La
condesa Constance Watchmeister en su libro “Reminiscencias
acerca de H.P. Blavatsky y La Doctrina Secreta” mencionó varios casos que muestran
que ella tuvo contactos invisibles con el maestro Morya:
El texto
cabalístico
En
el otoño de 1885 yo estaba haciendo preparativos para dejar mi casa en Suecia y
pasar el invierno con algunos amigos en Italia, y en el viaje hacer la visita
que había prometido a la señora Gebhard en su residencia en Elberfeld.
Fue
mientras estaba poniendo cierto orden en mis asuntos, en vista a mi proyectada
larga ausencia, que ocurrió un incidente, no por cierto singular en mi experiencia,
pero fuera de lo normal.
Yo
estaba arreglando y poniendo a un lado las cosas que intentaba llevar conmigo a
Italia, cuando oí una voz que decía: "lleve ese libro, le será útil en su
viaje".
Debo
precisar que poseo las facultades de clarividencia y clariaudiencia bastante
desarrolladas. Así es que dirigí mis ojos hacia un volumen manuscrito que había
colocado sobre una pila de cosas para ser guardadas hasta mi retorno.
Por
cierto que me parecía un vademécum
singularmente inapropiado para unas vacaciones, pues era una colección de notas
sobre el "Tarot" y pasajes tomados de la Cábala, que habían sido
compilados, para mí, por un amigo. Sin embargo, decidí llevarlo y puse el libro
en el fondo de uno de mis baúles de viaje.
Finalmente
llegó el día de dejar Suecia, en octubre de 1885, y llegué a Elberfeld, donde
fui recibida con los cordiales y afectuosos saludos de la señora Gebhard. El
cálido corazón y la constante amistad de esa excelente amiga fue durante años
una fuente de confortación y aliento para mí, como también lo fue para Madame
Blavatsky, y mi afecto y admiración hacia ella aumentaron al conocer mejor el
verdadero y noble carácter que gradualmente el tiempo fue desplegando ante mí.
Madame
Blavatsky y un grupo de teósofos habían pasado cerca de ocho semanas en
compañía de la señora Gebhard, en el otoño de 1884, y ella tenía muchas cosas
que contarme en relación a los interesantes incidentes que acontecieron durante
ese tiempo. De forma que volví a situarme, otra vez, dentro de ese ambiente de
influencia que había hecho una impresión tan profunda en mí, en Enghien, y
sentí revivir todo mi interés y entusiasmo por H.P.B.
Pero
llegó el momento en que debía seguir mi viaje a Italia. Mis amigos no cesaban
de presionarme para que me uniera a ellos, y finalmente fijé la fecha de mi
partida.
Cuando
le comuniqué a la señora Gebhard que debía dejarla en unos pocos días, ella me
habló de una carta que había recibido de H. P .B. en la cual deploraba su
soledad [en Wurzburg]. Ella se encontraba enferma en su cuerpo y deprimida en
su ánimo. Su sola compañía era su sirvienta y un caballero indo que la había
acompañado desde Bombay y de quien diré luego algunas palabras.
-
"Vaya hacia ella”, dijo Madame Gebhard, “ella
necesita compañía y usted puede animarla. Para mí es imposible porque tengo mis
obligaciones, pero usted puede acompañarla, si lo desea.”
Yo
medité acerca de esta insinuación. Ciertamente que me era posible cumplir tal
solicitud, a riesgo de desilusionar a mis amigos en Italia, pero el plan de
ellos no se perturbaría mucho y decidí finalmente que si H.P.B. deseaba de mi
compañía, entonces iría hacia ella para pasar un mes antes de partir para el
sur.
Y
así, tal como ella lo había predicho y dentro del período de tiempo que
mencionó, las circunstancias parecían ir llevándome de nuevo hacia ella.
La
señora Gebhard se mostró genuinamente contenta cuando le di a conocer mi decisión
y le mostré una carta que había escrito a "la Vieja Dama", en
Wurzburg, sugiriendo que si ella deseaba recibirme, yo me quedaría algunas
semanas con ella ya que la señora Gebhard me había informado que ella tenía
necesidad de cuidado y de compañía.
La
carta fue enviada y esperamos, con interés, la contestación. Cuando finalmente
la contestación estuvo sobre nuestra mesa del desayuno había bastante
excitación en cuanto a cuál sería su contenido, pero nuestra expectativa se
volvió pronto consternación de parte de la señora Gebhard y desilusión de la
mía cuando encontramos, ni más ni menos, un cortés rechazo.
Madame
Blavatsky lo sentía, pero no tenía habitación para alojarme y además estaba tan
ocupada escribiendo su Doctrina Secreta
que no tenía tiempo para agasajar visitantes, pero esperaba que podríamos
encontrarnos a mi retorno de Italia.
El
tono era bastante cortés y hasta amable, pero la intención parecía ser la de
darme a entender, de manera clara, que no se deseaba mi presencia.
El
rostro de Madame Gebhard mostró su desilusión mientras yo leía en voz alta.
Para ella, eso era evidentemente incomprensible.
En
cuanto a mí, después del primer momento de desilusión, al ver frustrados los
planes que tanto me había costado decidir, volví mis miras hacia el sur
anticipando el encuentro con mis amigos.
Mi
equipaje quedó enseguida pronto y un carruaje ya estaba esperándome en la
puerta cuando se puso en mis manos un telegrama conteniendo las siguientes
palabras:
"Venga enseguida
a Wurzburg, la necesito inmediatamente - Blavatsky".
Pueden
imaginarse fácilmente que este mensaje me tomó de sorpresa y extrañada me volví
hacia la señora Gebhard esperando una explicación, Pero ella estaba francamente
encantada y radiante. Era evidente que todos sus pensamientos y todas sus
simpatías estaban con su “Vieja Dama”.
-
"¡Oh, después de todo ella la necesita,
ya lo ve", exclamó, "vaya hacia ella, vaya."
No
era posible resistir. Dejé que mis secretas inclinaciones encontraran una
excusa en la urgencia de su persuasión, y en vez de tomar un billete para Roma,
tomé uno para Wurzburg y pronto me encontré viajando hacia la realización de mi
karma.
Fue
al atardecer cuando llegué al alojamiento de Madame Blavatsky y al subir la
escalera mi pulso estaba agitado, mientras reflexionaba acerca del recibimiento
que me esperaba.
No
sabía nada de las causas que habían dictado este cambio a último momento.
El
campo de posibilidades era bastante amplio como para permitir dar rienda suelta
a mi imaginación, la que me hacía suponer o la posibilidad de una seria
enfermedad como causante del telegrama, o la posibilidad de un tercer cambio de
manera de pensar de H.P.B., el cual me llevaría hasta Roma, que después de todo
se encontraba a treinta y seis horas de distancia. Pero los acontecimientos
estaban bastante alejados de esos dos extremos posibles.
El
recibimiento de Madame Blavatsky fue cálido y después de las pocas palabras de
bienvenida me dijo:
-
"Tengo que pedir disculpas por actuar de
esa manera tan extraña. Le diré la verdad: no la quería tener a usted aquí,
pues tengo un solo dormitorio y pensé que usted sería una dama demasiado
refinada para querer compartirlo conmigo. Además que mi manera de ser y
costumbres, no son, probablemente, las suyas.
Si usted venía a
alojarse conmigo, yo sabía que usted tendría que aceptar muchas cosas que le
parecerían intolerables incomodidades. Por ello es que decidí declinar su
ofrecimiento y le escribí en ese sentido.
Pero después de haber
puesto mi carta en el correo, el Maestro me habló y me dijo que yo debía
pedirle que viniera. Nunca desobedezco una palabra del Maestro y es por eso que
le telegrafié de inmediato.
Desde entonces he
estado tratando de hacer más habitable el dormitorio. He comprado un ancho
biombo que dividirá la habitación, de forma que usted podrá tener un lado y yo
el otro y espero que no se sentirá muy incómoda.”
Contesté
que no importaba cuáles eran las comodidades que estaba acostumbrada a tener y
que estaba deseosa de renunciar a ellas por el placer de su compañía.
Recuerdo
muy bien que fue cuando íbamos juntas al comedor a tomar el té, que ella me
dijo, de pronto, como si algo hubiera estado preocupándola:
-
"El Maestro dice que usted tiene un libro
para mí que necesito mucho."
-
"No, realmente", contesté. "No
traje libros".
-
"Piense de nuevo", respondió.
"Dice el Maestro que se le pidió a usted, en Suecia, que me trajera un
libro sobre el Tarot y la Cábala".
Entonces
recordé las circunstancias que ya he relatado. Desde el momento en que coloqué
el libro en el fondo de mi baúl, había estado alejado de mi vista y de mi
mente. De inmediato me dirigí hasta mi dormitorio, abrí el baúl y metí la mano
hasta el fondo y allí lo encontré en el mismo rincón donde lo había puesto
cuando empaqué en Suecia, sin tocarlo desde aquel momento hasta entonces. Pero
eso no fue todo.
Cuando
retorné al comedor con él en mi mano, Madame Blavatsky hizo un gesto, diciendo:
-
“Deténgase. Ahora abra la página diez y en la
sexta línea usted encontrará las palabras…” y ella citó un pasaje.
Abrí
el libro del cual H.P.B. no podía tener copia pues debe recordarse que no
estaba impreso sino que era un álbum manuscrito donde un amigo mío había
reunido notas y extractos para mi uso personal, y sin embargo en la página y en
la línea que ella indicó encontré las mismas palabras que H.P.B. había
pronunciado.
Cuando
le entregué el libro me aventuré a preguntarle por qué lo quería.
-
"¡Oh!”, contestó, es para La Doctrina Secreta. Este es mi nuevo
trabajo y estoy muy atareada, escribiéndolo. El Maestro está recogiendo
material para mí. El sabía que usted tenía el libro y por eso le indicó que lo
trajera a fin de tenerlo a mano para consulta".
El
discípulo de Morya
En
relación a esto he de mencionar otro incidente que me probó que existían seres actuando
en su cercanía, agentes cuya naturaleza y acción eran inexplicables por las
teorías generalmente aceptadas de la constitución y leyes de la materia.
H.P.B.
estaba acostumbrada a leer sus periódicos rusos por la noche, y raramente
extinguía su lámpara antes de media noche. Había un biombo entre mi lecho y su
lámpara, pero los fuertes rayos reflejados por el techo y las paredes perturbaban
a menudo mi reposo.
Una
noche, esa lámpara estaba encendida después de que el reloj había marcado la
una de la mañana. No podía dormir y como oí la respiración regular de H.P.B.
que dormía, me levanté y caminé suavemente hasta la lámpara y la apagué.
En
el dormitorio había siempre una tenue luz que provenía de una veladora que se
dejaba encendida en el estudio, manteniéndose abiertas las puertas entre esa habitación
y nuestro dormitorio.
Yo
había apagado la lámpara y me había vuelto hacia mi lecho cuando se encendió de
nuevo y la habitación se iluminó con luz brillante. Pensé para mí misma: “qué
extraña lámpara, posiblemente no funciona bien”.
De
manera que fui de nuevo y bajé de nuevo la mecha, y esta vez vigilé hasta que
el último vestigio de luz había desaparecido, y aún así mantuve apretado el
resorte con los dedos. Entonces lo solté y quedé de pie un momento, observando,
cuando para mi sorpresa la llama reapareció y la lámpara volvió a brillar como
antes.
Tal
cosa me dejó considerablemente perpleja y determiné quedarme allí frente a la
lámpara toda la noche, si fuera necesario, para mantenerla apagada hasta que
descubriera el motivo y el por qué de ese extraño comportamiento.
Por
tercera vez apreté el resorte y lo bajé hasta que la lámpara estuvo apagada por
completo, y lo volví a soltar observando atentamente para ver lo que ocurría.
Y
por tercera vez la lámpara se encendió, pero esta vez vi una mano morena moviendo
lenta y suavemente el resorte de la lámpara.
Familiarizada
como yo estaba con la acción de las fuerzas y entidades astrales en el plano
físico, no tuve dificultad en llegar a la conclusión de que era la mano de un
chela y suponiendo que había alguna razón para que la lámpara permaneciera
encendida, retorné a mi lecho.
Directivas
de Morya para Blavatsky
Me
fue posible observar de tiempo en tiempo un incidente que ocurría con
frecuencia y que indica otra forma de la guía y ayuda que le fueron dadas a Blavatsky
en su trabajo.
A
menudo, temprano en la mañana, yo veía sobre su escritorio un trozo de papel
con caracteres desconocidos trazados en tinta roja. Y al preguntarle a Blavatsky
el significado de esas misteriosas notas, ella me contestaba que indicaban su
trabajo para ese día.
(Nota
de Cid: el maestro Kuthumi acostumbraba escribir en azul, mientras que el
maestro Morya acostumbraba escribir en rojo, así que muy probablemente era él
quien dejaba esas directivas.)
Esos
son ejemplos de los mensajes "precipitados" que han sido objeto de
tanta acalorada controversia aun en las filas de la Sociedad Teosófica, y de
interminables e ignorantes debates de sus detractores; "los mensajes rojos
y azules fantasmales, como los denomina un señor que prefiero no mencionar su
nombre".
Y
a continuación les cito un extracto de una carta de Blavatsky escrita en ese
tiempo, y publicada luego en la revista The
Path donde ella habla acerca de ese fenómeno:
"¿Que fue fraude?
Ciertamente no.
¿Fue escrito por
elementales?
NUNCA.
Pero en cambio si fue
entregado y el fenómeno físico es producido por elementales utilizados para ese
propósito; pero ¿qué tienen ellos que ver esos seres insensibles, con las
porciones inteligentes del más pequeño y más trivial mensaje?"
Poco
puede asombrarnos que esos mensajes sean recibidos con sospecha en el presente
estado de ignorancia en el que se encuentra la gente en lo que se refiere a los
fenómenos psíquicos. Lo más que podría esperarse del hombre común sería la
suspensión de todo juicio, acompañada de una buena voluntad de aprender e
investigar.
Pero
cuando llegamos a examinar el proceder de Blavatsky en presencia de tales
mensajes, obtenemos una prueba incontrovertible de su buena fe.
Estos
mensajes llegaron directamente hacia ella y los requerimientos que contenían
fueron siempre recibidos por Blavatsky con sumisión y obediencia, aun en los
casos en que ella hubiera preferido actuar de otra manera.
Nota de
Morya dentro de un paquete
Yo
tenía el hábito de salir diariamente, si me era posible, durante una hora, pues
había notado que tanto el aire como el ejercicio eran necesarios para mi salud,
y recuerdo un curioso incidente que me aconteció en relación con uno de esos
paseos.
Me
encontraba caminando en una de las partes más frecuentadas de la población y al
pasar frente a la tienda de un perfumista vi en la vidriera unos jabones dentro
de un recipiente de vidrio. Recordando que necesitaba comprar uno, penetré en
el comercio y escogí un jabón de los que allí había.
Vi
cómo el comerciante lo envolvía, tomé el paquetito de su mano, lo puse en mi
bolsillo y continué mi paseo.
Cuando
retorné al departamento fui directamente a mi habitación sin ir antes a ver a Blavatsky
y me quité el sombrero y el abrigo. Sacando el paquetito del bolsillo comencé a
desatar el hilo y a desenvolverlo y al hacerlo noté que allí había adentro una
pequeña hoja de papel doblada.
No
pude menos que pensar cuán inclinados son los comerciantes a distribuir avisos
hasta el punto de ponerlos aunque sea en una pastilla de jabón. Sin embargo
recordé de inmediato que había visto cómo el comerciante envolvía el jabón y no
vi que pusiera ningún papel en el paquetito.
Eso
me pareció extraño y como el papel había caído al suelo me agaché, lo recogí y
lo desdoblé encontrando en él algunas observaciones dirigidas a mí en la
escritura del Maestro de Blavatsky que yo había tenido ocasión de ver
anteriormente.
Eran
explicaciones de acontecimientos que me habían preocupado durante los últimos
días, y me daba algunas instrucciones relativas al futuro curso de mis
acciones.
Ese
fenómeno fue peculiarmente interesante para mí por haber acontecido sin el
conocimiento de Blavatsky independientemente de ella, pues ella estaba
escribiendo, despreocupada en ese momento, sentada frente a su mesa de trabajo
en el escritorio, tal como pude comprobarlo más tarde.
Desde
el fallecimiento de Blavatsky varias personas han recibido cartas del mismo
Maestro, mostrando así su actuación independiente de ella. Pero fue interesante
ser testigo de ello durante su vida, y recuerdo otro incidente relacionado con
un fenómeno de igual naturaleza.
Respuestas
de Morya a Franz Hartmann
El
doctor Hartmann me había escrito una carta rogándome que me cerciorara por el
Maestro mismo de algo que tenía conexión con él. Mostré la carta a H.P.B. y le
pregunté si ella haría la comunicación.
Ella
me contestó:
-
"No, vea lo que usted puede hacer, póngala
en el retrato del Maestro y si el Maestro desea contestar a Hartmann, la carta
será tomada."
Cerré
la puerta de la habitación de Blavatsky y me dirigí hacia el escritorio sobre
el cual había un retrato al óleo del Maestro; coloqué la carta en el marco,
tomé un libro y leí durante una media hora sin que nadie entrara en la habitación
durante todo ese tiempo. Cuando volví mi mirada hacia la carta, ya había
desaparecido.
Pasaron
algunos días durante los cuales no supe nada. Pero un atardecer, al recibir la
correspondencia, vi una carta del doctor Hartmann y pensé para mí misma que era
muy voluminosa y que era extraño que no hubieran exigido más franqueo.
Cuando
abrí el sobre, saqué primero la carta del doctor Hartmann que había colocado en
el cuadro, luego una carta del Maestro que contestaba las preguntas de
Hartmann, y finalmente la nueva carta de Hartmann en cuyo margen había
anotaciones de mano del Maestro relativas a los asuntos contenidos en la carta.
Y
en el sobre de la carta de Hartmann había un sello con la firma del Maestro
precipitada en el sobre.
(Observación
de Cid: por lo que comprendí, Morya le contestó a Hartmann su primera carta, con
una carta donde el maestro puso sus respuestas.
Y
entonces Hartmann le envió por correo a la condesa un sobre conteniendo esas
dos cartas, más una nueva carta con más preguntas.
Y
esa vez lo que hizo Morya fue precipitar directamente sus respuestas en ese
sobre ya que eso consume menos energía que materializar toda una carta entera.)
Fenómenos
como ese ocurrían constantemente. Las cartas recibidas se encontraban
frecuentemente anotadas de la mano del Maestro; se hacían en ellas comentarios
sobre lo escrito. En otras ocasiones, las cartas desaparecían por varios días y
cuando eran devueltas se habían anotado observaciones sobre su contenido.
La primera
carta que recibió la condesa
del maestro
Morya
La
primera vez que esto me aconteció fue causa de gran sorpresa para mí. Una
mañana temprano, durante el desayuno (pues las cartas eran a menudo traídas por
el primer correo) Blavatsky recibió varias cartas y se entregó de inmediato a
su lectura.
Yo
encontré una de Suecia que me causó cierta perplejidad. No sabiendo cómo
contestarla, la coloqué sobre la mesa a mi lado y continué con mi desayuno, reflexionando
sobre su contenido.
Pronto
terminé el desayuno, me levanté y extendí la mano para recoger mi carta, pero ya
no estaba donde la había dejado. La busqué debajo de mi plato, sobre el piso,
en mi bolsillo, pero no la encontré.
Blavatsky
levantó la vista del periódico ruso que estaba leyendo diciéndome:
-
"¿Qué está buscando?"
Le
contesté:
-
"Una carta que recibí esta mañana."
Ella
me respondió tranquilamente:
-
"Es inútil buscarla, el Maestro estaba a
su lado y le vi tomar un sobre."
Pasaron
tres días sin noticias de mi carta, cuando una mañana mientras estaba ocupada
escribiendo en el comedor, vi de pronto el sobre encima del papel secante y en
el margen de la carta había comentarios con la indicación de cómo debía de
actuar, y la posterior experiencia me probó que esa indicación era muy sabia.
En
toda ocasión encontré que siempre era así, y si hubiera actuando de acuerdo con
las indicaciones que llegaron de esa fuente, me hubiera evitado pérdidas
monetarias y una gran parte de preocupaciones y dificultades, como en la
siguiente ocasión.
Otra carta
que también recibió
Algunos
años antes había comprado en Suecia una propiedad cerca del mar. Era una
hermosa casa. Gasté bastante tiempo y planes en repararla y amueblarla, y
también en arreglar los jardines y el parque, de todo lo cual me sentí muy
orgullosa.
Un
día Blavatsky me dijo:
-
"Me pregunto por qué no vende su
propiedad en Suecia, pues entonces usted quedaría más libre para trabajar por
la Teosofía."
Pero
yo le contesté:
-
"¡Oh! Blavatsky, ¿cómo puede pedirme que
haga tal cosa? No desearía desprenderme
de mi casa después de todo el trabajo y gasto que me causó, y además estoy
segura de que mi hijo se opondría a la venta. Habría además bastante dificultad
en encontrar un comprador."
A
todo lo cual Blavatsky me contestó:
-
"El Maestro desea que le comunique que
si usted ofrece enseguida su propiedad en venta, usted podrá venderla sin
pérdida. El Maestro me ha dicho esto porque sabe que usted desea trabajar por
la Teosofía y usted se ahorraría muchas dificultades si lo hace de
inmediato."
Pero
yo no la escuché, en mi fuero íntimo pensé:
Madame Blavatsky quiere
que yo venda la propiedad para así ligarme más a la Teosofía. Mis amigos me
escriben de todos lados diciendo que ella es una vieja intrigante que me está
"psicologizando" y usando el nombre del Maestro simplemente para
valerse de mi credulidad y forzarme a hacer lo que desea, aquí se me presenta
una buena oportunidad para demostrarle que puedo mantener libre mi propia
voluntad y preservar mi independencia de acción.
De
manera que no tomé ninguna medida, pero más tarde tuve mis razones para
arrepentirme, pues descubrí que si hubiera ofrecido en venta mi propiedad en
esa ocasión podría haberla vendido más ventajosamente; además mi hijo no hubiera
presentado ninguna objeción en ese momento pues él mismo me urgió a venderla.
Finalmente
la vendí varios años después con una pérdida considerable, luego de haber
pasado por muchas preocupaciones y molestias con la propiedad.
¿LA
CONDESA VIO AL MAESTRO MORYA?
En
su libro la condesa no nos informa, pero en una carta Blavatsky afirmó que la
condesa si lograba percibir a Morya cuando este se aparecía astralmente.
Blavatsky
le dijo a Sinnett:
"La Condesa ve
constantemente al Maestro. Cada vez que yo lo veo a Él o escucho lo que me
dice, ella pregunta mirándolo fijamente a Él: ¿Qué dice Él? Ella es una gran clarividente."
(Cartas
de H.P. Blavatsky a A.P. Sinnett, carta no 62)
La
propia condesa al inicio de su libro precisó que ella poseía las facultades de
clarividencia y clariaudiencia bastante desarrolladas. Por lo que es posible
que eso que declaró Blavatsky sea cierto, y la condesa no quiso informar al
respecto porque lo consideró demasiado personal.
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