Sobre la defensa del espiritismo que Blavatsky y Olcott llevaron a cabo en los Estados Unidos, el coronel Olcott en su libro "Las Hojas de un Viejo Diario I" relató lo siguiente:
(Esta es la segunda parte del capítulo 4)
Durante ese tiempo que H.P.B. vivió en Filadelfia (en 1875) ella estaba muy ocupada en escribir para los periódicos, primero sobre el espiritualismo occidental, y después sobre el espiritualismo oriental.
Su primer “disparo” como ella lo denominó en una nota que escribió y luego pegó en nuestro primer Álbum de recortes, apareció en el Spiritual Scientist de Boston, vol. I, 5 de Julio de 1875. De él hablaremos más tarde.
La publicación de mi libro trajo resultados importantes; por lo pronto una interminable polémica en los órganos espiritistas ingleses y norteamericanos, así como en la prensa ordinaria, y en la que tomamos parte H.P.B. y yo.
Después la creación de relaciones amistosas y duraderas con varios de nuestros corresponsales, con los que discutimos todo el Ocultismo oriental y occidental.
Nos encontramos casi en seguida en correspondencia con curiosos de los dos hemisferios y también atacados y defendidos por amigos y detractores desconocidos.
El honorable Alejandro Aksakof, el bien conocido consejero íntimo del emperador de Rusia, ferviente espiritista, pidió a H.P.B. que tradujese mi libro al ruso, haciéndose él cargo de los gastos.
Ella consintió, y pronto apareció un folleto muy bondadoso del profesor N. A. Wagner de la Universidad Imperial, en el que tuvo la amabilidad de decir que en mi investigación, “Yo había tenido en cuenta todas las cosas necesarias para una prudente investigación científica”; fue esta una afirmación de la que naturalmente me sentí muy orgulloso.
El señor Crookes, F. R S. y el señor Alfredo R. Wallase, Miembro de la Real Sociedad de Inglaterra, y Camilo Flammarión el célebre astrónomo, en Francia, se mostraron también muy bondadosos y simpáticos.
Amistad entre Olcott, Massey y Moses
Algunos meses más tarde, el señor C. C. Massey vino expresamente de Londres a América para verificar por medio de sus observaciones personales, la exactitud de mi memoria publicada acerca de los fenómenos de los Eddy.
Después de habernos entrevistado con frecuencia, la mutua satisfacción fue tan grande, que una estrecha amistad casi fraternal nos unió para toda la vida, amistad que ha durado hasta hoy sin un disgusto y hasta sin la sombra de una mala inteligencia.
Ya habían estado en relaciones simpáticas con el difunto, honorable R D. Owen, y con el señor Epes Sargent de Boston.
Este último un amable sabio, había sido el intermediario de mis preciosas relaciones de correspondencia y amistad con el difunto A. Oxon, seudónimo de Stainton Moses (aunque Moses no es su verdadero nombre; él me dijo que era Moseyn o Mostyn. Moses es una deformación) quien es profesor de clásicos y de inglés en la Universidad de Londres, y el escritor más brillante y notable del espiritismo inglés.
Se le envió un ejemplar de mi libro, cuya crítica apareció en el Psychological Magazine o en Human Natura, no recuerdo bien en cuál.
Poco a poco se estableció entre nosotros un cambio de cartas casi hebdomadario, que duró varios años.
Su primera epístola, que en este momento tengo ante mi vista, está fechada el 27 de abril de 1875, y toda ella está ocupada por la discusión de las condiciones y resultados de un círculo para el estudio de los fenómenos mediúmnicos, llama mi atención sobre un hecho que ha provocado la ironía del profesor Tyndall en su bien conocida carta a la antigua Sociedad Dialéctica de Londres, pero que es muy evidente para todos los investigadores experimentados en este orden de fenómenos naturales: que basta la presencia de ciertas personas para perjudicar considerablemente a la producción de los fenómenos, y que su proximidad los impide por completo.
Y esto sucede sin que ellos tengan culpa alguna, y sin ser una consecuencia de su actitud mental (falta de confianza, etc.), sino porque están rodeados de cierta atmósfera adversa. Y cuanto más sensitivo es el médium, tanto más esto es evidente.
El señor Stainton Moses continúa: “Tengo varios amigos personales ante los cuales, con gran pesar mío, no puedo producir fenómenos, y nada puedo hacer en ello”.
Haciendo alusión al caso de aparente desmaterialización del médium (señora Comton, como lo relato en mi libro), lo declaró el más sorprendente de todos, y dice que no puede explicarlo aunque piensa que “eso no es desconocido a los magos orientales”.
Lo que anteriormente he dicho del ahora reconocido poder científico de hipnotización aclara ese misterio y nos desembaraza de un cúmulo de supersticiones y creencias diabólicas.
Hubiera valido la pena de escribir mi libro, aunque sólo fuera para ganar dos amigos para toda la vida, como C.C. Massey y Stainton Moses, pero dio más resultados aún. Eso cambió mi vida e hizo época.
Mientras el señor Massey estaba en América, fuimos a ver varios médiums y él fue uno de los que nos ayudaron a H.P.B. y a mí a fundar la Sociedad Teosófica a fines de ese año (1875).
Lo presenté a H.P.B. y fue a visitarla con frecuencia, llegando a ser su gran amigo y fiel corresponsal, hasta el momento en que el llamado “incidente Kiddle” cortó esa amistad años más tarde.
Cuando volvió a Londres, le di una carta de presentación para Stainton Moses, y así se estrechó la amistad entre los tres, amistad que sólo fue rota por la muerte de “A. Oxon”.
El ocultista que hizo llover fenoménicamente
He mencionado a un señor B., artista italiano dotado de poderes ocultos, que encontré de visita en casa de H.P.B. en Nueva York.
Fui testigo una noche de otoño, en 1875 precisamente después de la fundación de la Sociedad Teosófica, de un extraordinario fenómeno efectuado por él: una lluvia provocada, dijo por los espíritus del aire que él tenía bajo su dominio.
Había luna llena y no se veía una nube en el cielo. Nos llamó a H.P.B. y a mí al balcón del salón de atrás, y allí recomendándome calma y silencio absoluto sucediere lo que sucediere, sacó del pecho y extendió hacia la luna un trozo de cartón que mediría unas 6 pulgadas por 10, y que en una de sus caras tenía pintados a la acuarela un cierto número de cuadrados, encerrando cada uno una rara figura geométrica. No quiso dejármelo tocar ni examinar.
Yo me encontraba detrás y junto a él, y sentía que su cuerpo se ponía rígido como bajo la influencia de la intensa concentración de su voluntad.
De pronto, señaló hacia la luna y vimos unos vapores negros y densos como nubes de tormenta, o mejor dicho como esos espesos rollos de humo que se escapan de la chimenea de un vapor, que salían del borde oriental de nuestro brillante satélite y flotaban hacia el horizonte. No pude retener una exclamación, pero el hechicero apretó mi brazo como con un tornillo y me dijo que callase.
El negro sudario de nubes salía más y más rápidamente, extendiéndose hasta el horizonte como una monstruosa pluma de azabache, que después se abrió como un abanico y bien pronto grandes nubes de lluvia aparecieron por aquí y por allá en el cielo, y se formaron en masas flotantes que rodaban huyendo ante el viento como un depósito de agua natural.
Muy pronto se cubrió todo el cielo, la luna desapareció y un chaparrón nos hizo entrar en la casa. No hubo relámpagos, ni truenos, ni viento, nada más que un fuerte aguacero provocado en un cuarto de hora por ese hombre misterioso.
Vueltos a la luz de la araña, vi en su cara esa expresión determinada con los dientes apretados, que se nota en sus compatriotas durante un combate. Y en realidad, acababa de combatir y vencer a las hordas invisibles de los elementos, la que exige bien toda la fuerza viril de un hombre.
El señor B. no tardó en despedirse, y como era tarde al cabo de algunos minutos seguí su ejemplo. En la calle el pavimento estaba mojado, el aire húmedo y frío. Mi casa estaba a pocos pasos y apenas llegué y me instalé a fumar, cuando oí llamar y al abrir la puerta encontré en el umbral al señor B. pálido y como agotado.
Se disculpó por la molestia que me ocasionaba y me pidió un vaso de agua. Le hice entrar y cuando hubo bebido su vaso de agua y descansado un momento, nos pusimos a conversar de diversos asuntos durante un largo tiempo.
Lo encontré muy dispuesto para hablar de arte, de literatura o de ciencia, pero muy reticente sobre el ocultismo y sus experiencias personales de desarrollo psíquico.
De todos modos me explicó que todas las razas de espíritus elementales pueden ser dominadas por el hombre cuando sus innatas facultades divinas se desarrollan.
Su voluntad se convierte entonces en una irresistible fuerza ante la cual debe ceder los elementales, ya sea organizada en entidades o en estado de agente cósmico en bruto.
Ciertamente que ningún humo negro había salido de la luna, eso había sido una simple ilusión producida por la concentración de su voluntad en la superficie, pero con seguridad yo había visto las nubes que se formaban en el cielo alumbrado por la luna y había sentido caer la lluvia.
El Sr. B. me dijo que reflexionase sobre ella, pero de pronto me dio un consejo que me sorprendió muchísimo. Lo había visto en las mejores relaciones con H.P.B., hablando amistosamente y sin reservas de Italia, de Garibaldi, de Mazzini, de los carbonarios, de los Adeptos orientales y occidentales, etc., luchando con fenómenos como el día de las mariposas blancas, y por lo tanto yo tenía todas las razones posibles para asombrarme al verle que tomando un aire de misterio, me aconsejó que interrumpiese mi asociación con H.P.B.
Me dijo que ella era una mala mujer, muy peligrosa, que me acarrearía grandes desgracias si me dejaba dominar por su maligna influencia. Dijo que el Gran Maestro que yo le había oído que nombró a H.P.B. le había ordenado que me advirtiese.
Le miré para tratar de adivinar el sentido oculto de unas palabras tan extraordinarias, y por fin le respondí:
- “Pues bien señor, conozco la existencia del personaje que usted acaba de nombrar, y tengo todas las razones para suponer por los fenómenos que le he visto producir, que usted está en relación con él o con la Fraternidad.
Estoy pronto a obedecerle hasta el sacrificio de mi vida. Y ahora, pido que me dé usted una prueba segura por la cual yo pueda positivamente saber, sin la menor duda, que la señora Blavatsky es el diablo que usted me describe, y que la voluntad del Maestro es que cese de tratarla.”
El italiano vaciló, murmuró algo incoherente y cambió de conversación. Podía muy bien extraer de la luna nubes de tinta, pero no podía hacer entrar en mi corazón la negrura de una duda hacia mi amiga y guía en las desconcertantes complicaciones de la ciencia oculta.
Previne a H.P.B. de la advertencia de B., en cuanto la vi; a eso ella sonrió y dijo que yo había sufrido muy bien esa pequeña prueba; pero escribió unas palabras al señor B. para rogarle que “olvidase el camino de su puerta”.
Lo que él hizo.
Capítulo 5
Blavatsky defiende el espiritismo
Un cierto números de cosas valiosas, entre otras la invasión de las ideas ocultas orientales en las mentes de los occidentales y el nacimiento de la Sociedad Teosófica, surgieron del océano de polémicas en que nos había sumergido a H.P.B. y a mí, la publicación de mis cartas sobre el espiritismo al periódico Daily Graphic y de mi libro, el artículo del señor Owen sobre Catalina King y de su reputación intercalada en el Atlantic Moríthly de enero de 1875, los artículos del general Lippitt en The Galaxy de diciembre de 1874 y The Banner of Light, 100 ataques contra los Holmes y su defensa, y la discusión general del espiritismo en la prensa americana y europea.
Necesitamos echar una ojeada hacia atrás, sobre las primeras cartas dirigidas a la prensa por los dos fundadores y precursores de la Sociedad Teosófica, para refutar las falsas historias de intervención de Mahatmas y fenómenos ad hoc, que corrieron acerca de su nacimiento.
No poseo el conjunto completo de los documentos. Los detalles pueden parecer algo áridos pero son necesarios como fuentes históricas.
Como ya lo he manifestado, una propaganda del doctor Beard, médico electrópata de Nueva York, en forma de ataque contra los Eddy, su loca y falsa afirmación de que podrá imitar sus apariciones “con tres dólares de telas”, excitó tanto la rabia de H.P.B. que ella escribió al Daily Graphic su cáustica respuesta, acompañada de una apuesta de 500 dólares sosteniendo que él no haría nada, e hizo conocer su persona y su nombre al público norteamericano.
Naturalmente se formaron dos bandos: los amigos del espiritismo y los médiums, se agruparon detrás de H.P.B., y sus adversarios (especialmente los sabios materialistas) se unieron al doctor Beard.
Este fue quien sacó todo el provecho, y su artimaña –digna de Pears, de Beecham o de Siegel– le hizo una propaganda superior a todas sus esperanzas.
Aprovechando esta situación inesperada, dio una conferencia bien anunciada sobre este tema, y otra creo que sobre el magnetismo y la lectura del pensamiento en la Academia de Música de Nueva York.
The Banner of Light y el R. P. Journal publicaron, comentarios a la carta de H.P.B. contra Beard, ella replicó y se encontró de pronto en plena controversia.
Como ya lo dije, ella se colocó enteramente como espiritista que no solamente cree, sino que sabe como son los espíritus de los muertos, ni más ni menos, quienes producen por los médiums toda clase de fenómenos, escriben, hablan y muestran sus caras, manos, pies, y aún su cuerpo entero.
Ya he citado pasajes de sus cartas y artículos que tratan de probarlo, y desde su primera carta escrita desde Nueva York en la semana de su partida de Chittenden (octubre de 1874) en la que me trata de querido amigo y firma Jack, y en la siguiente, fechada seis días más tarde y firmada Jack, Blavatsky me ruega que no alquile la música de cierto médium llamado Jessi Sheppard que pretende haber cantado ante el Zar, lo que ella sabe que es falso, “porque tal proceder de mi parte haría más mal al espiritismo que cualquier otra cosa del mundo”.
Y ella añadió: “Le hablo como verdadera amiga y como espiritualista que desea salvar al espiritismo de un gran peligro”.
Ese Sheppard, mal inspirado, le había llevado una cantidad de sus papeles rusos para que se los tradujese. Entre otros, una autorización de la policía para cantar en la sala Koch –una cervecería de último orden y baile público, frecuentados por bastante mala gente de ambos sexos– y la factura de un maestro de música, 32 rublos, por haberle enseñado a cantar ciertos cantos rusos, que nos cantó en la oscuridad en casa de los Eddy, pretendiendo hallarse bajo la influencia de Grisi y de Lablache.
Es H.P.B. quien escribe eso; yo no hago más que copiarlo.
En la misma carta, haciendo alusión a una promesa de Maryflower y de Jorge Dix, dos pseudo-espíritus guías de los Eddy, que habían dicho que influenciarían a su favor al juez ante el cual había de verse su proceso relacionado con la sociedad agrícola de Long Island, dice: “Maryflower tenía razón, el juez tal acaba de dictar una sentencia a mi favor”.
¿Creía ella en ese momento, que los espíritus que actúan por los médiums, pueden y quieren influenciar a la justicia? ¿O si no, qué quiere decir?
Es preciso que ella haya sido espiritista, o que se haya hecho pasar por tal, a fin de guiar poco a poco a los espiritistas occidentales hacia la manera de ver oriental en lo concerniente a los fenómenos de los médiums.
En su carta contra Beard (Daily Graphic del 13 de noviembre de 1874) a propósito de una condecoración enterrada con su padre en Stavropol y aportada por los espíritus de Horacio Eddy, dice: “Estimo que es mi deber como espiritista de”, etc.
Más tarde, me dijo que esa explosión de fenómenos mediúmnicos había sido deseada por la Fraternidad como medio de evolución, y yo incorporé esta idea en una frase de mi libro "Gente del otro Mundo" (en la parte superior de la página 454) sugiriendo la posibilidad de esta hipótesis.
En ese caso sería menester no mirar esta explosión como enteramente mala, como lo han hecho ciertos teósofos avanzados, porque sería inconcebible –por lo menos para mí que los he conocido– que esos Hermanos mayores de la Humanidad hayan empleado, aunque fuese para un bien final, un medio censurable.
No se ve el axioma de los Jesuitas: finis coronat opus* en los muros del templo de la Fraternidad.
(* Frase en latín que significa “el fin corona la obra” y que es otra forma de expresar la frase más conocida “el fin justifica los medios”.)
En el número del Daily Graphic en que se publicó su carta contra Beard, apareció también su biografía para la cual ella había proporcionado algunas notas.
“En 1858 – dice ella– volví a París y conocí allí a Daniel Home, el espiritista… Home me convirtió al espiritismo… En seguida fui a Rusia y convertí a mi padre al espiritismo”.
En un artículo en que defiende a los Holmes contra los traidores ataques del doctor Child, su ex socio y empresario, ella habla del espiritismo como de “nuestra fe”, “nuestra causa” y también “el conjunto de las creencias de nosotros, los espiritistas”.
Más adelante: “si se deben burlar de nosotros, los espiritistas, ponernos en ridículo, y como objeto de burla, tenemos perfectamente el derecho de saber, por lo menos, el por qué”.
Por cierto, y algunos de sus colegas que le sobreviven, harían bien de no olvidándolo.
En el Spiritual Scientist del 8 de marzo de 1875, ella dice: “Esto llevaría a demostrar que, a pesar de las divinas verdades de nuestra fe (espiritista), y a pesar de las lecciones de nuestros guardianes invisibles (los espíritus de los círculos), ciertos espiritistas todavía no han aprendido la imparcialidad y la justicia”.
Esto es valiente y magnánimo de su parte, y bien característico de su necesidad de arrojarse en lo más fuerte de la batalla, fuese cual fuese la causa que hubiera adoptado.
Su amor a la libertad y al librepensamiento, la hizo alistarse bajo la bandera de Garibaldi el libertador, y arrojarse en medio de la carnicería de Mentana.
Y al ver las ideas espirituales en lucha contra la ciencia materialista, no vaciló en ponerse de parte del espiritismo, sin dejarse detener por el temor al contagio por contacto con los falsos médiums, los malos espíritus, o los pocos recomendables grupos espiritistas que predicaban y practicaban el amor libre y la ruptura de todas las sanas leyes sociales.
Puede criticarse su política, puede considerarse su lenguaje del que he dado algunos ejemplos, coma una formal adhesión a ese espiritismo que más tarde había de condenar despiadadamente; pero para juzgarla con equidad, es preciso tratar de ponerse en su lugar y en las mismas condiciones.
Comprender todo lo que ella sabía teórica y prácticamente en cuestión de fenómenos psíquicos, y que es menester que el mundo sepa antes de arrojarse en el Leteo del Materialismo.
Seguramente que muchas personas hubieran hablado con más reserva, evitando de este modo dejar tras de sí tal ovillo de contradicciones, pera ella era excepcional en todo, tanto en poder mental y psíquico como en temperamento y métodos de controversia.
Uno de los objetos de este libro es precisamente el de mostrar que con toda su humana fragilidad y sus originalidades, era una grande y noble personalidad, que ha llevado a cabo para el mundo una gran obra altruista y que ha sido recompensada con una negra ingratitud y un ciego desprecio.
Ella me daba rápidamente sus enseñanzas acerca del mundo de los elementales por medio de nuestra relación con pseudo-espíritus golpeadores, de modo que yo había llegado, bastante antes de haber adoptado la teoría oriental de los pisâchas y de los bhûtas, que nosotros llamamos elementarios, a distinguir las dos clases diferentes de autores de fenómenos, los espíritus naturales sub-humanos y los elementarios exhumanos ligados a la Tierra.
Inicialmente llamábamos a ambos “elementarios”, a las entidades que les acabo de mencionar arriba y también a los espíritus de los elementos, lo que producía grandes confusiones, pero escribiendo Isis Develada propuse el empleo de los dos términos “elemental” y “elementarios” con el sentido que han conservado después. Ya es demasiado tarde para cambiarlos, sino lo haría ahora de buena gana.
Hacia el fin del invierno 1874-1875, mientras yo me encontraba en Hartford ocupado en hacer imprimir mi libro, pero demasiado tarde para rehacerlo, tuve la rara fortuna de poder consultar la soberbia colección de libros sobre las Ciencias Ocultas de la biblioteca pública de Watkinson, organizada por el erudito bibliotecario, doctor H. C. Trumbull.
Esto me preparó bastante para comprender las explicaciones verbales de H.P.B. y sus numerosos y sorprendentes fenómenos con clave.
Esta serie de lecturas preparatorias, de conferencias y de experimentos, me fue de gran utilidad cuando ella comenzó a escribir Isis Develada y me tomó como coadjutor.
El Sr. Gerry Brown editor de la revista Spiritual Scientist
En el primer trimestre de 1875, empezamos a ocuparnos del Spiritual Scientist, un pequeño diario independiente y con vida propia, publicado y editado en Boston por el señor E. Gerry Brown.
En ese momento, se hacía sentir fuertemente la necesidad de un diario que al mismo tiempo de ser reconocido como órgano del espiritismo, contribuyese a llevar a los espiritistas a observar mejor la conducta y los pretendidos poderes psíquicos de los médiums, y a escuchar con paciencia las teorías acerca del mundo de los espíritus y de su relación con la humanidad.
Los antiguos diarios espiritistas eran demasiado ortodoxos, pero la especialidad del Sr. Brown, parecía ser precisamente criticar audazmente todos los abusos.
Nuestras relaciones con él empezaron con una carta escrita por nosotros (en el Spiritual Scientist del 8 de marzo de 1875), y al cabo de un mes había sido aceptado por los poderes que dirigían a H.P.B.
La circular de Olcott
En el número del 17 de abril de 1975 apareció una interesante circular titulada: “Aviso muy importante a los espiritistas”.
El señor Gerry Brown hallaba en ella el beneficio de una promesa (bien cumplida) de apoyo material y literario, y el público que se interesaba por esos asuntos, era advertido que en adelante el periódico sería el órgano de un nuevo movimiento que colocaría al espiritismo americano sobre una base más filosófica e intelectual.
El profesor Buchanam, Epes Sargent, Carlos Satheran y otros conocidos escritores, sin contarnos nosotros, le dieron original, y H.P.B. y yo varios cientos de dólares para sus gastos corrientes. El reconoció este último género de apoyo, en su editorial del 1 de junio de 1875, titulado “Edificado sobre la roca”.
La circular ponía de relieve que los principales diarios espiritistas se veían “obligados a consagrar la mayor parte de sus columnas a comunicaciones del orden más trivial y personal, que no podían interesar sino a los amigos de los espíritus que las producían” y a los principiantes.
Se mencionaban al Spiritualist de Londres y a la Revue Spirite de París, como ejemplos de la clase de diario que debería existir desde hace bastante tiempo en los Estados Unidos, “un periódico que concediese más espacio a la discusión de los principios, a las doctrinas filosóficas, y a una sana crítica, que a la publicación de los mil y un acontecimientos sin importancia de los círculos espiritistas”.
He aquí el tercer párrafo:
“El gran defecto del espiritismo americano está en que enseña pocas cosas dignas de la atención de un hombre serio, que muy pocos de sus fenómenos son producidos en condiciones satisfactorias para personas que han hecho estudios científicos, que su propaganda esté confiada en manos de personas incompetentes, por no decir otra cosa, y que en cambio, de las creencias bien ordenadas de las diversas religiones, no ofrece más que un sistema desordenado de relaciones y responsabilidades presentes y futuras, morales y sociales."
Fui yo sólo quien escribió esta circular, quien corrigió las pruebas y quien pagó la impresión. Es decir, que nadie me dictó una sola palabra, ni introdujo ninguna frase, ni me dominó en modo alguno.
La escribí expresamente obedeciendo a los deseos de los Maestros, que deseaban vernos –a H.P.B. y a mí– ayudar al editor del Spiritual Scientist [el Sr. Brown] que atravesaba por una crisis difícil, y yo elegí los argumentos según mi criterio.
Cuando la circular estuvo compuesta y ya hube corregido sus pruebas y preparado los detalles, pregunté por carta a H.P.B. si le parecía que era mejor publicarla anónima o firmada con mi nombre.
Ella me contestó que los Maestros querían que fuese firmada así: “Por la comisión de los Siete, Fraternidad de Luxor”. Y así se hizo.
Ella me explicó después que nuestros trabajos y otros muchos de la misma clase, estaban vigilados por una comisión de siete Adeptos del grupo egipcio de la Fraternidad Mística Universal. (Ya he manifestado que yo comencé trabajando para la parte egipcia de la sección africana, antes de pertenecer a la sección inda).
Ella no había visto todavía la circular, pero entonces le llevé una que ella se puso a leer atentamente. De pronto, me dijo riéndose que me fijase en el acróstico formado por las primeras letras de los seis párrafos. Con gran sorpresa, vi que era el nombre por el cual conocía al Adepto egipcio bajo cuyo cuidado yo estudiaba y trabajaba entonces.
Más tarde, recibí un certificado escrito en letras de oro sobre un papel verde espeso, acreditando que yo estaba agregado a ese “Observatorio” y que tres Maestros (con sus nombres) me vigilaban estrechamente.
Ese nombre de Fraternidad de Luxor fue indebidamente usado varios años después por los inventores del cazabobos conocido con el nombre de H. B. de L. [High Brotherhood of Luxor]; la existencia de la verdadera Logia está indicada en la Royal Masonic Cyclopedia de Kenneth Mackenzie, página 461.
Nada me hizo tanta impresión en esa época de mis experiencias ocultistas con H.P.B. como ese acróstico; fue para mí una prueba de que el espacio no es obstáculo para la transmisión del pensamiento del espíritu de Maestro al del discípulo, y esto vino en apoyo de la teoría que sostiene que mientras trabaje por el bien del mundo, el agente puede ser inducido por sus vigilantes a que haga lo que ellos desean, sin que para nada tenga la menor conciencia de que su espíritu funciona por un impulso que no es el de su propio Ego.
Si se aplica esta teoría, que no tiene nada de anti-científica ni fuera de razón, al conjunto de la historia de la Sociedad Teosófica.
¿Entonces cuántos casos no podemos suponer en que cada uno de nosotros habría hecho inconscientemente lo que era necesario que hiciese, pero que hubiera podido no ser hecho si una influencia exterior no nos hubiese impulsado a obrar?
¿Y cuántos de nuestros miserables errores, de nuestros pasos en falso, de nuestras condenables originalidades no han sido el simple resultado de un momentáneo abandono a nuestras malas tendencias, frutos de nuestro temperamento, de nuestra ignorancia, de nuestra debilidad moral o de la intolerancia de nuestros prejuicios?
¿Por qué los Maestros no protegieron a la Sociedad Teosófica?
Con frecuencia la gente se ha preguntado por qué los varios escándalos que hemos tenido que sufrir en la Sociedad teosófica como el de los Coulomb y otros menos graves, no habían sido previstos por los Maestros; por qué H.P.B. no había sido advertida de las intenciones de los traidores; y por qué no se concedió ningún apoyo cuando la crisis aparentemente fue más peligrosa, por qué no intervino ningún guía espiritual.
No hay para qué decir que semejantes preguntas suponen el absurdo de que los Mahatmas que creen en el Karma y regulan sus actos según la estricta aplicación de sus leyes, se hubiesen servido de nosotros como de fantoches manejados por hilos o como perritos amaestrados, a costa de nuestro Karma y de nuestros deberes personales.
(Observación de Cid: además del karma, los Maestros también explicaron que la Sociedad Teosófica tenía que ser puesta a prueba, pero desafortunadamente falló.)
Karma
Lo que hace falta en ciertos momentos de la evolución social, es probablemente que una cierta persona haga, escriba o diga una cierta cosa que traerá grandes consecuencias.
Si esto puede hacerse sin perjudicar al Karma del individuo, puede dársele un impulso mental que engendrará el encadenamiento de causa a efecto.
Así, los destinos de Europa están en las manos de tres o cuatro hombres que podrían encontrarse embarcados en el mismo buque. Una bagatela podría decidir la destrucción de un reino, transformar en azote una cierta raza, o dar comienzo a una era de paz y prosperidad.
Si fuese importante para el interés de toda la humanidad que una de estas cosas sucediese en ese momento dado, y si ningún otro medio pudiese traer tal resultado, se podría admitir la legitimidad de una sugestión mental exterior que precipitase la crisis.
O bien, para tomar un caso más sencillo, histórico además: había llegado el momento en que el mundo tenía necesidad de una clave conveniente para descifrar los jeroglíficos; grandes y preciosas verdades quedaban sepultadas en la literatura de la antigua civilización egipcia, y había llegado el tiempo de publicarlas nuevamente.
A falta de otro medio, un labrador árabe se siente impulsado a cavar en un sitio determinado, o a romper un cierto sarcófago antiguo; encuentra allí una piedra grabada o un papiro que vende al señor Grey en Tebas en el año 1820, o al señor Casati en Karnak o Luxor, que a su vez los transmiten a Champollion, a Young o a Ebers. Y estos hallan la clave que les permite descifrar documentos antiguos muy importantes.
Esos bienhechores ocultos de la humanidad nos tienden una mano fraternal y no fratricida.
O también un ejemplo personal: tengo la inspiración de comprar cierto diario un cierto día; leo cierto artículo que me decide a hacer una cosa muy natural. Ésta, poco después, me pone en relación con H.P.B., y de ello sale la fundación de la Sociedad Teosófica y todas sus consecuencias.
Yo no gano ningún mérito dando el primer paso, pero si éste produce un buen efecto, yo me doy por entero a él y trabajo con ardor altruista, entonces en realidad tomo parte en todo el bien que resulte para la humanidad.
Una vez he visto en Gales a pobres gentes que trataban de tocar las cestas de alimentos que otros más ricos llevaban sobre la cabeza como limosna para los monjes buddhistas.
Habiéndome informado, supe que un vivo sentimiento de simpatía les hacía participar del mérito adquirido por el acto de caridad. Saqué de esto más fruto que de un largo sermón, y después incluí esta idea en mi libro Catecismo Buddhista.
La solicitud del Sr. Aksakof
La semana pasada encontré entre mis papeles una carta antigua del honorable Alejandro Aksakof, de San Petersburgo. Aunque no es una de las que fueron quitadas de los sacos de correspondencia en viaje para Nueva York y remitidas a Filadelfia, puesto que aunque está fechada el 16 de abril de 1875, no pudo llegarme hasta después del fin de mi visita a H.P.B.
Esta carta tiene un post scriptum con lápiz, en la cuarta página, de la singular escritura de John King.
John King me dice que quien me escribe es realmente “un hombre honrado y sabio”, lo que todo el mundo reconoce ahora.
No puedo decir la fecha exacta en que esta carta me llegó, por haber perdido el sobre.
El señor Aksakof me dice en ella que después de haber leído mis cartas enviadas al periódico Daily Graphic y observado su efecto en los dos hemisferios, está convencido de que es necesario hacer estudiar de cerca los fenómenos espiritistas por los más grandes sabios.
Me pregunta si no podría yo organizar una comisión de esa clase y me comunica que eso se ha hecho en Rusia. Cuatro profesores de diferentes universidades han procedido a un estudio en común de los fenómenos y reconocido su autenticidad.
Esos sabios señores podrían, si yo lo desease, enviarme un llamamiento firmado por todos ellos, a sus colegas americanos para que hagan como ellos, y zanjar de una vez por todas el problema que más interesa al bien de la raza humana.
Era evidentemente el mismo motivo que me había decidido a emprender mis investigaciones en casa de los Eddy, pero veía que los obstáculos presentados por la obstinación ignorante y brutal de los médiums y de sus “guías” eran en realidad infranqueables, y lo indicaba así en mi libro.
Me hizo gracia leer una post-data fechada dos días más tarde, en la que el Sr. Aksakof, que mientras tanto había terminado de leer la versión rusa que H.P.B. hizo de mi libro, me decía que era bien evidente que ningún estudio científico era posible con gente como los médiums y me rogaba que considerase su proposición como no hecha.
Sin embargo las cosas no quedaron ahí; la correspondencia continuó y nos pidieron a H.P.B. y a mí que eligiéramos médiums dignos de fe para enviarlos a San Petersburgo, donde serían sometidos a pruebas por una comisión especial de profesores de la Universidad Imperial de San Petersburgo.
Aceptamos este encargo y apareció el anuncio en el Spiritual Scientist del 8 de julio de 1875, por lo que puedo deducir en el desorden en que los recortes de periódicos han sido puestos en nuestro Álbum de recortes vol. I.
De todos modos, una carta de Aksakof a H.P.B. abriendo así las negociaciones, se publicó en ese número:
“He aquí lo que le pido a usted [Madame Blavatsky], así como al Coronel Olcott, que tengan la bondad de hacer: ¿Tendría usted a bien traducir al inglés el llamamiento a los médiums aquí adjunto, entenderse con ellos y hacernos saber (a la Sociedad Imperial de Experiencias Físicas) cuál sería el mejor médium americano que pudiéramos hacer venir a San Petersburgo en interés de la causa? Nosotros quisiéramos, ante todo, médiums que puedan producir manifestaciones sencillas, pero fuertes, en plena luz. Hagan todo lo posible para procurarnos buenos médiums, pónganse en seguida en campaña y aconséjennos sin pérdida de tiempo. Recuerden que no hay problema con los gastos”, etc.
Naturalmente, esta carta nos trajo una cantidad de ofrecimientos, y pusimos a prueba personalmente los poderes de varios médiums que nos hicieron ver algunos fenómenos, por cierto sorprendentes y hermosos.
Algunos impostores se sirvieron de eso como pretexto para dar una sesión pública de pseudo-posesión en el teatro de Boston, un domingo por la noche de ese mismo mes de julio, haciéndose pasar por contratados para Rusia.
Los denunciamos en una carta enviada el 19 de julio de 1875 a todos los periódicos de Boston.
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