillo del grafito; las otras parecen estar en el espesor del papel.


He notado precipitaciones hechas al lápiz, a la acuarela, al lápiz azul, rojo y verde, a la tinta y en oro; asimismo formaciones de substancias sólidas; pero el mismo principio científico parece ser común a todos estos fenómenos, o sea la objetivación –por el empleo de la fuerza cósmica y de la materia difusa del espacio– de imágenes previamente formadas en el espíritu del experto.

La imaginación es aquí la divinidad creadora oculta, mientras que la fuerza y la materia son sus instrumentos.




La estadía de Olcott en Filadelfia

Los días y las noches de mi permanencia en Filadelfia fueron ocupados por completo con lecturas de ocultismo, enseñanzas y fenómenos.

Entre todos los amigos de H.P.B., los más agradables y simpáticos eran el señor y la señora Amer y los Sres. D. Evans y J. Pusey, en presencia de los cuales se produjeron diversos fenómenos.

Entre otros, recuerdo que una tarde hizo desaparecer de pronto una fotografía que estaba en la pared y la reemplazó por un croquis de John King, mientras alguien miraba la fotografía citada. Poco a poco, me impregnaba de las teorías orientales sobre el espíritu, los espíritus, la materia y el materialismo.


Sin que H.P.B. me pidiera que abandonase la hipótesis espiritista, ella me hizo ver y sentir que como verdadera ciencia esotérica, el espiritismo no existe en realidad sino en el Oriente, y que sus únicos adeptos son los alumnos de las escuelas orientales de Ocultismo.

Y a pesar de mi sincero deseo de hacer justicia a los espiritistas, debo decir que hasta hoy, ninguna teoría científica de los fenómenos mediúmnicos, capaz de abarcar todos los hechos, ha sido propuesta y generalmente aceptada por ellos, y que no he visto una prueba convincente de que los occidentales hayan descubierto un sistema para evocar los espíritus o producir fenómenos a voluntad.

Nunca he conocido a un médium que estuviese en posesión de un mantram o de un vidyâ (conocimiento), como los numerosos que existen desde hace siglos en los países orientales. Ver por ejemplo el artículo del Theosophist de mayo de 1892, titulado “Una evocación por hechicería”.

Así, mientras que yo y los otros amigos de H.P.B. éramos inducidos a creer que los fenómenos casi diarios de John King, eran producidos por una entidad desencarnada, el célebre filibustero Sir E. Morgan, y que H.P.B. sólo le servía de médium o ayudante voluntario, ella efectuó cosas que exigen conocimientos mágicos.

Daré de esto un ejemplo, haciendo resaltar que las mayores inducciones científicas han salido de observaciones corrientes como la caída de una manzana, el levantarse la tapa de una marmita, etc.




Servilletas dobladilladas de manera fenoménica

Viendo un día, que las servilletas en su casa brillaban sobre todo por su ausencia, compré varias en una pieza y las llevé a la casa. Las cortamos y H.P.B. quiso ponerlas en la mesa sin hacerles el dobladillo, pero en vista de mis protestas, ella preparó alegremente su aguja.

Apenas había comenzado, cuando H.P.B. dio un puntapié bajo la mesa de costura, diciendo:
 
-        “Quítate de ahí, bobo”.

-        “¿Qué pasa?”, le pregunté.
 
-        “¡Oh!, nada, es que una bestezuela de elemental [una entidad sutil básica] me tira del vestido para que le dé algo que hacer”, ella me respondió.
 
-        “¡Qué suerte!", exclamé, "esa es nuestra ocasión; dele usted las servilletas para que les haga el dobladillo. ¿Para qué aburrirse haciendo eso, y además para hacerlo tan mal?”

Ella se rio y me dijo algunas tonterías para castigarme por mi descortesía, pero al pronto no quiso dar ese placer al pobrecito elemental que estaba debajo de la mesa deseando demostrar su buena voluntad.

No obstante yo terminé por convencerla. Me dijo que encerrase las servilletas, las agujas y el hilo en una biblioteca con puertas de cristales y cortinillas verdes, que se encontraba al otro extremo de la habitación.

Volví a sentarme junto a ella y la conversación volvió al único e inagotable tema que embargaba nuestros pensamientos, la Ciencia Oculta.

Más o menos como al cuarto de hora o veinte minutos, oí un pequeño ruido, parecido al grito del ratón, debajo de la mesa y H.P.B. me dijo que “ese pequeño horror” había terminado las servilletas.

Abrí la puerta de la biblioteca y hallé la docena de servilletas dobladilladas, pero tan mal que la última aprendiza de la escuela de costura de un asilo, no lo hubiera podido hacer peor.

Pero si estaban dobladilladas, no podía dudarse de ello, y esto había sucedido en el interior de una biblioteca cerrada con llave y a la que H.P.B. no se aproximó para nada en ese tiempo. Eran las cuatro de la tarde y era pleno día. Estábamos solos en la habitación y nadie entró antes de terminar.




Blavatsky desapareció misteriosamente

La casa donde vivía H.P.B. en Filadelfia estaba construida según el plano usual en esa localidad: un cuerpo de edificio sobre la fachada y un ala detrás; tenía en planta baja el comedor y arriba alcobas o salas.

El dormitorio de H.P.B. estaba en el frente de la casa y en el primer piso (en Norteamérica se llama el segundo).

Al volver de la escalera se hallaba el salón donde fueron dobladilladas las servilletas, y por su puerta abierta podía verse al otro lado de pasillo el dormitorio de H.P.B., siempre que su puerta también estuviese abierta.

Un día estaba ella conmigo en el salón, cuando se levantó para traer algo de su habitación. La vi subir los pocos escalones y entrar en su cuarto, dejando la puerta abierta.


Pasaba el tiempo y no volvía. Yo seguía esperando, hasta que con temor de que se hubiese puesto enferma, la llamé, pero ella no me respondió.

Algo inquieto y sabiendo que no podía hacer nada de particular ya que la puerta estaba abierta, subí, la volví a llamar, miré por la habitación, y nada, ella no estaba.

Llegué hasta abrir el escritorio y a mirar debajo de la cama, pero H.P.B. había desaparecido sin que fuese posible salir normalmente, porque el dormitorio era como un saco, no tenía más salida que la puerta que daba a la escalera.

Yo comenzaba ya a no asombrarme de nada después de tantos fenómenos que había visto, pero éste me intrigaba y atormentaba.

Volví al salón, y fumándome una pipa traté de resolver el problema. Téngase en cuenta que esto sucedía en 1875, y por lo tanto, es preciso hacerlo notar, años antes de que la escuela de la Salpetrière hubiera vulgarizado sus experiencias sobre el hipnotismo, de manera que no podía imaginarme que yo estaba siendo objeto de un ensayo de sugestión mental y que H.P.B. había sencillamente prohibido a mi órgano visual que percibiese su presencia en la habitación, hallándose tal vez a dos pasos de mí.

Al cabo de cierto tiempo H.P.B. salió tranquilamente de su cuarto, atravesó el pasillo y vino hacia donde yo estaba en el salón.

Cuando le pregunté de dónde venía, ella me respondió riéndose que teniendo que atender un asunto oculto, se había hecho invisible. Pero no quiso explicarme cómo.

Nos dio la misma broma a mí y a otros, antes y después de nuestra partida para la India, pero la última vez bastante antes de que yo tuviese conocimiento de la fácil solución del problema: por el hipnotismo.


Como ya lo he dicho en el primer capítulo, la superioridad de la sugestión hipnótica oriental sobre la occidental se basa en que la inhibición de los órganos del sujeto se produce por mandato mental no expresado.

Y al no estar en guardia el sujeto, no ofrece resistencia y la ilusión se produce sin que tenga la menor sospecha de la experiencia ensayada a su costa.





El cabello de Blavatsky creció fenoménicamente y un dibujo también apareció fenoménicamente

Como no tomé medidas en el momento, me veo obligado a conceder que el siguiente hecho pudo no ser también más que un caso de sugestión.

H.P.B. usaba entonces sus cabellos enmarañados, sin peinetas ni horquillas, y sin recogerlos; su largo cabello llegaba hasta el lóbulo de las orejas.

Un día volví a casa a comer, y al ver su puerta abierta como de costumbre, me detuve para conversar un poco antes de subir a mi cuarto en el piso superior.

Ella estaba junto a una de las ventanas, y destacándose su cabeza en plena luz, me llamó especialmente la atención la masa de sus cabellos y su aparente desorden.

Observé también el reflejo de la luz sobre el papel brillante, color gris pálido, que cubría el cielorraso.

Después de cambiar unas palabras, subí de prisa pero no hacía ni un minuto que había subido, cuando ella me gritó que bajase. Obedecí en seguida y la vi en el mismo sitio aún, pero sus cabellos habían crecido hasta llegar a sus hombros.

No dijo nada de eso, pero señalando al techo sobre su cabeza, dijo:
 
-        “He ahí algo que John ha dibujado para usted.”

No recuerdo bien lo que era, pero me parece que debía ser una enorme cabeza de hombre y algunas palabras o símbolos alrededor. Todo hecho al lápiz, en el mismo sitio que antes de subir había visto vacío.

Toqué entonces sus largos cabellos y le pregunté irónicamente dónde compraba su cosmético, porque era un producto bien notable, ya que hacía crecer los cabellos dos pulgadas en tres minutos.

Ella contestó algo gracioso y me dijo que no me ocupase de cosas sin importancia, que la Naturaleza le gastaba a veces esas bromas, y que no era para ver eso para lo que me había llamado, sino para mostrarme la obra de John King en el cielorraso.


Dado el tiempo transcurrido entre mi salida y vuelta a la habitación, y la altura del techo, que ella no hubiese podido alcanzar ni subiéndose a una silla o una mesa, supongo ahora que hubiera podido obrar de dos maneras:
 
-        o bien tranquilamente durante mi ausencia, subir en una escalera, hacer el dibujo e impedirme hipnóticamente que le viese al volver de la calle;

-        o bien usar un procedimiento instantáneo de precipitación, mientras yo subía y bajaba al otro piso.

Puedo perfectamente certificar que el dibujo era invisible a mi llegada, y si el lector quiere quebrarse la cabeza acerca del cómo y el porqué, le es menester aceptar mi testimonio en lo que vale.

Lo que me hace suponer que el alargamiento de los cabellos de H.P.B. fue puramente ilusorio, es que no puedo recordar si fue duradero o si los cabellos parecieron recobrar su apariencia normal ese mismo día o al siguiente.

En la India, y más tarde en Europa, se han conocido sus cabellos recogidos en moño y retenidos por una peineta, pero sólo pasados varios años después de nuestro encuentro, ella los dejó crecer bastante para eso.

No estoy seguro pero me parece que fue cuando nuestra visita a los Sinnett en Simla; de manera que debo tener razón al considerar ese aparente alargamiento sólo una maya efectuada como broma.

Pero sucedieron a sus cabellos cosas, muy, muy raras; y más adelante las contaré.

Pero lo más extraordinario fue lo acontecido a mi barba una noche, como posteriormente lo relataré.




Reflexión de Olcott sobre Blavatsky

A propósito de sus chanzas, puede decirse que H.P.B. gastó en ellas durante los años de nuestra amistad, más fuerza psíquica que la que hubiese hecho falta para convencer al cuerpo entero de la Academia de las Ciencias, empleándola discretamente.

La he oído hacer sonar campanillas astrales cuyo sonido se perdía en el ruido de la conversación, producir golpes que nadie oía más que yo, y efectuar otros fenómenos que pasaban desapercibidos, pero que hubieran aumentado considerablemente su reputación de taumaturgo, si hubiese elegido un momento favorable y de mejores condiciones de observación.

En fin, todo eso ya pasó, y mi deber es relatar, tal como yo las recuerdo, las experiencias psíquicas que hicieron admitir a mi razón crítica, la realidad de la ciencia mágica oriental.

¿No será esto obrar como verdadero amigo de H.P.B., a quien se ha calumniado y negado su poder oculto, con el pretexto de que alimentó algunos canallas en su mesa y dio calor en su seno a traidores?

Me refiero a tiempos y hechos bien anteriores a la época de los Coulomb.

Entonces verdaderos Adeptos daban la enseñanza a discípulos asiduos, y se veían fenómenos serios. Era también el tiempo en que yo conocí a mi colega como una persona muy humana, antes de que hubiese sido casi divinizada por personas que no habiendo conocido sus debilidades, ignoraban su humanidad.

Presentaré la imagen real de la autora de Isis Develada y La Doctrina Secreta, en carne y hueso: una mujer (muy masculina, que vivía como todo el mundo cuando estaba despierta, pero que pasaba en su sueño a otro mundo, y viviendo dormida o en estado de trance clarividente con seres superiores; en un cuerpo debilitado de mujer, una personalidad “en la cual la mayor parte del tiempo se desencadena un huracán vital”, citando las palabras de un Maestro.

Tan desigual, tan caprichosa, tan cambiante y tan violenta, que era menester un cierto heroísmo de paciencia e imperio sobre sí mismo, a quien deseare vivir con ella y trabajar en común por un propósito humanitario.

Los fenómenos de que yo he sido testigo, las variadas y numerosas pruebas que H.P.B. me dio de la existencia de los Maestros, y de quienes ella no se sentía digna de limpiarles los zapatos, y su última epistaxis, en que la mujer agitada y exasperante se transformó en un escritor e instructor lleno de sabiduría, y una bienhechora de todos los buscadores de alma; todo esto concuerda con sus libros para probar su grandeza excepcional y hacer olvidar sus excentricidades, aun por los que más han sufrido moralmente con ellas.

Mostrándonos el camino, H.P.B. nos ha hecho un servicio tal, que es imposible sentir por ella otra cosa que no sea una profunda gratitud. »
(Capítulo 3)










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