Los
espiritistas son los mejores preparados para apreciar el ocultismo, pero por sus
prejuicios ellos han sido hasta ahora los más encarnizados opositores a su
introducción al conocimiento público.
A pesar de
todas las necias negaciones y denuncias, muchos de los fenómenos que
experimentan los espiritistas son reales. A pesar también de sus propias
afirmaciones, ellos mismos los malinterpretan por completo. La teoría
totalmente insuficiente de la agencia constante de espíritus humanos
desencarnados en su producción ha sido la ruina de la Causa. Mil
desaires mortificantes no han logrado abrir su razón o su intuición hacia la
verdad.
Ignorando las
enseñanzas del pasado, los espiritistas no han descubierto ningún sustituto.
Les ofrecemos deducciones filosóficas en lugar de hipótesis no verificables,
análisis y demostraciones científicas en lugar de fe indiscriminada. La
filosofía oculta les da los medios para cumplir con los requisitos razonables
de la ciencia y los libera de la humillante necesidad de aceptar las enseñanzas
oraculares de las "inteligencias", que por regla general tienen menos
inteligencia que un niño de escuela.
Así fundados y fortalecidos,
los fenómenos modernos estarían en condiciones de llamar la atención y hacer
valer el respeto de quienes llevan consigo la opinión pública. Sin invocar tal
ayuda, el espiritismo debe seguir vegetando, igualmente repelido –no sin razón–
tanto por científicos como por teólogos. En su aspecto moderno, no es ni una
ciencia, ni una religión, ni una filosofía.
¿Somos injustos al decir esto?
¿Algún espiritista inteligente se queja de que hemos
distorsionado el asunto?
¿Qué puede señalarnos sino una confusión de teorías, una
maraña de hipótesis mutuamente contradictorias?
¿Puede afirmar que el espiritismo, incluso con sus
treinta años* de fenómenos, tiene alguna filosofía defendible?
(* Cabe
recordar que Isis Develada se publicó en 1877. — Nota de los editores.)
Es más, ¿hay
algo así como un método establecido que es generalmente aceptado y seguido por
sus representantes reconocidos?
No
Y sin embargo
si hay muchos escritores reflexivos, eruditos y serios entre los espiritistas,
esparcidos por todo el mundo. Hay hombres que además de una formación mental
científica y una fe razonada en los fenómenos per se, poseen todos los
requisitos de líderes del movimiento.
¿Cómo es
entonces que, con excepto de arrojar un volumen aislado más o menos, o
contribuciones ocasionales al periodismo, todos ellos se abstienen de tomar
parte activa en la formación de un sistema de filosofía?
Esto no es por
falta de coraje moral, como bien lo muestran sus escritos. Ni por indiferencia,
porque abunda el entusiasmo y están seguros de sus hechos. Tampoco es por falta
de capacidad, porque muchos son hombres talentosos, los pares de nuestras
mejores mentes.
Es simplemente
por la razón de que casi sin excepción, los espiritistas están desconcertados
por las contradicciones que encuentran y esperan que las hipótesis tentativas
sean verificadas por la experiencia posterior. Sin duda esta es la parte de la
sabiduría. Es la adoptada por Newton, quien con el heroísmo de un corazón
honesto y desinteresado, retuvo durante diecisiete años la promulgación de su
teoría de la gravitación, solo porque no la había verificado a su propia
satisfacción.
El espiritismo,
cuyo aspecto es más de agresión que de defensa, ha tendido hacia la
iconoclasia, y hasta ahora le ha ido bien. Pero al derribar no reconstruye.
Cada verdad realmente sustancial que erige pronto queda sepultada bajo una
avalancha de quimeras, hasta que todas quedan en una confusa ruina.
En cada paso de
avance, en la adquisición de cada nuevo terreno ventajoso de HECHO, se produce
algún cataclismo, ya sea en forma de fraude y exposición, o de traición
premeditada, y hace retroceder a los espiritistas impotentes porque no pueden
hacer valer sus afirmaciones.
Su debilidad
fatal es que solo tienen una
teoría que ofrecer para explicar los hechos que cuestionan: la intervención de
los espíritus humanos incorpóreos y la completa sujeción de los médiums
a ellos.
Y los
espiritistas atacarán a los que difieren de este punto de vista con una
vehemencia sólo justificada por una causa mejor, considerarán cada argumento
que contradiga su teoría como una imputación a su sentido común y facultades de
observación; y se negarán positivamente incluso a discutir la cuestión.
¿Cómo entonces puede el espiritismo ser alguna vez
elevado a la distinción de una ciencia?
Esto, como
muestra el profesor Tyndall, incluye tres elementos absolutamente necesarios:
observación de hechos, inducción de leyes a partir de estos hechos, y
verificación de esas leyes por la experiencia práctica constante.
¿Pero qué observador experimentado sostendrá que el
espiritismo presenta cualquiera de estos tres elementos?
El médium no
está uniformemente rodeado por condiciones de prueba tales que podamos estar
seguros de los hechos; las inducciones de los supuestos hechos son
injustificadas en ausencia de tal verificación; y como corolario, no ha habido
suficiente verificación de estas hipótesis por la experiencia. En resumen, ha
faltado por regla general el elemento primario de precisión.
Para que no se
nos acuse de deseo de tergiversar la posición del espiritismo, o se nos acuse
de retener el crédito por los avances realmente hechos, citaremos algunos
pasajes de la revista espiritista de Londres Spiritualist del 2 de marzo de 1877.
En la reunión
quincenal, realizada el 19 de febrero, se debatió sobre el tema
"Pensamiento Antiguo y Espiritualismo Moderno". Participaron algunos
de los espiritistas más inteligentes de Inglaterra, y entre ellos estaba el Sr.
W. Stainton Moses, MA*, quien recientemente ha prestado cierta atención a la
relación entre los fenómenos antiguos y modernos.
(* El Sr. Moses
fue un destacado escritor sobre espiritismo. Sus escritos solían estar firmados
con su seudónimo "MA Oxon". — Nota de los editores.)
Él dijo:
« El espiritismo popular no es
científico; hace muy poco en el camino de la verificación científica. Además el
espiritismo exotérico se dedica en gran medida a la presunta comunicación con
amigos personales, o a la gratificación de la curiosidad, o a la mera caza de
los prodigios.
La ciencia
verdaderamente esotérica del espiritismo es muy rara, y no más rara que
valiosa. Para ello debemos buscar el origen del conocimiento que puede
desarrollarse exotéricamente.
Procedemos
demasiado en las líneas de los físicos; nuestras pruebas son toscas y a menudo
ilusorias; sabemos muy poco del poder proteico del espíritu. Aquí los antiguos
estaban muy por delante de nosotros y pueden enseñarnos mucho. No hemos
introducido ninguna certeza en las condiciones, un requisito previo necesario
para un verdadero experimento científico.
Esto se debe en
gran parte al hecho de que nuestros círculos no se basan en ningún principio.
Ni siquiera hemos dominado las verdades elementales que los antiguos conocían y
actuaban, por ejemplo el
aislamiento de los médiums. Hemos estado tan ocupados con la búsqueda de
maravillas que apenas hemos tabulado los fenómenos, o propuesto una teoría para
explicar la producción de los más simples. Nunca nos hemos enfrentado a la
pregunta:
¿Qué es la inteligencia?
Esta es la gran
mancha, la fuente de error más frecuente, y aquí podemos aprender con ventaja
de los antiguos. Existe la mayor aversión entre los espiritistas a admitir la
posibilidad de la verdad del ocultismo. A este respecto son tan difíciles de
convencer como lo es el mundo exterior del espiritismo.
Los
espiritistas comienzan con una falacia, a saber que todos los fenómenos son
causados por la acción de espíritus humanos difuntos; pero no
han investigado los poderes del espíritu humano: no saben hasta qué
punto actúa el espíritu, hasta dónde llega, y qué es lo que subyace. »
Nuestra
posición no podría estar mejor definida.
La
autocomplacencia es el obstáculo más serio para la iluminación del espiritista
moderno. Sus treinta años de experiencia con los fenómenos le parecen
suficientes para haber establecido el intercambio intermundano sobre una base
inexpugnable. Sus treinta años no sólo le han traído la convicción de que los
muertos se comunican y prueban así la inmortalidad del alma humana, sino que
también han instalado en su mente la idea de que poco o nada se puede saber del
otro mundo, excepto a través de los médiums.
Para los
espiritistas, los registros del pasado no existen, o si están familiarizados
con sus tesoros acumulados, los consideran sin relación con sus propias
experiencias. Y sin embargo los problemas que tanto los aquejan fueron
resueltos hace miles de años por los teúrgos, quienes han dejado las claves a
quienes las busquen con el debido espíritu y con conocimiento.
¿Es posible que
la naturaleza haya cambiado su trabajo y que nos encontremos con espíritus y leyes
diferentes a los de antaño?
¿O puede cualquier
espiritista imaginar que sabe más, o incluso tanto sobre los fenómenos
mediúmnicos o la naturaleza de varios espíritus, como una casta de sacerdotes
que pasó su vida en la práctica teúrgica, que había sido conocida y estudiada
durante innumerables siglos?
Si los espiritistas
tienen sus fenómenos bajo condiciones de prueba, también los tenían los antiguos
teúrgos, cuyos registros además muestran que podían producirlos y variarlos a
voluntad. El día en que se reconozca este hecho y las inútiles especulaciones
de los investigadores modernos den lugar al paciente estudio de las obras de
los teúrgos, marcará el amanecer de nuevos e importantes descubrimientos en el
campo de la psicología.
Cuando se
conozca mejor la posible naturaleza de las inteligencias que se manifiestan,
que la ciencia cree que son "fuerza psíquica", y los espiritistas los
espíritus de los muertos, entonces los académicos y los creyentes se volverán
hacia los viejos filósofos en busca de información.
Nos vemos
obligados a contradecir rotundamente la afirmación de que "las maravillosas
maravillas de la actualidad que pertenecen al llamado espiritismo moderno son
idénticas en carácter a las experiencias de los patriarcas y profetas de
antaño".
Son idénticas
sólo en la medida en que los producen las mismas fuerzas y poderes ocultos de
la naturaleza. Pero aunque estos poderes y fuerzas pueden ser, y ciertamente lo
son, todos dirigidos por inteligencias invisibles, estas últimas difieren más
en esencia, carácter y propósito que la humanidad misma, compuesta tal como
está ahora, de blancos, negros, marrones, rojos, y hombres amarillos, y
contando santos y criminales, genios e idiotas.
El escritor
puede valerse de los servicios de un orangután domesticado o de un isleño de
los Mares del Sur; pero el solo hecho de que tenga un sirviente no hace que
éste ni él mismo sean idénticos a Aristóteles y Alejandro.
Ahora bien,
excepto la historia de Saúl y Samuel, no hay un caso citado en la Biblia
de la "evocación de los muertos". En cuanto a ser lícito, la
afirmación es contradicha por todos los profetas. En ninguna parte del Antiguo
Testamento, ni en Homero ni en Virgilio, la comunión con los muertos se
denomina de otra manera que nigromancia.
Una de las
mayores razones para ello fue la doctrina de los antiguos que afirmaba que ningún
alma de la "morada de los bienaventurados" regresará a la tierra, a
menos que en raras ocasiones se requiera su aparición para lograr algún gran
objetivo en vista, y así traer beneficio a la humanidad.
En este último
caso, el "alma" no tenía necesidad de ser evocado. Enviaba su
mensaje portentoso ya sea por un simulacro evanescente por
sí mismo, [el Mayavi Rupa] o a través de mensajeros, que podrían
aparecer en forma material y personificar fielmente a los difuntos.
Las almas que
podían invocarse tan fácilmente no se consideraban seguras ni útiles para
comunicarse. Eran las almas, o más bien las larvas, de las regiones
infernales del limbo, el sheol, la región conocida por los cabalistas
como la octava esfera.
El único
estándar al alcance de los espiritistas y médiums actuales por el cual pueden probar
los espíritus, es juzgar, 1, por sus acciones y palabras; 2, por su disposición
a manifestarse; y 3, si el objeto a la vista es digno de la aparición de un
" espíritu incorpóreo ", o si puede excusar a alguien por
molestar a los muertos.
Saúl estaba en
vísperas de la destrucción, él y sus hijos, pero Samuel le preguntó:
- "¿Por
qué me has inquietado para hacerme subir?"
Pero las
"inteligencias" que visitan las salas circulares acuden a la entera
disposición de todos los frívolos que quieren pasar una hora tediosa. Y esta
palabra "arriba" del espíritu de un profeta cuya morada
ciertamente debería estar en el cielo, es muy sugerente en sí misma para un
cristiano que ubica el paraíso y el infierno en dos puntos opuestos.
(Nota:
las referencias de volumen y página a Isis Develada son, en el orden de los
extractos, como sigue: Volumen II, 636, 637, 638; volumen I, 334, 335, 492,
493.)
(Revista
Teosofía, Los Ángeles, abril de 1918, p.241-245)
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