(Este es el capítulo 6 del libro "Las Hojas de un Viejo Diario I" escrito por el coronel Olcott, y añadí subtítulos para facilitar su lectura.)
El motivo de la fraudulencia de los médiums
Todo el público occidental se ha persuadido de común acuerdo que los médiums profesionales cuyos medios de existencia dependen de su facultad de mostrar en un momento dado fenómenos psíquicos a las personas que para ello les pagan, han de verse muy tentados si el caso se presenta, de hacer fraudes de prestidigitación en lugar de realidades.
Casi todos ellos son pobres, enfermos, con frecuencia obligados a pesar de eso a educar sus hijos, y otras veces a mantener a un marido inválido o perezoso, ganando un salario mediocre en todo caso porque su estado psíquico depende de condiciones atmosféricas o psico-fisiológicas que ellos no pueden modificar.
¿Entonces qué tendría de sorprendente que un día que tienen que pagar el alquiler o cualquier otra imperiosa necesidad, su sentido moral se debilite un poco?
Ceden naturalmente a la tentación que les ofrecen personas crédulas que no piden más que ser engañadas.
La dura vida de los médiums
En todo caso esa es la explicación que algunos médiums me han dado. Me han contado sus míseras biografías, y cómo el fatal don de mediumnidad les amargó su infancia haciendo que sus camaradas se apartasen de ellos o que les persiguiesen, haciendo que sean buscados y despreciados por los curiosos, y siendo mostrados como curiosidades por sus parientes o empresarios que los explotan económicamente.
Como por ejemplo fue la trágica historia de la infancia de los Eddy, tal como ellos mismos me la han contado y que la transcribí en mi libro "Gente del Otro Mundo" en el segundo capítulo.
Todo eso ha desarrollando en muchos médiums los gérmenes de la histeria, la tisis y la escrófula que destruyen su salud.
Nadie ha conocido a los médiums mejor que la señora Hardinge Britten; pues bien, ella me dijo en Nueva York en 1875, que no había conocido a ningún médium que no fuese de temperamento tísico a escrofuloso, y yo creo que la observación médica revela en ellos frecuentes trastornos en el aparato reproductor.
Pienso que el ejercicio habitual de esa profesión es muy peligroso físicamente, sin hablar de su inconveniente moral.
Todos los médicos nos dicen que es muy malsano y que puede ser fatal dormir en una habitación mal ventilada y entre toda clase de personas, algunas de las cuales pueden estar enfermas.
Por lo que mucho más grandes son los riesgos que corre el pobre médium profesional, obligado a soportar la vecindad de todos los que se presenten, sanos o enfermos, física y moralmente, y a bañarse en su aura magnética: grosera, sensual, irreligiosa, brutal de pensamiento, de palabra y de acción o todo lo contrario.
¡Los infelices, eso es una prostitución psíquica!
Tres veces felices aquellos que pueden desarrollar y manifestar sus dones en un ambiente puro y superior, como en otros tiempos lo hacían las videntes guardadas en los Templos.
Olcott y Blavatsky buscan al mejor médium
Todo esto resulta de la investigación emprendida por H.P.B. y yo, a pedido de Aksakof, para la comisión científica de San Petersburgo.
Dándonos cuenta de que tendríamos que elegir entre los médiums profesionales, porque no era probable que ningún médium aficionado consintiese en someterse a la publicidad y las molestias de semejante prueba.
Así que decidimos asegurarnos completamente de la realidad y relativa regularidad de los poderes psíquicos del médium varón o mujer que tuviésemos que recomendar.
El deseo del señor Aksakof era de obtener preferentemente fenómenos “en plena luz”, lo cual era bien razonable porque eso reduce a un mínimo las probabilidades que fuera un fraude.
Pero sólo había muy pocos (y aun hoy casi no los hay) que pudiesen contar con producir algo muy notable en una sesión de día.
Después de buscar, nuestra elección se había reducido a dos o tres personajes como C.H. Foster o el Dr. Slade, que estaban casi seguros de sus resultados, de día o de noche.
De todas maneras, resolvimos elegir un excelente médium, estuviese o no a la altura de las esperanzas del señor Aksakof.
Nuestras investigaciones duraron varios meses, si no me equivoco hasta mayo de 1876, y a riesgo de interrumpir el orden cronológico en la historia de la Sociedad Teosófica, contaré lo mejor que pueda las peripecias de esta investigación sobre los médiums, para terminar con este episodio.
La médium Young
En el verano de 1875, una mujer llamada Young vivía en Nueva York de sus talentos de médium. Según mis recuerdos que son bastante vagos, ella era una persona fuerte de modales hombrunos, sólida, física y psíquicamente.
Su manera de manejar gruñendo a los “guías del país de los espíritus” contrastaba de un modo muy divertido con los melosos acentos de la mayor parte de los otros médiums.
- “¡Vamos, espíritus", ella exclamaba en sus sesiones espiritistas, "nada de pereza, dense prisa! ¿En qué están pensando? Muevan ese piano, hagan esto, hagan aquello. Vamos pues, que estamos esperando.”
Y los espíritus lo hacían como sometidos a su voluntad.
Su principal fenómeno consistía en hacer levantar y agitar acompasadamente por los espíritus, un gran piano muy pesado, mientras ella tocaba en él.
Oí hablar de ella y pedí a H.P.B. que viniese para ver lo que la médium sabía hacer. H.P.B. aceptó y yo me eché al bolsillo un huevo crudo y dos avellanas, cuya utilidad se verá en seguida.
Afortunadamente, no dependo tan sólo de mi memoria, porque conservo un extracto del periódico The New York Sun (4 de Septiembre de 1875) que da un relato exacto de la sesión y de mis experimentos.
Estaban presentes quince personas, y el cronista del periódico escribió lo siguiente:
« La sección comenzó por el levantamiento del piano por los poderes invisibles.
Luego por preguntas y respuestas, tres golpes para decir sí y uno para decir no, en respuesta a las preguntas hechas por la señora Young que tenía sus manos ligeramente colocadas sobre el atril.
Después ella se sentó, tocó algunas composiciones y el piano se levantaba al compás.
En seguida ella se colocó junto a un extremo del piano y rogó al coronel Olcott y a todos los que quisiesen probar la experiencia, que pusiesen su mano izquierda bajo el instrumento.
Bajo esta mano ella colocó suavemente la suya, y a su petición el pesado piano se levantó de ese extremo sin esfuerzo ninguno de ella.
(El cronista dice además: “que él no podía levantar dicho piano a causa de lo pesado que era”.)
El coronel Olcott pidió entonces probar un experimento que no podía perjudicar a la médium. La señora Young consintió y el coronel sacó un huevo de una caja y le pidió que lo tuviese en su mano bajo el piano y suplicase a los espíritus que lo levantasen.
La médium manifestó que nunca se le había pedido prueba semejante en el transcurso de su carrera y que no sabía lo que pasaría, pero que podía ensayarlo.
Ella tomó el huevo, lo tuvo como se le había dicho y pidió a los espíritus que viesen lo que podían hacer, mientras golpeaba sobre el piano con la otra mano. Inmediatamente el piano se levantó y se mantuvo un momento en el aire.
Esta experiencia nueva y notable tuvo un pleno éxito.
La señora Young pidió entonces a los más pesados de los asistentes que vinieran a sentarse sobre el instrumento, invitación que fue aceptada por siete señoras y señores.
Ella tocó una marcha en el piano y éste con las siete personas fueron fácilmente levantadas.
El coronel sacó entonces dos avellanas de su bolsillo y pidió a los espíritus que las partiesen bajo las patas del piano, sin estropear las pepitas.
El fin de esta prueba era demostrar la inteligencia del poder oculto detrás de la mujer.
Los espíritus tuvieron buena voluntad para ello, pero la experiencia no pudo hacerse porque el piano se asentaba sobre ruedas.
El coronel solicitó en seguida permiso para sostener él mismo el huevo bajo el piano, mientras la señora Young pusiese la mano bajo la suya, tocándola, para dejar bien demostrado que ella no empleaba ninguna fuerza muscular.
Aceptada la prueba y ensayada en seguida, el piano se levantó como antes.
Las manifestaciones terminaron esa noche, por el levantamiento del piano, sin que las manos de la médium lo tocasen. »
He ahí indudablemente un notable ejemplo de poder psico-dinámico. No solamente un piano de siete octavas y media, demasiado pesado para que nadie pudiese levantarlo por un extremo, se levantó sin aplicación de la fuerza muscular del médium ni de otra persona presente, en una sala bien alumbrada, sino que se tuvo la demostración de una comprensión inteligente de lo pedido, demostrada por su cumplimiento.
Consideremos que la inteligencia de la médium fuese la única que estuviese en juego; aún queda por saber cómo transformaba ella el pensamiento en voluntad y ésta en fuerza.
Esta prueba final de hacer levantar al instrumento mientras su mano se apoyaba bajo la mía, que a su vez sostenía el huevo, contrariando las leyes de la gravedad, me pareció, y lo mismo a H.P.B., una prueba cierta de sus poderes, y le ofrecimos recomendarla al señor Aksakof con la condición de someterse a una serie de pruebas sin peligro pero convincentes que nos permitiesen en caso de éxito comprometer nuestra responsabilidad.
Pero ella rehusó alegando lo largo del viaje y su repugnancia por dejar su país para estar con extranjeros.
No sé lo que fue de ella, pero supe que había adoptado mi prueba del huevo, como demostración de la realidad de sus poderes. Ella no tenía nada de espiritual, pero yo pensaba que su manera de ir contra las leyes físicas, podría sorprender al profesor Mendeleyeff y los otros sabios.
La médium Maria Baker Thayer
La señora Thayer, de Boston, mostraba sus poderes en una forma mucho más bonita y poética, y dediqué cinco semanas de ese verano a estudiar sus fenómenos.
Ella era lo que se llama una “médium de flores”, es decir una psíquica en presencia de la cual llovían flores, tiernos retoños, enredaderas, hierbas, hojas y ramas recientemente arrancadas de los árboles, a veces de variedades exóticas que no se podían encontrar más que en invernáculos.
Cuando la conocí, era una mujer de cierta edad, de modales agradables, muy complaciente para las pruebas y siempre amable y de buen humor.
Sin embargo, como muchos profesionales, bebía un poco, para rehacerse, como decía (y lo creo) después del agotamiento de fuerza nerviosa causado por los fenómenos.
Estoy convencido de que ella era un verdadero médium, pero sé también que recurría además al fraude. Lo sé porque la descubrí una noche, en 1878, poco antes de nuestra partida para la India, cuando quiso convencerme de que sabía hacer pasar la materia a través de la materia, e imitar la célebre experiencia de Zollner ayudado por el médium Slade.
Sentí mucho que hubiese tratado de engañarme, porque hasta ese momento sólo hubiera podido decir cosas buenas de ella.
Es triste pensar que esos pobres médiums, mártires de la curiosidad y el egoísmo humano, se vean con frecuencia, por no decir siempre, forzados a la necesidad de abusar de la credulidad general, a causa de la falta de recursos, y también por falta de vigilancia de parte de las sociedades espiritistas convenientemente constituidas y que disponen de medios suficientes.
Siempre he compadecido más que censurado a esos desdichados médiums y cargado toda la responsabilidad sobre la sociedad espiritista entera, a la cual incumbe.
Y que aquellos que piensen de otro modo, ensayen durante algún tiempo el hambre y el abandono, y veremos si continúan mostrándose tan severos con los fraudes psíquicos.
Una larga memoria de mi investigación sobre la señora Thayer, en la que H.P.B. había participado en parte, apareció en el New York Sun del 18 de agosto de 1875 y fue considerablemente reproducido en Europa y América, así como traducido a varios idiomas.
He aquí cómo tuvieron lugar las sesiones de la señora Thayer:
« Reunidos todos, una persona respetable era elegida de común acuerdo para examinar la sala y los muebles, cerrar y hasta sellar las ventanas, cerrar las puertas con llave y guardar las llaves.
La médium también permitía revisar sus ropas para asegurar que no escondía flores ni otros objetos. Me autorizó y consintió en que la atase y sellase en un saco, prueba que ya había yo empleado con la señora Holmes.
Después todos se sentaban alrededor de una gran mesa de comedor, se hacía la cadena (la médium como los demás), se apagaban las luces y se esperaba en la oscuridad a que los fenómenos se produjesen.
Al cabo de cierto tiempo se oía algo sobre la mesa que no tenía carpeta, se olía un perfume y la señora Thayer pedía que prendiesen la luz.
Algunas veces se veía la mesa enteramente cubierta de flores y plantas, y otras veces éstas se hallaban esparcidas sobre las ropas o los cabellos de los asistentes.
A veces venían mariposas, o se oía en el aire el vuelo de un pájaro, y se podía ver una paloma, un canario o un jilguero revolotear de un rincón a otro del salón, o bien a un pececillo rojo que aún palpitaba sobre la mesa, húmedo como si acabase de salir del agua.
De pronto alguno lanzaba una exclamación de alegría y sorpresa al encontrar en su mano una flor que mentalmente había pedido.
Una noche vi frente a un escocés una gran planta de brezo de su país, con raíces y tierra pegada a ellas, como si fuese recién arrancada, y también tenía tres pequeños gusanos que se retorcían en la tierra.
Era una cosa común ver aportes de lirio de los valles o de otras plantas con su tierra y sus raíces recién arrancadas del tiesto o de un macizo de flores; yo mismo he tenido allí esos aportes.
Pero he tenido algo mejor. Un día, visitando el cementerio de Forest Hill, en las afueras de Boston, y atravesando los invernáculos, me llamó la atención una planta rara, con hojas largas, estrechas, como con cintas de color blanco y verde pálido, llamada Dracoena regina.
Con lápiz azul dibujé bajo una de las hojas la estrella de seis puntas y pedí mentalmente a los espíritus que me la llevasen a la próxima sesión de la señora Thayer, en la noche del día siguiente.
Y para estar más seguro de la médium, me senté a su lado y le tuve las manos. Sentí en la oscuridad caer algo fresco y húmedo sobre una de mis manos, y cuando se encendió de nuevo la luz, vi que era mi hoja de dracoena marcada.
Pero para estar aún más seguro, volví al invernáculo y vi que la hoja había sido desprendida del tronco y que la parte desgarrada coincidía con la que yo tenía en el bolsillo. »
Cierto número de hechos de esta clase, que no tengo sitio para mencionar de paso, me convencieron de que la señora Thayer era una verdadera psíquica.
Por otra parte, cierto fenómeno fisiológico vino a confirmar mi impresión y a arrojar una gran luz sobre el problema mismo de la mediumnidad.
Teniendo sus dos manos en las mías, noté que en el preciso momento de la caída de las plantas sobre la mesa, ella se estremecía y sus manos se ponían instantáneamente heladas como si de pronto corriese hielo por sus venas. Y un momento después sus manos recobraban la temperatura normal.
Desafío a todos los sabios escépticos a que ellos mismos imiten ese fenómeno. Parece indicar un cambio total de “polaridad vital” para la producción de los fenómenos, para servirme de una frase técnica.
Me acuerdo que algo similar sucedió cuando H.P.B. evocó un fantasma entero (ver mi libro "Gente del otro Mundo", pág. 477) fuera del gabinete de la señora Holmes, ella me apretaba convulsivamente la mano, y la suya estaba helada.
Igualmente lo estaba la del señor B. después de la producción del aguacero, y el paso al trance cataléptico de los histéricos y de otros estados de profunda inconsciencia, van acompañados de un anormal descenso de temperatura.
El doctor Moll en el libro "Hipnotismo", pág. 113, dice que las experiencias en realidad sorprendentes de Kraft Ebbing, prueban que debemos “reconocer que la sugestión hipnótica obra de manera sorprendente sobre la temperatura del cuerpo”.
Por lo tanto es justo llegar a la conclusión de que ese cambio de temperatura notado en la señora Thayer y en otros, en el momento de la producción de los fenómenos, demuestra su buena fe ya que no se podría simular ese efecto patológico.
Para no insistir más sobre el caso de esa médium por interesante que sea, agregaré solamente que en una sola sesión pública conté y reconocí 84 especies de plantas; otra vez, en condiciones impuestas por mí, vi aparecer pájaros que atrapé y los guardé; otra, en pleno día, en una casa particular, vi flores y una rama arrancada de un árbol del jardín; y también en la misma casa amiga, donde H.P.B. y yo pasábamos una temporada, venida ella de Filadelfia y yo de Nueva York, siguiendo nuestras investigaciones para Aksakof, vimos grandes piedras y un raro cuchillo viejo de mesa, de modelo antiguo, arrojados sobre la mesa.
Fenómenos sorprendentes producidos por Blavatsky
Pero cierta rosa de la graciosa Pushpa Yakshini* que la señora Thayer me había dado (ver el artículo “Elementales del Fuego”, Thesophist, vol. XII, pág. 259) sirvió de vehículo para un fenómeno de H.P.B. que sobrepasó todo lo que yo haya visto hacer a un médium.
(* espíritus de la naturaleza que cuidan la formación de las plantas.)
Nuestra amable huésped, la señora de Carlos Houghton, quien estaba casada con un notario de Boston muy conocido que vivía en el barrio de Robury, me llevó un día en coche a la ciudad para asistir a una de las sesiones públicas de la señora Thayer.
H.P.B. rehusó venir y la dejamos en el salón hablando con el señor Houghton. El coche debía ir a buscarnos a cierta hora, y habiendo resultado corta la sesión, todos se marcharon, salvo una señora, la señora Houghton y yo.
Para pasar el tiempo le pedí a la señora Thayer que nos concediese una sesión particular, y ella accedió.
Nos colocamos en la mesa; yo tenía las dos manos de la médium con las mías y puse mi pie sobre los suyos; una de las señoras cerró las puertas y aseguró las ventanas; la otra se ocupó de la luz.
Después de haber aguardado algún tiempo en la oscuridad, no se oyó caer plantas, sino el coche que llegaba a la puerta y en el mismo instante algo fresco y húmedo como un copo de nieve cayó dulcemente sobre el dorso de mi mano.
No dije nada hasta que las luces se encendieron y seguí asegurando las manos de la señora Thayer, lo que hice notar a las señoras. La flor caída sobre mi mano era un encantador capullo de rosa musgo doble, medio abierto y cubierto de rocío.
La médium se estremeció como si alguien hubiese hablado detrás de ella, y dijo:
- “Coronel, los espíritus dicen que esto es un regalo para la señora Blavatsky.
Se la di a la señora Houghton, quien al llegar se la entregó a H.P.B., a la que encontramos fumando cigarrillos y conversando aún con nuestro huésped.
La señora Houghton salió para quitarse el sombrero y el abrigo; yo me senté con los otros. H.P.B. tenía la rosa y la olía con ese aire lejano que sus íntimos le conocían cuando iba a producir fenómenos.
El señor Houghton interrumpió su ensueño diciendo:
- “¡Qué hermosa flor!, señora, ¿me permite verla?”
Ella se la alcanzó con el mismo aire soñador y casi maquinalmente.
Él la olió y exclamó:
- “¡Pero qué pesada es! Jamás he visto una flor semejante. Miren, el peso la hace doblarse sobre el tallo."
- “¿Qué dice usted?", comenté yo, "nada tiene de rara, o por lo menos nada tenía cuando cayó hace un momento sobre mi mano. Déjeme que la vea.”
La cogí con la mano izquierda, y entonces noté que era muy pesada.
- “¡Tenga cuidado, no la rompa!”, gritó H.P.B.
Levanté suavemente el capullo entre el pulgar y el índice de mi mano derecha y la examiné. Nada visible explicaba ese peso anormal. Pero de pronto vi una fina luz amarilla en el interior, y como impulsada por un resorte, una pesada sortija de oro saltó de la flor y cayó al suelo a mis pies.
La rosa se enderezó en seguida y perdió su peso insólito. El señor Houghton y yo, hombres de leyes ambos, impulsados por la prudencia profesional, examinamos cuidadosamente la flor, sin poder descubrir el menor indicio de que los pétalos hubiesen sido separados; estaban tan apretados y entrelazados que no era posible introducir el anillo sin estropear el capullo.
¿Además cómo hubiera podido H.P.B. hacernos esa trampa ante nuestros ojos, en plena claridad de tres luces de gas y sin haber tenido la rosa en su mano derecha más de dos minutos antes de dársela al señor Houghton?
Hay una explicación posible para la Ciencia Oculta: la materia de la rosa y la de la sortija, podían haber sido elevadas a la cuarta dimensión y después traídas de nuevo a la tercera en el momento en que el anillo saltó de la flor.
Esto es ciertamente lo que sucedió, y los físicos que tienen el espíritu amplio, tendrán a bien notar que la materia puede conservar su peso perdiendo su volumen, como lo prueba esta encantadora experiencia.
La sortija pesaba media onza, y aún la llevo puesta hoy. No era una creación, sino un aporte; pertenecía, creo a H.P.B. y tiene el sello del contraste. Era una sortija especial para fenómenos, a juzgar por lo que sucedió un año y medio después.
La Sociedad Teosófica tenía entonces un año, y H.P.B. y yo ocupábamos dos pisos en la misma casa. Una noche, la señora W.H. Mitchell, mi hermana (si alguien desea preguntárselo, ella certificará ciertamente mi relato. Vive en Orange, Nueva Jersey) vino, con su marido a visitarnos, y durante la conversación pidió ver el anillo y me rogó contase su historia.
Lo miró, se lo puso en un dedo mientras yo hablaba, y después se lo dio a H.P.B. en la palma extendida de su mano izquierda.
Pero H.P.B., sin tocarla, cerró sobre la sortija los dedos de mi hermana, le retuvo un momento la mano, y después la soltó diciéndole que la mirase.
Ya no era más un sencillo aro de oro. Encontramos engarzados tres pequeños diamantes formando un triángulo.
¿Cómo se hizo esto?
La hipótesis menos milagrosa es que H.P.B. había hecho poner los diamantes por un joyero y por sugestión nos impidió verlos hasta el momento en que abrió la mano de mi hermana.
Como experiencia hipnótica es una cosa muy comprensible. He visto hacer, y yo mismo he hecho cosas del mismo género.
Puede hacerse invisible, no tan sólo un pequeño diamante, sino un hombre, una sala llena de gente, una casa, un árbol, una roca, un camino, una montaña, cualquier cosa; la sugestión hipnótica parece ofrecer infinitas posibilidades.
De cualquier modo que se explique ese fenómeno, resultó admirable.
Ningún médium quería ir a Rusia
Volviendo a la señora Thayer: la clase de sus poderes nos satisfizo tanto que le ofrecimos ir a Rusia, pero ella rehusó como la señora Young y por los mismos motivos.
Idénticas proposiciones hechas a la señora Huntoon, hermana de los Eddy, a la señora Andrews y al doctor Slade, fueron igualmente rechazadas.
El asunto se siguió sin resultado hasta el invierno de 1875, y entonces se fundó la Sociedad Teosófica.
La comisión del señor Aksakof había rescindido el contrato que aseguraba un estudio serio de los fenómenos, y encontrándose presidida por el profesor Mendeleyeff, un materialista acérrimo, había publicado una memoria llena de prejuicios basada en suposiciones y no en la evidencia.
Por lo que Aksakof decidió noblemente y por puro amor a la verdad, cumplir el programa inicial financiándolo él mismo y con el riesgo de perder su prestigio.
Más o menos entonces escribió en la revista Spiritualist de Londres:
« Cuando resolví llamar médiums a San Petersburgo… me ceñí a un plan de campaña que comuniqué al coronel Olcott, rogándole eligiese médiums en América.
Le dije que deseaba proporcionar a nuestra comisión los medios de probar los movimientos anormales de objetos sólidos, en plena luz y sin contacto con ninguna persona viva.
También quería encontrar médiums que pudiesen mover sólidos detrás de cortinas en la oscuridad, estando ellos mismos sentados a la vista de los asistentes, etc. »
Diferencia entre Occidente y Oriente con los fenómenos espiritistas
Todo esto dará a mis lectores una idea de los fenómenos físicos extraordinarios que se producían entonces en Occidente.
En Oriente, se oye hablar de cuando en cuando de desplazamientos de objetos pesados como muebles, la batería de cocina, ropas, etc., pero se considera esto con horror y jamás los testigos pensarían hacer de eso un estudio científico.
Todo lo contrario, eso es tenido como una desgracia, una intervención de los malos espíritus, con frecuencia almas errantes de parientes o de amigos íntimos, y no se tiene más que una idea: desembarazarse de tales molestias.
No hago más que repetir lo que a menudo ha sido explicado por todos los escritores teósofos, que para los asiáticos todo comercio entre los vivos y los muertos es una prueba temida de que estos no están aún liberados de sus lazos terrestres, y así se han detenido en su evolución normal hacia el estado de espíritus puros.
En cambio en Occidente, y a pesar de sus creencias religiosas, se encara la vida futura de una manera por completo materialista, como una extensión de ésta en el tiempo y hasta en el espacio (dadas las nociones físicas de cielo e infierno) y no puede persuadirse de la realidad de una existencia consciente post mortem más que viendo los fenómenos físicos y concretos que enumera el Sr. Aksakof y que asombran a las personas que frecuentan a los médiums.
Al preparar el tercer objetivo de la Sociedad Teosófica (tan discutido) en Nueva York, yo estaba tan persuadido de ese hecho, y al mismo tiempo todavía muy ignorante de la amplitud de la ciencia oriental.
Si hubiese sabido cuántos males debían caer sobre nosotros con el pretexto de los poderes psíquicos, lo hubiese redactado de otro modo.
El Oriente, en lugar de eso, tiende hacia los conceptos filosóficos y espirituales, y tales fenómenos no parecen a los asiáticos, sino pruebas de la posesión de poderes psíquicos inferiores en quienes los exhiben.
Experimentos como lo de mi sortija salida de una flor, las lluvias de plantas, flores y pájaros de la señora Thayer, o del piano de la señora Young levantado sobre huevos, no parecen horribles a la imaginación de un materialista occidental, sino tan sólo interesantes mentiras demasiado sorprendentes para ser científicas, pero importantes si pudiesen ser probadas.
Estoy seguro de que he oído decir más de cien veces en la India que era una lástima que H.P.B. exhibiera fenómenos porque esto probaba que no había alcanzado un alto grado de Yoga (en el sentido de unión del yo humano con e l Yo divino).
Es cierto que Patanjali disuade a los yogui, así como Buddha a los bikhus de mostrar inútilmente sus poderes, cuando sus siddhis se encuentran naturalmente desarrollados en el curso de su evolución psíquica.
No obstante, el Buddha mismo dejó ver algunas veces sus elevados poderes, pero solo para dar ocasión de predicar sus nobles doctrinas e impulsar a sus oyentes a que hiciesen los mayores esfuerzos para espiritualizarse después de haberse “desembrutecido”.
Y todos los otros grandes maestros religiosos han hecho lo mismo.
(Nota: Bikhus son discípulos mendigantes, y Siddhis son los poderes sobrenaturales.)
Opinión de Olcott sobre los fenómenos que produjo Blavatsky
¿No nos decía la misma H.P.B., haciendo milagros, que eso no era más que una parte insignificante y secundaria de la Teosofía?
¿Qué unos eran pura sugestión y los otros maravillas físicas producidas por el conocimiento de las leyes secretas de la fuerza y la materia y por el poder adquirido sobre las razas de elementales que dirigen los fenómenos cósmicos?
Nadie puede negarlo. Nadie puede afirmar sinceramente que ella no haya invariablemente enseñado que las experiencias psíquicas son, en relación con la Filosofía espiritual, lo que las experiencias químicas son a la Química.
Sin duda que ella hizo mal en perder (para asombrar a testigos sin valor) fuerzas que hubieran estado mejor empleadas abatiendo los muros de la Ciencia occidental, despótica e incrédula; a pesar de eso ella convenció de ese modo a ciertas personas que fueron así inclinadas a trabajar por nuestro gran movimiento.
Y entre ellas, algunas de las de mayor valía, pasaron del Occidente a Oriente, por el puente de los fenómenos psíquicos.
Por lo que a mí respecta, diré que las maravillas de poder mental que H.P.B. desplegó ante mis ojos, me prepararon para comprender las teorías orientales de la ciencia espiritual.
Y mi mayor sentimiento es que otros, especialmente aquellos colegas orientales cuyo espíritu estaba maduro para ello, no hayan obtenido los mismos favores.
El médium Henry Slade
(Este es el inicio del capítulo 7)
Nuestra búsqueda del médium terminó por la elección del Dr. Slade para las experiencias de San Petersburgo. El señor Aksakof me mandó mil dólares para proveer a sus gastos y el Dr. Slade se puso en camino según lo convenido.
Pero sea por interés o por vanidad, en todo caso muy desgraciadamente él se detuvo en Londres, Inglaterra, donde dio sesiones espiritistas, hizo sensación y fue arrestado con el pretexto de fraude, a causa de la queja del profesor Lankester y del doctor Donkin.
C.C. Massey lo defendió y arregló su asunto apelando sobre un punto técnico.
Después, en Leipzig, Alemania, Slade proporcionó los célebres experimentos sobre los que el profesor Zollner probó su teoría de la cuarta dimensión.
Luego visitó La Haya en los Países bajos, y otros lugares más antes de ir a San Petersburgo.
Nosotros, antes de enviarlo, sometimos sus poderes al examen de una comisión especial de la Sociedad Teosófica, y ésta (salvo un miembro descontento que redactó una crítica muy injusta) dio al señor Aksakof un certificado de su sinceridad.
Un testimonio de los más instructivos, que probaba una larga e íntima familiaridad, fue dado por su ex socio en negocios, el señor Jaime Simmons, en el número de noviembre de 1893 de la revista Theosophist.
Entonces, ¿Henry Slade engañó a los miembros de la comisión de la Sociedad Teosófica?
ResponderBorrarParece que si.
BorrarEran faciles de engañar. Siempre lo fueron.
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