En
su libro “Reminiscencias acerca de H.P.
Blavatsky y La Doctrina Secreta” la condesa Constance Watchmeister narró
las experiencias que ella tuvo con Blavatsky entre 1885 y
1888 mientras la estuvo cuidando, primero en la
ciudad alemana de Wurzburgo, luego en la ciudad belga de Ostende, y
finalmente en Londres.
Y
a continuación les transcribo las partes de ese libro donde la condesa cuenta
el inmenso esfuerzo y sacrifico que hizo Blavatsky para que las personas dispusieran
del conocimiento de los maestros transhimaláyicos que ella condensó en su magna
obra La Doctrina Secreta, y añadí
títulos en azul para facilitar la lectura.
Introducción
Al
presentar la manera como fue escrita La
Doctrina Secreta por H.P. Blavatsky, mientras los recuerdos están todavía
claros en mi memoria, contribuirán, estoy segura, a una inteligente comprensión
tanto de la autora como de su obra. Y deseo transmitir al lector, en lo
posible, el conocimiento más completo que yo poseo de las dificultades y
perturbaciones que acosaron a Madame Blavatsky durante el progreso de su
trabajo.
La
mala salud, la vida errante, el ambiente impropio para tal labor, la carencia
de materiales, la defección de falsos amigos, los ataques de enemigos, fueron
obstáculos que dificultaron y en ocasiones obstruyeron su trabajo; pero la
cooperación de manos voluntariosas, el amor y cuidado de devotos adherentes y
sobre todo, el sostén y la dirección de sus amados y reverenciados Maestros,
coadyuvó a que le fuera posible completar su trabajo.
Viviendo
con Blavatsky
Fui
a vivir con ella en Wurzburg en Alemania, para acompañarla y ayudarla en lo que
yo pudiera.
La
descripción de un solo día servirá para dar una idea de la rutina diaria de su
vida en aquel tiempo.
A
las seis yo era despertada por la sirvienta que entraba con una taza de café
para Madame Blavatsky, quien después de ese ligero refrigerio se levantaba y
vestía a las siete y ya estaba ante su mesa de trabajo en el escritorio.
Ella
me dijo que ese era su invariable hábito y que el desayuno sería servido a las
ocho. Después del desayuno ella se sentaba frente a su mesa y el trabajo del
día comenzaba, seriamente.
A
la una se servía el almuerzo cuando yo hacía sonar una campanilla de mano para
llamar a Madame Blavatsky. A veces ella venía de inmediato, pero en otras
ocasiones su puerta permanecía cerrada, hora tras hora, hasta que nuestra
sirvienta suiza venía a mí, casi llorando, para preguntarme qué deberíamos
hacer con el almuerzo de Madame, el que estaba ya frío, seco, o quemado, o por
completo echado a perder.
Finalmente
aparecía H.P.B., fatigada con tantas horas de exhaustiva labor y ayuno; entonces
se preparaba otro almuerzo o yo enviaba al hotel por algún alimento nutritivo.
A
las siete ella dejaba su trabajo, y después del té, pasábamos una agradable
velada juntas.
Cómodamente
sentada en su amplio sillón, H.P.B. acostumbraba disponer sus naipes para un
juego de paciencia, como ella decía, para tranquilizar su mente. Parecía que el
proceso mecánico de ordenar sus naipes permitía a su mente liberarse de la presión
de una labor concentrada durante todo el día.
Ella
nunca se interesaba en hablar de Teosofía por las noches. La tensión mental
durante el día era tan severa que lo que ella necesitaba era descanso, y es por
eso que yo procuraba tantos periódicos y revistas como podía, y de todo eso le
leía artículos o pasajes que me parecían apropiados para interesarla y
distraerla.
A
las nueve se iba a la cama y allí se rodeaba con sus periódicos rusos y leía
hasta una hora avanzada.
Y
así era como nuestros días pasaban en la misma rutina; el único cambio que vale
la pena anotar es que, en ocasiones, ella dejaba abierta la puerta entre el
escritorio y el comedor donde yo me sentaba, y entonces de vez en cuando,
conversábamos o yo escribía cartas por su indicación o discutíamos el contenido
de las recibidas.
Nuestros
visitantes eran muy pocos. Una vez a la semana venía el médico para,
cerciorarse de la salud de H.P.B., y se quedaba más de una hora conversando.
A
veces, muy raramente, nuestro casero un judío de tendencias materialistas, nos
contaba una buena historia de la vida que veía a través de sus gafas y más de
un buen momento de risa hemos tenido juntos; una agradable interrupción en la
diaria monotonía de nuestra labor.
En
ese tiempo supe algo más referente a La
Doctrina Secreta: que sería un trabajo más voluminoso que Isis Develada; y que una vez completado
constaría de cuatro volúmenes, y que en ellos se daría al mundo tanto material
de la doctrina esotérica como era posible en el presente estado de la evolución
humana.
-
"Será, naturalmente, muy fragmentario”,
me dijo ella, “y habrá necesariamente que dejar grandes lagunas, pero hará
pensar a los hombres y tan pronto como ellos estén capacitados se les dará más
a conocer."
"Pero”, agregó
después de una pausa, “tal cosa no será hasta el siglo que viene, cuando los
hombres comenzarán a comprender y discutir esta obra de manera
inteligente."
Pronto,
sin embargo, se me confió la tarea de hacer copias de los manuscritos de
H.P.B., y entonces comencé, naturalmente, a obtener atisbos de la materia de La Doctrina Secreta.
El informe
de Richard Hodgson
La
vida tranquila y de estudio que he tratado de describir, continuó por algún
tiempo y el trabajo progresó sin interrupción hasta una mañana en que un rayo
descendió sobre nosotras, H.P.B. recibió por correo, temprano y sin una sola
palabra de advertencia, una copia del bien conocido Reporte de la Sociedad para
la Investigación Psíquica de Londres (SPR).
Fue
un cruel golpe y se presentó en forma por completo inesperada. Nunca olvidaré
el día, ni la mirada de desconcertada y petrificante desesperación que Madame
Blavatsky dejó caer sobre mí, cuando entré en su sala y la encontré con el
libro abierto en sus manos.
-
"Esto”, ella exclamó, “es el Karma de la
Sociedad Teosófica y cae sobre mí. Soy la víctima propiciatoria. Se me hace
cargar con todos los pecados de la Sociedad Teosófica y ahora se me apoda la
gran impostora de la era y además una espía rusa; ¿quién me escuchará o leerá
La Doctrina Secreta? ¿Cómo puedo proseguir con el trabajo del Maestro? ¡Oh
malditos fenómenos que sólo produje para satisfacer a amigos íntimos y para
instruir a aquellos que me rodeaban! ¡Qué terrible Karma para sobrellevar!
¿Cómo podré vivir pasando por este Karma? ¡Y si yo muero la labor del Maestro
quedará perdida y la Sociedad Teosófica se arruinará!"
Al
principio y en la intensidad de su pasión, ella no quería escuchar ninguna
razón, sino que se volvió contra mí, diciendo:
-
"¿Por qué no se marcha? ¿Por qué no me
deja? Usted es una Condesa, usted no
puede quedarse aquí con una mujer desprestigiada a la que se exhibe ante el
desprecio de todo el mundo, con la que será mostrada con el dedo en todas
partes como una embaucadora e impostora. Váyase antes de que sea contaminada
por mi vergüenza."
-
"H.P.B.”, le respondí, a la vez que mis
ojos se posaban en los suyos con serena mirada, “usted sabe que el Maestro vive
y que Él es su Maestro y que la Sociedad Teosófica fue fundada por Él. ¿Cómo puede entonces perecer? Y desde que yo conozco esto tan bien como
usted, desde que para mí ahora la verdad ha sido mostrada sin ninguna
posibilidad de duda ¿cómo puede suponer, ni siquiera por un solo momento, que
yo podría abandonarla a usted y a la Causa que las dos nos hemos comprometido a
servir? Aun en el caso de que cada uno
de los miembros de la Sociedad Teosófica demostrara ser un traidor a esta
Causa, usted y yo permaneceríamos y esperaríamos y trabajaríamos hasta que
volvieran mejores tiempos.”
Luego
comenzaron a llegar cartas que no contenían más que recriminación y agravio,
renuncia de miembros, y apatía y temor de parte de aquellos que permanecieron.
Fue
un tiempo de prueba; la existencia misma de la Sociedad Teosófica parecía
amenazada y H.P.B. se sentía como si todo estuviera desmoronándose a sus pies.
Su
naturaleza en extremo sensitiva fue demasiado profundamente herida, su
indignación y resentimiento, ante tan inmerecida calumnia, fueron excesivamente
excitados como para escuchar, en los primeros momentos, consejos sobre
paciencia y moderación. Nada le parecía aceptable y quería partir para Londres
de inmediato y aniquilar a sus detractores en las llamas de su justa
indignación.
Finalmente
conseguí apaciguarla, pero sólo por un tiempo. Cada correo acrecentaba su enojo
y desesperación, y durante mucho tiempo no pudo hacerse ningún trabajo útil.
Por
fin, reconoció que para ella no habría esperanza o remedio alguno en el empleo
de procedimientos legales ni en este país ni en la India.
Eso
está probado en el pasaje de la protesta que dirigió el señor Sinnett al Reporte
de la Sociedad para la Investigación Psíquica titulado “Fenómenos del Mundo Oculto”,
pasaje que redactó H.P.B. y que aquí cito:
"El señor
Hodgson sabe, y el Comité de la SPR sin duda comparte, su conocimiento que por
mi parte él está a salvo de acciones por difamación debido a que no tengo
dinero para proceder con costosos trámites (por haber dado siempre todo lo que
he poseído a la causa que sirvo).
Además que mi
reivindicación involucraría el examen de misterios psíquicos que no pueden ser
tratados de manera adecuada en un tribunal, y también porque hay ciertas
preguntas a las que me he comprometido solemnemente no contestar nunca, y una
investigación legal de tales calumnias actualizaría esas preguntas, a la vez
que mi silencio y negativa a contestarlas sería tergiversada como rebeldía al
tribunal.
Estas circunstancias
explican el vergonzoso ataque que ha sido lanzado contra una casi indefensa
mujer y la inacción a la que estoy tan cruelmente condenada, frente a todo
ello."
Puedo
también citar, para complementar mi propia narración de esos penosos tiempos,
las impresiones del señor Sinnett consignadas en su obra Incidentes en la Vida de Madame Blavatsky:
"Durante quince
días las tumultuosas emociones de Madame Blavatsky hicieron imposible todo
progreso en su trabajo. Su temperamento volcánico la convierte ante momentos de
emergencia en la peor exponente de su propio caso, sea éste el que fuere.
Casi ninguna de las
cartas, memorándums y protestas en las cuales ella gastó sus energías durante
esa miserable quincena, fueron presentadas de manera que hubiera ayudado a un
público frío y poco benévolo, a comprender la verdad de las cosas, y no vale la
pena resucitarlas aquí.
La induje a suavizar
el tono de una protesta, en una forma presentable para insertar en un folleto
que publiqué a fines de enero, y en cuanto al resto, muy pocos, a no ser sus
más íntimos amigos, apreciarían correctamente su fuego y furia.
Su lenguaje cuando
ella se encuentra bajo el dominio de una explosión de excitación, induciría a
un extraño a suponerla sedienta de venganza, fuera de sí por la pasión, pronta
para exigir salvaje venganza de sus enemigos si tuviera poder para ello.
Son sólo aquellos que
la conocen íntimamente, alrededor de una media docena de sus más cercanos
amigos, quienes saben que a pesar de toda esa efervescencia de sentimientos, si
sus enemigos fueran realmente puestos ante ella, su rabia contra ellos se
disiparía como una rota burbuja de jabón."
Para
concluir este episodio se me permitirá citar una carta mía, enviada al señor
Sinnett en aquel tiempo, y publicada en su libro Incidentes en la Vida de Madame Blavatsky, y en la prensa
americana, carta en la cual hacía un sumario de algunas impresiones mías
durante mi estada en Wurzburg. Omitiré el primer párrafo que se relaciona con lo
que ya he descrito:
“…Habiéndome enterado
de los absurdos rumores que circulan contra ella (H.P.B.) en los cuales se la
ha acusado de decepcionar, de practicar fraude e incluso magia negra, yo estaba
prevenida y fui hacia ella en un sereno y tranquilo estado mental, determinada
a no aceptar nada de carácter oculto que de ella viniera, sin obtener
suficientes pruebas; a mantener mis ojos abiertos y a ser justa y sincera en
mis conclusiones.
El sentido común no
me permitía creer en su culpabilidad sin encontrar primero pruebas de ello,
pero si esa prueba hubiera sido suministrada, mi sentido del honor me hubiera
hecho imposible permanecer en una Sociedad cuya fundadora cometiera embaucamiento
y fraude; por tanto mi propósito mental era el de investigar y me sentía
ansiosa de encontrar la verdad.
He vivido ya unos
cuantos meses con Madame Blavatsky, he compartido su dormitorio y he estado con
ella de mañana, de tarde y de noche. He tenido acceso a todos sus cajones y
gavetas, he leído las cartas que recibió y las que escribió.
Y ahora de manera
patente y honesta declaro que me avergüenzo por haber alguna vez sospechado de
ella, pues la creo ser una mujer honesta y veraz, fiel hasta la muerte a sus
Maestros y a la causa por la cual ha sacrificado su posición, fortuna y salud.
No hay la menor duda
para mí que ella hizo esos sacrificios, pues he palpado las pruebas de los
mismos, siendo algunas de esas pruebas documentos cuya autenticidad está fuera
de toda posible sospecha.
Desde un punto de
vista mundano, Madame Blavatsky es una mujer desdichada, calumniada, puesta en
duda y maltratada por muchos; pero observando desde un punto de vista más
elevado, ella posee cualidades extraordinarias y ninguna acumulación de
vilipendio puede privarla de los privilegios que ella disfruta y que consisten
en un conocimiento de muchas cosas que sólo unos pocos mortales conocen y en un
trato personal con ciertos Adeptos orientales.
Debido al vasto
conocimiento que ella posee y que se extiende profundamente dentro de la parte
invisible de la naturaleza, no podemos menos de lamentar mucho que todas sus
perturbaciones y tribulaciones le impidan dar al mundo una gran cantidad de
información que ella estaría bien dispuesta a impartir si sólo se le permitiera
trabajar en paz y sin insensatas distracciones.
Aun el gran trabajo
al cual ella está ahora entregada, su obra La
Doctrina Secreta ha sido en gran parte impedida por todas las
persecuciones, cartas ofensivas y otras mezquinas molestias a las que la han
sometido este invierno, pues debe recordarse que H.P.B. no es todavía un Adepto
completo ni ella lo pretende ser, y que por lo tanto a pesar de todo su gran
conocimiento, ella es tan dolorosamente susceptible al insulto y a la sospecha
como lo pudiera ser cualquiera dama de su condición, refinamiento y posición.
La Doctrina Secreta será, no hay duda, un
grandioso e importante trabajo. He tenido el privilegio de observar su
progreso, de leer los manuscritos y de presenciar la manera oculta por la cual
ella obtenía sus informaciones.
Últimamente, y entre
personas que se llaman a sí mismas "teósofos", he escuchado
expresiones que me sorprenden y apenan. Tales personas han dicho que si se
probara que los Mahatmas no existen, a ello no les importaría; que a pesar de
todo la Teosofía es una verdad, y otras cosas más por el estilo.
Esas y similares
declaraciones han estado circulando en Alemania, Inglaterra y América, pero
según mi manera de comprender, tales declaraciones son muy erróneas, pues en
primer lugar si no existieran los Mahatmas o Adeptos, es decir personas que han
progresado tanto en la escala de la evolución humana hasta serles posible unir
su personalidad con el sexto principio del universo (el Cristo universal),
entonces las enseñanzas éticas que han sido denominadas "Teosofía"
serían falsas porque existiría una laguna en la escala de progresión, que sería
más difícil de explicar que el "eslabón perdido" de Darwin.
Además si tales
personas se refieren meramente a aquellos Adeptos de quienes se dice que han
tomado parte activa en la fundación de la Sociedad Teosófica, ellas parecen
olvidar que sin esos Adeptos no hubiéramos tenido nunca esa organización, ni se
hubiera escrito Isis Develada, Buddhismo Esotérico, Luz en el Sendero, The Theosophist y otras valiosas publicaciones teosóficas
Y si en el futuro nos
rehusáramos a beneficiarnos con la influencia de los Mahatmas y nos libráramos
por entero a nuestros propios recursos pronto nos perderíamos en un laberinto
de especulaciones metafísicas.
Debe dejarse a la
ciencia y a la filosofía especulativa que se confinen a teorías y a la
obtención de las informaciones tal como están contenidas en libros: la Teosofía
va más lejos y adquiere el conocimiento por la percepción directa íntima.
El estudio de la
Teosofía significa, por lo tanto el desarrollo práctico, y para obtener ese
desarrollo es necesario un guía que conozca lo que enseña y que debe haber
alcanzado, él mismo, ese estado por el proceso de regeneración espiritual.
Después de todo lo
que ha sido dicho, en los relatos del señor Sinnett, referente a los fenómenos
ocultos que tuvieron lugar en la presencia de Madame Blavatsky, y como tales
fenómenos han sido parte integrante de toda su vida, estos ocurriendo en
momentos en que ella era consciente o inconsciente de ellos.
Sólo me queda agregar
que durante mi estada con Madame Blavatsky yo he sido frecuentemente testigo de
tales genuinos fenómenos. Pero aquí, como en cualquiera otra fase de la vida,
lo principal es aprender a distinguir propiamente y a estimar todo en su
verdadero valor.
Suya, sinceramente
Constance Wachtmeister,
M. S. T."
Tiempos
difíciles
No
es de extrañar que el progreso en La
Doctrina Secreta se detuviera durante esos tormentosos días y que cuando
por fin la labor fue reanudada, fuera difícil volver a encontrar el necesario
aislamiento y la tranquilidad mental.
H.P.B.
me dijo un atardecer:
-
"Usted no se puede imaginar lo que es
sentir tantos pensamientos y corrientes adversas dirigidas contra uno; son como
los pinchazos de miles de agujas, y continuamente tengo que estar levantando
barreras de protección a mi alrededor.”
Le
pregunté si sabía de quienes venían esos pensamientos inamistosos y ella me
contestó:
-
“Sí; por desgracia puedo saberlo, pero estoy
tratando siempre de cerrar mis ojos para no ver ni conocer."
Y
para probarme que así era, me mencionaba cartas que habían sido escritas,
citando pasajes de ellas y tales cartas llegaron, ciertamente, uno o dos días
después y yo pude verificar la exactitud de tales frases.
En
ese tiempo, un día al entrar en su escritorio encontré el piso cubierto por
hojas manuscritas, y cuando le pregunté el significado de ello, ella me
contestó:
-
"Sí, he intentado doce veces escribir
esta página correctamente y cada vez el Maestro dice que está mal. Creo que me
voy a enloquecer escribiéndola tantas veces, pero déjeme sola, no me detendré
hasta haberla logrado aunque tenga que pasarme toda la noche en eso."
Le
traje entonces una taza de café para que la aliviara y sustentara y la dejé
sola para que prosiguiera con su tediosa labor.
Una
hora más tarde oí su voz llamándome y al entrar encontré que por fin el pasaje
había sido completado a satisfacción, pero la labor había sido terrible y en
ese tiempo los resultados de su trabajo eran a menudo bastante inciertos.
Mientras
ella se recostaba para gustar de su cigarrillo y de la sensación de alivio
después de tan arduo esfuerzo, me apoyé en el brazo de su gran sillón y le
pregunté cómo era que ella podía cometer errores en aquello que se le
transmitía, y ella me dijo:
-
"Bien, como usted lo ha constatado, lo
que yo hago es lo siguiente: primero efectúo ante mí eso que sólo puedo
describir como una especie de vacío en el aire, y fijo mi vista y voluntad en
él.
Pronto comienza a
pasar ante mí una escena tras otra, como las sucesivas escenas en un diorama, o
si necesito una referencia o información de algún libro, fijo mi mente con
intensidad y aparece la imagen astral del libro y de ella tomo lo que necesito.
Cuanto más
perfectamente libre está mi mente de distracciones y mortificaciones, tanto más
energía e intensidad posee y tanto más fácilmente puedo hacer eso.
Pero actualmente,
después de toda la vejación que he sufrido a consecuencia de la carta de X, no
pude concentrarme apropiadamente, y cada vez que lo intenté obtuve todas las
citas equivocadas.
El Maestro dice que
ahora están bien, de manera que vayamos a tomar un poco de té".
Su visión
astral
La
circunstancia que posiblemente más atrajo mi atención y excitó mi admiración
cuando comencé a ayudar a Madame Blavatsky como su amanuense, y me permitió
obtener algunos atisbos de la naturaleza de su trabajo con La Doctrina Secreta, fue la pobreza de sus libros de viaje.
Sus
manuscritos estaban repletos hasta desbordarse con referencias, citas y
alusiones tomadas de un gran conjunto de trabajos raros y recónditos que trataban
de los más diversos conocimientos.
En
un momento ella necesitaba verificar un pasaje de algún libro que sólo se
encontraba en el Vaticano, y en otro momento ella necesitaba verificar de algún
documento del que sólo existía una copia en el Museo Británico.
Con
todos esos documentos, era sólo verificación lo que necesitaba, y el material
que había acumulado en sus escritos no podría ciertamente haberlo procurado de
unos cuantos libros, muy comunes por cierto, que ella llevaba en sus viajes.
Poco
tiempo después de mi llegada a Wurzburg, ella tuvo ocasión de preguntarme si yo
conocía a alguien que pudiera hacerle un favor e ir a la Biblioteca Bodleian.
Coincidió
que yo conocía alguien que podía hacerlo, de forma que mi amigo verificó un
pasaje que H.P.B. había visto en la Luz Astral con el título del libro, página
y cifras correctamente anotadas.
Tales
visiones presentan la imagen original invertida, tal como se vería en un espejo,
y aunque con un poco de práctica y considerando el sentido general las palabras
estas pueden ser leídas con facilidad, es mucho más difícil evitar los errores
cuando se trata de números, y justamente eran números los que había que
verificar en esa ocasión.
En
cierta oportunidad se me asignó una tarea muy difícil que consistía en
verificar un pasaje tomado de un manuscrito guardado en el Vaticano. Habiendo
conocido un caballero que tenía un pariente en el Vaticano, conseguí aunque con
cierta dificultad, la verificación de ese pasaje.
Sólo
dos palabras estaban equivocadas, pero todo el resto estaba correctamente trasladado,
y cosa extraña, se me dijo que esas dos palabras estaban considerablemente
borrosas en el original y había sido difícil descifrarlas.
Estos
son unos pocos ejemplos tomados entre muchos. Siempre que H.P.B. necesitaba
información definitiva sobre cualquier asunto que era de suma importancia en
sus escritos, con seguridad esa información le llegaba de una manera u otra, ya
fuera como una comunicación de un lejano amigo, en un periódico, en una revista
o en el curso de la lectura casual de libros. Y eso acontecía con una
frecuencia y adecuación que situaba la cuestión fuera de la región de una mera
coincidencia.
Sin
embargo siempre que le era posible ella prefería utilizar los medios normales que
los anormales, para así no gastar de manera innecesaria su poder.
Ayuda invisible
Y
yo no era la única persona que había observado la ayuda invisible que le
llegaba a
H.P.B.
en la prosecución de su tarea, y la exactitud de las citas que recibía. Inserto
aquí una nota que me envió la señorita E. Kislingbury y que ilustra este punto
de manera muy aclaratoria:
"Después de la
publicación del ahora famoso Reporte de la S.P.R. por cuya injusticia yo me
resentí profundamente, decidí ir a ver a Madame Blavatsky, quien se me dijo que
entonces vivía en Wurzburg.
La encontré viviendo
de manera sencilla, en la original y vieja villa alemana con la Condesa
Wachtmeister que había permanecido a su lado todo el invierno. Ella se
encontraba enferma, sufriendo de una complicación de dolencias y bajo constante
tratamiento médico.
Se encontraba
mentalmente atormentada por la deserción de amigos y por los mezquinos ataques
de enemigos como consecuencia del indicado Reporte, y sin embargo a pesar de
todas esas dificultades, H.P.B. estaba entregada por completo a la colosal
labor de escribir La Doctrina Secreta.
En una villa
extranjera donde el lenguaje de sus habitantes no le era familiar, con sólo
aquellos libros de la India que había llevado consigo, alejada de todo amigo
que podría haberla ayudado en encontrar referencias necesarias o en tomar notas
útiles, trabajó con asiduidad, abandonando raramente su escritorio a no ser
para tomar frugales alimentos, permaneciendo en su tarea desde la mañana temprano
hasta las seis de la tarde.
Pero H.P.B., tenía
sus ayudantes invisibles cuando se sentaba a escribir en la habitación
consagrada por ella a su trabajo. Como en ese tiempo no era yo miembro de la Sociedad
Teosófica, aunque había conocido a H.P.B. desde la fundación de la misma, poco
se me había dicho personalmente, o había sido dicho en mi presencia, relativo a
los métodos usados.
Sin embargo un día
ella me entregó un papel con una cita que se le había dado, tomada de un
escritor católico, concerniente a la relación entre la ciencia y la religión, y
me preguntó si yo podía ayudarla a verificar el autor y la obra a la cual
pertenecía.
Me pareció, por la
naturaleza de la cita, que podría ser del cardenal Wiseman, de su obra titulada
Lecturas sobre la Ciencia y la Religión,
y le escribí a un amigo en Londres con el resultado de que la verificación fue
completa, habiéndose encontrado el capítulo y la página tal como aparece
actualmente en La Doctrina Secreta,
vol. II, página 704.”
Directivas
de Morya
Me
fue posible observar, de tiempo en tiempo, otro incidente que ocurría con
frecuencia y que indica otra forma de la guía y ayuda que fueron dadas a H.P.B.
en su trabajo.
A
menudo, temprano en la mañana, veía yo sobre su escritorio un trozo de papel
con caracteres desconocidos trazados en tinta roja. Al preguntarle el
significado de esas misteriosas notas, ella me contestaba que indicaban su
trabajo para ese día.
(Nota
de Cid: el maestro Kuthumi acostumbraba escribir en azul, mientras que el
maestro Morya acostumbraba escribir en rojo, así que muy probablemente era él
quien dejaba esas directivas.)
Esos
son ejemplos de los mensajes "precipitados" que han sido objeto de
tanta acalorada controversia aun en las filas de la Sociedad Teosófica, y de
interminables e ignorantes debates de
sus detractores; "los mensajes rojos y azules fantasmales, como los
denomina X".
Citando,
ahora, de una carta de H.P.B. escrita en ese tiempo y publicada luego en The Path. En la misma carta sigue
diciendo:
"¿Que fue
fraude? Ciertamente no.
¿Fue escrito por
elementales? NUNCA.
Pero en cambio si fue
entregado y el fenómeno físico es producido por elementales utilizados para ese
propósito; pero ¿qué tienen ellos que ver esos seres insensibles, con las
porciones inteligentes del más pequeño y más trivial mensaje?"
Poco
puede asombrarnos que eses mensajes sean recibidos con sospecha en el presente
estado de ignorancia en lo que se refiere a los fenómenos psíquicos. Lo más que
podría esperarse del hombre común sería la suspensión de todo juicio,
acompañada de una buena voluntad de aprender e investigar.
Pero
cuando llegamos a examinar el proceder de H.P.B. en presencia de tales
mensajes, obtenemos una prueba incontrovertible de su buena fe. Llegaron
directamente hacia ella y los requerimientos que contenían fueron siempre
recibidos por H.P.B. con sumisión y obediencia aun en los casos en que ella
hubiera preferido actuar de otra manera.
Mucha
información se destruyó
¡Cuán
a menudo he lamentado ver cómo resmas de manuscritos, cuidadosamente preparados
y copiados, eran arrojados a las llamas a una palabra, a una intimación de los
Maestros; cantidad de información y comentarios que, según me parecía, serían
de inapreciable valor para nosotros ahora que hemos perdido a nuestra gran Maestra!
Cierto
es que en ese tiempo yo comprendí muy poco lo que copiaba y no me di cuenta del
valor de esas enseñanzas, como ahora.
Desde
entonces he pensado que eso fue más conveniente para mi labor, por la especial
condición de la misma, desde que sólo fragmentos y sugerencias del conocimiento
oculto son dados en La Doctrina Secreta,
y esa naturaleza del trabajo puede haber llevado a H.P.B. en los primeros
tiempos, a poner por escrito mucho más de lo que era prudente dar a conocer a
cualquiera, ni aun a una persona que como yo, no era una discípula iniciada
aunque sí una persona impulsada por un ardiente celo.
Por
cierto que conozco el hecho de que mucha enseñanza, realmente esotérica, tuvo
que ser eliminada de sus escritos originales, y como dije, muchos de sus
manuscritos y de mis copias fueron destruidos.
También
en ese tiempo no obtuve ninguna satisfactoria contestación a mis averiguaciones,
de forma que finalmente aprendí a guardar silencio y raramente o nunca hacía
preguntas.
La
enseñanza era difícil en esa época
Es
muy difícil para quienes ahora ingresan en la Sociedad Teosófica darse cuenta
de la condición de las cosas en la época a la que me refiero. En ese tiempo no
se ofrecían al estudiante de Teosofía las oportunidades para el estudio y
progreso que ahora son prodigadas al candidato para miembro o al aspirante a la
instrucción. Tampoco se daban conferencias, y había muy pocos libros.
La
misma H.P.B. no era la persona más apropiada para la tarea de una exposición
ordenada y paciente de sus enseñanzas debido a su propia constitución y a su
especial manera de pensar.
Tengo
ante mí una carta de ella, sin fecha, pero escrita alrededor de ese tiempo
desde Elberfeld, adonde se dirigió desde Wurzburg, en la cual expone de manera
muy vívida y con su habitual jocosidad, su desesperación ante el peso de la
tarea que se le impuso.
Doy
un extracto literal de su correspondencia, pues la singularidad de su
fraseología fue una peculiar característica propiamente suya y se sabe bien que
en ese tiempo su inglés era muy imperfecto:
"Si usted está
‘preocupada’, yo estoy por completo perpleja para comprender lo que se espera
de mí. Nunca he prometido desempeñar el papel de gurú, maestro de escuela, o
profesor para Y o para cualquier otro.
El Maestro le dijo
que fuera a Elberfeld y el Maestro me dijo que él vendría y que yo tendría que
contestar a sus preguntas. Eso he hecho y no puedo hacer más. Le leí textos de
la Doctrina Secreta y encontré que no
podía proseguir pues él me interrumpía a cada línea que leía y no sólo con
preguntas sino que generalmente hacía una disertación sobre su propia pregunta
y esa contestación le llevaba veinte minutos.
En lo que se refiere
a Y, le hice escribir a usted, y él le responderá por sí mismo. Le he dicho a
usted en repetidas ocasiones que yo nunca enseñé a nadie a no ser en mi propia
y usual manera.
Tanto Olcott como
Judge han aprendido todo lo que saben en su asociación conmigo. Si hubiera que infligírseme
el castigo de impartir ordenadas instrucciones, a la manera de un profesor,
durante una hora, y no digo nada si fueran dos horas por día, yo preferiría
escapar al Polo Norte o morirme cualquier día cortando enteramente mis
conexiones con la Teosofía.
Soy incapaz de hacer
tal cosa como cualquiera que me conozca debería saberlo. Hasta ahora no he
podido saber qué es lo que Y quiere saber. ¿Es ocultismo, Metafísica, o los
principios de la Teosofía en general?
Si es lo primero le
encuentro incapacitado por completo para ello. Hemos preparado una promesa (que
M. G. le enviará) e Y insiste en incluir entre los miembros firmantes de esa
promesa secreta a su esposa, y ahora que la hemos firmado nos encontramos con
que él no tiene la intención de usar el poder de su voluntad y que su esposa
piensa que ello es pecaminoso.
Entonces, ¿para qué
todo eso?
En cuanto a
metafísica él puede aprender de M. Le dije que M no conoce nada de nuestras
doctrinas ocultas y no puede enseñar, pero puede explicarle el Bhagavad Gita mejor que yo.
. . .
Eso es todo lo que
puedo decir. Estoy enferma y nerviosa más que nunca. La corriente de la Doctrina Secreta se ha detenido y
pasarán dos meses antes de que pueda retornar al estado en que me encontraba en
Wurzburg.
Para escribirla debe
dejárseme enteramente tranquila y si se ha de molestarme con enseñanzas,
entonces tengo que renunciar a escribir la Doctrina
Secreta. Así que la gente escoja y vea qué es lo más útil: que sea escrita
la Doctrina Secreta o que se instruya
a Y.”
En
esos días sólo un individuo privilegiado podía posiblemente entrar en
correspondencia con un miembro más antiguo, pero en el mejor de los casos las
dificultades eran grandes y era sólo una voluntad determinada la que sobrepasaría
todos los obstáculos. Voluntad a la que habría que agregar posiblemente, una
herencia kármica de actitud natural que podría suplir, por energía inherente,
la carencia de facilidades que son ahora tan generosamente brindadas.
Ni
entonces, ni en nuestros más entusiastas momentos, soñamos jamás con una gran
Sociedad Teosófica con Secciones Americana, Inda y Europea, y con numerosas
Ramas y Centros de actividad en casi cada país importante del mundo.
Nos
pareció que lo más que se podría esperar sería un grupo de fieles estudiantes,
un grupo de serios discípulos, para mantener encendidas las chispas de la
enseñanza oculta hasta el último cuarto del siglo veinte, cuando con el
advenimiento de un nuevo ciclo menor, un nuevo acceso a la luz espiritual
podría ser esperado.
Pero
luego que esos pocos años se han deslizado, y aunque ellos nos han privado de
la presencia corporal de nuestra Maestra, hemos podido aprender una lección
diferente: nos hemos visto obligados a reconocer qué mal comprendimos la
fortaleza de las fuerzas espirituales que están detrás del Movimiento
teosófico.
Se
hace claro y más claro, día a día, que la Teosofía, al menos en sus amplias
delineaciones, no es un privilegio exclusivo de unos pocos favorecidos, sino
que es una donación a toda la humanidad sin limitación y que su influencia en
la corriente del pensamiento moderno debe sobrevivir como un potente factor
contra el materialismo pesimista de la época.
El
sacrificio de Blavatsky
Todo
eso no era mera exageración ni mera forma de expresión emocional. Era verdadero
y siempre fue verdadero hasta su muerte, tanto de hecho como en la historia de
la Sociedad Teosófica.
Sobre
ella, firme al frente de la Sociedad Teosófica, cayeron los ponzoñosos dardos
de la reprobación y tergiversación; y así ella se mantuvo como un sensitivo
escudo o baluarte detrás del cual estaban escondidos y protegidos los
verdaderos culpables, los débiles y los descarriados.
Fue,
por así decirlo, una víctima sacrificada, aceptando un largo martirio, y sobre
su agonía y la vergüenza, tan inmerecida que ella soportó con fortaleza sin
igual, fue levantada la prosperidad de toda la Sociedad Teosófica.
Son
muy pocos los miembros de la Sociedad Teosófica cuya posición les permita darse
cuenta de todo eso. Son sólo quienes han vivido con ella, día a día, los que
han presenciado sus interminables horas de sufrimientos y las torturas que ella
soportó por calumnias e insultos; los que al mismo tiempo han observado el
crecimiento y prosperidad de la Sociedad Teosófica en la atmósfera
relativamente calma y confortante lograda por el resguardo que su personalidad
proveyó
Son
sólo esos miembros quienes pueden juzgar de la magnitud de la deuda que han
contraído con ella, mientras que son muchos los que ni siquiera sospechan que
le son deudores.
(Observación
de Cid: desafortunadamente la Sociedad Teosófica cayó en los peores disparates
durante la presidencia de Annie Besant.)
Blavatsky
renunció a grandes ganancias
En
una ocasión se le presentó a Blavatsky una tentación bajo la forma de una muy
buena retribución anual si ella aceptaba escribir para los periódicos rusos. Se
le dijo que podría escribir sobre ocultismo o cualquier otro asunto que le
interesara y agradara. Todo lo que le pedían era que contribuyera con sus
escritos. Se le presentaba con ello una promesa de comodidad y descanso por el
resto de su vida. Dos horas diarias de labor bastaban ampliamente para
satisfacer todo lo que se le exigía, pero entonces no se hubiera escrito La Doctrina Secreta.
Yo
le insinué un arreglo y le pregunté si no le era posible aceptar esa oferta y
al mismo tiempo continuar su trabajo teosófico, pero ella exclamó:
-
"¡No, mil veces no! Para escribir una
obra como La Doctrina Secreta debo
mantener todos mis pensamientos enfocados en dirección a esa corriente. Es muy
difícil, aun ahora, obstaculizada como lo estoy con este cuerpo enfermo y
gastado, obtener todo lo que necesito.
¡Cuánto más difícil
sería, entonces, si hubiera de cambiar de continuo las corrientes en otras
direcciones! Ya no me queda más
vitalidad ni energía. Demasiado he sido consumida en los tiempos en que
producía fenómenos."
De
forma que se escribió la carta a Rusia que contenía la declinación del
espléndido ofrecimiento, y se llevó a cabo un sacrificio más para que la
Sociedad Teosófica pudiera existir y prosperar.
Traslado a
Ostende
En
verano me separé temporalmente de Blavatsky. Durante los meses de verano recibí
con frecuencia cartas de H.P.B., y las primeras noticias fueron tristes. Ella se
había caído en el resbaladizo parquet, en la casa del señor Gebhard en
Elberfeld e infortunadamente se había torcido un tobillo y lastimado la pierna.
Esto
le imposibilitó llevar a cabo sus planes de continuar su viaje hasta Ostende.
Tuvo que permanecer con sus amigos cuya bondad era ilimitada. No omitieron nada
que pudiera aliviar sus sufrimientos y hacerle la vida agradable. Con ese
propósito invitaron a Mme. Jelihowsky y a su hija para que se alojaran con
ellos y H.P.B. quedó muy contenta de tener a sus parientes otra vez con ella.
En
una carta ella me escribió:
"Mi vieja pierna
está un poco mejor, sin dolor, pero por el momento me es por completo inútil y
sólo el cielo sabe cuando estaré en condición de caminar con ella, aunque sea
de una manera bastante débil como lo hacía antes.
¡La querida señora
Gebhard! ella hace el trabajo de una nurse conmigo y lleva su bondad hasta el
punto de encontrar que mi temperamento se ha suavizado y se muestra más calmo
que antes. Et por válidos motivos. Es que no hay trabajadores cerca, como los
había entonces en. . .
El manuscrito de La Doctrina Secreta me fue devuelto por
el Reverendo amigo. Él lo encuentra superior a la Introducción y ni siquiera ha
hecho una media docena de correcciones. Dice que está perfecta.”
Como
casi todas esas cartas de H.P.B. se refieren a la marcha de la Sociedad
Teosófica, que depende de las varias personas que la componen, encuentro que es
casi imposible citar de sus cartas sin transcribir ciertas partes que se
relacionan con los miembros prominentes de ese tiempo y como he tratado en
estas notas de evitar, tanto como puedo mencionar personalidades, sólo cito
algunas frases pertinentes.
A
su llegada a Ostende, con su hermana y su sobrina, H.P.B. me escribió:
“Aquí me encuentro
triste, desilusionada de todo y del todo. Si hubiera sabido lo que ahora sé,
hubiera permanecido quieta en Wurzburg e ido a Kissingen y dejado este último
lugar sólo en septiembre, pero tal fue y es mi destino y estaba determinado que
yo gastara todos mis pobres ahorros y pasara el invierno en Ostende.
Ahora eso ya fue
hecho y no hay nada que hacer al respecto. Los hoteles (¡oh, vosotros dioses
del Avitchi!) por una noche en el Continent tuve que pagar 117 francos por
nuestras habitaciones.
Entonces, mi hermana,
desesperada, se levantó por la mañana y se sintió atraída a cierta parte del
bulevar, en la costa del mar y en una calle transversal encontró un
apartamiento en la planta baja para alquilar. Tres espléndidas habitaciones a
la izquierda y dos a la derecha del pasaje o sean cinco habitaciones y una
cocina abajo, todo por 1.000 francos por la estación y 100 francos mensuales un
mes después.
¿Qué podía yo
hacer?
Resultado: su amiga [H.P.B.]
con sus inservibles piernas, se estableció en un grupo de habitaciones a la
izquierda y mi hermana tomó dos habitaciones, un cuarto de bajío elegante y una
sala o comedor a la derecha del pasaje.
Cuando ella se
ausente, que será en unos diez días, sus habitaciones quedarán libres. Entonces
puede ser que venga el señor Sinnett. Es agradable poseer dos habitaciones para
nuestros amigos. En cuanto a mí, tengo habitaciones muy lindas; el dormitorio
da a un gran estudio del que está separado por un arco y cortinas de satén. En
una pequeña salita hay un piano también y tengo todo ese lado para mí.
Sí, trataré de
concentrarme una vez más en la Doctrina
Secreta, pero es difícil. Me siento muy débil, querida, pobre en salud y
sin el uso de mis piernas como nunca me he encontrado cuando usted cuidaba de
mí. . .
Estoy tan nerviosa
como una gata y siento que soy desagradecida. Y eso es porque siempre se ha
mostrado en la antigua simbología que la gratitud reside en los talones y
habiendo perdido el uso de mis piernas ¿cómo puede esperarse que lo tenga?
Tengo afecto, pero sólo por...”
Otra
de las cartas de H.P.B. dice:
"Estoy tratando
de escribir La Doctrina Secreta, pero
Sinnett que está aquí por algunos días, desea que toda mi atención se concentre
en las benditas Memorias. La señora Sinnett no pudo venir y él se irá pronto y
entonces me quedaré sin piernas, sin amigos y sola con mi karma. ¡Lindo compañero!".
Y
luego en otra carta me dice:
"Mis pobres
piernas han dejado de hacer compañía a mi cuerpo. Es un ‘ausentismo’, como se
dice en la India, limitado, si no es para siempre, sea cual fuere la causa. El
hecho es que estoy ahora tan sin piernas como lo puede estar cualquier
elemental.
No; excepto Louise y
mi casera con su gato y su petirrojo, no conozco una sola alma en Ostende. Ni
un solitario ruso hay aquí en esta estación, exceptuándome a mí que quisiera
ser turca y volver a la India. Pero no puedo porque no tengo ni piernas ni
reputación, de acuerdo a las infames calumnias de la S.P.R.
Creo que la gota y el
reumatismo alcanzarán pronto al corazón; siento gran dolor en él”.
¡Pobre H.P.B., ella sufría
horriblemente en ese tiempo!
Ella
estaba muy ansiosa por proseguir con sus escritos, pero los continuos obstáculos
que se levantaban en su camino eran sumamente penosos para ella. En todas sus
cartas me urgía a que retornara, pues ella sentía que si me tenía a su lado
estaría libre de muchas pequeñas molestias y que conseguiríamos la calma y
quietud que eran absolutamente necesarias para su tarea de escribir La Doctrina Secreta.
Y
cuando llegó el día en que pude retornar, nuestro encuentro fue muy feliz pues
teníamos mucho que contarnos mutuamente.
Me
dolió notar que H.P.B. sufría más que cuando dejó Wurzburg, pero me dijo que
había encontrado un doctor inteligente en Ostende y que había hecho un arreglo
con él para que viniera a verla cada semana.
Pronto
nos asentamos en nuestra vida de rutina y di gracias al ver que cada día que
pasaba H.P.B. podía producir más trabajo y se establecía otra vez un contacto
más continuo con lo que ella llamaba las "corrientes energéticas".
Las
comunicaciones de sus Maestros y de los diferentes chelas eran más frecuentes y
vivíamos por entero en un mundo completamente nuestro.
Pero
era más fácil llegar a Ostende que a Wurzburg y los visitantes comenzaron a
romper la regularidad de nuestra existencia. Dos de nuestros miembros llegaron
desde París y se quedaron quince días. Fueron los señores Gaboriau y Coulomb y su
estancia transcurrió en hacer preguntas a H.P.B, que contestaba amablemente
leyéndoles pasajes de La Doctrina Secreta
que había escrito durante el día.
Recibimos
la corta visita del señor Eckstein, de Viena, y también la del señor Arthur
Gebhard que se dirigía a Alemania desde Estados Unidos de América donde había
estado varios años y H.P.B, estaba deseosa de escuchar todas las noticias
teosóficas de aquel país.
Un
día H.P.B. me llamó para preguntarme si podía trasladarme a Londres para
ocuparme de algunos de sus asuntos privados.
Le
dije que lo haría gustosa pero que me preocupaba dejarla sola. Partí pues para Londres
con el corazón pesaroso al recordar la soledad de Madame Blavatsky y su mirada
triste y nostálgica cuando me dio su beso de despedida.
Mientras
permanecí en Londres recibí frecuentes cartas de H.P.B. y los que siguen son
unos pocos extractos transcritos de ellas:
"Me siento
desdichada porque con cada día que pasa es más fuerte en mí la convicción de
que no hay un rincón sobre la Tierra donde yo pueda vivir y morir
tranquilamente, porque no tengo hogar, nadie en quien pueda confiar de manera
sin reservas, porque no hay una sola persona capaz de comprenderme por completo
y comprender la posición en la que estoy colocada.
Porque desde que
usted se fue he sido molestada por la policía, cierto que con cautela y gran
prudencia hasta este momento, pero de manera bastante clara para que yo sepa
que se me observa con sospecha ¡aun en relación con aquel asunto del robo de un
millón efectuado en el trayecto del ferrocarril entre Ostende y Bruselas!
Tres veces han
preguntado por usted, recabando informes y por dos veces un hombre de la
policía vino a preguntarme mi nombre anterior y posterior a mi casamiento, mi
edad, de dónde vine, dónde viví anteriormente, cuando llegué a Wurzburg, a
Elberfeld y otras cosas más.
Hace dos días
vinieron por Louise y le pidieron que fuera con ellos a la estación de policía,
y allí le hicieron muchas preguntas. Porque haga yo lo que haga, todo se vuelve
un mal para mí, todo es malinterpretado y mal reconstruido aun por mis mejores
amigos; soy detractada y mal interpretada no por extranjeros sino por aquellos
que fueron o que parecían ser los más adictos a mi persona y a quienes yo amé
verdaderamente…
Porque las mentiras,
la hipocresía y el jesuitismo reinan supremos en el mundo y como yo no soy nada
de eso, ni podría serlo, por ello mismo parece que estoy condenada. Porque
estoy cansada de la vida, de este forcejear con la piedra de Sísifo y la
interminable labor de las Danaides, y porque no se me permite escapar a toda
esta miseria y descansar. Porque yo tenga razón o no, se me hace aparecer como
sin razón. Porque yo estoy de más en esta tierra y eso es todo.”
Y
en otra carta me decía:
“Recuerde que por
mucho que la necesite (y la necesito con urgencia), como sé por el Maestro que
usted está haciendo un excelente trabajo en Londres, le ruego permanezca ahí
una semana o más si lo considera necesario.
Yo me siento muy
miserable, pero puedo soportarlo. No se preocupe, Z. es muy joven y no se
levanta nunca por la mañana antes de las doce o la una, pero me está haciendo
un buen servicio encontrándome unas cuantas citas y corrigiendo el inglés en
algunos de los apéndices."
Justamente
antes de dejar Wurzburg H.P.B, había enviado sus manuscritos de La Doctrina Secreta a Adyar, al coronel Olcott,
presidente de la Sociedad Teosófica. Ella estaba deseosa de saber su opinión
pues él la había ayudado bastante en la ordenación de algunos manuscritos de Isis Develada. También quiso que los
manuscritos se sometieran al señor Subba Row, pues las páginas que ya había
leído le interesaron tanto que estaba ansioso por leer más.
H.P.B.
me escribió al respecto:
"Le envié ayer
un telegrama preguntándole si podía enviarle a Londres mis manuscritos, pues
tengo que remitirlos sin dilación a Madrás. Está todo muy bien embalado por el
esposo de Louise, atado y cosido en una tela impermeable, bien protegido para
el viaje, de forma que usted no tendrá dificultad con todo ello, a no ser
asegurarlo.
Le ruego que haga eso
usted misma. Usted es la única en quien tengo absoluta fe. Olcott escribe que
Subba Row está tan ansioso por los manuscritos que pregunta todos los días
cuándo llegarán, y parece que el Maestro le pidió que los leyera. Le ruego los
envíe por este correo y los asegure por no menos de 150 ó 200 libras, pues si
se pierden ¡Adiós!; así es que se los envío a usted hoy a su dirección y conteste
enseguida que los reciba."
He
aquí un extracto de otra carta:
"Después de una
larga conversación con el Maestro –la primera en un largo tiempo– he llegado a
dos convicciones.
La primera es que la
Sociedad Teosófica fue arruinada por haber sido transplantada a suelo europeo.
Si sólo se hubiera dado a conocer la filosofía del Maestro y los fenómenos
hubieran sido mantenidos en cautelosa reserva, entonces hubiera sido un éxito.
Esos malditos
fenómenos han arruinado mi carácter, que para mí es poca cosa y bienvenido sea,
pero también han arruinado a la Teosofía en Europa, mientras que en la India
vivirá y prosperará.
Mi segunda convicción
es que toda la Sociedad Teosófica (en Europa y en América) está sometida a una
cruel probación. Aquellos que surjan incólumes tendrán su recompensa. Mientras
que aquellos que permanezcan inactivos o pasivos, tanto como aquellos que le
vuelvan la espalda, también obtendrán la suya.
Es una prueba final y
suprema. Pero hay noticias. O yo he de retornar a la India este otoño para
morir allí, o he de formar (entre esta fecha y el próximo noviembre) un núcleo
de verdaderos teósofos, una escuela mía propia, sin secretario; yo sola con
tantos místicos como pueda reunir, con el fin de impartirles enseñanzas. Puedo
permanecer aquí o ir a Inglaterra o adonde me agrade...
Usted dice que la
única salvación es la literatura, pero vea los efectos que produjeron el libro
que escribió el señor Sinnett: Las Memorias de Madame Blavatsky. Y el
resultado ha sido siete u ocho periódicos franceses cayéndola a Sinnett y a mí,
a K.H., etcétera, todo debido a ese libro.
Otra vez un verdadero
avivamiento de escándalos de la Sociedad Teosófica, justamente por esa
literatura. Si se arrojaran por la borda los fenómenos y sólo la filosofía se hiciera
carne en ellos, entonces dice el Maestro, la Sociedad Teosófica podría ser
salvada en Europa.
Pero los fenómenos son
la maldición y la ruina de la Sociedad Teosófica. Por ejemplo porque yo le escribí
dos o tres veces a Z diciéndole lo que hizo y pensó y leyó en tal día, ya la
prensa lo convirtió en un chiflado y envanecido místico.
Espero que el Maestro
la inspire y proteja porque usted ha de tener su parte en la lucha que se
avecina.
He sabido que las
personas que se han suscrito a La
Doctrina Secreta se están impacientando, pero no lo puedo remediar. Como
usted sabe, yo trabajo catorce horas diarias. Los últimos manuscritos que envié
a Adyar no serán devueltos en menos de tres meses, pero entonces podremos comenzar
la publicación.
Olcott me dice que Subba
Row está escribiendo notas valiosas. No me moveré de estos alrededores ni aun
para ir a Inglaterra. Aquí está mi lugar, en Europa y eso está resuelto. El
programa que se me he trazado y al cual me ajustaré es el de estar a fácil
alcance de Londres.
¡Por la suprema
bondad, quisiera que usted volviera pronto! Su habitación de arriba, la que
tiene la estufa, está pronta, de forma que estará más cómoda. Pero usted hace
un trabajo útil en Londres. Me siento toda lo sola que una pueda sentirse”.
Y
de nuevo en otra carta me dice:
"Sólo unas pocas
palabras, ya que gracias a la suprema bondad la veré pronto otra vez.
Conteste a todos los
que le han preguntado si mi Maestro es un Mago Blanco y también un Mahatma, que
no puede haber un Mahatma que no sea un Mago Blanco, ya sea que ejerza su poder
o no.
Pero no todo Mago
puede alcanzar el Mahatmado, o sea ese estado que es positivamente, como lo
expresa al respecto la metáfora utilizada por Mohini, aquel estado en que se
disuelve la naturaleza física del hombre, el intelecto, sentimientos del Ego y
todo, excepto el cuerpo, como se disuelve un trozo de azúcar en el agua.
Pero suponiendo que
mi Maestro no fuera todavía un completo Mahatma, lo cual nadie puede decir a no
ser Él mismo y los otros Mahatmas, que están cerca de Él ¿qué importa eso a los
demás?
Si no fuera menos que
los tres Magos (Magos Blancos que vinieron del Este a ver al nacido Cristo) eso
basta a satisfacerme.
Para finalizar, que
aquellos que la molestan aprendan la etimología de la palabra Mago. Viene de
Mah, Maha, Mag, idéntica a la raíz de la palabra Mahatma. La una significa gran
alma, Mah-atma; la otra significa gran trabajador, Mahansa o Maghusa.
Mohini tiene razón al
instruir a la gente y darle la verdadera definición entre los estados del
hombre que pertenece a tal condición. Quienes caen en tal estado de manera
ocasional son tan Mahatmas como cualquiera otro. Aquellos en quienes ese estado
se convierte en permanente son el «trozo de azúcar». A tales seres no les pueden
concernir las cosas de este mundo. Son ahora ¡Jivanmuktas!
Desde que usted se
fue yo he sentido que me ha de ocurrir una parálisis o una rotura del corazón.
Me siento tan fría como el hielo y cuatro dosis de digitalina en un día no es
bastante para aquietar mi corazón. Pero no importa, con tal que se me permita
terminar la Doctrina Secreta. Anoche
en vez de irme a dormir se me hizo quedar despierta y escribir hasta la una.
Están dando el triple
misterio aquel que yo creía que nunca ellos darían a conocer, el de. . . "
Yo
me sentí muy ansiosa después de recibir esta carta, por lo que me apresuré a
terminar lo que me faltaba del trabajo tan pronto como puede, y al llegar a
Ostende me acongojé al encontrar a H.P.B. tan desmejorada y enferma.
El
señor Z nos dejó pronto y recomenzamos nuestra usual rutina de vida y la
escritura de La Doctrina Secreta se
llevó adelante de manera enérgica y persistente.
Muy
raramente podía persuadir a H.P.B. a que saliera a la explanada en un
Bath-chair (cochecito para inválidos). Pensé que el calor del sol y el aire de
mar le haría mucho bien, pero ella siempre parecía insatisfecha cuando
volvíamos a la casa, como si sintiera que había hecho algo malo al perder todo
ese tiempo, el cual para ella muy valioso ya que temía no poder terminar su
obra antes de morir.
Solía
decirme a menudo:
-
"Pronto no estaremos solas y las
condiciones serán alteradas y las corrientes serán rotas y no podré trabajar
tan bien como ahora.”
Y
por eso se mantenía firme frente a su mesa de trabajo no importando cuáles
fueran sus dolores o sufrimientos. Todo lo que hacía era apretar los firmemente
dientes y librar sus propias batallas con entereza y valor.
Blavatsky
está cada vez más enferma
Con
gran angustia comencé a notar que H.P.B. se sentía soñolienta y amodorrada al
promediar el día, y a menudo no le era posible trabajar por períodos enteros de
una hora. Este estado se agravó rápidamente y el doctor que la atendía
diagnosticó una afección de los riñones.
Yo
me alarmé y envié un telegrama a la señora Gebhard comunicándole mi
preocupación y rogándole que viniera a ayudarme. Sentí que la responsabilidad
era muy grande para asumirla sola.
También
traté de conseguir una enfermera para que me ayudara con el trabajo nocturno,
pero sólo pude encontrar una hermana de
la caridad y pronto descubrí que ella era peor que nada, pues cada vez que
yo le volvía la espalda, ella se ponía frente a H.P.B. con un crucifijo en alto
conjurándola a abrazar las enseñanzas de la única iglesia, antes de que fuera
tarde.
Eso
ponía a H.P.B. fuera de sí, por lo que despedí a esa enfermera, y no
encontrando otra, contraté una cocinera, lo que dejó a Louise libre para
prestar más atención a H.P.B. Sin embargo como Louise había enviado a buscar
hacía unas pocas semanas a su hija que estaba en Suiza, encontré que su ayuda
no era muy valiosa pues su hija ocupaba todos sus pensamientos.
Di
pues gracias cuando recibí una cordial contestación a mi telegrama y supe que
en unas horas más vería a la señora Gebhard, y cuando ella llegó sentí como si
se hubiera levantado un gran peso de mis hombros.
Mientras
tanto H.P.B. empeoraba y el médico belga, que era la bondad personificada,
probó un remedio tras otro pero sin ningún resultado. Comencé a sentirme
seriamente alarmada y ansiosa sobre qué medidas debería adoptar.
H.P.B.
se hallaba en un estado de pesado letargo, ella parecía estar inconsciente por
horas enteras y nada podía despertarla o interesarla. Finalmente tuve una
brillante inspiración. Yo sabía que en el grupo londinense había un doctor
Ashton Ellis, de forma que le envié un telegrama describiéndole el estado en
que se encontraba H.P.B. y rogándole viniera sin dilación.
Esa
noche me senté al lado del lecho de H.P.B. escuchando cada sonido y observando
con ansiedad cómo transcurrían las horas tan largas para mí, cuando al fin a
las tres de la mañana oí con alegría que llamaban a la puerta. Volé hacia ella,
la abrí y el doctor entró en la habitación.
Ansiosa
le describí vehementemente todos sus síntomas, detallando los remedios que se
habían aplicado. Después de lo cual él se acercó a H.P.B. y le hizo tomar
cierta medicina que había traído consigo. Luego, después de darme algunas
instrucciones, se retiró a su habitación para tomarse unas horas de descanso.
Le comuniqué a la señora Gebhard la llegada del doctor y finalmente retorné a
mi puesto.
Al
día siguiente tuvo lugar una consulta entre los dos médicos. El doctor belga
dijo que nunca había conocido el caso de una persona que teniendo los riñones
atacados como estaban los de H.P.B. estuviera viva tanto tiempo como ella lo
estaba, y que él estaba convencido que nada podría hacer para salvarla. Él no
tenía ninguna esperanza que H.P.B. pudiera reponerse.
Mientras
que el doctor Ellis contestó que era excesivamente raro que una persona
sobreviviera tanto tiempo en tal estado. Nos dijo además que antes de salir
para Ostende él había consultado a un especialista que era de la misma opinión,
y que le indicó que además de la medicina que se había prescrito debería
también probar los masajes para estimular los órganos paralizados.
La
señora Gebhard sugirió que como H.P.B. se encontraba tan cerca de la muerte
debería hacer su testamento, pues si moría intestada en un país extranjero, entonces
no tendrían fin la confusión y molestias respecto a sus bienes, pues en ese
instante no tenía ningún pariente cerca.
Ella
agregó que ya había consultado con H.P.B. quien le había dicho que estaba
dispuesta a firmar su testamento, que deseaba dejarme todos sus bienes y que me
daría instrucciones privadas acerca de la forma en que habría de disponer de
ellos.
Más
tarde H.P.B. me dijo qué es lo que tenía que hacer exactamente con sus bienes,
los que por lo demás eran muy poca cosa, consistentes en su ropa, unos pocos
libros, algunas joyas y unas pocas libras esterlinas. Pero también se creyó que
era conveniente que se hiciera el testamento y que su firma debería ser
presenciada por los dos doctores, el abogado y el cónsul americano.
Esa
noche transcurrió sin novedad y al día siguiente el doctor Ellis la masajeó
hasta que quedó rendido, pero ella no mejoró, y para horror mío comencé a
sentir ese peculiar aunque tenue olor a muerte que a menudo precede a la
disolución del cuerpo. No tenía casi ninguna esperanza de que pasara esa noche
y mientras estaba sentada sola al lado de su lecho, ella abrió los ojos
diciéndome lo contenta que estaba de morir, pues pensaba que el Maestro le
permitiría, al fin, liberarse de su cuerpo físico.
Sin
embargo sentía mucha ansiedad por su Doctrina
Secreta. Me dijo que debería tener mucho cuidado con sus manuscritos y que
entregara todo al coronel Olcott con instrucciones de que fueran impresos. Que
había esperado poder dar más enseñanzas al mundo, pero que el Maestro sabía lo
que era más conveniente.
Y
así habló ella a intervalos, contándome muchas cosas. Finalmente cayó en un
estado de inconsciencia y yo me pregunté cómo terminaría todo.
Me
parecía imposible que ella muriera y dejara su trabajo inconcluso; además
pensaba en la Sociedad Teosófica y me preguntaba qué sería de ella. ¿Cómo
podría ser que el Maestro, que se encontraba a la cabeza de esa organización,
pudiera permitir que se desplomara?
Verdad
es que ello podría ser el resultado del Karma de los miembros quienes por su falsedad
y debilidad de corazón, habían llevado a la Sociedad Teosófica hasta el punto
en que ya no había en ella más vitalidad, y por eso debería extinguirse, sólo
para ser revivificada en el curso del próximo siglo.
Pero
por otra parte recordé que el Maestro le había dicho a H.P.B. que ella tendría
que formar un círculo de estudiantes a su alrededor y que tendría que impartirles
ciertas enseñanzas.
¿Pero cómo podría
hacer todo eso si moría?
Abrí
los ojos, saliendo de mi meditación, y al mirarla pensé que era imposible que a
ella que se había esclavizado, sufrido y esforzado tanto, se le permitiera
morir en medio de su trabajo inconcluso.
¿De qué utilidad
sería todo ese sacrificio y la continuada agonía por la que había pasado si el
trabajo de toda su existencia habría de quedar truncado?
Día
a día ella había sufrido innumerables torturas en su mente y en su cuerpo. En
su mente, debido a la falsedad y traición de aquellos que se habían llamado a
sí mismos sus amigos pero que posteriormente la habían detractado, a sus
espaldas, arrojándole piedras cuando, en su tonta ignorancia, pensaban que ella
no sabría nunca qué mano las había arrojado.
Y
sufrimientos en su cuerpo porque estaba obligada a permanecer en una forma
corporal que se hubiera desintegrado dos años atrás, en Adyar, si no hubiera
sido mantenida viva por medios ocultos cuando ella tomó la decisión suprema de
vivir y trabajar por aquellos que todavía tenían que entrar en contacto con las
enseñanzas e ingresar en la Sociedad Teosófica.
La
verdad es que ninguno de quienes la conocieron la comprendió verdaderamente.
Aun para mí que había vivido con ella tantos meses, ella era un enigma con sus
extraños poderes, su maravilloso conocimiento, su perspicaz penetración de la
íntima naturaleza humana, y su misteriosa vida pasada en regiones desconocidas
para el mortal común.
De
modo que, aunque su cuerpo podía estar cerca de los hombres, su alma se
encontraba a menudo alejada, en comunión con otros seres.
Muchas
veces he podido observar y he podido saber que sólo ese cascarón que es el
cuerpo era el que estaba presente.
Tales
eran los pensamientos que pasaban por mi mente mientras permanecía sentada hora
tras hora durante esa ansiosa noche, vigilándola, y notando cómo iba debilitándose
lentamente, poco a poco.
Una
ola de negro desaliento se apoderó de todo mi ser al sentir cuán profunda y
sinceramente amaba yo a esa noble mujer y me di cuenta qué vacua sería ahora mi
vida sin ella. No tener más su afecto y su confianza sería la más severa prueba
para mí. Toda mi alma se levantó en rebeldía ante el pensamiento de su próxima
muerte. . .
Lancé
un amargo grito y perdí todo contacto con el mundo externo, y luego caí dormida
por el agotamiento.
Al
día siguiente cuando abrí los ojos, la temprana luz de la mañana comenzaba a
entrar en la habitación y un sentimiento de congoja se apoderó de mi corazón
pensando que me había dormido y que posiblemente H.P.B. había muerto durante mi
sueño.
¡Que ella había
muerto mientras yo era infiel a mi deber de mantenerme en continuada vigilia!
Me
voltee hacia el lecho horrorizada y allí vi a H.P.B. que me miraba con calma,
con sus claros ojos grises, y ella me dijo:
-
"Condesa, acérquese."
Yo
volé hacia su lado y le pregunté:
-
"¿Qué ha acontecido, H.P.B.? Usted tiene
una apariencia distinta por completo de la de anoche."
Y
ella me respondió:
-
"Sí; el Maestro estuvo aquí. Él me dio a
escoger entre morir y liberarme –si así lo quería– o vivir para poder terminar La Doctrina Secreta. Me dijo cuán
grandes serían mis sufrimientos y qué terribles vicisitudes me esperaban en
Inglaterra (pues he de ir allá), pero cuando yo pensé en aquellos estudiantes a
quienes se me permitiría instruir, enseñar algunas pocas cosas, y cuando pensé
en la Sociedad Teosófica en general, a la que ya he dado toda la sangre de mi
corazón, acepté el sacrificio y ahora para que éste sea completo, tráigame un
poco de café, algo para comer y alcánceme la caja que contiene mi tabaco."
Yo
volé para atender su pedido y contarle a la señora Gebhard la buena nueva. La
encontré ya vestida, pronta para reemplazarme después de mi noche de vigilia, y
después de unas cuantas exclamaciones de alegría, ella insistió en que yo me
acostara mientras ella atendía a Madame Blavatsky.
Me
sentía tan excitada que creía que nunca me dormiría, pero tan pronto puse la
cabeza sobre la almohada me sumergí en un profundo sueño y no me desperté hasta
tarde en el día.
Cuando
bajé, todo era alegría, H.P.B. estaba levantada y vestida, chanceándose con
todos. El doctor Ellis la había masajeado de nuevo y le había dado su medicina,
y todos estaban esperando la llegada del grupo que había de venir a presenciar
la firma de su testamento.
H.P.B.
estaba en el comedor pronta para recibirlos y ellos la miraron inmovilizados de
asombro pues venían con rostros largos y serios, esperando ser introducidos a
la presencia de una mujer moribunda.
El
doctor estaba fuera de sí de asombro y sólo atinaba a decir:
-
"¡Pero es increíble, ella debería de
haber fallecido!”
No
podía comprender la recuperación “milagrosa” que había tenido H.P.B. quien
sentada en su sillón fumaba su cigarrillo tranquilamente, y le ofrecía uno
comenzando a burlarse suavemente de él.
El
abogado estaba todo confundido y se volteó hacia el médico belga buscando una
explicación.
El
médico se excusó repitiendo varias veces:
-
"¡Pero ella debería de haber fallecido!”
A
la vez que el cónsul americano, como hombre de mundo se adelantó, estrechó la
mano de H.P.B. y le dijo que estaba encantado de que ella hubiera engañado a la
muerte en esa ocasión, y una conversación animada y divertida tuvo lugar entre
todos.
Entonces
el abogado nos trajo a la realidad y comenzó la seria tarea de redactar el
testamento. Se le pidió a H.P.B. que diera detalles referentes a su esposo,
pero ella expresó de manera terminante que nada sabía del viejo señor Blavatsky
y que probablemente había muerto hacía ya tiempo, y que ellos podían mejor ir a
Rusia si querían saber algo de él; que ella les había solicitado sólo para
hacer un testamento y nada más.
Que
se suponía que iba a morirse, pero que ahora no pensaba hacerlo; y como estaban
todos presentes sería era una lástima que se hubieran molestado por nada, de
forma que sería mejor hacer el testamento proyectado y que ella pensaba dejarme
todo a mí.
El
abogado comenzó entonces a reconvenir: ¿No tenía ella parientes? ¿No sería más
justo dejar su propiedad a ellos? Y
luego me miró de soslayo como si pensara en ese momento que yo podría haber
influido indebidamente a H.P.B. para que me legara su dinero en detrimento de
sus parientes.
H.P.B.
lo interrumpió con vehemencia preguntándole por qué se inmiscuía en cosas que
no eran de su incumbencia y que ella dejaría su dinero a quien se le antojara.
La
señora Gebhard temerosa de una escena, se interpuso y dijo suavemente al abogado:
-
"Posiblemente cuando usted conozca la
cantidad de dinero que posee Madame Blavatsky usted no presentará más
objeciones para hacer el testamento como ella lo desea, pues si Madame
Blavatsky hubiera muerto no hubiera habido suficiente dinero para pagar el
gasto funerario."
El
abogado no pudo reprimir una expresión de sorpresa, pero se puso a trabajar sin
presentar más objeciones. En unos pocos minutos el testamento fue redactado y
firmado por los presentes. Luego se sirvió café y se inició una conversación
general.
Después
de tres horas, el cónsul americano se levantó y dijo:
-
"Bien, creo que esta es bastante fatiga
para una mujer moribunda."
Y
así, después de algunos cumplimientos de unos a otros, el pequeño grupo se
despidió mientras que los que quedábamos gustamos de una alegre risa ante una
de las más originales y divertidas escenas que jamás hubiéramos presenciado.
Pensamos
entonces que H.P.B. debería irse a descansar a su lecho, pero ella se rebeló de
la manera más enérgica y allí quedó sentada hasta horas de la noche jugando a
su juego de naipes.
Debo
agregar algo más referente a ese testamento y es que nunca más lo vi. Después
de la muerte de H.P.B., en la residencia del Avenue Road, en Londres, el 8 de
mayo de 1891, fui hasta Ostende y entrevisté al abogado que lo había redactado,
quien me dijo que después de mi partida lo había entregado a H.P.B. y supongo
que ella debe haberlo destruido, pues nunca fue encontrado entre sus papeles.
La
excitación alrededor del restablecimiento de H.P.B. finalmente se calmó. El
doctor Ellis retornó a Londres llevando consigo nuestra más sincera gratitud
por su bondad al responder con tanta prontitud a mi telegrama, y por el cuidado
y devoción que demostró a H.P.B. durante su estancia con nosotras.
Blavatsky
se va a vivir a Inglaterra
Nuestros
próximos visitantes fueron el doctor Keightley y el señor Bertram Keightley. Ellos
llegaron trayendo consigo las más apremiantes y calurosas invitaciones del
grupo londinense para que H.P.B. fuera a vivir a Inglaterra.
Finalmente
ella consintió y acordamos que pasaría el verano con los Keightley, en Norwood,
en una pequeña casa llamada Maycot.
Ellos
retornaron a Londres para hacer los preparativos necesarios para su recepción y
yo comencé a dirigir mis pensamientos hacia mi casa en Suecia. Me sentía
completamente fatigada por toda la ansiedad por la que había pasado últimamente
y anhelaba un descanso completo, tanto físico como mental.
La
señora Gebhard viendo cuán rendida y enferma parecía yo, me urgió a que fuera a
mi casa lo antes posible diciéndome que ella se quedaría con H.P.B. hasta que
los Keightley vinieran a buscarla, y como esa misma mañana había llegado una
carta del señor Thornton diciéndonos que estaba por llegar a Ostende para
visitar a H.P.B., me sentí contenta de que la señora Gebhard no estaría sola
sino que tendría un amigo para ayudarla en caso de necesidad.
Por
lo tanto unos días después, y luego de la más tierna y bondadosa despedida, me
alejé rápidamente en un tren, en dirección a Suecia.
Fuera
de algunas cartas ocasionales recibidas de la señora Gebhard diciéndome que
todo marchaba de manera satisfactoria y que estaba empacando las cosas y
preparándose para el viaje de H.P.B. a Londres, no hay nada de importancia que
relatar.
Durante
el verano recibí algunas cartas de H.P.B. y aquí transcribo extractos de dos de
ellas fechadas en Maycot, Norwood [cerca de Londres]:
"Sólo puedo
decir que no me siento feliz, ni siquiera a gusto como cuando estaba en
Ostende. Me encuentro en el campo del enemigo y eso dice todo. . .
Esta casa es un
agujero donde todos nos encontramos como arenques en un barril, tan pequeña,
tan incómoda. Cuando hay tres personas en mis dos habitaciones (que son la
mitad del dormitorio que tenía en Ostende) nos pisamos en todo momento nuestros
pies. Y cuando hay cuatro, nos sentamos unos en las cabezas de otros. Además
aquí no hay tranquilidad, pues el más mínimo ruido se siente en toda la casa.
Todo esto es molestia
personal, pero hay algo más, mucho más importante. Hay tanto trabajo para hacer
aquí (teosófico) que yo tengo, o que renunciar a escribir La Doctrina Secreta, o que dejar el trabajo teosófico sin hacer.
Es por esas causas
que se requiere su presencia más que cualquier otra cosa. Si dejamos de
aprovechar las buenas oportunidades, nunca más tendremos mejores. Usted sabe,
supongo yo, que una Logia Blavatsky fue organizada y legalizada por Sinnett y
otros. Está compuesta, de catorce personas hasta ahora.
Usted sabe además que
se ha formado una editorial The Theosophical Publishing Company por las mismas
personas, y que no sólo hemos empezado a publicar una nueva revista teosófica,
sino que ellos insisten en publicar ellos mismos La Doctrina Secreta. Se han suscrito 200 libras para Lucifer,
nuestra nueva revista y 500 libras para La
Doctrina Secreta.
Se ha formado una
Limited Publishing Co. legalmente registrada. Todo eso ha sido, hecho ya. Tengo
reuniones regulares los jueves cuando diez u once personas tienen que
amontonarse en mis dos habitaciones y sentarse sobre mi escritorio y el sofá-cama.
Duermo en el sofá que
usaba en Wurzburg ya que no hay lugar para una cama. Si usted viene tendrá una
habitación arriba."
Luego
me escribió que el último proyecto era el de alquilar una casa en Londres cuyos
gastos habrían de ser compartidos por los dos Keightley, ella misma y yo, y que
esperaba que yo aprobaría el plan, pues pensaba que sería muy ventajoso tener
una Sede Teosófica en Londres. Facilitaría, considerablemente nuestro trabajo e
induciría a otros a venir a vernos por la mayor accesibilidad.
Habiéndole
escrito que estaba dispuesta a unirme a ella en el proyecto propuesto y que me
vería en Londres, recibí las siguientes líneas desde Maycot:
"No hay ni que
decir cuán aliviada y contenta estoy con su próxima llegada. Venga y diríjase aquí
por unas horas si no quiere dormir en esta casa. Están amueblando la casa en
Lansdowne Road. Estoy emigrando con libros y todo. He escogido dos habitaciones
para usted que creo le gustarán, pero venga y ¡por piedad no posponga su
llegada!
Suya por siempre, H.P.B."
Esta
es la última carta que cito y con ella termina mi historia, pues, en Londres
fueron los dos Keightley quienes trabajaron en La Doctrina Secreta con H.P.B.
Con
una diligencia digna de elogio ellos transcribieron todos los manuscritos con
una máquina de escribir, y dejo que en esta obra [en los anexos] ellos
continúen la narración de cómo H.P.B. escribió La Doctrina Secreta.
Lo que
sucedió en Londres
Sólo
agregaré unas líneas más:
Llegué
a Londres en septiembre de 1887 y fui directamente a Norwood. Allí encontré a H.P.B.
en una pequeña casita con los Keightley y después de haber recibido de ella una
calurosa acogida, se mostró ansiosa de contarme cómo habríamos de empezar a
trabajar para la Sociedad Teosófica de una manera más práctica de lo que se
había hecho hasta el presente.
Muchas
fueron las largas conversaciones que tuvimos acerca de cómo podría hacer
conocer mejor la Teosofía en Londres y toda clase de proyectos fueron
elaborados.
Después
de tres días de empacar, hacer planes y arreglar todo, una mañana nos
acomodamos en un carruaje y nos dirigimos a Londres, al número 17 en Lansdowne
Road.
Allí
encontramos a los dos Keightley trabajando duramente para hacer la casa lo más
cómoda posible para H.P.B.
No
puedo menos que admirar, como siempre he seguido haciéndolo, la tierna devoción
y el constante afán con que esos dos jóvenes hombres pensaban en todos los
detalles, aun en los más triviales, que podrían contribuir a la comodidad de H.P.B.
De
toda forma contribuyeron siempre a su bienestar, tratando por todos los medios
posibles de hacer que las condiciones que rodeaban a H.P.B. le facilitaran la
continuación de su labor relacionada con La
Doctrina Secreta.
Las
habitaciones de H.P.B. estaban en el piso bajo y se componían de un pequeño
dormitorio que daba a una gran habitación destinada al escritorio, donde los
muebles habían sido dispuestos a su alrededor de forma que pudiera alcanzar sus
libros y papeles sin dificultad.
Esa
habitación conducía a su vez al comedor, de manera que ella tenía un amplio
espacio para moverse y hacer algún ejercicio si lo deseaba y se sentía
inclinada a caminar.
Fue
allí donde el coronel Olcott la encontró unos pocos meses más tarde y describió
sus impresiones, en el suplemento de The
Theosophist de octubre de 1888, para sus lectores indos, en los siguientes
párrafos:
"El Presidente
encontró que Madame Blavatsky no disfruta de buena salud, pero que ella trabaja
con una energía desesperada y tenaz. Un capacitado médico le dijo que el hecho
de encontrarse ella viva era en sí mismo un milagro, juzgado desde el punto de
vista de todos los cánones profesionales.
Todo su organismo
está tan desorganizado por una complicación de enfermedades de la índole más
grave, que es simplemente asombroso el hecho de que ella pueda mantener esa
lucha sin perecer, ya que otra persona hubiera sucumbido desde hace tiempo.
El examen
microscópico revela grandes cristales de ácido úrico en su sangre y los médicos
dicen que es más que probable que si pasara un mes caluroso en la India la
mataría. Sin embargo no sólo vive sino que trabaja en su escritorio desde la
mañana hasta la noche, preparando material para ser impreso y leyendo las
pruebas de imprenta de La Doctrina
Secreta y de su revista londinense Lucifer.”
De
su trabajo más grande, casi trescientas páginas de cada uno de los dos
volúmenes habían sido ya impresas cuando llegó el coronel Olcott y
probablemente los dos volúmenes aparecerán este mes.
Por
todo lo que escuchó de jueces competentes que habían leído los manuscritos, el
Presidente se siente convencido de que La
Doctrina Secreta sobrepasará en mérito e interés a Isis Develada.
No
bien nos habíamos instalado en la casa cuando muchas personas comenzaron a
llegar para ver a H.P.B., y los visitantes fueron tan numerosos y se la
interrumpía tan a menudo en su labor, que se consideró conveniente que tuviera
un día fijo para recibir.
Se
eligió el sábado y desde las dos de la tarde hasta las once o doce de la noche
había una sucesión de visitantes, y H.P.B. tenía frecuentemente un grupo de
persona a su alrededor que le hacían preguntas que ella contestaba con
invariable paciencia.
Todo
ese tiempo se continuó con la elaboración de La Doctrina Secreta hasta que finalmente se puso la obra en manos
del impresor. Luego comenzó el trabajo
de leer las pruebas de imprenta,
revisarlas y corregirlas, lo que mostró ser una labor muy pesada.
Yo
observé todo ese proceso con gran alegría en el corazón, y cuando la copia
impresa fue puesta en mis manos me sentí sumamente agradecida porque todas esas
interminables horas de dolor, trabajo y sufrimiento no habían sido en vano, y H.P.B.
había podido llevar a cabo su tarea y dar al mundo su gran libro, el cual ella
me lo dijo, deberá permanecer muy quieto hasta el siglo entrante para que entonces
sean apreciadas sus enseñanzas en todo su valor, mientras que en la actualidad
sería estudiado sólo por unos pocos.
Ese
día fue de alegría para H.P.B., fue un rayo de sol en la oscuridad y triste
soledad de su vida, pues las sombras la estaban ya rodeando y pronto tendría
que experimentar algunas de sus pruebas más amargas.
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