TRES PERSONAS SE ENCONTRARON CON LOS MAESTROS EN SIKKIM

 
 
 
Entre septiembre y octubre de 1882, tres teósofos que se encontraban residiendo en la parte sur de la India cruzaron todo el país hasta el noreste de la India para encontrarse con los maestros Kuthumi y Morya, y a continuación les voy a relatar sus historias.
 
 
 
 
KESHAVA
 
R. Keshava Pillai fue un miembro de la Sociedad Teosófica en la ciudad de Nellore (ubicada al sureste de la India) quien se volvió un discípulo en aprobación del maestro Kuthumi, y en el siguiente artículo él relató el viaje que él efectuó con Blavatsky en septiembre de 1882 para ir a encontrarse con los maestros transhimaláyicos.
 
Blavatsky en ese entonces vivía en Bombay (ciudad ubicada en el oeste de la India).
 
 
« Le oré fervientemente a mi Maestro para que se me permitiera la felicidad de verlo en su cuerpo físico, y en uno de mis sueños (creo que fue a finales de mayo de 1882) mi venerable maestro me respondió que debería tener que ir al Himalaya.
 
A partir de ese momento tomé el "Diksha" (voto) que mis hermanos aquí conocen muy bien. Y después de aproximadamente cuatro meses, y tan pronto como mis asuntos privados me lo permitieron, inicié mi peregrinación.
 
 
 
 
ENCUENTRO CON BLAVATSKY
 
De Nellore partí hacia Madrás, habiendo dicho claramente a dos o tres de mis amigos y hermanos que iba a ver los pies benditos de mi más venerado Gurú – al otro lado en el Himalaya.
 
Salí de Madrás la tarde del 11 de septiembre de 1882 en el tren y llegué a la sede de la Sociedad Teosófica en Bombay el 13 de septiembre. Ese día fui presentado como "R. Casava Pillai, Secretario de la Rama de Nellore" por la Señora Coulomb a otros teósofos que casualmente llegaron allí.
 
El día 14, la Señora Coulomb y yo viajamos en el carruaje de la Sociedad Teosófica hasta la oficina del Sr. Tukaram Tatya, FTS, y ella me lo presentó. Luego, el Sr. Tukaram Tatya y yo fuimos a la Compañía de Seguros de Vida Oriental.
 
Ese día por la tarde, en presencia de Madame Blavatsky, la Sra. Coulomb, el Sr. Tukaram Tatya, Damodar K. Mavalankar y otro teósofo cuyo nombre desconozco, recibí una carta que cayó del techo justo sobre mi cabeza. Era de mi Gurú Deva.
 
La carta que escribí en respuesta la puse en presencia de las personas mencionadas (excepto Tukaram Tatya que había abandonado el lugar en ese momento) justo cerca de la estatua del Señor Buda sobre el estante del salón. Y en nuestra presencia la carta desapareció.
 
Esa misma noche, mientras me iba a acostar en la habitación del Coronel Olcott, con todas las puertas cerradas y con buena luz de lámpara, me sobresalté al ver salir, por así decirlo, de la sólida pared, la forma astral de mi más venerado Guru Deva, y me postré ante él, y él me bendijo y me deseó que fuera a verlo allá en los Himalayas, en buen idioma telugu.
 
La conversación que tuvimos entre nosotros es demasiado sagrada para mencionarla aquí, y luego desapareció de la misma manera que apareció.
 
 
 
 
VIAJE AL NOROESTE
 
Al día siguiente, 15 de septiembre, Madame Blavatsky y yo partimos hacia el Norte. El señor y la señora Coulomb, Damodar K. Mavalankar, el señor Tukaram Tatya y otro teósofo (todos en tres carruajes) nos acompañaron hasta la estación de tren.
 
En nuestro camino, el día 16, más allá del cruce de Bhosawal entre las estaciones de Chandani y Khandwa, encontré que los puentes sobre un pequeño afluente del Tapti habían sido arrastrados por el desbordamiento de este último río; y el camino por unas dos millas más o menos sufrió por ello.
 
Luego tuvimos que bajar y cruzar el río en barca. Algunas maletas de Madame Blavatsky que contenían su ropa y otros artículos necesarios fueron olvidadas por error en el barco, y todos subimos al tren al otro lado del río, sin notar que esas maletas habían quedado atrás. Creo que después de pasar la estación de Khandwa, Madame Blavatsky descubrió que faltaban esas maletas y bajó con su sirviente Babula, y demás.
 
El tren partió hacia el Norte, dejando atrás a Madame Blavatsky, y yo viajaba en un vagón de tercera clase. Así que tuve que encontrarme con ella nuevamente en Allahabad el 18 de septiembre (yo me quedé allí la noche del 17).
 
En mi camino de Khandwa a Allahabad, entre el 16 y el 17, tuve que viajar solo. El día 17 cuando me encontraba unas pocas estaciones al sur de Allahabad, con sólo dos o tres pasajeros en el compartimento, tuve la suerte de ver caer sobre mí una carta desde lo alto del vagón. Madame Blavatsky en ese momento debía haber estado en algún lugar entre Sahagpore y Jabbalpore, a unas 250 millas de distancia de mí. Esta carta estaba en la caligrafía familiar de mi Mahatma, haciendo referencia a una carta que le había escrito en Bombay y que desapareció de la estatua del Señor Buda.
 
Cuando me encontré con Madame Blavatsky el día 18 en Allahabad, ambos junto con Babula, partimos en tren hacia el Norte y llegamos a Chandernagore la mañana del 19.
 
Allí dejé a Madame Blavatsky y a su sirviente cerca de la estación de tren, crucé el Hughly en un barco hasta el otro lado, caminé unas 5 millas hasta la estación de Nalhati y luego tomé el tren hacia Siliguri, adonde llegué el día 20 temprano en la mañana, y tomé el tren hacia Darjiling, lugar al que llegué alrededor de la tarde y me encontré con Babaji Dharbagirinath esa misma noche, justo cuando me encontraba en el mayor aprieto para encontrar mi camino hacia el Norte.
 
Estuvimos los dos juntos hasta el 28. Viajamos juntos, tanto a caballo como a pie, por Bután, Sikkim, etc. Visitamos varios "Gumpas" (templos). Tuve que cruzar y volver a cruzar el río Ranjit más de dos veces, tanto por el puente giratorio como por el ferry.
 
En el curso de estos viajes, cerca de Pari o Parchong en la frontera norte de Sikkim, tuve la buena fortuna y la felicidad de ver los pies benditos de los más venerados Maestros Kut Humi y Morya en sus cuerpos físicos.
 
Los personajes muy idénticos cuyos cuerpos astrales había visto en mis sueños desde 1869, y en 1876 en Madrás, y el 14 de septiembre de 1882 en el cuartel general de Bombay.
 
Además, también vi a algunos discípulos avanzados, y entre ellos, al bendito Djwal Khul.
 



 
 
ATACADO POR MAGOS NEGROS
 
La tarde del 26 de septiembre, ambos nos enteramos de que Madame Blavatsky y Ramaswamy Iyer habían venido a Darjilling y se alojaban en el búngalo de Babu Parvati Churn Roy (recaudador adjunto y magistrado adjunto y superintendente del estudio Dehra-Dhun): "Willow-Cot"; los encontramos allí y creo que Babu Nobin Krishna Bannerji y otros de Bengala se unieron a nosotros posteriormente.
 
En el curso de nuestros viajes por Bután, Sikkim y Tíbet, tuvimos que pasar una o dos noches en un pueblo de Bután donde abundan los dugpas. Habiendo permanecido todo el día en un "Gumpah" perteneciente a esa secta de los "Dugpas" o "Gorros Rojos" tan hábiles en magia negra, y nosotros habiendo sido bastante indiscretos al hablar mal de su secta, nos habíamos colocado sin querer en gran peligro.
 
Estos "Dugpas" o sus "Lamas" habiendo sospechado que pertenecíamos a la otra escuela de los Gelugpas o los Magos Blancos de quienes son enemigos empedernidos, ellos comenzaron a ejercer su influencia maligna o "Jadu" sobre nosotros esa noche, mientras estábamos refugiándonos en la terraza de la casa de un hombre pobre en Darjiling.
 
Y menciono esto solo como una de las formas en que fuimos protegidos por los Maestros en ese terrible país de la magia negra. Y Madame Blavatsky, aunque en ese momento estaba en algún lugar de Calcuta o Chandernagore o en algún otro lugar, ella estaba también tomando parte activa en nuestra seguridad personal.
 
Cuando me encontré con Ramaswamier en Darjiling, él me preguntó si nos había sucedido algo muy particular esa noche (la peligrosa noche en la que estuvimos expuestos a la influencia Dugpa).
 
Cuando le pregunté por qué había hecho esa pregunta, él me respondió que Madame Blavatsky le había dicho el día anterior que nosotros (D. Nath y yo) nos estábamos exponiendo a la influencia Dugpa y estábamos en medio del mayor peligro.
 
 
 
 
EL VIAJE DE REGRESO
 
Me despedí de Madame Blavatsky y de mis otros amigos en Darjiling el día 28, tomé el tren para Siliguri a las 10 a.m. y llegué a las 7 p.m.
 
Un babu bengalí, un plantador de té viajó conmigo desde Darjiling. Pasé la noche en Siliguri porque estaba muy cansado. Dormí esa noche en la casa del tendero del ferrocarril, un caballero bengalí muy hospitalario. El día 29 tomé el tren para Calcuta y llegué allí la mañana del día 30. Me quedé en Calcuta y estuve en Kalighat ese día.
 
El tren partió esa noche hacia Gya vía Bankipore y llegó al lugar el 1 de octubre. Estuve en Gya los días 1 y 2 y vi a un gran sabio budista que se encuentra en ese lugar. Ahí recibí una carta de mi Gurú Deva en la forma ocultista habitual.
 
El día 2, alrededor del mediodía, partí hacia Allahabad, lugar al que llegué temprano el día 3. Me quedé en Allahabad los días 3 y 4, y lo dejé la tarde del 4 hacia Jubbulpore en tren, al que llegué el día 5. Esa mañana fui al río Nerbudda que está a unas cinco millas de Jubbulpore, y me bañé en el río.
 
El día 6 tomé el tren hacia Bombay y llegué al lugar alrededor de las 10 de la mañana. Fui a la central y comencé ese mismo día a las 2 de la tarde por tren. Tenía la intención de quedarme uno o dos días en Bombay, pero los telegramas y cartas que me esperaban desde Madrás no me permitieron esa opción. Llegué a Madrás la mañana del 9 de octubre de 1882.
 
Desde Siliguri y Gya, le había escrito a mi cuñado en Madrás acerca de haber visto a mi más venerado Guru Deva en el Himalaya, y él me dice que tiene las cartas intactas.
 
El 10 de octubre de 1882, visité al Sr. G. Muttu Swamy Chetty, juez del tribunal de causas menores de Madrás, y les informé a él y a sus hijos, el Sr. Lalpett y el Sr. Rajulu Naidu, FTS, que había visto a los Mahatmas.
 
El día 11 vi a mi estimado amigo, T. Velayudam Mudelliar, Tamil Pundit, Presidente del Colegio en Madrás, a quien también le conté el hecho de haber visto a los Mahatmas.
 
Al llegar a Nellore y unirme a mi oficina el día 16, se convocó una reunión de los miembros de la Sociedad filial de Nellore, cuando informé a mis hermanos cómo había visto el cuerpo astral de mi Gurú en la sede de Bombay, y también cómo había sido bendecido al poder ver y estar en compañía de los Más Reverenciados Mahatmas en los Himalayas más allá de Bután. Lo anterior son los hechos tal como los viví, y los hechos son cosas sólidas»
(The Indian Mirror de Calcuta del 3 y 7 de marzo de 1885, p.2)
 
 
 
 
 
 
 
 
BLAVATSKY
 

 
Blavatsky no fue únicamente de visita sino sobre todo porque ella se encontraba muy gravemente enferma, por lo que ella necesitaba ir al ashram de su maestro Morya para que él la curara.
 
Este ashram se encontraba en Sikkim que en ese entonces era un reino independiente fronterizo a donde no se podía entrar sin autorización de la monarquía Chogyal.
 
Y por lo tanto cuando se quería viajar de la India al Tíbet se llegaba a la ciudad fronteriza de Darjiling y se solicitaba el permiso al gobierno de Sikkim (quien tenía reputación de ser déspota) para poder cruzar su pequeño territorio.
 
 
 
Blavatsky le escribió a Alfred Sinnett:
 
« Esta vez sí que tengo algo grave, tengo la enfermedad de Bright y otros padecimientos. Esto me llegó, primero debido a la humedad y el calor de Bombay, en segundo lugar por inquietarme y preocuparme»
(Cartas B a S, p.37)
 
 
El maestro Kuthumi también le escribió a Sinnett sobre este asunto:
 
« Actualmente no me encuentro en casa, sino muy cerca de Darjiling, en la Lamasería (que es donde quiere ir la pobre Blavatsky).
 
Pensaba irme a finales de septiembre, pero lo más probable es que también tendré que entrevistarme personalmente con la vieja Dama si es que Morya la trae aquí. Y él tiene que traerla o la perderá para siempre, al menos en lo que concierne a la triada física [se refiere a los cuerpos físico, astral y de vitalidad]. »
(CM 24B, p.190)
 
 
Después de la visita, Blavatsky le escribió a Sinnett desde Darjiling, el 9 de octubre de 1882, y le contó la feliz experiencia que ella tuvo en la Lamasería:
 
« ¿Cómo supiste que estaba aquí?  Pues bien, ahora que ya no hay peligro de tu bendito gobierno y de sus funcionarios, iba a escribirte yo misma y a explicarte el motivo de mi sigilo “que es generalmente tan repulsivo a tus sentimientos europeos”.
 
El hecho es que si no hubiese dejado Bombay con el mayor sigilo, si no hubiese ido de incógnito hasta que logré llegar a Sikkim, entonces nunca me hubiesen permitido entrar sin molestarme, y no hubiese visto a Morya y a Kuthumi ambos en sus cuerpos.
 
¡Oh Señor, ya estaría muerta ahora!
¡Oh benditos estos dos días!
 
Fue como en los viejos tiempos cuando me visitaba un oso. La misma clase de cabaña de madera, una estructura cuadrada dividida en tres compartimentos que son los cuartos, y en medio de una jungla, soportada por cuatro postes de pelicano. Los mismos discípulos amarillos deslizándose sin hacer ruido. El mismo eterno sonido “glu, glu, glu” de la inextinguible pipa chelum de mi Maestro. El mismo ambiente de amueblado, pieles y cojines rellenos de cola de yak y platos para la sal, el té, etc., etc.
 
Pues bien, cuando me fui a Darjiling, enviada por ellos “fuera del alcance de los discípulos que podrían enamorarse de mi belleza” como dijo muy cortes mi jefe, al día siguiente ya había recibido una nota que te adjunto, del Asistente del Comisionado. ¡Advirtiéndome de no ir al Tíbet!
 
Tuve mucha suerte porque cuando los seis o siete bâbus que durante mi viaje se pegaron como parásitos fueron a pedir su pase para Sikkim, categóricamente se les denegó junto con insultos y mofas para la Sociedad Teosófica.
 
Pero luego tuve mi revancha. Le escribí al Asistente del Comisionado y le dije que tenía un permiso del Gobierno. Y el hecho que el gobierno no respondiera por mi seguridad era de poca importancia ya que yo estaría más segura en el Tíbet que en Londres, y que después de todo, ya había ido veinte o treinta millas más allá del territorio de Sikkim y que me había quedado ahí dos días y que nada malo me pasó.
 
Estoy todavía muy débil y debó terminar. El jefe te envía sus saludos afectuosos, lo vi anoche en la casa del Lama. »
(Cartas B a S, p38)
 
 
 
 
 
 
 
 
RAMASWAMIER
 

 
Uno de esos entrometidos que siguió a Blavatsky con la esperanza de poder también ver a los maestros fue el brahmán S. Ramaswamier quien residía en Tinnevelly (ciudad completamente al sur de la India), donde trabajaba para el Gobierno como Registrador de Garantías del Distrito.
 
Ramaswamier se había vuelto un discípulo del maestro Morya, y en una carta él le contó su aventura a su amigo Damodar:
 
 
« Cuando nos encontramos por última vez en Bombay, te dije lo que me había pasado en Tirunelveli. Habiéndose deteriorado mi salud por trabajo y preocupaciones, pedí un permiso de ausencia por razones médicas, el cual me fue concedido.

Un día del pasado mes de septiembre de 1882, mientras estaba leyendo en mi cuarto, me fue ordenado por la voz audible de mi bendito Gurú Morya-Mahârshi, el dejar todo e irme inmediatamente a Bombay, a donde tenía que ir en busca de la Sra. Blavatsky, encontrarla y seguirla a dondequiera que ella fuese. Sin perder un instante, dejé de hacer lo que estaba haciendo y me fui a la estación. Ya que el tono de esa voz es para mí el sonido más divino de la naturaleza y sus ordenes imperativas.

Viaje en mi vestimenta mística, pero al llegar a Bombay, me encontré con que la Sra. Blavatsky ya se había ido y me enteré a través de ti [Damodar residía en el Cuartel General] que se había ido hacía unos pocos días antes, que ella estaba muy enferma y que más allá del hecho de que ella se había ido del lugar de manera muy repentina con un chela, tú no sabías nada de su paradero. Y ahora debo decirte lo que me ocurrió después de dejarte.





SIGUIENDO A BLAVATSKY

Realmente no sabiendo hacía donde ir, tomé un boleto a Calcuta, pero al llegar a Allahabad, escuché la misma bien conocida voz mandándome ir a Baharampur. En el trayecto, conocí en el tren de la manera más providencial, a algunos caballeros bengalíes (que en ese momento no sabía que también eran teósofos, ya que no los había visto antes) quienes también andaban en busca de la Sra. Blavatsky. Dijeron que sabían que ella se dirigía al Tíbet y querían acompañarla para poder postrarse a los pies de los Mahatmas.

De Baharampur fui a Calcuta para encontrarme con el hermano Nobin K. Banerji, Presidente de la Sociedad Teosófica de Adhi Bhoutic Bhratru, quien con otros también estaba arriesgando todo con la esperanza de ver a los Mahatmas. Esperaba que pudiera decirme donde estaba la Sra. Blavatsky, pero no quiso decirme o quizás él mismo no lo sabía entonces. Finalmente el día 23, el Sr. Nobin me llevó de Calcuta a Chandernagore, en donde encontramos a la Sra. Blavatsky preparándose para tomar un tren.

Un chela melenudo alto, de piel oscura, que por su vestido supuse que era tibetano, me dijo que yo ya había llegado muy tarde, que la Sra. Blavatsky ya había visto a los Mahatmas y que él la había traído de regreso. No quiso escuchar mis suplicas para que me llevase con él, diciéndome que él no tenía otras órdenes que lo que ya había ejecutado a saber, llevarla alrededor de veinticinco millas de un cierto lugar que él me mencionó y que ahora él iba a encargarse de cuidarla para que llegara sana y salva a su casa y que después de esto se regresaría.

En eso estábamos, cuando el tren llegó, ella subió al vagón y antes de que sus propias cosas pudiesen incluso ser colocadas en el furgón de equipaje, el tren, en contra de todos los reglamentos y antes de que sonara la campana, arrancó, dejando en la estación al Sr. Nobin, a los caballeros bengalíes e incluso al sirviente de la Sra. Blavatsky. Teniendo solo tiempo de subirse al tren un Bâbu, su esposa y la hija de otro. Todos ellos teósofos y candidatos al chelado. Yo mismo apenas tuve tiempo de saltar en el último vagón. Todas sus cosas, con excepción de su caja con la correspondencia teosófica se quedaron en el andén con su sirviente.

El Sr. Nobin y el sirviente llegaron cinco días después a Darjiling, pero incluso aquellos que abordaron el tren, se quedaron cinco o seis estaciones atrás debido a otro incidente imprevisto, alcanzando Darjiling también unos cuantos días después. No se requiere de una gran imaginación para concluir que quizás los Mahatmas estaban conduciendo a la Sra. Blavatsky y que por alguna razón que solo ellos sabían, no querían que nosotros la siguiéramos y observáramos. Los primeros días de su llegada, la Sra. Blavatsky estuvo viviendo en la casa de un caballero bengalí, un teósofo rehusándose ver a nadie.

(Menciona a muchos bengalíes porque toda esa región corresponde al estado de Bengala Occidental situado al oeste del Bangladesh.)

A todas nuestras importunaciones, solo pudimos obtener de ella una respuesta; que no teníamos por qué estarla siguiendo de cerca, que ella no nos quería allí y que ella no tenía derecho a disturbar a los Mahatmas con toda clase de preguntas y de suplicas que solo concernían a quien las hacía, ya que cada uno conocía sus asuntos mejor que nadie. Que si queríamos ir al Tíbet éramos libres de hacerlo, pero que a ella misma le estaba prohibido ir justo ahora al Tíbet. Dijo que ella tenía que permanecer en los alrededores de Darjiling y que vería al Mahatma en el territorio de Sikkim, en donde NO se nos permitiría seguirla.
 


 
 
 
CRUZANDO LA FRONTERA

En desesperación, me decidí, pasará lo que pasará, a cruzar la frontera, que está a un poco más de diecinueve kilómetros de allí, y encontrar a los Mahatmas o – MORIR. Nunca me detuve a pensar que lo que estaba a punto de emprender sería considerado como el acto arrebatado de un lunático. Tampoco hablaba ni entendía ni una sola palabra de bengalí, urdu, nepalés o las lenguas del Bután y el Tíbet. No tenía ni permiso, ni pase del Râja de Sikkim y no obstante, estaba decidido a penetrar en el corazón de un Estado independiente en donde, si algo me pasaba, las autoridades Anglo-Indas no podrían protegerme, dado que había pasado sin permiso. Pero nunca pensé en eso, ya que estaba resuelto y absorto en una sola idea: encontrar y ver a mi Maestro.

Sin decir ni una sola palabra a nadie de mis intenciones en la mañana del 5 de octubre, partí en busca del Mahatma. Tenía un paraguas y un bastón de peregrino como únicas armas, con unas cuantas rupias en mi monedero. Llevaba puesta mi vestimenta y gorro amarillo. Cada vez que me sentía cansado en el camino, mi traje me permitía obtener fácilmente un pequeño caballo, por una poca cantidad de dinero.

La misma tarde alcancé las márgenes del Rio Rangit, el cual forma la frontera entre la India y el reino de Sikkim. Traté de cruzarlo a través un puente suspendido, construido con bejucos, pero se balanceaba de un lado a otro en tal medida que yo, que nunca había conocido en mi vida lo que eran las penalidades (perteneciendo a la casta más prestigiosa) no pude resistirlo. Por lo tanto, preferí cruzar el río por el transbordador, y esto incluso con bastante peligro y dificultad (rodeado de montañas no ha de ser un rio fácil de cruzar).





ENCUENTRO CON EXTRAÑOS

Toda esa tarde viajé a pié, penetrando más y más adentro del corazón de Sikkim a lo largo de una estrecha senda. No puedo decir ahora cuántos kilómetros recorrí antes del atardecer, pero estoy seguro de que no fueron menos de treinta o cuarenta kilómetros. De un lado al otro, no veía nada más que junglas y bosques impenetrables a todo mí alrededor, mitigados a largos intervalos por chozas solitarias pertenecientes a la gente de la montaña.

En el crepúsculo, comencé a buscar un lugar en dónde descansar durante la noche. En la tarde me había encontrado en el camino a un leopardo y a un gato salvaje, y estoy asombrado ahora que lo pienso, cómo es que entonces no sentí miedo ni traté de correr. Durante todo el tiempo me sostenía alguna influencia secreta. Nunca pasó por mi mente el miedo o la ansiedad. Quizás en mi corazón no había lugar para otro sentimiento que no fuese una intensa ansiedad por encontrar a mi Maestro.

Cuando ya estaba oscureciendo, observé una choza solitaria a unos cuantos metros de la orilla del camino. Dirigí mis pasos hacia ella con la esperanza de encontrar alojamiento. La ruda puerta estaba cerrada con llave. No había nadie en la cabaña en ese momento. La examiné por todos lados y encontré una pequeña ventana por el lado poniente. Era en verdad pequeña, pero lo suficiente para que pudiese introducirme por ella. Por una extraña coincidencia de circunstancias, el montañés había olvidado cerrarla cuando salió.

Al entrar, encontré que el cuarto se comunicaba con otro cuarto por medio de una pequeña puerta y que los dos ocupaban todo el espacio de la selvática mansión. Aseguré la puerta del cuarto y la única ventana. Me recosté concentrando como de costumbre todo pensamiento en mi Maestro y pronto caí profundamente dormido.

Deben haber sido entre las diez y once, o quizás un poco más tarde, cuando me desperté y escuché sonido de pasos en el cuarto anexo. Podía claramente distinguir a dos o tres personas hablando entre ellos en un dialecto desconocido para mí. No dejo de estremecerme cada vez que me acuerdo de esto. Pudieron haber entrado en cualquier momento al cuarto donde me encontraba y asesinarme por mi dinero. Y si me hubiesen confundido con un ladrón la misma suerte me hubiese esperado.

En un periodo inconcebiblemente corto se agolparon en mi mente éste y otros pensamientos similares, pero mi corazón no palpitó de miedo. No sé qué influencia secreta me mantenía firme, pero nada pudo sacarme de quicio o hacerme tener miedo. Estaba perfectamente calmado, aunque me mantuve despierto mirando en la oscuridad por más de dos horas, e incluso caminé por el cuarto suave y lentamente sin hacer ningún ruido, planeando mi escape en caso de necesidad, hacia el bosque por el mismo camino por el que había efectuado mi entrada en la choza. Pero vuelvo a repetirlo, no tuve ningún miedo, ni tampoco entró jamás en mi corazón un sentimiento semejante.

Volví a acomodarme para descansar y después de haber dormido profundamente, sin ser disturbado por ningún sueño, me desperté al amanecer. Luego, apresuradamente me puse mis bota y cautelosamente salí de la choza a través de la misma ventana. Podía escuchar los ronquidos de los dueños en el otro cuarto y sin perder el tiempo, volví a tomar el sendero hacia la ciudad de Sikkim, manteniendo mi paso con incansable celo.

Considerándolo en retrospectiva, puedo ver ahora la mano protectora de mi venerable Maestro. Desde los rincones más profundos de mi corazón, le daba las gracias por la protección que me había concedido durante la noche.

¿Qué fue lo que impidió a los dueños de la choza penetrar en el segundo cuarto?

¿Qué fue lo que me mantuvo en el mismo espíritu calmado y sereno, como si estuviese en un cuarto de mi propia casa?

¿Qué habrá sido lo que me hizo dormir tan profundamente bajo tales circunstancias, habiendo una enorme selva oscura por todos lados, abundante en bestias salvajes y un grupo de degolladores – como se dicen que son la mayoría de los habitantes de Sikkim – en el cuarto de al lado?





RUMBO A LA CIUDAD DE SIKKIM

Cuando se hizo más claro el día, dirigí mi camino a través de colinas y valles. Cabalgando o caminando, los senderos que seguí no hubiesen sido una jornada agradable para nadie, a no ser que hubiese estado tan profundamente absorto en pensamiento como lo estaba yo entonces.

Seguía el camino a la ciudad de Sikkim, creo que eran entre las ocho y nueve de la mañana, y la gente que encontraba en el camino me aseguraba que podría cruzar fácilmente al Tíbet en mi vestimenta de peregrino, cuando de repente vi a un jinete solitario galopando hacia mí desde la dirección opuesta. Por su alta estatura y su habilidad en el manejo del caballo, supuse que sería un oficial militar del Râja de Sikkim.

¡Pensé entonces que ahora sí me habían atrapado!

Me pedirá que le enseñe mi pase y que le diga qué hago en territorio independiente de Sikkim, y quizás me arrestará enviándome de regreso, sino es que algo peor. Sin embargo, a medida que se aproximaba a mí, tiró de las riendas del caballo, deteniendo el paso. Lo miré y lo reconocí… Estaba ante la tremenda presencia de él, del mismo Mahatma, mi propio venerado Maestro al quien había visto en su cuerpo astral en el balcón en el Cuartel General Teosófico. Era él, el “HERMANO Himâlayico” de la inolvidable noche del pasado mes de diciembre, el que tan amablemente había dejado caer una carta en respuesta a una que yo le había dado solo una hora antes a la Sra. Blavatsky en un sobre sellado, la cual nunca perdí de vista durante ese intervalo.

En ese mismo instante me vi postrado en tierra a sus pies. Por orden suya me levanté y pausadamente contemplé la imagen que conocía tan bien, ya que había visto su retrato (el que está en posesión del coronel Olcott) innumerables veces. No sabía que decir: el gozo y la reverencia ataron mi lengua. La majestuosidad de su semblante, el cual me parecía ser la personificación del poder y del pensamiento, me mantuvieron extasiado con temor reverente. Finalmente estaba cara a cara con “el Mahatma del Himâvat” y él no era un mito, ni la “creación de la imaginación de un médium” como algunos escépticos lo han sugerido. Tampoco era una alucinación, puesto que ya eran entre las nueve y diez de la mañana, y el sol brillaba siendo un testigo silencioso de la escena desde arriba. Lo veía a ÉL ante mí, en carne y hueso, y él me hablaba en acentos afectuosos y dulces.

¿Qué más podía desear?

Mi exceso de felicidad me puso mudo. No fue sino hasta que transcurrió un cierto tiempo que fui capaz de pronunciar unas cuantas palabras, animado por su amable tono de voz. Su tez no es tan clara como la del Mahatma Kuthumi, pero nunca había visto un semblante tan bello, una estatura tan alta y majestuosa. Como en su retrato, el tiene una corta barba negra y pelo negro largo que le llega hasta el pecho. Solo su vestimenta era diferente, en vez de una toga suelta blanca, vestía una capa amarilla con lienzos de piel. Y en su cabeza, en vez de un pagri (turbante), portaba un gorro de fieltro tibetano amarillo, como he visto que lo usan algunos butaneses en este país.

Cuando pasaron los primeros momentos de arrobamiento y sorpresa, y comprendí calmadamente la situación, tuve una larga conversación con él. Me dijo  que ya no continuara más adelante, porque la pasaría muy mal. Dijo que debía esperar pacientemente si quería llegar a ser un discípulo plenamente aceptado, que eran muchos los que se ofrecían como candidatos, pero solamente muy pocos llegaban a demostrar que eran merecedores. Ninguno era rechazado, pero todos ellos debían ser probados y la mayoría fracasaban. Que algunos, en vez de comprometerse y ser aceptados este año, habían tenido que renunciar por un año. Vi que el Mahatma hablaba muy poco inglés o al menos así me pareció y a mí me habló en mi lengua materna que es el Tamil.

(Esta constatación me muestra que la narración es verídica, debido a que es un detalle que casi nadie sabía, ya que casi nadie se había comunicado verbalmente con el maestro Morya; yo lo sé porque en una carta el maestro Kuthumi le dice a Sinnett: “Morya sabe muy poco inglés y detesta escribir” [CM14, p.84], solo que las Cartas Mahatma se hicieron públicas hasta en 1923. ¡40 años después!)

Me dijo que si el Chohan le permitía a la Sra. Blavatsky visitar Parijong, entonces yo podría ir con ella. Los teósofos bengalíes que siguieron a la Sra. Blavatsky verán que ella tenía razón en tratar de disuadirlos de seguirla ahora. Le pregunté al bendito Mahatma si podía contar a otros lo que vi y escuché. Me contestó afirmativamente y que además haría bien en escribirte y describirte todo.

Quisiera que tengas en mente toda esta situación y pedirte que no pierdas de vista que lo que vi no era solamente una mera “apariencia” o el cuerpo astral del Mahatma como lo vimos en Bombay, sino el hombre vivo y en su propio cuerpo físico. Cuando le ofrecí mi namaskarams (postraciones de despedida), me dijo que estaba complacido de acercarse a la India para ver a su discípula Blavatsky. Antes que él partiera, dos hombres más llegaron a caballo, supongo que eran sus ayudantes, probablemente chelas, ya que estaban vestidos como lamas gelung y ambos como él mismo, con pelo largo ondeado por detrás de sus espaldas. Cuando el Mahatma partió, lo siguieron a trote suave.





REGRESO A CASA

Por más de una hora me quedé mirando el lugar que el apenas había dejado, y luego lentamente comencé a regresar por donde había llegado. Fue entonces que me di cuenta por primera vez de que mis largas botas habían apretado mis piernas en varios lugares, que no había comido nada desde el día anterior, y que estaba demasiado débil para caminar más allá. Cada parte de mi cuerpo me dolía. A poca distancia vi a unos pequeños comerciantes con sus caballos de campo, llevando cargas. Alquilé uno de esos animales y en la tarde llegué al rio Rangit y lo crucé. Un baño en sus frías aguas me revivió. Compré algunas frutas en el único bazar que había allí y comí gustosamente.

Tomé otro caballo y llegué a Darjiling en las primeras horas de la noche. No podía ni comer, ni sentarme, ni estar de pie. Me dolía toda parte de mi cuerpo. Parece ser que mi ausencia había alarmado a la Sra. Blavatsky. Cuando le conté lo sucedido, ella me regañó por mi temerario y loco intento de ir al Tíbet de esa manera. … Por favor muéstrale mi carta al coronel Olcott, ya que él fue el primero en abrir mis ojos al Jnana Marga [“el sendero del conocimiento”] y que estará contento por el éxito (más del que merezco) que he obtenido. Más adelante le daré detalles personalmente.
Darjiling, 7 octubre 1882.  »
 
(The Theosophist de diciembre de 1882, p.67-69)




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El encuentro con el maestro Morya fue el 6 de octubre de 1882, y poco después de los hechos narrados en su carta, Ramaswamier recibió una carta del maestro Morya en la que además de confirmar la autenticidad de su relato, el Maestro le pedía que relatara lo ocurrido para que la gente supiera de la existencia de los Maestros transhimaláyicos.

Esta carta dice:

« Ramaswamier se pondrá la túnica de un asceta vedantino regular, incluso hasta el moño si es necesario, y enviará su ropa inútil a Bombay. Debe viajar de pueblo en pueblo a lo largo de la línea a Allahabad y predicar la Teosofía y el Vedantismo.

Todos deben saber que él es mi chela y que me ha visto en Sikkim. Él debe informar constantemente a Upasika [Blavatsky] de sus movimientos y finalmente unirse a ella en Allahabad, y también recibir mis órdenes a través de ella. Toda su aspiración y preocupación debe estar dirigida hacia un fin: convencer al mundo de nuestra existencia.
. . .
Vístete de peregrino a partir de hoy, y dile a tus amigos que has recibido órdenes directas mías: cómo o de qué manera no es asunto de nadie. Silencio, discreción y valentía. Ten mis bendiciones sobre tu cabeza, mi buen y fiel hijo y chela.
M.·. »
(Cartas de los Maestros de Sabiduría II, N°50)


Y la mejor prueba de que Ramaswamier siguió las instrucciones de su Maestro es el hecho de que él fundó cuatro logias de la Sociedad Teosófica mientras viajó de Darjiling a Bombay.



 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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