(El siguiente texto son extractos del libro “Historia de las Creencias y las Ideas
Religiosas” Volumen III de Mircea Eliade, y le agradezco mucho a Serapeum
que nos lo haya enviado.)
La “religión
de los hombres”
Al igual que el hinduismo o el cristianismo antiguo y
medieval, la religión tibetana representa en sus momentos de apogeo una notable
síntesis que viene a ser el fruto de un largo proceso de asimilación y
sincretismo.
Hasta hace algunos decenios, los investigadores
occidentales, que en este punto no hacían otra cosa que seguir a los mismos
autores tibetanos, interpretaban la historia religiosa de aquel país como un
conflicto entre la religión autóctona, el Bon, y el budismo indio, que
terminaría por triunfar en la forma del lamaísmo. Pero ciertos descubrimientos
crecientes, y en primer lugar el análisis de los documentos hallados en la
gruta de Tuen-huang (siglos VIII-X) han puesto de manifiesto una situación más
compleja.
Hoy conocemos la importancia y la coherencia de la
religión autóctona que precedió al Bon y a la primera propagación del budismo,
pero a la vez advertimos que esta religión tradicional (llamada “la religión de
los hombres”) es silenciada tanto por los autores del Bon como por los
budistas.
En primer lugar, se conoce cada vez mejor el carácter
exótico y sincretista del Bon, concretamente sus fuentes iranias e indias.
Ciertamente, los documentos que han llegado hasta nosotros son tardíos (el
alfabeto tibetano fue creado en el siglo VII) y reflejan las consecuencias de
las polémicas y los préstamos mutuos entre el budismo y el Bon.
Sin embargo, bajo el revestimiento lamaico o Bon es
posible descifrar los rasgos característicos de la religión tradicional. Los
historiadores tibetanos distinguían la “religión de los dioses” (lhachos) de la
“religión de los hombres” (michos); la primera designaba lo mismo el Bon que el
budismo; por la segunda se entendía la religión tradicional.
Una fuente importante para el conocimiento de la “religión
de los hombres” —llamada Gcug (o chos, “costumbre”)— es la constituida por los “cuentos”,
es decir, los mitos cosmológicos y genealógicos. Estos “cuentos” eran narrados
ritualmente con ocasión de los matrimonios, las fiestas de Año Nuevo, las
diversas competiciones en honor de los dioses del suelo, etc.
Como en tantas otras religiones arcaicas, la recitación
del mito de los orígenes de una sociedad, de una institución o de un rito
reactualizaba la continuidad con el tiempo mítico de “los comienzos” y, en
consecuencia, aseguraba el éxito de la operación emprendida. La narración
correcta de los mitos de los orígenes era “un acto religioso necesario para el
mantenimiento del orden del mundo y de la sociedad”.
Como en tantos otros ambientes, los mitos de los orígenes
se inician con el recuerdo de la cosmogonía. El mundo fue creado por los dioses
celestes Phya, imaginados como las montañas del cielo. Algunos de aquellos
dioses-montañas descendieron a la tierra, trayendo consigo los animales, las
plantas, y probablemente también los seres humanos.
Aquella época paradisíaca, cuando los hombres vivían
cerca de los dioses, habría durado diez mil años. Luego un demonio, encerrado
bajo el noveno nivel subterráneo, logró escapar y esparció el mal sobre la
tierra. Los dioses se retiraron al cielo y el mundo siguió degenerando durante
cientos de miles de años. Pero algunos hombres practicaban todavía el Ccug a la
espera de la “edad de las impiedades”, que habría de dar paso a un mundo nuevo.
Entonces reaparecerían los dioses sobre la tierra y resucitarían los muertos.
Se trata evidentemente del mito ya conocido de la “perfección
de los comienzos” seguida de la degeneración progresiva y universal. Pero
también cabe pensar en influjos indios (los ciclos cósmicos que abarcan cientos
de miles de años) e iranios (el demonio que corrompe la creación).
El mundo tiene una estructura tripartita: los dioses Phya
en lo alto, las divinidades acuáticas y subterráneas (Klu) abajo y los hombres
en medio. El primer rey fue un dios que descendió del cielo y que se unió a una
divinidad montaña; de este modo instauró el modelo para los siete soberanos
míticos que siguieron a continuación.
Los mitos sobre el origen del espacio habitado —variantes
menores del mito cosmogónico— hablan unas veces de un demonio vencido y otras
de un animal despedazado o de la hierogamia de un dios (montaña, roca o árbol)
y una diosa (lago, fuente o río). Esta pareja sobrenatural se confunde muchas
veces con los progenitores sobrenaturales del rey o del héroe.
En la religión tradicional, el rey tenía un lugar de
importancia primordial. La naturaleza divina del soberano se manifestaba a
través de su “resplandor” y de sus poderes mágicos. Los primeros reyes
permanecían en la tierra únicamente de día; por la noche regresaban al cielo.
No conocían la muerte propiamente dicha, sino que en un determinado momento
ascendían al cielo por la cuerda mágica, mu (o dmu).
Aquellos primeros reyes —nos dice una crónica bonpo— “tenían
todos en la coronilla una cuerda mu de luz, cuerda lejana (o tensa) de color
amarillo pálido (o pardo). En el momento de morir se disolvían (como un arco
iris) empezando por los pies, y se fundían en la cuerda mu de la coronilla. Y la
cuerda mu de luz, a su vez, se fundía en el cielo”.
Ésta es la razón de que no hubiera tumbas reales antes
del último soberano de origen divino, Digun, que, siendo un hombre orgulloso y
colérico, cortó por error durante un duelo su propia cuerda mu. A partir de
entonces los cadáveres de los reyes fueron enterrados; sus tumbas han sido
descubiertas y se conocen ciertas ceremonias practicadas con ocasión de sus
funerales. Sin embargo, algunos seres privilegiados, y en primer lugar los
santos y los magos, logran todavía ascender al cielo gracias a su cuerda mu.
Concepciones
tradicionales: cosmos, hombres, dioses
El mito de la cuerda mu cortada por Digun enlaza en un
contexto diferente con la historia de la separación entre los hombres y los
dioses Phya a renglón seguido de la irrupción del mal en el mundo. Pero su
importancia para la historia del pensamiento religioso tibetano es mucho mayor.
En efecto, por una parte la cuerda mu cumple una función
cosmológica, ya que une la tierra con el cielo a modo de un axis mundi, pero
por otra parte juega un papel capital en el sistema de la homología que vincula
entre sí al cosmos, la mansión y el cuerpo humano.
Finalmente, a partir de un momento difícil de precisar,
reaparece la cuerda mu en la fisiología sutil y en los ritos que aseguran la
liberación y la ascensión celeste del alma del muerto.
Son sin duda evidentes las influencias indias y del Bon.
Pero el carácter original de este complejo mítico-ritual y su simbolismo no
pueden ponerse en duda. La homología cosmos-mansión-cuerpo humano es una
concepción arcaica, abundantemente difundida en Asia. El budismo conoció esta
misma homología, pero no le otorgaba valor salvífico.
Las montañas se asimilan a la escala o a la cuerda mu del
primer antepasado que descendió a la tierra. Las tumbas de los reyes son
llamadas “montañas”. Por otra parte, las montañas sagradas —verdaderos “dioses
del país” o “señores del lugar”— son consideradas “pilares del cielo” o “clavos
de la tierra”; a la vez, “esta misma función puede ser asumida por los pilares
erigidos cerca de las tumbas o de los templos”.
Del mismo modo que la montaña sagrada —dios del país— se
confunde con la escala mu que une el cielo y la tierra, también en el cuerpo
humano, uno de sus dioses protectores, precisamente el llamado “dios del país”
reside en lo alto de la cabeza, precisamente en el punto del que parte la
cuerda mu (en los hombros residen el “dios guerrero” y el “dios del hombre”).
A la escala mu se le da también el nombre de “escala del
viento”, pero hay además un “caballo del viento” que representa la vitalidad
del hombre. El “viento” es el principio de vida análogo al prāna de los indios:
“Es a la vez el aire que respiramos y un fluido sutil que circula por el cuerpo”.
El “crecimiento hacia lo alto” se desarrolla por la
cuerda mu.
Es muy probable que estas concepciones hayan sido
elaboradas por el sincretismo lamaísta. En todo caso, el procedimiento seguido
por los lamas para la liberación final del alma recuerda la manera en que los
reyes míticos se disolvían en la cuerda mu. Dicho de otro modo: el santo es
capaz de repetir en espíritu, cuando le llega el momento de la muerte, aquello
mismo que los reyes míticos realizaban antes de la desdichada aventura de
Digun.
El “Bon”:
tensiones y sincretismo
Se ha planteado, y con sobrados motivos, el interrogante
acerca de “las razones que pudieron inducir a los historiadores (tibetanos) a
borrar los rastros de la religión antigua, cuyo mismo nombre (Gcug) llegó a
desaparecer, y a sustituirla por otra religión, el Bon, cuyos inicios como
religión deben de remontarse al siglo XI.
Ello es comprensible en el caso de los bon-po; en efecto,
no cabe duda de que estarían dispuestos a dar de ellos una versión capaz de
realzar su prestigio por el hecho de atribuirles la más remota antigüedad”. En
cuanto a los historiadores budistas, los sacrificios cruentos y las
concepciones escatológicas de la religión autóctona no les inspiraban otra cosa
que repugnancia, y de ahí que asimilaran todo aquel complejo a las prácticas “mágicas”
del Bon.
No resultaría fácil describir el Bon sin antes hacer
referencia a la propagación del budismo en el Tíbet. Las dos religiones se
enfrentaron desde el primer momento, a la vez que se influían mutuamente.
Cada una de ellas fue alternativamente protegida o
perseguida por los soberanos, hasta que a partir del siglo XI, el “Bon
modificado” (agyur Bon) adoptó la doctrina, el vocabulario y las instituciones
del lamaísmo.
Lo cierto es, sin embargo, que los ritualistas, los
adivinos y los “brujos” bon-po actuaban en el Tíbet antes de la penetración de
los misioneros budistas. Por otra parte, presentar el Bon en este punto de
nuestro estudio nos permitirá valorar la multiplicidad y la importancia de los
elementos extranjeros que han contribuido a la formación del sincretismo
religioso tibetano. En efecto, al menos ciertas categorías de bon-po atestiguan
un origen exótico.
Según la tradición, el “Bon extranjero” había sido
introducido desde Zhangshung (suroeste del Tíbet) o desde Tazig (Irán). Ello
explica, por una parte, los elementos iranios que advertimos en algunas concepciones
del Bon y, por otra hace verosímil los influjos indios (concretamente sivaítas)
anteriores a la penetración del budismo.
Los más antiguos documentos atestiguan la existencia de
diferentes clases de bon-po: ritualistas, sacrificadores, adivinos, exorcistas,
magos, etc. No cabe hablar, antes del siglo XI de una organización unitaria y bien
articulada de todos estos “especialistas de lo sagrado”.
Junto a otros especialistas de lo sagrado, los bon-po
protegían a los soberanos y a los jefes de los clanes. Desempeñaban un papel
importante en los funerales (y ante todo en los funerales reales), guiaban a
las almas de los difuntos en el más allá y se aseguraba que eran capaces de
evocar a los muertos y de exorcizarlos.
Otros documentos más tardíos presentan además distintas
cosmogonías y teologías e incluso especulaciones metafísicas más o menos
sistematizadas. Las influencias indias, especialmente la budista, son
manifiestas, pero ello no implica que anteriormente no existiera ya alguna “teoría”;
es muy probable que desde hacía tiempo coexistieran los bon-po “especulativos”
(genealogistas, mitógrafos, teólogos) con los ritualistas y los “brujos”.
Los autores bon-po tardíos narran del modo siguiente su “historia
sagrada”: el fundador del Bon habría sido Shenrab ni bo (el “hombre sacerdote-shen
excelente”). Su nacimiento y su biografía siguen el modelo de Sakyamuni y
Padmasambhava. Shenrab decidió nacer en un país occidental (Zhangshung o el
Irán).
Un rayo de luz blanca penetró en forma de flecha (imagen
del semen virile) en el cráneo de su padre, mientras que otro rayo de luz roja
(representante del elemento femenino, la sangre) entró en la cabeza de su
madre.
Según otra versión más antigua, fue el mismo Shenrab el
que descendió del palacio celeste bajo la forma de los cinco colores (es decir
como un arco iris). Metamorfoseado en pájaro, se posó sobre la cabeza de su
futura madre; dos rayos, uno blanco y otro rojo, brotaron de sus genitales y
penetraron a través del cráneo en el cuerpo de la mujer.
Una vez llegado a la tierra, Shenrab hizo frente al
príncipe de los demonios, persiguió y dominó mediante sus poderes mágicos a
cuantos demonios pudo encontrar; éstos, en prenda de sumisión, le entregaron
los objetos y las fórmulas que contenían la esencia de sus poderes, de forma
que los demonios se convierten en guardianes de la doctrina y de las técnicas
del Bon, lo que equivale a decir que Shenrab reveló a los bon-po las plegarias
que deberían dirigir a los dioses y los medios mágicos para exorcizar a los
demonios.
Después de instaurar el Bon en el Tíbet y China, Shenrab
se retiró del mundo, se entregó a las prácticas ascéticas, y al igual que Buda,
alcanzó el nirvana. Pero dejó un hijo que durante tres años propagó la
sustancia de la doctrina.
Se admite generalmente que el personaje legendario oculto
bajo el nombre de Shenrab es el creador del sistema doctrinal del Bon, en el
sentido de que recopiló y ordenó una masa considerable y contradictoria de
costumbres, ritos, tradiciones mitológicas, encantamientos y fórmulas mágicas.
El canon del Bon se constituye a partir del siglo XI
mediante la reagrupación de unos textos de los que se suponía que habían estado
ocultos durante las persecuciones de los reyes budistas y que habrían sido “recuperados”
más tarde.
Su forma definitiva data del siglo XV, cuando se logró
reunir los textos atribuidos a Shenrab (y supuestamente traducidos de la lengua
del Zhangshung) en los setenta y cinco volúmenes del Kanjur, junto con sus
comentarios, que ocupan los ciento treinta y uno volúmenes del Tanjur. La
clasificación y los títulos de estos textos están evidentemente tomados del
canon lamaísta.
La doctrina sigue muy de cerca las pautas budistas: “Ley
de la inconsistencia, del encadenamiento de las acciones que genera el ciclo
del samsāra. También para el Bon, el fin a conseguir es el Despertar, el estado
de Buda o más bien su forma mahayánica, la Vacuidad”.
Al igual que entre los monjes budistas “antiguos”, es
decir, los discípulos de Padmasambhava, la doctrina del Bon se articula en
nueve “vehículos” o “vías”. Los tres últimos vehículos son idénticos en las dos
religiones; los seis primeros presentan abundantes elementos comunes, pero
entre los bon-po incluyen además numerosas creencias y prácticas mágicas
peculiares.
En los escritos del Bon aparecen atestiguadas diversas
cosmogonías. Entre las más importantes, citaremos la creación, a partir de un
huevo primordial, o de los miembros de un gigante antropomorfo de tipo Purasha
(tema conservado en la Epopeya de Gesar) o, finalmente, como obra indirecta de
un deus o tiosus del que emergieron dos principios radicalmente opuestos.
El influjo indio es evidente en las dos primeras
cosmogonías. Según la tercera, en el principio existía únicamente una pura
potencialidad entre el ser y el no ser, que, sin embargo, se designa como “Creado,
Señor del Ser”. De este “Señor” emanan dos luces, blanca y negra, que engendran
dos “hombres”, uno blanco y otro negro. Este último, el “Infierno negro”,
semejante a una lanza, es la encarnación del no ser, principio de la negación,
autor de todos los males y de todas las calamidades.
El hombre blanco, que se proclama a sí mismo “Señor que
ama la existencia”, es la encarnación del Ser y principio de cuanto es bueno y
positivo en el mundo. Gracias a él son venerados los dioses por los hombres, y
los primeros luchan contra los demonios y demás representantes del mal.
Formación
y desarrollo del lamaísmo
Según la tradición, el budismo habría sido establecido en
el Tíbet por el rey Srong-bstansgam-po (620-641), considerado posteriormente
como una emanación de Buda Avalokiteshvara. Lo cierto es, sin embargo, que
resulta difícil de precisar la aportación real de este soberano a la
propagación de la Ley. Se sabe que, al menos en parte, seguía las antiguas
prácticas religiosas. Parece seguro además que el mensaje budista era conocido,
en determinados ambientes religiosos del Tíbet, ya antes del siglo VII.
Como religión oficial, el budismo está atestiguado por
vez primera en los documentos oficiales emitidos en el reinado de
KhristonIde-bcan (755-797). Este soberano, proclamado emanación de Mānjūsrī,
invitó al Tíbet a los grandes maestros indios Santirkshita, Kamalashīla y
Padmasambhava. Dos tendencias se disputaban la protección del rey: la “escuela
india”, que enseñaba una vía progresiva de liberación, y la “escuela china”,
que proponía técnicas cuyo objetivo era la iluminación instantánea (chang,
japonés zen). Después de asistir a la presentación y defensa de sus métodos
respectivos (792-794), el rey eligió la tesis india.
Durante el siglo IX los monjes gozaban de una situación
privilegiada dentro de la jerarquía política y recibieron propiedades cada vez
más importantes. El rey Ral-pa-čan (815-838) provocó, por su exceso de celo en
favor de los monjes, la oposición de los nobles. Fue asesinado; su hermano, que
le sucedió (838-842), desencadenó una violenta persecución contra los budistas;
según las crónicas tardías, era un enérgico defensor del Bon. Pero también él
fue asesinado; después de su muerte, el país, atomizado en principados que se
enfrentaban constantemente, se hundió en la anarquía.
Durante más de un siglo pesó una tajante prohibición
sobre el budismo. Fueron profanados los templos, amenazados de muerte los
monjes, obligados a casarse o a abrazar el Bon. Las instituciones eclesiásticas
fueron aniquiladas y las bibliotecas destruidas. Pero sobrevivió un cierto
número de monjes solitarios, especialmente en las provincias marginales. Este
período de persecución y anarquía favoreció la difusión de la magia y de las
prácticas tántricas de tipo orgiástico.
Hacia el año 970, Ye-çes’od, un rey budista del Tíbet
occidental, envió a Rin c’enbzanpo (958-1055) a Cachemira en busca de maestros
indios. Con él se inicia la segunda difusión del budismo. Rin c’en organizó una
escuela y procedió a la traducción de los textos canónicos y a la revisión de
las antiguas traducciones.
En 1042 llegó al Tíbet occidental un gran maestro
tantrista, Atīśa, que inició a Rin c’en, ya anciano, y a algunos de sus
discípulos, entre ellos a Brom-ston, que se convirtió en el más autorizado
representante de la tradición comunicada por Atīśa. Lo que se produjo realmente
fue una verdadera restauración de las estructuras originales del budismo, que
impuso una estricta conducta moral a los monjes, el celibato, la ascesis, los
métodos tradicionales de meditación, etc. Adquiere entonces una importancia
considerable el gurú, lama (bla-ma) en tibetano.
Esta reforma de Atīśa y sus sucesores sienta las bases de
lo que más tarde será la escuela de los “virtuosos”, gelugpa (Dgelugspa). Pero
algunos religiosos, fieles a Padmasambhava, no aceptaron esta reforma. Con el
tiempo se definirían como los “antiguos”, nyingmapa (Rñin-ma-pa).
Entre los siglos XI y XIV se suceden una serie de grandes
maestros espirituales, creadores de nuevas “escuelas” y fundadores de
monasterios que habrían de hacerse célebres. Los monjes Tibetanos viajan por la
India, Cachemira y Nepal en busca de gurús famosos, con la esperanza de ser
iniciados en los misterios (especialmente tántricos) de la liberación. Es la
época de los yogins, místicos y magos famosos, como Naropa, Marpa, Milarepa.
Inspiran y organizan diferentes “escuelas”, algunas de las cuales se escindirán
en ramas diversas con el paso del tiempo.
Sería inútil enumerarlas; basta citar los nombres de
Tsong-kha-pa (1359-1419), enérgico reformador en la línea de Atīśa y fundador
de una escuela que habría de tener un gran futuro, cuyos adeptos reciben el
nombre de “nuevos” o de “virtuosos” (gelugpa). El tercer sucesor de
Tsong-Rha-pa asumió el título de Dalai Lama (1578). Bajo el quinto Dalai Lama
(1617-1682), los gelugpa lograron imponerse definitivamente. A partir de
entonces y hasta nuestros días, el Dalai Lama es reconocido como único jefe
religioso y político del país. Los recursos de los monasterios y el gran número
de los monjes han asegurado la fuerza y la estabilidad de la teocracia lamaica.
En cuanto a los “antiguos”, los nyingmapa, aparte de la
transmisión oral ininterrumpida de la doctrina, reconocen las revelaciones
obtenidas por la inspiración extática de un religioso eminente o conservadas en
libros de los que se supone que han permanecido “ocultos” durante las
persecuciones y que han sido “descubiertos” ulteriormente.
Al igual que entre los bon-po, la gran época del
descubrimiento de textos se extiende entre los “antiguos” desde el siglo XI
hasta el XIV. Un monje extremadamente bien dotado y de espíritu emprendedor,
Klon’chen (siglo XIV), organizó el conjunto de las tradiciones nyingmapa en un
sistema teórico bien articulado.
Paradójicamente, el verdadero renacimiento de los “antiguos”
se inicia a partir del siglo XVI. Sin embargo, pese a las diferencias de orden
filosófico y más especialmente de la variedad de rituales, no se produjo una
verdadera ruptura entre los “antiguos” y los “nuevos”. Durante el siglo XIX se
precisó un movimiento de tipo ecléctico que apuntaba a la integración de todas
las escuelas budistas tradicionales.
Doctrinas
y prácticas lamaicas
Los tibetanos no se tienen por innovadores en lo que
concierne a la doctrina. Pero es necesario tener en cuenta el hecho de que, “mientras
que el budismo desaparecía en la India a comienzos del siglo XIII, dejando tras
de sí únicamente los textos, siguió difundiéndose en el Tíbet en una tradición
viva”.
Los primeros misioneros budistas llegaron después de que
en la India triunfara el Gran Vehículo (Mahāyāna). Las escuelas dominantes eran
el Mādhyamika, la “Vía Media” fundada por Nāgārjuna (siglo III), la Yogāchara o
Vijñanaváda establecida por Asanga (siglo IV-V) y finalmente el Tantra o
Vajrayāna (el “Vehículo de Diamante”). Durante los cinco siglos siguientes,
todas las escuelas enviaron sus representantes al Tíbet y concurrieron a la
formación del lamaísmo.
Simplificando las cosas, podríamos decir que los “reformados”
gelugpa siguen las enseñanzas de Nāgārjuna, recurriendo a la lógica y la
dialéctica como medio para realizar el vacío y, de este modo, alcanzar la
salvación, mientras que los “antiguos” se atienen ante todo a la tradición
fundada por Asanga, que atribuía una importancia decisiva a las técnicas
yóguicas de meditación.
Hemos de precisar, sin embargo, queesta distinción no
implica desprecio hacia la dialéctica entre los “antiguos” ni la ausencia del
yoga en las enseñanzas de los “reformados”. En cuanto a losritos tántricos, si
bien son practicados en especial por los nyingmapa, no eran ignorados por los
gelugpa.
En resumen, los religiosos podían elegir entre una vía
inmediata y una vía progresiva. Pero tanto una como otra daban por supuesto que
el Absoluto (la Vacuidad) no puede ser alcanzado sino a condición de suprimir
las “dualidades”: sujeto (pensante)-objeto (pensado), mundo fenoménico-realidad
última, samsāra-nirvāna. Según Nāgārjuna, hay dos modos de verdad: la verdad
relativa, convencional (samvritti), y la verdad absoluta (paramāntha).
En la perspectiva de la primera, el mundo fenoménico,
aunque ontológicamente irreal, existe de modo totalmente convincente en la
experiencia del hombre ordinario. En la perspectiva de la verdad absoluta, el
espíritu descubre la irrealidad de todo cuanto parece existir, pero esta
revelación es verbalmente inexpresable. Tal distinción entre las dos verdades
—convencional y absoluta— permite preservar el valor de la conducta moral y de
la actividad religiosa de los fieles laicos.
Las dos especies de verdad están en relación con las
distintas categorías de seres humanos. Ciertamente, todos poseen en estado
potencial la naturaleza búdica, pero la realización de ésta depende de la
ecuación kármica de cada individuo, resultado de sus innumerables existencias
anteriores. Los fieles laicos, condenados a la verdad convencional, se
esfuerzan por acumular méritos mediante donativos a los monjes y a los pobres,
con prácticas rituales y peregrinaciones, recurriendo a la recitación de la
fórmula ommanipadmehūm. Para ellos, “lo que importa sobre todo es el acto de fe
en la recitación, fe que permite una especie de concentración y un
desdibujamiento del yo”.
En cuanto a los religiosos, su situación difiere conforme
al grado de su perfección espiritual. Algunos monjes comparten todavía la
perspectiva de la verdad convencional. Otros, al elegir el método rápido de la
iluminación, se esfuerzan por realizar la identificación de lo absoluto y lo
relativo, del samsāra y del nirvāna, lo que equivaldría a captar
experimentalmente la realidad última, la Vacuidad. Algunos proclaman a través
de un comportamiento excéntrico y hasta aberrante que ya han trascendido las “dualidades”
falaces de la verdad convencional.
Al igual que en la India, son especialmente las diversas
escuelas tántricas las que aplican y transmiten, en el mayor secreto, las
técnicas de meditación y los ritos encaminados a realizar la coincidentia oppositorum a todos los
niveles de la existencia. Pero todas las escuelas tibetanas aceptan los
conceptos fundamentales del budismo mahāyāna, y en primer lugar la idea de que
la Alta Ciencia (prajnā), principio femenino ypasivo, está íntimamente ligada a
la Práctica, o “Medio” (upāya), principio masculino y activo; gracias
precisamente a la “práctica” puede manifestarse la “sapiencia”. Su unión,
obtenida por el monje como fruto de meditaciones y ritos específicos, gratifica
con la Gran Felicidad (mahāsukha).
Rasgo característico del lamaísmo es la importancia
capital del gurú. Ya en la India brahmánica e hinduista, al igual que en el
budismo primitivo, el maestro era tenido por padre espiritual del discípulo.
Pero el budismo tibetano eleva al gurú a una posición casi divina, ya que
confiere la iniciación al discípulo, le explica el sentido esotérico de los
textos, le comunica un mantra secreto y todopoderoso.
En cuanto al discípulo, la fe en su gurú debe ser
absoluta. “Venerar un solo pelo del maestro es un mérito mayor que venerar a
todos los budas de los tres tiempos (pasado, presente y futuro)”. Durante la
meditación, eldiscípulo se identifica con su maestro, que a su vez está
identificado con ladivinidad suprema. El maestro somete a su discípulo a
numerosas pruebas, a fin de descubrir los quilates y los límites de su fe.
Ontología y
fisiología mística de la luz
Esta capacidad de asimilar y revalorizar diversas
tradiciones, quizá indígenas y arcaicas o extranjeras y recientes, constituye
uno de los rasgos característicos del genio religioso tibetano. Es posible
apreciar los resultados de este sincretismo examinando algunas concepciones y
ritos referentes a la luz. Ya hemos subrayado la importancia de la luz al
presentar el mito de la cuerda mu y ciertas cosmogonías autóctonas o
pertenecientes al Bon.
Giuseppe Tucci considera la importancia atribuida a la
luz (“lo mismo en cuanto principio generador que como símbolo de la realidad
suprema o como revelación visible, perceptiva, de esa luz, de la que todo
procede y que está presente en nosotros mismos”) como la característica
fundamental de la experiencia religiosa tibetana. Para todas las escuelas
lamaicas, el Espíritu (sems) es luz, y esta identidad constituye la base de la
soteriología tibetana.
Pero hemos de recordar que, en la India, la luz era
considerada como la epifanía del espíritu y de la energía creadora a todos los
niveles cósmicos, y ello a partir ya del Rigveda. La homología
divinidad-espíritu-luz-semen virile aparece claramente articulada en los
Brāhmanas y en las Upanishads. La aparición de los dioses y el nacimiento o la
iluminación de un salvador (Buda, Mahavira) se manifiestan mediante una
profusión de luz sobrenatural.
Para el budismo Mahāyāna, el espíritu (= el pensamiento)
es “naturalmente luminoso”. Por otra parte, es conocida la importancia de la
luz en las teologías iranias. De ahí podemos deducir razonablemente que la
identidad entre espíritu (sems) y luz, tan importante en el lamaísmo, sería
consecuencia de las ideas llegadas desde la India e, indirectamente, del Irán.
Pero conviene examinar el proceso de reinterpretación y de revalorización que
experimenta dentro del lamaísmo un mito prebudista sobre el origen del hombre a
partir de la luz.
Según una tradición antigua, la “luz blanca” dio origen a
un huevo, del que surgió el hombre primordial. Una segunda versión relata que
el ser primordial tuvo su origen en el vacío y que irradiaba luz. Finalmente,
otra tradición explica cómo se realizó el paso del hombre-luz a los seres
humanos actuales.
En el principio, los hombres eran asexuados y carecían de
impulsos sexuales; portaban la luz en sí mismos y la irradiaban. No existían ni
el sol ni la luna. Cuando se despertó el instinto sexual, aparecieron los
órganos sexuales y se manifestaron también en el cielo el sol y la luna. Al
principio, los hombres se multiplicaban de la siguiente manera: la luz que
emanaba del cuerpo del macho penetraba, iluminaba y fecundaba la matriz de la
mujer. El instinto sexual se satisfacía únicamente por la vista. Pero los hombres
degeneraron y empezaron a tocarse con las manos, hasta que por fin descubrieron
la unión sexual.
Según estas creencias, la luz y la sexualidad son dos
principios antagónicos; cuando domina uno de ellos, el otro no puede
manifestarse, y a la inversa. Esto equivale a decir que la luz está contenida
(o más bien retenida) en el semen virile. Como acabamos de recordar, la
consustancialidad del espíritu (divino), de la luz y del semen virile es con
seguridad una concepción indoirania. Pero la importancia de la luz en la
mitología y en la teología tibetanas (la cuerda mu, etc.) sugiere un origen
autóctono para este tema antropogénico. Ello no excluye una reinterpretación
ulterior.
En el momento de la muerte, el “alma” de los santos y de
los yoguis es arrebatada hacia la coronilla, como una flecha de luz, y
desaparece por “el agujero del humo del cielo”. Para el común de los mortales,
el lama abreun orificio en la coronilla del moribundo, a fin de facilitar el
vuelo del “alma”. Durante la fase final de la agonía y a lo largo de muchos
días después de la defunción, un lama lee a la intención del fallecido el Bardo
Thödol (el libro tibetano de la muerte).
El lama le avisa de que será bruscamente despertado por
una luz cegadora; lo que entonces se produce realmente es elencuentro con su
propio yo, que es al mismo tiempo la realidad última. El texto ordena al
difunto: “No te dejes intimidar ni aterrorizar, ya que no es otra cosa que el
esplendor de tu propia naturaleza”. Y prosigue el texto: los sonidos como de
truenos y otros fenómenos terroríficos “no pueden en modo alguno dañarte. Eres
incapaz de morir. Basta con que reconozcas que estas apariciones son tus
propias formas de pensamiento. Reconoce que todo esto viene a ser el bardo (es
decir, el estado intermedio)”.
Sin embargo, condicionado por su situación kármica, el
difunto no acierta a poner en práctica estos consejos. Si bien percibe
sucesivamente unas luces puras —que representan la liberación, la
identificación con la esencia de Buda— el difunto se deja atraer por las luces
impuras, que simbolizan una forma cualquiera de post-existencia.
Conclusión
La síntesis religiosa tibetana presenta una cierta
analogía con el hinduismo medieval y con el cristianismo. En los tres casos se
trata del encuentro entre una religión tradicional (es decir, de una sacralidad
de estructura cósmica), una religión de salvación (el budismo, el mensaje
cristiano, el vishnuismo) y una tradición esotérica (tantrismo, gnosticismo,
técnicas mágicas). La correspondencia resulta aún más llamativa entre el
Occidente medieval dominado por la Iglesia romana y la teocracia lamaica.
1.Cid me puedes recomendar que libros de magia son genuidos? Quiero ser mago y tener poderes.
ResponderBorrar2. Los magos después de la muerte pueden permanecer concientes en el astral y volver a rencarnar cuando quieran o pueden alargar su vida indefinidamente como los maestros ser inmortales?
3. Se han librado batallas entre magos negros y adeptos en el pasado?
1. No sabría decirte qué libros de magia son genuinos, pero no es leyendo que adquieres poderes, sino a través de todo un entrenamiento, el cual no te lo recomiendo porque implica mucha disciplina, santidad y dedicación, o de lo contrario esos poderes te lastimarán.
Borrar2. Los maestros pueden extender su vida, pero no son inmortales, también fallecen. Y dependiendo del poder del mago, este podrá hacer algo similar.
3. Parece que en el pasado si ha habido batallas entre los magos negros y los adeptos de luz.
Al desarollar los poderes ocultos puedo tener conocimiento instantáneo de cualquier tema ver los registros akáshicos aprender cualquier idioma ver el aura los planos sutiles entidades etc?
BorrarSi pero también te vuelves más vulnerable a las entidades oscuras del astral y si no llevas una vida extremadamente pura estas te destruirán.
BorrarEntonces como no destruyen a los magos negros ellos no llevan una vida santa que digamos como hacen para protegerse?
BorrarEn todo caso yo no bebo fumó ni me drogo no hago daño a nadie ni voy a sitios de mala muerte al contrario tengo buenos hábitos practico deportes me alimento bien soy positivo etc.
La mayoría de los magos negros también terminan por ser destruidos por las entidades oscuras, y los que logran sobrevivir se condenan a ser eliminados por el karma.
BorrarY los afectados por los magos negros? tienen su recompensa? ya que de lo contrario entonces podriamos dedicarnos a hacer el mal y vivir aprovechandonos y abusando de los demas, de todas formas, nos desintegraremos. Como la frase tipica que se dice "que tanto problema, la vida es una sola, hay que disfrutar"
ResponderBorrarLos maestros explicaron que cuando la victima es inocente, karma la recompensará para que no quede injusticia suelta. Y en un inicio las personas malas sufren el karma negativo que ellas causaron y es solo cuando se obstinan en seguir hundiéndose en el mal que terminarán por ser destruidas.
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