LAS PROYECCIONES ASTRALES QUE EXPERIMENTÓ EL CORONEL OLCOTT

 
 
El coronel Olcott en sus recuerdos relató las siguientes experiencias que él tuvo con la proyección astral:
 
 
 
LA PROYECCIÓN DEL DOBLE ASTRAL
 
Todas las teorías y todas las especulaciones relacionadas con la doble astral naturaleza del hombre, (es decir que los humanos poseen un cuerpo astral o fantasmal, así como un cuerpo físico) no nos conducen nunca sino al punto en que se piden pruebas antes de dejarse ir más lejos.
 
El espíritu materialista considera este hecho que sobrepasa a la experiencia corriente, tan increíble que está más que dispuesto a despreocuparse de este asunto considerándolo como una fantasía que ha aceptarlo como una hipótesis discutible.
 
De esa manera es como lo han tratado los hombres de ciencia, y si un investigador más osado se arriesgara a proclamar su convicción, entonces compromete ese carácter de fría prudencia que es considerado (muy equivocadamente por cierto) el signo distintivo del verdadero autor de descubrimientos científicos.
 
Sin embargo se han publicado varios libros precisos y sugestivos como: “La Humanidad Póstuma” d’Assier, y especialmente “Los Fantasmas de los Vivientes” de los señores Gurney, Myers y Podmore, que presentan una acumulación de observaciones imposibles de negar, aunque difíciles de creer.
 
Parece que este asunto estuviese ya fijado por esos millares de fenómenos debidamente registrados, y ya sería tiempo de que se rehusase aceptar la autoridad del metafísico que fingiese ignorados.
 
No obstante, si la razón puede ser convencida con tantos ejemplos, no puede conocerse la existencia real del cuerpo astral, y la posibilidad de separarlo de la envoltura física durante la vida más que de dos maneras:
 
  -  o ver el cuerpo astral de otra persona,
  -  o bien proyectar nuestro propio cuerpo astral.
 
Una de esas dos experiencias autoriza a decir: yo sé. Y si se logran las dos experiencias, entonces la certeza se hace absoluta e inquebrantable.
 
Pues bien, yo he tenido esas dos experiencias, y hago constar mi testimonio para enseñanza de mis colegas. Sólo mencionaré de paso los siguientes sucesos:
 
 
 
 
Las proyecciones astrales de otras personas
que el coronel Olcott presenció
 
  • Encuentro del cuerpo astral de H.P. Blavatsky en una calle de Nueva York mientras su cuerpo físico se hallaba en Filadelfia.
  • Encuentro del cuerpo astral de un amigo que en ese entonces estaba a varios centenares de millas de allí, en uno de los estados del sud.
  • Encuentro del cuerpo astral de un cierto Adepto que en ese entonces se encontraba en Asia, y que se me presentó en un tren y luego a bordo de un barco norteamericano.
  • La recepción en la ciudad india de Jammu de un telegrama de H.P.B., enviado desde Madrás, que me fue entregado por el Adepto bajo la forma de un telegrafista de la región de Cachemira, forma asumida para el caso y que se disipó en plena luz de la luna cuando avancé hacia la puerta para mirarlo.
  • Otro encuentro en el puente de Worli, en Bombay, donde uno de esos hombres majestuosos me saludó cuando pasábamos en un coche H.P.B., Damodar y yo, respirando la brisa del mary admirando los relámpagos de calor; entonces le vimos avanzar hacia nosotros, acercarse hasta el coche, tocar en el hombro de H.P.B., alejarse unos cincuenta metros y desaparecer de pronto en medio de la calzada, a la luz de los relámpagos, y sin que hubiese por allí árboles ni arbustos, ni medio alguno de ocultarse.
 
(Nota de Cid: abajo en la sección de anexos les voy a ir poniendo los relatos de esos encuentros que vaya encontrando.)
 
 
 
 
El primer encuentro que tuvo el coronel Olcott
con el maestro Morya
 
Apoyándome sobre esas experiencias y otras semejantes, también quiero mencionar la que más influencia tuvo sobre mí en el resto de mi existencia. Esta experiencia ya la he contado, pero la historia debe incluirse aquí porque fue la causa principal que me decidió a dejar el mundo occidental y establecerme en la India, y por lo tanto es uno de los principales factores del desarrollo de la Sociedad Teosófica.
 
No quiero decir con esto que sin esta experiencia que tuve no hubiese venido a la India, porque mi corazón se sentía tan fuertemente atraído por ese país desde que supe lo que la India fue para el resto del mundo y lo que podría volver a ser, que un intenso deseo me impulsaba hacia el país de los Rishis y de los Budas (1), la tierra sagrada entre todos; pero no veía bien claro el medio de cortar los lazos que me unían a América y hubiese podido creerme obligado a dejar mi visita a ese país para más tarde, que se escapa con frecuencia al que vacila y espera los acontecimientos.
 
En cualquier caso, esta experiencia que les voy a contar marcó mi destino, y en un instante, todas mis dudas se disiparon. La penetración de una voluntad decidida me mostró los caminos y medios, y antes del alba de esa noche sin sueño, yo ya había comenzado a preparar mis planes para conseguirlo. He aquí el suceso:
 
Había concluido nuestro trabajo en la composición de “Isis Develada” que en ese entonces Blavatsky y yo estábamos llevando a cabo. Le di las buenas noches a H.P.B. y entré a mi habitación, cerré la puerta como de costumbre, me senté, me puse a fumar y pronto me encontré absorto en el libro que en ese momento estaba leyendo –si no me equivoco era “Viajes a Yucatán” de Stephen– en todo caso no era nada de historias de apariciones, ni nada que pudiese en lo más mínimo estimular mi imaginación y preparar mi mente para ver fantasmas.
 
Mi silla y la mesa se encontraban a la izquierda de la puerta, mi cama a la derecha, la ventana enfrente a la puerta y un mechero de gas fijado en la pared, sobre la mesa.
 
He aquí un plano que dará exacta idea de la distribución de la Lamasería (2), aunque no está hecho a escala.
 

 
En el departamento:
 
·       A es nuestro despacho y al mismo tiempo el único salón de recepción,
·       B es la alcoba de H.P.B.,
·       C es mi dormitorio,
·       D es una pequeña habitación oscura,
·       E es in pasillo,
·       H es un cuarto de baño,
·       I es el guardarropa,
·       J es la puerta de la casa que daba a la escalera y estaba siempre cerrada con pestillo, y de noche con llave.
 
En mi habitación:
 
·       a es la silla en que estaba yo sentado leyendo,
·       b es la mesa,
·       c es la silla en que se sentó mi visitante durante la entrevista,
·       d es mi cama de campaña.
 
En el salón:
 
·       e es reloj de cuco,
·       f es la repisa contra la que me di un golpe.
 
En el cuarto de Blavatsky:
 
·       g es la cama de H.P.B.
 
 
Se ve que la puerta de mi cuarto que daba a mi derecha cuando estaba sentado y que por fuerza hubiera visto si se abría; tanto más cuanto debía estar cerrada con llave, si no me engaño.
 
No hay que asombrarse de verme tan poco seguro de eso si se tiene en cuenta el estado de excitación mental en que me sumieron tales acontecimientos bastante sorprendentes para hacerme olvidar detalles que en otras circunstancias mi memoria hubiera probablemente conservado (3).
 
 
Pues bien yo leía tranquilamente ocupado únicamente de mi libro. Nada de lo había sucedido durante ese día me había preparado para ver a un Adepto en su cuerpo astral; yo no lo había deseado, ni tratado de evocarlo en mi imaginación, y muchísimo menos lo esperaba.
 
Pero de pronto, mientras yo leía estando posicionado hacia el lado contrario de la puerta, algo blanco apareció en el ángulo de mi ojo derecho, por lo que voltee la cabeza y de asombro dejé caer mi libro.
 
Por encima de mi cabeza, dominándome con su alta estatura, vi a un oriental vestido de blanco que llevaba un turbante rayado de color ámbar y bordado a mano en sedas amarilla.
 
Sus cabellos caían sobre sus hombros y eran negros y largos; su barba negra, separada verticalmente en dos sobre la barbilla, al estilo rajput, tenía los extremos retorcidos y echados para atrás por encima de las orejas.
 
Sus ojos brillaban con un fuego interior, y eran a la vez penetrantes y benévolos, eran los ojos de un mentor y de un juez, dulcificados por el amor de un padre que observa con atención a su hijo cuando necesita dirección y consejos.
 
Era una figura tan imponente y con tal majestad y fuerza moral impresas, radiando tanta espiritualidad, y tan evidentemente superior a la humanidad ordinaria, que me sentí intimidado y por eso doblé la rodilla bajando la cabeza como se hace ante un personaje divino.
 
Sentí que una mano ligera se posaba en mi cabeza y una voz dulce pero fuerte me dijo que me sentase, y cuando levanté los ojos, la aparición estaba sentada en la silla al otro lado de la mesa.
 
Él me dijo que había llegado el momento preciso en que yo tenía que encontrarle con él; que mis propios actos me habían conducido a ese punto; que no dependería más que de mí el volverlo a ver a menudo en esta vida si yo trabajaba con él por el bien de la Humanidad. Que había que emprender una gran obra y que yo tenía derecho, si lo deseaba, a cooperar en ella; que un lazo misterioso que aún no podía serme explicado nos había reunido a mi colega y a mí, lazo que no podía ser cortado aunque a veces fuese algo tirante.
 
Me dijo de H.P.B. cosas que no debo repetir, y sobre mí otras que no atañen a nadie.
 
No podría decir cuánto tiempo estuvo, tal vez media hora, tal vez una hora, pero yo tenía tan poca conciencia del paso del tiempo que me pareció que fue un minuto. Por fin se levantó y me sorprendí de su gran estatura.
 
Observando su rostro percibí un brillo, pero no era una radiación exterior sino el resplandor suave, podría decirse, de una luz interior, la luz del espíritu.
 
De pronto pensé: “De acuerdo, pero, ¿y si fuese una alucinación? ¿Si H.P.B. me ha producido esta visión? Yo quisiera tener una prueba tangible de su presencia real aquí, algo que pueda tocar después que se haya ido”.
 
El Maestro sonrió dulcemente como si leyera mi pensamiento, desenrolló el fehta de su cabeza, me saludó amablemente despidiéndose y desapareció.
 
Su silla estaba vacía; yo quedé solo con mi emoción. Sin embargo, el turbante bordado quedaba sobre la mesa como una prueba tangible y duradera de que yo no había sido hipnotizado o burlado psíquicamente, sino de que había recibido la visita de uno de los Hermanos mayores de la Humanidad, uno de los Maestros de nuestra raza.
 
Mi primer movimiento fue correr a golpear la puerta de H.P.B. para contarle mi aventura y la ví tan feliz de oírme, como yo de hablar.
 
Luego volví a mi recamara para reflexionar y el alba gris me halló todavía en un estado pensativo y de tomar resoluciones. Y de estas reflexiones y determinaciones han salido mi actividad teosófica y esa fidelidad a los Maestros inspiradores de nuestro movimiento, que los golpes más rudos y las desilusiones más crueles no pudieron eliminar jamás.
 
He tenido después el favor de varios encuentros con ese Maestro y con otros, pero no tengo necesidad de repetir relatos de experiencias, de las que la que acabo de narrares un ejemplo suficiente. Si otros menos privilegiados pueden dudar, yo sé.
 
La idea que tengo del respeto a la verdad me obliga a recordar aquí un acontecimiento capaz de arrojar una duda sobre el valor de mi testimonio a favor del incidente contado más arriba.
 
En 1884, en Londres, fui interrogado como testigo por una comisión especial de la Sociedad de Investigaciones Psíquicas y conté esta historia, así como de otras varias. Uno de los miembros de la comisión me preguntó:
 
¿Cómo podía yo estar seguro de quela señora Blavatsky no había utilizado un gran indo para representar esta comedia, y de que mi imaginación no había añadido algunos de los detalles misteriosos?
 
Esas crueles sospechas contra H.P.B., y la idea que me hice de su poco honorable deseo de cubrir con apariencias de prudencia el temor que tenían de reconocer hechos espirituales palpables, me llenaron de una repugnancia tan grande que contesté bruscamente, entre otras cosas, que nunca en mi vida antes de esa ocasión había visto un indo, olvidándome por completo de que en 1870 atravesé el Atlántico con dos indostanos, de los cuales uno de ellos, Mulji Thackersey, se hizo más tarde, en Bombay, íntimo amigo nuestro. Caso bien evidente de amnesia, porque yo no tenía ni sombra de intención de ocultar una cosa tan indiferente, ni ningún interés en hacerlo.
 
La impresión producid en mi espíritu por el encuentro de 1870, catorce años antes de comparecer ante la S.P.R., era bastante débil para desaparecer en un momento de cólera, y el valor de mi testimonio se debilita en otro tanto. Para un hombre que había visto tantas cosas y a tantas personas, el encuentro de esos indos, cinco años antes de haber conocido a H.P.B., y por medio de ella a la India verdadera, no tenía gran importancia. Sí, es un momento de amnesia, pero una falta de memoria no es una mentira, y mi historia es verdadera aunque ciertas personas puedan no creerla.
 
Debo de hacer constar aquí que algunos capítulos los he compuesto en viaje, lejos de mis libros y de mis papeles, y sobre todo como muchos pasajes están escritos sólo de memoria después de largos intervalos de tiempo, pido indulgencia al lector por los errores que hubiera podido cometer por inadvertencia. Hago todo lo posible para ser exacto, y en todo caso soy siempre sincero.
 
 
 
 
Los desdoblamientos astrales que experimentó
el coronel Olcott
 
Ahora vengamos a mis experiencias personales de proyección del doble astral.
 
A propósito de esto, una palabra de advertencia a los que no están muy adelantados en la psicología práctica. El poder de separar el cuerpo astral del cuerpo físico no es una prueba segura de un desarrollo espiritual adelantado. Generalmente se cree eso cuando uno se enreda un poco en el Ocultismo, pero sin razón.
 
Una primera prueba que bastaría por sí sola, es que la separación del cuerpo astral se produce con frecuencia en hombres y mujeres que no saben nada o muy poco de las leyes ocultas, que no han ensayado ningún sistema de Yoga, que no hicieron a propósito ese desdoblamiento y que se muestran muy asustadas o avergonzadas y molestas cuando se les prueba que lo han hecho, y en fin, que no son en modo alguno superiores al término medio como pureza de vida y de pensamientos, espiritualidad del ideal, esos “dones del Espíritu Santo”, como dicen las Escrituras, sino que son todo lo contrario.
 
Además, los anales de la Magia negra están llenos de ejemplos de proyecciones astrales, visibles o invisibles (salvo por clarividencia) del doble astral, efectuados por gentes malvadas con un fin de malicia, de bilocación, de obsesar a víctimas detestadas, de más caradas licantrópicas y otras “hechicerías malditas”.
 
También los tres o cuatro mil casos de proyección del doble astral astral efectuados por toda clase de personas, de las cuales algunas no valen gran cosa y otras nada, y que han sido cuidadosamente cribados por la S.P.R., y otros más numerosos aunque no han sido recogidos en su granero blindado.
 
Todo esto reunido, prueba la justicia de mi advertencia: que no se debe considerar al simple hecho, llevado a cabo por alguien, de poder viajar (consciente o inconscientemente, eso no importa) en su cuerpo astral, como más sabio o más adelantado espiritualmente; o más calificado para servir de instructor que otro que no tiene la misma facultad.
 
Esto es sencillamente un indicio de que el cuerpo astral del sujeto está más o menos suelto en su estuche (sea natural o artificialmente) lo que le permite irse y volver con facilidad cuando el cuerpo físico duerme con sueño natural o hipnótico, y por consiguiente es dejado a un lado.
 
El lector podrá recordar respecto a este tema, el retrato en raso de M.A. Oxon, ensayando experiencias de esa clase para H.P.B. y para mí. Por una cosa o por otra, no he tenido nunca tiempo de ensayar el yoga desde que emprendí mi obra práctica en el movimiento teosófico.
 
Nunca me ocupé de saber si podría adquirir o no poderes psíquicos, no aspiré nunca a la dirección de las conciencias, ni busqué la liberación en esta vida. El servicio de la Humanidad me pareció siempre el mejor de los misticismos, y el poder de contribuir aunque sea con poco a la difusión de la verdad y la disminución de la ignorancia, una recompensa suficiente.
 
De manera que nunca pensé en adiestrarme para llegar a ser vidente, taumaturgo, metafísico o Adepto; pero en cambio tomé por guía desde hace muchos años la indicación de un Maestro: que el mejor medio de buscarlos, era la Sociedad Teosófica, un camino humilde tal vez, pero accesible a mis limitadas facultades, y por el cual he andado a gusto, y que tenía su utilidad.
 
Por lo tanto, cuando cuento mis primeros viajes fuera del cuerpo, no hay que creer que yo me alabo de poseer un desarrollo espiritual adelantado, ni que quiera darme aires de psíquica notable. En realidad, creo que fui ayudado en eso como lo he sido para otras muchas experiencias psíquicas, porque eso formaba parte de la educación especial de un hombre que debía trabajar en la clase de obra que me estaba destinada.
 
 
 
 
Desdoblamiento de Olcott para escribir unos apuntes
 
He aquí una de mis experiencias: en 1876, cuando H.P.B. y yo todavía vivíamos en la calle 34 Oeste, habíamos concluido una noche el borrador de un capítulo de Isis Develada, y al retirarnos a descansar esa noche, arreglamos la pila de cuartillas del original en unos cartones con la primera página arriba y la última página debajo de todo.
 
H.P.B. ocupaba un piso exactamente debajo del mío, en el segundo de la casa, y como era natural, cada uno de nosotros cerraba su puerta exterior con llave, por temor a los ladrones. Al desvestirme pensé que tres palabras agregadas a la última frase del párrafo final, darían mucha más fuerza al párrafo entero. Yo tenía miedo de olvidarlas para la mañana siguiente, así que tuve la ocurrencia de ensayar de bajar al despacho en mi cuerpo astral y escribir así mis tres palabras.
 
Yo no había viajado nunca así conscientemente, pero sabía cómo hay que hacer para ello: fijar con firmeza la mente en esa intención antes de dormirse. Eso hice; y al día siguiente por la mañana, cuando bajé a despedirme de H.P.B., antes de ir a mi oficina, ella me dijo:
 
-        “Bueno, ¿qué diablo hacía usted aquí anoche después de haber subido a acostarse?”
 
Le pregunté:
 
-        “¿Qué quiere usted decir?”
 
Ella me respondió:
 
-        “Pues que yo ya me encontraba en la cama muy tranquila, cuando de pronto vi a vuestro cuerpo astral que salía de la pared. ¡Usted tenía un aire bastante ridículo y soñoliento! Le hablé pero usted no me contestó. Usted fue al despacho, le oí remover papeles y eso es todo. ¿Qué hacía usted allí?”
 
Entonces le conté lo que había tratado de hacer, fuimos juntos a la otra habitación y dando vuelta a la pila entera de cuartillas manuscritas, vimos en la última cuartilla al final del último párrafo, dos de las tres palabras deseadas, escritas con mi letra, y la tercera empezada pero sin terminar. La fuerza de concentración se agotó evidentemente y la palabra terminaba en un garabato.
 
¿Cómo había sostenido el lápiz?
 
No lo sé, tal vez par esa vez se me permitió precipitar la escritura con la ayuda de uno de los elementales familiares de H.P.B., utilizando las moléculas de la mina de alguno de los lápices que estaban sobre la mesa, cerca del manuscrito. Pero sea como sea, esa experiencia me fue muy útil.
 
 
Ruego al lector que se fije en el hecho de que mi ensayo de escritura fenoménica se detuvo en el momento en que por falta de costumbre, dejé a mi mente que se distrajera. Precisamente es menester fijarla de un modo absoluto en lo que se desea llevar acabo; lo mismo sucede en el plano intelectual ordinario, pues no se hace nada bueno si se está distraído.
 
En la revista de The Theosophist de julio de 1888 hay un artículo titulado: “Imágenes precipitadas en Nueva York” donde expliqué la relación que existe entre la concentración de la fuerza-voluntad y la permanencia de los escritos, imágenes, sombras y pruebas similares del poder creador del espíritu.
 
Citaba por ejemplo los detalles muy interesantes y sugestivos sobre la proyección del doble astral dadas por Wilkie Collins en su libro “Los Dos Destinos”, libro que en su clase merece la atención de los ocultistas, tanto como “Zanoni”, “Una Extraña Historia,”, “La Raza Futura”, escritos por Bulwer-Lytton.
 
(Después de publicar yo ese artículo, el señor Collins me escribió diciendo que nada lo había asombrado más en la vida que saber por mis indicaciones sobre su libro, que por un sencillo ejercicio de imaginación él había al parecer dado con una de las leyes misteriosas de la Ciencia Oculta.)
 
En ese artículo citaba también el retrato de Luis, el cual fue precipitado para la señorita Lieberty para mí, pero que se borró al día siguiente, sin embargo H.P.B. hizo que reapareciera por petición del señor Judge, y lo fijó esta vez tan bien que ahora todavía se conserva tan neto y claro como entonces, después de bastantes años.
 
Pero todo lo que se puede leer y aprender de los demás, no vale en comparación a lo que la más pequeña experiencia personal (como una de las que he descrito) puede proporcionar para estar seguro de la verdad de esta ley cósmica: de que el pensamiento crea la forma.
 
Como lo dice el siguiente texto sagrado:
 
“Él (Brahma) deseó, diciendo: Que yo pueda multiplicar, que yo pueda aumentar.
 
Soñó profundamente y después de haber soñado así, emitió todo lo que existe. Y habiéndolo emitido, entró en ello.” (Taittirya Upanishad, anuvaka VI, valli 2º)
 
Esta sloka 73 me ha parecido siempre profundamente instructiva; su significado se hace incomparablemente más verdadero, más profundo y más sugestivo, cuando uno mismo ha creado una forma después de haber meditado, que cuando no se ha hecho más que leer palabras en una página, sin hallar en sí un eco aprobador.
 
 
 
 
Puedes ser herido durante una proyección astral
 
Contaré otro caso de proyección de mi doble astral en el que se ve un ejemplo de la ley llamada de repercusión. El lector que desee formarse una opinión a este respecto, hallará los más amplios materiales en la literatura mágica y en los libros de hechicería.
 
La palabra repercusión quiere indicar aquí la reacción sobre el cuerpo físico, de un golpe o de cualquier herida producida al doble astral mientras está proyectado y circula en el estado de entidad separada.
 
Se llama bilocación a la aparición simultánea de una misma persona en dos sitios diferentes; en ese caso, una es en realidad el cuerpo físico, y la otra es el doble astral.
 
El señor d’Assier lo discute en su libro “La Humanidad Póstuma”, y en mi traducción inglesa de esa excelente obra he agregado algunas reflexiones de mi cosecha.
 
Dice a propósito de las heridas que los brujos pueden recibir cuando desdoblan su cuerpo para ir a atormentar a sus enemigos:
 
“La hechicera penetraba en la casa de aquel de quien se quería vengar y le hacía cien maldades. Pero si la víctima era valiente y encontraba un arma a mano, entonces sucedía con frecuencia que golpeaba al fantasma, y la hechicera despertando de su trance, encontraba sobre su propio cuerpo las heridas recibidas en esa lucha fantástica.” (p. 224)
 
 
El católico des Mousseaux, que escribió contra la hechicería y otras “artes negras”, cita tomándolo de los archivos judiciales de Inglaterra, el caso de Juana Brooke, que perseguía con mucha maldad a un niño llamado Ricardo Jones.
 
Durante una de esas apariciones, el niño gritó que veía al fantasma de la señora Brooke y pretendía que lo tocase con el dedo.
 
Un testigo del hecho, llamado Wilson, se precipitó hacia el sitio indicado, dando allí una cuchillada, aunque el fantasma no fuese visible más que para el niño.
 
Luego, inmediatamente se presentó en casa de Juana Brooke con el padre del niño y un agente de policía. La encontraron sentada en su banco, sosteniendo una de sus manos con la otra. Ella negó que le hubiese pasado nada a su mano, pero cuando le apartaron la otra mano, vieron que la mano que ella ocultaba se hallaba cubierta de sangre y tenía una herida en todo semejante a la que el niño había descrito.
 
 
Se conocen muchos otros casos de esta clase que prueban que todo accidente o herida producida al doble astral proyectado, se reproduce idénticamente en el mismo sitio del cuerpo físico.
 
Desde los tiempos más remotos se ha reconocido que el cuerpo físico y el astral, son en absoluto homólogos. Los orientales creen que el hombre astral es el producto de su Karma y que él modela su envoltura externa según sus cualidades innatas y se reproduce exactamente en ella.
 
Esta idea está sucintamente expresada en estos versos de Spencer, en “Faerie Queene”:
 
“Porque del alma aquí abajo nuestro cuerpo toma la forma, Porque el alma es una forma y se construye un cuerpo.”
 
 
 
 
El coronel Olcott se lastimó un ojo durante un desdoblamiento astral
 
Y volviendo a mi experiencia personal: en nuestro despacho o salón de la Lamasería, teníamos un reloj suizo de cuco colgado en la pared al lado de la estufa, y al que yo tenía la costumbre de dar cuerda metódicamente todas las noches antes de irme a mi habitación.
 
Una mañana noté al mirarme en el espejo después del baño, que mi ojo derecho estaba machucado como si hubiese recibido un puñetazo. No me daba cuenta de lo que podría ser eso, y me sorprendí aún más al constatar que la contusión no me dolía nada.
 
En vano me devanaba los sesos buscando una explicación; en mi cuarto no había ninguna columna ni ángulo agudo, ni nada que hubiera podido lastimarme, suponiendo que yo hubiese tenido un acceso de sonambulismo (lo que no me sucedía jamás).
 
Por otra parte, un golpe bastante violento para ponerme el ojo en ese estado, me hubiera infaliblemente despertado con un sobresalto, pero en cambio yo había dormido apaciblemente toda la noche.
 
Seguí muy intrigado hasta que a la hora de comer vi a H.P.B. y a una amiga suya que esa noche se había quedado a dormir con ella. La amiga me dio la clave del enigma diciéndome:
 
-        “Pero coronel, ¿no se habrá golpeado usted anoche cuando bajó a dar cuerda al reloj?”
 
Yo le repliqué:
 
-        “¿Dar cuerda al reloj? ¿Qué quiere usted decir? ¿No habían ustedes cerrado la puerta con llave?”
 
Y ella me contestó:
 
-        “¡Ya lo creo! La cerré yo misma. ¿Cómo hizo usted para entrar? Sin embargo yo y la señora Blavatsky le vimos pasar por delante de la puerta de corredera de nuestra alcoba, y le oimos tirar de las cadenas de las pesas dereloj suizo. Yo le hablé pero usted no me contestó, y no vi más nada.”
 
 
Entonces pensé que si mi doble astral entró en el salón para dar cuerda al reloj, este no debe de estar parado, y en el camino entre la puerta y la chimenea, debe existir algún obstáculo contra el cual mi ojo habría chocado.
 
El examen del lugar demostró:
 
1. Que el reloj seguía funcionando, por lo que se le debió de haber dado cuerda a la hora de costumbre.
 
2. Que cerca de la puerta había una pequeña repisa o estante para libros, uno de cuyos ángulos salía exactamente a la altura necesaria para estropearme el ojo si yo me tropezase con él.
 
Entonces, recordé vagamente haberme dirigido a la puerta, viniendo del otro ángulo de la sala, con la mano derecha extendida para buscar la puerta, después sentí un choque que me hizo ver las estrellas (como popularmente se dice), y después el olvido hasta la mañana.
 
 
Me parece curioso, muy curioso, que un golpe que de haber sido recibido en la cabeza física, no hubiese podido menos que despertarme, haya podido dejar su marca por repercusión en mi persona física, aunque fue recibido por mi doble astral proyectado, sin hacer que me despertarse.
 
Aún hay otras enseñanzas que sacar de la aventura. Nos enseña que previas condiciones favorables a la separación del doble astral, ésta puede producirse bajo la presión de una preocupación, como ser la costumbre de hacer cierta cosa todos los días a la misma hora.
 
Si las condiciones fuesen en cambio des favorables a la proyección o desdoblamiento, el sujeto, dispuesto de otro modo, podría en un acceso de sonambulismo, levantarse de la cama, hacer lo que tenía que hacer y volver a acostarse sin conservar ningún recuerdo de su recorrido.
 
En la traducción inglesa del “Dabistan” se lee:
 
“Es imposible determinar en qué época comenzaron tales o cuales opiniones o prácticas… como la convicción de que un hombre puede poseer la facultad de dejar su cuerpo y volver a entrar en él, de considerarlo como un vestido flotante que deja para elevarse a un mundo luminoso y vuelve a tomar a su vuelta, reuniéndose a sus elementos materiales. Pero se considera a esas ideas como muy antiguas.” (Prefacio, p.29)
 
 
 
 
Encuentros del coronel Olcott con otras personas
por medio de su doble astral
 
Una de mis experiencias más curiosas es el haber encontrado en diferentes partes del mundo a personas hasta ese momento desconocidas, pero que me dijeron que me habían visto en sitios públicos, o que yo las había visitado en mi cuerpo astral, y a veces que yo había hablado con ellas de asuntos de Ocultismo, o que las había curado de sus enfermedades, o hasta que yo les había acompañado en el plano astral a ver a nuestros Maestros. Sin embargo, por mi parte, no tenía el menor recuerdo.
 
Pero si se piensa bien, ¿qué hay de asombroso en que un hombre cuya vida entera, cuyos pensamientos y deseos están concentrados en nuestro gran movimiento; que no tiene más que un deseo que es el éxito de la Sociedad teosófica, que no tienen nada más que una ambición que es contribuir a su adelanto hacia el fin supremo; qué hay de sorprendente en que tales preocupaciones invadan su sueño y lo dirijan en las corrientes de la luz astral hacia los seres de igual naturaleza, atraídos a su vez como él, y por un mismo imán, hacia un común centro de aspiraciones?
 
En realidad eso es:
 
“Es la secreta afinidad,
El plantino lazo o eslabón,
Que mente con mente y corazón con corazón
En cuerpo y alma puede ligar”.
 
 
 
(Este es el capítulo 24 entero del libro Las Hojas de un Viejo Diario I)
 
 
 
 
 
 
Apuntes de Cid
 
1. Rishis es uno de los nombres que se les da en la India a los grandes Adeptos, como es el caso de los Maestros Transhimaláyicos.
 
Y Budas es como se les denomina a aquellos que han alcanzado la iluminación espiritual. Las dos palabras son sanscritas.
 
2. Los teósofos denominaban “Lamasería” (que es como los occidentales llaman a los monasterios tibetanos) al departamento en donde Blavatsky y Olcott estuvieron viviendo en Nueva York entre junio de 1876 a diciembre de 1878.
 
3. El coronel Olcott detalló todo el plano de ese departamento para mostrar que el maestro Morya no pudo haberse escondido sin que Olcott se hubiera dado cuenta. Pero de todas maneras para los escépticos nunca habrán suficientes pruebas, sin embargo para mí que estoy muy familiarizado con el esoterismo y que he investigado mucho al coronel Olcott, considero que muy probablemente esa y las demás experiencias que él narró probablemente si sean verdaderas.
 
 
 
 
 
 
 
 
OBSERVACIONES
 
El coronel Olcott habló de proyecciones y materializaciones astrales, lo cual es correcto pero hay ciertos detalles que hay que precisar.
 
No es exactamente el cuerpo astral (Linga-Sarira en sánscrito) quien es proyectado, sino que es el doble astral, el cual es un cuerpo creado con la substancia del cuerpo astral.
 
Y también hay que remarcar que mientras que la mayoría de los humanos que pueden hacer esa proyección utilizan su doble astral, en cambio los Maestros utilizan lo que en teosofía se denomina el Mayavi-Rupa, y que en español podríamos traducir como el doble mental, que no es propiamente Manas (el mental) sino un cuerpo creado a partir de la substancia de Manas.
 
 
 
 
 
 
ANEXO
 
En esta sección les voy a ir poniendo los relatos que vaya encontrando sobre las materializaciones de personas que el coronel Olcott mencionó arriba, pero en su Diario el coronel Olcott también mencionó muchas más materializaciones que presenciaron otros teósofos.
 
 
Aparición y desaparición en el puente de Worli en Bombay
 
El Maestro que se materializó ahí muy probablemente fue el Mahatma Kuthumi.
 
Arriba Olcott escribió:
 
“Otro encuentro fue en el puente de Worli, en Bombay, donde uno de esos hombres majestuosos me saludó cuando pasábamos en un coche H.P.B., Damodar y yo, respirando la brisa del mary admirando los relámpagos de calor; entonces le vimos avanzar hacia nosotros, acercarse hasta el coche, tocar en el hombro de H.P.B., alejarse unos cincuenta metros y desaparecer de pronto en medio de la calzada, a la luz de los relámpagos, y sin que hubiese por allí árboles ni arbustos, ni medio alguno de ocultarse.”
 
Y en el segundo tomo de su Diario el coronel Olcott dio más detalles:
 
« En la noche del 25, H.P.B., Damodar y yo tuvimos una experiencia muy sorprendente que he contado de memoria en otros lugares, pero que ahora debe ser repetida en su lugar apropiado según mis notas escritas en mi diario la misma velada.
 
Los tres nos dirigíamos en el abierto faetón que Damodar le había regalado a H.P.B. hasta el punto más alejado de la calzada conocida como el puente de Worli [Worli Bridge] para disfrutar de la fresca brisa del mar.
 
Estallaba una magnífica tormenta eléctrica, pero sin lluvia, con relámpagos tan vívidos que iluminaban los alrededores como si fuera de día. H.P.B. y yo fumábamos y todos hablábamos acerca de esto y de aquello, cuando escuchamos el sonido de muchas voces viniendo de la orilla del mar a nuestra derecha, de un bungalow situado en una calle transversal no lejos de la esquina donde estábamos sentados.
 
Entonces aparecieron un par de hindúes bien vestidos, riendo y conversando, nos pasaron y subieron a sus coches colocados en línea en la calle Worli, y se dirigieron hacia la ciudad.
 
Al verlos, Damodar quien estaba sentado con su espalda hacia el río, se paró y miró desde el coche. Mientras el grupo de los sociables amigos venía por el costado de nuestro vehículo, silenciosamente Damodar tocó mi hombro y con la cabeza me indicó que mirara en esa dirección.
 
Me levanté y vi detrás del último grupo una figura humana que se aproximaba sola. Como las otras también estaba vestida de blanco, pero el blanco de su traje hacía parecer gris el blanco de los otros individuos, como la luz eléctrica hace parecer opaca y amarilla a la más brillante luz de gas.
 
La figura de ese otro caballero era una cabeza más alta que el grupo que le precedía, y su paso era el mismísimo ideal de la graciosa dignidad.
 
Cuando se acercó a la distancia a la cercanía de nuestro caballo, se desvió del camino en nuestra dirección y ambos vimos que se trataba de un Mahatma.
 
Su blanco turbante y vestidura, la masa de cabello negro cayendo de sus hombros y su barba espesa, nos hizo pensar que se trataba de el Sahib [el maestro Morya] pero cuando llegó al costado del coche y se detuvo a no más de una yarda de nuestros rostros, y puso su mano sobre el brazo izquierdo de Blavatsky que lo descansaba en el costado del vehículo y nos miró a los ojos y respondió a nuestros reverenciales saludos, vimos entonces que no era Sahib sino otro Maestro cuyo retrato llevaba Blavatsky más tarde en un gran medallón de oro y que muchos han visto.
 
No dijo una palabra sino que silenciosamente se movió hacia la calzada, no poniendo atención, ni al parecer siendo notado por ninguno de los huéspedes hindúes mientras seguían en sus carruajes hacia la ciudad.
 
Los resplandores recurrentes de luz eléctrica lo iluminaron mientras estaba junto a nosotros, y su alta forma se mostraba contra el horizonte y la negra tierra de la calzada, y yo también advertí que una lámpara del último de los coches lo iluminó en altorrelieve cuando estaba a unos cincuenta pies de nosotros y en la calzada.
 
No había árbol ni arbusto que lo ocultara de nosotros, y podéis creer, lo mirábamos con intensa concentración. Un instante lo vimos, pero al siguiente se había marchado, desaparecido, como una de las luces de los relámpagos.
 
Bajo la presión de la excitación salté fuera del coche, corrí al lugar donde le vimos por última vez, pero no vi nada salvo la calle vacía y la parte trasera del coche que acababa de partir. »
(Las Hojas de un Viejo Diario II, capítulo 9)
 
 
 
 
 
Aparición y desaparición de un mensajero en Jammu
 
El Maestro que se materializó ahí muy probablemente fue el Mahatma Morya quien tomó la apariencia de ese mensajero.
 
Arriba Olcott escribió:
 
“La recepción en la ciudad india de Jammu de un telegrama de Blavatsky, enviado desde Madrás, que me fue entregado por el Adepto bajo la forma de un telegrafista de la región de Cachemira, forma asumida para el caso y que se disipó en plena luz de la luna cuando avancé hacia la puerta para mirarlo.”
 
Y en el tercer tomo de su Diario el coronel Olcott dio más detalles:
 
« Damodar había desaparecido, y no dejó rastros detrás de él como una pista para mostrarme hacia dónde se había ido o cuándo regresaría. Rápidamente atravesé las cuatro habitaciones comunicantes, pero estas estaban vacías debido a que mis otros compañeros se habían ido al río a bañarse.
 
Desde la ventana de Damodar llamé a un criado, y supe por él que Damodar había dejado el búngalo al amanecer y se había ido solo sin dejar ningún mensaje.
 
No sabiendo exactamente qué pensar, volví a mi habitación y encontré sobre la mesa una nota enviada por un Maestro, en donde me pedía que no me preocupara por el muchacho, ya que este se encontraba bajo su protección, pero sin darme ninguna pista sobre su regreso.
 
Y hay que precisar que me había tomado más o menos un minuto hacer el circuito de las cuatro salas comunicadas entre puertas abiertas, y aún así no escuché pasos de ningún mensajero, lo que habría fácilmente percibido debido a que el piso estaba compuesto de grava.
 
Además que una persona apenas podría haber entrado en mi habitación entre el momento en que salí y volví a regresar, sin embargo ahí estaba esa nota misteriosa sobre mi mesa, con la característica escritura del Maestro Kuthumi y como usualmente sucedía, dentro de un sobre chino.
 
Mi primer instinto fue tomar el equipaje de Damodar, su baúl y su ropa de cama, y guardarlo debajo de mi propio catre. Y luego envié un telegrama a Blavatsky [el 26 de noviembre de 1883] para narrarle sobre la desaparición de Damodar y de que no tenía idea de cuándo regresaría (si es que regresaba).
 
Cuando mis compañeros volvieron, les comenté lo sucedido y ellos estaban tan emocionados como yo por el incidente, y dedicamos mucho tiempo en especulaciones y conjeturas sobre su posible secuela.
 
Fui dos veces al Palacio del Maharajá ese día y me encontré cada vez más bienvenido por su Alteza. Él me mostró todas las cortesías y discutió la filosofía Vedanta con evidente interés, y me dio una invitación urgente para que lo acompañara la próxima vez que fuera a Srinagar, su capital de Cachemira.
 
Posteriormente y justo cuando la noche se acercaba y yo me encontraba sentado solo escribiendo en nuestro búngalow (ya que los otros se habían ido a montar a caballo), oí un ruido en la gravilla y al mirar a mi alrededor, vi a un peón de Cachemira que me traía un telégrafo.
 
Y al abrirlo, descubrí que era un mensaje que Blavatsky me había enviado en respuesta al telégrafo que yo le había mandado previamente. Ella dijo que un Maestro le había dicho que Damodar regresaría y que no debía dejar que ningún tercero tocara su equipaje, especialmente su ropa de cama. Y eso fue extraño porque fue exactamente lo que yo había hecho anteriormente.
 
Y es que es bastante curioso que ella, quien se encontraba en Madrás, o sea a más de 2’000 millas de distancia, me dijera que hiciera exactamente lo que había sido mi primer impulso al descubrir la partida del muchacho.
 
¿Fue telepatía a larga distancia?
 
No lo sé, pero había algo más extraño aún por venir, y es que después de abrir y leer el telegrama (lo cual me había tomado menos de un minuto), el peón ya no estaba, y este no había tenido el tiempo suficiente para cruzar el pasillo al interior del complejo, pero aún así había desaparecido como un relámpago.
 
Corrí hacia la puerta y miré hacia el otro lado en donde además no había árboles o arbustos que sirvieran de escondite, pero no había nada a la vista. El peón había desaparecido como si el suelo se lo hubiera tragado, por lo que consideré que la forma del peón no era real sino una ilusión, y que pertenecía a la Hermandad de los Maestros.
 
Y eso yo lo presentí y podría casi asegurarlo debido a una cierta perturbación psíquica causada en mí por el acercamiento de uno de esos personajes. Y de hecho, pude identificar en esa ocasión la vibración peculiar creada por la corriente hipnótica de mi propio Maestro [Morya], y quien también es el Maestro de Blavatsky.
 
Me han preguntado, al contar esta historia, cómo se efectúa la transferencia del envío del peón real al simulado, y el asunto es muy simple, siempre que se considere la realidad del poder hipnótico. Y me refiero al hipnotismo perfeccionado del Oriente, y no al hipnotismo rudimentario que han llegado hasta ahora a las Escuelas de Ocultismo del Occidente.
 
En resumen, el Adepto se encuentra con el peón, y por fuerza de voluntad impide que él lo vea y le hace perder el conocimiento. Lo lleva a cualquier lugar conveniente para esconderse y lo deja allí dormido. Y luego el Adepto pone la apariencia ilusoria del hombre sobre sus propias características y persona; me trae el telegrama, toma mi recibo, saluda y se retira.
 
Y al momento siguiente, la emoción nerviosa causada en mí por su magnetismo simpático que reacciona con mi ser, le advierte que estoy alerta y que naturalmente iré a la puerta, por lo que inhibe mi vista para evitar que lo vea.
 
Luego el Adepto vuelve al peón dormido, pone el recibo en su mano y le programa para que recuerde, como si le hubiera sucedido a él mismo, el breve episodio de nuestro encuentro, lo despierta, inhibe su vista, y lo envía de vuelta a la oficina de telégrafos.
 
Entonces, como lo pueden constatar, es una secuencia de eventos muy simple y fácilmente comprensible para todos los hipnotizadores avanzados.
_ _ _
 
Fue el 25 de noviembre, a la luz del día, que Damodar nos dejó, y regresó en la noche del 27, después de una ausencia de unas sesenta horas,
 
¡Pero cómo cambió!
 
Se fue siendo un jovencito pálido y de aspecto delicado, de estudiante, frágil, tímido, respetuoso; y regresó con su rostro aceitunado bronceado en varias tonalidades más oscuras, más robusto, duro, enérgico, audaz y lleno de energía.
 
¡Apenas podíamos darnos cuenta de que era la misma persona!
 
Él había estado en el retiro del Maestro (ashram), sometiéndose a cierto entrenamiento. Y me trajo un mensaje de otro Maestro, bien conocido por mí, y para demostrarme su autenticidad, me susurró al oído cierta contraseña acordada mediante la cual me autentificaron los mensajes de la Logia y que sigue siendo válida. »
(Las Hojas de un Viejo Diario III, capítulo 5)
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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