(El siguiente texto está
basado en gran medida en el libro
"Técnicas del Yoga" de
Mircea Eliade, y le agradezco mucho a Serapeum por habernos enviado este
artículo.)
Índice
0. Introducción
1. Yoga y Samkhya
2. El Hombre en el Cosmos
3. La ecuación dolor-existencia
4. El espíritu
5. La substancia
6. La relación espíritu-substancia
7. ¿Cómo es posible la liberación?
8. La estructura yóguica
9. La estructura de la actividad mental
10. El subconsciente
11. La técnica yóguica
12. Las posturas y la disciplina de la respiración
13. La concentración
14. Samadhi
15. Conclusión
Introducción
La polivalencia de las prácticas yóguicas la encontramos
en todas partes, ya sea en su forma “clásica”, es decir, sistemática, o bien en
su forma “popular”, tanto en las técnicas meditativas buddhistas más abstrusas
como en la devoción popular.
No existe una sola doctrina o práctica de la
espiritualidad india en la cual no se pueda revelar una influencia, una
correspondencia o una homologación yóguica. Las prácticas yóguicas las
utilizaban y aun las utilizan todos los pueblos de la India, desde Ceilán (Sri
Lanka) hasta el Himalaya.
Los yoguis, los saddhus y los faquires eran conocidos,
respetados y a la vez temidos en todas partes pues, en ningún otro lugar es tan
evidente la ambivalencia de lo “sagrado” como en la India; es decir, si el Yoga
crea “santos”, también crea “brujos”.
Estas personas santas (siddhas), todas ellas están relacionadas
de una forma u otra con el Yoga, y han desempeñado un papel muy importante en
la unificación espiritual de la India. Pero este trabajo no quedó solamente restringido
al subcontinente indio, ya que las técnicas yóguicas también fueron asimiladas
por los religiosos del Tíbet, de Mongolia y de China, y posteriormente pasaron
a los templos zen de Japón.
Allá donde la espiritualidad india llegaba, bajo la forma
shivaista o buddhista, también iban las técnicas yóguicas.
Este método experimental de realizar el “ser divino” que
es el Yoga ha sufrido, durante su milenaria historia, numerosas
interpretaciones y revalorizaciones. Esta técnica del éxtasis con Patañjali se
convierte en la vía suprema de la liberación; incluso cuando lo transforma en
un dárshana y cuando formula dialécticamente su “sistema”, explicando la
naturaleza del Universo físico y las causas del sufrimiento, el Yoga continúa
siendo una técnica soteriológica.
El Yoga es también, bajo este punto de vista, un
instrumento de conquista del mundo, tanto interno como externo, y cuya meta
final es la conquista de la libertad absoluta.
Sin embargo, cabe aclarar que no existe una sola forma o
variedad de Yoga que no sea ante todo una práctica, una práctica para lograr
esa libertad absoluta. Aunque tendríamos que ver de qué modo el Yoga pone en
práctica esta libertad para conseguir el dominio absoluto de la vida y la
conquista de lo Real.
Y sobre este asunto el investigador Mircea Eliade
escribió:
« El yogui ha de aislarse de la materia,
retirarse del Cosmos. Esta retracción equivale a la conquista de la
inmortalidad, pues es la cadena de las existencias infinitas, es el incesante
retorno a la tierra que puede ser considerado como una larga muerte.
La vida humana, como cualquier otra “vida”, es por su
propia naturaleza un estado disminuido, al ser doloroso y pasajero. La realidad
sólo puede pertenecer a la inmortalidad, el ser sólo se reconoce por ser
eterno.
De modo que el yogui, que ha logrado sustraerse del
Cosmos y retirarse del incesante y doloroso circuito cósmico por el hecho de
que ha abolido su condición humana, alcanza la inmortalidad, es la libertad, la
autonomía, la beatitud y la eternidad; se libera de la muerte por medio de la
muerte, hasta de su propia humanidad. »
(Técnicas de Yoga)
1. Yoga y Samkhya
“Yoga” es un término esquivo. Con frecuencia, tanto en la
literatura como en la tradición oral india, ha cambiado su significado con los
siglos y según las tradiciones. No siempre es posible hablar con propiedad del
Yogasin antes de precisar de qué “Yoga” se trata.
Existe un Yoga “clásico” y sistemático, y también existe
un Yoga popular y ascético. Mientras que en otras tradiciones, por el
contrario, el Yoga es un medio para alcanzar la unión mística, la unión del
alma humana con el alma divina.
Yoga, cuya raíz es yug (y que significa “unir”, “tener
fuertemente asido”, “poner bajo el yugo”) es un término que por lo general,
sirve para designar una técnica ascética, un método de contemplación. Y cualquier
otra definición sólo sería la explicación de un Yoga en particular.
Si, dijéramos que es: una técnica ascética y un método de
contemplación cuyo fin es la liberación del Espíritu apresado en la forma
humana, estaríamos definiendo el Yoga “clásico”, la “filosofía” del Yoga
expuesta por Patañjali en sus conocidos Yoga Sutras.
Si definiéramos la meta que persigue esta técnica
ascética y método de contemplación diciendo, por ejemplo, que es la de alcanzar
la unión mística de las “almas” humana y divina, habríamos dado una definición
que se referiría al Yoga de la Bhagavad Gita o de otras tradiciones místicas.
El Yoga es uno de los seis “sistemas de filosofía” india
ortodoxos (y al decir ortodoxos en este caso quiero decir tolerados por el
brahmanismo, al contrario que los sistemas “heréticos” como por ejemplo, el
budismo o el jainismo).
Lo mejor es revisar las teorías y las prácticas del Yoga
tal como las formuló Patañjali, porque los Yoga Sutras de Patañjali son el
resultado del enorme esfuerzo, no sólo de reunir y clasificar una serie de
prácticas ascéticas y de fórmulas contemplativas que en la India eran conocidas
desde tiempos inmemoriales, sino también de darles valor desde un punto de
vista teórico, al proporcionarles unos fundamentos e integrarlas en una
filosofía.
Los sistemas filosóficos del Yoga y del Samkhya se
parecen de tal modo que la mayoría de las afirmaciones del uno también son
válidas para el otro. Y las diferencias esenciales entre ambos no son muy
numerosas:
1)
Mientras que el Samkhya es ateo, el Yoga es
teísta, puesto que postula la existencia de un Dios supremo (Íshvara).
2)
Y según el Samkhya, la única vía para la
salvación es el conocimiento metafísico, mientras que el Yoga concede mayor
importancia a la técnica de la concentración.
La tradición india considera que el Samkhya es el
dárshana más antiguo. La palabra samkhya se ha interpretado de distintas
maneras; pero quizás la acepción más apropiada sea la de “discriminación”,
puesto que la meta principal de esta filosofía es la disociación del espíritu
(purusha) y la materia (prakriti).
El tratado más antiguo es el SamkhyaKarika; y de los
comentarios del SamkhyaKarika el más útil es el SamkhyatattvaKaumudi de VachaspatiMishra.
Mientras que por otro lado, existe una controversia
acerca de Patañjali y de su autoría de los Yoga Sutras, y esta controversia se
debe a la composición del texto y su datación. Y en la siguiente entrada del
blog se puede ver un poco más al respecto (link).
2. El Hombre en el Cosmos
Para el pensamiento indio, la ignorancia es “creadora”,
decir que el mundo es una creación subjetiva del inconsciente humano, de la
“nesciencia” (ajñāna) o bien es la proyección cosmológica de Brahman, la “gran
ilusión” (Maha Maya), a la cual sólo nuestra ignorancia confiere realidad
ontológica y validez.
El mundo, concretamente el que se percibe en la
experiencia humana, es una multiplicidad en un constante devenir; es un creador
de formas infinitamente numerosas. Sin embargo, este mundo (es decir, el Cosmos
entero) según la metafísica vedantina no puede ser más que una “ilusión”, salvo
que sea la proyección de una “magia” divina; pues la única realidad susceptible
de ser pensada es el ser (Sat): el Uno, igual a sí mismo, inamovible y sin
devenir.
El Samkhya y el Yoga clásico, como filosofías realistas,
rechazan cualquier dialéctica del idealismo: ya sea vedantina o buddhista. El
mundo para estas escuelas es real, pero aunque sea real, el mundo es siempre
una creación de la “ignorancia” humana; es decir: si el mundo, con sus
innumerables formas, encuentra un fundamento y si éste dura, se deberá a la
“ignorancia” del espíritu.
Para el Samkhya y el Yoga, la infinitas “formas” del
Cosmos, así como su proceso de manifestación y de desarrollo, no existen más
que en la medida en que se ignora el espíritu.
El Espíritu (purusha) debido a esta “ignorancia” de orden
metafísico, “sufre” y está “esclavizado”. Y en el preciso momento en el que
todos los “espíritus” (purushas) hayan reencontrado su libertad, su perfecta
autonomía, en ese instante las formas cósmicas, la creación en conjunto, se
reabsorberán en la substancia primordial (prakriti).
Entonces tanto el Samkhya como el Yoga, aunque realistas,
en este tema opinan lo mismo que las filosofías idealistas, las formas cósmicas
no poseen una realidad absoluta u ontológica, éstas acaban por reabsorberse,
tras una “gran disolución” (mahapralaya), en la substancia primordial (prakriti).
Al respecto Mircea Eliade escribió:
« Los textos indios repiten hasta la saciedad
esta tesis, según la cual la “esclavitud” del alma, y en consecuencia la fuente
de los sufrimientos sin fin que transforman la condición humana en un drama
permanente, reside en la solidaridad del ser humano con el Cosmos, en su
participación activa o pasiva, directa o indirecta en el Cosmos, en la
Naturaleza.
-
¡Neti!, ¡neti!, exclama el sabio de las Upaniṣads: “¡Tú no eres esto!,
¡Tú tampoco eres aquello!”
Dicho de otro modo: no perteneces al Cosmos, no
necesariamente has de ser arrastrado a la Creación; es decir, en virtud de la
ley propia de tu ser. La presencia del hombre en el Cosmos es, para el
pensamiento indio, bien una desafortunada casualidad o bien una ilusión. »
(Técnicas de Yoga)
Sin embargo, es necesario llamar la atención sobre la
ambivalencia del Cosmos, cuya fuente es la “ignorancia” humana, y que por un
lado, gracias a juegos de ilusiones sin fin hace recorrer al hombre
innumerables ciclos de existencias; pero por otro lado, le ayuda indirectamente
a buscar y a encontrar la “salvación” del alma, la autonomía, la libertad
absoluta (moksha, mukti).
Porque cuanto más sufre el ser humano, más aumenta su
deseo de liberación, mayor es su anhelo de “salvación”. De este modo, las
“ilusiones” se ponen al servicio del ser humano, para quien el objetivo último
es la liberación, es decir la liberación no solamente de la ignorancia, sino
también del dolor y del sufrimiento.
« Desde Brahman hasta una brizna de hierba, la
Creación (sṛiṣṭi) es para
el bien del alma, hasta que ésta le conduce al conocimiento supremo. »
(SamkhyaPravacana Sutra, III.47)
3. La Ecuación Dolor-Existencia
“Para el sabio todo es sufrimiento” (duḥkamevasarvavivekinaḥ)
escribe Patañjali en los Yoga-Sutras (II, 15). Pero Patañjali no es el primero ni el último
que ha constatado este sufrimiento universal. Mucho antes que él, el Buddha
había dicho: “todo es sufrimiento, todo es transitorio” (sarvamdukkḥam, sarvamanityam). Y éste es el tema
central de toda la especulación filosófica india.
Las técnicas yoguicas, al igual que las doctrinas
metafísicas, hallan su razón de ser en este sufrimiento universal, ya que su
validez radica en que liberan al ser humano del “sufrimiento”. La experiencia
humana, sea cual fuere su naturaleza, engendra sufrimiento.
« El cuerpo es sufrimiento, porque es la morada
del dolor; los sentidos, los objetos, las percepciones son sufrimiento, porque
conducen al sufrimiento; hasta el placer es sufrimiento, porque después de éste,
vuelve el sufrimiento. »
(Aniruddha, comentario sobre el Samkhya Sutra, II.1)
Sin embargo, este padecimiento universal no termina en
una “filosofía pesimista”. Ninguna filosofía india encalla en la desesperación.
Al contrario, la revelación del “sufrimiento” como ley de existencia puede ser
considerada como la condición sine qua non de la liberación.
Ya que este sufrimiento universal posee por sí mismo un
valor positivo y estimulante. Recuerda incesantemente al sabio y al asceta que
el único medio que les queda de alcanzar la libertad es a través de la beatitud,
de retirarse del mundo, de desapegarse de los bienes y ambiciones.
Por otra parte, el ser humano no es el único que sufre,
el sufrimiento es una necesidad cósmica a la cual está sujeta toda forma
manifestada. Ya sea un dios o bien un minúsculo insecto, el mero hecho de
existir en el tiempo, de estar sujeto a una temporalidad, implica dolor.
Liberarse del sufrimiento es la meta de todas las
filosofías y místicas indias. Tanto si la liberación se alcanza directamente a
través del conocimiento como afirman, por ejemplo, el Vedanta y el Samkhya, o
bien a través de las técnicas contemplativas, como creen el Yoga y la mayoría
de las escuelas buddhistas.
« Aparte de esto, no existe nada más que
merezca ser conocido. » (ShvetashvataraUpanishad, I.12)
El rey Bhoja, al comentar un texto de los Yoga Sutras
(IV, 22), afirma que la ciencia que no tiene por objetivo la liberación, carece
por completo de valor. Y de ahí que sólo se aprecie y se busque el conocimiento
metafísico (vidya, jnana, prajna), es decir, el conocimiento de la Realidad
Última, pues es el único a través del cual se alcanza la liberación.
El ser humano despierta gracias al conocimiento que lo
libera de las ilusiones del mundo fenoménico. “Por el conocimiento”, eso quiere
decir, por la práctica del retiro y la contemplación, que tendrá como resultado
el reencuentro con su propio espíritu (purusha, atman).
4. El Espíritu
El espíritu (purusha), como principio trascendente e
independiente, es aceptado por todas las filosofías indias, a excepción de los
buddhistas y los materialistas (los charvaka). Pero cada filosofía describe al
espíritu de una manera diferente. El Vedanta, por ejemplo, define el Atman como
sat-chit-ananda: sat (existencia); cit (conciencia); ananda (gozo)
Y considera al espíritu como a una realidad única,
universal y eterna, implicada dramáticamente en la ilusión temporal de la
manifestación (maya). Mientras que el Samkhya y el Yoga niegan al espíritu
(purusha) relación alguna con la materia (prakriti); afirman solamente que el
espíritu simplemente ES y solo se conoce a sí mismo.
« El espíritu simplemente es, o sea el que ve (testigo), está aislado (kaivalyam),
indiferente, un simple espectador, inactivo. »
(SamkhyaKarika, 19)
Al igual que el Atman de las Upanishads, el purusha es
inefable, es eternamente libre de los “estados de conciencia”, del flujo de la
actividad mental. Esta concepción del purusha trae consigo algunas preguntas
que todavía nadie ha podido responder claramente:
Si realmente el
espíritu es eternamente puro, impasible, independiente e irreductible, ¿cómo
puede aceptar dejarse acompañar de la actividad mental?
¿Y cómo es posible
semejante relación?
¿Por qué el Espíritu
ha aceptado dejarse arrastrar a una órbita extraña, concretamente a la de la
Vida, y así engendrar al ser humano, como tal; a la persona concreta,
histórica, condenada a padecer todos estos dramas y que madura gracias al sufrimiento?
¿Cuándo y por qué
razón ha comenzado la existencia del ser humano (esta tragedia)?
La causa y el origen de esta asociación del espíritu y de
la experiencia son los dos aspectos de un problema que el Samkhya y el Yoga
consideran insoluble, porque superan la capacidad actual de la comprensión
humana.
En efecto, el ser humano “conoce” y “comprende” por medio
de lo que el Samkhya y el Yoga denomina intelecto (buddhi). Pero este intelecto
sólo es un producto, aunque es cierto que extraordinariamente refinado, de la
materia, de la substancia primordial (prakriti).
Y al ser un producto de la Naturaleza, un “fenómeno”,
buddhi no puede conocer la realidad trascendental.
La causa, así como el origen de esta asociación
paradójica del Espíritu y de la Vida (es decir, de la “materia”), sólo se
podría llegar a comprender mediante un instrumento de conocimiento distinto a
buddhi y que no estuviera relacionado en modo alguno con la materia.
Ahora bien, este tipo de conocimiento es imposible en la
actual condición humana. Sólo se revela al que, tras romper sus cadenas, ha
trascendido la condición humana; el intelecto no participa para nada en esta
revelación, que es más bien el conocimiento de sí mismo, del Espíritu.
El Samkhya sabe que la causa de la esclavitud, es decir,
de la condición humana, del sufrimiento, es la ignorancia metafísica que
mediante la ley kármica se transmite de generación en generación; pero el
momento histórico en que esta ignorancia hace su aparición no se puede
establecer.
La conexión entre el Espíritu y la vida, así como con la
esclavitud que de ella resulta (para el Espíritu), no tienen historia; trascienden
el tiempo, son eternas.
Querer hallar una solución a estos problemas es una
pérdida de tiempo. Son problemas mal planteados y según una antigua costumbre
brahmánica (Shankara, Vedanta Sutra, III, 2, 17) observada por el propio Buddha
en repetidas ocasiones, a un problema mal planteado se responde con el
silencio.
Lo único cierto que podemos saber sobre este tema es que
el ser humano se encuentra en esta condición desde tiempos remotos y que la
meta del conocimiento no es la vana búsqueda de la causa primera y de los
orígenes históricos de esta condición, sino la liberación.
5. La Substancia
La materia (prakriti) es tan real y eterna como el
espíritu (purusha). Y aunque perfectamente homogénea e inerte, esta substancia
primordial posee, por así decirlo, tres aspectos que le permiten manifestarse
de tres formas distintas y que se denominan gunas:
1)
Sattva: la luminosidad y la inteligencia.
2)
Rajas: la energía motriz y la actividad
mental.
3)
Tamas: la inercia estática y la opacidad
psíquica.
Sin embargo, estos gunas no se han de considerar como
diferentes aprakriti, puesto que jamás se producen por separado, ya que en todo
fenómeno físico, biológico o mental existen los tres a un mismo tiempo, aunque
en diferentes proporciones (es justamente esta desigualdad la que permite la
manifestación de cualquier tipo de fenómeno).
Vemos que los gunas son de carácter doble: objetivo por
una parte, puesto que constituyen los fenómenos del mundo exterior, y subjetivo
por otra, puesto que apoyan, alimentan y condicionan la actividad mental.
Desde que prakriti sale de su estado de equilibrio
inicial (avyakta) y adopta especificaciones condicionadas por una especie de
instinto se nos presenta bajo la forma de una masa energética denominada mahat
(“grande”).
Prakṛiti,
arrastrada por el impulso de la evolución (parinama, “desarrollo”), pasa del
estado de mahat al de ahamkara, que quiere decir que se transforma en una masa
unificada aperceptiva, todavía desprovista de experiencia personal, pero que
posee la oscura conciencia de ser un ego (y de ahí la expresión ahamkara).
A partir de esta masa aperceptiva el proceso de la
evolución se ramifica en dos direcciones opuestas, en la que una conduce al
mundo de los fenómenos objetivos y la otra a la de los fenómenos subjetivos.
Observaremos que, según el Samkhya y el Yoga, el
Universo, objetivo o subjetivo, no es más que el desarrollo de una etapa
inicial de la naturaleza. Gracias a la parinama, la materia ha producido
infinitas formas, cada vez más compuestas y variadas.
El Samkhya cree que una creación de semejante magnitud,
un laberinto de formas y organismos hasta tal punto complicado, exige que se
halle una justificación y un significado. Es entonces cuando el Samkhya también
saca a la luz el carácter teleológico de la manifestación, ya que si la
manifestación no tuviera como fin servir al espíritu, sería absurda, carecería
de sentido.
Todo en la Naturaleza es un compuesto; todo ha de tener
entonces un “superintendente” (adhyaksah), alguien que pueda utilizar esos
compuestos. Este “superintendente” no puede ser ni la actividad mental, ni los
estados de conciencia (productos extraordinariamente complicados de prakriti).
Ha de haber entonces una entidad que supere las categorías de la substancia
(gunas) y que exista en función de sí misma, el espíritu.
Entonces, aunque el Espíritu (purusha) esté velado por
las ilusiones y las confusiones de la manifestación cósmica, prakriti está
dinamizada por este “instinto de carácter teleológico” que tiende a “liberar” apurusha.
Recordemos que:
« Desde Brahman hasta una brizna de hierba, la
Creación (sṛiṣṭi) es para
el bien del alma, hasta que ésta le conduce al conocimiento supremo. »
(SamkhyaPravacana Sutra, III.47)
6. La Relación Espíritu-Substancia
Si bien la filosofía Samkhya no explica la razón ni el
origen de la extraña asociación que se establece entre el espíritu y la
experiencia, sí es cierto que intenta explicar la naturaleza de esta
asociación.
No se trata de una relación real, en el verdadero sentido
de la palabra, como existe por ejemplo entre los objetos exteriores y las
percepciones. Las relaciones reales implican el cambio y la pluralidad, cosa
que es esencialmente opuesta a la naturaleza del espíritu.
Los “estados de conciencia” son los productos prakriti, y
no pueden mantener ningún tipo de relación con el Espíritu, puesto que éste,
por su propia esencia, se encuentra por encima de toda experiencia fenoménica.
Pero, y para el Sāṁkhya esto es la clave de esta
situación paradójica, la parte más sutil, más fluida, más purificada de la vida
mental, es decir, la inteligencia formada por la “luminosidad” (sattva), posee
una calidad específica, que es la de reflejar el espíritu.
A pesar de esto, el Espíritu no se ve alterado por esta
reflexión de la inteligencia en él y por ello no pierde sus “cualidades”
ontológicas (impasibilidad, eternidad).
Desde toda la eternidad, el espíritu se ha visto
arrastrado a esta relación ilusoria con la actividad mental (es decir, con la
“materia”). Y mientras dure la ignorancia (avidya), esta ilusión que consiste
en atribuir al espíritu cualidades que no le pertenecen, habrá existencia en
virtud del karma, y por lo tanto, dolor.
La ilusión o la ignorancia consisten en la confusión que
tenemos entre el inmóvil y eterno purusha y el flujo de la actividad mental
vida. Pensar: “yo sufro”, “yo quiero”, “yo odio”, “yo conozco” y creer que este
“yo” se refiere al espíritu, es vivir en la ilusión y prolongarla.
Esto significa que toda acción que parta de la ilusión
(es decir, que se base en la ignorancia, en la confusión entre el espíritu y el
no espíritu) es, bien la consumación de una ilusión creada por una acción
anterior (karma), o la proyección de otro potencial que reclama a su vez
actualización (samskara), y por lo tanto la consumación en la existencia
presente o en una venidera.
Sólo hay una vía para alcanzar la salvación, según el
Samkhya: es conocer adecuadamente el espíritu.
La primera etapa de la conquista de este conocimiento
consiste en lo siguiente: negar que el espíritu tenga atributos; que equivale a
negar el sufrimiento como algo que nos concierne, a considerarlo como un hecho
objetivo, exterior al espíritu, es decir, desprovisto de valor, de sentido.
El dolor existe sólo en la medida en que la experiencia
se relaciona con la personalidad humana considerada idéntica al Espíritu. Pero
esta relación, al ser ilusoria, puede ser descartada. Cuando se conoce el
purusha se anula el dolor. Y en el momento en que comprendemos y experimentamos
que el Espíritu es libre, eterno e inactivo, todo lo que nos sucede: dolores,
sentimientos, voliciones, pensamientos, etc., ya no nos pertenece.
Todo ello constituye un conjunto de hechos cósmicos,
condicionados por las leyes, que son ciertas y reales, pero de una realidad que
nada tiene en común con el Espíritu. El dolor es un hecho cósmico, y el ser
humano sufre este hecho o contribuye a su perpetuación tan sólo en la medida en
que acepte dejarse arrastrar por una ilusión.
El conocimiento es un simple despertar que desvela la
esencia del Espíritu. El conocimiento no produce nada, sino que revela
inmediatamente la Realidad. Y este conocimiento verdadero y absoluto, que no ha
de confundirse con la actividad intelectual, en esencia psicológica, se alcanza
por la experiencia.
Aquí no interviene ninguna fuerza divina, pues el Samkhya
niega la existencia de Dios. La revelación se funda en el conocimiento de la
Realidad Última, es decir, en el despertar en el que el objeto se identifica
completamente con el sujeto. El Espíritu se contempla a sí mismo; no se
“piensa”, puesto que el pensamiento es en sí mismo una experiencia fenoménica y
como tal pertenece a prakriti.
Para el Samkhya no existe otra vía más que la del
conocimiento metafísico. El intelecto (buddhi), que es la manifestación más
perfecta de la prakriti, facilita, gracias a sus posibilidades dinámicas, el
proceso de la liberación, sirviendo de eslabón preliminar a la revelación.
La inteligencia conduce al ser humano hasta el umbral del
despertar. Y cuando se realiza esta autorrevelación, el intelecto, al igual que
todos los otros elementos psicomentales (por lo tanto materiales) que
injustamente se atribuyen a purusha, se retiran, se separan del espíritu para
reabsorberse en prakriti.
Y Patañjali mantiene la misma postura filosófica,
prakriti hace posible la experiencia fenoménica y a la vez busca la liberación
del Espíritu.
« Los objetos (lo que se puede conocer) según
su naturaleza (guna) son: de iluminación o percepción (sattva); de actividad o
mutabilidad (rajas); de inercia o estancamiento (tamas); ellos están hechos de
los elementos y del poder de los sentidos, y existen a fin de experimentar el
mundo y para la liberación o iluminación. »
(Yoga Sutras, II.18)
7. ¿Cómo es Posible la Liberación?
De hecho, el Samkhya y el Yoga han comprendido que el
espíritu no puede nacer ni ser destruido, ni ser esclavo ni estar activo
buscando la liberación. El Espíritu es puro, eterno y libre; no sabría ser
esclavo, porque no sabría relacionarse con ninguna otra cosa que no fuera él
mismo. Pero el ser humano cree que el purusha es esclavo y piensa que puede ser
liberado.
Sin embargo esto son ilusiones de nuestra actividad
mental, pues de hecho, el espíritu “esclavizado” siempre ha sido libre. Y si el
drama de su liberación se nos aparece como tal, es que lo estamos viendo desde
una perspectiva humana; mientras que el espíritu sólo es el “espectador” (sākṣin), del
mismo modo que la “liberación” (mukti) no es más que una toma de conciencia de
su eterna libertad.
En el momento en que comprendemos (una vez despiertos)
que ese “yo” (asmita) es un producto de la materia (prakriti), comprendemos
también que toda la existencia no ha sido más que una sucesión de momentos
dolorosos y que el verdadero espíritu “contemplaba impasible” el drama de la
“personalidad”. De modo que la personalidad humana no existe como elemento
último, sino que sólo es una síntesis de experiencias psico-mentales.
La situación del espíritu (purusha) tal como la conciben
el Samkhya y el Yoga, es un tanto paradójica; aunque puro, eterno e intangible,
se presta a asociarse, aunque sólo sea ilusoriamente, con la materia; e incluso
para conocer su modo de ser y liberarse, se ve obligado a utilizar un
instrumento creado por prakriti (la inteligencia).
No cabe duda, de que si vemos las cosas de este modo, la
existencia humana es dramática y sin sentido. Y si el espíritu es libre, ¿por
qué están condenados los seres humanos a sufrir en la ignorancia o a luchar por
una libertad que ya poseen?
Si purusha es perfectamente puro y estático, ¿por qué
hace posible la impureza, el devenir, la experiencia, el dolor y la historia?
Las preguntas podrían seguir multiplicándose. Pero la
filosofía india nos recuerda que no se puede juzgar al Espíritu desde un punto
de vista lógico o histórico, es decir, buscando las causas que han determinado
el estado actual de las cosas. Se ha de aceptar la realidad tal como es.
8. La Estructura
Yóguica
El Yoga clásico comienza donde termina el Samkhya. Y Patañjali
se apropia casi por completo de la filosofía Samkhya, pero no cree que el
conocimiento metafísico pueda por sí solo conducir al hombre a la liberación
suprema. La sabiduría (vidya, prajna) no hace más que preparar el terreno para
la adquisición de la libertad (mukti).
La liberación ha de ser conquistada por el esfuerzo,
principalmente mediante una técnica ascética y un método de contemplación. La
finalidad del Yoga, al igual que la del Samkhya, es la de eliminar la
conciencia normal en pro de una conciencia cualitativamente distinta, que pueda
abarcar exhaustivamente la verdad metafísica.
Ahora bien, para el Yoga esta supresión de la conciencia
normal no es tan fácil de alcanzar.
Patañjali definió el Yoga de este modo:
« Yoga es el control (nirodha, regulación,
aquietamiento, silenciamiento, poner a un lado) de las modificaciones (patrones
de pensamiento densos y sutiles) del campo mental. »
(Yoga Sutras, I.2)
La técnica yóguica presupone, por consiguiente, el
conocimiento experimental de todos los “estados” que agitan a una conciencia
normal, profana, no iluminada. Estos “estados de conciencia” son ilimitados,
pero todos ellos entran dentro de tres categorías, que corresponden respectivamente
a tres posibilidades de experiencia:
1)
Los errores e ilusiones, sueños,
alucinaciones, errores de percepción, confusiones, etc.
2)
La totalidad de las experiencias psicológicas
normales, todo lo que siente, percibe o piensa el profano.
3)
Las experiencias suprasensibles desencadenadas
por la técnica yóguica.
Como para el Yoga y el Samkhya, toda experiencia
psicológica es producida por la ignorancia de la verdadera naturaleza del
espíritu (purusha), resulta que la actividad mental, aunque real desde un punto
de vista estrictamente psicológico y válida desde un punto de vista lógica
(porque no son ilusorios, como los sueños o las alucinaciones), son igualmente
falsos desde la perspectiva metafísica.
En efecto, la metafísica sólo reconoce como válida una
tercera categoría de “estados”, principalmente los que preceden al éxtasis
(samadhi) y preparan la liberación.
El objetivo del Yoga de Patañjali es pues, abolir las dos
primeras categorías de experiencias (las que surgen del error lógico y del metafísico
respectivamente) y sustituirlas por una experiencia extática y suprasensorial.
Gracias al samadhi se trasciende definitivamente la
condición humana, que es dramática, puesto que surge del sufrimiento y se
consuma en el mismo, y al fin se alcanza esta libertad total, a la cual aspira
el alma con tanto fervor.
9. La Estructura de la Actividad Psíquica Normal
Vyasa clasifica como sigue las modalidades de la
conciencia:
1)
Inestable (Kshipta);
2)
Confuso, oscuro (Mudha);
3)
Estable e inestable (Vikshipta);
4)
Fija sobre un solo punto (Ekagrata);
5)
Completamente frenada
o aquietada (Niruddha).
Las dos primeras modalidades son comunes a todos los
seres humanos, pues, según la visión hindú, la actividad mental es dinámica y
normalmente confusa.
La tercera modalidad de la conciencia, vikshipta, se
alcanza fijando “ocasional y provisionalmente” la mente mediante el ejercicio
de la atención (por ejemplo, al hacer un esfuerzo por recordar, o para resolver
un problema de matemáticas), pero es pasajera y no ayuda en nada a alcanzar la
liberación (mukti), puesto que no se obtiene a través del Yoga.
Sólo las dos últimas se consideran “estados yóguicos”, es
decir que surgen a raíz de la ascesis y la meditación.
Vyasa también explica el hecho de que toda conciencia
normal se puede manifestar de tres formas diferentes, según el guna que
predomine. Pues el ser humano, su vida y su conciencia (así como el Cosmos en
su totalidad) son emanaciones de una prakriti única e idéntica, emanaciones que
no difieren en su calificación más que por el predominio de una de las tres
modalidades constitutivas de la substancia, es decir, los gunas.
Estas tres cualidades se manifiestan en la mente de la
siguiente manera:
1- Sattva (pureza, iluminación mediante la comprensión),
cuando esta cualidad predomina en la conciencia, ésta última se manifiesta como
prakhya, vivacidad, iluminación, estado de claridad mental y serenidad.
2- Rajas (energía), cuando predomina esta cualidad la
conciencia es pravritti, está activa y llena de energía, tensionada y llena de
voluntad.
3- Tamas (opacidad, pesadez), cuando predomina esta
cualidad la conciencia es sthiti, inerte, sumida en un estado de reposo y de
torpeza.
Tal como podemos ver, el Yoga de Patañjali conserva
intacta la inmemorable tradición india según la cual el ser humano (el
microcosmos) es homólogo al macrocosmos.
Evidentemente, esta clasificación de las modalidades y de
las disposiciones de la conciencia no se ha creado sólo con objeto del mero conocimiento.
El escalonamiento de los “estados de conciencia” según un orden jerárquico es,
por sí mismo, un medio para dominarlos y disponer de ellos a voluntad.
El Yoga, a diferencia del Samkhya, propone la sucesiva
destrucción de los diferentes grupos y variedades de los “estados de
conciencia” (cittavritti). Ahora bien, esta destrucción no se puede conseguir
si no se empieza por conocer experimentalmente, por así decirlo, la estructura,
el origen y la intensidad de estos estados de conciencia.
El “conocimiento experimental” quiere decir en este caso:
método, técnica y práctica. No se puede conseguir nada sin la acción (kriya) y
sin practicar la ascesis (tapas): éste es uno de los temas de la literatura
yóguica.
Esta es la razón por la que la práctica yóguica es
indispensable. Hasta que la experiencia prueba los primeros resultados de esta
técnica no se puede conseguir la fe (sraddha) en la eficacia del método (Vyasa,
comentario sobre los Yoga Sutras, I.34).
La negación de la realidad de la experiencia yóguica o la
crítica de algunos de sus aspectos, no tiene sentido cuando procede de una
persona que carece de la experiencia directa de la práctica; pues los estados
de conciencia superan la condición que nos circunscribe cuando los criticamos.
« El Yoga ha de ser conocido mediante el Yoga;
el Yoga se manifiesta por el Yoga » dice Vyasa en el Yoga Bhashya.
« Es propio de mujeres tratar de establecer la
superioridad de una verdad mediante argumentos discursivos, pero es propio de
hombres conquistar el mundo por su propio poder » dice el
TantraTattva que expresa una actitud característica de las escuelas yóguicas y
tántricas.
El término abhyasa (práctica, ejercicio, aplicación) es
muy común en los tratados hathayóguicos:
« Por lo tanto, aquellos que deseen emanciparse
deben practicar esto diariamente. A través de la práctica (abhyasa) se obtiene
el éxito; a través de la práctica se obtiene la liberación. El conocimiento
perfecto se forma a través de la práctica. El yoga se obtiene a través de la
práctica; el éxito en mudras viene por la práctica: a través de la práctica se
obtiene el éxito en el pranayama. La muerte puede ser engañada de su presa a
través de la práctica, y el hombre se convierte en el conquistador de la muerte
por la práctica. »
(Shiva Samhita, IV.9-11)
Se podrían citar ciertamente muchos textos de este tipo;
todos recalcan la necesidad de la experiencia directa, de la realización de la
práctica. La función ambivalente de las experiencias (que a su vez esclavizan
al ser humano y le incitan a liberarse) es algo característico del Samkhya y
del Yoga.
Sin embargo, a partir de ahora podremos descubrir en el
Yoga una tendencia específica y que esto no la hemos encontrado en el Samkhya.
Esta característica es la tendencia hacia lo concreto, hacia el acto, hacia la
prueba experimental, el Yoga concede una gran importancia a la experiencia, es
decir, al conocimiento de diferentes estados de conciencia.
10. El Subconsciente
El yogui debe trabajar y manejar esos “torbellinos”
(vrttis) que constituyen el flujo psico-mental del ser humano. Su causa ontológica
es, desde luego, la ignorancia.
Pero, a diferencia del Samkhya, el Yoga afirma que no
basta con la abolición de la ignorancia metafísica para conseguir la
destrucción total de los “estados de conciencia” (cittavritti), pues en el
mismo momento en que los “torbellinos” fueran eliminados, en seguida
aparecerían otros para sustituirlos, procedentes de las considerables reservas
de latencias que yacen en el subconsciente (vasana).
El concepto de vasana que designa estas latencias es de
vital importancia en la psicología yóguica; en el texto de Patañjali tiene el
significado de “sensaciones específicas subconscientes”.
Los vasanas crean un obstáculo al surgir y al
actualizarse constantemente, formando así una actividad incesante en el campo
mental. Por esto, el yogui, aun cuando haya consumado una prolongada práctica y
haya recorrido varias etapas del camino ascético, corre el riesgo de ser
derrotado por la invasión de un potente flujo de modificaciones en su campo
mental provocados por los vasanas.
“Los vasanas tienen su origen en la memoria”, escribió
Vyasa (comentarios sobre los Yoga Sutras, IV.9), y con esto destaca su carácter
subliminal. La vida es una continua descarga de vasanas que se manifiestan a
través de los vrittis.
En términos psicológicos, la existencia humana es una
actualización sin fin del subconsciente por medio de las experiencias. Los
vasanas condicionan el carácter específico de cada individuo, y este
condicionamiento viene dado tanto por la herencia como por su situación kármica
individual. Y estas fuerzas subconscientes determinan la vida de la mayoría de
los seres humanos.
El Yoga ha mostrado, mucho antes que el psicoanálisis, la
importancia del papel que desempeña el subconsciente. En el dinamismo propio del
subconsciente es donde ve el obstáculo más serio que ha de superar el yogui,
puesto que las latencias, como si un extraño impulso las empujara a la
extinción, quisieran manifestarse o actualizarse en estados de conciencia.
Sin embargo, esta sed de actualización de los vasanas se
compensa con la sed de extinción, de “reposo”, que encontramos en todos los
planos del Cosmos. Y percibido desde este punto de vista, toda “forma”, toda
“manifestación” y todo “estado”, sea cual sea, que puebla el Universo, es empujado
por el mismo instinto de liberación que empuja al ser humano.
Todo el Cosmos posee la misma tendencia que el ser
humano, la de reintegrarse en la Unidad primordial. Y cuando ciertas ramas del
buddhismomaháyánico hablan de la salvación de todo el Cosmos, se están
refiriendo a esta reintegración y reposo final de las cosas, los seres y las
formas.
Antes se habló de la semejanza entre el Yoga y el
psicoanálisis. En efecto, la comparación se puede hacer, con algunas reservas,
todas ellas en favor del Yoga. A diferencia del psicoanálisis, el Yoga no ve en
el inconsciente sólo a la libido.
Lo que le lleva a considerar al subconsciente como matriz
y como receptáculo a un mismo tiempo de todos los actos, gestos e intenciones
egotistas, es decir, dominados por el “ansia del fruto” (phalatrishna).
Y a diferencia del psicoanálisis, el Yoga cree que el
subconsciente puede ser dominado por la ascesis e incluso conquistado mediante
la técnica de unificación de los estados de consciencia más elevados.
11. La Técnica Yóguica
El punto de partida de la meditación yóguica es la
concentración sobre un solo objeto, el cual puede ser igualmente un objeto
físico (el entrecejo, la punta de la nariz, un objeto luminoso, etc.), un
pensamiento (una verdad metafísica) o Dios (Ishvara). Esta concentración firme
y continua se denomina ekagrata (en un solo punto) y se consigue por la
desintegración del flujo mental discontinuo y difuso.
Ekagrata, la concentración en un solo punto, tiene el
efecto inmediato de suprimir todas las distracciones y todos los automatismos
mentales dominantes que conforman la conciencia profana u ordinaria.
Los sentidos o el subconsciente aportan continuamente a
la conciencia objetos que la dominan y la modifican, según su forma e intensidad.
Y ésta es la razón por la que la práctica del yoga comienza con ekagrata, que
detiene el flujo mental y conforma un continuum firme y unificado.
El ejercicio de ekagrata está destinado a controlar las
dos causas generadoras de la fluidez mental: la actividad sensorial (indriya) y
la del subconsciente (samskara).
El control es la capacidad de intervenir a voluntad y de
forma inmediata en el funcionamiento de estas dos fuentes de “torbellinos”
mentales (cittavritti).
Un yogui puede conseguir por voluntad propia la
discontinuidad de la conciencia, es decir, puede provocar, no importa en qué
momento ni en qué lugar, la concentración de su atención en un “solo punto” e
insensibilizarse a cualquier otro estímulo sensorial o mental subyacente.
Por medio de ekagrata se consigue una auténtica voluntad,
es decir el poder de regir libremente un importante sector de la actividad
psicofísica.
Cabe aclarar que ekagrata sólo se puede realizar a través
de la práctica de numerosos ejercicios y técnicas, en los que la fisiología
desempeña un papel fundamental. Por ejemplo, no se puede conseguir ekagrata si
el cuerpo está en una postura incomoda o que resulte difícil, ni si la
respiración es irregular y arrítmica.
De ahí que la técnica yóguica abarque muchas categorías
de prácticas fisiológicas y de ejercicios espirituales (denominados aṅga
“miembros”) que se han de aprender si se desea conseguir ekagrata y, en último
término, la concentración suprema, samadhi.
Los “miembros” del Yoga también se pueden considerar como
un grupo de técnicas y como las etapas de una senda ascética y espiritual en la
que la meta última es la liberación definitiva.
Los dos primeros grupos de prácticas, yama y niyama,
constituyen los preliminares de cualquier ascesis; por consiguiente no
presentan ninguna particularidad específicamente yóguica. Las “abstenciones”
(yama) purifican los pecados que cualquier moral reprueba, pero que la vida
social tolera.
Las cinco abstenciones son: ahimsa, “no matar”; satya “no
mentir”; asteya “no robar”; brahmacarya “abstinencia sexual”; aparigraha “no
ser codicioso”.
Ahora bien, las reglas de conducta moral ya no se pueden
infringir como sucede en la vida común sin que haya un riesgo inmediato para el
que busca la liberación. En el Yoga, cualquier falta tiene repercusiones
inmediatas, tanto físicas, como psíquicas y metafísicas.
Paralelamente a estas abstenciones, el yogui ha de
practicar los niyamas, es decir, una serie de “disciplinas” corporales y
psíquicas. Estas cinco disciplinas son: saucha, “limpieza y pureza del cuerpo y
la mente”; santosha, “actitud de contento o serenidad”; tapas, “ascetismo o
control de los sentidos”; svadhayaya, “estudio de uno mismo y de las
escrituras”; ishvarapranidhana, “entrega a nuestra propia fuente (Ishvara).
Durante estas prácticas morales y disciplinarias surgen
algunas dificultades, y estas son producidas en su mayoría por el
subconsciente. La perturbación provocada por la duda es el obstáculo más
peligroso que se encuentra en la senda de la concentración.
Y para contrarrestar esto, Patañjali recomienda la
implantación del pensamiento contrario:
« Cuando tanto las normas de autorregulación o
restricción (yamas) como las observancias o la disciplina (niyamas) se dejan de
practicar debido a pensamientos perversos, malsanos o conflictivos, uno debería
cultivar principios o pensamientos opuestos o en dirección contraria. »
(Yoga Sutras, II.33)
Patañjali explica la naturaleza de las dudas o de los
vicios y su conquista desde un punto de vista de carácter mágico, es decir, el
yogui adquiere poder sobre aquello a lo que ha renunciado. Por ejemplo:
« Cuando un Yogui consigue estar bien afianzado
en no dañar (ahimsa), las personas que se le acercan dejan de experimentar
cualquier sentimiento de hostilidad de manera natural. Cuando se logra la
veracidad (satya), los frutos de las acciones del Yogui resultan espontáneamente
de acuerdo a su voluntad. Cuando se establece la práctica de no robar (asteya),
todas las joyas o tesoros se hacen presentes de por sí, o están a la
disposición del Yogui. Cuando el yogui se mantiene constante en la continencia
(brahmacharya) se adquiere una gran fuerzade voluntad y vitalidad (virya). »
(Yoga Sutras, II.35-38)
Aunque cabe aclarar que el yogui es incitado a renunciar
incluso a este “poder mágico”, al igual que ha renunciado a las pasiones
humanas.
12. Las Posturas y la Disciplina de la Respiración
Se puede decir que la técnica yóguica no comienza como
tal hasta el tercer “miembro del Yoga” (yogāṅga). Este tercer “miembro” es Asana,
palabra que designa la postura yóguica que en los Yoga Sutras se define como
“estable y agradable”.
Lo que importa es el hecho de que la asana confiere una
estabilidad al cuerpo y al mismo tiempo reduce al mínimo el esfuerzo físico. De
este modo se evita la sensación molesta de la fatiga y la incomodidad, con lo
cual se permite que la atención se ocupe exclusivamente de la contemplación.
Al principio, la asana es incómoda e incluso puede ser
insoportable. Pero con una cierta práctica, el esfuerzo de mantener el cuerpo
en una misma posición resulta mínimo. Es importante recalcarlo, el esfuerzo
debe de desaparecer, la posición meditativa ha de resultar cómoda y natural.
« La postura se vuelve perfecta cuando
desaparece el esfuerzo al realizarla, de forma que el cuerpo ya no se mueva.
Asimismo, se alcanza su perfección cuando el espíritu se transforma en infinito
(anantasamāpattibhyāṁ), es
decir, cuando hace de la idea del infinito su contenido. »
(Vyasa, comentario sobre los Yoga Sutras, II.47)
En cuanto a la práctica de la respiración (pranayama) el
yogui se disciplina para no respirar como una persona normal, es decir, de
manera arrítmica.
« Luego de conseguir la postura perfecta, se
practica el control de la respiración y expansión del prana (pranayama),
consistente en enlentecer o frenar la fuerza con que se respira y los
movimientos incontrolados de la exhalación e inhalación. Esto lleva a una
ausencia de consciencia de la respiración, y es el cuarto de los ocho pasos. »
(Yoga Sutras, II.49)
Patañjali habla de la “detención”, de la suspensión de la
respiración; sin embargo, el pranayama comienza por respirar a un ritmo lo más
lento posible, ésta es su meta inicial.
Bhoja en su comentario sobre los Yoga Sutras nos aclara porqué
esto es importante:
« Todas las funciones de los órganos están
precedidas por la de la respiración —siempre existe una conexión entre la
respiración y los estados mentales—, que cuando se han suspendido todas las
funciones de los órganos, realiza la concentración de la conciencia en un sólo
objeto. »
(Bhoja, comentario sobre los Yoga Sutras, I.34)
La afirmación según la cual “siempre existe una conexión
entre la respiración y los estados mentales” es importante. Se trata de una
observación que va más allá del hecho de que, por ejemplo, la respiración de
una persona furiosa sea agitada, mientras que la respiración de la que está
concentrada (aunque sea provisionalmente y sin ninguna meta propiamente
yóguica) sea rítmica y se lentifica por sí misma.
El lazo que une el ritmo de la respiración a los estados
de conciencia a los que se refiere Bhoja (lazo que sin duda ha sido observado y
probado experimentalmente por los yoguis) ha servido de instrumento de
“penetración” de la conciencia, es decir, el yogui es capaz de probar
experimentar con toda lucidez ciertos estados de conciencia que son inaccesibles
en el estado de vigilia.
La psicología hindú distingue cuatro modalidades de
conciencia: la conciencia diurna, la del sueño con sueños, la del sueño sin
sueños y la “conciencia extática”. Cada una de estas modalidades de conciencia
está relacionada con un ritmo respiratorio específico.
Por medio del pranayama, es decir, de ir prolongando la
exhalación y la inhalación (la finalidad de esta práctica es la de conseguir un
intervalo lo más largo posible entre estos dos momentos de la respiración), el
yogui puede de este modo penetrar en todas las modalidades de la conciencia.
Para la persona corriente hay una discontinuidad entre
estas diversas modalidades; pasa del estado de vigilia al de sueño de forma
inconsciente. El yogui ha de mantener la continuidad de la conciencia, es
decir, penetrar, firme y lúcido, en cada uno de estos estados.
Pero la experimentación de las cuatro modalidades de la
conciencia, a las cuales corresponde de forma natural un cierto ritmo
respiratorio, sólo se pueden realizar tras una larga práctica.
El objetivo inmediato del pranayama es más modesto.
Gracias a esta práctica se adquiere en primer lugar una “conciencia continua”,
que sólo se puede conseguir por la meditación yóguica.
La respiración de la persona profana suele ser arrítmica;
varía según las circunstancias exteriores o según la tensión mental. Esta
irregularidad produce un constante flujo de pensamiento y, como consecuencia,
inestabilidad y dispersión de la atención. La respiración ha de tener un ritmo
que, si no consigue que nos “olvidemos” de ella por completo, al menos no ha de
incomodarnos por su discontinuidad.
13. La Concentración
La asana, el pranayama y la ekagrata consiguen abolir,
aunque sólo sea durante el corto tiempo que dura el ejercicio, la condición
humana. Inmóvil, acompasando su respiración y fijando su mirada y su atención
en un solo punto, el yogui trasciende concreta y experimentalmente la modalidad
profana de existir.
Empieza a independizarse del Cosmos; lo externo ya no le
molesta al haber trascendido los pares de opuestos, es insensible tanto al frío
como al calor, a lo bueno y lo malo, al dolor y al placer; la actividad
sensorial ya no le proyecta hacia fuera, hacia los objetos de los sentidos; la
actividad de la mente ya no es frenética ni está distraída, está “concentrado”,
“unificado”.
El yogui se vuelve a sí mismo, por así decirlo, se rodea
de “defensas” que lo protegen de una invasión exterior, se vuelve invulnerable.
El hecho de acompasar y, en último grado, suspender la
respiración, hace posible la verdadera concentración (dharana).
« Por medio de este pranayama, el velo de
(karmasheya) que cubre la luz o iluminación interna, se adelgaza, disminuye y
se desvanece. Gracias a estas prácticas y procesos de pranayama, el cuarto de
los ocho pasos, la mente adquiere o desarrolla la aptitud, calificación o
capacidad para la verdadera concentración (dharana), que es el sexto de los
ocho pasos. »
(Yoga Sutras, II.52-53)
Esta concentración se da porque el yogui ha podido
mediante el ejercicio de pranayama sustraerse de la influencia sensorial
(pratyahara). Pero, aunque los sentidos ya no se dirijan hacia los objetos
exteriores y cese su actividad, el intelecto (citta) no pierde su capacidad de
tener representaciones sensoriales, es decir, la capacidad de percibir el
conocimiento de un objeto interno.
Esta sustracción de la actividad sensorial del dominio de
los objetos exteriores (pratyahara) es la etapa última de la ascesis psico-fisiológica.
Y a partir de este momento el yogui ya no será “distraído” o “molestado” por
los sentidos, y por la actividad sensorial.
Es entonces cuando la mente (citta) puede servir de
espejo de los objetos sin que se interpongan los sentidos entre él y su objeto.
Pero el profano es incapaz de adquirir esta libertad porque su mente, en lugar
de estar estable, está continuamente bajo la influencia de la actividad de los
sentidos, del subconsciente y del “ansia de vivir”. Al detener las
fluctuaciones del campo de la mente, citta mora en sí mismo.
Pero esta “autonomía” de la mente no produce la supresión
de los fenómenos. El yogui, aunque desapegado de los fenómenos, sigue
contemplándolos. En lugar de conocer, como hasta entonces, por medio de las
formas (rupa) y de los estados mentales (cittavritti), el yogui contempla
directamente la esencia (tattva) de todos los objetos.
Esta autonomía de la mente con respecto a los estímulos
sensoriales del mundo exterior y del dinamismo del subconsciente, permite al
yogui experimentar una triple técnica, que en los textos recibe el nombre de
samyama. Este término designa las últimas etapas de la meditación yóguica, los
últimos tres “miembros del yoga”, y estos son: la concentración (dharana), la
“meditación” propiamente dicha (dhyana) y el éxtasis (samadhi).
Esta práctica es más sutil que la de los anteriores
miembros del yoga, es decir no conlleva ninguna otra técnica externa o
fisiológica. Además, son interdependientes hasta tal punto que el yogui, al
practicar la concentración de manera profunda, en ocasiones no puede evitar,
incluso, muy a su pesar, acabar en la “meditación” o en la “éxtasis”.
Ésta es la razón por la que estos tres ejercicios
yóguicos tienen una denominación común: samyama.
Así que realizar el samyamaquiere decir realizar a un
mismo tiempo la “concentración” (dharana), la “meditación” (dhyana) y el
“éxtasis” (samadhi).
El tránsito de la “concentración” a la “meditación” no
requiere poner en práctica ninguna técnica nueva. Asimismo, tampoco es
necesario ningún ejercicio yóguico suplementario para realizar el samadhi; a
partir del momento en que el yogui consigue “concentrarse” y “meditar”, el
samadhi, el “éxtasis” yóguico, es el resultado final y la culminación de todos
los esfuerzos.
« El discernimiento se considera cien veces
superior al mero hecho de seguir buenos consejos, y, a su vez, la meditación se
considera cien mil veces superior al discernimiento, pero el NirvikalpaSamadhi
es una experiencia infinita, por lo tanto incomparable. »
(Vivekachudamani, 364)
Por una parte, samadhi expresa una “experiencia” incomparable
e indescriptible desde cualquier perspectiva; por otro lado, esta “experiencia
extática” no es una sola, sino que tiene varias etapas o estados diferentes,
como veremos más adelante.
Samadhi esencialmente es ese estado contemplativo en el
cual la mente capta inmediatamente la forma del objeto, sin la ayuda de las
clasificaciones ni de la imaginación; en ese estado el objeto se revela “en sí
mismo” (svarūpa) en su aspecto esencial.
« Cuando sólo la esencia de ese objeto, lugar o
punto se destaca en la mente, como desprovista incluso de su propia forma, tal
estado de absorción profunda se llama samadhi, el octavo paso. »
(Yoga Sutras, III.3)
Existe una coincidencia real entre el conocimiento del
objeto y el objeto del conocimiento; este objeto ya no aparece en la conciencia
dentro del marco de las relaciones que le delimitan y definen como fenómeno,
sino “como si estuviera vacío de sí mismo”. La ilusión y la imaginación son
definitivamente eliminadas por el samadhi.
« Mediante el NirvikalpaSamadhi se conoce clara
y definitivamente la Verdad de Brahman. Esa es la única vía posible, porque de
otra forma, la mente al ser tan inestable por naturaleza, tenderá a mezclar la
experiencia con otro tipo de percepciones. »
(Vivekachudamani, 365)
Es importante aclarar que no se ha de considerar este
estado yóguico como un simple trance hipnótico. La “psicología” india conoce la
hipnosis y la atribuye a un estado mental de concentración ocasional y
provisional (vikshipta), este trance no es más que una barrera más del “flujo
de la mente” y no un ekagratayóguico.
BhattaKallata, en su tratado SpandaKarika, describe las
diferencias que existen entre el trance hipnótico, el estado de sonámbulo y el
de samadhi. El estado de vikshipta no es más que una parálisis, de origen
emotivo o volitivo; este bloqueo no se ha de confundir con el estado de
samadhi, que se obtiene exclusivamente por medio de ekagrata, es decir, cuando
se ha suprimido la pluralidad de los estados mentales.
El samadhi es un estado, un estado que hace posible la
autorrevelación del Espíritu (purusha), gracias a un acto que no es
constitutivo de una experiencia fenoménica. Pero no cualquier samadhi revela al
Espíritu, ni cualquier “éxtasis” hace real la liberación final. Patañjali y sus
comentaristas distinguen varias clases o etapas de concentración suprema.
Cuando se alcanza el samadhi con la ayuda de un objeto o
de una idea (es decir, al fijar el pensamiento en un punto espacial o en una
idea), el “éxtasis” se denomina samprajñātasamādhi.
Si, por el contrario, se alcanza el samadhi
independientemente de cualquier “relación” (sea de orden externo o de orden
mental), es decir, cuando se consigue una “conjunción” en la que no interviene
ninguna “alteridad”, ni siquiera la de un “yo” subyacente, se realiza el
asamprajñātasamadhi (éxtasis no diferenciado).
Tenemos, pues, dos clases de estados claramente
diferenciados: la primera serie de estados se adquiere mediante la técnica
yóguica de la concentración (dharana) y de la meditación (dhyana); la segunda
clase, de hecho, comprende un sólo “estado”, a saber, el éxtasis no provocado,
una especie de “rapto”.
No cabe duda de que este asamprajñātasamādhi siempre se
debe a los prolongados esfuerzos del yogui. No es un don, ni un estado de
gracia. No se puede alcanzar sin haber experimentado suficientemente las clases
de samadhi comprendidas en la primera categoría.
Es la culminación de innumerables “concentraciones” y
“meditaciones” previas. Pero llega sin previo aviso, sin que se le provoque,
sin prepararse expresamente para él: ésta es la razón por la que se le puede
llamar un “rapto”.
« Una vez que el ego se ha hecho fuerte,
incluso a los sabios les resulta difícil destruirlo; sólo pueden conseguirlo
aquellos que han logrado la Paz Suprema entrando en el NirvikalpaSamadhi. »
(Vivekachudamani, 342)
Samprajñatasamadhi comprende varias etapas, es decir,
puede ser perfeccionado ya que no es un estado absoluto. En la primera etapa,
el pensamiento se identifica con el objeto de su meditación en “su totalidad
esencial”, esto quiere decir que, durante ese estado, el meditador se
identifica con los tres “aspectos” que caracterizan a un objeto fenoménico como
tal: el objeto en sí mismo, el concepto, y la palabra que lo define.
Esta “identificación” se denomina savitarka, etapa aun
imperfecta que se ha de superar si se desea realizar nirvitarkasamadhi (etapa
“no argumentativa”). Vyasa explica esta segunda etapa de la siguiente manera:
« Citta se convierte en nirvitarka después de
que la memoria deja de funcionar, es decir, cuando cesan las asociaciones
verbales o lógicas; en el momento en que el objeto está desprovisto de nombre y
de sentido; en que el pensamiento se refleja de inmediato uniéndose a la forma
del objeto y brillando exclusivamente con el objeto en sí mismo (svarūpa) . »
(Comentarios sobre los Yoga Sutras, I.43)
Es importante remarcar que tanto savitarka como
nirvitarkasamadhi son los estados de conciencia que se “consiguen” a través de
la concentración en la esencia de los objetos fenoménicos densos. También
existe un tipo de samadhi en el que el yogui se absorbe en la esencia de los
“objetos sutiles” y estos estados se llaman savichara y nirvicharasamadhi,
respectivamente. Y como aclara Patañjali:
« La gama de dichos objetos sutiles se extiende
hasta prakriti no manifestada. »
(Yoga Sutras, I.45)
Durante la meditación savichara (“reflexiva”); el
pensamiento ya no se detiene en el aspecto exterior de los objetos materiales,
es decir, en los objetos que están formados por agregados de átomos, sino que,
se absorbe en lo que se conoce como tanmatras.
Estos tanmatras, según el Samkhya, son la esencia sutil
de la “creación” la causa de los elementos (Akasha, “éter”; Vayu,“aire”;Agni,
“fuego”;Ap, “agua”;Prithvi, “tierra”) más burdos que debido a sus infinitas
combinaciones conforman todos los fenómenos.
Cuando el pensamiento se identifica con los tanmatras,
sin experimentar al mismo tiempo una concatenación de vedanas y samskaras que,
por su naturaleza, producen estos tanmatras, y el yogui los “asimila de una
forma ideal”, sin que de ello resulte un sentimiento o un razonamiento, se alcanza
la meditación nirvichara.
El yogui se absorbe entonces con estos núcleos
infinitesimales de energía (tanmatras) que constituyen el verdadero fundamento
del universo físico. Se trata de una auténtica inmersión en la esencia misma
del mundo físico y no sólo en los fenómenos individuados.
Las etapas de savitarka, nirvitarka y savichara reciben
el nombre de bija samadhi (samadhi semilla, con soporte), mientras que el
nirvicharasamadhi se denomina nirbijasamadhi (sin semilla, sin soporte).
« El conocimiento experimental que se gana en
ese estado (nirbijasamadhi) se relaciona con la sabiduría esencial y está
repleto de la verdad. »
(Yoga Sutras, I.48)
El “estado” y el “conocimiento” que indica este término
se refieren a la ausencia total de las modificaciones de la mente, no a una
mente totalmente vacía. Al contrario, en ese momento la conciencia se satura de
una intuición directa.
La conciencia (cit), fijada en el samadhi se hace capaz
de tener la revelación inmediata del Espíritu (purusha). Por el mero hecho de
que exista esta contemplación, que en realidad es una “participación”, el dolor
de la existencia queda erradicado.
Todavía existen dos estadios superiores dentro de las
etapas de samprajñatasamadhi:
1 – Anandanugata, que se alcanza meditando sobre la dicha
cuya manifestación es la eterna luminosidad y autoconciencia de Sattva.
2 - Asmitanugata, al que se llega en el momento en que el
intelecto (buddhi), completamente aislado del mundo exterior, no refleja otra
cosa que Purusha.
Examinemos con un poco más detenidamente los resultados
de samprajñatasamadhi. Los únicos resultados que pueden interesar al yogui son,
evidentemente, los de orden práctico, es decir: la penetración en las regiones
que son inaccesibles a la experiencia normal.
Esto es importante recalcarlo porque hasta que el yogui
no alcanza este estadio preciso de su disciplina meditativa, no adquiere esos
“poderes milagrosos” (siddhis) a los que está dedicado el libro III de los Yoga
Sutras.
En la India un yogui siempre ha sido considerado como un
mahasiddha, un poseedor de “poderes ocultos”. La India jamás ha olvidado que el
ser humano, en ciertas circunstancias, puede llegar a ser un “hombre-dios”.
Nunca ha podido aceptar la actual condición humana, de sufrimiento,
impotencia y precariedad. Siempre ha creído que existían “seres divinos”,
“siddhas”, pues siempre ha tenido el ejemplo de los yoguis. Aunque si el yogui
se propone avanzar en su ascesis meditativa debe necesariamente renunciar a
estos “poderes”.
Recordemos que, según la concepción de la India, la
renuncia es un valor positivo. El que renuncia no se siente por ello
menoscabado, sino todo lo contrario, más enriquecido, porque la fuerza que
obtiene al renunciar a cualquier placer supera en mucho al placer al cual había
renunciado.
Según las leyendas, gracias a la renuncia y al ascetismo
(tapas), los seres humanos, los demonios o los dioses pueden llegar a ser
poderosos hasta el punto de ser una amenaza para la economía del universo. Pero
no nos distraigamos mucho en esto, continuemos con la siguiente y última etapa
de samadhi: asamprajñatasamadhi.
Entre los diversos “estadios” del samprajñatasamadhi
existe una continua oscilación, que se debe no sólo a la inestabilidad del
pensamiento, sino también al íntimo vínculo que existe entre estos “estadios”.
El yogui pasa del uno al otro mientras su conciencia disciplinada y purificada
ejercita sucesivamente las diversas variedades de contemplación.
Cuando el pensamiento queda definitivamente inmóvil,
cuando la oscilación entre las modalidades de meditación ya no perturba a
citta, se realiza el asamprajñatasamadhi, el éxtasis místico de la vacuidad
total, sin contenido sensorial y sin estructura intelectual, estado
incondicionado que ya no es “experiencia”, porque en ese punto ya no existe la
relación entre la conciencia y el mundo, sino que es más bien una “revelación”.
El intelecto (buddhi) se retira, desapegándose de purusha
y se reintegra en prakriti. El Espíritu queda libre, autónomo y se contempla a
sí mismo. La mente queda suprimida, es decir, deja de funcionar, los elementos
que la constituyen se reabsorben en la substancia primordial. El yogui alcanza
la liberación: como un muerto, ya no tiene ninguna relación con el mundo, es un
“muerto en vida”.
No cabe duda de que es una situación paradójica la del
yogui, pues está vivo y, sin embargo, liberado; tiene un cuerpo y, no obstante,
se conoce a sí mismo y por ello es el purusha; vive en el tiempo y a la vez
participa de la inmortalidad; coincide con el Ser en su totalidad, aunque sólo
sea un fragmento. La espiritualidad india tiende a realizar esta situación
paradójica.
¿Qué son esos “seres
divinos” de los que se habló, sino el “punto geométrico” en el que coinciden lo
humano y lo divino, el ser y el no-ser, la eternidad y la muerte, el Todo y la
parte?
Conclusión
Repasemos las etapas de este largo y difícil itinerario
propuesto por Patañjali. Su meta está bien definida desde el principio: liberar
al ser humano de su condición humana, conquistar la libertad absoluta, realizar
lo incondicionado.
El método comporta múltiples técnicas (fisiológicas,
mentales, místicas), pero todas ellas tienen algo en común: su carácter
antiprofano, digamos mejor: antihumano. El profano vive en sociedad, se casa,
forma una familia; el Yoga prescribe la soledad y la castidad absolutas.
El profano está “poseído” por su propia vida; el yogui se
niega a “dejarse vivir”; al movimiento continuo opone su posición estática, la
inmovilidad de la asana; a la respiración agitada, arrítmica, multiforme, opone
el pranayama e incluso sueña con conseguir la retención total del aliento; al
flujo caótico de la vida psicomental responde con la “fijación del pensamiento
en un solo punto”, primer paso hacia la retracción definitiva del mundo
fenoménico que conseguirá a través del pratyahara.
Todas las técnicas yóguicas invitan al mismo gesto: hacer
exactamente lo contrario de lo que la naturaleza humana nos fuerza a hacer.
Desde el aislamiento y la castidad hasta el samyama. La orientación siempre es
la misma: reaccionar contra la inclinación “normal”, “profana”, en último
término “humana”.
Esta oposición total a la vida no es nueva, ni en la
India ni en otros lugares; en ella se advierte la polaridad arcaica y universal
entre lo sagrado y lo profano. Desde siempre, lo sagrado ha sido algo
“totalmente distinto” de lo profano. Según este criterio, el Yoga de Patañjali,
como todos los otros Yogas, conserva un valor religioso.
El ser humano que rechaza su propia condición y reacciona
conscientemente contra ella, esforzándose por abolirla, es una persona sedienta
de lo incondicionado, de libertad, de “poder”. El yogui, con su rechazo a la
vida, imita un modelo trascendente: Ishvara. Aun cuando el papel que desempeña
este Dios en la lucha por la liberación resulte bastante mediocre, esta
imitación de una modalidad trascendente conserva su valor religioso.
Recordemos que el yogui pierde su solidaridad con la vida
por etapas. Comienza suprimiendo los hábitos vitales menos esenciales: las
comodidades, las distracciones, la vana pérdida de tiempo, la dispersión de sus
fuerzas mentales, etc. En seguida intenta unificar las funciones más
importantes de la vida: la respiración, la conciencia. Controlar su
respiración, acompasarla.
La ekagrata persigue la misma meta en el plano de la vida
psicomental: fijar el flujo de la conciencia, alcanzar un continuum mental,
“unificar” el pensamiento. Por el samādhi el yogui trasciende los contrarios y
reúne en una experiencia única el vacío y lo rebosante, la vida y la muerte, el
ser y el no-ser.
El yogui que alcanza el asamprajñatasamadhi, realiza el
sueño que obsesiona al espíritu humano desde los comienzos de su “historia”:
coincidir con el Todo, recobrar la Unidad, rehacer la no dualidad inicial,
abolir el Tiempo.
La importancia que conceden todos los autores a los
estados yóguicos de supraconciencia nos indican que la reintegración final se
realiza en esta dirección y no en la de un “trance” más o menos profundo.
En otras palabras, la recuperación de la no-dualidad
inicial mediante el samadhi aporta este elemento nuevo con relación a la
situación primordial: el conocimiento de la unidad y de la beatitud. Se produce
un “retorno al origen”, pero con la diferencia de que “el liberado en vida”
recobra la situación original enriquecida con las dimensiones de la libertad y
la conciencia.
Aquí es donde mejor apreciamos el carácter iniciático del
Yoga, pues en la iniciación también “morimos” para “renacer”; pero este nuevo
nacimiento no repite el “nacimiento natural”, el neófito no se reencuentra con
el mundo profano al que acababa de morir durante la iniciación, sino con un
mundo sagrado, que corresponde a un nuevo modo de ser, inaccesible en el plano
“natural” (profano) de la existencia.
El estado paradójico de “ser divino”, si lo comprendemos
en su sentido más amplio, el de ser el “lugar geométrico” de lo sagrado y lo
profano, es decir, del ser y del no ser, ha sido desde siempre el sueño de la
humanidad arcaica, “primitiva” (aun cuando este sueño se limitara a cierta
“élite” religiosa). En este sentido, el Yoga sigue siendo una técnica
espiritual y una vía mística arcaica.
Pero cabe preguntarse si en la paradoja yóguica, en la
coincidencia del Nirvana y del samsara, del ser y del no-ser, de la parte y del
todo, no se revela también un instinto metafísico más profundo, quizás haya que
preguntarse si esta conciencia paradójica no equivale a la reintegración de
toda realidad en su modalidad primera, no diferenciada, al estado indistinto
que precedía a la manifestación; en una palabra, si el ser humano, al soñar con
su propia liberación, no soñaba también con la de todo el Cosmos, a través de
una reintegración de todas las formas y de todas las existencias en la Unidad
primordial.
Muchas gracias Cid, realmente se antojaba un post así.
ResponderBorrarSaludos y espero que toda tu gente se encuentre muy bien :D
Yo como practicante del yoga, les sugiero que no guíen de libros por qué la mayoría de los libros son más de carácter divulgativos que práctico, es incoveniente buscar desarrollo basándose en libros, en artículo o en blogs en si por qué es inefectivo en la mayoría de los casos
ResponderBorrareste artículo es fascinante, es muy bueno, gracias a ambos por subirlo, rezo por que algún día esto se haga tendencia mundial!
ResponderBorrarSi, el conocimiento que recopila Mircea Eliade es muy interesante, fue un buen escritor y logró plasmar bastante bien las ideas filosóficas y espirituales de las diferentes tradiciones en sus libros.
BorrarSerapeum sos groso. Gracias por tanto, infinitas gracias hermano. Bendiciones
ResponderBorrarGracias por las bendiciones. Le mando un gran saludo.
BorrarHOLA,MI DUDA ES SOBRE EL ESTADO LLAMADO MAHASAMADHI,CUYA PRACTICA ESTA POCO DIBULGADA
ResponderBorrarHola ,hay alguien que responda ?es por la pregunta sobre mahasamadhi
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