(Este es el capítulo 9 del libro de Alfred Sinnett "Incidentes en la Vida de Madame Blavatsky", y añadí subtítulos para facilitar la lectura.)
Blavatsky inicialmente se mantuvo alejada de los ingleses
A juzgar por los criterios habituales del sentido común, la larga estancia de Madame Blavatsky en los Estados Unidos no fue una buena preparación para su residencia en la India. Sin embargo su misión teosófica parece haber tenido como objetivo a la India desde el inicio.
Es posible por lo tanto que su distanciamiento de la población inglesa de la India en primer lugar debido a los prejuicios irrazonables que la dominaban al llegar, pudo haber servido a la causa que tenía en mente más de lo que la desfavoreció.
Lamentablemente aún no existe un buen entendimiento entre las dos razas que hay en la India [la india y la occidental]. Cada una ve los peores rasgos del carácter de la otra y aprecia mal los mejores.
Creo que la responsabilidad de ese estado de cosas estaría muy repartida, pero en cualquier caso es posible que al querer ganarse la cordial buena voluntad de los nativos, la Sra. Blavatsky no se viera tan impedida como a veces me he inclinado a pensar, al comenzar en términos que casi podría decirse que fomentaron la mala voluntad de los europeos.
El sentimiento de antagonismo racial, fácilmente expresado, puede haber puesto a los nativos aún más de su lado cuando se vio que no tenía relaciones íntimas o amistosas con la comunidad anglo-india.
Sea como fuere, la Sra. Blavatsky llegó a la India para plantar la Sociedad Teosófica en el terreno donde estaba destinada principalmente a florecer, armada para su tarea (para bien o para mal, como queramos considerarlo) con un floreciente acervo de ideas erróneas sobre las condiciones sociales del país.
Madame Blavatsky no tenía ninguna inclinación a preocuparse prácticamente por la política, y de hecho, en materia política, aunque malinterpretaba enormemente el verdadero carácter del gobierno inglés en aquel entonces, tenía menos prejuicios que en otros aspectos, pues, en cualquier caso reconocía constantemente la teoría de que por malo que fuera el gobierno inglés era inconmensurablemente lo mejor que la India podía adquirir en su actual estado de situación, en comparación con la era de la antigua grandeza aria.
Pero sus simpatías siempre estaban dispuestas a encenderse en defensa de los agravios indígenas individuales, y dado que los organismos de defensa de los intereses indígenas en la India tienden a difundir historias con demasiada prisa, si parecen estar impregnadas de agravios indígenas, la Sra. Blavatsky que al inicio vivió casi exclusivamente en la sociedad nativa, absorbió muchas ideas al establecerse por primera vez en el país, lo que solía ser motivo de acaloradas discusiones entre ella y yo cuando la conocí.
Los primeros meses de Blavatsky en la India
Esta amistad se forjó a finales de 1879, cuando Blavatsky llegó a Bombay acompañada por el coronel Olcott y dos personas que en un principio, se suponía que eran teósofos, pero que abandonaron la Sociedad pronto en circunstancias que constituyeron el primero de una larga serie de problemas que han acompañado el progreso del movimiento teosófico.
Nunca conocí a ninguno de ellos, pero no parecen haber sido personas a quienes alguien con un criterio más sensato, en el lugar de la Sra. Blavatsky, habría traído como compañeros en una empresa como la que ella tenía entre manos.
Los cuatro viajeros extrañamente diversos se establecieron en uno de los barrios nativos de Bombay, y como era natural eran objeto de sospecha ante las autoridades. Sus movimientos por el país y en los estados vecinos no eran del tipo que las costumbres comunes de los europeos justificarían, y como era lógico en un país donde los grandes intereses deben protegerse de posibles intrigas extranjeras, fueron puestos bajo vigilancia.
Pero los ingleses no son diestros en los trucos de la vigilancia policial, (no más en la India que en cualquier otro lugar) y la vigilancia puesta sobre los movimientos de Madame Blavatsky y el coronel Olcott era absurdamente evidente para las personas que de haber sido realmente necesario, nunca deberían haber tenido permitido sospecharlo.
Madame Blavatsky se inquietaba por la sensación de insulto que este espionaje le infligía, con la intensidad del sentimiento que transmite a todo.
Por mi parte, yo solía decirle a menudo, cuando nos reíamos después del relato de sus aventuras, que compadecía mucho más al infeliz oficial de policía que la espiaba, que a ella misma. Debido a que ella perseguía a este oficial con sarcasmos todo el tiempo que él, en el cumplimiento de su fastidioso deber, la seguía en sus vagabundeos erráticos.
Ella le ofrecía maletas o cartas para que las examinara y le expresaba sus condolencias por el miserable destino que lo condenaba a desempeñar el papel de mouchard [soplón en francés].
Sospecho, por lo que oí en Simla en ese momento, que el Gobierno de Bombay debe haber recibido por parte de las autoridades superiores comentarios que no fueron nada elogiosos sobre la forma en que llevaron a cabo ese asunto.
De todos modos, el error relativo a los objetivos de los teósofos se descubrió rápidamente, y el gobierno local recibió instrucciones de no preocuparse más por ellos.
Sinnett conoce a Blavatsky
Yo había mantenido correspondencia con el coronel Olcott y la Sra. Blavatsky, en parte sobre este asunto, durante el verano.
Su llegada a la India había sido anunciada con algunos párrafos periodísticos que indicaban vagamente que la Sra. Blavatsky era una persona maravillosa, relacionada con un desarrollo moderno de la "magia", y yo había visto su gran libro "Isis Develada" que naturalmente despertó mi interés por la autora.
A partir de unas observaciones publicadas en el periódico Pioneer, del que yo era editor por aquel entonces, surgieron las primeras comunicaciones entre nosotros.
De acuerdo con los arreglos hechos por carta durante el verano, ella vino a Allahabad a visitarnos a mi esposa y a mí en nuestra casa de invierno en esa estación en diciembre de 1879.
Recuerdo bien la mañana de su llegada, cuando fui a la estación de tren a recibirla. En aquellos tiempos los trenes de Bombay llegaban a Allahabad muy temprano, y aún era la hora del chota hazree (el desayuno) cuando llevé a nuestros invitados a casa.
A juzgar por sus últimas cartas, era evidente que ella había estado aprensiva, por temor a que nos hubiéramos formado una idea ideal de ella que la realidad haría añicos, y se había pintado imprudentemente como una mujer tosca, vieja, "hipopótamo", no apta para la sociedad civilizada; pero lo hizo con un humor tan vivo que la traición a su brillante inteligencia que esto implicaba deshizo con creces el efecto de sus advertencias.
Sus modales rudos, de los que tanto nos habían hablado, no resultaron muy alarmantes, aunque recuerdo haberme reído a carcajadas cuando el coronel Olcott, tras una o dos semanas de visita, informó con gravedad que Madame Blavatsky se había mostrado "muy contenida" hasta el momento.
Esta no era la impresión que mi esposa y yo nos habíamos formado de ella, aunque ya habíamos aprendido a encontrar su conversación más que interesante.
No me atrevería a decir que nuestros nuevos amigos causaron una impresión favorable en general a los antiguos en Allahabad. La sociedad anglo-india está fuertemente influenciada por las ideas convencionales, y Madame Blavatsky se apartaba demasiado de las normas aceptadas en una gran variedad de aspectos como para ser asimilada fácilmente en los círculos anglo-indios.
Al mismo tiempo, las amistades que hizo entre nuestros conocidos mientras vivía bajo nuestro techo eran las más valiosas, y todos los que llegaron a conocerla, dotados de la facultad de apreciar la conversación brillante y versátil, las anécdotas chispeantes y las cualidades de primera clase en la mesa, la elogiaban con entusiasmo y ansiaban su compañía.
Sus cualidades en la mesa, por supuesto se entenderá, no incluían las de una buena vivant, pues su aversión al alcohol en todas sus formas equivalía a una especie de manía, y la llevaba a veces a ser vejatoria en sus ataques incluso contra el consumo más moderado de vino por parte de los demás.
Un ejemplo, dicho sea de paso, de cómo Madame Blavatsky es constantemente objeto de las más extravagantes falsedades lo ofrece una declaración que según tengo entendido, hizo recientemente en Londres un ex anglo-indio.
Él o ella —me alegra decir que no sé quién es, ni busco saberlo— le dijo a mi informante que había visto a Madame Blavatsky ebria en Simla. Pero como yo sé que Madame Blavatsky es una abstemia total, y no solo por principios (debido a su formación ocultista) sino también por predilección —de hecho, como ya he descrito: por un horror absoluto que ella tiene hacia el alcohol—, y como nunca Madame Blavatsky ha residido en Simla bajo otro techo que no sea el mío y el de otro individuo bajo el cual yo mismo fui huésped al mismo tiempo, esa declaración me parece exactamente como si afirmara que durante su visita a Simla, Madame Blavatsky tenía dos cabezas, como el famoso «Ruiseñor».
El carácter de Blavatsky
Quiero dar a mis lectores una idea de Madame Blavatsky, tal como la conocí, lo más completa posible, y no dudaré en añadir algo a la imagen.
Su primera visita no fue un éxito rotundo en todos los aspectos. Su excitabilidad, a veces divertía, a veces irritaba, y ella desahogaba su impaciencia, si algo la molestaba, con vehementes diatribas a viva voz dirigidas contra el coronel Olcott, quien por aquel entonces se encontraba en una etapa temprana de su aprendizaje en lo que ella a veces llamaba irreverentemente el "ocultismo".
Nadie con un mínimo discernimiento podría dejar de ver que sus modales toscos y su desprecio por los convencionalismos eran resultado de una rebelión deliberada contra las costumbres de la sociedad refinada, y no de su ignorancia o desconocimiento de ellas.
Aun así la rebelión era a menudo muy decidida, y a veces coloreaba su lenguaje con improperios de todo tipo, algunos ingeniosos y chistosos, otros innecesariamente violentos, que todos hubiéramos preferido que ella no usara.
Ciertamente ella carecía de los atributos superficiales que cabría esperar de una maestra espiritual; y cómo podía ser al mismo tiempo lo suficientemente filósofa como para haber abandonado el mundo en aras del progreso espiritual, y sin embargo ser capaz de entrar en frenesíes de pasión por molestias triviales, fue un profundo misterio para nosotros durante mucho tiempo, y solo ahora es parcialmente explicable, de hecho, en mi propia mente, por cierta información que he recibido sobre curiosas leyes psicológicas bajo las que los iniciados en los misterios ocultos, en las circunstancias en que se encuentra, inevitablemente caen.
(Nota de Cid: el maestro Kuthumi explicó que ese estado de Blavatsky se debía por el precipitado entrenamiento iniciático que ella había recibido, ver link.)
Poco a poco, y a pesar de sí misma —a pesar de sus imprudentes procedimientos que durante mucho tiempo mantuvieron vivas sospechas que fácilmente podría haber disipado, si hubiera mantenido la calma suficiente para comprenderlas—, llegamos a apreciar la realidad de las fuerzas ocultas y los agentes invisibles que la cubrían.
No es necesario que me explaye aquí sobre las maravillas ocultas que la Sra. Blavatsky realizó durante sus diversas visitas a Allahabad y Simla. La mayoría de ellas están registradas en mi libro "El Mundo Oculto".
Las que tuvieron lugar durante su primera visita no fueron de gran importancia, y algunas estaban tan poco protegidas por las condiciones requeridas para garantizar su autenticidad que resultaron ser inútiles.
Mi esposa y yo fuimos pacientes observadores, y al no precipitarnos en las conclusiones, a la larga obtuvimos la satisfacción deseada; pero los invitados, especialmente si eran de temperamento muy materialista, consideraban cualquier acto aparentemente anormal de la Sra. Blavatsky como un simple juego de manos, y difícilmente le ocultaban estas impresiones.
El resultado en tales casos era un final tormentoso para nuestra velada después de que los invitados se marcharan debido a que Madame Blavatsky al ser sospechada de ser una impostora que engañaba a sus amigos con artimañas, eso la picaría en cualquier momento con una picazón de escorpión y provocaría un torrente de argumentos apasionados sobre la crueldad y la falta de fundamento de tal imputación, cuya violencia realmente habría tendido en la mayoría de los oyentes, a confirmar las sospechas en lugar de disiparlas.
El recuerdo de esa época me proporciona una variada colección de retratos de Madame, tomados en diferentes estados de ánimo. Algunos la recuerdan enrojecida y locuaz, declamando a gritos contra alguna persona que la había juzgado mal a ella o a su sociedad; otros la muestran tranquila y sociable, desbordando una charla interesante sobre antigüedades mexicanas, Egipto o Perú, mostrando un conocimiento del más variado y profundo tipo, y una memoria para nombres, lugares y teorías arqueológicas que trataba, que fascinaba a sus oyentes.
Por otro lado, la recuerdo contando anécdotas de su vida anterior, misteriosas aventuras o historias de la sociedad rusa, con tanta precisión, vivacidad y precisión, que por un instante deleitaba a todos los presentes.
Su edad
Nunca pude determinar con claridad su edad en ese momento, y en parte eso me indujo a sobreestimarla en varios años debido a su aspecto, pues la dura vida que ella ha llevado ha influido en su complexión y rasgos, y en parte a su propia vaga referencia a períodos remotos del pasado.
Siempre le ha disgustado decir su edad con exactitud, lo cual no se debe a la vanidad que prevalece en algunas damas, sino a una vergüenza oculta.
Los iniciados en lo oculto consideran que la edad del cuerpo en el que una entidad humana puede residir o funcionar es a veces un dato muy engañoso, y creo que a los chelas [discípulos] bajo estrictas reglas, se les prohíbe decir su edad.
En el caso de la Sra. Blavatsky, el problema se complicó un poco por el hecho de que en los pocos años previos a mi primer contacto con ella, ella había alcanzado proporciones algo desproporcionadas.
Reunión en el Salón Mayo
El Sr. A.O. Hume, cuyo nombre se ha mezclado con frecuencia de diversas maneras, tanto con los inicios del movimiento teosófico en la India como con algunas de sus últimas fases, se encontraba en Allahabad cuando Madame Blavatsky llegó por primera vez, ocupando un puesto temporal en la Junta de Ingresos de la Provincia Noroccidental de la India (NWP), y mostró gran interés por nuestra notable invitada.
Una tarde, él presidió una reunión pública celebrada en el Salón Mayo para brindar al Coronel Olcott la oportunidad de pronunciar un discurso sobre Teosofía.
Un fragmento de su breve discurso en esa ocasión podría ser incluido aquí, pues ilustra con un lenguaje elegante cómo en aquel entonces se estaba abriendo ese tema:
« He recopilado lo siguiente sobre la Sociedad: que un objetivo primordial y fundamental de su existencia es la institución de una especie de hermandad en la que, superando cualquier distinción de raza, nacionalidad, casta o credo, todos los hombres buenos y sinceros, todos los que aman la ciencia, todos los que aman la verdad, todos los que aman a sus semejantes, puedan reunirse como hermanos y trabajar codo con codo en la causa de la ilustración y el progreso.
Si esta noble idea germinará y se convertirá en una realidad práctica; si este glorioso sueño, compartido por tantas de las mentes más brillantes de todos los tiempos, está destinado a emerger de las tinieblas de la utopía a la plena luz del día en las regiones de la realidad, nadie pretende decidirlo.
Muchos y maravillosos son los cambios y desarrollos que el pasado ha presenciado; las imposibilidades de una época se han convertido en las verdades de la siguiente; ¿y quién se atreverá a predecir que el futuro no deparará tantas sorpresas a la humanidad como el pasado, y que esta no será una de ellas?
Sea grande o pequeño el éxito de quienes se esfuerzan por alcanzar este gran ideal, algo sabemos: ningún esfuerzo honesto por el bien del prójimo es infructuoso.
Puede que transcurra mucho tiempo antes de que ese fruto madure; los trabajadores pueden haber fallecido mucho antes de que el mundo perciba la cosecha por la que trabajaron; es más, puede que el mundo en general nunca comprenda lo que se ha hecho por él, pero la buena obra en sí permanece, imperecedera, eterna.
Quienes la realizaron han sido necesariamente purificados y exaltados por tales esfuerzos; la comunidad en la que vivieron y trabajaron se ha beneficiado inevitablemente, directa o indirectamente, y a través de ella, el mundo en general.
Por esta razón, si no por otra, debemos simpatizar con los teósofos. »
Los teósofos de aquella época tenían todos sus problemas por delante en un futuro insospechado, y el movimiento parecía avanzar alegremente con muchas manos amigas tendidas para ayudarlo, y solo pequeñas disputas entre los miembros en la sede de Bombay perturbaban la paz de sus líderes.
Pero el temperamento de Madame Blavatsky siempre magnificaba la molestia del momento, fuera cual fuera, hasta eclipsar todo su cielo.
El coronel Olcott habló en la reunión que el Sr. Hume inauguró con las observaciones que acabamos de citar, pero una de sus oyentes, en cualquier caso —su distinguida colega— no quedó del todo satisfecha con su discurso, y tan pronto como salimos del recinto del Hall en nuestro viaje de regreso, ella abrió fuego contra él con extremada amargura.
Al oírla hablar sobre este tema a intervalos durante la noche, uno podría haber pensado que sus aspiraciones se habían visto comprometidas, aunque la reunión y el discurso, en los que no recuerdo que hubiera nada extraño, no fueron importantes para el progreso de la Sociedad Teosófica en grado alguno.
El coronel Olcott soportó todas estas rabietas con admirable fortaleza, tomándolas como una prueba más que debía atribuirse a su discipulado oculto; y a pesar de todo este comportamiento exasperante, Madame Blavatsky tenía sin embargo una extraña facultad para ganarse el afecto.
Su naturaleza era sumamente cálida y afectuosa, como lo es todavía y debe seguir siendo mientras viva, a pesar de las crueles decepciones y pruebas, la enfermedad y el sufrimiento de años posteriores, el profundo arrepentimiento que ha sentido por errores irremediables que han comprometido el éxito de su causa, y la apasionada sensación de injusticia que la enfurece, mientras el mundo ineducado escucha complaciente los cuentos de sus detractores, o mientras los periódicos frívolos se burlan de las maravillosas historias que se cuentan sobre ella, como si fuera una charlatana o una impostora.
Así, el prestigio de su poder oculto, por incierto y caprichoso que se haya vuelto últimamente, la inviste de tal interés para quienes han emergido del pantano de la mera incredulidad materialista que la rodea, que cualquiera con tendencia al misticismo tiende a sentir cierta reverencia por sus atributos, a pesar de la extraña y poco atractiva fachada con la que a veces los rodea.
Así, de una manera u otra, un gran número de personas en la India que llegaron a conocerla a través de nosotros, aprendieron a considerarla con un sentimiento muy amistoso, a pesar de sus modales rudos y su personalidad tormentosa.
Segunda visita de Blavatsky en Simla
La Sra. Blavatsky nos visitó de nuevo en Simla en el otoño de 1880, cuando tuvieron lugar la mayoría de los fenómenos descritos en "El Mundo Oculto".
Ella entonces estaba mucho más dispuesta que en su primera llegada a la India a conseguir la simpatía y el apoyo de los europeos para el movimiento en el que ella participaba.
Ella había aprendido la lección que los mejores defensores de los intereses indígenas en la India siempre deben aprender tarde o temprano (si entran en contacto con la realidad de la situación) que para cualquier trabajo práctico, los indígenas necesitan la guía europea.
Incluso cuando la tarea en cuestión tiene que ver con el resurgimiento de la filosofía india, su administración languidece cuando se confía demasiado exclusivamente a la dirección indígena.
Por lo tanto, la Sra. Blavatsky llegó a Simla preparada para atraer la simpatía de la sociedad europea. Ella protestaba contra las tonterías de la "Sra. Grundy" —frases favoritas que a menudo pronunciaba—, pero para defender su causa incluso se dignaba a quitarse de vez en cuando la bata de franela roja con la que prefería vestirse, y sentarse vestida de seda negra entre los desagradables aromas de champán y jerez.
Claro que más allá de un círculo muy reducido, las maravillas que obraba eran completamente ineficaces para despertar ese fervor por la investigación inteligente de las leyes psíquicas superiores de la naturaleza en virtud de las cuales se realizaban.
Reflexión sobre los fenómenos que Blavatsky produjo
Nadie podía comprender a Madame Blavatsky sin estudiarla a la luz de la hipótesis —aunque solo se considerara como tal— de que ella era la agente visible de humanos superiores ocultos desconocidos.
Había mucho en su carácter superficial, tal como lo he descrito, que repelía la idea de que fuera una moralista exaltada que intentaba guiar a la gente hacia una vida espiritual superior.
La excitación interna, sobreinducida por el esfuerzo por lograr cualquiera de sus hazañas ocultas, la volvía además demasiado apasionada al repudiar sospechas que no podían sino ser estimuladas por tales protestas suyas.
Consciente de su fracaso muy a menudo para hacer más que dejar a la gente a su alrededor perpleja y vagamente preguntándose cómo hacía sus "trucos", ella abjuraba constantemente de todo intento y profesaba resoluciones violentas de no producir más fenómenos bajo ninguna circunstancia para una generación burlona, sin discernimiento y materialista.
Pero aun así a menudo ella se veía impulsada por su amor a manejar las extrañas fuerzas a su disposición, a caer en sus viejos errores, a precipitarse a la realización de alguna nueva hazaña cuando sentía el poder sobre ella, sin detenerse a pensar en las cuidadosas condiciones por las que debería estar rodeada, si pretendía hacer más que agravar la desconfianza que la conducía a frenéticos ataques de sufrimiento e ira.
Una vez, sin embargo, la reconocimos como la representante voluble y defectuosa, aunque leal y brillantemente dotada, de superiores ocultos en el fondo, haciendo a través de ella un experimento sobre las intuiciones espirituales del mundo en el que se movía, y toda la situación se resolvió, la aparente incoherencia de su carácter y actos se explicó, y los mejores atributos de su propia naturaleza fueron apreciados adecuadamente.
En los últimos años, las disputas sobre la autenticidad de los fenómenos de Madame Blavatsky han generado tanta exasperación y problemas que la opinión general de los teósofos ha condenado la política que asociaba tales manifestaciones con el intento de recomendar al mundo exterior la exaltada filosofía espiritual de la «Doctrina Esotérica».
Es fácil ser prudente a posteriori; ahora es fácil ver que en cualquier caso, en Europa donde la simpatía por ideas nuevas o desconocidas se puede cultivar mejor mediante métodos puramente intelectuales, la postura teosófica tal como la entienden ahora sus representantes más devotos, sería más sólida sin el testimonio de los fenómenos de Madame Blavatsky que con él.
Aun así estoy muy lejos de pensar que la idea de despertar la atención del mundo respecto a las posibilidades que tienen todos los hombres de elevar y expandir considerablemente su propia naturaleza y capacidades internas mediante el estudio ocultista, mediante el despliegue de algunos de los poderes que dicho estudio era capaz de generar, fuera en sí misma una idea imprudente.
Es evidente, por supuesto, que la Sra. Blavatsky tiene la responsabilidad de haber aplicado a menudo mal esa idea; y también es evidente que ella está sufriendo las consecuencias inmediatas de la ignominia que se ha acumulado sobre ella últimamente.
Pero una observación fría de la situación mostrará que a pesar de todos sus errores, ella ha infundido en la corriente del pensamiento mundial un torrente de ideas relacionadas con las posibilidades de la evolución espiritual del hombre, con las que muchos pensadores trabajan ahora con profundo desprecio, por no decir ingratitud, hacia la fuente de la que provienen.
Los fracasos y errores de la Sra. Blavatsky saltan a la vista de todos; se anuncian en todos los periódicos que la ridiculizan como impostora, y se proclaman (por la ironía del destino) en los procedimientos de una Sociedad que ha mancillado su propio nombre al investigar un episodio de su carrera, como si los desarrollos psíquicos fueran pura ferretería y la profundidad de los misterios de la naturaleza pudiera expresarse —por un observador suficientemente agudo— en décimas de pulgada. Pero sus éxitos solo son evidentes para quienes tienen ojos para ver y un entendimiento iluminado para comprender.
Y así como la historia de la obra de Madame Blavatsky es una página coloreada por fiestas; su personalidad, su carácter externo, es igualmente variado.
He hablado bastante de su impetuosidad e indiscreciones en el habla y los modales, y de cómo, si se le permite, ella se enfurece durante horas por nimiedades que un temperamento más flemático, por no decir más filosófico, apenas se preocuparía por notar.
Pero debe entenderse que casi en cualquier momento, una apelación a su intelecto filosófico la desviará a otro canal de pensamiento, y entonces, igualmente durante horas, cualquier compañero apreciativo podrá extraer de su conocimiento sobre las religiones y la mitología orientales, la sutil metafísica del simbolismo hindú y budista, o la propia doctrina esotérica, en la medida en que en años posteriores algunos aspectos de esta se han abierto al público.
Aun en medio de lamentaciones apasionadas —apropiadas en vehemencia para una catástrofe que podría haber arruinado los frutos de toda una vida—, ante alguna burla ofensiva en un artículo de periódico o una carta, una alusión a algún problema sin resolver en la cosmogonía esotérica, o una mala interpretación por parte de un orientalista europeo de alguna doctrina oriental, desviará el flujo de su intensa actividad mental y barrerá todo recuerdo de la molestia actual, por el momento, de su mente.
La actividad de Blavatsky en la Sociedad Teosófica
El registro de la residencia de la Sra. Blavatsky en la India está por supuesto íntimamente ligado a la historia de la Sociedad Teosófica, a la que ella dedicó todas sus energías, directa o indirectamente; e indirectamente solo en la medida en que durante ese período se vio obligada a realizar la obra literaria que pudo para revistas rusas para ganarse la vida y complementar los escasos recursos con los que se mantenía la sede de la Sociedad Teosófica.
The Theosophist, la revista mensual dedicada a la investigación ocultista, que ella fundó en el otoño de su primer año en la India, se financió desde el principio y gradualmente llegó a obtener una pequeña ganancia, a pesar de que su administración era totalmente gratuita y todo su trabajo, en todos los departamentos, lo realizaba el pequeño grupo de teósofos de la sede.
Mientras que los críticos burlones del movimiento teosófico en los periódicos sugerían de vez en cuando, que los fundadores de la Sociedad Teosófica estaban haciendo un muy buen negocio con las "cuotas de iniciación" y viviendo del tributo de los fieles.
La Sra. Blavatsky estaba realmente en su escritorio desde la mañana hasta la noche, trabajando arduamente en artículos en ruso, que escribía únicamente para el pequeño ingreso que podía obtener de esa manera, y con los cuales, en un grado mucho mayor que con los recursos propios de la Sociedad Teosófica, se sostenía la sede central y el movimiento se mantenía en marcha.
Con esta enérgica promoción, la Sociedad continuó progresando constantemente. El coronel Olcott viajó por el país con infatigable perseverancia, fundando nuevas filiales en todas direcciones.
Su visita en Sri Lanka
La propia Sra. Blavatsky acompañó al coronel Olcott junto con otros a Ceilán durante el frío de 1880-81, donde el grupo teosófico fue agasajado por un numeroso y entusiasta público nativo. El movimiento echó raíces en la isla de inmediato y floreció con extraordinario vigor.
Aquí, por supuesto, la abierta declaración de Madame Blavatsky de que el budismo es su religión fue todo a su favor, aunque había sido más bien en su contra en la India, ya que los hindúes exotéricos y los budistas no simpatizan en absoluto, aunque las doctrinas esotéricas de los iniciados de ambas escuelas son prácticamente idénticas.
Los cingaleses acogieron con alegría una pista que les mostraba cómo crear escuelas en las que sus niños pudieran aprender los principios básicos de la educación secular sin entrar en contacto con misioneros europeos.
Visita de Sinnett a Blavatsky
Durante el otoño de 1881 regresé a la India tras una visita a Inglaterra, y al desembarcar en Bombay, pasé unos días con la Sra. Blavatsky en la sede de la Sociedad Teosófica, entonces establecida en Breach Candy, en un bungalow llamado "The Crow's Nest" (el Nido del Cuervo) encaramado en una pequeña eminencia sobre la carretera.
Supe que ese lugar llevaba un tiempo desocupado, desacreditado por la reputación de albergar serpientes y fantasmas, pero ninguno de esos inconvenientes alarmó demasiado a los nuevos inquilinos.
La construcción estaba dividido en dos partes: la inferior, destinada a los servicios de la Sociedad Teosófica y al alojamiento espartano del coronel Olcott; y la superior, a la que se accedía por una escalera cubierta, que correspondía a la ladera de la colina, a la Sra. Blavatsky y al trabajo de oficina de la revista The Theosophist.
También había una habitación libre en esa parte superior, todas ellas en una sola planta, que daba a una amplia terraza cubierta que constituía la residencia de la Sra. Blavatsky. La sala de estar, comedor y recepción de Blavatsky, todo en uno.
Al fondo, se abría un pequeño escritorio.
En general, estaba alojada con más comodidad de lo que esperaba, conociendo su profundo desprecio por los lujos de la civilización europea; pero el establecimiento tenía una organización más autóctona que anglo-india, y la terraza cubierta recibía visitas constantes de teósofos nativos, admiradores que venían a presentar sus respetos a Madame Blavatsky, durante todo el día y hasta altas horas de la noche.
A ella le gustaba reunir a media docena o más de ellos a su alrededor para hablar sobre cualquier tema relacionado con los asuntos de la Sociedad Teosófica que pudiera surgir de forma inconexa y sin rumbo, lo que solía resultar bastante molesto para sus amigos europeos.
El último inconveniente, la pequeña dificultad o molestia (fuera cual fuera) que se presentaba, llenaba su horizonte momentáneamente de Madame Blavatsky y le causaba una ansiedad inquietante, fuera de lugar, y rara vez ha habido un período durante los cinco o seis años que llevo con la Sociedad Teosófica en el que no haya habido alguna situación que salvar, en opinión de Madame Blavatsky: algún enemigo del que protegerse, algún posible partidario con el cual se conciliar.
¿Cómo era posible que un sistema nervioso soportara el desgaste de la agitación y la preocupación constantes en las que Madame Blavatsky pasó su vida? —en gran parte debido, por supuesto, a las peculiaridades de su propio temperamento— eso era algo que personas de naturaleza más serena jamás podrían comprender.
La actividad diaria de Blavatsky en Bombay
Generalmente ella se levantaba temprano y se ponía a escribir sus artículos o traducciones al ruso, o en las interminables cartas que enviaba a todas partes en beneficio de la Sociedad Teosófica, o en artículos para la revista The Theosophist.
Luego, durante el día, pasaba gran parte del tiempo hablando con visitantes nativos en su habitación de la terraza, o ahuyentándolos y volviendo a su trabajo con furiosas protestas por las constantes interrupciones a las que estaba sujeta, y al mismo tiempo llamando a su fiel "Babula", su sirviente, con una voz que resonaba por toda la casa, y mandando a buscar a alguno de los visitantes que sabía que esperaban abajo y que querían verla.
Entonces, en medio de una acalorada discusión con un pandit sobre un punto de la creencia hindú moderna contra el cual ella podría protestar por ser inconsistente con el verdadero significado de los Vedas, o una apasionada protesta con uno de sus ayudantes de la revista The Theosophist sobre algo mal hecho que por el momento cubriría todo el cielo de su imaginación con una nube de tormenta.
Pero de repente ella tal vez "oiría la voz que ellos no oyeron", — el llamado astral de su Maestro distante o de uno de los otros Hermanos (como para entonces todos habíamos aprendido a llamarlos) — y olvidándose de todo lo demás en un instante, ella se apresuraría al aislamiento de cualquier habitación donde pudiera estar sola por unos momentos, y escuchar cualquier mensaje u órdenes que ella tuviera que recibir.
Nunca quería acostarse al caer la noche. Se sentaba a fumar cigarrillos y a hablar —hablando con una energía incansable que era maravilloso observar— sobre filosofía oriental de todo tipo, sobre los errores de los escritores teológicos, sobre cuestiones planteadas (pero no resueltas) en su obra "Isis Develada", o con la misma intensidad y entusiasmo, sobre algún asunto lamentable relacionado con la administración de la Sociedad Teosófica, o algún sarcasmo absurdo dirigido contra ella y los atributos que se le imputaban en algún periódico local.
Decir que nunca aprendería a calcular los sucesos en su justo valor relativo es expresar la verdad de forma tan inadecuada que la frase no parece expresarla en absoluto. Su mente parecía siempre el receptor agotado de una bomba de aire, en la que una pluma o una guinea caían con aparentemente la misma fuerza.
En Bombay, Madame Blavatsky no tenía absolutamente nada de una dama de sociedad en el sentido europeo del término. Ella nunca hacía visitas, y como la costumbre de las comunidades inglesas en Oriente exige que el recién llegado sea el primero en hacer la visita, ella ignorando esta necesidad, se quedó casi completamente sin conocidos de su clase en esa zona de la India donde se suponía que se sentía más a gusto.
A menudo me preguntaba por qué ninguno de los residentes ingleses en Bombay tenía la curiosidad de romper con los convencionalismos de la situación y aprovechar la oportunidad que tenía a su alcance para entablar amistad con una de las mujeres, al menos más notables e intelectualmente dotadas de todo el país, a pesar de sus peculiares excentricidades y cigarrillos.
Pero sin duda, al inicio, el alojamiento donde se estableció Madame Blavatsky, las costumbres de su heterogénea familia nativa y las historias disparatadas que sin duda circularon sobre ella desde el principio, pudieron haber intimidado a cualquiera, excepto a las damas inglesas más aventureras, acostumbradas a la decorosa rutina de la etiqueta anglo-india.
Ella misma pudo haberse inquietado ocasionalmente por su aislamiento, pero en cualquier caso no lamentaba la pérdida de la "sociedad" europea en el sentido específico de la palabra; le habría resultado una carga terrible asistir a fiestas formales de cualquier tipo, renunciar a la comodidad de los trajes anodinos —envolturas sueltas— que usaba, ponerse en cualquier posición en la que sus dedos no pudieran alcanzar, cuando el impulso los impulsara, hacia su tabaquera y papel de fumar.
Rebelde como había sido en su infancia contra las costumbres de la vida civilizada, también lo era contra los usos de la sociedad inglesa en la India; y la extraña disciplina de su entrenamiento ocultista que había vuelto su espíritu devoto y sumiso al único tipo de control que había aprendido a reverenciar, dejó la feroz independencia de su naturaleza exterior completamente inalterada.
Visita de Blavatsky en Simla en 1881
Se reunió conmigo en Allahabad unos meses después de mi regreso a la India en 1881, y subió conmigo a Simla para ser la invitada del Sr. Allan O. Hume durante el resto de la temporada.
Madame Blavatsky no se encontraba nada bien en ese momento, y la última parte del viaje —una prueba para el pasajero más robusto— fue una dura prueba que sacó a relucir las peculiaridades de su temperamento excitable de una manera divertida.
Recuerdo las "tongas" en las que se realiza el viaje de ocho horas por las carreteras de montaña desde Kalka, al pie de las colinas, hasta el sanatorio elevado. No son vehículos lujosos, son carruajes bajos de dos ruedas colgados de un eje de manivela, de modo que los estribos sobresalen solo unos 30 cm del suelo, con asientos para cuatro personas, incluido el conductor, dos y dos espalda con espalda.
En cada uno cabe justo un pasajero con su maleta (equivalente, si lleva una, a un pasajero) y un sirviente.
Llevábamos dos tongas entre nosotros; en una llevábamos a nuestros sirvientes con parte del equipaje, mientras que Madame Blavatsky y yo ocupábamos el asiento trasero de la otra, con un baúl junto al cochero.
Lo único recomendable de una tonga es que se desplaza con rapidez, y los ponis, cambiados con frecuencia, trotan o galopan en todas las pendientes, salvo en las más pronunciadas.
El viajero sufre una sacudida terrible, pero es improbable que vuelque, aunque incluso eso ocurre a veces ya que los caminos de montaña son muy accidentados y los ponis suelen ser problemáticos.
El carácter general del poni tonga se puede apreciar por el hecho de que he conocido a un cochero que se disculpó con un pasajero por un par particularmente inquieto, alegando que nunca antes habían llevado arnés.
Los animales están sujetos al vehículo mediante una robusta barra transversal que descansa sobre las monturas que llevan para tal fin. Y si bien en este sistema los ponis y el carro están tan firmemente unidos como un manojo de llaves por su anilla de acero, su unión no es menos flexible, y un pasajero nervioso puede verse perturbado por las posturas inusuales en las que se encuentran ante cualquier pequeño desacuerdo entre el equipo y el conductor.
Uno de estos desacuerdos surgió poco después de iniciar el viaje del que hablo, y los apasionados anatemas de Madame Blavatsky contra todo el servicio del tonga dak y la civilización de la que formaba parte no deberían, recuerdo haber pensado entonces, haber desperdiciado su comicidad ante una sola audiencia.
A medida que transcurría el día y el agotador viaje, la indignación de Madame ante la molestia de la situación no hizo más que aumentar, en lugar de caer en la tenaz desesperación con la que el británico más flemático suele aceptar las incomodidades de un viaje en tonga.
Ella se indignaba especialmente cuando el cochero hacía sonar su ensordecedora bocina justo detrás de nosotros. Interrumpía lo que estuviera diciendo para lanzar invectivas contra esta desafortunada "trompeta" cada vez que sonaba, y con la misma frecuencia, hasta el final del viaje.
Y dado que un cochero de tonga, por instinto de supervivencia, debe tocar la bocina cada vez que se acerca a una curva (que puede ocultar otra tonga que viene en dirección contraria). Además, el camino de Kalka a Simla, sus cincuenta o sesenta millas, consiste principalmente en curvas durante todo el ascenso; la trompeta fue maldecida con más eficacia cuando llegamos a nuestro destino que la grajilla de Reims.
Los fenómenos que Blavatsky produjo en 1881
No creo que valga la pena añadir a los maravillosos registros de los "fenómenos" de la Sra. Blavatsky, contenidos en otras partes de este volumen, ninguna descripción de los incidentes relativamente insignificantes de ese tipo, que fueron los únicos que ocurrieron en el período al que ahora he llegado.
Las manifestaciones de poderes ocultos anormales que se habían desplegado con tanta libertad en el verano de 1880 dieron lugar a una acalorada discusión.
Cualquier política que hubiera estado bajo prueba por las misteriosas autoridades a las que la Sra. Blavatsky llamaba sus Maestros, cuando se le permitió libremente ejercer cualquier don anormal que poseyera, e incluso ayudó a lograr resultados fuera de su alcance, ahora había caído en descrédito.
Los días de los fenómenos en acción habían terminado. Todo lo que ocurría ahora se relacionaba simplemente con el envío y la recepción de cartas, o de alguna manera era incidental al trabajo del movimiento teosófico.
Rara vez ocurría que incluso estos se presentaran en condiciones que hicieran que la transacción fuera lo suficientemente completa como para ser descrita como una maravilla; aunque con la experiencia de la Sra. Blavatsky.
La mayoría de quienes la conocíamos en ese momento habíamos tenido en otras ocasiones incidentes incompletos como pruebas de poder oculto, que necesariamente compartirían el crédito retrospectivo correspondiente a otros incidentes similares que habían sido completos en el pasado.
Sin embargo el lema de la Sociedad Teosófica comenzaba a ser desfavorable al anhelo por los fenómenos como tales que cada nuevo grupo de conocidos que Madame Blavatsky pudiera tener, necesariamente sentiría al principio.
Estudio de las cartas de los Mahatmas
El Sr. Hume —quien en ese momento estaba muy interesado en la información que yo había comenzado a obtener poco antes sobre las perspectivas de la naturaleza sostenidas por los adeptos del ocultismo indio— y yo estábamos mucho más interesados ahora en ampliar nuestra comprensión de esta «Doctrina Esotérica» que en presenciar nuevas manifestaciones de un poder misterioso cuyos secretos desconocíamos.
Solíamos pasar largas horas juntos, día tras día, intentando desentrañar las pistas inmanejables que obteníamos en forma de respuestas escritas a preguntas, con la ayuda de la Sra. Blavatsky; pero la tarea que debía realizar para dilucidar estas pistas era casi desesperadamente embarazosa; pues aunque su propio conocimiento era muy amplio, no se había arraigado originalmente en su mente según los métodos europeos; no se adaptaba fácilmente a un molde europeo, y sobre todo no tenía una idea clara de lo que podía decirnos ni de hasta qué punto seguían vigentes sus obligaciones generales de secreto.
Fue un comienzo difícil y poco provechoso el que se dio en aquella época, con una empresa que finalmente adquirió proporciones considerables, y no fue hasta más tarde, cuando regresé a mi casa en Allahabad, que mi instrucción en filosofía oculta que condujo al posterior desarrollo del libro titulado "Buddhismo Esotérico", comenzó a dar verdaderos avances.
El carácter difícil de Blavatsky
En ese momento, para mi eterno pesar, las simpatías del señor Hume ya se habían alejado..
De esta manera, el destino de Madame Blavatsky, a lo largo de su trabajo en la Sociedad Teosófica, ha sido hacer y perder muchas amistades.
Las peculiaridades de su carácter, que estas memorias habrán revelado, explican suficientemente este accidentado historial de éxitos y fracasos.
No se podría imaginar una actitud personal peor que la suya para conservar la confianza de quienes se dedican con fervor a ideas espirituales elevadas, durante esa etapa intermedia de conocimiento que media entre el despertar del interés por sus teorías generales del ocultismo y el establecimiento de una profunda intimidad.
Solo quienes la conocen poco o solo a través de sus escritos, y, en el otro extremo, quienes la conocen tan a fondo que ella misma no puede inducirlos con rudeza e indiscreción externas, a desconfiar de los fundamentos de su carácter, le hacen justicia.
Quienes la conocen sin tener una intimidad íntima y conocen desde hace tiempo los elementos conflictivos de su naturaleza, difícilmente pueden evitar un impacto en su confianza; tarde o temprano, alguna sospecha incómoda sobre su código de veracidad, del bien y del mal, que una vez arraigado en sus mentes y no presentado de inmediato ni discutido con franqueza con ella, sin duda les irritará y crecerá.
Es fácil para quienes trabajan exclusivamente en el plano físico de la existencia, quienes se relacionan entre sí bajo la luz de principios que todos comprenden perfectamente, mantenerse al margen de todo reproche moral y regular su conducta de modo que todos reconozcan la pureza de sus intenciones y los altos estándares de rectitud que los rigen.
El curso de la vida de un chela [discípulo] ocultista que se esfuerza por realizar una labor de filantropía espiritual entre personas en el "plano físico" —"en el mundo"— (como lo expresaría la frase ocultista, distinguiendo entre la comunidad humana en general y la organización aislada en contacto con otras formas de existencia humana, además de las de la carne viva ordinaria), es inconmensurablemente más embarazoso.
Dicha persona está enredada, para empezar, en una red de reservas. No puede ignorar muchos hechos relacionados con la vida oculta que no tiene derecho a revelar, y que de hecho está obligado a proteger incluso de la traición que a veces podría acarrear un silencio indiscreto ante un interrogatorio indiscreto.
No habría ninguna dificultad en su camino si simplemente fuera un chela común, preocupado como tal únicamente por su propio desarrollo espiritual y psíquico. pero cuando tiene que hacer algunas revelaciones y no debe ir demasiado lejos con ellas, cuando además no se le permite ser juez de qué información debe comunicar y cuál debe retener, su tarea puede ser a menudo una que esté llena de los más serios inconvenientes.
Estas vergüenzas serían, por supuesto, menores para una persona de temperamento frío y taciturno, pero entre los ocultistas, como entre la gente del mundo, los temperamentos varían.
Claro que el temperamento excitable y apasionado de Madame Blavatsky ha sido un terrible obstáculo en su camino: pero ¿de qué sirve en un huerto un árbol de formas gráciles que no da fruto?
Podría haber nacido con los modales de Madame Recamier y la serena discreción de un juez inglés, y haber sido completamente inútil en su generación.
Mientras que con todos sus defectos, la posesión de sus espléndidos dones psíquicos, de su indomable coraje —que la condujo a través de las pruebas de la iniciación en los misterios del conocimiento oculto y la sostuvo contra el prolongado antagonismo de la opinión materialista cuando regresó al mundo con una onerosa misión que cumplir— y de su entusiasmo espiritual, que convirtió todo sufrimiento y trabajo en polvo en la balanza, comparado con su lealtad a sus "Maestros" invisibles, la posesión, en resumen, de sus atributos ocultos, la ha convertido en una influencia de gran poder en el mundo.
Puede que el árbol no haya asumido una forma que pudiera ser admirada por extraños que pasaran por allí, pero el fruto que ha dado ha sido una cosecha estupenda.
Cuando digo que el sufrimiento y el trabajo duro han sido para Madame Blavatsky como polvo en la balanza comparados con su deber, lo digo con deliberada convicción; pero por supuesto, la frase no debe interpretarse como que ella soporta el sufrimiento y las privaciones con calma o ecuanimidad filosóficas.
No es capaz de soportar la molestia de un pinchazo de alfiler con ecuanimidad. No puede evitar enfurecerse y preocuparse por cada molestia, grande o pequeña, y cuando, como sucede inevitablemente, considerando las historias que se cuentan sobre sus milagros y la manifestación ocasional de sus poderes al respecto hasta fecha reciente, se sospecha de ella por engaño, su indignación, su sufrimiento y sus protestas incoherentes son tan vehementes e imprudentes en su expresión que solo sirven para reforzar conclusiones injustas en su contra.
La Sociedad Teosófica Ecléctica de Simla
Durante la visita a Simla en 1881, fundamos la Sociedad Teosófica Ecléctica de Simla, una rama que en aquel entonces, se esperaba que atrajera a miembros anglo-indios.
El Sr. Hume fue su presidente durante el primer año, y yo mismo durante el segundo, pero el movimiento nunca echó raíces en la sociedad anglo-india, y de hecho, en aquel entonces no existía nada que pudiera darle al movimiento una razón de ser adecuada para los europeos en general.
Ataques en 1881 de enemigos de Blavatsky
El registro de la vida de Madame Blavatsky en la India durante el siguiente año o dos sería principalmente una narración de episodios tediosos relacionados con ataques de un tipo u otro contra la Sociedad Teosófica.
Un periódico de Calcuta llamado The Statesman la convirtió a ella y a su Sociedad en objeto de frecuentes sarcasmos, y en ocasiones de graves tergiversaciones, hasta el punto de que en diciembre de 1881, bajo amenaza de juicio, se vio obligado a publicar una carta de abogados en nombre de Madame Blavatsky.
Esta puede reproducirse aquí para ilustrar de inmediato la naturaleza ofensiva y la infundada de los ataques de los que fue objeto.
« Calcuta, 16 de diciembre de 1881.
Señor,
En The Statesman del martes 6 del corriente, aparece un artículo que hace referencia, entre otros asuntos, a Madame Blavatsky y al coronel Olcott, fundadores de la Sociedad Teosófica. En dicho artículo, se afirma:
Ahora se afirma no solo que los recursos de ambos (Madame Blavatsky y el coronel Olcott) están agotados, sino que están en gran medida endeudados, supuestamente debido a los gastos de la Sociedad.
No es difícil para cualquiera llegar a la conclusión de que sería sumamente deseable y conveniente para los fundadores de la Sociedad Teosófica saldar estas deudas. Este es un instinto simple y digno de elogio. La pregunta que queda es cómo se logrará esta consumación.
El resto del artículo, que no es necesario citar extensamente, es una elaborada insinuación de que Madame Blavatsky está tratando de obtener de un caballero nombrado, mediante declaraciones falsas, el pago de sus deudas.
Ahora bien, se nos ha instruido que la acusación de que Madame Blavatsky estaba en deuda es absolutamente falsa desde el principio; y tampoco la Sociedad que ella ayudó a fundar está en deuda, a menos que sea con ella misma.
Las cuentas de la Sociedad, publicadas en The Theosophist en mayo pasado, muestran que los gastos incurridos en nombre de la Sociedad hasta esa fecha habían excedido los ingresos (que consistían en "cuotas de iniciación" de 3'900 rupias y algunas donaciones) en una suma de 19'846 rupias, pero este déficit fue compensado con los recursos privados de Madame Blavatsky y el coronel Olcott.
Podemos explicar además que Madame Blavatsky es una dama rusa de alto rango por nacimiento (aunque desde entonces se naturalizó en los Estados Unidos), y nunca ha estado en la condición de indigencia que su artículo le atribuye insultantemente, cualesquiera que sean los errores que puedan haber surgido de la publicación indebida de una carta privada del coronel Olcott a un amigo en Estados Unidos, cuyas exageraciones descuidadas, diseñadas meramente para un corresponsal familiarizado con el estado real de los asuntos a los que se referían, le han dado a usted ocasión para algunos comentarios ofensivos.
Por lo tanto, nosotros, debidamente instruidos en nombre de Madame Blavatsky y el coronel Olcott, ahora requerimos de usted que publique esta carta, junto con una disculpa por la escandalosa difamación a la que usted ha sido inducido a dar difusión.
También solicitamos que como refutación adicional de estos y en respuesta general al lenguaje insultante de su artículo, publique las explicaciones adjuntas extraídas del periódico The Pioneer del décimo instante.
En caso de que no cumpla de inmediato con nuestra solicitud o no nos facilite el nombre del autor del artículo en cuestión, tenemos instrucciones de proceder contra usted ante el Tribunal Superior para obtener una indemnización por los daños y perjuicios causados por el ataque difamatorio del que se quejan nuestros clientes.
Atentamente,
Sanderson & Co. »
La publicación de esta carta fue acompañada de una especie de disculpa, y el asunto se abandonó. Pero al mes siguiente, los teósofos se enfrascaron en otra guerra verbal con el Sr. Joseph Cook, predicador misionero, quien atacó a la Sociedad Teosófica en ciertas conferencias que él impartió en Poona.
Todos los criterios de buen juicio europeo aplicados a un asunto así habrían exigido, por supuesto, que la Sra. Blavatsky permaneciera completamente inmóvil ante tales agresores, pero su temperamento se lo impedía, y posiblemente el sentimiento indígena sobre tales temas, muy distinto del sentimiento europeo en casos similares, haya hecho imposible que los líderes de la Sociedad Teosófica se negaran a responder a cualquier acusación formulada en su contra.
En cualquier caso, la pobre Sra. Blavatsky nunca salía de un apuro sin encontrarse inmediatamente en otro.
Blavatsky enfermó gravemente en 1882
En el otoño de 1882, del cual Madame Blavatsky pasó la mayor parte en Bombay, ella enfermó gravemente y finalmente fue citada a una entrevista con sus superiores ocultistas [los Maestros] al otro lado de la frontera de Sikkim, cerca de Darjiling.
En una nota que recibí de ella poco antes de su partida de Bombay, escrita a mediados de septiembre, se despidió de mi esposa y de mí, aparentemente con la expectativa de que su vida física estuviera a punto de expirar. La nota es tan característica que la incluyo aquí, suprimiendo solo algunas alusiones privadas.
« Mis queridos amigos, señora y señor Sinnett, me temo que pronto tendrán que despedirse de mí. Esta vez estoy grave. La enfermedad de Bright en los riñones, y toda la sangre convertida en agua, úlceras que brotan en los lugares más inesperados, sangre o lo que sea, formando bolsas como las de un canguro y otros bonitos extras y etcétera. Todo esto, primero provocado por la humedad y el calor de Bombay, y secundo aumentado por la inquietud y la molestia.
Me he vuelto tan estúpidamente nerviosa que la inesperada pisada del pie desnudo de Babula cerca de mí me hace sobresaltar con las palpitaciones más violentas del corazón.
Dudley dice (lo obligué a decirme esto) que puedo durar un año o dos, y tal vez solo unos días, porque puedo morir en cualquier momento a consecuencia de una emoción.
¡Oh, señores de la creación! De tales emociones tengo veinte al día. ¿Cómo puedo durar entonces?
Le dejo todo el asunto a ___ (refiriéndose a su Maestro) quiere que me prepare y vaya a algún lugar durante un mes más o menos hacia finales de septiembre. Él envió un chela aquí desde las colinas de Nilgerri, y me llevará no sé adónde, pero por supuesto a algún lugar del Himalaya.
. . .
Apenas puedo escribir, estoy demasiado débil. Ayer me llevaron a la fuerza al médico. Me levanté con las orejas hinchadas tres veces su tamaño natural, y me encontré con la señora y su hermana, cuyo carruaje cruzó lentamente el mío. No me saludó ni me hizo ningún gesto de reconocimiento, sino que me miró con orgullo y desdén.
Bueno, fui lo bastante ingenua como para ofenderme. Te digo que estoy muy enferma. Sí, ojalá pudiera verte una vez más, querida.
Bueno, adiós a todos, y cuando me vaya, si me voy antes de verlos, no piensen que soy una impostora, pues les juro que les dije la verdad, por mucho que se la haya ocultado.
Espero que la señora no me deshonre invocándome con algún médium. Que tenga la seguridad de que nunca será mi espíritu, ni nada de mí, ni siquiera mi caparazón, ya que este desapareció hace mucho tiempo.
Atentamente,
HPB. »
Algunos detalles de su viaje a Darjiling, realizado poco después, aparecen en una narración de un entusiasta candidato al discipulado, el Sr. S. Ramaswamier, quien intentó acompañar a la Sra. Blavatsky, presintiendo la probabilidad de que realmente se encontrara con uno de los adeptos superiores o Mahatmas.
Tomé un fragmento de esta narración de la revista The Theosophist de diciembre de 1882. Era una carta dirigida por el autor a un hermano teósofo:
«... Cuando nos vimos por última vez en Bombay, te conté lo que me había sucedido en Tinnevelly. Como mi salud se había visto afectada por el trabajo y la preocupación, por lo que solicité una baja médica que me fue debidamente concedida.
Un día de septiembre pasado, mientras leía en mi habitación, la voz audible de mi bendito Gurú, M., me ordenó que lo dejara todo y me dirigiera inmediatamente a Bombay. Desde allí, tuve que ir en busca de Madame Blavatsky dondequiera que la encontrara y seguirla adondequiera que fuera.
Sin perder un instante, cerré todos mis asuntos y salí de la estación. Pues los tonos de esa voz son para mí el sonido más divino de la naturaleza; sus órdenes son imperativas.
Viajé con mis hábitos ascéticos. Al llegar a Bombay, descubrí que Madame Blavatsky se había ido, y supe por ti que se había ido unos días antes; que estaba muy enferma; y que, aparte de que había abandonado el lugar repentinamente con un chela, no sabías nada de su paradero. Y ahora debo contarte lo que me pasó después de dejarte.
Sin saber realmente adónde ir, tomé un billete directo a Calcuta; pero al llegar a Allahabad, oí la misma voz conocida que me indicaba que fuera a Berhampore.
En Azimgunge, en el tren, me encontré providencialmente con unos babus (entonces no sabía que también eran teósofos, pues nunca los había visto) que también buscaban a la señora Blavatsky. Algunos la habían rastreado hasta Dinapore, pero la perdieron y regresaron a Berhampore.
Sabían, dijeron, que ella iba al Tíbet y querían arrodillarse a los Mahatmas para que les permitieran acompañarla. Finalmente, según me contaron, recibieron una nota de ella, informándoles de que podían ir si así lo deseaban, pero que ella tenía prohibido ir al Tíbet por el momento.
Ella dijo que permanecería en las cercanías de Darjiling y que vería a los Hermanos en el territorio de Sikkim, donde no se les permitiría seguirla.
. . .
El hermano Nobin, presidente de la Sociedad Teosófica Adhi Bhoutic Bhratru, no quiso decirme dónde estaba la Sra. Blavatsky, o quizás él mismo no lo sabía entonces. Sin embargo él y otros lo habían arriesgado todo con la esperanza de ver a los Mahatmas.
El 23, por fin, Nobin Babu me llevó de Calcuta a Chandernagore, donde encontré a Madame Blavatsky, lista para partir cinco minutos después en tren.
Un chela alto, moreno y peludo (no Chunder Cusho), pero tibetano, supongo por su vestimenta, a quien conocí después de cruzar el río con ella en bote, me dijo que había llegado demasiado tarde, que Madame Blavatsky ya había visto a los Mahatmas y que él la había traído de vuelta.
No escuchó mis súplicas de que me llevara con él, alegando que no tenía más órdenes que las que ya había ejecutado: llevarla unas 25 millas más allá de cierto lugar que me indicó, y que ahora la llevaría sana y salva a la estación y regresaría.
Los hermanos teosofistas bengalíes también la habían rastreado y seguido, llegando a la estación media hora después. Cruzaron el río desde Chandernagore hasta una pequeña estación de ferrocarril en la orilla opuesta.
Cuando llegó el tren, subió al vagón, ¡y al entrar encontré a la Chela! Y, antes incluso de que sus cosas pudieran subirse al vagón, el tren —contra toda regla y antes de que sonara la campana— partió, dejando atrás a Nobin Babu, los bengalíes y su sirviente. Solo un Babu y la esposa e hija de otro —todos teósofos y candidatos al chelado— tuvieron tiempo de subir. Yo apenas tuve tiempo de subir al último vagón.
Todas sus cosas —con excepción de su caja con la correspondencia teosófica— se quedaron atrás, junto con su sirviente. Sin embargo, ni siquiera las personas que viajaron en el mismo tren con ella llegaron a Darjiling. Babu Nobin Banerjee, con el sirviente, llegaron cinco días después; y quienes tuvieron tiempo de tomar asiento se quedaron cinco o seis estaciones atrás, debido a otro accidente imprevisto (?) en otro lugar, ¡llegando a Darjiling también unos días después!
No hace falta mucha imaginación para saber que la Sra. Blavatsky había sido, o quizás estaba siendo, llevada de nuevo ante los Hermanos, quienes, por buenas razones que solo ellos conocían, no querían que la siguiéramos ni la vigiláramos.
Supe con certeza que dos Mahatmas se encontraban en las inmediaciones de territorio británico, y uno de ellos fue visto y reconocido, por una persona que no necesito nombrar aquí, como un alto chutuktu del Tíbet. »
La señora Blavatsky estuvo sólo dos o tres días al otro lado de la frontera con sus superiores ocultos, pero regresó prácticamente bien y curada por el momento de las formidables enfermedades que habían amenazado su vida.
Traslado de la sede a Adyar
El 16 de diciembre de 1882, amigos nativos ofrecieron una fiesta de despedida a los fundadores de la Sociedad Teosófica, justo antes de su partida de Bombay para establecerse en Adyar, Madrás, donde se había adquirido una casa para la Sociedad mediante suscripción. En la fiesta se leyó el siguiente discurso:
« En vísperas de su partida a Madrás, nosotros, los miembros de la Rama de Bombay, le expresamos respetuosamente nuestro más sincero y sentido agradecimiento por el beneficio que la gente de esta Presidencia en general, y nosotros en particular, hemos obtenido de su exposición de las filosofías y religiones orientales durante los últimos cuatro años.
Aunque las exigencias del creciente trabajo de la Sociedad Teosófica hacen necesario trasladar la sede a Madrás, le aseguramos que el entusiasmo por los estudios teosóficos y la fraternidad universal que ha despertado en nosotros no se desvanecerá, sino que será muy beneficioso en el futuro.
Con sus esfuerzos editoriales y conferencias públicas, usted ha contribuido en gran medida a despertar en los corazones de los hijos cultos de la India un ferviente deseo por el estudio de su literatura antigua, que durante tanto tiempo ha sido descuidada. y aunque nunca habéis subestimado el sistema de educación occidental para el pueblo de la India, que hasta cierto punto es necesario para el avance material y político del país, a menudo habéis inculcado con justicia en las mentes de los jóvenes la necesidad de investigar los tesoros ilimitados del saber oriental como único medio de controlar esa tendencia materialista y atea engendrada por un sistema educativo no acompañado de ninguna instrucción moral o religiosa.
Usted ha predicado por todo el país la templanza y la fraternidad universal, y el éxito de sus esfuerzos en ese sentido durante el breve período de cuatro años quedó perfectamente manifiesto en el último aniversario de la Sociedad de Padres, celebrado recientemente en Bombay, cuando, en una plataforma común, valientes corazones de Lahore y Simla a Ceilán, de Calcuta a Kattiawar, de Gujerat a Allahabad —parsis, hindúes, budistas, judíos, musulmanes y europeos— se reunieron bajo la bandera de la Teosofía y abogaron por la regeneración de la India, bajo la benigna influencia del dominio británico.
Tal unión de diferentes comunidades, dejando de lado todos los prejuicios de agrupaciones, castas y credos, la formación de un todo armonioso y la unión en pos de un objetivo nacional —en resumen, una gran unión nacional— son indispensables para la resurrección moral del Indostán.
Sus esfuerzos han sido completamente altruistas y desinteresados, y por lo tanto, le merecen nuestra más sincera compasión y respeto. Observaremos con gran interés su exitoso progreso y nos deleitaremos profundamente con el logro de los objetivos de su misión en todo el Aryawart.
Como humilde muestra de nuestro aprecio por sus labores de amor, y como recuerdo de nuestra parte, le rogamos con el mayor respeto ofrecer para su aceptación, en nombre de nuestra sucursal, un artículo de fabricación india, con una inscripción adecuada. »
Así, con palabras y hechos, los teósofos nativos de la India demostraban su aprecio por el buen trabajo realizado por la señora Blavatsky y el coronel Olcott, a pesar de los desaires constantemente renovados que recibían de los periódicos anglo-indios.
La casa en Madrás, donde se estableció posteriormente la sede central, fue una gran mejora respecto a la estrecha e incómoda casa de Bombay, de la que se mudó.
Madrás es una ciudad de enorme extensión, que se extiende a lo largo de siete u ocho millas de la costa. Adyar es un suburbio en el extremo sur, a través del cual un pequeño arroyo desemboca en el mar, y justo antes de llegar a la playa se extiende en una amplia extensión de agua poco profunda, junto a la cual se alza la casa teosófica en un extenso terreno.
Aquí encontramos a Madrás y a su heterogénea familia cómodamente instalados cuando mi esposa y yo la visitamos de regreso a casa desde la India en marzo de 1883.
Madame Blavatsky anhelaba su descanso final allí, y esperaba haber encontrado por fin el tranquilo refugio donde pasaría el resto de su vida. Pero sus dones ocultos no incluían el poder de predecir las vicisitudes de su propia carrera, y en aquel entonces estaba muy lejos de sospechar la renovada perturbación de su destino que los dos o tres años siguientes se avecinaban. Las habitaciones superiores de la casa eran su dominio privado.
Estas no cubrían toda la superficie del piso inferior, pero, incluso con una ampliación recién realizada, se alzaban sobre el tejado como la popa de un barco sobre su cubierta. La nueva habitación recién construida se había adelantado para que pudiéramos verla terminada, y Madame la había destinado a ser su «habitación oculta», su santuario privado, donde solo la visitarían sus amigos más íntimos.
El santuario
Fue tristemente profanada por sus peores enemigos un año o dos después. En su ardiente afecto por todo lo relacionado con los Maestros, se había dedicado especialmente a decorar un armario colgante para que se mantuviera exclusivamente sagrado para las comunicaciones entre estos Maestros y los teósofos, y ya le había otorgado el nombre con el que tan tristemente se hizo famoso posteriormente: "el santuario".
Allí había depositado algunos sencillos tesoros ocultos: reliquias de su estancia en el Tíbet, dos pequeños retratos que poseía de los Mahatmas y algunas otras nimiedades asociadas con ellos en su imaginación.
El propósito de este receptáculo especial era, por supuesto, perfectamente comprensible para cualquiera familiarizado con la teoría de los fenómenos ocultos, que los teósofos consideraban tan estrictamente sujeta a las leyes naturales como el comportamiento del vapor o la electricidad.
Un lugar mantenido puro de todo "magnetismo" excepto el conectado con el trabajo de integración y desintegración de cartas, facilitaría el proceso, y el "santuario" fue utilizado una docena de veces para la transacción de correspondencia entre los Maestros y los chelas conectados con la Sociedad Teosófica por cada vez que se hizo para servir al propósito de cualquier fenómeno.
Materialización fenoménica de un anillo
En Madrás, Madame Blavatsky no fue tan desatendida por la sociedad europea del lugar, al menos al principio de su residencia, como lo había sido en Bombay.
Algunos de los principales residentes anglo-indios fueron a verla y se hicieron amigos íntimos. Con algunos de ellos ella pasó parte del otoño en Ootacamund, la estación de montaña de Madrás.
Un incidente ocurrido durante esa visita despertó gran interés local en aquel momento, y es descrito por la señora Carmichael, la principal interesada, de la siguiente manera:
« Fui a ver a Madame Blavatsky, quien en ese momento estaba de visita en casa del General y la Sra. Morgan, residentes en Ootacamund.
Tras una interesante conversación con ella, me marché expresando mi deseo de volver a verla pronto, y en mi tercera visita ocurrió el siguiente incidente:
Eran aproximadamente las cuatro de la tarde cuando visité a Madame Blavatsky y ella me recibió en el salón. Me senté a su lado en el sofá y me quité los guantes.
Ya le había expresado varias veces a Madame Blavatsky mi gran deseo de ver algún fenómeno oculto, y también de ser convencida por alguna señal de la presencia de los Mahatmas.
Tras una breve conversación sobre este y otros temas, durante la cual comenté cuánto me gustaría tener un anillo duplicado, como el de la Sra. Sinnett, Madame Blavatsky me tomó la mano y sacando de ella un anillo que ella llamaba su anillo oculto, me quitó también dos anillos, uno de ellos con un zafiro azul de una sola piedra.
Ella sostuvo los tres anillos un momento en su mano derecha y luego me devolvió uno, diciendo:
- "No puedo hacer nada con este anillo; no tiene tu influencia" (era un anillo de mi esposo que yo me había puesto accidentalmente ese día).
Entonces ella procedió a manipular con su mano derecha mi zafiro azul y su propio anillo oculto, al mismo tiempo que sujetaba mi mano derecha con la izquierda.
Después de un intervalo de un minuto o dos, extendió su mano derecha, diciendo:
- "Aquí está tu anillo."
Me mostró al mismo tiempo dos anillos cada uno con un zafiro, el mío y otro idéntico en todo, excepto que el segundo era más grande y con una piedra mejor tallada que la mía.
- "¿Por qué me da esto?", pregunté sorprendida.
- "No lo he hecho; es un regalo de los Mahatmas", respondió Madame Blavatsky.
- "¿Por qué debería ser yo tan favorecida?", pregunté.
- "Porque", contestó Madame Blavatsky, "los Mahatmas le han permitido tener esto como muestra de que reconocen y agradecen a usted y a su esposo por el profundo interés que siempre han demostrado hacia los nativos."
Aproximadamente dos meses después, a mi regreso a Madrás, llevé el anillo con el zafiro duplicado a los señores Orr & Son, joyeros, y me dijeron que valoraban la piedra en 150 rupias, llamándola un zafiro coloreado.
Sara M. Carmichael.
Londres, 14 de agosto de 1884. »
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