El teósofo español
Rafael Urbano-García hizo el siguiente estudio acerca de este famoso personaje
bíblico:
« Hay
una inclinación entre ciertos escritores a creer que Salomón es puramente un
mito, pero esto no es cierto ya que su existencia está muy bien atestiguada.
Hay un soporte, una base real mucho mayor que la que existe en lo puramente
mítico; pero hay también en la leyenda salomónica una exuberancia tan grande y
ornamental, que la realidad que existe queda muy lejos para ser asentida sin vacilación
alguna.
La
figura de Salomón (que se estima existió por el año 1000 a. de C.) es por sí sola
constituyente de un cielo mítico en el pueblo semita. Su leyenda sin embargo no
la utilizó el pueblo hebreo hasta muy tarde, cuando ya la había concluido el
pueblo árabe.
La
leyenda salomónica es una invención árabe, ha sido creada por el nómada de la
Arabia en presencia de un vago recuerdo de sus noticias ocultas, adquiridas muy
de prisa, sin reflexión alguna, en sus relaciones con la India. El Salomón
legendario sólo puede confirmarse con muy pocas citas de la Biblia, y en cambio
todo él está contenido en el Corán.
En
la infancia de Solimán ben Daud (Salomón, hijo de David) hay un episodio que la
tradición árabe ha tomado visiblemente de una historia muy anterior a la época
en que se escribió por lo menos el Corán. Es el primer juicio de Salomón. Ante
David comparecen un pastor y un labrador en demanda de justicia porque una
oveja del primero ha entrado en el campo del segundo y le ha ocasionado algún
daño. El pleito ario.
Salomón
que está presente y que tiene en ese entonces la edad de todos los juzgadores
infantiles, la de Ciro, la de Herodoto, la del Cid, de nuestro Romancero, la de
Jesús cuando se presenta en el templo, o sea entre once y doce años, resuelve
la contienda cuasi en favor del nómada, haciéndole pagar únicamente una
indemnización, permitiendo al campesino resarcirse de los perjuicios con la
lana y la leche de la inocente oveja malhechora (Corán 21:78-79).
Este
pleito, improbable en un pueblo ya demasiado urbanizado, no es más que una nota
de las muchas que pueden apuntarse para señalar las fuentes que han servido
para la composición del mito y que manifiestamente proceden de Oriente, y todo
el saber de Salomón, tanto el real como del mítico, proceden de ese lado.
Madame
Blavatsky observó esto cuando escribió:
« Él
debía sus conocimientos secretos a la India, gracias a Hiran, el rey de Ofir, quizá
Sheba. »
(Isis Develada I, p.212)
En
la monumental obra de Juan Alberto Fabricio sobre los escritos apócrifos del
Antiguo Testamento, “El Codex
Pseudoepigraphis Veteris Testamenti” (Hamburgo, 1722) se han recogido casi
todos los documentos que nos quedan de la gran leyenda salomónica, y con ellos
a la vista no puede menos de reconocerse el indianismo que palpita en los gérmenes
de la misma.
En
comprobación de la observación de Madame Blavatsky, pueden recordarse las
relaciones que mediaron entre Salomón y la famosa reina de Saba (Belkis según
la denomina la tradición) y hasta las estupendas obras de magia que se le
atribuyen, su sello y su anillo, que recuerdan el Sherkun indio y la famosa
sortija de Sakuntala. Este asunto será analizado más adelante.
Flavio
Josefo, en su libro “Antigüedades
Judaicas”, haciéndose eco de la tradición de sabiduría de Salomón, dice:
« Excedía
también mucho a los hebreos que en ese tiempo eran tenidos en muy grande
opinión de sabios, cuyo nombre fueron Ethan, Heman, Chalcol y Dorda, hijos de
Mahob. »
(Libro VIII, cap. 2, edición castellana, Ámsterdam, 1554)
Pero
a pesar de ello, pienso que esta es una piadosa interpolación (véase III Reyes
4:4). Y refiriéndose a la ciencia mágica que poseía, el mismo historiador añade
que:
« La
alcanzó divinalmente para provecho y remedio de los hombres, la cual es eficaz
contra los demonios, porque compuso salmos con los que se curan tales padecimientos
y dejó escritas formas de conjuraciones, de las cuales huyen los demonios y que
nunca más osan volver de allí en adelante.
Y
esta manera de curar se sigue usando entre los nuestros porque yo vi a un
hombre de mi tierra llamado Eleazar que curaba a muchos endemoniados en presencia
de Vespasiano y de sus hijos, y de las tribunas y de otra gente, y la manera de
curar era ésta:
Poniendo
en las narices del endemoniado un anillo, debajo de cuyo sello estaba en
gastada una especie de raíz que Salomón había mostrado, al olor de ella por las
narices salía el demonio, y cayendo luego sobre el piso, el hombre lo conjuraba
que nunca más volviese, haciendo a vueltas de esto mención de Salomón y
recitando ensalmos que él había inventado.
Y
queriendo después de esto Eleazar mostrar a los que allí estaban la fuerza de
su arte, no lejos de allí ponía una taza o vaso lleno de agua y mandaba al
demonio que salía del hombre y que derramándola diese señal a los que lo
miraban de que había dejado al hombre.
Lo
cual una vez hecho, ninguno dudaba de cuánta había sido la ciencia de Salomón y
su sabiduría. Por lo cual me pareció bien contar esto para que a todos sea manifiesta
la grande y muy alta sabiduría de este rey, y cuánto fue querido de Dios, y cuán
excelente en todo género de virtudes fue. »
(Libro VIII, cap. 2)
El
carácter representativo, heroico o sobrehumano de Salomón es cosa atestiguada
por de contado. Y cuando pidió al Señor la sabiduría, el Señor se la otorgó
afirmándole que no habría ninguno parecido a él en lo futuro (III Reyes 3:12),
y es fama que conoció desde el cedro del Líbano hasta el hisopo, la planta más
humilde que se arrastra sobre la tierra (III Reyes 4:88).
En
la tradición hebraica, Salomón es al final vencido por el mal y cae desde lo
alto del saber en brazos de la carne. Peo este final no podía aceptarse de buen
grado después de una exaltación tan grande ya que era incomprensible esta nueva
y preciosa reviviscencia de la leyenda de la caída del hombre, y así San
Ireneo, San Hilario, San Cirilo de Jerusalén, San Ambrosio y San Jerónimo cosideraron
que Salomón volvió al Señor arrepentido de sus faltas (ver Dom Caimet, Disertación
histórico-critica de la Biblia III. París, 1730).
La
leyenda árabe le asigna un fin intermedio entre la tradición judaica y la
tradición cristiana. Viéndose viejo Salomón, y sin terminar el templo para que
éste se acabara, pidió al Señor que ignorasen su muerte los genios constructores.
El Señor le concedió esa gracia, y la muerte sorprendió al rey sabio
arrodillado con su bastón a la mano, y así pareció seguir vivo durante muchos
años, hasta que un gusano royendo la contera del sostén, dio en tierra con el
cadáver y enteró a los hombres de la muerte del rey. (Corán 34:13)
Estos
detalles son en verdad, del mayor valor para fundar la admiración profunda que
se ha sentido universalmente por el rey judío, pero hay dos cosas que de modo
más principal han servido de base para aquel reconocimiento, y esas dos cosas
han sido: su carácter de gran constructor que lo iguala con los grandes
Iniciados de los primeros periodos, y el papel de instructor de todo un pueblo
que le confirma en la actitud que se le ofrece.
El
templo de Jerusalén y el famoso sello que se dice que poseía como un don de los
cielos, he ahí todo el característico de Salomón, todo cuanto tiene que tener
para ser un recuerdo popular de los grandes iniciados. Y si lo fue o no lo fue,
esto puede decírnoslo cualquiera de los dos grandes fundamentos sobre los que descansa
ese recuerdo.
Los
caracteres externos, por decirlo así, del rey Salomón nos lo muestran como un
antiguo instructor, como el segundo Instructor del pueblo hebreo, poniendo a Moisés
como el primero. Esto no puede todavía afirmarse rotundamente a la altura que
nos hallamos. Dejándonos arrastrar por nuestra educación de Occidente, hasta
debemos dudar que lo haya sido, ya que sabemos de una manera positiva y cierta
que sobre una base real se han ido superponiendo todas las galas de la fantasía
y los ornamentos de una poesía étnica.
Como
lo dijimos, hay un Salomón histórico y un Salomón mítico; pero de la misma
seguridad que tenemos de esta duplicidad, podemos esperar una razón para
sospechar al menos que si no fue uno de los Iniciados antiguos, es por lo
menos, y lo fue en su tiempo, un recuerdo muy vago de la existencia de esos grandes
bienhechores de los hombres.
Externamente
fue un constructor y un instructor. Los que conocen el valor místico y la representación
que tiene la arquitectura en los primeros días históricos de la humanidad saben
perfectamente lo que significa la consignación del primer carácter y a ellos
pueden recurrirlos quienes lo ignoren, pues no disponemos de tiempo para
demostrarlo, ni entra en nuestro propósito el hacerlo ahora.
Basta
recordar por el momento que la construcción de un templo para el culto religioso
denota una nueva era en la religión hebrea y que el monumento en cuestión no
fue meramente una iglesia como podría hacerse hoy que la idea religiosa en casi
toda Europa se ha reducido a una significación de tan escaso alcance, como el
que tiene un orden de conocimientos al que puede oponerse otro, por ejemplo,
las ideas físicas, las ideas sociales, las ideas políticas, etc.
Acaso
las primeras catedrales, en la mente de los grandes arquitectos que las
imaginaron, puedan ser un vago recuerdo del famoso templo de Salomón, una cosa
que sirva para idear lo que fue aquella célebre construcción.
Una
consideración mayor y más sostenida sobre este punto nos llevaría a remover los
orígenes de la masonería y nos daría suficientes explicaciones sobre la
dignidad y la ciencia de lo que parece para sus enemigos o para los
indiferentes solo símbolos intrincados y confusos.
La obra
literaria del rey Salomón
El
carácter de instructor es tan indiscutible en Salomón como el que queda
apuntando: Los proverbios, Las parábolas y El libro de la sabiduría, así como El canta de los cantares y El
eclesiástico que se le atribuyen, todos estos documentos lo testifican
irrebatiblemente.
A
parte de eso la tradición semita le han añadido Las oraciones semiforas y la famosa Clavícula de Salomón, más un gran número de cartas, dieciocho
salmos, la invención de un alfabeto y la del celebre sello que lleva su nombre.
Todas
estas obras más o menos genuinas pero no realmente verdaderas, han gozado y aún
gozan de un gran predicamento. Sobre ellas, o al menos sobre las que han llevado
esos nombres, han trabajado los ingenios más avanzados de todas las edades,
concediéndolas una atención considerable y atendiendo al supuesto creador de
las mismas. El abad Trithemo (1462-1516), Cornelio Agripa (1486-1030) y nuestro
celebre teólogo y filósofo Juan Caramuel Lobkowitz (1606-1682), son casos que merecen
consignarse.
De
todas estas manifestaciones de la instrucción salomónica se ha escrito bastante
en diferentes sentidos y solo una de ellas no tiene una literatura espléndida y
apenas cuenta con un reducido catálogo bibliográfico de difícil composición por
no hallarse debidamente hecho. Nos referimos a los objetos preciosos del Rey
Sabio, y que bien pueden llamarse más genéricamente:
El tesoro
del rey Salomón
Este
tesoro yo le considero perfectamente completo aunque sea tan pequeño como se
verá más adelante. Es completo porque lo forman objetos materiales y
substancias morales o enseñanzas. He aquí lo que contiene:
- un anillo de oro que
lleva un sello,
- una tabla de esmeralda,
- varias copas y casos
de bronce que sirvieron para guardar a los genios, el arte o las reglas que
sirvieron para trazar un círculo contra los encantos
- y algunas enseñanzas
que yacen confinadas en las doctrinas más ocultas de la cábala.
De
este tesoro esparcido por el mundo y desparramado por los hombres, según cuenta
la tradición, queda muy poco, materialmente, nada. No conservamos sino un vago
y remoto recuerdo de La tabla de esmeralda y los vasos de bronce es fama que
fueron saqueados en Toledo cuando Muza penetró en la población y allanó el
Palacio Encantado donde años antes los últimos reyes godos, según las crónicas
árabes, recibieron noticia de su propia futura destrucción.
Las
enseñanzas ocultas se han guardado y escondido con tal celo que cuando son
desfiguradas y alteradas por ignorantes, no pueden reconocerse donde se dice que
constan, el anillo se ha perdido por siempre en los senos del mar, del sello se
conjetura alguna cosa, y del arte de trazar el círculo salvador se sabe menos.
Es
más, parece que el tesoro realmente era menor, pues según se colige de los
textos que tradicionalmente hablan del mismo, el anillo, el sello y el círculo
son tres modos de designar una única y misma cosa, o sea que sería el mismo
objeto.
Sobre
estos tres objetos, o sobre este único objeto, después de los preliminares ya
expuestos, que no son sino la verdadera conclusión de nuestro estudio, va a versar
el presente trabajo, empezado y seguido con una mira bien elevada, pero
realizado dentro de los límites más asequibles a la generalidad para descubrir
así hasta donde pueden llegar en la adivinación de lo divino, los más vigorosos
esfuerzos de un hombre de buena voluntad.
Aceptando,
desde luego, la idea de que Salomón estuvo iniciado en la magia, ya sea que
recibiese ese conocimiento por ciencia infusa, ya sea como decía Houssain Vaez,
de los mismos scheytans, a quienes
tomó sus libros y encerró bajo su trono para que nadie los conociese (si bien
fueron a su muerte a caer en manos de los brujos) aceptando esa opinión todos
los demás prodigios que de esto se derivan son naturales.
Observaré
sin embargo que la magia de que se habla es la magia antigua, la magia en su
más noble y elevada acepción y no la magia tal como se entiende actualmente
esta palabras en el sentido vulgar y corriente, o sea el actuar de un
inteligente egoísta para sorprender al resto o para divertir a las masas; esto
es brujería o prestidigitación.
El anillo
del rey Salomón
Si
la constante repetición del relato de una narración, o de una opinión, o de un
juicio por la tradición más aceptada, sirve para atestiguarla por si misma, la
existencia del anillo o sortija de Salomón está suficientemente garantizada ya
que es una tradición que tiene mil formas y que ha llegado hasta nosotros por diversos
caminos.
Como
hemos visto, Josefo habla de un anillo para curar a los endemoniados y hasta
nos dice el modo como debía operarse con él. Pero el anillo y el sello parecen
ser dos cosas distintas, aunque el uno contuviese al otro, como lo vemos en
todos los anillos antiguos, signos de realeza, de poder y distintivos
personales.
Que
Salomón tuviese un sello real, y naturalmente muy distinto del de los
sacerdotes y los guerreros, es perfectamente lógico. Respecto a su forma no
sabemos nada y solo podemos conjeturar muy remotamente algo considerando las joyas
análogas que nos quedan de los asirios, caldeos, babilonios y egipcios.
La
crónica de Tabari dice que en su engarce se leía el pasado y el porvenir; pero
que yace en el fondo del mar, donde Salomón sentado en su trono la tiene puesto
en su dedo.
Otra
leyenda árabe dice que un día el rey lo perdió en el baño, y que desde entonces
decayó el monarca en sabiduría, en juventud, en todo.
Otra
leyenda también árabe refiere más ampliamente el suceso y dice que el rey
Salomón al bañarse (¿en el mar Muerto?) dejaba su anillo a Amina, una de sus
mujeres con la que quiso propasarse el maléfico genio denominado Sakhar, ya que
reprendido éste por el rey, no quiso contestarle en cierta ocasión si no le
dejaba el anillo.
Viéndose
constreñido a ello el monarca lo dejó en sus manos y el genio huyó con la joya,
quedando Salomón desde aquel punto desconocido para su pueblo. Sakhar tiró al
mar la sortija y se hizo pasar por Salomón, y el desdichado rey, convertido en
mendigo, fue recorriendo a pie su reino recitando aquel versículo de
Eclesiastés que dice: “Yo, el Eclesiastés, fui rey de Israel en Jerusalén”
(1:12), por el cual al cabo de cuarenta días —el número mítico de la raza— ,
fue reconocido y volvió a ocupar el trono, a lo que contribuyó también haber
recuperado el anillo que encontró en el vientre de un pez.
La
historia no refiere, en verdad, ni una palabra de tan extraño suceso. Sólo a lo
lejos, muy remotamente, según los que sigue en la tradición, en El cantar de los cantares, que sabemos
positivamente que no es suyo (como J. Michelet lo había adivinado, y después
Ernesto Renán lo ha confirmado admirablemente en un estudio consagrado a ese
efecto).
Pues
bien en ese libro se alude, según parece, a la determinación que tomó desde
entonces, para no ser víctima de un nuevo atentado, de rodear su lecho de sesenta
valientes (3:7). Y esta nota nos será provechosa más adelante, y quizás estamos
en camino de adivinar cómo pudo ser la forma verdadera del sello.
Hasta
aquí, sin embargo, no hallamos más que reminiscencias del Oriente, y a este
propósito recordaremos la opinión de Madame Blavatsky, resultado de sus propias
investigaciones:
« Su
anillo, conocido como el sello de Salomón, tan célebre por su poderoso influjo
sobre las varias especies de genios y demonios en todas las leyendas populares,
es igualmente de origen indio. »
(Isis Develada I, p.212)
Disertación
sobre los anillos
Si
esta opinión de nuestra sabia maestra necesitara confirmarse, bastaría para
ello recordar someramente el gran misterio y la leyenda del anillo. En todos
los tiempos y en todas partes se ha atribuido a las sortijas un poder y una
facultad extraordinaria.
¿Por qué?
En
ellos se ha visto quizás una promesa de fidelidad, algo así como un resto de la
esclavitud pasada y como el último eslabón existente de una cadena perdida. Se
han usado así los anillos para indicar ligamen, obligación, etc. Y en cualquier
enciclopedia pueden encontrarse suficientes noticias que acreditan y demuestran
estos usos, y se podrá ver que su uso es antiquísimo entre los hombres.
Antes
de Moisés, a quien se ha hecho pasar por inventor de esta joya, se la puede
encontrar en el mismo pueblo hebreo, y no digamos de los pueblos más remotos.
Como
símbolo de unión se emplea desde tiempo inmemorial entre los desposados. Ha
sido también un signo de reconocimiento. Alejandro dio el suyo a Perdices para
que supiesen que él iba en su nombre. El Faraón entregó el que usaba a José para
revestirle de autoridad.
Julio
César, Augusto y todos los Césares y los emperadores romanos usaron uno como
propio del cargo que ejercían. Los mismos caballeros romanos los llevaban para
sellar sus esquelas; y se dice que para ponderar de ese modo el gran triunfo de
Aníbal en Canas en el año 216 a. de C., que recogió algunos celemines de
anillos de los muertos y vencidos en la batalla.
Con
el monograma de Cristo X P los usaron los primitivos cristianos. Los obispos,
los pontífices, los reyes los llevan y han llevado como anejos a sus funciones.
En
fin, en las supersticiones y en las leyendas populares, las sortijas juegan un
papel de la mayor importancia, y para no citar más que un ejemplo de los muchos
que pueden aducirse entre nosotros, recordaré los anillos de hierro que sirven
para curar la epilepsia, y que han de forjarse o construirse precisamente en
Viernes Santo, día imposible y dificilísimo para el caso, pues no pudiendo el
perfecto creyente hacer ruido en todo el día, ha de dar en un sólo momento, en
el espacio instantáneo que va desde las doce hasta el instante siguiente, todos
los golpes que necesita su forja, si es que no puede hacerlo bajo la más enérgica
y silenciosa de las presiones.
Esta
universalidad mística del anillo, que puede comprobarse fácilmente, cede con
todo ante la continuidad mítica que presenta. Y en esta continuidad se nos
ofrecen en un primer recuento de los más célebres todos los que preceden y generan
a la leyenda del anillo salomónico.
El
famoso de Sakuntala, remoto precursor del anillo de Salomón, produce también el
olvido al perderse. El de Giges (708-670 a. de C.) torna invisible a su
portador, volviéndole éste hacia la palma de la mano. El de Policrates (536-523
a. de C.) grabado acaso por Teodoro de Sanios, lleva consigo la buena suerte
que rechazada una vez, se torna adversa y lo recobra el tirano del vientre de
un pez como recobró el suyo el rey judío.
En
fin, el último anillo exaltado en Europa por el genio potentísimo de un gran
místico. Ricardo Wagner, el anillo de los Nibelungos sale del agua también, se forja
sobre el oro del Rhin bajo el mantra secreto, y lleva la desgracia a quien lo
toma contra la voluntad del destino.
Pero
clara y determinadamente no podemos ver en este folklore del anillo lo que
representa y lo que simboliza in radice
toda sortija. Recogiendo los caracteres más comunes y principales de estas
leyendas no es permitido sólo sospechar que el anillo, como el collar, como los
aros para las orejas y como el mismo cinturón son recuerdos de una unión, de
una dependencia que ha existido en otro tiempo, ya sea entre los mismos
hombres, ya sea entre éstos y la divinidad.
La
imposición de zarcillos y de sortijas es un acto sagrado en toda la antigüedad que
precede a las bodas. Es un símbolo ligeramente cruel que atestigua la sujeción
y dependencia entre los amantes, así como el cinturón y el collar son las
huellas, los recuerdos de la sujeción forzada, de la esclavitud. Luego,
después, por traslación y por inversión del símbolo, por purificación del
mismo, se hacen títulos y emblemas de la libertad y del poderío.
Los
mejores y más ricos cinturones y collares no llevarán las ominosas
inscripciones que podemos leer todavía en algunas colecciones célebres: “Tene me et reboca me Apromano Palatino ad
Mappa aerea in Abentino gria fugi” y que significa: tómame y llévame a mi
dueño de cuya casa me he escapado (esto es una inscripción del cinturón de
Frascati de la colección Dutuit).
Serán
un título de honor y esas ricas preseas de oro y piedras preciosas significarán:
“se me esclaviza con más dulzura”.
El
más suave y agradable de los enlaces será el aprisionamiento más sutil porque
se coge de la mano o de los dedos para guiar, para llevar y conducir sin
violencia alguna. Entre conductor y conducido no hay más cadena que la
obediencia y el mandato. Un anillo es así la mitad simétrica de la cadena que
une a dos seres.
Desaparecido
uno de ellos no se verá más que un eslabón de la cadena, pero el que se ve
recordará con su presencia el que está ausente y testificará el pacto. Donde
quiera que vaya un hombre o una mujer con un anillo se podrá decir: va ahí un
desposado con algo desconocido, pero cierto.
En
las grandes uniones, verdaderos desposorios del espíritu, hay siempre un
anillo: el anillo de oro que arrojaban al Adriático los antiguos dux de Venecia
o el anillo de luz que se dice puso el Señor en los dedos de Santa Catalina
(1347-1383).
Y
como toda unión es un compromiso, y toda dirección una obligación debida, el
sabio, el rey, el artista, están desposados, han poseído y poseen actualmente
sus anillos; anillos que se forjan por los dioses en las horas supremas do la
vocación de sus elegidos.
Así,
plástico o imaginado, el anillo de Salomón ha sido una gran verdad y es aún una
enseñanza para quien quiere desposarse con los más altos señores y señoras
celestes: la Verdad, el Destino, el Amor a los humanos y la veneración a la Naturaleza. »
(Sophia, enero y febrero de 1907, p.30-33 y 52-59)
OBSERVACIÓN
Aunque la
documentación que disponemos me lleva a considerar que probablemente el rey
Salomón si existió, recomiendo ser cauto con todo lo que se dice acerca de él,
debido a que no sabemos qué tanto es cierto y qué tanto es falso en esos relatos.
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