Esta
autobiografía se publicó por primera vez en el prologo de su libro “Conferencias Esotéricas”:
« Querido lector:
Cuando los hombres célebres han
escrito grandes obras, alguien se encarga de escribirles su biografía,
generalmente como homenaje a su memoria. Pero yo que no soy célebre, por lo
tanto no espero correr con la misma suerte, pues sé que antes o después de morir
poco o ningún caso se me ha de hacer.
Pero quisiera ver escrita mi
biografía de ocultista y, como dada mi poca importancia nadie la querrá
escribir, he resuelto hacerlo yo mismo; eso tiene por lo menos la ventaja de
que saldrá exacta, pues la conozco mejor que nadie.
Pero no me tachéis de pretencioso,
ya que mi autobiografía como ocultista tiene por objeto marcar el camino que he
seguido desde mis primeros estudios hasta la fecha, para desengañar a aquellos
que creen que para iniciarse es menester emprender un viaje a la India,
sujetarse al celibato y comer yerbas y raíces.
Yo soy casado, nunca vi la India y
como de todo; y a pesar de esto creo poder alcanzar la meta que se propone todo
ocultista, y que es dominar las leyes de la Naturaleza para ser útil a sus
semejantes.
Primeros Años
Educado bajo los cuidados de una
madre ejemplar que sacrificó todo por mi educación, llegué a ser un hombre no
habiéndome tomado jamás el trabajo de pensar por yo mismo; en filosofía y en
religión era como el 99% de mis prójimos, viviendo al día, dejando a los curas
y a los mayores el cuidado de estas preocupaciones.
Siguiendo la rutina, creía que ser
bueno significaba cumplir con los mandamientos de la Iglesia, rezaba todas las
noches y como premio de mis virtudes (?) Esperaba la recompensa en el cielo.
Mi idea respecto a Dios era la que
se forman la mayor parte de los católicos, en que Dios no pasa de ser un gran
comerciante, que en vez de dar mercancías por dinero, da cielo a cambio de
misas, rezos, confesiones, etc., y también quita purgatorios, protege en el
comercio, da maridos, etc.
La idea de ser bueno y evitar el
mal, no por miedo al infierno o codicia al cielo, sino por el amor al bien me
era hasta entonces desconocida.
La anciana madrecita quedó, después
de darme el último beso, en Alemania, y yo me dirigí a esa tierra que hoy llamo
mi segunda patria: México.
Mi familia había emigrado en el año
1823 a México siendo mi bisabuelo minero. Es muy interesante leer “Briefe aus Mexico” donde existe la relación
de esos colonos Alemanes.
Siempre nos habíamos considerado
mexicanos y así al llegar aquí de niño me encontraba con mi casa, pero tenía
deseos de conocer toda la América latina.
Mi primera residencia fue la
República de Chile, uno de los países más adelantados y hermosos de Sur
América.
De estudiante había leído novelas de
algunos autores de importancia. Sabía el Fausto, en gran parte de memoria, y
para cambiar alguna vez, había tomado una obra de Carlos du Prel, pero sin que
sus ideas hubiesen dejado huellas en mi ánimo; las leía para distraerme o para
cambiar de lectura.
Un año después de haber abandonado
Alemania recibí la súbita noticia de la muerte de mi santa madre. Aquel golpe
me anonadó; ¿cómo, después de haberla visto hacer tantos sacrificios por mí y
en los momentos en que podía recompensar en algo sus afanes se me arrebataba a
aquel ser?
Entonces se despertó en mi alma una
idea completamente nueva, que me vino a poner en conocimiento que los hijos
jamás sabemos apreciar los sacrificios de los padres para labrarnos un porvenir
que solamente a nosotros nos interesa; y que ni durante una vida pagamos
debidamente sus afanes, no cumplimos en lo absoluto ni con los deberes de
familia ni con los de humanidad siquiera, porque una noche de desvelo y zozobra
infinita, cuando nos velaba al lado de la cuna; una noche de insomnio y de
congojas que pasa durante los peligros de la niñez, esa personificación del
verdadero y único amor abnegado, no se paga con toda una existencia de
cuidados, de amor y de respeto hacia los que nos dieron el ser.
Yo renegaba, maldecía mi suerte...me
costó una enfermedad física la idea de que al regresar a mi patria encontraría
únicamente un pedacito de tierra, que cubría aquel cuerpo santo.
Espiritismo
Al pasar por una librería vi una
obra de Allan Kardec. Entré a comprarla y me encerré para leerla; era la tabla
de salvación que encontré en el océano de mis sufrimientos para aferrarme a
ella. Aquella filosofía no me era nueva; la había leído de estudiante, hasta
entonces llegaba a sentirla. Me convertí en un espiritista sincero; más aún,
fanático en cuanto a la belleza de sus doctrinas.
Me consolaba, me levantó el ánimo
aquella filosofía, pero desde el primer momento me chocó la práctica; jamás
llegué a evocar a aquel ser a quien tanto había amado, pues la intuición, la
razón, me decían que aquella santa debía estar localizada en regiones
superiores, más puras, y que no hacía bien en atraerla a esta mísera tierra y
comunicarla, obligándola a hacer manifestaciones inferiores como mover las
patas de una mesa en los círculos espiritistas.
La lógica de la doctrina espirita me
convirtió en un espiritista convencido y, como la muerte de mí madre me había
insinuado en estas ideas, a ella la había inmortalizado en mí: cuando evocaba
sus recuerdos, sus consejos, la sentía vibrar en mí mismo; esa es la verdadera
comunicación espiritual.
Teosofía
Animado a propagar la filosofía que
me había consolado, fundé con varios amigos y redacté una revista que llamamos
“El Reflejo Astral”. Al estar
expuesto en las librerías uno de sus números, se me presentó un día un señor de
Barcelona, el cual me felicitó por propagar esas ideas en un país donde el
fanatismo religioso ejercía aún su influencia.
Ofreció obsequiarme varias obras,
ofrecimiento que cumplió, pues a los dos meses recibí por correo “Después de la Muerte” de León Denis y “La Doctrina Secreta” de Blavatsky. La
amabilidad del Doctor León, con el cual nos hemos encontrado aquí en México,
otra vez, después de tantos años, pues viaja actualmente por uno de los Estados
del Norte, me hizo admirar nuevos horizontes.
Ya no sólo se interesaban en estos
asuntos mis sentimientos, mi corazón: los argumentos científicos tan sólidos
que empleaba Blavatsky hicieron que tomara parte mi cabeza.
El espiritismo había sido en mí,
como en casi todos sus adeptos, cuestión de impresionalismo. Vi que tiene una
filosofía hermosa, argumentos sólidos, aspectos científicos cuyo estudio, he
visto más tarde, es más fácil bajo la luz del ocultismo.
Pero la práctica de la mediumnidad
además de ser ridícula es profundamente inmoral.
Aquí en México, funge como espíritu
familiar, en la mayoría de los centros, el Benemérito de la Patria Lic. Don
Benito Juárez, y da pena ver que esa gran lumbrera, que dirigió tan sabiamente
los destinos de este país, se vea encargado de buscar objetos perdidos.
Por fortuna que el espíritu de
Juárez sólo existe en la imaginación de las personas ignorantes, que faltos de
conocimientos de las leyes que rigen los fenómenos psíquicos, pueden en la
mayor parte de las ocasiones poner en relieve su irreflexión, pero no evocar
como se debe.
Yo, y conmigo millares de iniciados
en el ocultismo, no negamos la realidad y posibilidad de todos los fenómenos
que pregona el espiritismo, y en mi primera conferencia veréis mis opiniones a
este respecto; la diferencia que existe entre los espiritas y los ocultistas,
es que los primeros se valen de medios o instrumentos para ponerse en contacto
con el plano astral (de los espíritus) y nosotros somos todos médiums pero no
pasivos, inconscientes ni manejados por guías, sino activos, conscientes, que
en vez de tratar de atraer los seres (salvo casos especiales) nos trasladamos
conscientemente donde están ellos.
La obra de Blavatsky me indujo a
suspender la publicación de la Revista. En aquellos tiempos habían dejado
preocupada la atención pública los fenómenos del Conde de Sarak y habían tres opiniones
al respecto.
Los primeros atribuían las
demostraciones de Sarak a pura superchería; los segundos veían en el señor
Conde un gran iniciado; y los últimos, si bien aceptaban que algunos fenómenos
del Sr. Sarak estaban al abrigo de todo fraude, en otros fenómenos consideraban
que él se había comportado como un prestidigitador de circo.
Me decía yo, al contemplar aquella
divergencia de opiniones, que para juzgar estos hechos es menester estudiar para
conocer a fondo el asunto.
Ocultismo
Con varios amigos encargamos obras
sobre Ocultismo. Aquello fue una verdadera indigestión de Encausse (Papus),
Eliphas Levi, Estanislao de Guaita, Kiesewetter, Claudio de San Martín y otros.
Estos autores eran y son hasta hoy, los mejores en la materia, y el lector que
en sus obras sorprende la clave de los secretos que encierran, será un Rosacruz
como Nostradamus, Paracelso, etc.; pero creo que no habrá uno solo que los
arranque y les sucederá como a mí: mientras más se lee, mayor es la confusión
en que se enreda uno.
Martinismo
Las vidas de San Martín y de
Martínez de Pasqualis me habían dejado preocupado; más aún, cuando supe que el
célebre abate católico Levi, el autor del Dogma y ritual de Alta Magia, había
sido Martinista.
Resueltamente escribí al doctor
Encausse para saber algo sobre esta orden secreta, el cual en respuesta me
recomendó a un doctor Girgois, de Buenos Aires, quien después de llenar las
formalidades me inició y me indicó si por alguna duda necesitara un consejo, me
dirigiera a un señor Don A...C..., como quien dice, el vecino de la esquina.
Don Arturo, que así se llama de
nombre el señor C..., era de nacionalidad inglesa, había sido jefe de comercio
de alta importancia. Era conocido por su rectitud y extrema honradez, y como
poseedor de una regular fortuna, ocupaba en compañías mineras, bancarias, etc.;
en donde había ocupado puestos de presidente, vicepresidente o director; en
total un conocido comerciante, pero de ocultista me parecía tener tanto como yo
de mandarín chino.
Me dirigí a su domicilio con casi la
certidumbre que aquel señor me daría la dirección de un anónimo suyo, habitante
de un barrio apartado, refugiado en una choza humilde de ermitaño, envuelto en
una túnica larga, acariciando una barba blanca y venerable.
Al responder a mi interrogatorio que
él era la persona que yo buscaba, sentí deseos de retirarme decepcionado, pues
no reunía el Sr. C... el tipo de mis ilusiones; pero no pude realizar mi
intento, pues el buen señor dejando a un lado sus libros de comercio me hizo
pasar al salón.
- “¿Pero qué le digo a este hombre?”
Me decía yo, y por primera
providencia me le quedé mirando con la boca abierta.
Él viendo mi turbación y como si
leyese mis pensamientos, me dijo:
- “Ud. busca a un hombre que pertenece a la Orden de los
Martinistas y sus deseos son de aprender la filosofía y los secretos del
Ignoto.”
- “Sí señor, precisamente eso busco señor.” Respondí.
Y ese “sí señor, precisamente señor”,
se lo repetí maquinalmente varias veces, pues en mi interior aún no quería
abandonar la idea del iniciado, del maestro con túnica larga y barba blanca;
pues un hombre con los bigotes a lo Kaiser no me cuadraba como un iniciado del
Martinismo (Rama de los Rosacruces poseedores del secreto de la piedra
filosofal, que transmutan el plomo en oro) que estuviera ocupado en cotizar
acciones de bolsa. Para mi era lo mismo que ver a un arzobispo repartir programas
de la corrida de toros.
Poco a poco volví en mí, gracias a
que el modo de expresarse del Sr. C... me hizo tomar confianza, y sin sentir
entablamos una conversación sobre ciencias transcendentales. Mi asombro iba
creciendo por momentos al descubrir en el Sr. C... era un maestro de
profundísimos conocimientos.
En menos de media hora me había
explicado mucho de lo que antes no me había dado cuenta. Sentí deseos de
besarle la mano al despedirme, y en la calle repetía: el hábito no hace al monje.
Como galantemente me había ofrecido
su casa, a las pocas noches fui a verle. En su salón encontré reunidos a varios
conocidos que nunca me habían hablado de él.
La conversación versaba sobre los
Mahatmas, unos grandes maestros que vivían en la cima de los Himalayas, pero
que desprendiéndose de su cuerpo material se aparecían en forma vaporosa al
llamado del adepto iniciado.
Después que unos habían negado el
hecho, otros lo habían ridiculizado, y el reto dado para probar la existencia
de estos seres, el maestro pues así llamaremos al Sr. C...desde ahora, tomó una
espada, trazó en el centro de la pieza el Pentaclo de Salmón (de que hace uso
Goethe en el Fausto), pronunció una fórmula para nosotros incomprensible, y nos
rogó formar una cadena tomándonos de las manos.
Apenas lo habíamos hecho cuando
sentimos una detonación en la pieza vecina, como una especie de explosión de
aire; la puerta gira sola sobre sus goznes como empujada por manos
invisibles...en el centro de la sala vemos de frente a un fantasma; un ser
vaporoso, pero compacto, avanza hasta tocarnos. Los pelos se me erizaron de
punta y si no es por el temor de aparecer como miedoso me hubiera desmayado.
Pero a pesar del miedo inusitado, me
sentía feliz al palpar por primera vez una materialización perfecta de un
maestro de lo invisible. En mi corazón se levantaba un grito de júbilo. Yo había
pertenecido a los débiles que creen sin saber; y ahora ya era fuerte, pues
creía sabiendo.
(Observación: no pienso que esas
aparición y las siguientes que presenció Krumm-Heller hayan sido de verdaderos
Maestros y me inclino más a considerar que fueron apariciones similares a las
que experimentan los espiritistas.)
No tengo la autorización del maestro
para escribir todo lo que vimos esa noche y las innumerables noches de los muchos
años siguientes. Pero por ese medio traía objetos desde gran distancia, que
caían en la pieza sin saber de donde. Y las apariciones que pudiesen ser objeto
de nuestra ilusión o efecto de hipnotismo o sugestión colectiva, fueron
innumerable número de veces fotografiadas sugestionándose la placa fotográfica,
lector incrédulo.
Una de tantas noches, se trataba
entre los asistentes a la reunión si acaso todos los hombres tienen cuerpo
doble o astral o si aquello era sólo predominio de unos cuantos Himalayenses.
El maestro coge la espada, y sin más
ceremonias de las que estábamos acostumbrados, evoca y nos trae a la pieza a un
señor que la mayoría conocíamos. Le dio algunas órdenes, que cumplió al día
siguiente como autómata, y estos seguro que si le hubiese ordenado un asesinato
lo habría hecho, estando a muchas leguas de distancia de nosotros.
Muchos años tuve la dicha de
contemplar las maravillas de ese maestro.
Siguiendo la idea predominante en
los espiritas que la difunden sin saber lo que hacen, tenía yo una idea
preconcebida en cuanto a las sociedades secretas; pero yo quería la luz para
todo el mundo, nada de monopolio, nada de privilegios.
Y al ver que esas sociedades poseían
el secreto de evocar el doble etéreo de cualquiera, preguntarle sus secretos
más íntimos, sin que al regresar a su cuerpo físico recordara lo acontecido;
comprobándose que al lastimar ese cuerpo el daño repercutía sobre el material;
al convencerme que de ese modo se podía matar a una persona a distancia y que
la víctima amanecía muerta en su lecho, pudiéndose reír el asesino del médico
legal, del juez y del Código penal.
Al cerciorarse, en suma, que las
fuerzas de la naturaleza que uno aprende a manejar allí, son al mismo tiempo
poderes benéficos para el hombre moral con armas horribles en manos del
malvado, comprendí la importancia y la necesidad imperiosa de esas sociedades
iniciáticas y que los que se burlan de ellos son necios ignorantes.
Iluminación Espiritual
Mucho interés habían despertado en
mí los estudios del hermetismo en relación con las religiones comparadas y los
cultos antiguos. Blavatsky y otros habían escrito con mucho entusiasmo de los
restos arqueológicos de los Incas del Perú y de los Aztecas en México. En mis
coloquios veía al imperio de Manco Capac y al de Moctezuma.
Teniendo al Perú más cerca me dirigí
allá y durante algún tiempo pude excavar y estudiar de cerca las ruinas del
Cuzco. Me había internado al interior de Paucartambo, y al estar sentado en una
de las ruinas más célebres contemplando a mi alrededor ese panorama sublime,
que sólo posee el país de los virreyes, me sobrevino una especie de vértigo, un
éxtasis, en el cual los misterios de la Naturaleza se desviaban ante mi vista;
las vibraciones del Gran Todo se confundían en mí encontrándome así simple
microcosmo, en relación con el macrocosmo.
Yo, celdilla hombre, me encontraba
en relaciones con todo el Universo. Estado en el cual se comprende y se entrevé
la grandeza de la creación: se transporta uno desde las regiones de los efectos
al mundo de las causas, bañándose en aquellas vibraciones de la esencia divina,
de una tranquilidad y felicidad indescriptibles.
Se sienten sanar, no sólo alumbrar,
los rayos solares, y si se pudieran transcribir al papel todas las sensaciones,
lo tomarían a uno como alucinado.
No me importa: si el estudio de la
Naturaleza en su esencia es estar loco, querido lector, entonces soy feliz en
mi locura y quiero estarlo cada día más.
Comprendí entonces que los libros
humanos son nada en comparación con el libro supremo de la Naturaleza y que
para el hermético basta y sobra con ese.
Nuestro filósofo alemán, Jacobo
Boheme, ¿acaso tuvo otro? y ¿quién de los otros especuladores filosóficos puede
compararse con él?
Mi guía, desde entonces, fue la
Naturaleza, y dejando todos los maestros, a ella me acojo en sus brazos
cariñosos.
Más tarde, en frente de
Assmanshausen, a la orilla de nuestro padre Rhin, en el canal Smith, (tierra
del Fuego), en el Tirol, en la cordillera Cantábrica de España, en frente de
las Cataratas del Niágara, en los Alpes de Suiza y aquí en México, en un
pedacito de tierra que ha bautizado el ilustre General Treviño con el nombre de
Rincón de María, me sobrevino el mismo fenómeno pero sin que lo provocara: sólo
por la meditación.
Tenía pues para mis exigencias de
ocultista, un defecto: no lo manejaba, no lo podía producir a voluntad; me
faltaba la llave de ese paraíso tan sublime.
Ocultismo, Hermetismo, Martinismo
“A buscarla”, me dije.
Del Perú me dirigí a Europa en una gira
de dos años visitando a los principales ocultistas. Asistí como miembro al
Congreso Teosófico de Nuremberg, donde leí un trabajo referente a mis estudios
sobre el culto del Sol, de los antiguos Incas.
En aquel congreso estreché
relaciones, entre otras, con el célebre Doctor Franz Hartmann, autor de
notables obras sobre Teosofía. La clave que buscaba, sin embargo, no la conseguí.
Me dirigí a conocer otro país de mis aspiraciones, la patria de Cuauhtémoc.
El destino quiso que al poco tiempo
regresara a París. Si bien obligaciones perentorias me reclamaban durante el
día, la noche me quedaba libre e ingresé como alumno a la Escuela Hermética, en
la cual más tarde, me entregó su director el diploma que acredita mi doctorado
en Kábala.
El Doctor Encausse (Papus), una de
las lumbreras médicas laureado en los hospitales de París, ex médico agregado a
la corte del Zar de Rusia, discípulo de Eliphas Levi y de Phillip, autor de más
de treinta obras universalmente conocidas y a quien conocen en París por el
Mago Papus, me dio lo que anhelaba induciéndome en la verdadera senda de la
iniciación; me dio las claves que ponen al hombre conscientemente en los
dinteles del mundo invisible, el anfiteatro de la mansión de los llamados
muertos.
Lo poco que he experimentado, por
insignificante que pueda ser mi saber, no lo quise guardar egoístamente pues,
si bien no tiene nada de nuevo para algunos, sé que es útil para muchos.
Desde mis primeros estudios hasta
hace algunas semanas que principié mis conferencias, que hoy se publican, he
llenado muchos cuadernos de apuntes y a medida que voy avanzando tomaré
material de ellos.
Mis conferencias encierran la clave
de todo, pero no la entregaré al lector, porque no puedo ni debo darla
masticada para que sólo le quede el trabajo de deglutir, sino velada.
El hombre que no la encuentre es que
aún no le sirve ni la merece.
Entre mis apuntes he consignado aquí
y allá algún párrafo de un autor de mi agrado, omitiendo a veces el anotarlo; y
si se me han pasado en mis conferencias queda avisado.
En la segunda, hay algo de las
conferencias esotéricas de Papus.
Después de establecer la Orden
Martinista aquí, en México, nos hemos unido un grupo de ocultistas para seguir
los estudios. El objeto principal es indagar hasta dónde pueden unirse las
observaciones y experiencias de cada uno a los preceptos de las ciencias
exactas y aceptadas.
Es peligroso para aquellos seres
desprovistos de una instrucción sólida, perderse en el misticismo; pero no lo
es para el que está acostumbrado a la lectura y estudio de las ciencias
positivas.
Si hemos tenido ocasión de ver algo
en el mundo síquico, tenemos el valor suficiente para confesarlo, no para hacer
bombo con lo maravilloso, sino para invitar a los hombres de ciencia al estudio
de esas fuerzas tan poco conocidas, pero todos los días más aceptadas. Los
hechos que yo relato no son aislados, muchos otros, entre ellos el sabio
químico Crookes, nos dan cuenta de algunos análogos.
No sigamos la rutina sin más estudio
que la simple lectura de algunos materialistas que niegan todo; no por el
hábito de negar, neguemos con ellos.
No tildemos de loco a un hombre que
con sinceridad expone los hechos ofreciéndolos como tema de indagación. Cada
uno aporta su grano de arena para fomentar la luz; si mis trabajos cumplen con
ese cometido, lo juzgarás tú, lector querido.
Mixcoac, México, 27 de marzo de 1909
HUIRACOCHA
(Arnold Krumm-Heller) »
(Nota: esta autobiografía solo
abarca la primera mitad de su vida, debido a que en 1909, Krumm-Heller tenía 33
años y él murió a los 73 años en 1949.)
cid como quito la mayor cantidad de fluor del cuerpo posible y ademas como descalcifivaria la glandula pineal
ResponderBorrarNo lo sé
BorrarCid como crees que se liberará venezuela?
ResponderBorrarY que crees que tendría que hacer el pueblo venezolano para liberarse del dictador sin que haya muertes?,dado que este tipo no se irá sin un peligro real que amenace su posición
Mientras que Rusia y China sigan apoyando a Maduro, está difícil. Pienso que todo dependerá del precio del petróleo. Si se derrumba, hay buenas probabilidades que se derrumbe también el régimen “bolivariano”.
BorrarEn España el actual gobierno colabora descaradamente con el régimen y el vicepresidente de españa y otros ministros son cómplices sin vergüenzas de la dictadura, además de un expresidente de españa Rodríguez Zapatero. Cid amigo, que sepáis que el gobierno español es cómplice del chavismo y el presidente de españa actual es un tipo con rasgos narcisistas y psicopáticos, solo busca el poder y nada más y se vale de su belleza externa y su falsa empatía bien estudiada para que la gente le apoye. Y el vicepresidente Pablo Iglesias es cómplice de la narco dictadura, no solo es cómplice sino que el mismo lo ha hecho público, él y sus amigos Monedero, Garzón, zapatero, además son abiertamente comunistas y exhiben los símbolos de una de las peores y más atroces ideologías que han destruido a la humanidad.
BorrarA pesar que tenemos a un partido(Vox) que es el único que resiste, la gente apoya a los otros que hacen lo posible para controlar la justicia y ministerios. Cid,¿por qué no despiertan los pinches españoles?
No se enteran de nada de lo que está pasando en su país, van camino a convertirse en un régimen chavista abiertamente, y no hay manifestaciones, todo esta tan normalizando. Todos los enemigos de la libertad están unidos y en el gobierno hay amigos de terroristas, nacionalistas separatistas, chavistas y comunistas, y la gente está adormecida. Jooo cid
Pastor explicó que cuando los humanos en general hayan desarrollado su individualidad, entonces la sociedad ya no podrá ser más controlada y manipulada por los grupos de poder.
BorrarJooo cid, un beso. Gracias por informar.
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