Rudolf
Steiner afirmó que por medio de su clarividencia él pudo observar
acontecimientos en la vida de Jesús que no se encuentran relatados en los evangelios,
y entre esos eventos hay una importante conversación que Jesús tuvo con su
madre, y la cual a continuación se las transcribo:
« Para poder sentir lo que entonces
vivió el alma de Jesús de Nazaret antes de su bautismo, voy a relatar un suceso
que tuvo lugar hacia fines del tercer decenio de la vida de Jesús. Se trata de
un diálogo que él sostuvo con su madre, es decir con la que desde que se habían
unido en una sola las dos familias, ella había llegado a ser su madre.
Con
ella Jesús siempre se había entendido perfecta e íntimamente. Mucho mejor que
con todos los demás miembros de la familia; o más bien dicho, él se entendía con
todos, más ellos no se entendían lo mismo con él.
(Si
se preguntan por qué Rudolf Steiner habla así de la madre de Jesús, es porque Rudolf
Steiner aseguró que su madre biológica había fallecido cuando Jesús era un
niño, y José se juntó con otra mujer que también se llamaba María, quien lo crió
como si fuera su hijo.)
Anteriormente,
Jesús ya había conversado con su madre sobre diversas impresiones que en su
alma se habían formado, pero en esta ocasión tuvo lugar un diálogo sumamente
importante que nos deja mirar en lo profundo de su alma.
Por
las experiencias que hemos caracterizado, Jesús había llegado a ser sabio, de
modo que su rostro reflejaba infinita sabiduría. Pero también se había formado
en su interior cierta tristeza.
Y
a esto se sumó el que hacia fines del tercer decenio de su vida, cada vez más,
en sus horas de quietud, él recordaba un determinado acontecer: traía a la
memoria el hecho de que a los doce años se había producido el importante
cambio, la revolución en su alma por el traspaso a su ser del alma de
Zaratustra.
En
los primeros tiempos después del penetrar en su ser el alma de Zaratustra, en cierto
modo sólo había sentido en sí mismo el infinito enriquecimiento interior. Al
final de su tercer decenio aún no sabía que él era Zaratustra reencarnado, pero
sí sabía que a los doce años se había producido en su alma un profundo cambio.
Y
ahora, muchas veces le surgió el sentimiento:
¡Cuán diferente había
sido mi vida antes de aquel cambio!
A
menudo recordó el infinito calor anímico de entonces. En su infancia había
estado ensimismado, con caluroso afecto en todo lo que de la Naturaleza habla
al hombre, y con amor a todo lo sublime en ella. Pero había poseído poca
disposición para adquirir los tesoros del saber humano. Poco le había
interesado lo que se aprende por la educación escolar.
(Rudolf
Steiner afirmó que su madre adoptiva tuvo un niño que también se llamaba Jesús,
y en donde habitaba inicialmente el espíritu de Zaratustra, pero a los doce
años el espíritu de Zaratustra se fue a vivir dentro del otro niño Jesús, lo
que provocó que el segundo niño Jesús falleciera.)
Sería
totalmente erróneo creer que hasta los doce años este niño Jesús hubiese tenido
dotes especiales en sentido exterior. Había poseído ternura de corazón,
profunda comprensión por lo humano y viviente sensibilidad, ánimo benigno
angelical.
A
los doce años, todo esto pareció haberle abandonado súbitamente, y ahora
recordó y sintió como antes de la edad de doce años; había estado vinculado a
todo lo profundo del espíritu del mundo y que su alma había estado abierta a
las infinitas vastedades espirituales.
Y
cómo a partir de los doce años, se sintió en su alma apto para apropiarse la
erudición hebrea, la que espontáneamente acogió como de sí mismo; como,
viajando, llegó a conocer los cultos paganos; que tuvo ante el alma el saber y
la religiosidad del paganismo.
Y
además, que entre los dieciocho y veinticuatro años de edad, vivió con las
conquistas civilizadoras de la humanidad; y que aproximadamente a la edad de
veinticuatro años, ingresó en la comunidad de los esenios, donde conoció a una
doctrina oculta y a hombres dedicados a ella.
Todo
esto lo recordó muchas veces. Pero también fue consciente de que con ello, en el
fondo, no reunió en el alma sino lo que desde la antigüedad el hombre había
acumulado en sí mismo; vivió con lo que se ofrecía como tesoros humanos de
sabiduría, de cultura, de conquistas morales.
También
recordó, muchas veces, su vida anterior a los doce años, cuando él se había sentido
vinculado al origen divino de la existencia, cuando todo en él se había basado
en lo elemental y lo primitivo, cuando todo surgió de su ánimo rebosante,
caluroso y lleno de amor, en íntima consonancia con las demás fuerzas del alma
humana.
Y
todos estos sentimientos condujeron entonces a un bien definido diálogo con su
madre.
Ella
lo amaba inmensamente y a menudo había hablado con él sobre todo lo hermoso y
grandioso que en él se había formado desde sus doce años de edad.
Al
principio, él no le había confesado a su madre la disonancia que eso había
suscitado en su interior, de modo que ella sólo había visto lo hermoso y grandioso
de su exterior, y por lo tanto ella ignoraba mucho de lo que (cual una
confesión general) con este diálogo fue dado
Pero
aún así ello lo acogió íntimamente y de todo corazón. Hubo en ella una íntima
comprensión del sentimiento de Jesús y de que él añoraba lo que antes de los doce
años había poseído.
Ella
trató de consolarle, destacando todo lo hermoso y sublime que desde entonces
había aparecido en él. Le recordó el resurgimiento de las grandes doctrinas, la
sabiduría y el tesoro de las leyes del judaísmo y todo cuanto por él se había manifestado.
Con
el corazón oprimido, Jesús escuchó a su madre apreciar lo que él consideró como
algo superado, y le respondió:
- “Todo esto será
cierto, pero ¿Qué importancia puede tener para la humanidad, si por mí o por
otro se hicieran resurgir todos los antiguos magníficos tesoros espirituales
del judaísmo?
En el fondo, carece de importancia lo que de
tal manera pudiera manifestarse. Ciertamente, si ahora en torno nuestro
existiera una humanidad que tuviese oídos para oír el lenguaje de los profetas
antiguos, entonces sí sería provechoso hacer resurgir los antiguos tesoros de
sabiduría.”
Así
habló Jesús para enunciar lo mejor que él había experimentado en las vastedades
celestes, y él añadió:
- “Ya no existen los
hombres que tendrían oídos para oír la sabiduría de Elías, ni de los profetas
anteriores, ni de Moisés, ni de los demás, hasta llegar a Abraham. Hoy no sería
posible enunciar lo que ellos habían dado. El viento se llevaría sus palabras.
Para el mundo de hoy, no tiene ningún valor lo que yo creía haber adquirido.”
Así
habló Jesús de Nazaret y se refirió a que, hacía poco, las palabras de un gran
maestro habían quedado perdidas. Si bien no fue un maestro de la altura de los
profetas antiguos, no obstante fue un importante y profundo maestro, el
bondadoso Hil-lel, el Viejo (75 a. de J. C. - 4 d. de J. C.).
Jesús
sabía muy bien que Hil-lel, el Viejo, aún en los tiempos de Herodes en que no era
fácil ganar prestigio, era muy apreciado dentro del judaísmo, y también sabía
que Hil-lel había pronunciado fervorosas palabras.
De
él se había dicho en el pueblo judío; que la Tora desapareció, pero Hil-lel la restableció.
Y es porque para los que le comprendieron, Hil-lel apareció como renovador de
la primitiva sabiduría judía.
El
anduvo de lugar en lugar como uno de los maestros de la sabiduría; cual un
nuevo mesías anduvo por territorio del pueblo judío. Él era de carácter muy
apacible y todo esto se relata incluso en el Talmud, y también lo verifica la
erudición exterior. La gente lo elogiaba con entusiasmo y decía que él era un
hombre que hacía mucho bien.
Sólo
puedo citar algunos ejemplos para caracterizar cómo Jesús de Nazaret habló a su
madre aludiendo al estado anímico de Hil-lel. Los relatos le caracterizan como un hombre
bondadoso y apacible que por su benevolencia y amor hacía muchísimo bien.
(Luego
a continuación Rudolf Steiner relató una anécdota de la vida de Hil-lel que
omito porque es larga y no es relevante, solo muestra que era un hombre sabio y
paciente.)
Jesús
citó algunas hermosas palabras de Hil-lel, y luego le dijo a su madre:
- “Mira, querida
madre, de
Hil-lel dicen que él es como un antiguo profeta resurgido. Yo pienso que todo
mi saber no proviene únicamente del judaísmo. Pero por más que yo hablara como
había hablado ese gran hombre, Hil-lel, hoy no existen los hombres que podrían
oírlo; semejantes palabras resultarían ahora fuera de lugar; mientras que en
los tiempos remotos eran adecuadas. Pero hoy ya no existen los que tendrían
oídos para oír. Todo lo que de esta manera se dijese, resultaría fútil e
inútil.
Y
como resumiendo lo que en este sentido tenía que decir, Jesús le dijo a su
madre:
- “Ya no es apropiado a
esta tierra lo enunciado por el antiguo judaísmo, pues no están más los
antiguos judíos. Hay que considerarlo como algo sin valor en nuestra tierra.”
De
un modo poco común la madre oyó hablarle de la futilidad de lo que para ella
era lo más sagrado, pero le amaba de todo corazón y sólo sintió un infinito
amor. Y debido a ello se suscitó en la madre algo como una íntima comprensión
de lo que él quiso decirle.
Jesús
siguió hablando y pasó a relatar lo que había experimentado en los lugares del culto
pagano. Recordó en espíritu que se había caído junto al altar pagano, y que
había oído la voz cambiada de la Bath-Kol. Y se encendió en él la luz cual una
renovación de la antigua sabiduría de Zaratustra.
Aún
no sabía claramente que en sí mismo portaba el alma de Zaratustra, pero
mientras hablaba, surgieron en él la sabiduría y el impulso de Zaratustra. En
comunidad con su madre, vivió en él el grandioso impulso de Zaratustra. En su
alma surgió todo lo hermoso y grandioso de la antigua sabiduría solar. Recordó
las palabras de la Bath-Kol y las pronunció para la madre:
AUM, Amén.
Impera el Mal,
testigo de yoidad que se desenlaza,
deuda del propio ser, por otros acarreada,
vivida en el pan de cada día,
en que no domina la voluntad de los
cielos,
porque el hombre se separó de vuestro
reino
Y olvidó vuestro nombre,
Vosotros, Padres en los cielos.
Con
estas palabras, todo lo grandioso, incluso del culto de Mitra, vivió en su alma
como por genialidad interior.
Habló
con su madre sobre la grandeza y la gloria del culto pagano, y sobre lo que
vivía en los Misterios de los pueblos antiguos; mucho de lo cual se había unido
en los Misterios del Asia Occidental y del Sur de Europa.
Pero
en su alma también vivió el sentimiento de que paso a paso ese culto, al caer
bajo la influencia de potencias demoníacas, había sufrido una transformación,
lo que él mismo había experimentado aproximadamente a la edad de veinticuatro
años.
Todo
eso lo recordó, y entonces, también la sabiduría de Zaratustra le apareció como
algo para lo cual ya no era apto el hombre de entonces. Y lo expresó con las siguientes
palabras significativas:
- “Por más que se
aunasen todos los Misterios con todo lo grandioso de los tiempos pasados, los
hombres ya no existen, para oírlo. Todo eso es inútil. Si yo saliera para enunciar
a los hombres lo que oí como la voz cambiada de la Bath-Kol, si yo hablara del
secreto por qué el hombre en su cuerpo físico ya no puede vivir en comunidad
con los Misterios, no existen los hombres que podrían comprenderlo; todo se
pervertiría en fuerza demoníaca. No existirían oídos para comprender mis
palabras. Los hombres han perdido la capacidad para oír lo que antaño se había
enunciado y escuchado.”
Porque
ahora Jesús sabía que aquello que él había oído como la transformada voz de la
Bath-Kol, fue una antiquísima sabiduría sagrada, una oración que pertenecía al
tesoro espiritual de todos los Misterios, oración que había caído en el olvido,
pero que en él surgió al haberse caído junto al altar pagano. Pero Jesús también
vio, y lo expresó en aquel diálogo, que ya no había posibilidad para hacerlo
comprender.
Y
continuando el diálogo, Jesús contó a su madre lo que conoció en la comunidad
de los esenios; habló de lo hermoso, grandioso y de la gloria de la enseñanza
de los esenios, de su benevolencia y de su afabilidad. Y entonces agregó, como
tercera palabra significativa, lo que habla llegado a comprender en su diálogo
visionario con el Buda: “no todos los hombres pueden convertirse en esenios”.
Cuán
acertadas fueron las palabras de Hil-lel: “no te separes de la comunidad, antes
bien, trabaja y actúa dentro del conjunto de todos”.
Y
Jesús entonces comentó:
- “Pues, ¿Qué soy si me
quedo solo? Pero así proceden los esenios: se apartan de los demás, los que de
este modo se vuelven desafortunados.”
Y
después contó a su madre lo que en la conferencia anterior he relatado:
- “Cuando un día salí,
después de un íntimo e importante diálogo con los esenios, percibí en la puerta
que Lucifer y Arimán huían; y desde entonces sé, mi querida madre, que por su
vida y su doctrina oculta, los esenios se protegen a sí mismos de tal manera
que de sus puertas deben huir Lucifer y Arimán. Pero con esto los esenios
envían a Lucifer y Arimán a los demás, para hacerse afortunados a sí mismos.”
Estas
palabras impresionaron profundamente al alma afectuosa de la madre; y se sintió
a sí misma como transformada y en armonía con Jesús.
Pero
Jesús tuvo la sensación como si con este diálogo todo lo que poseía en su
interior se hubiese retirado de él. Lo vio, y la madre lo vio. Cuanto más
hablaba con la madre, cuanto más ella le escuchaba, tanto más la madre supo
cuánta sabiduría había vivido en él, desde la edad de doce años. Más todo
resultó como desvanecido; en cierto modo, Jesús había puesto en el corazón de
la madre todo lo vivido y lo experimentado por él.
(Y
yo sospecho muy fuertemente que todo este “relato clarividente” solamente es un
invento de Rudolf Steiner para explicar por qué Jesús predicó de una manera diferente
a como lo hacían los antiguos profetas judíos.)
Y
Rudolf Steiner terminó diciendo:
Con
este diálogo Jesús también fue transformado, y esto de tal manera que a los
hermanastros y los demás parientes les pareció que él había perdido la lucidez
mental.
Ellos
se pusieron a decir:
- “Cómo lo lamentamos,
ya que él fue tan sabio; siempre estuvo muy callado, pero ahora ya no está en
su juicio. Y lo consideramos como un hombre que ha perdido la conciencia.”
Y
efectivamente, días enteros Jesús anduvo como en estado de somnolencia, y esto
fue debido porque el yo de Zaratustra estuvo a punto de abandonar el cuerpo de
Jesús. Hasta que finalmente surgió en él la decisión que lo condujo, como
movido mecánicamente, al ya conocido Juan el Bautista.
Aconteció
entonces el bautismo en el Jordán a que muchas veces me he referido. Con el
diálogo con la madre se había retirado el yo de Zaratustra, y con ello hubo
nuevamente lo que había existido hasta la edad de doce años, pero acrecentado,
más grandioso.
Y
con el bautismo en el Jordán, entonces se sumergió el Cristo en el cuerpo de Jesús; y
en el mismo instante en que ocurrió el bautismo, la madre sintió algo como el
fin de aquella transformación.
Ella
tenía entonces cuarenta y cinco a cuarenta y seis años, y se sintió a sí misma
como compenetrada del alma de la madre que había muerto, la del niño Jesús que
a los doce años había recibido el yo de Zaratustra. El espíritu de la otra
madre descendió y se unió con la madre con la cual Jesús había sostenido aquel
diálogo. »
(Esto
se encuentra en su libro titulado “El
quinto Evangelio”, en el capítulo 5)
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Y este es un ejemplo
más de lo fantasiosas que pueden llegar a ser las enseñanzas de Rudolf Steiner.
Esto es una barbaridad, da hasta pena ajena. Me fue casi imposible leerlo.
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