La
principal explicación que dio Blavatsky sobre este tema se encuentra en su
obra Isis Develada, y a continuación
les transcribo lo que ella escribió al respecto:
« La
famosa Atlántida mencionada por el celebre filósofo griego Platón, es a juicio
de su moderno traductor y comentador Benjamín Jowett, una “noble mentira”, no
obstante de que el insigne filósofo alude en su obra Timeo a la tradición subsistente que existía en la isla de
Poseidonis, cuyos habitantes habían oído hablar a sus antepasados de otra isla
de prodigioso tamaño llamada Atlántida.
Jowett
no cree lo que Platón dice en el Timeo
acerca de la Atlántida y le parecen patrañas los cómputos de 8’000 y 9’000
años; pero el egiptólogo Bunsen dice sobre este asunto particular que:
- “No es exagerada la
fecha de 9’000 años en los anales de Egipto, porque precisamente a esa época se
remontan los orígenes de esa civilización.” (1)
Así
pues,
¿De qué tiempo
datarán las monumentales construcciones de la antigua Grecia?
¿Serían las murallas
de Tiro (2) anteriores a las Pirámides?
No
es posible atribuir a las razas conocidas actualmente por la historia estas
murallas de sólida mampostería de ocho metros de ancho por doce de alto
formadas con bloques de roca de hasta seis pies de arista (lo equivalente
aproximadamente a un volumen de seis metros cúbicos) y la mayoría de esos bloques
lo bastante pesados para que no pudiesen ser transportados por una yunta de
bueyes.
Además
la profunda similitud que existe entre los ritos, ceremonias, tradiciones y
terminología religiosa de las antiguas civilizaciones de América y las de
Asiria y Egipto es prueba suficiente de que el continente americano fue poblado
por una población de humanos que misteriosamente encontró la ruta del
Atlántico.
¿Pero en qué época?
Aunque
la historia calla en este punto, todos cuantos descubren un fondo de verdad en
toda tradición santificada por los siglos recuerdan la leyenda de la Atlántida.
Esparcidos
por el mundo hay un puñado de sabios y solitarios pensadores que pasan la vida
dedicados al estudio de los arduos problemas del universo físico y su
contraparte espiritual.
Estos
sabios tienen archivos secretos en los que conservan el fruto de los trabajos
de una larga serie de eremitas, sus antecesores, los sabios indos, asirios,
caldeos y egipcios, cuyas leyendas y tradiciones comentaron los maestros de
Solón, Pitágoras y Platón en los marmóreos patios de Heliópolis y Sais, aunque
ya en aquel tiempo brillaban muy débilmente a través del nebuloso velo del
pasado.
Todo
esto y mucho más conservan indestructibles pergaminos que con cuidadoso celo
pasan de adepto en adepto. Estos sabios creen que la Atlántida no es una fábula,
sino que en el pasado hubo vastas islas y continentes donde ahora se dilata el
Océano Atlántico.
Y
si los arqueólogos pudiesen escudriñar aquellos sumergidos templos, encontrarían
en sus bibliotecas bastantes documentos para llenar las páginas en blanco del
libro al que llamamos historia.
Dicen
estos sabios que en una época muy remota el viajero podía atravesar a pie firme
lo que hoy es el Océano Atlántico, con sólo cruzar en bote los angostos
estrechos que separaban unas islas de otras.
(Observación:
los instructores teosóficos señalan que la Atlántida no era un continente
masivo como lo son actualmente la mayoría de nuestros continentes, sino que era
un inmenso archipiélago con enorme islas como Australia, y muchas más pequeñas,
algo parecido a lo que es actualmente el continente Oceánico, pero con mucho
menos océano y muchas más islas.
Y
progresivamente todo ese inmenso archipiélago se fue hundiendo no quedando al
final que la isla de Poseidonis que menciona Platón, cerca del estrecho de
Gibraltar, y sobre esta isla Blavatsky añadió.)
La
hermosa isla de que hemos hablado no tenía comunicación marítima con el
continente sino por medio de pasadizos submarinos, conocidos únicamente de los
jefes. Y la tradición señala entre el número de colegios sacerdotales, que
algunos remanentes son las majestuosas ruinas de Ellora, Elephanta y las cuevas
de Ajunta (en la cordillera de Chandor), que comunicaban con esos pasadizos
submarinos. (3)
Y
las ruinas de que está sembrado el suelo americano y muchas islas adyacentes a
la India occidental también fueron obra de los sumergidos atlantes. Y así como
los hierofantes del continente antiguo podían comunicarse submarinamente con el
nuevo, así también los magos atlantes dispusieron de análogas comunicaciones.
¿Quién puede decir si
la desaparecida Atlántida (también mencionada en el Libro Secreto, aunque con
el nombre sagrado), existía ya en aquella época?
¿No fuera acaso
posible que el sistema continental que existió durante la Atlántida se hubiese
dilatado hasta por el Sur de Asia, desde la India a la Tasmania? (4)
Si
algún día llega a comprobarse la existencia de la Atlántida, que unos autores
ponen en duda y otros niegan resueltamente, considerando esta hipótesis como
una extravagancia de Platón, tal vez se convenzan entonces los eruditos de que
no fue una fabula el continente habitado por los “hijos de Dios”, y de que la
cautela de Platón al aludir a la Atlántida con supuesta atribución del informe
a Solón y los sacerdotes egipcios, tenía por objetivo comunicar prudentemente
esta verdad al mundo, de modo que combinando la verdad con la ficción, no
quebrantase el sigilo al que Platón estaba obligado debido a la iniciación que él
había recibido.
Por
otra parte, Platón no pudo inventar el nombre de Atlanta, porque en la
etimología de este nombre no entra ningún elemento griego.
Brasseur
de Bourbourg abordó hace años la etimología de la palabra Atlanta, diciendo
(según cita Baldwin en su libro “Naciones prehistóricas de América”) que las
palabras atlas y atlante no derivan de ningún idioma europeo, y por lo tanto no
pueden ser de origen griego.
“En
cambio (continúa Brasseur) en idioma tolteca o nahuatl encontramos las raíces a
y atl, que significan agua, guerra y coronilla de la cabeza. Y de estas raíces
derivan varias palabras, como altlan (a orillas o en medio de las aguas), y
atlaca (combatir). De atlan se formó el adjetivo atlántico.
Y
es muy interesante saber que cuando Colón redescubrió el continente americano, existía
a la entrada del golfo de Uraha, en la comarca del Darién, una ciudad llamada
Atlan con un gran puerto, pero que hoy se reduce al pequeño poblado de Aclo.
Y
verdaderamente resulta muy extraño encontrar en América una ciudad cuyo nombre
(de elementos filológicos puramente locales y extraños a todo otro país)
coincide con el empleado en la isla supuesta inventada por un filósofo que vivió 400 años antes de Jesucristo.
Pero
continuando con nuestro relato sobre los atlantes, diremos que los hierofantes
(o sea los grandes sacerdotes) se clasificaban en dos categorías:
1) Los que instruidos
directamente por los “hijos de Dios”, residentes en la referida isla, estaban iniciados
en la divina doctrina de la pura revelación,
2) Y los que pertenecientes
a una distinta raza habitaban en la desaparecida Atlántida y poseían la facultad
de clarividencia a cualquier distancia y a pesar de los obstáculos materiales.
Eran
en suma, la cuarta raza de hombres a que alude el Popol-Vuh, y sin duda tenían congénitas
cualidades mediumnímicas, como ahora se dice, que les permitían adquirir los
conocimientos sin sacrificio alguno; mientras que los hierofantes de la primera
categoría hollaban el sendero trazado por sus divinos instructores y adquirían gradualmente
los conocimientos hasta distinguir entre el bien y el mal.
Los
adeptos nativos de la Atlántida obedecían ciegamente las insinuaciones del
invisible Dragón o rey Thevetat (quien tal vez es simbolizado por la serpiente
en el Génesis de la Biblia), y quien se dice que no había aprendido ciencia
alguna, pero que según menciona el profesor Wilder, era “una especie de
Sócrates que sabía sin haber sido iniciado”.
Así
que influida por las malignas insinuaciones de Thevetat, la raza atlante se convirtió
en una nación de magos negros que terminó por provocar una guerra, pero cuyo
relato nos llevaría demasiado lejos. Sin embargo lo esencial de esa lucha
aparece, aunque en forma muy desfigurada, en las alegorías de la raza de los
gigantes hijos de Cain, y en el relato de Noé y su virtuosa familia.
El
conflicto terminó con la sumersión de la Atlántida, la cual las tradiciones
babilónica y mosaica simbolizaron con el diluvio. “Murió toda carne y todo
hombre…“, “los gigantes y los magos…”; todos, excepto Xisthrus y Noé,
equivalentes típicamente al Padre de los thlinkithianos del Popol-Vuh, quien
como Vaisvasvata, (el “Noé” mencionado en la mitología india) se salvó en un espacioso
buque.
Y
si damos crédito a esta tradición, hemos de admitir también el posterior
relato, según el cual, del enlace entre la progenie de los hierofantes de la
isla y los descendientes del Noé atlante, nació una raza mixta de justos y de
malvados.
Por
una parte, tiene el mundo a Enoch, Moisés, Buda, los salvadores y los
hierofantes insignes, y por otra parte tiene a los magos naturales, que por no
restringir su iluminación espiritual, y a causa de su debilidad física y
mental, pervirtieron inadvertidamente sus dotes.
Moisés
no tiene ni una sola palabra de vituperio para los videntes y profetas educados
en los colegios de sabiduría esotérica que menciona la Biblia (5), sino que guarda su enojo contra quienes,
con intención o sin ella, degradaban los poderes recibidos de sus antecesores, o
sea los atlantes quienes los pusieron al servicio de espíritus malignos en
perjuicio de la humanidad. Por lo tanto las iras de Moisés se encendían contra
el espíritu de Ob, pero no contra el de Od
Anexo
Estando
a punto de impresión este capítulo, recibimos por el amable conducto del
honorable John L.O. Sullivan, las obras completas de Jacolliot en veintiún
volúmenes, que versan principalmente sobre las tradiciones, filosofía y
religión de la India. Este infatigable escritor ha recopilado infinidad de
datos entresacados de diversas fuentes, y en su mayoría auténticas.
Y
aunque no aceptamos su criterio en muchos puntos, reconocemos sinceramente el
inmenso valor de sus numerosas traducciones de los libros sagrados de la India,
sobre todo porque corroboran punto por punto nuestras afirmaciones.
Entre
otros asuntos, trata de la sumersión de continentes en las épocas
prehistóricas, y dice a este propósito:
“Una
de las más antiguas leyendas de la India que se conserva en los templos por
tradición oral y escrita, refiere que hace cientos de miles de años se dilataba
por el Océano Pacífico un vastísimo continente que fue destruido por un inmenso
sacudimiento sísmico, y cuyos restos han de buscarse en Madagascar, Ceilán, Sumatra,
Java, Borneo y las principales islas de la Polinesia.
Según
esta hipótesis, las elevadas mesetas del Asia hubieran sido en aquella
remotísima época extensas islas adyacentes al continente central… Afirman los
brahmanes que los humanos que habitaban esa región habían llegado a un muy alto
nivel de civilización, continuada después por las tradiciones de la península
indostánica, que en la época del gran cataclismo quedó ensanchada por la
separación de las aguas.
Estas
tradiciones llaman rutas a los
habitantes de aquel dilatado continente equinoccial, y de cuyo idioma derivó al
sánscrito.
La
tradición indo-helénica, conservada por el pueblo más culto que emigró de las
llanuras de la India, alude también a la existencia de un continente llamado
Atlántida, habitado por los atlantes, y cuya antigua ubicación sitúan en la
parte del actual océano Atlántico, correspondiente a la zona septentrional de
los trópicos.
Los
griegos no se atrevieron jamás a trasponer las columnas de Hércules por el
temor que les infundía el misterioso océano, y además, aparecieron demasiado
tarde en la historia para suponer que la referencia de Platón no sea eco de las
tradiciones indas, a pesar de que la existencia del prehistórico continente en
aquellas latitudes está insinuada geográficamente por los vestigios que se
encuentran en las volcánicas islas de los Azores, Canarias y Cabo Verde.
Por
otra parte, del examen del planisferio terrestre se infiere al ver el gran
número de islas é islotes diseminados entre el archipiélago malayo y la Polinesia,
desde el estrecho de la Sonda a la isla de Pascuas, que en aquellas latitudes
existió el continente más vasto de cuantos precedieron al nuestro.
Una
tradición religiosa común a Malaca y Polinesia, esto es, a los dos opuestos
extremos de Oceanía, afirma que todas las islas de esta parte del mundo
formaron en otro tiempo dos vastísimos territorios habitados respectivamente
por hombres amarillos y hombres negros que estuvieron constantemente en guerra,
hasta que los dioses cansados de sus interminables contiendas, ordenaron al océano
que los pusiera en paz, y el océano cumplió esa orden tragándose ambos
continentes con todos sus habitantes.
Tan
sólo se libraron de la inundación los picachos y mesetas de las montañas
gracias a la influencia de los dioses, que advirtieron demasiado tarde el error
cometido.
Sea
cual fuere el valor de estas tradiciones, y doquiera haya evolucionado una
civilización precedente a las de la India, Egipto, Grecia y Roma, no cabe duda
de que existió dicha civilización, y que importa muchísimo a la ciencia seguir
sus huellas, por débiles é imperceptibles que sean.”
La
tradición religiosa de Malaca y Polinesia, traducida por Jacolliot del original
sánscrito, corrobora aquella otra tradición tomada de los Anales de la Doctrina
Secreta, según la cual lucharon los “hijos de Dios” (hombres amarillos con los
“hijos de los gigantes” (hombres negros), o sean los magos atlantes.
Jacolliot
que visitó personalmente todas las islas de la Polinesia, y durante años se
dedicó al estudio de la religión, idioma y tradiciones de casi todos aquellos
pueblos, dice en conclusión:
“Son
tan evidentes las pruebas de que la actual Polinesia fue un continente
desaparecido a consecuencia de un cataclismo geológico, que ya no es posible
dudar por más tiempo de su existencia.
Las
tres mayores islas de este continente, que son las islas Sandwich, Nueva
Zelanda e isla de Pascua, distan una de otra de 1’500 a 1’800 leguas, y los archipiélagos
intermedios de Viti, Sarnoa, Tonga, Futuna, Uvea, Marquesas, Tahití, Pumuton y
Gambieres, distan a su vez de dichos extremos culminantes, de 700 a 800 o 1000
leguas.
Todos
los navegantes convienen en que dada la actual situación geográfica, los
isleños de los extremos no hubieran podido comunicarse con los del centro por
la insuficiencia de medios de que ellos disponían, pues era materialmente
imposible recorrer tan dilatadas distancias en canoa, sin brújula ni suficientes
provisiones para una travesía de muchos meses.
Por
otra parte, los aborígenes de las islas Sandwich, Viti, Nueva Zelanda, Samoa,
Tahití, etc., no se habían conocido unos a otros ni habían oído hablar unos de
otros antes de la llegada de los europeos. No obstante, en todas las islas
subsistía la tradición de haber formado en otro tiempo parte de un vasto
continente que se extendía hacia Occidente por el lado de Asia.
Además,
todos los isleños polinesios hablan el mismo idioma, tienen las mismas
costumbres, profesan la misma religión, y cuando se les pregunta donde está la
cuna de su raza, señalan con la mano hacia el poniente. »
(Isis
Develada I, p.413, 529, 557-558, 590-595)
Notas
- “Egypt's Place in Universal History”, vol. IV, p.462.
- Los arqueólogos señalan que en la antigüedad se consideraba que esas murallas habían sido construidas por cíclopes. Ver "Archaeologia," vol. XV., p.320.
- Algunos arqueólogos como Fergusson, niegan la antigüedad de los monumentos de la India. En su obra “Ilustraciones de los templos indos abiertos en la roca”, este autor se aventura a suponer la singular opinión de que el Egipto había ya perdido su nacionalidad antes de que se excavase el primer cavernículo de la India. Fergusson no admite ninguno de estos templos con anterioridad al reinado de Asoka, como si pretendiera demostrar que datan de los tiempos de este piadoso monarca budista, hasta la extinción de la dinastía Andhra de Maghada, a principios del siglo V. Pero nosotros consideramos completamente arbitraria esta pretensión, según demostrarán ulteriores descubrimientos.
- Es de singular coincidencia que algunas tribus americanas diesen al continente, en la época del descubrimiento el nombre de Atlanta.
- II Reyes, XXII, 14; II Crónicas, XXXIV, 22.
Gracias por tu trabajo hermano
ResponderBorrarNecesitaba esta información
Un gran abrazo
Cid tbm lei no me acuerdo en la página theosophy que no todos los reyes tenian origen divino y que poco a poco se apagaba su luz
ResponderBorrarEs evidente la guerra antigua que terminó de declinar a la antigua antlantida, los datos que se mencionan más otros que existen suponen que está es una teoría acertada.
ResponderBorrarAsí como los antiguos magos de la Atlántida.
¿Cid la entidad que llaman Satanás podría ser un mago negro desencarnado de la época atlante?.
ResponderBorrarEn algunos casos pudiera ser, pero son tantas las diversas alusiones que se han hecho hacia Satanás, que puedes casi asociar a prácticamente todos los tipos de entidades oscuras que hay en la Tierra con alguna manifestación de ese ser maligno.
BorrarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderBorrarUna consulta que se sabe sobre la hermandad de luxor y sobre otra hermandad que le copio el nombre y que genera confusión
ResponderBorrarhttps://theosophy.wiki/en/Brotherhood_of_Luxor
BorrarInteresante. Fue una gran civilización.
ResponderBorrarCid incluso ¿en su época mas oscura? ¿los atlantes tenian clarividencia?.
ResponderBorrarTengo entendido que la población en general fue perdiendo la clarividencia, mientras que los hechiceros lograron mantenerla, pero no sabría decirte si eso fue durante o después de que esa civilización entró en la oscuridad.
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