LOS CICLOS DE NUESTRAS VIDAS EXAMINADOS POR ROSO DE LUNA


 
El teósofo español Mario Roso de Luna hizo una disertación sobre este tema en dos artículos que se publicaron en la revista Sophia y que a continuación les transcribo:
 
 
 
LA ASTRONOMÍA PSÍQUICA: SU POSIBILIDAD CIENTÍFICA
 
« Creo posible una astronomía psíquica. Creo que el hombre que vemos por las calles es mera parte integradora de un gran conjunto, de un sistema psíquico de admirable contextura, invisible a nuestra grosera vista, sujeto á leyes parecidas á las del sistema planetario, reguladoras de la vida y de la muerte. Pero como el asunto es un poco atrevido, necesita previas explicaciones; así que suspended por un momento el desfavorable juicio que mi afirmación os producirá en un principio, ya que nadie debe ser condenado sin antes ser oído.
 
Los esfuerzos de abstracción y generalización que han levantado el prodigioso edificio matemático, se han ido poco á poco traduciendo en leyes inflexibles aplicadas á toda la fenomenología del Universo, y los conceptos enlazados con el número han ido encarnando así en la vida y suministrando base racional para ciencias más variadas cada día.
 
 
 
La importancia de los números
 
El número, la cantidad, aplicados al espacio, dieron nacimiento a la geometría, y ella ha pasado desde las aplicaciones mas teóricas y más admirables, á las más prácticas relacionadas con el orden, peso, volumen, densidad, forma y figura de los cuerpos.
 
El número ha reducido á términos concretos los más difíciles problemas de la mecánica. Se han averiguado las leyes fijas que regulan los movimientos de los astros, y ahora con la mecánica química, también ha elucidado las leyes correspondientes al movimiento de los átomos y a la inaudita multiplicidad de los fenómenos químicos.
 
El número se ha enseñoreado de la física, de la cosmografía, de mil aplicaciones en la ciencia militar, El número, como medida del tiempo, deducida de los movimientos terrestres, regula nuestra vida. La historia con sus cronologías depende exclusivamente del número. Las religiones todas nos hablan de números simbólicos a los que les conceden importancia altísima.
 
De una aritmética sagrada ó hermética nos habla la tradición y la ciencia entera de todos los pueblos antiguos. De la Suprema Causa se habla también cual del Uno-Todo, el inmensurable por Incognoscible. Y la filosofía también admite una genuina numeración para sus análisis.
 
Todo objeto ignorado es para nosotros cero absoluto: objeto visto por primera vez, se nos presenta á nuestra mente como algo separado de los demás seres, como una individualidad, como un uno. Y la escrutadora percepción analítica pronto revela en él el dualismo: parte de su todo es clara y parte obscura, parte fea y parte hermosa, algo que claramente se contrapone á algo ya físico, ya mental, ya arbitrariamente.
 
Aparece así el dualismo, el dos abstracto, lo recíprocamente contrapuesto, según el punto de mira que se elija, y tal dualismo halla al fin, con nuevas investigaciones, un nexo de unión, una modalidad ó lazo común de transición ó sintético, que pasa de la luz á las tinieblas á manera de crepúsculo; de lo bueno á lo malo por lo indiferente, de lo visto á lo ignorado por lo que se columbra, de lo grande á lo pequeño por lo adecuado, de lo concreto á lo vago, de uno á otro extremo, de una á otra manera especial de ser ó de existir por esos nexos de transición fáciles siempre de ser evidenciados.
 
El número reina en la terapéutica con la dosificación que alterada, lleva del remedio al veneno. Y también reina en la estadística porque sus conjuntos derivados del hecho observado se generaliza hasta concretarse en leyes orientadas hacia las mil ramas de la biología, fisiología ó patológica. El número se enseñorea de todas las artes y las bellas artes, con la proporcionalidad que impone á todos los elementos integradores de la obra artística.
 
El número regula nuestra vida en cuanto vemos y en no pequeña parte de cuanto ignorado aún y nos queda por ver. A tal lapso de tiempo en la gestación sobreviene el alumbramiento; a tales otros, mejor ó peor concretados, llegan la pubertad, la madurez, la esterilidad, la senectud y otros fenómenos de nuestra existencia sobre el planeta. Los fenómenos más exquisitos y desconocidos del carácter y de la conducta, son función de la edad, amén de otros factores no pocas veces.
 
No pasa día sin que la ciencia registre un nuevo triunfo del número, ya sea descubriendo astros sin mirarlos, cual Neptuno y los componentes físicos de no pocos sistemas dobles estelares; o ya sea descubriendo las propiedades físicas y químicas futuras de ignorados cuerpos simples del cuadro numérico de pesos atómicos, ideado por Mendejeleft; o ya sea sorprendiendo y casi pronosticando la marcha de las enfermedades epidémicas, gracias á curvas numéricas que con razón se han equiparado por alguien á las órbitas de los cometas.
 
Por infinitos detalles numéricos se ha lo grado sistematizar la botánica, en un principio con Linneo, por el número de órganos sexuales de la flor, y más recientemente por los números de sus pétalos, sópalos, hojas, etc., ó por la disposición de los nervios, peciolos, brácteas y demás elementos vegetales, disposición que al caer en cierto modo bajo la geometría, entra también por ella en el numero. Y análogas consideraciones serían procedentes en el campo de la zoología.
 
La mineralogía, ya sea en los detalles geométricos de los cristales, o en los químicos de las materias de su estudio, también depende del número.
 
Los ignorados fenómenos que se verifican con nuestra vida, aparecen avasallados con la noción de tiempo, que es algo consustancial con la noción de número.
 
¿Que insensatez puede haber, pues, ó qué peligro en hablar de números, hoy desconocidos, reguladores de nuestra existencia?
 
 
En nuestro cuerpo se dan cita las ciencias, esas mismas que dependen del número. materialistas ó espiritualistas, partidarios de la escuela de sólo el cuerpo, ó de la del dualismo de cuerpo y espíritu, ó del pluridualismo más completo de los varios cuerpos envolventes más y más sutiles de la Mónada esencial, nos es forzoso admitir que en la realidad-hombre se impone ante todo la armonía, y que ella sometida como está á leyes propias, no ha de discordar con las demás realidades grandes ó ínfimas del Universo en punto tan esencial como la idea del número y sus matemáticas aplicaciones.
 
Tal vez no se ha realizado esta investigación por pueriles escrúpulos religiosos de esos que rutinarios se atravesaron siempre en el triunfal camino de los genios. Acaso no ha llegado aún la hora de formular tan atrevidas preguntas como las del número en la vida de nuestro Ego, por ser integración de ciencias múltiples no susceptibles aún de prestar oportunos auxilios.
 
Pero quizá, y esto es lo más probable, hemos huido sistemáticamente de tales investigaciones por temor infantil frente á lo desconocido ó porque, como decía Voltaire, para nada hace falta tanta filosofía como para observar los fenómenos que experimentamos nosotros mismos.
 
En toda aplicación matemática á los diferentes vitalismos se presenta además un escollo casi insuperable. No basta, en efecto, que se de en ellos algo así como la idea de número, la de homogeneidad entre los fenómenos que se equipararan, y la más concreta de cantidad en cuanto hace referencia al aumento ó disminución de los mismos. Siempre parece cortarnos el camino la imposibilidad real ó ficticia de poder precisar los dos conceptos indispensables de igualdad y suma que hacen á las magnitudes mensurables matemáticamente.
 
El concepto de equivalencia elude en parte tales dificultades. Con él hacemos p e al área de un círculo equivalente á la de un polígono regular ó irregular de tantos ó cuantos lados. La idea de proporcionalidad es fecunda en resultados imprevistos, pero supone también aquellos conceptos indispensables.
 
Pero mejor las elude, sin duda, una mayor finura en el hecho de observación. Tal ha sido el hilo de Ariadna que ha seguido el sabio en el laberinto de las ignoradas verdades científicas.
 
Sabido es, en efecto, que las ciencias que han ido entrando sucesivamente en el cálculo matemático, no lo han podido conseguir sin un largo período de preparación, durante el cual han ido acumulando hechos sobre hechos hasta llevarlos luego á la férula matemática.
 
Los pueblos pastores que observaron largos lustros el curso de los astros; los pacienzudos experimentadores que frotando el electrom, inauguraron el estudio de la electricidad; los extraños nigromantes que persiguieron la piedra filosofal en sus retortas, estaban bien ajenos á pensar que del fruto maduro de aquéllas sus investigaciones incipientes, se había de enseñorear la fórmula matemática.
 
Prescindiendo pues de aquel escollo, hoy invencible, de no poderse determinar fríamente los conceptos de igualdad y de suma en el proteísmo psicológico, cabe comenzar como aquellas ciencias lo verificaron, y proceder á la requisa sistemática de hechos de psicología, observación tanto en la esfera de la vigilia como en la misteriosa del ensueño. En cierto ensayo sobre la fantasía humana intentamos algo sobre este último. Hoy nos fijaremos sólo en aquélla, en la vigilia.
 
Desde luego la senda se bifurca. Dos clases de hechos se nos presentan como observables: el propio y el ajeno. La exquisita contextura del hecho propio, el valiosísimo testimonio en él de la conciencia psíquica y la elemental razón de su mayor proximidad á cada observador, le hacen de momento preferible.
 
 
 
Los ciclos que regulan nuestra vida
 
El postulado que de lo dicho arranca es muy concreto. Nos sería conveniente observar, auto-inspeccionar, analizar con propósitos matemáticos por modo esmeradamente crítico, el amplio panorama de nuestra vida. El clásico nosce te ipsum se avalora en esto más que en cosa alguna. Haciendo otros lo mismo y compulsándose después las diversas observaciones, se depurarían errores posibles, quedaría reducido á su justo valor la llamada ecuación personal, doble fuente de tantos tristes desvaríos como de no pocos dichosos atisbos. La ley numérica reguladora, ó por lo menos leyes secundarias y parciales, acaso por algún lado se mostrarían.
 
Justificada la conveniencia de que nos observemos ó auto-inspeccionemos, demos nosotros el ejemplo; digamos pues lo que cada cual en si propio haya podido auto-inspeccionar.
 
De mí sé deciros una cosa muy sencilla. Me hago la ilusión de creer que efectivamente he sorprendido cierta periodicidad en la fenomenología de mi vida.
 
Esto podrá parecer una extravagancia, pero yo debo decirlo si he de ser verídico y honrado, refiriendo mis conquistas mentales, La propia observación es capaz de suministrar en cuanto a móviles, precedentes, intenciones, estados de conciencia, etiología, en fin, del hecho observado, detalles exquisitos y de plenísima certidumbre, que es necio el pretender ir á buscar al hecho ajeno. Tan genuina valía justifica, pues, la preferencia que le otorgamos en los comienzos de tamaña investigación.
 
En mí se da la sucesión de la vida como un suceder cíclico, y observo en ella que su período completo es de catorce años.
 
En toda la filosofía inda, griega y alemana, se admite como cierta la distinción entre lo transitorio y lo inmanente; lo que pasa y lo que queda; lo que Fitche llamara fenomenal ó concreto y lo numérico ó abstracto; lo que el sentido vulgar distingue como alto y bajo en el hombre; lo que cierta Escuela acreditada ya por sus transcendentales videncias ha denominado: Yo superior, ó espiritual, y yo inferior, ó animal en el hombre.
 
El uno cambia, progresa, se transforma; el otro parece dirigir la evolución de manera serena y permanente; el uno crece y envejece; el otro parece siempre el mismo. Aquél es el obrero que labora, el fagín que aporta materiales; el otro remeda al capitalista que acumula, al mar que atesora y guarda en su amplio seno los caudales acuosos de todos los ríos. Crece, pues, el gran Yo á costa del yo pequeño, ó con minúscula, y convendría en vista de ello simbolizarlos á entrambos por el centro y la circunferencia del círculo.
 
Pero hay que explotar el símil hasta donde nos sea dable.
 
Hay que considerar en ese girar del yo inferior en torno del superior ó numérico algo así como una verdadera órbita de aquel en torno de éste, único medio de dar plasticidad a tamañas abstracciones y hasta hablar de perihelios y afelios, equinoccios y solsticios, etc., en analogía del Sol y la Tierra, que es la comparación más gráfica que podemos hacer respecto de los mismos.
 
Aquí ya de las matemáticas. Si el período total de cada evolución ó giro de mi yo inferior es por ventura de catorce años (cual nos hemos imaginado) entonces cada catorce años se habrán de reproducir, en cierto modo y con ciertos matices, análogos hechos, á la manera como cada trescientos sesenta y cinco días el girar de la Tierra reproduce indefinidamente las estaciones. Pero a si mismo cada siete años los fenómenos, como las estaciones cada medio año, resultarán contrapuestos, y entre unos y otros fenómenos capaces de diseñar una á modo de línea de solsticios, otra línea de equinoccios perpendicular á ésta parecerá admisible.
 
Adivino aquí vuestra objeción: la cacareadísima libertad humana, tan indiscutible en sí frente á estos groseros determinismos.
 
Por de pronto los puntos fundamentales de mi órbita me resultan claros. Al venir á la vida mi yo superior ó eterno, después de Phedon, la inmortalidades un postulado de la Filosofía.
 
Toma carne, se reviste de mi yo inferior, nace en el mundo físico, siete años después ha de venir, si la sospecha es cierta, algo contrario, algo opuesto é intelectual, y otros siete más tarde algo físico, perfectamente definido, y así sucesivamente.
 
El período inferior físico ó de aphelio psíquico nos dará en nuestra hipótesis estas fechas: 1872, 1886, 1900. Ellas, en efecto, coinciden respectivamente con tres hechos físicos concretos: mi nacimiento, mi pubertad y el nacimiento de mi primer hijo.
 
El período contrapuesto, superior, mental ó perihelio psíquico parece darme estas otras fechas: 1879-1893, bien caracterizadas, pues en la primera al aprender á leer me inicié en lo que es clave de todo el humano progreso: el don de la lectura, y en la segunda tengo un hijo intelectual, descubro un cometa en el cielo.
 
¿Qué vendrá, si la regla es cierta, en 1907?
 
Tiempo tendremos de verlo.
 
De los dos períodos equinocciales el de la derecha me da estas otras fechas: 1875-1876, 1889-1890, 1903-1904, que se caracterizan por graves enfermedades, hondos sufrimientos y conmociones o revoluciones psíquicas, albores de los nuevos períodos, y aquí sí que el lector me tiene que creer meramente por mi honrada palabra, ínterin tú, con tus observaciones propias, ratifiques ó rectifiques éstas mías humildísimas. No sería malo que al observaros hallaseis comprobado algo de estas brutales conmociones de mis psíquicas, dolorosas y hermosas primaveras de catorce en catorce años.
 
El de la izquierda, á su vez, me aporta estas otras: 1882-1883, 1897-1898 y 1903-1904, Todos los viajes más importantes, largos y educadores de mi vida, corresponden á estos datos. El de la primera me mostró por primera vez el mar y el mundo; el de la segunda fecha, por su parte, me llevó dos veces al extranjero con propósitos poco definidos y de los que no me doy una cabal cuenta, cual si lo que se llama vulgarmente fuerza del destino me empujase. La tercera data, 1903-1904, ha coincidido con un continuo viajar por toda España.
 
¡Pero pícaro lector, que me sigues la pista ó rall-paper en estas órbitas, con las que no comulgas; ya te veo venir con tu humorismo de buena ley y preguntarme si por acaso he viajado no más que para hacer verdadero el principio á posteriori!  Pero no, créete que no; los tales viajes me han sido, contra mi voluntad, precisos y no hijos del capricho.
 
-      “Pues ya aquí” diréis, “acabemos de caracterizar vuestras estaciones anímicas”.
 
Así que voy á complaceros:
 
El primer cuadrante ó invierno se me inicia siempre con períodos de cierta calma espiritual, que luego pasa a duro sufrir y combatir, así que el equinoccio correspondiente se aproxima.
 
El segundo cuadrante me ha parecido constituyente, ó de vivir nuevo, tanto mejor cuanto más se ha acerado el perihelio mental ó de vital apoteosis.
 
El tercer cuadrante ó estival comienza asimismo tranquilo hasta aproximarse otra vez á los días equinocciales de la izquierda ú otoño en que se reproducen, si cabe con mayor intensidad y belleza, los choques del opuesto período en remedo quizá con el titanismo, que en situaciones análogas parece presentar el equinoccio de la Tierra.
 
Los mayores sufrimientos de mi vida, desgracias de familia inclusive, diríase que se han esperado á uno y otro lado de la línea, asunto que se presta por sí sólo á hondísimas meditaciones.
 
 
No hablaré ya más de mí por no cansaros, ni os molestare con la enunciación de los infinitos pormenores de mi auto-inspeccionada vida. Puedo, si queréis, dároslo otro día. Hablemos ya de vosotros:
 
¿Sois por ventura, de los que por escrito o meramente en el fondo de vuestra exquisita retentiva, lleváis también el libro de bitácora de la nave de vuestra alma, cuando surca el piélago del misterio con rumbos inciertos y desconocidos, como decía en no sé que ocasión?
 
 
Befos, en efecto, pobres naves que bogáis á lo Espronceda, de esas brújulas y timones que se llaman, no más que por darlas algún nombre, voluntad, razón, libertad, etc.  ... ¡Cuán pocas veces ellas os llevan en la vida! ¡Cuántos más sois vosotros los llevados en vuestras ignotas órbitas por vuestro Yo superior mismo, de tantas maneras llamado por la historia: ángel custodio, daimon familiar, musa, Ninfa Egeria, lares, penates, lémures y mil otros nombres sugestivos.
 
No, no estáis aislados en el Cosmos espiritual, como tampoco lo está el planeta que habitáis y vuestro propio cuerpo en el Cosmos físico. Marcháis, giráis, avanzáis y retrocedéis, sin que apenas os deis cuenta, pero evolucionáis siempre. Meditadlo, después de empaparos bien en la moderna astronomía iniciada por Copérnico, Kepler y Newton y alentados desde el fecundo campo de la filosofía por Bacon, Leibnitz y Kant, ó desde el de la poesía filosófica por Milton y Goethe.
 
Pronto, muy pronto os convenceréis porque os avasallará al fin con su grandeza la idea universal de número y medida: la idea divina de analogías entre el hombre y su planeta, entre el Sol y su Yo superior más excelso. La idea de geometría que después de explicar las afinidades y movimientos del átomo, la formación del cristal, el desarrollo de la célula, el animal y la planta, muy en breve va á comenzar á explicaros el hombre, el microcosmos, única cosa que falta para señalar una magna etapa en nuestro progreso.
 
 
 
Las irregularidades en los movimientos de los astros
 
Ya que la vida humana y su rastro, senda ú órbita sobre la Tierra, tan irregular y tan regida por el providencialismo, ó bien por el acaso se nos muestra, conviene que hagamos algo de historia de la idea del acaso ó la casualidad en las ciencias.
 
Los pueblos infantiles no pueden concebir bien la suprema ley de Causalidad que á todo rige y acuden á los conceptos supletorios que tienen por base la casualidad.
 
Así los cristales, la disposición de las capas geológicas en la Tierra, las nubes, la marcha de los astros, todo en fin, cuanto es hoy objetivo de la ciencia, juegos de la casualidad no más se han creído en un principio, y las sospechas en contrario, la duda cartesiana ha señalado siempre el comienzo de la investigación en demanda de causalidad es explicados de estas casualidades ó caprichosas voluntariedades de seres superiores directores del Universo.
 
Una cartesiana duda, pues debe impulsarnos á investigar acerca de tamañas irregularidades de la órbita humana tan aparentemente irregular sobre la superficie de la Tierra. Imposible parece en un principio el poderla parangonar con la majestuosa y reglada marcha de los astros.
 
— Pero cepos quedos, mi señor de Montesinos—; diremos á quien en tales imposibilidades crea. La regularidad de marcha de los astros es uno de tantos convencionalismos.
 
Verdad es que conocemos de tal modo, por ejemplo, los movimientos orbitales de la Tierra y la Luna, que predecimos al segundo el momento de un eclipse. Pero esto que tanto nos admira y envanece, es en realidad muy poca cosa. La biología de los astros en sus caminos es algo tocado de más intensa irregularidad de lo que parece á primera vista.
 
Por de pronto, tenemos las llamadas perturbaciones planetarias que apartan á la continua á los planetas de sus elipses teóricas, transformándolas así en unos caminos tortuosísimos que sólo por abstracción podemos seguir considerando como elipses.
 
Los que se hallen familiarizados con la mecánica racional saben en efecto que al dar el primer paso en el asunto y presentarse el problema de los tres cuerpos Tierra-Luna-Sol atrayéndose recíprocamente en razón de sus respectivas masas y distancias, la matemática se declara impotente para solucionarle, limitándose por tanto á groseras aproximaciones seriales, y cuán groseras serán ellas en sí nos lo enseña la misma teoría coordinatoria al presentar el cuadro de la resultante atractiva final sometida al conjunto de todas las atracciones parciales (en total unos cuatro millares) resultantes de tomar de 2 en 2, 3 en 3 ... n en n, aunque no sean más que los nueve mayores cuerpos de nuestro sistema y que son: el Sol, Mercurio, Venus, la Luna, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, que si se incluyen los 400 ó 500 asteroides de la familia, despreciables por ínfimos, el asunto ya se complicaría.
 
Cuenta además las no nulas atracciones de los soles vecinos, del Centauro, Sirio, 61 del Cisne, etc., y las ignoradas ejercidas por astros obscuros que existir pueden en el espacio, según Tourner y Flammarion.
 
Incluid asimismo cambios en la tonalidad ó resistencia de los medios etéreos del espacio, ya que gracias á la traslación solar nunca es el mismo. Agregad además propios impulsos posibles de fuerzas internas del planeta, recrudescencias atractivas no improbables por cambios electro­magnéticos del Sol y decidme luego si debemos mirar como verdad absoluta en el campo de la filosofía ese admirable y práctico convencionalismo de las cerradas elipses planetarias.
 
La conclusión es, pues, inflexible. Si irregular es la huella de nuestra planta en la Tierra, irregular también es la de la Tierra en el Cosmos, aunque el grado de ésta nos permita por hoy equipararla á una regularidad ideal y perfecta, lo cual no quiere decir, ni mucho menos, el que mañana no nos sea dable introducir otro convencionalismo semejante en aquella otra orbita, acaso más irregular tan sólo en apariencia, por lo mismo que nos es más conocida.
 
¿Qué astrónomo verdaderamente honrado y sabio nos juraría ser tal y como se nos pinta aquel raill-paper de la Tierra?
 
Demasiado sabe él que en el conjunto sidéreo, siempre en perpetuo movimiento, no conocemos hoy puntos concretos de referencia análogos á los hallados para nuestros pasos en la Tierra, que no en vano el mar del éter se parece al mar libre ú océano en la asombrosa vaguedad de sus movibles olas y en la indeterminación de sus homogéneos horizontes.
 
Además, ya sabéis que no hay todavía fórmulas matemáticas cerradas que sujeten con precisión las perturbaciones de Mercurio, cosa que llevó á Levenier á buscar sus Vulcanos tan inútilmente. Que la luna acelera su marcha y estrecha su girar en torno de la Tierra, y que si bien un matemático como Laplace ha creído encontrar fórmulas de estabilidad ó compensadoras, otro como Poincarré pretende hallar todo lo contrario, llegando á la conclusión de que existen otras fórmulas que suministrar puedan al sistema planetario posiciones distintas de equilibrio é irregularidad que a las que hoy tiene.
 
Por otra parte, el caballero Tourner apoyado en recientes descubrimientos, ha dado en la flor de creer que las órbitas de los cometas no son círculos, ni elipses, ni parábolas, ni hipérbolas, sino curvas raras, sinuosas, angulosas, verdaderas voluptas biológicas, cual el contorno, v.gr., de una medusa, la figura de un vilano floral ú otras extravagantes y tamañas, con lo que la Astronomía filosófica de nuestros buenos Maestros Cantores de Nuremberg, que diríamos recordando á Wagner, ha recibido un golpe tan mortal como el que Wagner infligiera á estos rutinarios adoradores de la acompasada regularidad musical.
 
Ved la figura que trae en su reciente obra los últimos progresos de la astronomía sobre las posibles órbitas cometarias. Ved también los dibujos de nebulosas que trae el excelente atlas de Klein, anilladas, espírales, en torbellino, en forma de rábano ó de cangrejo, y otras mil á cual más peregrinas. Trazad luego sobre un mapa adecuado de España ó Europa la trayectoria ó huella general de vuestra vida y tablaux, que dicen los efectistas.
 
No hay, contra lo que creíais en un principio, obstáculo geométrico alguno para que os creáis un astro, por eso de la regularidad ó irregularidad de vuestros movimientos. Yo sé de muchos hombres-astros que van diariamente con admirable regularidad al café, al teatro y hasta á la oficina.
 
~ * ~
 
Apurad, pues, ya con toda libertad el símil y no temáis á aquellos preceptistas también maestros cantores de Nuremberg, amados Hermosilla. . . que se escandalizaron al oír llamar á las montañas esqueleto de la Tierra, ¡Pobrecillos! Si hoy vivieran habían de pasar por el tormento de oír —¡y en prosa!— que no solo esto es cierto, sino que las capas geológicas de las edades son terrestres músculos, aunque excitables no resulten bajo nuestras electricidad es juguete, ya que hasta se contraen y dilatan durante los fenómenos sísmicos que en la Tierra producen las recrudescencias electro-magnéticas del Sol que es su nervio.
 
Habían de sufrir con paciencia también lo de los arroyos-ríos, como venas terrestres por donde retornan al mar o corazón del monstruo Gea, la linfa acuosa, que merced á la circulación arterial, aunque poco observable, de las nubes de que luego hablaremos, el fluido vital por los capilares de los músculos aquellos, y hasta tendrían que callar cuando se les trajera á colación lo del sistema nervioso de la tierra, representado por sus corrientes internas asimismo electro-magnéticas. . .
 
Y librarían mejor sin duda con armarse de paciencia, porque luego les daríamos un gran placer á sus espíritus ortodoxos; porque extremando el paralelo entre el cuerpo tierra y el cuerpo humano, entrambos cargados de parásitos y entozoarios de su escala respectiva, vendríamos á parar nada menos que á los ángeles planetarios del filósofo de Aquino, o sea por analogía á inquirir una parte psíquica en la Tierra análoga á la psiquis del hombre, ¡Oh donoso paralelismo que integra las unidades cósmicas tanto corpóreas como invisibles, haciéndolas caber unas en o tras, cual las cajitas-juguetes de los niños!
...
La saltadora pulga que se pasea por entre el vello de cualquier vano mortal, rey ó mendigo, cual nosotros por entre las selvas y jardines de la Tierra, acaso no sepa que sus microscópicos parásitos son nada menos que la última palabra de una serie infinita que se enumera así: parásito del tipo equis-coco del planeta pulga que se mueve sobre el planeta hombre del planeta Tierra, mientras éste continúa su ammiótico movimiento en torno del Sol, de Hércules quizá, y de los centros desconocidos de la Vía Láctea y de las nebulosas del Cosmos»
(Septiembre de 1905, p.341-352)
 
 
 
 
 
 
OBSERVACIONES DE ASTRONOMÍA PSÍQUICA
 
Nosce te ipsum.
 
« En el número de Septiembre de 1905 de esta misma revista publiqué un artículo titulado “Astronomía psíquica”.
 
Mis ideas sobre tan atrevido problema las resumía diciendo que creía posible una astronomía psíquica; que el hombre á quien vemos por el mundo es una mera parte integradora de un gran conjunto, de un sistema psíquico de admirable contextura, invisible para nuestra grosera vista, y sujeto á las leyes parecidas á las del sistema planetario, leyes reguladoras de la vida y de la muerte.
 
Expresaba primero que los esfuerzos de abstracción y generalización que han levantado el prodigioso edificio matemático se han ido traduciendo en leyes inflexibles, aplicables á la fenomenología del Universo, y que los conceptos enlazados con el número se han ido encarnando en la ciencia y en la vida hasta traer la interpretación de ellas bajo la férula matemática.
 
Y presentaba á este objeto multitud de ejemplos de diversas disciplinas, para terminar afirmando la existencia de números hoy desconocidos, reguladores de nuestro vivir, ya que en nuestras personas se dan cita las ciencias todas, esas mismas ciencias que siempre dependen del número.
 
« Me hago la ilusión de creer — añadía— que puede sorprenderse cierta periodicidad en la fenomenología de mi vida, y de que el cielo de ella parece fijarse con singular constancia en los catorce años, cual si en ese eterno girar del yo inferior ó fenoménico que cambia en torno del Yo Superior ó numérico, que es siempre el mismo, determinase, por decirlo así, una órbita psíquica con sus perihelios, afelios y equinoccios, analógicamente a lo que entre la Tierra y el Sol ocurre, repitiéndose al cabo de semejante ciclo ó período análogos hechos, á la manera como al cabo del año se reproducen las estaciones en nuestro planeta, y pese a nuestra cacareada libertad, sobre la que tanto queda que inquirir aún. »
 
Determinaba después, á partir de mi nacimiento, los dos puntos solsticiales y equinocciales de la referida órbita en torno de mi Yo permanente. El primero, ó de afelio psíquico, caracterizándole por su relación con hechos físicos concretos, tales como mi nacimiento, mi pubertad y el nacimiento de mi primer hijo; el segundo, o perihelio psíquico, marcado por hechos de índole superior, tales como iniciaciones y descubrimientos, y el de los dos puntos equinocciales, simbolizados por crisis, atonías, enfermedades y viajes principalmente.
 
Prescindimos de traer aquí, á fuer de largo y enojoso, el detalle de nuestras observaciones, las que están sin embargo á disposición de los investigadores de buena voluntad. Pero faltaríamos a nuestros deberes si no consignásemos algunas notables coincidencias de dicha órbita psíquica con la de otros observadores y hombres notables.
 
 
 
Ejemplos de ciclos percibidos en otras personas
 
Empecemos por Castelar.
 
Tengo á la vista el hermoso libro que Julio Milego consagra al “Verbo de la Democracia” y de sus emocionantes relatos describiendo los vivires de eMILIO Castelar, y sobre este asunto apunto:
 
« El gran repúblico temía horriblemente la llegada de los años nueves, porque, en efecto, en 1839 perdió a su padre; en 1849 sufrió las más amargas miserias y privaciones; el en 1859 murió su madre, y él murió también para el amor; en 1869 arrostra por sus ideales la lucha más ruda hasta llegar pronto á sus fracasos gubernamentales; en 1879 enfermó gravísimamente; en 1889 pierde á su hermana, en quien idolatrara, y en 1899 moría él, a la par que se hundía en París la gran Patria que el cantó como ninguno... »
 
¿Qué hacer a la vista de estas luctuosas fechas, parangonadas con las otras de sus apoteosis, de 1854, 1868 y 1881?
 
 
Como matemático honrado, tiro de compases y trazo el gráfico adjunto ú órbita, por decirlo así, del tribuno:
 
 
¡Y oh sorpresa!
 
Las fechas de abajo representan el afelio psíquico de Castelar de este modo: 1832, el nacimiento, la mayor de las desgracias humanas; 1846, sus penurias mayores; 1859 y 1860, su desengaño amoroso y la muerte de su madre; 1874, su caída y la de la república que fundó; 1888, su retirada de la política.
 
Y las fechas de arriba ó del psicoperihelio castelarino no son menos elocuentes en nuestra petite astrologie: 1853 y 1854, sus triunfos, coronados por el del Teatro de Oriente; 1867 y 1868, su paseo glorioso por Italia, Suiza, Inglaterra y Francia y su triunfal regreso á España; 1881, apogeo de su posibilismo; 1895, su apoteosis mundial como escritor, demócrata y estadista.
 
Las siete fechas nueves de los fundados miedos de Castelar se ven clarísimamente en nuestro gráfico, interesando con toda regularidad y de cuatro en cuatro, los siete puntos impares de su órbita, a contar del peribelio, según expresan los números y flechas internos de la figura, que tienden á formar algo así como un heptágono estrellado, que diríamos tomándonos una licencia geométrica.
 
No menos evidenciados resultan sus momentos ascendentes y descendentes. Los años de la derecha, 1848, 1849, 1850 y 1851 se caracterizan por sus triunfos en las aulas y escuelas; en 1864 por la fundación de La Democracia; en 1865 por su artículo “El rasgo”; en 1866 por su huida al extranjero al ser condenado á muerte; en 1880 por su nombramiento de Académico de la Española, y en 1893 por el homenaje recibido al inaugurarse la Exposición de Chicago.
 
Entre las fechas descendentes ú otoños psíquicos vemos los años tranquilos de su cátedra (1856 a 1860); sus desdichas gubernamentales (1870 a 1874); sus debatidos desastres políticos (1880-1888), y sus mayores miserias y torturas (1842-1846).
 
 
Otros ejemplos:
 
Días pasados leímos en un periódico las seguridades de vida que aun alegran la ancianidad de Pío X. El Pontífice parece guardar en gran estima al número seis, como si su ciclo fuera de seis años o de dos veces seis años, es decir, de doce años.
 
Y cuando durante el año pasado los médicos temieron por su vida él les oponía confiado su ciclo del seis, por cuanto parece ser que llevó seis años de presbítero coadjutor, seis de párroco, seis de prelado y seis de patriarca de Venecia, por lo que añadía: “Confío que dure seis años también mi pontificado”.
 
(Observación de Cid: duró once años su pontificado)
 
Y un amigo me dice que Goethe también tenía su número cíclico que era el nueve si no recuerdo mal, y un examen detenido de la vida del inmortal cantor de Fausto, respecto de este punto sería de alto interés, interés no menor que el que la de todos los grandes hombres y sus supersticiones nos ofrece.
 
Muy de desear sería también que las personas peritas, suficientes conocedoras de sí mismas, emprendiesen, pese á las naturales molestias de asunto tan abstruso, la noble tarea de auto-inspeccionarse á sí mismas, con lo que por lo menos no quedaría incumplido, cual de ordinario, el precepto socrático.
 
 
Que otros lo entienden así lo prueba el hecho siguiente: don Julio Fermaud, hombre de negocios de Bilbao que me escribió con motivo del anterior trabajo:
 
« Hasta tal punto me ha llamado la atención su artículo “Astronomía psíquica” que emprendí un examen detenido de mi vida pasada (cosa ya hecha en parte anteriormente). Y le anexo mis resultados en el diagrama adjunto y creo que serán de interés. Si fuera posible recoger cierto número de semejantes exámenes particulares, hechos con toda la reflexión y comprensión psíquica que requiere el caso, habría lugar para desarrollar en gran manera las observaciones ya verificadas.
 
Y en mi caso, si bien tal vez no todo se sujeta exactamente á lo indicado por su propio examen, es indudable que el derrotero general se sigue bien. Es notable, especialmente, el desarrollo psíquico del perihelio y los acontecimientos violentos de los equinoccios, e incluso la muerte de padre y madre a la izquierda de la línea de solsticios. »
 
A continuación, el Sr. Fermaud describía sus diversos momentos astro-psíquicos con notoria claridad.
 
 
 
Advertencia sobre la astrología
 
¿Son, pues, convenientes las observaciones sobre astronomía psíquica, ó más propiamente hablando, sobre astrología?
 
Sí y no, según el objeto que con ellas se persiga.
 
El detenido estudio de la doctrina arcaica atesorada en las supersticiones y en las tradiciones religiosas de todos los pueblos acusa la existencia en tiempos muy remotos de esta hoy desacreditada ciencia que hiciese sabio por antonomasia a nuestro incomparable Alfonso X.
 
Sus fines nobilísimos se encaminaban á descubrir científicamente qué conexiones numéricas podrían mediar entre los números que á los planetas rigen en revoluciones orbitales y diurnas, volúmenes, peso, densidades, distancias etc., etc., y los números con ellos concordados que influyen sobre nuestra vida, tales como —entre otros mil— la revolución orbital del mayor de los planetas (Júpiter), poco o nada menor que el tiempo en que la mujer suele ser púber, o la de la Luna, el astro anterior á la Tierra, quien marca también para la mujer una periodicidad funcional harto sabida, ó la de Venus, el astro que subsigue á la Tierra en su serie de pequeños planetas, y cuyo período traslaticio es de duramen igual al de la gestación del hombre.
 
Pero tamaña ciencia ha sido desacreditada en manos pecadoras que han querido hacerla servir para fines bastardos de egoísmo, prostituyéndola con miserables conatos de ansiosa adivinación del porvenir.
 
A bien que sus propias dificultades intrínsecas han defendido contra la profanación al santuario y hasta castigado con la locura á los profanadores; pero a la investigación seria, sin fines pequeños, han estado siempre expeditos sus secretos, y ella contiene la clave reveladora del lazo de unión entre el hombre y su planeta, dentro de comunes destinos, lo mismo que la verdadera alquimia contiene secretos hondísimos, no tanto de transmutar bastardamente el plomo en oro cuanto de encontrar la verdadera piedra filosofal, fórmula reveladora del secreto de nuestra existencia y nuestro cósmico destino.
 
De aquí la doble necesidad en que nos vemos de estimular entre los sensatos el estudio desinteresado de tal psico-astronomía, y de prevenir á los ignorantes contra los peligros enormes de su estudio egoísta ó irreflexivo, que los llevarían irremisiblemente a su ruina, porque sus enseñanzas igual son triaca salvadora en manos del médico, que veneno letal en poder del asesino.
 
Observemos, por último, que sus fórmulas si son mal interpretadas nos pueden llevar á un fatalismo estúpido que ahogue nuestras libérrimas iniciativas. No y mil veces no. Aunque los movimientos orbitales de nuestro yo inferior parezcan fórmulas de un inexorable destino, ellos penden siempre del empleo que demos a nuestra voluntad y á nuestra mente.
 
Sus vueltas ó espiras pasadas son resultado, en cierto modo, fatal de los procesos vitales que les antecedieran, mas las vueltas que por venir aún restan están integradas por dos fuerzas: la resultante de lo que libre o fatalmente hiciéramos, y el incremento que en ella introducimos paso á paso con el juego de aquellos personales poderes mentales y volitivos, ya que la tela de nuestra existencia, por nosotros, que no por nadie tejida, tiene una doble trama: la de nuestra Voluntad y la de nuestra Herencia, Karma ó Destino.
 
En estados infantiles como los que aún atravesamos, esto vence á aquello; en estados superiores, la Voluntad triunfa y el superhombre se moldea á sí mismo»
(Septiembre de 1905, p.321-325)
 
 
 
 
 
 
 
OBSERVACIONES
 
El término “astronomía psíquica” que utilizó Mario Roso de Luna para titular sus artículos no me parece adecuado porque eso hace pensar que se trata de estudiar los cuerpos celestes de manera psíquica (por ejemplo utilizando el tercer ojo) cuando en realidad lo que hizo Roso de Luna en esos dos artículos fue señalar como ciertos ciclos parecen repetirse en la vida de las personas.
 
Y todo el discurso que puso al inicio sobre la importancia de los números lo considero innecesario ya que nadie pone en duda dicha importancia. Y su observación de que los cuerpos celestes no se mueven exactamente como lo estipulan les formulas de la física, lo considero también fuera de lugar ya que eso no atañe con su temática principal.
 
Y si bien los maestros han especificado que todo se rige por ciclos, es difícil poder indagar al respecto en lo que respecta a nuestras vidas debido a que siempre se pueden considerar ciertos eventos para designar un ciclo. Pero si se utilizaran otros eventos, entonces ese ciclo sería diferente.
 
Por ejemplo, en su artículo Roso de Luna dice que él tiene un ciclo de catorce años, pero utilizando otros acontecimientos de su vida también hubiéramos podido estructurarle otro ciclo de cinco, siete, diez, doce años, etc. Y es por eso que yo no recomiendo buscar ciclos en nuestras vidas porque uno los puede confeccionar a su antojo.
 
En cambio concuerdo plenamente con él cuando dice que no tiene caso obsesionarse con los ciclos que predominan en nuestra vida, como tampoco con la influencia de los astros, ya que si bien el esoterismo estipula que estos son una realidad, también el esoterismo añade que nosotros mismos influimos en nuestro destino a través de nuestra propia voluntad.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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