1. En el artículo que el coronel Olcott
escribió en homenaje póstumo hacia Blavatsky, él habló brevemente sobre este
asunto:
Nunca pude
averiguar quién realmente era Blavatsky, no como Helena Petrovna, hija de los Hahn y
Dolgorouki, cuyo linaje era fácil de rastrear, sino como "HPB", la
misteriosa individualidad que escribía y obraba maravillas. Su familia no tenía
idea de dónde sacaba su inagotable flujo de particular erudición. Escribí y le
hice esa pregunta a su respetada tía poco después de que HPB comenzara a
escribir Isis Develada, pero su tía
no pudo darme ninguna pista. Madame
Fadeyef respondió:
-
"La
última vez que la vi" —unos cinco años antes— "ella no sabía, ni en
sueños, las cosas aprendidas que me dice que ahora está discutiendo."
Ayudé a HPB en
la primera de sus maravillosas obras, Isis
Develada, y vi escritas o editadas todas las páginas del manuscrito y cada
galera de las hojas de prueba. La producción de ese libro con sus innumerables
citas y su extraña erudición, fue lo suficientemente milagrosa como para
convencerme de una vez por todas de que ella poseía dones psíquicos del más
alto nivel.
Pero había muchas
más pruebas que incluso eso, por ejemplo a menudo cuando los dos trabajábamos
solos en nuestros escritorios hasta altas horas de la noche, ella ilustraba sus
descripciones de los poderes ocultos que existen en el hombre y en la naturaleza
mediante fenómenos experimentales improvisados.
Ahora que miro
hacia atrás puedo ver que estos fenómenos aparentemente fueron elegidos con el
propósito específico de educarme en la ciencia psíquica, así como los
experimentos de laboratorio de Tyndall, Faraday o Crookes están planeados para
guiar al alumno sucesivamente a través del plan de estudios de física o de
química.
Entonces no
había difamadores, ni terceros a los que supuestamente engañar, nadie esperando
regalos de joyería, o poderes paranormales, o consejos especiales sobre el
atajo que lleva hacia el Nirvana. Ella simplemente quería mi ayuda literaria en
su libro y para hacerme comprender las leyes ocultas involucradas en la
discusión del momento, me demostraba experimentalmente el terreno misterioso en
el que se encontraba. Y así se me mostraron más cosas de las que nunca se ha
escrito de todas las obras maravillosas que el público ha leído acerca de lo que
ella había hecho en presencia de otros testigos.
2. Posteriormente en el primer tomo
de su libro
"Las Viejas Hojas de un Diario", el coronel Olcott habló mucho
más al respecto:
Veamos
un poco lo que nuestra memoria pueda hallar en materia de recuerdos con
respecto a la obra “Isis Desvelada”.
Si
algún libro ha hecho época, puede decirse que ha sido este. Sus resultados han
sido tan importantes en un sentido como los de la primera gran obra de Darwin
en el otro. Son dos grandes mareas del pensamiento moderno que tienden ambas a
barrer las tonterías teológicas y a reemplazar la creencia en el milagro por la
creencia en las leyes naturales.
Y
sin embargo, nada tan carente de elevación y menos brillante que los comienzos
de Isis Desvela. Un día de verano en
1875, Blavatsky me mostró algunas cuartillas manuscritas que había escrito y me
dijo:
- “La noche pasada
escribí esto por orden, pero no sé qué diablo será esto. Tal vez un articulo de
periódico, tal vez un libro, tal vez nada. En todo caso, yo obedezco.”
Lo
guardó en un cajón, y durante un cierto tiempo no se habló más de ello. Pero en
el mes de septiembre (si la memoria me sirve bien) ella fue a Syracusa en Nueva
York a visitar a sus nuevos amigos, el profesor y la señora Corson, de la
Universidad de Cornell, y ahí continuó con ese trabajo literario.
Me
escribió que sería un libro sobre la historia y la filosofía de las escuelas
orientales y su relación con las de nuestros tiempos. Elle me mencionó que
estaba escribiendo sobre temas que jamás había estudiado, y que hacía citas de
libros que jamás en su vida había leído. Y que el profesor Corson para
comprobar su exactitud, verificó esas citas en las obras clásicas de la
biblioteca de la Universidad y el profesor las encontró exactas.
Blavatsky
no trabajó mucho en esa obra cuando volvió a la ciudad, y escribía con
intermitencias. Lo mismo hizo cuando residió en Filadelfia, pero un mes o dos
después de la fundación de la Sociedad Teosófica, alquilamos dos pisos en la
misma casa: calle 34 Oeste, núm. 433; ella en el primer piso, yo en el segundo,
y en adelante Isis Desvela se
continuó sin interrupción hasta que estuvo terminada en 1877.
En toda su vida ella no había hecho
el equivalente a la décima parte de semejante trabajo literario, y a pesar de
eso, nunca conocí a nadie, ni siquiera al redactor jefe de algún diario que
pudiera comparársele en lo tocante a la resistencia determinada o a la facultad
de trabajo incesante. De la mañana a la noche estaba en su mesa y era muy raro
que uno de nosotros se acostase antes de las dos de la mañana.
Durante el día, yo me ocupaba de mi
profesión, pero después de cenar temprano, nos instalábamos juntos en un gran
escritorio y trabajábamos como rabiosos hasta que la fatiga física nos forzaba
a detenernos.
¡Qué experiencia!
Durante ese tiempo de menos de dos
años, concentré toda la educación de una vida ordinaria de lectura y pensamiento:
y yo no le servía tan sólo de secretario y corrector de pruebas, sino que ella me
hacía colaborar utilizando según me parecía, todo lo que alguna vez había
podido leer o pensar.
Ella estimulaba mi espíritu con
nuevos problemas que resolver, ocultos o metafísicos, para los que mi educación
no me había preparado y que no llegaba a concebir sino a medida que mi
intuición se desarrollaba en esa cultura forzada.
Ella no trabajaba siguiendo un
programa trazado, pero las ideas manaban de su cerebro como una fuente viva que
se desborda sin cesar. Por ejemplo, tan pronto hablaba de Brahma como del gato
meteoro eléctrico de Babinet; y citaba respetuosamente a Porfirio o al
periódico de esa mañana o a un folleto nuevo que yo acababa de traerle. O salía
de los abismos de la adoración al Adepto ideal para entrar a luchar
violentamente con el profesor Tíndall o cualquier otro de los que tenía entre
ojos.
Esto se presentaba como por saltos o
brincos, unas cosas tras otras, formando cada párrafo un todo susceptible de
ser quitado sin perjudicar al precedente ni al siguiente. Y aún ahora, si se
examina ese libro sorprendente, se verá eso a pesar de las numerosas
refundiciones que ha sufrido.
Y si a pesar de toda su ciencia,
ella trabajaba sin plan fijo,
¿No tiende esto a probar que ella no escribía por sí misma y
que por lo tanto ella no era más que el canal a través del cual esa ola de
viviente esencia vital se volcaba en el pantano estancado del pensamiento espiritualista
moderno?
A veces, con un fin de educación y
adiestramiento, me pedía que escribiese sobre un tema indicado, ya fuese
sugiriéndome los puntos principales que había que aclarar, o bien abandonándome
al esfuerzo de mi intuición.
Y terminado mi original, si no le
satisfacía, se enojaba seriamente y me trataba de todos los modos capaces de
hacer hervir la sangre. Pero si yo hacía ademán de romper el infortunado
trabajo, entonces me lo arrancaba de las manos y lo ponía de lado para servirse
de él oportunamente después de un pequeño arreglo; y yo volvía a empezarlo.
Era menester ver a veces su propio
manuscrito: cortado, pegado y vuelto a cortar, en fin, reconstituido, tanto y
tan bien que observando una hoja por transparencia se veía que estaba compuesta
por seis, ocho y hasta diez recortes extraídos de diferentes páginas, unidos
unos con otros con algunas líneas de texto para ligar el conjunto. Y ella adquirió
tal habilidad en este ejercicio, que con frecuencia se alababa de ello ante sus
amigos.
Nuestros libros de referencia no
dejaron de sufrir con este motivo, porque a veces pegaba los recortes sobre sus
páginas abiertas y no faltan volúmenes en la biblioteca de Adyar o en las de
Londres, para mostrar aún las señales.
A partir del día de su primera
publicación en el Daily Graphic en
1874 y durante todo su período americano, ella se vio sin cesar asediada de
visitas, y si entre ellas había alguna que poseía algún conocimiento especial
en cualquiera especialidad que fuese y que tuviera relación con su obra, ella
le hacía decir, y cuando era posible, escribir sus opiniones o recuerdos, para
insertarlos más tarde en su libro.
Entre otros ejemplos, el relato
hecho por el señor O'Sullivan, de una sesión de magia en París, el interesante
ensayo del Sr. Rawson sobre las iniciaciones secretas entre los drusos del
Líbano, las numerosas notas y párrafos enteros del doctor Alejandro Wilder en
la introducción y esparcidos en la obra. Y también otros más que han
contribuido al interés y valor de la obra.
He visto a un rabino judío, pasar
noches enteras discutiendo con ella de Kábalah y le he oído decir que, a pesar
de haber estudiado durante treinta años las enseñanzas secretas de su religión,
ella le había enseñado cosas en las que él nunca había pensado, y aclarado
partes que sus más sabios maestros no habían podido comprender.
¿De dónde sacaba ella esta ciencia?
Es imposible negar que Blavatsky la poseía.
¿De dónde la adquirió?
Ni de su educación en Rusia, ni de
ninguna fuente conocida de su familia o de sus amigos íntimos. No podía haber
sido en los ferrocarriles o barcos en los que había pasado su juventud
recorriendo el mundo, ni en universidad alguna, puesto que no las había
frecuentado y tampoco en las grandes bibliotecas públicas.
A juzgar por su conversación y sus
costumbres, nunca había hecho los estudios necesarios para adquirirla antes de
principiar su laboriosa tarea, pero en el momento necesario ella se encontraba
en posesión de los conocimientos requeridos; y en los momentos más inspirados —si
puede decirse así— sorprendía tanto a los eruditos por su ciencia, como
deslumbraba a los oyentes por su elocuencia o los encantaba con la vivacidad de
su espíritu y la ironía de sus críticas.
Viendo las numerosas citas de Isis Desvelada, podría creerse que ella lo
escribió en un rincón del British Museum, o de la Astor Library de Nueva York,
pero lo cierto es que nuestra biblioteca no contenía más que un centenar de
volúmenes de referencias. Y de tiempo en tiempo, los señores Sotheran, Marble,
o cualquier otro amigo, le traían un libro, y al terminarlo pidió algunos
prestados al señor Bouton.
Ella hizo gran uso de algunas obras
como de: The Gnostics de King, The Rosicrucians de Jennings, The Sod y The Spirit History of Man de Dunlop, The Hindu Pantheon de Moor, los furiosos ataques des Mousseaux
contra la magia, el magnetismo, el ocultismo, etc., a los que trataba de
diabólicos; las diversas obras de Eliphas Levi, los 27 volúmenes de Jacolliot,
las obras de Max Muller, de Huxley, de Tyndall, de Heriberto Spencer y otras de
autores más o menos célebres, pero que no excedían de un centenar de volúmenes.
Entonces,
¿Qué biblioteca frecuentó y qué libros pudo haber
consultado?
El señor W. H. Burr preguntó al
doctor Wilder, en una carta publicada por el Truth-Seeker, si era cierto el
rumor que corría de que él había escrito Isis
Desvelada para Blavatsky, y nuestro antiguo amigo respondió sinceramente
que eso era un rumor falso y que él sólo había hecho para ella lo que más
arriba dije, que le había dado excelentes consejos y que mediante una
remuneración había preparado un gran índice de unas cincuenta páginas, de
acuerdo con las buenas cuartillas que se le entregaron con ese objeto. Eso era
todo.
Y la creencia igualmente muy
difundida de que yo había escrito el libro y que ella lo había retocado, era
igualmente desprovista de fundamento. Lo cierto es enteramente lo contrario.
Yo corregí varias veces todas las
páginas de su manuscrito y todas las pruebas; escribí para ella muchos párrafos
según sus ideas, que no siempre podía entonces (quince años antes de su muerte
y casi sin haber hasta ese tiempo escrito nada en inglés) expresar en inglés según
su voluntad; le ayudé a encontrar citas, e hice otros trabajos auxiliares de la
misma clase; pero su libro le pertenece por entero, por lo menos si no se
considera más que los colaboradores del plano físico, y a ella deben dirigirse
los elogios y las críticas.
Su libro hizo época, y al escribirlo
me capacitó a mí (su discípulo y auxiliar) en la medida que pude serlo, para
todo el trabajo teosófico llevado a cabo desde hace veinte años.
En resumen,
¿De dónde sacó Blavatsky los materiales de Isis que no proceden
de ninguna fuente literaria conocida?
De la luz astral y por medio de sus
sentidos espirituales y de sus instructores, los “Hermanos”, los “Adeptos”, los
“Sabios”, los “Maestros”, según los diversos nombres que se les ha dado.
¿Cómo puedo saberlo?
Porque trabajé con ella en esa obra
durante dos años, y mucho tiempo también más tarde en otras publicaciones.
Era una cosa curiosa e inolvidable
verla trabajar. Frecuentemente nos poníamos a lado opuestos de una gran mesa y
yo podía seguir todos sus movimientos. Su pluma volaba sobre la cuartilla y de
pronto se detenía, miraba en el espacio con la vaga fijeza de los
clarividentes, y en seguida parecía leer algo invisible en el aire ante ella y
se ponía a copiarlo. Terminada la cita, sus ojos recobraban su habitual
expresión y volvía a escribir normalmente hasta una nueva repetición.
Recuerdo bien dos circunstancias en
las que yo también pude ver y tocar libros en sus dobles astrales, de los que
ella había copiado notas y que tuvo que materializar para probarme la exactitud
del texto porque yo me negaba a dejar pasar las pruebas sin verificación.
Uno de esos libros era una obra
francesa de fisiología y psicología, mientras que el otro libro (francés
también) trataba de una rama de la neurología. El primero de ellos, en dos
volúmenes, estaba encuadernado en media pasta, el otro en rústica. Era cuando
habitábamos la famosa “Lamasería”, calle 47 Oeste, número 302, el cuartel
general ejecutivo de la Sociedad Teosófica.
Yo le dije:
- “No puedo dejar pasar esa cita; estoy seguro de que no es
exacta.”
A lo que ella me contestó:
- “¡Oh!, déjelo, la cita está bien, siga adelante.”
Pero yo insistí y ella terminó por
decir:
- “Bueno, está bien, quédese tranquilo un momento y trataré de
obtenerlo.”
Entonces sus ojos adquirieron esa
mirada lejana, y al cabo de un instante ella me señaló al extremo de la sala
una repisa donde poníamos adornos, diciendo con voz cavernosa:
- “Allí.”
Después recobró su aspecto usual
y me dijo:
- “Allí, allí, vaya a ver allí.”
Entonces fui y encontré los dos
volúmenes pedidos a pesar que yo sabía que esos libros nunca habían estado en
la casa hasta ese momento. Comparé el texto con la cita de Blavatsky y le hice
ver que había adivinado su error, hice la corrección en la prueba y a
indicación suya coloqué otra vez los volúmenes sobre la repisa en el sitio en
que los encontré. Volví al trabajo, y cuando después de cierto tiempo miré en
esa dirección, ¡los dos volúmenes habían desaparecido!
Y después de este verídico relato,
se permite a los escépticos que duden de mi razón. Que les haga buen provecho.
Lo mismo sucedió con el segundo aporte de libros, pero este último quedó en
nuestro poder y aún lo conservamos.
El manuscrito original de Blavatsky presentaba,
según las ocasiones, los más diversos aspectos, no obstante que la escritura
conservaba siempre su carácter, de modo que cualquiera que la conozca bien
puede siempre reconocer una página escrita por ella. Sin embargo un atento
examen mostraba por lo menos dos o tres variantes en el mismo estilo, y el cual
se mantiene durante varias páginas seguidas y se ceden unas a otras.
Es decir que no se encontraba nunca
más de dos variantes en la misma página, y ni una solamente, sino cuando la que
había servido toda la noche o la mitad de la noche, cedía de pronto su lugar a
otra que a su vez duraba todo el resto de la noche o del día siguiente, o de
toda la mañana.
Una de las escrituras de Blavatsky era
muy pequeña pero sencilla; otra era libre y osada; otra era sencilla, mediana y
muy legible; y otra era garabateada y difícil de descifrar con las “a”, las “e”
y las “x”, las cuales eran raras y singulares. Y el inglés de esas diferentes
escrituras variaba también por completo al grado que tan pronto tenía yo que
hacer varias correcciones por línea, como con otro estilo podía dejar pasar
varias páginas seguidas casi sin ninguna falta gramatical o de ortografía.
Los más perfectos de sus manuscritos
eran los que escribían para ella durante su sueño. Así, por ejemplo, el
comienzo del capítulo XIV del volumen I sobre la civilización del antiguo
Egipto. Dejamos de trabajar hacia las dos de la mañana ya que nos encontrábamos
demasiado fatigados para ese momento como ya se había vuelto costumbre, y
fuimos a fumar y conversar un rato antes de separarnos.
Ella se caía de sueño en su silla y
me dio las buenas noches, de modo que yo me fui enseguida a mi habitación. Pero
al día siguiente, cuando bajé a desayunar, ella me mostró una pila de 30 ó 40
páginas manuscritas, de su mejor escritura, y me dijo que un Maestro cuyo
nombre no había sido tan manoseado como el de otros, lo había escrito para
ella. El original era perfecto en todo sentido y fue a imprimirse sin ser
retocado.
Lo curioso es que antes de cada
cambio de escritura y de estilo, Blavatsky salía un momento del salón o pasaba
por un trance o estado de abstracción, durante el cual sus ojos miraban al
espacio por encima de mí y volvían casi inmediatamente al estado normal. Y al
mismo tiempo se producía un visible cambio en su personalidad, o mejor dicho,
en su idiosincrasia, su porte, el timbre de la voz, la vivacidad de sus modales
y sobre todo en su carácter.
Los que han leído su libro “Grutas y Selvas del Indostán”,
recordarán la pitonisa que desaparecía como un torbellino para volver
diciéndose poseída por un nuevo dios. Pues bien, así era también Blavatsky,
salvo en lo que concierne a la hechicería y a la danza vertiginosa.
Entonces ella salía de la sala y era
otra persona la que volvía, no en cuanto al cuerpo físico en sí, pero con otros
movimientos, otros modales y otro lenguaje; con una mentalidad diferente, otra
manera de ver las cosas, un diferente manejo de la gramática, del vocabulario y
de la ortografía, y sobre todo, ¡oh! sobre todo, un humor variable que recorría
desde la dulzura angelical hasta su opuesto absoluto.
A veces soportaba con la más
benevolente paciencia mi más estúpida incapacidad para expresar sus ideas por
escrito, pero otras veces el más ligero error la ponía rabiosa y se hubiera
dicho que iba a hacerme pedazos. Sin duda que esos accesos de violencia podían
a veces depender de su salud, y por lo tanto no tener nada del anormal, pero
esta teoría no puede bastar para explicar todo sus cambios de carácter.
El Señor Sinnett la ha descrito
admirablemente en una carta privada, como una mezcla mística de diosa y de tártaro.
Y a propósito de sus modales en esos diferentes estados, él dice:
« Ciertamente que no se veían
en ella los atributos superficiales que podrían esperarse de un maestro
espiritual y por mucho tiempo fue para nosotros un misterio el hecho de que a
la vez ella fuese capaz de renunciar al mundo para buscar su adelanto
espiritual y de encolerizarse en forma tan violenta a propósito de la menor
molestia, etc. »
(Incidentes en la vida de Madame Blavatsky,
p.224)
Sin embargo, si se admite que cuando
su cuerpo estaba ocupado por un sabio, ella obraba de manera elevada, y cuando ese
sabio se ausentaba, ella se comportaba de modo muy diferente, entonces el
problema está resuelto.
Su querida tía, la señora N.A.
Fadeef, que la quería y a quien ella quiso siempre entrañablemente hasta su
último día, le escribió al señor Sinnett que desde su primera juventud había
mostrado ese temperamento excitable, que conservó como una de sus mayores
características. En ese entonces ya estaba sujeta a accesos de violencia
indomable y rebelde a toda clase de autoridad o de vigilancia. La menor
contradicción traía una crisis de cólera y a veces convulsiones.
Blavatsky ella misma ha contado en
una carta a su familia (op. cit., pág. 205) las experiencias psicológicas por
las que pasó, escribiendo en su libro:
« Cuando yo escribía Isis, lo
hacía tan fácilmente que no era un trabajo, sino un placer. ¿Por qué habrían de
alabarme?
Cuando mis guías me dice que
escriba, me siento y obedezco, pudiendo entonces escribir con igual facilidad
casi sobre cualquier tema: metafísica, psicología, filosofía, antiguas
religiones, zoología, ciencias naturales, ¿qué sé yo?
Nunca me pregunto ¿Puedo escribir
sobre eso? o ¿soy capaz?, sino que me siento a mi mesa y escribo. ¿Por qué?
Porque alguien que sabe todo me dicta, mi Maestro, y a veces otros que he
conocido en mis viajes.
Os ruego que no me creáis loca; ya
os lo he dado a entender varias veces... y os lo digo con franqueza: cuando
escribo sobre un tema que conozco mal o nada, me dirijo a ellos y uno de ellos
me inspira, es decir me deja copiar sencillamente manuscritos o impresos que
veo pasar en el aire ante mis ojos, sin que por un solo instante pierda
conciencia de la realidad. »
Y en otra ocasión Blavatsky escribió
a su hermana Vera, respecto a sus obras:
« Puedes no creerme, pero te
aseguro que no digo más que la verdad; estoy únicamente ocupada, no de escribir
Isis, sino con Isis misma. Vivo en una especie de continuo encanto, una vida de
visiones y de sueños en vigilia.
Ahí estoy y veo sin cesar a la
hermosa diosa. Y a medida que me revela el oculto sentido de sus secretos por
tanto tiempo perdidos, y que su velo, haciéndose sin cesar más transparente,
cae poco a poco ante mis miradas, contengo mi aliento y apenas puedo creer a
mis ojos.
. . .
Desde hace varios años, con el fin
de que no olvide lo que aprendí en otros sitios, hacen que conserve sin cesar
ante los ojos todo lo que es necesario que sepa. De este modo, día y noche, mi
vista interior pasa revista a todas las imágenes del pasado. Lentamente, como
un silencioso y encantado panorama, los siglos se despliegan ante mí... y se me
hace identificar esas imágenes con ciertos acontecimientos históricos, y sé que
no hay error posible. Razas y naciones aparecen durante ciertos siglos, después
desaparecen en otro cuya fecha exacta se me dice.
. . .
La antigüedad prehistórica cede el
lugar a los períodos históricos; los mitos se explican viendo acontecimientos y
personajes que en realidad existieron, y todos los acontecimientos importantes,
así como otros varios, todas las revoluciones, todas las páginas que se suceden
en la historia de las naciones, todo esto, con las causas latentes y los
subsiguientes resultados naturales, queda fotografiado en mi espíritu, como impreso
en colores indelebles
. . .
Cuando pienso y miro mis
pensamientos, los veo como esos pequeños trozos de madera, de diferentes formas
y colores, de los juegos de paciencia o rompecabezas; los tomo uno a uno y
trato de acomodarlos, poniendo de lado alguno hasta hallar su vecino, y esto
concluye siempre por formar un dibujo geométrico correcto
. . .
Rehúso en absoluto atribuir mi
ciencia a mi memoria, porque sería incapaz de llegar sola a tales premisas y a
tales conclusiones... te lo digo seriamente: soy ayudada, y el que me ayuda es
mi Gurú [el Maestro Morya]. »
(Op. cit., p.207)
Y Blavatsky le dice también a su tía
que cuando su Maestro está ausente y ocupado, sucede esta otra cosa:
« El despierta en mí su
sustituto en ciencia... Entonces no soy yo quien escribe, sino mi Ego interno,
mi yo luminoso que piensa y escribe por mí. Piense un poco, usted que me
conoce... ¿Cuándo he sabido todas esas cosas? ¿De dónde me viene toda esa ciencia? »
Los lectores que quieran estudiar a
fondo un fenómeno psíquico tan único, no deberán dejar de comparar las
explicaciones dadas más arriba acerca de sus estados de conciencia, con una
serie de cartas a su familia, cuya publicación se efectuó en la revista The Path de diciembre de 1894.
En esas cartas ella reconoce
formalmente que en esos momentos de que se ha hablado, su cuerpo se encontraba
materialmente ocupado por otras entidades que hacían su obra y enseñaban por su
boca cosas de las que ella no tenía el más superficial conocimiento en su estado
normal.
Y esta explicación no es enteramente
satisfactoria si se la toma al pie de la letra, porque si todos los trozos
separados de su rompecabezas psicológico se hubiesen reunido siempre tan bien
para formar un dibujo geométrico, sus obras literarias estarían exentas de
error, y sus temas seguirían un plan lógico y regular. Pero es inútil decir que
sucedía de un modo muy diferente y que hasta cuando Isis Desvelada salió de las prensas de Trow, después de que Bouton
hubiese gastado 600 dólares en correcciones y cambios en las formas, las
páginas y las pruebas, aún así no tenía un plan a seguir y no lo tiene aún
definido.
Se supone que el primer volumen
trata de las cuestiones científicas y el segundo de las religiosas (la edición
inglesa consta de dos volúmenes, N. del T.), pero hay en cada tomo cuestiones
que invaden el tema del otro. Y la señorita Kislingbury, que preparó el índice
del segundo volumen, la misma noche que yo preparaba el del primero, podría
certificar el trabajo que tuvimos para trazar las líneas generales de un plan
para nuestros tomos respectivos.
Después, cuando el editor rehusó
perentoriamente arriesgar más capital en la empresa, teníamos en nuestro poder
suficiente original suplementario para hacer un tercer volumen, y todo fue
destruido sin piedad antes de partir para la India, porque Blavatsky no se
imaginó que eso pudiese utilizarse allá, ni había soñado nunca con la revista
que posteriormente fundaríamos The
Theosophist, más La Doctrina Secreta
y otras que había de hacerse.
¡Y cuántas veces nos lamentamos por haber destruido tan
desconsideradamente esa cantidad de preciosos materiales!
Y para terminar, quisiera contarles
una anécdota: ya llevábamos trabajando en el libro varios meses, y llevaríamos escritas
como unas 870 páginas manuscritas, cuando una buena noche ella me preguntó que si
para dar gusto a nuestro Paramagurú [El Chohan Serapis], ¡yo consentiría en
recomenzarlo!
Me acuerdo de la conmoción que sentí
al pensar que todas aquellas semanas de trabajo forzado, de tormentas
psicológicas y de enigmas arqueológicos que daban dolores de cabeza, no habían
servido para nada. Al menos era lo que yo creía en mi infantil ignorancia.
No obstante, como mi amor y respeto
y mi reconocimiento hacia ese Maestro y hacia todos los otros que me habían
acordado el privilegio de participar de sus trabajos, no tenían límites, acepté
y empezamos todo de nuevo.
Lo cual al final resultó muy
felizmente para mí porque habiendo así probado mi fidelidad y la firmeza de mi
resolución, recibí una amplia recompensa espiritual. Se me explicaron
fundamentos, se me dio un gran número de ejemplos por medio de fenómenos
psíquicos, se me ayudó a que yo mismo hiciese experimentos, se me hizo conocer
a diversos Adeptos y de un modo general fui puesto en condiciones (en la medida
que tenían a bien permitírmelo mi nativa testarudez y mi suficiencia de hombre
del mundo práctico) para la obra pública aún insospechada que había de
cumplirse en el porvenir y que llegaría a ser histórica.
(Capítulo 13)
Estaba poseida pero no se por quien
ResponderBorrarSegún el testimonio de William Judge y Damodar Mavalankar en ocasiones ese cuerpo era habitado por un gran adepto.
ResponderBorrar"...estaba en lo cierto (como he comprobado posteriormente) en mi concepción original de que ella es un gran Adepto indio" (Damodar K. Mavalankar, carta a William Quan Judge).
Buenas señor Cid le quería hacer una pregunta. Que son los Arcontes? No se ese tipo de entidades no se me suena como a fantasía yo no encuentro ningún libro esotérico genuino que hable de dichas entidades y solo lo leí una vez en una web de la new Age. Creo que es más invento que realidad no me suena como a fantasía. Me podrías sacar de dudas te estaría agradecido.
ResponderBorrarEn la antigüedad los arcontes eran sinónimo de “potestades” y recientemente hay una corriente de escritores “neo-gnósticos” que retomaron el tema de los arcontes, pero cuyas explicaciones están muy distorsionadas.
BorrarMil gracias por la respuesta
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