En el siguiente artículo el Dr. Archibald Keightley relata cómo fue el traslado en mayo de 1887 de Blavatsky que se encontraba viviendo en la ciudad de Ostende en Bélgica, hacia Londres en Inglaterra:
DE OSTENDE A LONDRES
Un punto de inflexión en el Movimiento Teosófico
A inicios de 1887, algunos miembros de la Sociedad Teosófica en Londres sentían que si la Teosofía no recibía un impulso vital, el nucleo quedaría confinado a solo unos pocos individuos que continuaban sus estudios teosóficos y continuarían haciéndolo.
Claro que muchos compartían esa opinión, pero escribo aquí sobre aquellos con quienes estuve en contacto. Se produjeron numerosas discusiones angustiosas sobre cómo despertar un interés vital en las verdades de la Teosofía y cómo reavivar la atención sobre la filosofía ética.
Esto era aún más necesario, pues en la opinión pública la Teosofía había estado inseparablemente ligada a los fenómenos. Todos sentíamos que trabajábamos a ciegas y que desconocíamos la verdadera base sobre la que se asentaba la enseñanza teosófica.
Obviamente, necesitábamos un líder que pudiera dirigir nuestros esfuerzos con inteligencia. Entonces, cada uno por separado, decidimos escribir a HP Blavatsky, quien se encontraba en ese entonces en Ostende, Bélgica.
Explicándole a la Fundadora de la Sociedad Teosófica y a la Mensajera de los Maestros la situación tal como la veíamos. Le pedimos que respondiera en una carta colectiva, aconsejándonos qué hacer.
Sin embargo ella respondió a cada uno individualmente, escribiendo cartas de ocho a doce páginas. Como resultado, todos le escribimos pidiéndole que viniera a dirigir nuestros esfuerzos.
Ella nos había comentado que estaba escribiendo La Doctrina Secreta y que debía terminarla antes de emprender otro trabajo. No obstante, le escribimos diciéndole que creíamos que era urgente su presencia directiva y que podría terminar La Doctrina Secreta en Londres tan bien o mejor que en Ostende.
Tras recibir su respuesta, que suscitaba objeciones, el Sr. Bertram Keightley fue a Ostende a finales de febrero o principios de marzo [de 1887] y trató el asunto con ella.
Ella aceptó ir a Londres a finales de abril, siempre que le encontráramos una casa en un lugar alejado de Londres donde pudiera trabajar tranquilamente.
Poco después de su regreso, yo también fui a Ostende de forma bastante inesperada. Naturalmente, fui a visitarla después de dejar mi equipaje en el hotel.
Madame Blavatsky me recibió con la mayor amabilidad, aunque antes de esa ocasión yo era casi un desconocido para ella. Insistió en que trasladara mis cosas a su casa y me quedara con ella durante mi estancia en Ostende.
En ese momento ella ocupaba el primer piso de la casa, con una criada suiza a su servicio y la condesa Wachtmeister para hacerle compañía.
De inmediato conocí la Doctrina Secreta. Con la solicitud de leer, corregir y extirpar, privilegio del que naturalmente no me aproveché.
En ese momento Madame Blavatsky no se había atrevido a salir de sus habitaciones desde noviembre del año anterior, y nunca salía de su escritorio y dormitorio al comedor hasta que las ventanas estaban cerradas y la habitación bien calentada, debido a que varios ataques de inflamación renal le habían advertido que el más mínimo resfriado era peligroso para la finalización de su trabajo.
Al finalizar mi visita, regresé a Inglaterra con la renovada seguridad de su llegada el 1 de mayo y con la promesa de regresar y ayudar a Madame Blavatsky en su viaje a Londres.
Apenas llevaba unas horas en Londres cuando uno de nuestros miembros, el Dr. Ashton Ellis, recibió un telegrama de la condesa Wachtmeister diciendo, según recuerdo su tenor, que Madame Blavatsky había sufrido otro ataque inflamatorio renal, que se encontraba en coma y que su vida corría grave peligro.
El Dr. Ellis fue a Ostende y la atendió. Me dijo que estaba sumamente sorprendido, al igual que quienes conocían su grave estado, de encontrarla recuperándose en pocos días.
Su estado era tan crítico que Blavatsky comenzó a organizar sus asuntos antes del ataque comatoso, quemando papeles y redactando un testamento para estar lista para el final.
Más tarde, ella misma me contó que su vida fue salvada por la intervención directa de su Maestro. Su resistencia se manifestó incluso en ese momento, pues en cuanto pudo levantarse de la cama, volvió a trabajar en la Doctrina Secreta .
A mediados de abril, el Sr. Bertram Keightley volvió a visitarla, y yo lo seguí alrededor del 25 o 26. Estábamos bastante consternados porque Madame Blavatsky dijo que no podía irse con el tiempo que hacía, especialmente debido a su reciente y grave enfermedad.
Pero su casero le dijo que debía irse, ya que las habitaciones estaban alquiladas. La condesa Wachtmeister había partido previamente a Suecia para atender asuntos urgentes allí, con la promesa de reunirse con Madame Blavatsky en Londres. Un amigo del Dr. Ellis se alojaba en la casa con nosotros y nos ayudó con la mudanza.
Llegó el día fatídico, y en lugar de ser soleado pero frío, como había sido el caso dos días antes, la mañana resultó fría y brumosa, con una llovizna constante que penetraba todo lo que tocaba, con el termómetro marcando unos 40 grados.
Pensabamos que Madame Blavatsky se negaría a moverse, y creíamos que ella tendría razón al hacerlo. Sin embargo esa mañana ella apareció en plena marcha, con los baúles empacados y todo listo. Llegó el carruaje y ayudamos a Madame Blavatsky a subir, y partimos hacia el muelle.
Cabe recordar que no había tenido una ventana abierta en su habitación mientras estuvo viviendo allí (y apenas la dejaba abierta cuando salía) durante seis meses.
Ella mantenía su habitación a una temperatura superior a 70 grados, creyendo que cualquier temperatura inferior la mataría. Además, estaba casi inválida por el reumatismo y apenas podía caminar, y era una constante víctima de la ciática.
Al llegar al muelle, encontramos la marea baja, y en consecuencia, solo había una estrecha pasarela que conducía en una pendiente muy pronunciada hacia la cubierta del vapor. Imaginen nuestra consternación.
Madame Blavatsky sin embargo no dijo nada, y simplemente agarrándose a la barandilla ella caminó lentamente y sin ayuda hacia la cubierta. Luego la llevamos a un camarote en cubierta, donde se desplomó en el sofá y solo entonces delató el dolor y el agotamiento causados por el esfuerzo.
El viaje transcurrió sin incidentes hasta Dover, salvo que por primera vez en su vida Madame Blavatsky supo lo que significaban los primeros síntomas del mareo y se sintió muy desconcertada.
En Dover la marea estaba aún más baja, y como resultado cuatro estibadores muy valientes tuvieron que subirla a la cubierta.
Entonces llegó la mayor dificultad, ya que el andén es bajo y los escalones del vagón del ferrocarril inglés eran altos. Se requirió el esfuerzo conjunto de todo el grupo (y también de los estibadores) para ayudar a Madame Blavatsky, en su estado de inválida, a subir al vagón.
El viaje a Londres transcurrió sin incidentes, y con la ayuda de una silla de ruedas y un carruaje, ella se alojó a salvo en la casa que le habíamos reservado.
En secreto yo temía que el viaje tuviera consecuencias graves, pero fuera cual fuera el motivo, ella parecía gozar de mejor salud durante un tiempo tras su llegada a Inglaterra, que durante los meses anteriores.
Al día siguiente de su llegada, ya estaba trabajando en la Doctrina Secreta a las 7 de la mañana, y no parecía muy contenta porque no había podido empezar antes debido a que no habían desempaquetado sus materiales de escritura la noche anterior.
A. KEIGHTLEY.
Nota del editor
Se le pidió al Dr. Keightley que presentara la breve reseña anterior acerca de un punto importante de nuestra historia, debido a que fue un punto de inflexión ya que resultó en el resurgimiento del centro teosófico londinense.
Una tarjeta postal enviada posteriormente por HPB al editor tras su llegada a Londres puede ser de interés y se incluye a continuación:
« Destinatario: William Q. Judge, Editor de la revista The Path, Nueva York, EE. UU., sellada el 7 de mayo de 1987.
Remitente: HPB, Maycot, Crownhill, Upper Norwood, Londres.
¡Por tu alma profética! ¿No sabías que la vieja HPB estuvo diecisiete días debatiéndose entre la vida y la muerte, atraída irresistiblemente por el encanto de esta última, y sujetada por la condesa Wachtmeister y algunos teósofos de Londres?
Un buen amigo intuitivo. En fin, salvada una vez más, y una vez más clavada en el lodo de la vida con mi nariz clásica.
Dos Keightley y Thornton (un querido y nuevo teósofo de verdad ) vinieron a Ostende, me cargaron con mis textos, riñones y piernas gotosas, y me llevaron (en parte en barco a vapor, en parte en silla de ruedas, y el resto en tren) hacia Norwood, en una de las cabañas en las que estoy ahora aquí viviendo —o más bien dicho vegetando— hasta que regrese la condesa.
¿Escribir aquí "mil palabras para tu revista"?
Lo intentaré, pero estoy vieja, muy desvencijada y débil; aún así bastante mejor después de la enfermedad mortal que me purificó, si no me llevó.
Con cariño y sinceridad, como siempre y para siempre. Tuya en el cielo y en el infierno.
'OL' HPB. »
(Este artículo se publicó en la revista The Path de noviembre de 1892, p.245-248)
El testimonio de Bertram Keightley
Acerca de ese traslado, el señor Bertram Keightley en un artículo relató lo siguiente:
« La primera vez que vi el manuscrito de La Doctrina Secreta fue en una visita que yo hice a Blavatsky en Ostende (una ciudad situada en Bélgica donde ella se encontraba en ese momento residiendo) a principios del año 1887. Fui a verla para instarla sobre la conveniencia de que mejor se viniera a establecerse en Londres con el propósito de formar un centro de trabajo activo para la causa de la Teosofía.
En total, seis de nosotros nos sentíamos profundamente insatisfechos con el derrumbamiento que parecía invadir a la Sociedad Teosófica en Inglaterra, y habíamos llegado a la conclusión de que solo Blavatsky podría brindar una ayuda eficaz para restaurar la animación suspendida del Movimiento teosófico e iniciar un trabajo activo y sabiamente dirigido.
Durante los pocos días que pasé en Ostende con Blavatsky, ella me pidió que revisara partes del manuscrito de su nueva obra, lo cual gustosamente consentí a hacer, y después de haber leído un poco, se hizo evidente que La Doctrina Secreta estaba destinada a ser por mucho, la contribución más importante de este siglo en lo que concierne a la literatura del Ocultismo; aunque incluso entonces el carácter ineludible y fragmentario de gran parte del trabajo me llevó a pensar que se necesitaría una revisión cuidadosa y una gran reorganización antes de que el manuscrito fuera apto para su publicación.
En una segunda visita que volví a hacer una o dos semanas después, esta impresión se confirmó mediante un examen más detallado del manuscrito, pero como Blavatsky luego aceptó venir a instalarse a Inglaterra tan pronto como se pudieran hacer los arreglos para su recepción, no se hizo nada más con respecto a ese manuscrito en ese momento.
Pero poco después de mi regreso a Inglaterra nos enteramos de que Blavatsky había caído gravemente enferma, y de hecho los doctores que la atendían consideraban que su vida ya estaba acabada, pero como de costumbre una vez más ella decepcionó a las profecías hechas por los médicos y se recuperó con una rapidez tan impresionante que poco después pudimos hacer los arreglos para que ella viniera a Inglaterra, y más precisamente a Upper Norwood en donde una casa de campo llamada Maycot había sido acondicionada para ser su residencia temporal.
La mudanza se realizó sin ningún problema adverso, aunque el trabajo de empacar sus libros, papeles y manuscrito fue una empresa verdaderamente terrible ya que ella siguió escribiendo hasta el último momento; y tan seguro como cada libro, papel o porción del manuscrito ya había sido cuidadosamente guardado en el fondo de alguna caja, así igualmente seguro que ella en algún momento lo necesitaría urgentemente e insistiría en que se desempacara la caja a toda costa.
Sin embargo, al final terminamos de empacar y llegamos a Maycot, y antes de que Blavatsky pasara dos horas en la casa, ella ya tenía sus materiales de escritura y estaba trabajando duro otra vez.
Su capacidad de trabajo era increíble; desde la madrugada hasta la noche ella seguía trabajando sentada en su escritorio, e incluso lo hacía cuando se encontraba de nuevo muy enferma y que la mayoría de las personas habrían estado tendidas indefensas en la cama, pero Blavatsky no porque ella se esforzaba por continuar resueltamente con la tarea que había emprendido. »
(“Reminiscencias de H.P. Blavatsky y la Doctrina Secreta” por la Condesa Constance Wachtmeister, apéndice I-1, p.89-95)
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