Arnold Krumm-Heller fue el fundador de la Fraternidad Rosacruz Antigua, y las experiencias que él tuvo con el espiritismo las narró en su Autobiografía:
Un año después de haber abandonado
Alemania recibí la súbita noticia de la muerte de mi santa madre. Aquel golpe
me anonadó; ¿cómo, después de haberla visto hacer tantos sacrificios por mí y
en los momentos en que podía recompensar en algo sus afanes se me arrebataba a
aquel ser?
Entonces se despertó en mi alma una
idea completamente nueva, que me vino a poner en conocimiento que los hijos
jamás sabemos apreciar los sacrificios de los padres para labrarnos un porvenir
que solamente a nosotros nos interesa; y que ni durante una vida pagamos
debidamente sus afanes, no cumplimos en lo absoluto ni con los deberes de
familia ni con los de humanidad siquiera, porque una noche de desvelo y zozobra
infinita, cuando nos velaba al lado de la cuna; una noche de insomnio y de
congojas que pasa durante los peligros de la niñez, esa personificación del
verdadero y único amor abnegado, no se paga con toda una existencia de
cuidados, de amor y de respeto hacia los que nos dieron el ser.
Yo renegaba, maldecía mi suerte...me
costó una enfermedad física la idea de que al regresar a mi patria encontraría
únicamente un pedacito de tierra, que cubría aquel cuerpo santo.
Al pasar por una librería vi una
obra de Allan Kardec. Entré a comprarla y me encerré para leerla; en ese momento era la tabla
de salvación que encontré en el océano de mis sufrimientos para aferrarme a
ella. Aquella filosofía no me era nueva; la había leído de estudiante, pero hasta
entonces llegaba a sentirla. Me convertí en un espiritista sincero; más aún,
fanático en cuanto a la belleza de sus doctrinas.
Me consolaba, me levantó el ánimo
aquella filosofía, pero desde el primer momento me chocó la práctica; jamás
llegué a evocar a aquel ser a quien tanto había amado, pues la intuición y la
razón me decían que aquella santa debía estar localizada en regiones
superiores, más puras, y que no hacía bien en atraerla a esta mísera tierra y
comunicarla, obligándola a hacer manifestaciones inferiores como mover las
patas de una mesa en los círculos espiritistas.
La lógica de la doctrina espirita me
convirtió en un espiritista convencido y, como la muerte de mí madre me había
insinuado en estas ideas, a ella la había inmortalizado en mí: cuando evocaba
sus recuerdos, sus consejos, la sentía vibrar en mí mismo; esa es la verdadera
comunicación espiritual.
Animado a propagar la filosofía que
me había consolado, fundé con varios amigos y redacté una revista que llamamos
“El Reflejo Astral”.
El espiritismo había sido en mí,
como en casi todos sus adeptos, cuestión de impresionalismo. Vi que tiene una
filosofía hermosa, argumentos sólidos, aspectos científicos cuyo estudio, he
visto más tarde, es más fácil bajo la luz del ocultismo.
Pero la práctica de la mediumnidad
además de ser ridícula es profundamente inmoral.
Aquí en México, funge como espíritu
familiar, en la mayoría de los centros, el Benemérito de la Patria Lic. Don
Benito Juárez, y da pena ver que esa gran lumbrera, que dirigió tan sabiamente
los destinos de este país, se vea encargado de buscar objetos perdidos.
Por fortuna que el espíritu de
Juárez sólo existe en la imaginación de las personas ignorantes, que faltos de
conocimientos de las leyes que rigen los fenómenos psíquicos, pueden en la
mayor parte de las ocasiones poner en relieve su irreflexión, pero no evocar
como se debe.
Yo, y conmigo millares de iniciados
en el ocultismo, no negamos la realidad y posibilidad de todos los fenómenos
que pregona el espiritismo, y en mi primera conferencia veréis mis opiniones a
este respecto; la diferencia que existe entre los espiritas y los ocultistas,
es que los primeros se valen de medios o instrumentos para ponerse en contacto
con el plano astral (de los espíritus) y nosotros somos todos médiums pero no
pasivos, inconscientes ni manejados por guías, sino activos, conscientes, que
en vez de tratar de atraer los seres (salvo casos especiales) nos trasladamos
conscientemente donde están ellos.
(Nota de Cid: estos aspectos negativos del espiritismo hicieron que Krumm-Heller se alejara del espiritismo, y posteriormente él conoció a un señor que decía ser martinista pero cuyas actividades eran espiritistas.)
Como galantemente me había ofrecido
su casa, a las pocas noches fui a verle. En su salón encontré reunidos a varios
conocidos que nunca me habían hablado de él.
La conversación versaba sobre los
Mahatmas, unos grandes maestros que vivían en la cima del Himalaya, pero
que desprendiéndose de su cuerpo material se aparecían en forma vaporosa al
llamado del adepto iniciado.
Después que unos habían negado el
hecho, otros lo habían ridiculizado, y el reto dado para probar la existencia
de estos seres, el maestro pues así llamaremos al Sr. C. desde ahora, tomó una
espada, trazó en el centro de la pieza el Pentaclo de Salmón (de que hace uso
Goethe en el Fausto), pronunció una fórmula para nosotros incomprensible, y nos
rogó formar una cadena tomándonos de las manos.
Apenas lo habíamos hecho cuando
sentimos una detonación en la pieza vecina, como una especie de explosión de
aire; la puerta gira sola sobre sus goznes como empujada por manos
invisibles...en el centro de la sala vemos de frente a un fantasma; un ser
vaporoso, pero compacto, avanza hasta tocarnos. Los pelos se me erizaron de
punta y si no es por el temor de aparecer como miedoso me hubiera desmayado.
Pero a pesar del miedo inusitado, me
sentía feliz al palpar por primera vez una materialización perfecta de un
maestro de lo invisible. En mi corazón se levantaba un grito de júbilo. Yo había
pertenecido a los débiles que creen sin saber; y ahora ya era fuerte, pues
creía sabiendo.
(Observación de Cid: no pienso que esa aparición y las siguientes que presenció Krumm-Heller hayan sido de verdaderos
Maestros y me inclino más a considerar que fueron apariciones similares a las
que experimentan los espiritistas con los elementarios.)
No tengo la autorización del maestro
para escribir todo lo que vimos esa noche y las innumerables noches de los muchos
años siguientes. Pero por ese medio traía objetos desde gran distancia, que
caían en la pieza sin saber de donde. Y las apariciones que pudiesen ser objeto
de nuestra ilusión o efecto de hipnotismo o sugestión colectiva, fueron
innumerable número de veces fotografiadas sugestionándose la placa fotográfica,
lector incrédulo.
Una de tantas noches, se trataba
entre los asistentes a la reunión si acaso todos los hombres tienen cuerpo
doble o astral o si aquello era sólo predominio de unos cuantos himalayénses.
El maestro coge la espada, y sin más
ceremonias de las que estábamos acostumbrados, evoca y nos trae a la pieza a un
señor que la mayoría conocíamos. Le dio algunas órdenes, que cumplió al día
siguiente como autómata, y estos seguro que si le hubiese ordenado un asesinato
lo habría hecho, estando a muchas leguas de distancia de nosotros.
Muchos años tuve la dicha de
contemplar las maravillas de ese maestro.
Siguiendo la idea predominante en
los espiritas que la difunden sin saber lo que hacen, tenía yo una idea
preconcebida en cuanto a las sociedades secretas; pero yo quería la luz para
todo el mundo, nada de monopolio, nada de privilegios.
(Esto está en el prologo de su libro “Conferencias Esotéricas”)
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