(Este
es el capítulo 23 del libro “Las Viejas
Hojas de un Diario I” escrito por el coronel Olcott.)
PRECIPITACIONES
DE IMÁGENES
Respuesta
del Maestro dentro de un sobre cerrado
A
los lectores del libro “Maneras y
costumbres de los modernos egipcios” de William Lane os hago una pregunta:
¿os acordáis de la historia del joven que fue a ver un sheikh taumaturgo y
obtuvo una prueba maravillosa de sus poderes ocultos?
Su
padre se hallaba entonces enfermo en un sitio lejano, y el joven pidió al
sheikh noticias suyas. El sheikh accedió y le dijo que escribiese a su padre preguntándole
cómo seguía, y una vez hecho esto, el sheikh colocó la carta debajo del cojín en
que estaba apoyado.
Al
cabo de un momento, sacó del mismo sitio una carta en respuesta a las preguntas
del joven. Estaba escrita de letra del padre, y si no me engaño (porque estoy dando
esta cita de memoria) llevaba también su sello.
A
petición del consultante, el café fue servido en las propias tazas de su padre,
las que con toda razón podía suponer que estaban en la casa paterna, en una población
lejana.
Pues
bien, H.P.B. me hizo ver una noche, sin preparación escénica ni historias, algo
del mismo género del primero de esos fenómenos. Yo deseaba saber la opinión de cierto
Adepto sobre un tema determinado. Ella me pidió que escribiese mis preguntas, las
pusiese en un sobre sellado y colocase éste en un sitio en que yo pudiese vigilarle.
Esto
tenía más valor aún que el episodio del sheikh egipcio que escondió la carta
bajo su almohadón. Como yo estaba sentado entonces frente al hogar, puse mi carta
encima de la chimenea, detrás del reloj, dejando sobresalir el borde del sobre,
para tenerlo a la vista.
H.P.B.
y yo, seguimos hablando alrededor de una hora más, y entonces me dijo que la respuesta
había llegado. Abrí mi sobre, cuyo sello estaba intacto, y dentro estaba mi carta,
y en mi carta la respuesta del Adepto, con su escritura, escrita en una hoja de
un papel verde especial que –tengo todas las razones para creerlo– no existía en
la casa.
Nosotros
nos encontrábamos en Nueva York, mientras que el Adepto se encontraba en Asia.
Pretendo
que este fenómeno no puede ser tachado de fraude, y que por lo tanto su valor es
considerable. No hay más que una explicación posible, bien defectuosa por cierto,
aparte de lo que considero ser la verdadera teoría.
Es
Suponer a H.P.B. dotada de un poder hipnótico extraordinario, que hubiese podido
paralizar instantáneamente todas mis facultades en forma de impedirme ver que ella
se levantaba, sacaba mi carta de detrás del reloj, abría el sobre con vapor de agua,
leía mi carta, la contestaba desfigurando la letra, volvía a poner todo en el sobre,
que volvía a sellar y a colocar en la chimenea, y me devolvía el uso de mis sentidos
sin que mi memoria conservase ni trazas del experimento.
Pero
yo tenía, y tengo aún, un recuerdo muy claro de haber hablado durante una hora,
de haberla visto andar de aquí para allá, y hacer y fumar numerosos cigarrillos,
mientras yo cargaba, fumaba y volvía a cargar mi pipa. En fin, recuerdo haber estado
con el ánimo de toda persona despierta que está acechando un fenómeno psíquico que
va a efectuarse.
Si
se da algún valor a cuarenta años de familiaridad con todos los fenómenos de hipnotismo
y magnetismo y con sus leyes, puedo positivamente declarar que estaba en plena
conciencia de vigilia y que he descrito con exactitud los hechos.
Tal
vez dos veces cuarenta años de experiencia en el plano físico de mâya [la ilusión],
no serían suficientes para hacer concebir todas las posibilidades de la ciencia
hipnótica oriental. Tal vez yo no soy más capaz que el primer ignorante que se presente,
de saber lo que en realidad sucedió entre el momento en que escribí mi carta y aquel
en que recibí la respuesta.
Es
muy posible. Pero en ese caso, ¿qué valor infinitesimal puede atribuirse a las
severas acusaciones de los críticos hostiles a H.P.B., que la trataron de
prestidigitadora sin escrúpulos, si no poseen ni siquiera la cuarta parte de mis
conocimientos de las leyes que rigen a los fenómenos psíquicos?
En
la revista Spiritualist de Londres, del
28 de enero de 1876, he contado este incidente al mismo tiempo que otros de la
misma clase, y ruego al lector que para más detalles lea ese artículo.
(Observación
de Cid: William Judge aseguró que Blavatsky podía hipnotizar sin que las
personas se dieran cuenta, pero este fenómeno donde el Maestro responde dentro
de un sobre cerrado se efectuó en múltiples ocasiones, y a veces sin que
Blavatsky estuviera presente.)
El largo mechón
del coronel Olcott
Yo
no sé que haya una clase de fenómenos que puedan clasificarse de hirsutos, pero
si los hay, el siguiente incidente puede ser clasificado con ellos, así como el
súbito crecimiento de los cabellos de H.P.B., que ya conté en uno de los primeros
capítulos.
Después
de haberme afeitado la barba durante muchos años, me la dejé crecer por consejo
de mi médico, para evitar frecuentes enfriamientos de garganta, y en el tiempo de
que estoy hablando, mi barba tenía como unas cuatro pulgadas de largo.
Una
mañana, arreglándome después del baño, descubrí un paquete de pelos largos debajo
de la barbilla, junto a la garganta. No sabiendo qué pensar de eso, desenvolví muy
cuidadosamente todo ese enredo, lo que me ocupó bien una hora de paciencia, y descubrí
con gran sorpresa que ¡tenía un mechón de barba de catorce pulgadas, que me
llegaba hasta el hueco del estómago!
Ni
en mis recuerdos ni en mis lecturas había nada que me ayudase a comprender el cómo
y el por qué de ese hecho, pero el fenómeno estaba ahí, palpable y permanente.
Cuando
le mostré el mechón a H.P.B., ella me dijo que era obra de nuestro gurú durante
mi sueño, y me aconsejó que lo conservase para usarlo como un depósito de su aura
bienhechora.
Se
lo enseñé a muchos amigos que no hallaron mejor explicación que darme, pero todos
estuvieron acordes en decirme que no lo cortara. De suerte que yo lo metía dentro
del cuello para ocultarlo, y esto duró años, hasta que el resto de la barba
creció otro tanto.
Esto
explica porqué con frecuencia se me llamaba “Barba de Rishi”* y por qué nunca cedí
a mi constante tentación de cortar ese adorno natural para reducirlo a
proporciones más portátiles y menos impresionantes.
(Nota
de Cid: en sánscrito Rishi significa revelador, santo, iluminado, Adepto.)
Sea
cual fuere el nombre que se le dé a este fenómeno, no fue una mâya [ilusión],
sino algo real y tangible.
Blavatsky precipita
escritura en una pizarra
Como
lo demuestra lo que precede, H.P.B. era particularmente experta para las
“precipitaciones” (ese término originalmente yo lo puse, pero parece convenir
bastante bien para el método ocultista empleado).
Este
era también el caso de M.A. Oxon. Una noche, en 1875, en casa del presidente de
la sección de fotografía del American Institute, el señor E.J. Newton, vi a un médium
particular, llamado Cozine, que producía fenómenos de escritura sobre pizarra, bastante
más notables que los del doctor Slade. Las comunicaciones se producían en azul y
en rojo muy vivos; no se servía de ningún lápiz para el experimento, y yo mismo
sostenía un extremo de la pizarra.
Cuando
le conté esto a H.P.B., ella me dijo:
-
“Me
parece que yo podría hacer otro tanto; en todo caso, quiero ensayarlo.”
Salí,
compré una pizarra y se la traje. La llevó, sin lápiz, a un pequeño gabinete oscuro
y se echó sobre el sofá. Salí del gabinete, cerré la puerta y esperé fuera. Al
cabo de unos instantes, H.P.B. reapareció, sudorosa, con aspecto de estar muy fatigada
y trayendo la pizarra en la mano, me exclamó:
-
“¡Christi,
me ha dado trabajo pero está hecho, mire!”,
La
pizarra estaba escrita con lápices rojo y azul con una letra diferente de la suya.
M.A.
Oxon me escribió contándome una experiencia semejante, que él hizo, pero en su caso
él no era más que el médium pasivo de Imperator, lo que es muy diferente. A petición
suya, Imperator escribió mensajes en la cartera que estaba en su bolsillo, con tintas
de diferentes colores. Imperator sigue siendo lo desconocido de la vida psíquica
de Oxon; tal vez fuese el cuerpo etéreo de mi amigo, quien precipitó esos
textos coloreados para apaciguar el ruidoso escepticismo de su conciencia física,
y en ese caso su fenómeno tendría un cierto parentesco con el de H.P.B.
El retrato de Staiton Moses
(William Stainton Moses, quien utilizaba el seudónimo de M.A. Oxon, fue un
médium inglés guiado por un espíritu llamado "Imperator”.)
En
otra parte he hablado de una imagen precipitada sobre raso por H.P. Blavatsky
para enseñarme a qué grado había llegado Oxon, en su esfuerzo para alcanzar el
poder de proyectar su doble, concentrando la voluntad.
Y
a continuación voy a contarlo con sus detalles:
Una
noche de otoño, en 1876, trabajábamos como de costumbre en la obra “Isis Develada”, cada uno a un lado de la
mesa y nos pusimos a discutir los principios que rigen la proyección voluntaria
del doble.
Por
no haber estudiado esas cosas en su juventud, ella no entendía nada de las
explicaciones científicas y me costaba trabajo entender su pensamiento. Además
que su temperamento violento no dejaba en esos casos de tratarme de idiota, y
esa vez no me ahorraba su opinión respecto a mi difícil comprensión.
Terminó
por donde debió comenzar, ofreciendo demostrarme con una figura, el estado de
la evolución de Oxon Y para eso en seguida se puso manos a la obra. Se levantó,
abrió un cajón del que sacó un pequeño rollo de raso blanco, que quedaba, creo,
de una pieza que le habían regalado en Filadelfia, y extendiéndolo ante mí
sobre la mesa, cortó un trozo de la dimensión deseada, después de lo cual
colocó el rollo en su sitio y se sentó.
Puso
el trozo de raso boca abajo sobre la mesa, lo cubrió casi por completo con una
hoja nueva de papel secante, y apoyó sus codos encima mientras hacía un
cigarrillo. Me pidió que le trajese un vaso de agua. Yo asentí, pero empecé por
hacerle una pregunta que trajo una respuesta, y empleó algún tiempo para
contestármela.
Mientras
yo no le quitaba ojo al borde del raso que sobrepasaba del papel secante y
estaba bien resuelto a no perderlo de vista. Ella viendo que no me movía, me
preguntó si no quería ir a buscarle el vaso de agua.
Le
respondí:
-
“¡Oh!,
claro que sí.”
Entonces
me preguntó:
-
“Bien,
entonces, ¿qué espera?”
A
lo que le contesté:
-
“Espero
tan sólo a ver lo que va a hacer con ese raso.”
Viendo
que no quería dejarla sola con la tela, entonces me dirigió una mirada furiosa
y golpeando con el puño el papel secante, exclamó:
-
“¡Lo
quiero ahora, al instante!”
Y
levantando el papel, volvió la tela y me la arrojó. Imaginad mi sorpresa si
podéis al constatar que en el lado satinado de la tela vi una imagen en colores
y del más extraordinario carácter. Era un excelente retrato de la cabeza de
Stainton Moses, tal como entonces era, casi una reproducción de su fotografía
que estaba colgada en la pared, encima de la chimenea.
Del
vértice de la cabeza salían como unos dardos de llama dorada. En el sitio del
corazón y del plexo solar, se veían focos de color rojo y oro, como saliendo de
pequeños cráteres. La cabeza y el tórax estaban envueltos en nubes de aura, de
un azul puro, sembradas de puntos de oro.
En
la parte baja de la imagen, donde debería encontrarse el cuerpo, se veía
cubierto de nubes semejantes, pero de un vapor rojizo y grisáceo, es decir de
un aura menos buena que la de la parte superior.
Como
los procedimientos de fotograbado no son capaces aún de reproducir los colores,
el grabado no da más que una débil idea de la imagen sobre el raso.
Yo
no sabía todavía nada de los seis chakras o centros de evolución psíquica del
cuerpo humano, de los que se habla en los Yoga Shastra y que bien conocen todos
aquellos que han estudiado a Patanjali.
Entonces
no comprendía la significación de los dos vértices llameantes sobre las
regiones cardiaca y umbilical. Pero todo lo que después he aprendido, aumenta
en mucho para mí el valor de esa imagen, que prueba que el ocultista práctico
que la produjo sabía evidentemente que para separar el astral del cuerpo
físico, hay que concentrar la voluntad sucesivamente sobre cada centro
nervioso, y que la separación debe ser completa en un punto, antes de obrar
sobre el siguiente.
Considero
que esta imagen de Stainton Moses era más bien intelectual que espiritual,
puesto que su cabeza estaba ya completamente formada y pronta para la
proyección, mientras que el resto de su cuerpo astral estaba aún en un estado
de agitación nebulosa y no había adquirido todavía la rupa o forma.
Las
nubes azules indican una cualidad pura, pero no la más luminosa del aura
humana, que se llama brillante o radiante, un nimbo plateado.
Los
puntos dorados que se ven flotar en el azul, son las chispas del Espíritu, esa
“chispa plateada del cerebro” que Edward Bulwer-Lytton describe tan bien en su
libro “Una Extraña Historia”;
mientras que los vapores grisáceos y rojizos de las partes inferiores son las
auras de nuestras cualidades animales y corporales.
El
gris se hace cada vez más sombrío a medida que la; animalidad prevalece en un
hombre, sobre sus cualidades intelectuales, morales y espirituales, de modo que
los clarividentes dicen que los hombres enteramente depravados su aura es negra
como la tinta. Mientras que el aura de los Adeptos es como una fusión de plata
y oro, como algunos de mis lectores lo saben seguramente por experiencia, y
como los poetas y pintores de todos los tiempos han representado siempre a su
más elevado ideal espiritual.
Esta
Tejas, o luz del alma, luce en el rostro de los místicos con un brillo que no
podría olvidarse ni confundirse, cuando se le ha visto una vez. Es la “faz
brillante” de los ángeles de la Biblia, la “gloria del Señor”, la luz que
irradiaba del rostro de Moisés cuando descendía de la montaña, con brillo tal,
que los hombres no podían mirado cara a cara, una radiación que transforma
hasta las ropas en “vestiduras brillantes”.
Los
hebreos llaman a esto shekinah, y he oído una vez esta expresión, en boca de
judíos de Bagdad, aplicada al aspecto del rostro de un visitador de gran
espiritualidad. Y del mismo modo, otras varias naciones se sirven en el mismo
sentido, de la palabra radiante; los espíritus y hombres puros, irradian la luz
blanca, y los viciosos y los malos, están cubiertos de oscuridad.
El retrato del yogui Tiravalla
Otro
retrato precipitado por H.P.B. es el de un yogui indo descrito por el señor Sinnett
en sus libros “El Mundo Oculto” y “Los Incidentes de la Vida de la Señora Blavatsky”.
Los
documentos que le conciernen, fueron primeramente publicados en la revista “Spiritualist” poco después del hecho. He
aquí cómo sucedieron las cosas:
Un
día, al volver a la Lamasería, pasé por el Lotos-Club para llevarme a casa
papel de cartas y sobres del casino, para usarlos cuando los necesitase. Cuando
llegué a la casa era tarde y H.P.B. estaba ya en la mesa con el señor Judge y la
doctora Marquette.
Puse
el paquete de papel encima de mi pupitre en el despacho, que entre paréntesis, estaba
separado del comedor por un muro macizo, me cambié rápidamente y fui a cenar. Al
final de la comida, la conversación recayó sobre las precipitaciones y Judge le
pidió a H.P.B. que nos hiciese un retrato.
Al
ir al despacho, ella preguntó qué retrato deseaba, y él eligió a ese yogui que
conocíamos de nombre y sabíamos que era tenido en gran respeto por los Maestros.
H.P.B.
tomó del escritorio una hoja de papel con el monograma de mi casino, lo cortó en
dos, conservó la mitad que no tenía letras y la colocó sobre su papel secante. Enseguida
raspó encima como un gramo en peso, de la mina de un lápiz Faber, y frotó la
superficie en redondo, con la palma de su mano derecha, y nos presentó el
resultado.
El
retrato solicitado se veía sobre el papel y todo fenómeno aparte, es una obra de
arte poderosa y genial.
El
conocido pintor americano de retratos, Le Clear, lo ha declarado único, enteramente
“individual” en el sentido técnico de la palabra, y tal como ningún artista vivo
que él conociese, hubiera sido capaz de producir.
El
yogui está representado en samâdhi, con la cabeza algo vuelta a un lado, la mirada
profundamente interior y desprendida de las cosas externas; parece que el cuerpo
hubiese sido dejado sólo.
La
barba y los cabellos son de una longitud moderada, y estos últimos están dibujados
tan hábilmente que parece que el aire pasase a través de los mechones
levantados, efecto que se consigue a veces en las buenas fotografías, pero que es
difícil de obtener con el lápiz.
Es
dificultoso determinar, al verlo, el procedimiento empleado; puede decirse que es
un dibujo hecho al lápiz negro sin difumino, o a la plambagina. Pero en la superficie
del papel no hay polvo ni reflejo que lo indique, ni tampoco trazas de la punta.
Si se pone el papel horizontal para observarlo en dirección de la luz, podría imaginarse
que el pigmento está bajo las fibras.
Este
dibujo incomparable sufrió en la India un cruel ultraje. Uno de nuestros
miembros indos, demasiado curioso, que lo llevó prestado como favor especial “para
enseñárselo a su madre”, tuvo la ocurrencia de frotado con una goma ¡para ver si
el color estaba en la superficie o debajo! Con este bárbaro experimento desapareció
una parte de la barba y mi amargo sentimiento no disminuyó en nada por la
certidumbre de que el desastre no fue ocasionado por maldad, sino por una
ignorancia y curiosidad infantiles.
H.P.B.
llamaba siempre a ese yogui “Tiravalla”, pero me imagino, desde que habito en la
presidencia de Madrás, que quería decir Tiruvalluvar, y que ese retrato, que puede
verse ahora entre las pinturas de la biblioteca de Adyar, es el del venerado
filósofo del antiguo Mylapore, el amigo y maestro de los pobres parias.
No
me atrevo a afirmar nada en lo tocante a su existencia física actual, pero
siempre deduje de lo que decía H.P.B., que vivía en cuerpo físico. Esto no parecerá
nada verosímil fuera de la India, puesto que escribió su inmortal Kural hace unos mil años.
En
la India meridional se le considera como uno de los Siddhas y se dice que aún vive,
así como los otros diez y siete, en las montañas Tirupati y Nilgiri, velando por
la religión hinduista y protegiéndola.
Estas
grandes almas invisibles impulsan y alientan por el poder de su voluntad a los que
la aman y propagan así como a todos los amigos de la Humanidad. ¡Que su
bendición sea con nosotros!
Noto
que no hay aura o resplandor espiritual, alrededor de la cabeza del yogui, a
pesar de que H.P.B. confirmó la reputación de elevada espiritualidad y de santidad
que le atribuyen sus admiradores indos.
El retrato del maestro Morya
Esto
sucede también con el primer retrato de mi Gurú, hecho en Nueva York con
lápices negro y blanco, por el señor Harrisse; no tiene aura. De este yo puedo
certificar el parecido, así como otras personas que han tenido la dicha de verle.
Así como los retratos al óleo de Schmiechen, hechos en Londres en 1884.
El
primero es un ejemplo de transmisión del pensamiento. No creo haber publicado todavía
su historia, pero en todo caso está en su lugar entre estos recuerdos históricos.
Siempre
se desea poseer el retrato de un corresponsal lejano con el cual se mantienen relaciones
importantes y con mayor razón el de un Maestro espiritual, gracias al cual uno ha
reemplazado ideas vulgares por un noble ideal.
Yo
deseaba ardientemente tener por lo menos la imagen de mi venerado Maestro ya que
no podía verlo a él mismo; durante mucho tiempo pedí a H. P.B. que me la procurase
y me había prometido hacerlo en la primera ocasión favorable. Esa vez ella no
tuvo el permiso de precipitarla para mí, pero recurrió a un método más sencillo
y bien sugestivo: la hizo dibujar por alguien que no era ocultista ni médium.
El
señor Harrisse, nuestro amigo francés, era algo artista, y una noche que la conversación
había girado sobre la India y el valor de los radjpouts, H. P. B. me susurró que
trataría de hacerlo dibujar el retrato de nuestro Maestro si yo le
proporcionaba los objetos necesarios.
No
los había en la casa, pero salí a comprar papel y lápices en una papelería muy cercana.
El comerciante hizo el paquete, me lo dio por encima de la caja, recibió la moneda
de medio dólar que yo la dí y me fui.
Cuando
llegué a la casa, deshice el paquete, y de él cayó al suelo medio dólar, pero
en dos monedas de un cuarto de dólar. Como se ve, el Maestro quería darme su
retrato sin que me costase nada.
H.P.B.
pidió entonces a Harrisse que dibujase a su gusto una cabeza de un jefe de la India.
Él contestó que no veía eso en su imaginación y que nos haría otra cosa. Pero cediendo
a mi insistencia, comenzó a dibujar una cabeza de un indo.
H.P.B.
me hizo señas para que me mantuviese tranquilo al otro extremo de la sala y
ella fue a sentarse cerca del artista, fumando tranquilamente. De tiempo en
tiempo ella se acercaba suavemente hasta detrás de él, como para observar sus
progresos, pero no dijo ni una palabra hasta que estuvo concluido, como una hora
después.
Yo
recibí el retrato con agradecimiento; lo hice poner en un cuadro y lo colgué en
mi pequeña alcoba. Pero sucedió algo raro. Después de haber echado una última mirada
al retrato, que aún estaba ante el artista, y mientras H.P.B. lo tomaba en su mano
para alcanzármelo, apareció sobre el papel la firma criptográfica de mi Gurú,
dándole en cierto modo su imprimatur y aumentando en mucho el valor del regalo.
Pero
en ese tiempo yo no había visto aún a mi Gurú y no podía juzgar el parecido. Más
tarde ví que era real, y además el Maestro me dio el turbante con que el aficionado
lo dibujó.
He
ahí un caso auténtico de transmisión del pensamiento: la transferencia de la imagen
de una persona ausente, a la conciencia de un extraño.
¿Se produjo esto a través
del pensamiento de H.P.B.?
Así
lo creo.
Pienso
que esto sucedió de idéntico modo que las transmisiones de figuras geométricas o
de otra clase, descritas en las antiguas memorias de la S.P.R., pero con la diferencia
de que la memoria misma de H.P.B. proporcionó el retrato ejecutado por Harrisse
y que sus poderes ocultos desarrollados le permitieron efectuar directamente la
transmisión sin intermediario. Quiero decir que no tuvo necesidad de ver el retrato,
dibujado ante ella, para hacerlo pasar al dibujante.
Los
retratos de Kuthumi y Morya
Los
dos magníficos retratos al óleo, de este Maestro y de otro, que actualmente adornan
la biblioteca de Adyar, fueron pintados por Schmiechen en condiciones todavía más
interesantes, porque el parecido es tan perfecto y asombroso que parecen vivos.
Los
ojos hablan y escudriñan al alma hasta el fondo; la mirada os sigue a todas partes,
y los labios parecen prontos a pronunciar, según uno lo merezca, elogios o reproches.
Eso es más bien una inspiración que una transmisión de pensamiento.
El
artista hizo de ellos dos o tres copias sin lograr infundirles la vida de los originales,
porque no han sido ejecutadas bajo la inspiración divina, y la voluntad de los Maestros
no estaba concentrada en ellas.
Los
originales son el palladium de nuestro Cuartel General; las copias, como las
imágenes reflejadas en un espejo, tienen todos los detalles de la forma y el color,
pero carecen del espíritu vivificador.
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