LOS MAESTROS SEGÚN PAPUS

 
 
 
En su libro “Tratado elemental de ciencia oculta”, Papus comentó lo siguiente acerca de los maestros:
 
 
 
¿Hay en Europa verdaderos maestros al lado, fuera y dentro de los centros iniciáticos?
 
Respondo afirmativamente. En Francia hay verdaderos maestros del orden intelectual como del espiritual. Y en este momento hay dos que viven en medio de la sociedad una vida especial, cuyo retrato voy a esbozar.
 
Pero antes debo responder a una objeción de algunos ignorantes que pretenden que un verdadero maestro no podrá vivir en nuestra atmósfera social, como viven en nuestra atmósfera física.
 
Eso sería cierto para un maestro de egoísmo desarrollado sobre el solo plano mental y que no sienta el poder del sacrificio necesario para abandonar el paraíso etéreo que se ha creado, para llegar a participar en el sufrimiento y la vida envenenada de las criaturas que quiere salvar.
 
Esos maestros se contentan con obrar por inspiración sobre los cerebros de ciertos hombres que traducen esas impresiones con más o menos claridad, lo cual se debe a un refinamiento cerebral, pero no a una consagración total.
 
 
En el umbral de la nueva idea de Occidente, se levanta una figura, sublime ejemplo de todos los actos, no sólo súper humano, sino divino: es el Cristo. El sufrimiento más terrible que pudo experimentar la persona del Dios-Salvador no fueron los tormentos absolutamente humanos de la pasión y de la cruz, o sea el descendimiento total a la materia, o la limitación del principio de toda extensión, o la sumisión constante del principio espiritual a las exigencias del cuerpo y de la carne, comenzado por el vértigo necesario al embrión y la pérdida de contacto con el plano divino, hasta reunirse con el Padre, mantenido en toda su integridad durante los tres años de vida terrestre.
 
Este es el sufrimiento absoluto, imposible de lograr por un fakir o por un evolucionado sea cual fuere el plano a que pertenezca. Este es un misterio tan terrible y tan luminoso que aquellos quienes lo ignoran lo niegan coléricos, con rabia, ante la posibilidad para
un ser supra-humano de vivir en el medio físico, no pudiendo comprender la limitación en el tiempo y en el espacio del Ser Divino.
 
Y ahora se verá por qué yo me he propuesto destruir estas objeciones antes de hablar de los dos maestros de quienes deseo decir algunas cosas. De esos dos hombres a quienes he tomado por ejemplo, el uno representa el dominio intelectual y el otro la absoluta posesión de la espiritualidad.
 
 
 
 
El maestro intelectual
 
El maestro intelectual es un hombre de cabellos blancos cuya figura emana bondad y en cuyo ser todo resplandece la calma y la tranquilidad del espíritu. La vida de iniciación siempre fue el tránsito del dolor y del sacrificio.
 
Fue iniciado en la tradición occidental por los centros más elevados y en la tradición del Oriente por dos de los más grandes dignatarios de la Iglesia brahmánica, uno de los cuales fue el Brahma de los santos centros de la India.
 
Y como todos los discípulos de la verdadera iniciación oriental, poseía todos los métodos de enseñanza, y cada página estaba suscripta por el brahmán responsable de la transmisión de la Palabra Santa.
 
(Nota de Cid: yo dudo mucho que un francés haya sido iniciado por los brahmanes debido a que para los brahmanes los occidentales son una raza inferior indigna de recibir sus iniciaciones.)
 
La lectura de estos cuadros de enseñanza necesita el profundo conocimiento, no sólo del sánscrito y del hebreo (que esos brahmanes por sus grandes principios iniciáticos conocen a fondo *), sino de las lenguas primitivas, de las que los hieroglifos y el propio chino
no son más que adaptaciones.
 
(* Pregunta de Cid: ¿Desde cuándo los brahmanes conocen el hebreo?)
 
Además, los conocimientos de los Vedas, y como consecuencia de éstos, de los más santos mantras, de los siete sentidos del Sepher y de las claves cabalísticas, daban al maestro intelectual la prueba cierta de su grado, la clave viva, que permite al hombre transformar en adaptación inmediata así como al arte y a la sociedad, esos conocimientos, sin los cuales, se formaría una enciclopedia de cosas bellas; pero muertas y frías, que son privilegio de las academias, pero no las verdades de los iniciados.
 
Bajo sus dedos, los ritmos de los viejos cantos druídicos, se forman, y nacen prodigiosos y encantadores los misterios de las antiguas formas góticas y de las futuras arquitecturas de
hierro y cristal, traduciendo en lenguaje arquitectónico las palabras vivas de Cristo, como ángeles de la revelación.
 
Podría continuar llenando páginas y más páginas, sin llegar al fondo de esta ciencia prodigiosa, que lo es, por cuanto es viva, y no vive sino porque toma su esencia en el Principio del Amor.
 
Decir a costa de cuántos atroces sufrimientos este maestro intelectual está entre nosotros, cuando la mitad de su alma está reintegrada, sería hacer temblar a los hombres que sólo de nombre conocen los misterios de los dwidjas, que esotéricamente traduciremos por los nacidos dos veces, pero cuya verdadera significación es la de seres que viven en dos planos a la vez.
 
 
 
 
El maestro espiritual
 
Sólo me resta hablar del maestro espiritual. Este descendió en cuanto el otro se hubo elevado. Este lo sabe todo, pero nos enseña a descender y adquirir la certeza de que el hombre que sólo posee un catre y presta su catre al que ninguno tiene, es más rico que todos los ricos.
 
El maestro espiritual cuando trata de enseñar, puede hacerlo mediante la palabra, lo cual es muy raro; lo más general para él consiste en hacer ver sus verdades y sus doctrinas.
 
Poseedor de los bienes físicos, que le permitirían vivir en la ociosidad, el maestro consagra toda su vida a la curación de los pobres y de los afligidos. Y estas curas mismas nos indican, hasta al más ciego, que su plano desciende del Espíritu que gobierna a la enfermedad y hasta a la misma Muerte.
 
Por la calles del pueblo en que habita, se le ve pasar humilde entre los humildes, así sólo las pobres gentes lo conocen y lo bendicen. Ese obrero que con respeto le saluda le debe la pierna que trataban de cortarle, y fue curado en menos de una hora; aquella mujer del pueblo que acude presurosa a su paso, fue a buscarlo cuando su hijo, diftérico, se ahogaba, y el maestro le dijo:
 
-        “Mujer, eres más rica por tu solicitud incesante y por tu valor antes las pruebas de los infortunios, que los ricos más ricos de la tierra: vete, que tu hijo está curado.”
 
Y cuando entró en su casa, la madre atribulada constató el milagro, que en nuestro días desconcierta e irrita a los médicos.
 
Aquella familia de artesanos humildes, corrió entonces a él, cuando hacía dieciocho horas su único hijo había muerto, y él acudió al llamamiento y ante diez testigos verificó el prodigio: el muerto querido sonrió y abrió de nuevo sus ojos a la luz.
 
Preguntad a todas esas gentes cuál es el nombre de ese hombre y os contestarán: Es el Padre de los pobres. Preguntad a ese hombre quién es; interrogadle y os responderá:
 
-        “Yo soy menos que una piedra. Hay tantos seres sobre esta tierra, que son alguna cosa, que yo me siento dichoso de no ser nada. Yo tengo un amigo que es, y él, sí es algo. Sed buenos, pacientes en la adversidad, sumisos a las leyes sociales y religiosas de vuestra patria; dad y compartid lo que tengáis, cuando os halléis con hermanos que tengan necesidad, y mi amigo, el que es, os amará. En cuanto a mí, pobre enviado, escribo en el libro evidente de cuanto en mí hay de mejor y suplico al Padre, como antes Io hiciera nuestro Salvador, el Cristo que resplandece de gloria en la tierra y en los cielos y al corazón del cual sólo se llega por la gracia de la Virgen de Luz: María, cuyo nombre sea bendito.”
 
 
No terminaré estas páginas, que tan dulces las hace mi reconocimiento, con el recuerdo de las injurias y de los sarcasmos que los sabios, los satisfechos, los críticos, lanzaron sobre el Maestro.
 
Él los ignora, los perdona y ruega por ellos. Esto basta.
 
Este hombre de cuyo exquisito carácter acabo de hacer una semblanza y cuya elevación vemos con tanta ceguedad como vimos también la de su precedente, no es un mito, un ser nebuloso perdido en el fondo de un país inaccesible. Es un ser de carne y hueso que ha vivido la vida social, en la que asumió todas las cargas más pesadas.
 
Recordemos que, salvo en el ayuno del desierto, el modelo de la Raza Blanca, Cristo vivió, durante su vida terrestre, el régimen mixto de la mayoría de los hombres; así el maestro vivió como todos sus humanos hermanos.
 
Tampoco he de hablar más que de obras humanas y dejaré en silencio los transportes de otras fases de su existencia; las comunicaciones instantáneas, fuera del tiempo y del espacio y la dirección de los espíritus. Un hombre verdaderamente libre es el único que tiene derecho a escribir en el libro de la vida; los demás no hacen más que leer en él. Aprended a leer, si es que queréis escribir.
 
(Capítulo 11)
 
 
 
 
 
 
 
OBSERVACIÓN
 
Papus no dijo nada relevante sobre los maestros y me da la impresión que él inventó la existencia de esos dos maestros franceses.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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